Corporation
Wife, una novela sobre las
esposas de los ejecutivos
Por Adán Salgado Andrade
Catherine Gaskin (1929-2009),
fue una autora irlandesa-australiana, cuyas obras, en el estilo romántico, denotan un notable manejo de
las pasiones humanas. Sobre todo, las emociones que surgen cuando la gente está
enamorada, si les corresponden, si no, y todos los sufrimientos que se dan,
cuando están las personas obligadas a realizar cosas que no las llenan, que
sólo mantienen frustradas relaciones por no tener otra alternativa. Por ejemplo,
¿cuántas mujeres o cuántos hombres están “unidos” a alguien por un matrimonio,
sólo por la solvencia económica? Muchas y muchos. Y de ahí, provienen
depresiones, decepciones, enojos, tristezas y otros problemas que, en casos
extremos, pueden conducir hasta al suicidio.
En su novela Corporation Wife, publicada en 1960,
Gaskin aborda esos problemas, centrados en las esposas de hombres de relativo
éxito. Unas, fieles y dedicadas a sus esposos, sabiendo que su ayuda, en lo que
sea, hasta en las cosas más simples, es vital para el crecimiento de aquéllos,
ya sea en sus empleos, económicamente, emocionalmente, sentimentalmente. Pero
otras, en el extremo opuesto, totalmente desinteresadas, buscando sólo su muy
personal provecho, sin importarles si su falta de apoyo a sus esposos, les
pudiera o no perjudicar. Para ellas, sólo son esos hombres, un instrumento para
realizar sus muy personales anhelos. No media amor o cariño, sino una mecánica
posición en la que sólo los recuerdan, cuando
necesitan dinero.
La edición inglesa que
leí, de 1960, fue publicada por Dell Publishing Co., Inc., y son casi 400
páginas en donde Gaskin, centrada en cuatro personajes principales, Harriet,
Sally, Laura y Jeannie, expone muy bien sus las muy particulares preocupaciones
de éstas, deseos, frustraciones, ambiciones y la relación que tenían con sus
respectivos esposos o parejas.
Por otro lado, la
novela, es también una reflexión sobre cómo cambian pequeñas localidades,
cuando una gran corporación decide instalar allí una sucursal, lo que viene a
trastornar, además de cambiar, el estilo de vida sencillo que antes existía.
De entrada, en la
página inicial, la que muestra la editorial, los derechos reservados, el año de
publicación e impresión, una leyenda aclara que “todos los nombres y lugares
mencionados, son ficticios y cualquier parecido con la realidad es mera
casualidad”, frase que, digamos, exculpa a la autora de cualquier
responsabilidad legal, porque, en efecto, lo que escribió, hasta podría ser
alguna anécdota o anécdotas, de lo bien estructurado que está, tanto la
historia, así como los personajes.
La novela se desarrolla
en el ficticio condado de Burnhan Falls, boscoso lugar, cercano a un lago y
flanqueado por montañas, de templada a fría temperatura casi todo el año
(bueno, cuando no había tanto calentamiento global). Estaba a un par de horas
de la ciudad de Nueva York
Y aparte de algunos
negocios, unos de los, digamos, pioneros, Joe Carpenter, había fundado una
pequeña fábrica de lacas para elaborar pinturas y barnices. Había tenido
mediano éxito, suficiente para que su esposa Claudia, su hija Harriet, y su
hijo Josh, pudieran vivir cómodamente, en la casa, ubicada en las afueras del
bosque, que había construido, amplia, con un gran jardín y un porche que
invitaba a pasar las tardes bajo él, sentándose en cómodas mecedoras.
Joe, comenzó a tener
tanto dinero, que hasta adquirió un Rolls Royce, descapotable, “que había sido
importado de Inglaterra y había sido su orgullo”.
Inicia la historia, a
mediados de los 1950’s, cuando Harriet ya estaba casada con Steve Dexter, un
químico que había desarrollado un combustible, que le había valido ser
contratado por Amtec Industries, a finales de los 1940’s.
