domingo, 25 de agosto de 2019

De felicidad social, cinismo e imitadores


De felicidad social, cinismo e imitadores
Por Adán Salgado Andrade

Hace unos días, AMLO afirmó que “el pueblo está feliz, feliz, feliz”, y que lo va a demostrar documentalmente (ver: https://www.jornada.com.mx/2019/08/23/politica/005n1pol).
Pero bastaría acudir a algún restaurante-bar en donde se ofrezcan, los fines de semana, variedades, tales como “música viva” o algún animador, para constar la afirmación del presidente, como pudimos presenciar la noche del viernes, que aquí narro.
El lugar, “La Huarachera de Coyoacán”, celebra dos años de haber sido inaugurada, y decidió festejarlos a lo grande, quizá en la misma tónica de AMLO, para demostrar que está “muy feliz”.
En el nombre del restaurante, se evoca a esa zona de la ciudad muy concurrida por los “fresas” o, más acorde con el diálogo amlista, los “fi-fis”, quizá para que los de Ixtapaluca nos sintamos en Coyoacán, al entrar allí, sin tener que salir de la suburbana “madre patria” (sí, porque para llegar a Coyoacán, aún en auto, y sin tanto tráfico, es no menos de una hora o más de camino, además del gasto en gasolina o de los pasajes).
Como dije, la Huarachera decidió celebrar a lo grande, no teniendo empacho en contratar, además del grupo musical que siempre ameniza las cenas los fines de semana, nada menos que al mismísimo ¡Luis Miguel!, sí, ese cantante tan preciado por muchas y muchos (aunque luego deban de cancelarse algunos conciertos porque se ha sentido “indispuesto”)… bueno, al imitador, pero, ¡eso, sí, al mejor imitador de Luismi, el señor Luis Antonio Pineda!
Llegué con Elena al cuarto para las ocho, pues el evento estaba anunciado a las ocho de la noche. Elena, que es fan de Luismi, estaba tan emocionada, que hasta se apuró a terminar sus labores en casa (hacer la comida para sus hijas y su marido, lavar trastes, ropa…), con tal de pasar un buen rato viendo a su ídolo, bueno, a su, casi, clon, porque, según supe después, es el único y más cotizado imitador del famoso cantante, que a tantas y tantos ha conquistado con su singular tesitura de voz e intensa manera de cantar.
El restaurante-bar está encima de un Oxxo, así que debimos de subir unas escaleras para accederlo. Es un sitio aceptable, limpio, bien iluminado, pues al anunciarse como “familiar”, supongo que debe de cumplir con ese tipo de imagen.
Al llegar, la recepcionista nos preguntó si teníamos reservación, pero Elena le dijo que “me comentaron que no se necesitaba”. Nos pasó directo a la terraza, al parecer el lugar más exclusivo del restaurante, en donde, al fondo, estaban instalados instrumentos musicales.
Mientras llegaba el grupo de música viva y, sobre todo, el imitador, las bocinas del lugar sonaban la  música que emanaba de videos musicales, de distintos artistas, los que también se podían ver en varias pantallas, distribuidas por el salón.
Elena, como los demás, también requiere, de vez en cuando, de un relax, de un apartarse de la terrible realidad que vivimos a diario, con crisis económicas, violencia familiar y social, asaltos, asesinatos, violaciones, secuestros… en esos momentos, ni siquiera el pensar que alguna banda de delincuentes pudieran entrar al sitio y balacear a los comensales, quitaba las sonrisas o carcajadas o silenciaba las conversaciones de los que allí estábamos, esperando a Luismi, mientras ordenábamos bebidas y los alimentos que las debían de acompañar obligatoriamente (la mesera, muy educada, nos lo advirtió, que “deben ingerir algún alimento para tomar”).
No llevábamos mucha hambre, pues acabábamos de comer, pero, por cumplir con la “norma”, pedimos unas “alitas” a la BBQ (apócope de barbecue, a la barbacoa, piezas del pollo que antes nadie gustaba, pero que bastó con que una franquicia estadounidense las preparara aderezadas de varias formas, para que se popularizaran y ahora sean más preciadas que las pechugas de pollo).