Joe, quien había
comenzado con su industria para hacer las mencionadas lacas en los 1920’s, no
pudo con la competencia. Todavía trató de incursionar en la elaboración de
vinil, material que se usaba para hacer discos y algunas otras cosas, pero, al
final, convencido por Steve, su yerno, de que mejor vendiera su negocio, así lo
hizo y fue Amtec, un gran gigante químico, quien lo adquirió. No sólo eso, sino
que vio la conveniencia de establecer una sucursal en Burnhan Falls, una “gran
planta, en donde laboraran tres mil empleados, entre obreros y personal
administrativo”.
Y Steve, nombrado
gerente administrativo, a pesar de ser muy buen químico, supervisaba que la
planta se estuviera construyendo de acuerdo a todas las especificaciones que
los cuarteles generales, en Nueva York, como dije, a un par de horas de Burnhan
Falls, habían establecido.
Claudia había fallecido
unos diez años antes y Joe, triste por la muerte de su mujer y de que su
negocio hubiera sido absorbido, no tardó en seguirla.
Y Josh, murió a inicios
de los 1940’s, al haber sido enviado al frente. Se había matriculado en el
ejército, a pesar de la oposición de Joe. Para Harriet, había sido un duro
golpe, pues siempre estuvo muy ligada a él. Cuando lo vio partir, fue a
refugiarse a la casa de Mal Hamilton, una especie de leyenda en el pueblo, unos
diez años mayor que Harriet. Mal, por esa época, sólo era un muchacho
esforzado, que trabajaba mucho, hijo de Charles, un alcohólico, bueno para
nada.
Harriet, a pesar de
tener sólo 17 años, en ese entonces, admiraba y quería mucho a Mal. Éste, sólo
la veía como una buena chica, a la que, igualmente, quería mucho, pero que era
muy lejana para él, pues provenía de “buena posición, la hija de Joe Carpenter,
y él, sólo era un chico pobre, que tenía que trabajar muy duro para ganarse la
vida”.
Pero Mal se convirtió
en un ejemplo a seguir en el pueblo, pues trabajó para pagarse sus estudios,
ahorraba mucho y eso le valió que George Keston, el banquero de Burnhan Falls,
le diera trabajo por algunos años. Con lo ahorrado, Mal, al morir su padre,
arregló totalmente la casa que éste le había dejado y la vendió. Con lo que
obtuvo, más un préstamo del señor Keston, se pagó sus estudios universitarios.
No sólo pudo estudiar una licenciatura, sino que era tan brillante que obtuvo
un master en química.
Justamente, por su
capacidad, Amtec lo había contratado. Y gracias a su relación con Harriet,
Steve, que recién se había casado con ella, pudo tener también trabajo en la
empresa.
Como señale, la
historia inicia a mediados de los 1950’s, cuando se estaba construyendo la
planta de Amtec. Harriet tenía dos hijos, Gene y Tim, adolescentes ambos. Del
cuidado de la casa y de la familia, se había dedicado, por los pasados veinte
años, Nell Talbot, una sexagenaria muy afanada, que “así como había cuidado a
Harriet y Josh, así cuidaba a los hijos de Harriet”.
Nell era tía de Ted
Talbot, “miembro de un clan que había fundado el pueblo muchas décadas atrás”.
Ted y Salma, su esposa,
habían procreado a Jeannie, que tenía 17 años y a Chrissie, “una linda nena de
cinco años”. Jeannie, trabajaba en una tienda de perfumes y cosméticos, que
estaba teniendo gran crecimiento gracias a toda la gente que estaba llegando, relacionada
con Amtec, tanto los futuros empleados, así como las cuadrillas de albañiles
que construían la enorme plana. Era ambiciosa y quería tener su propio negocio,
a pesar de que Jerry Keston, el hijo del banquero, su novio, se oponía y quería
que, lo antes posible, se casaran, “pues no quería que nadie más amara a esa
chica tan hermosa, la envidia del pueblo”.
En esta parte, Gaskin
deja entrever el velado machismo, que siempre se antepone a las ambiciones de
mujeres progresistas, que no quieren seguir bajo la sombra de sus parejas. Es
muy común, hombres que truncan las profesiones de sus esposas, pues prefieren
verlas como amas de casa, cuidando a sus hijos. “Yo te daré todo”, es la muy
común frase que declaran esos machos.
Harriet aún conducía,
con mucho orgullo, el Rolls Royce, que consideraba muy distintivo. Y vestía
ropa, aunque fina, algo anticuada para la época. Todos esos años de matrimonio
habían sido para ella, tener que ser la devota esposa de Steve y estar atenta a
todo lo que él quisiera. Pero siempre había tenido muy escondido en su corazón
a Mal, a quien, incluso, había reencontrado años atrás, ya cuando ella recién
se había casado con Steve. Éste, fue enviado al frente y Harriet había tenido
un romántico, sexual, efímero encuentro con Mal. Pero cuando Steve regresó,
cada quien volvió a su vida. Por entonces, Mal estaba casado, “pero su
matrimonio no duró, convencidos su esposa y él de que no se querían”.
Con la empresa,
comenzaron a llegar personas “refinadas”, como Laura Peters, que antes de
casarse con Ed Peters, presidente de la futura planta de Amtec en Burnhan
Falls, había sido actriz. Su anterior matrimonio había sido con un tal Larry,
escritor y productor de obras teatrales. Bajo su tutela, Laura Carroll, como se
había apellidado antes de casarse con Ed, actuó en varias obras teatrales de
poca monta, pero una en especial The
Leaven (La gran influencia), le valió dos temporadas en Broadway. Luego de
ese gran éxito, Larry le pidió el divorcio “Has sido una gran mujer, eres muy
bella, te he amado y te he enseñado muchas cosas, pero ya quiero seguir con mi
vida y con otros proyectos, Laura”.
Fue un duro golpe para
ella, tanto para su carrera, así como para sus ambiciones artísticas, pues
reconocía que no tenía especial talento para la actuación y que, en efecto,
gracias a Larry, había logrado colarse en esa importante obra teatral, cuyo
guion había sido escrito por aquél, especialmente
para ella. Un ejecutivo de Amtec la conoció un día en una reunión y la
reconoció. Le ofreció hacer comerciales corporativos para la división de
electrodomésticos de Amtec Industries, que ella aceptó.
Por ese entonces, era
común asociar la imagen de una personalidad del cine o de la televisión con una
compañía. Actrices consolidadas aparecían “apreciando” las bondades de, por
ejemplo, un auto, un refrigerador, un perfume, lo que, de inmediato,
fetichizaba a tal producto y sus ventas crecían pues la gente decía que tal actriz
o tal actor “manejan un Lincoln o un Cadillac y yo quiero hacerlo también”
(pueden ver un ejemplo de esa publicidad actoral-corporativa en el siguiente
video, en donde la actriz Julia Meade (1925-2016), muy famosa, por esos años y
el actor Les Tremayne (1913-2003), también muy famoso, anunciaban el Lincoln
1959: https://www.youtube.com/watch?v=PkNK3WsMi9U).
Y por esos anuncios y
su trabajo, Ed la conoció, la invitó a cenar algunas veces y le pidió
matrimonio. Ed, era divorciado, y tenía dos hijas, Clare y Elizabeth. Con
Elizabeth, la mayor, de trece años, Laura empezó llevándose bien, “viendo en la
regordeta chica, alguien tan incomprendida como ella, frustrada en sus
ambiciones actorales”.
Otra mujer que había
llegado era Sally Redmond, esposa de Tom Redmond. Originaria de la ciudad de
Nueva York, hija de padre activista, siempre había visto en las causas que
había perseguido su padre un buen ejemplo. A Tom, lo había conocido en la
tienda en donde ella trabajaba. Un día, la invitó a salir. Y fue el inicio de
un gran romance, que terminó en matrimonio. El padre de Sally, al principio, no
estaba muy de acuerdo, pues había deseado que Laura se hubiera casado con Johnny
Ryan, “irlandés, igual que ellos, ni siquiera por la cuestión material, sino
porque era la tradición, de mantener la raíces irlandesas”.
Pero, al final, luego
de algunos meses, se reconciliaron.
Sally, había sido
alentada por su padre de escribir un libro, “pues tu vida está llena de
anécdotas útiles, hija, y estoy seguro que sería un bestseller”.