Le preguntamos a la chica que a qué hora iniciaría el espectáculo del imitador y nos dijo, para nuestro ligero desencanto, que sería hasta las  nueve. “Es que se les cita antes, para que lleguen a tiempo”, dijo, a manera de excusa. Resignación…  
Ni modo, no nos quedó más que esperar y comenzar a pedir.
Elena pidió una cerveza obscura y, yo, un (pulque) “curado” de coco.
Hablamos sobre esto o aquello, mientras veíamos cómo el lugar se iba llenando con personas de todo tipo y edades, muy dispuestas a gastarse una buen cantidad de dinero, con tal de quedar bien con la amiga, la amante (los más), la novia, la esposa (los menos), y que los poderes etílicos del alcohol y el baile hicieran el favor de la desinhibición, para que se facilitara el besarla, el besarlo, el bailar con ella, el acercársele (si es la amiga o el amigo) más fácilmente, el aventurar un beso o una declaración de amor… que quizá se sellara, más tarde, en una habitación de hotel…
Y en ese momento no cabía la declaración, muy esgrimida por muchos, de que “¡La gente no compra, no hay dinero, muchos se están muriendo de hambre!”…
No, en esa noche, en La Huarachera, los que no tienen dinero ni para comer, no estaban presentes, no, pues los que estábamos allí, teníamos dinero (algo, no tanto), para comer, pero también para tomar.
Elena y yo lo hicimos con moderación – en las poco más de cinco horas que permanecimos allí, Elena se tomó una cerveza y tres piñas coladas, y yo, dos curados de coco, un agua mineral y una “coca” –, pero en las mesas contiguas comenzaron con cervezas embotelladas, a las que siguió el tequila, el whisky, el brandy, solos o con refresco… y, para no estar pidiendo cervezas a cada rato, mejor ordenaron “yardas”, bien frías, con su llave en la base, para simplemente rellenar el tarro, y seguir con la plática, la diversión, las risas, carcajadas… ¡vaya, el cinismo social, ponerle cara de alegría a la adversidad, estar “felices”, como dice nuestro presidente!
Y es que el estar tomando, proporcionó la tolerancia suficiente para esperar a Luismi.
O también habían estado bailando, al ritmo de las cumbias grabadas que proyectaban las bocinas, las piezas más gustadas. Elena se preguntó si todos iban con sus esposas o parejas y le aseguré que eran los menos, pues la mayoría estaba con el “amigo”, la “amiga”, el o la amante… sí, con tal de tener un factor más para ser “felices”…
El lugar es estrecho. La “pista” de bale  no da cobijo a más de cinco o seis parejas, por lo que muchos lo hacían entre las mesas. Un hombre muy gordo, de unos 45 años, que bailaba con una mujer de unos 30 años, con cada vuelta que daba, nos golpeaba la mesa… pero, ni modo de reclamarle, pues, al fin, es parte de la “algarabía”, promovida por el sano ambiente que emana de La Huarachera en ese momento… 
Eran más de las nueve de la  noche, cuando se acercó de nuevo la mesera para preguntarnos si deseábamos algo más. Antes de ordenar, le preguntamos que si, realmente, el imitador llegaría, y nos dijo que sí, que ya debía de haber llegado. Bueno, quedaba la esperanza aún. En nuestra desfalleciente “confianza social”, hasta sospechamos que fue sólo “el gancho” para que el lugar juntara bastante gente y que, en cierto momento, pretextaran algún problema, para justificar la ausencia del imitador. Pero, mientras tanto, ya todos habríamos consumido muchísimo más que en días normales.