Un buen día, se
descubrió embarazada. Y aunque al principio, lo tomó como algo que le restaría
tiempo para escribir, estoicamente lo aceptó. “Comprendió que, como esposa,
también tendría que ser madre, darle hijos a Tom, quien tanto se esforzaba por
los dos, trabajando duro en Amtec, para que tuvieran esa buena casa, un buen
auto, buenos muebles, buena vida, como ella nunca tuvo antes. Sí, antes que
escritora, tenía que ser su esposa y participar en todo lo que las buenas esposas de los empleados de Amtec
hacían, como acciones religiosas de beneficencia, desayunos, actos de apoyo a
la empresa y así…”.
Jeannie Talbot, como
señalé, era igualmente ambiciosa, deseosa de progresar, sobre todo, tener su
propio negocio de cosméticos. Y eran frecuentes las discusiones con Jerry,
sobre que “para qué Jeannie, si conmigo lo tendrás todo. ¡Mejor casémonos ya!”.
“No, Jerry, no, te amo, y es lo que más me gustaría, pero no, no quiero que me
vean sólo como tu esposa. No, yo
quiero progresar, que digan, ‘miren, ahí va la esposa de Jerry, a la que le ha
ido muy bien con su negocio y le gusta progresar y crecer’. Eso quiero, Jerry,
comprende, por favor”.
Pero sus proyectos y
ambiciones se frustraron cuando una desafortunada noche, unos albañiles que
trabajaban construyendo la planta de Amtec, Patrino y Reitch, pretendieron
invitarle un refresco. Como la esposa de Patrino, era buena clienta de los
perfumes que vendía Jeannie, ésta, aceptó tomarse un refresco, pues a un lado
de la tienda de perfumes, había un local de sodas. Era el anochecer del sábado,
y uno de ellos le sugirió que fuera con ellos a “tomar una copa, pues no
entiendo como una chica tan hermosa como tú, puede estar sola en sábado por la
noche”. Jeannie, amablemente, rechazó la oferta. Y eso le valió que, más tarde,
cuando ella caminaba por la calle, la secuestraran y violaran.
Mal la halló en el
bosque, muy golpeada. Él, solía visitar la cabaña a la orilla del lago, que
había construido Joe Carpenter, el padre de Harriet, pues extrañaba los viejos
tiempos y que Harriet no estuviera con él. Justo en esa noche que andaba cerca
de la cabaña, escuchó los gritos de Jeannie, pidiéndole ayuda.
La llevaron al
hospital, muy golpeada, con un ojo morado y cerrado, en donde estuvo varios
días. Y el machito de su novio, nunca la visitó. Pesaba en él, la violación de
su novia, como si hubiera sido un altar sagrado que vándalos hubieran saqueado.
“Pero lo que más sentía era que por el liberalismo de Jeannie, le hubiera
sucedido eso”. O sea, él la culpaba de
que la hubieran violado, “de que no le hubiera hecho caso de casarse. De
haber sido así, nada hubiera sucedido”.
Aquí, Gaskin muestra lo
dicho, que para muchos hombres, las mujeres, sobre todo, las muy atractivas,
son como objetos de deseo, que sólo ellos deben de poseer. Y si alguien las
ultraja, pierden toda valía. Es común, por desgracia, que una mujer violada,
debido a esos prejuicios de que “seguramente los tentaste”, se sienta
disminuida, acomplejada, y que si un hombre la acepta así, hasta se convierte
en una especie de esclava, con tal de que la acepte. ¡Son los profundos daños
psicológicos que las violaciones ocasionan, además de los físicos y sin una
adecuada orientación, muchas chicas violadas hasta se suicidan!
La violación de
Jeannie, conmocionó mucho al pueblo. Unos, compadeciéndola, otros, culpándola
y, al final, teniéndole “lástima”, pues para la gente, sobre todo los machos,
era una mujer marcada por la adversidad.
Sally Redmond, se
sintió muy afectada y al otro día de saberlo, informada por Tom, decidió
suspender una cena que tendrían con esposas de directivos. Le pidió que la
llevara a Nueva York, a visitar a sus padres (al final, al saber que en la cena
había estado la esposa de un importante directivo, que podía impulsar a su
esposo, se sintió muy arrepentida y juró que, en adelante, nunca faltaría a
eventos que habrían de beneficiar a Tom).
Steve, el esposo de
Harriet, quien, como señalé era jefe administrativo de Amtec, habló con Ed
Peters, consternado y molesto de que albañiles de Amtec hubieran violado a la
nieta de Nell, la nana de sus hijos y que la empresa debía de hacer todo cuanto
pudiera legal y económicamente, para ayudar a Jeannie y a sus padres, con tal
de cuidar el prestigio empresarial. “Sí, sí, Steve, haremos todo lo que esté de
nuestra parte, pero, por favor, minimicemos este caso, no le conviene a la
empresa, ni a ti, ni a mí, que trabajamos en ella. Como dice el jefe de la
policía, hay tantas chicas violadas en este país que, una más, no cuenta, sólo
como estadística”. Steve, se resignó. Sabía que tenía toda una carrera por
delante. Y, en efecto, la empresa pagó todos los gastos hospitalarios de
Jeannie y estuvo al tanto de las pesquisas policiales para dar con los
responsables.
Pero, como suele
suceder en muchos casos de violación (y más aún en esos más machistas años),
nunca la policía pudo dar con los perpetradores, que habían huido la noche del
delito. “Parecían no darle importancia los policías a la violación de Jeannie,
una más entre miles que se daban en este país”, hace la reflexión Gaskin en su
narración.
Como en ese pueblo,
Jeannie siempre sería vista con lástima y con el prejuicio de que por “coqueta”
había sido violada y cualquiera hasta lo volvería a hacer, decidió irse a Nueva
York, a “perderse entre al anonimato de esa gran ciudad y aprovechar las
oportunidades que esa nueva vida le ofrecería”.
Mientras eso sucedía,
las ambiciones actorales de Laura Peters, estaban allí, picándole el orgullo. A diferencia de Harriet, quien quería a Steve
o de Sally, quien amaba a Tom, estaba con Ed, sólo por interés, por la casa
nueva que les había dado Amtec, por los lujos que le compraba, buena ropa,
caros perfumes, por el Ford Thunderbird último modelo, exclusivo para ella. No
iba más allá la atención de Laura a su esposo y si asistía a eventos de la
empresa, era sólo por quedar bien y porque sabía que todo mundo la admiraba por
su belleza. “Sí, era de entrar a cualquier sitio y que todo mundo, hasta las
mujeres, la voltearan a ver por su belleza, una rubia muy sensual y hermosa”.
Y con el pretexto de
seguir en la actuación, le dijo a Ed que tomaría clases con un antiguo
profesor, Goodman, todos los martes, en Nueva York. Y allí se quedaría en un
hotel y regresaría los miércoles por la mañana.
Pero, en realidad, era
para verse con un guionista y promotor teatral, Phil Conrad, a quien, pensaba,
había conquistado ella con sus encantos. Al principio, pensó en sólo usarlo,
pero esa manera de ser de Phil, “tan masculino, tan dominante, tan conocedor
del mundo, fue invirtiendo los papeles”. Al final, ella estaba convencida de
que lo amaba. Y luego de varias semanas de verse todos los martes, le dijo Phil
que tendría que marcharse a Europa unas semanas “para ver lo de una obra que
podría montar y quizá tú podrías ser la actriz principal”.
Con esa esperanza,
Laura decidió esperar. Y asumir su papel de esposa
empresarial de Ed, haciendo algunas cosas que requerían su presencia.
Y Harriet, por su
parte, tuvo algunos encuentros con Mal, quien le insistía en que dejara a Steve
y que se casara con él. “Tú, sólo actúa, Harriet, si me quieres. Déjalo y ya
veremos cómo nos las arreglamos. Incluso, te puedes traer a tuis hijos”.
Pero ella, muy centrada, pensó que el momento de
estar con Mal, había pasado, que ya no sentía ella, por él, lo mismo que años antes, cuando era una
chiquilla y que habría dado todo por estar con él. Y no se trataba de que fuera
una mujer tradicional, convencional, como ella misma se sentía, sino que las cosas
eran en su momento o no se daban. “No podía forzar las cosas. Lo mejor, era
dejarlo todo así, seguir con su vida de casada, con sus hijos. No hacer nada,
era lo mejor. Y eso decidió hacer, nada”.
El pueblo, entró en una
nueva crisis, cuando Chrissie, la hermana de Jeannie, un día, se perdió en el
bosque.
Todos, con el recuerdo
todavía fresco de la violación de Jeannie, pensaron lo peor. Steve, dada la
ineptitud de la policía local, le llamó a Ed, quien estaba en Nueva York con
Laura, para que Amtec pusiera a disposición todos sus recursos, empleados,
médicos, vehículos, el helicóptero empresarial, para buscar a Chrissie. “No es
para tanto, Steve”, pretendió replicar Ed. “Claro que sí, Chrissie es la
hermana de Jeannie Talbot, la chica que violaron dos de los trabajadores de
Amtec, recuerda. Así, hasta la empresa se reivindicaría”. Sí, en efecto, pensó
Ed, era lo que se necesitaba, buena publicidad para quitar ese estigma. Pero él
se encargaría de organizar la búsqueda, no “dejaría que el crédito se lo
llevara ese hijo de perra de Steve, que ya quería quitarle sus funciones como
presidente de la planta”.
Y así fue, Ed coordinó
perfectamente bien todos los esfuerzos para buscar a Chrissie, para admiración
y sorpresa de la policía local.
Jeannie, avisada por su
madre, hasta regresó de Nueva York, en donde ya le estaba yendo muy bien en el
departamento de perfumería de una empresa, con un buen salario. Hasta rentaba
su propio departamento. Se lo había ganado, el buen empleo, pues era muy
eficiente. La había promovido uno de los accionistas de la empresa, Charles,
con quien sostenía una muy buena amistad. Él, la había llevado a Burnhan Falls,
cuando Jeannie supo lo de la desaparición de su hermanita.
Finalmente, Chrissie
fue hallada. Se había perdido entre el bosque. La había encontrado un
trabajador de Amtec, asustada y con algunos raspones, pero bien. Las peores
sospechas, de que alguien la hubiera secuestrado – un trabajador de Amtec, como
habían hecho con Jeannie –, abusado de ella, y hasta la hubiera asesinado,
quedaron atrás (Gaskin, hábilmente, conduce la trama en ese sentido).
Hasta aquí, hay que
decir que la historia está muy bien dirigida y los diálogos, están perfectamente
estructurados. Gaskin, tiene buen dominio de las emociones humanas, de las
reacciones. Y la forma en que hablan los personajes entre ellos, es muy
natural, no forzada.
Bien, pues mientras
buscaban a Chrissie, Laura se enteró de que Phil, su “gran amor”, había
regresado a Nueva York. Ni disimuló cuando, estando en la sala de espera, en
donde todas las esposas de los directivos de Amtec, se hallaban esperando
noticias sobre la niña, se enteró por el periódico del regreso de aquél y,
además, de que llegaba con una diva a
la que había dado el papel de su nueva obra teatral, la que, mentirosamente,
había prometido a Laura.
Salió furiosa del lugar
y a toda velocidad, manejando su Thunderbird, se dirigió a Nueva York.
Todos notaron su
reacción. Y una de las esposas, la entendió, al ver algunos encabezados de la
sección de espectáculos del periódico que había estado leyendo Laura.
Eso fue un viernes. La
dolida mujer estuvo tratando de comunicarse todo el día con Phil, llamando a su
hotel (el tipo, odiaba vivir en casas) y a sus restaurantes predilectos,
dejando recados de que, en cuanto lo vieran llegar, le dijeran que se
comunicara con ella. Y así estuvo, fumando, tomando, esperando ansiosa la
llamada, hasta que, a eso de la una de la mañana, sonó el teléfono. Y ya le
reprochó que no le hubiera dado el papel de su nueva obra. “Es que, la verdad,
le queda más a ella, Laura”. “Mira, Phil, la obra es lo de menos, de verdad, yo
te amo, ¡te amo!, con todo mi corazón. Necesito verte, por favor, déjame ir a
verte”, le rogó. “Mira, linda, no es martes y estoy muy cansado”, le dijo el
hombre, con aburrido tono y le colgó. Y fue cuando Laura, se dio cuenta de lo
tonta que había sido, de haberlo manejado, se dejó manejar. Primero, había sido
la esperanza de que Phil la relanzara al estrellato, pero, luego, se había enamorado, sí, de ese dominador,
petulante, pretencioso.
Llegó el domingo, Laura
seguía metida en ese hotel.
Y, lo temido, se
presentó. Alguien abrió la puerta de la habitación. Entró Ed, con una actitud
de mando. Le dijo que no aceptaría reclamación alguna de ella, “y si sólo es
por el dinero, simularas ser una buena esposa del presidente de Amtec”. Ed
sabía de sus amoríos con Phil, a quien Amtec pensaba contratar para que
dirigiera una nueva publicidad corporativa en la que Laura participaría. “Y no
sé si ya te habías enterado de que hallaron a Chrissie y que te necesité allí,
para que, junto con el presidente general de Amtec, hiciéramos la presentación
con la prensa, pues era buena publicidad para la empresa”. “Peo, Ed, qué podía
yo hacer allí, nada”. “¡Justamente eso, nada,
pero con que hubieras estado allí, era más que suficiente. No sirves como
actriz, esto se acabó, sólo eres una linda mujer y con eso me basta. Y
vámonos!”, le ordenó. Laura, antes, tan déspota, aceptó, sumisamente, la orden.
Y en todo el camino de
regreso, lo único que le dijo Ed era que su Thunderbird sería llevado de
regreso a Burnhan Falls por uno de sus empleados.
El siguiente lunes,
Jeannie era despedida en la estación de tren por sus padres. No hallaba nada
más que ver con ese pueblo. Para ella, estaba enterrado en el pasado y su nueva,
vida se desarrollaría en Nueva York. Y cuando llegó a su departamento, la
esperada llamada de Charles, se presentó. “Hola, Charles, todo bien, ya, sí…”.
No así para Laura,
quien frustrada, desilusionada y engañada por Phil, no tenía ganas de nada. Era
un lluvioso lunes, luego del domingo en que Ed, la había ido a buscar al hotel de
Nueva York. Y el martes siguiente, tenía una comida con la asociación de padres
y profesores de la escuela de Burnhan Falls, en la que Ed le había exigido que
se presentara normal, “nada elegante”.
Como era su costumbre, más,
cuando estaba deprimida, ordenó a Gracie, su ama de llaves, que le llevara la charola con ginebra, vermut, agua
mineral y hielos. “¿Desea que le prepare su bebida, señora Peters?”, le preguntó.
“No, Gracie, yo lo haré”, fue la seca respuesta. También le había recordado Ed
que esa noche, cenarían con uno de los directivos de Amtec. “Y no quiero que
pongas pretextos, Laura, iremos y ya”, fue la estricta orden.
El día lluvioso contribuyó
más a su tristeza, a su frustración, de que ya jamás sería actriz y que, si
quería lograrlo, tendría que alejarse de Ed, de esos lujos. “¿Lo lograría?, se
preguntaba, mientras comenzó con el ritual de maquillarse y de elegir su ropa”.
Al final, luego de tomarse
tres copas y comenzar a tambalear, se olvidó del maquillaje. Salió sólo con una
frazada, dirigiéndose al garaje. “Allí, prendió el Thunderbird que, como le había
dicho Ed, le habían llevado de Nueva York. Sintió su potente motor. Y salió del
lugar. Nadie se explicó por qué iba tan ligera de ropa y que hubiera ido a toda
velocidad en ese resbaladizo camino. Había muerto instantáneamente al
estrellarse el auto contra unas rocas, a la orilla del lago”.
Se comentó su muerte
entre todos. Ed, no se supo si por pena o vergüenza, había renunciado a la presidencia
de Amtec en Burnhan Falls y la ocupó Steve, para orgullo de Harriet, quien
hasta se compró un auto nuevo, un Oldsmobile, “porque todo debe de cambiar”,
les dijo a sus amigos, cundo le preguntaron sobre el viejo Rolls Royce.
Así es, la vida cambia
y nos debemos de adaptar o morir.
Es la dialéctica de la existencia.
Contacto: studillac@hotmail.com