Y en esos pensamientos andábamos, cuando se nos acercó otro mesero, un señor de unos 65 años o más, para decirnos que “sí, ya viene, pero está atorado por la lluvia en el circuito mexiquense, pero que sí va a venir, nomás que salga”…
Bueno, suspiramos aliviados, desechando nuestras ideas conspiracionistas de que sólo hubiera sido algún señuelo, para atraer a ingenuos comensales y bebedores a La Huarachera…
La música grabada que hasta ese tiempo había estado sonando, fue interrumpida, pues ya se habían instalado los músicos de la banda “en vivo”, los que comenzaron a interpretar canciones de “ska”, de los años 1990’s, que algunas parejas, sobre todo de jóvenes, se levantaron para bailar – quienes no habían bailado las cumbias, a lo mejor por el “rompimiento generacional” –, aliviados, tal vez, de que les hubieran puesto, por fin, música de su agrado.
Y allí estaban, dando saltos y moviendo brazos y manos, en el estilo de ese saltarín ritmo.
Los demás seguían comiendo, los menos, y tomando mucho, los más, hablando de sus cosas, no quizá de sus problemas, pero sí, muy probablemente, de que “mi esposa sabe que voy a llegar tarde porque tengo mucho trabajo en la oficina”, guiñando el ojo al que o a la que lo escuchara, o de que “me va a caer un buen bisne”, o que “ya cambié mi camioneta por una más nueva”…
Sí, porque no creo que en ese momento alguien se preocupara del incendio del Amazonas o de los miles de migrantes que han tratado de entrar a Estados Unidos, víctimas de violencia y pobreza en sus países…
¡No, en ese momento, era divertirse a lo grande, esperar a que llegara Luismi – porque muchos, al parecer, sólo habían ido por ver a Luis Miguel, aunque no fuera el de a deveras!
Al fin, por el micrófono, pasadas las once de la noche, once y cuarto, probablemente, alguien dio la “Primera llamada, primera!”, anunciando que estaba próximo a salir en escena el tan esperado Luismi
Pasaron otros minutos, y dieron la “Segunda llamada, segunda”…
Todos estábamos expectantes…
Y, finalmente,  vino la “Tercera llamada, tercera”…
Unos dos, tres minutos más tarde, ¡por fin, entró al salón Luis Miguel, el único!... bueno, el único de México que más se le acerca al producto original…
Y entró cantando “Cuando calienta el sol”, sí, para que fuéramos entrando en calor, luego de que probablemente algunos se entumecieron por la larga espera…
Los gritos de la  multitud estallaron y, de inmediato, se pusieron a cantarla – o graznarla – junto con él, quien lucía impecable, vistiendo esmoquin negro, camisa muy blanca, con holanes, moño negro y gafas oscuras, perfectamente peinado con algún fijador de cabello, sí, no cabe duda, teníamos allí, frente a nosotros, cantando, a Luis Miguel…
Terminó esa primera canción e hizo una pausa para saludar “a Ixtapaluca” y todos los gritos rompieron a coro, agradecer la visita – ninguna excusa por la tardanza, que quizá, fue inventada por los dueños del restaurante – y a decirnos que cantaría de su repertorio y de las que le pidiéramos…
Luego, para todos los que aún creen en el amor, interpretó “Amor, amor, amor”, con la cual, varios, de seguro, sintieron desmayar, pues les habría recordado a algún viejo amor, alguna decepción o al que tienen al lado, “a ver si se me hace”…
Y también, Luismi, nos invitó a cantarla junto con él, lo cual varias y varios hicimos. Elena cantaba, muy emocionada, recordando quizá pasadas épocas. Se le veía nostálgica, pero feliz…
Hizo Luismi una pausa, y en una mesa le invitaron una copa, que aceptó y tomó de un trago. Iba recorriendo las mesas y saludando, haciendo alguna broma…
Su voz no se escucha bien, porque, como sucede en esos sitios, no hay buena acústica, pues el sonido rebota y crea una confusión sonora, que, ni modo, debemos de “apechugar”…
Eso no sucedería si hubiéramos estado viendo al original en algún concierto, pero, no importa, le echamos cinismo, y seguimos escuchando…
Y, a propósito de cinismo, es también otra forma de sobrevivencia, hacer caso omiso a la terrible realidad, porque si la tomamos a conciencia, si “nos clavamos”, como bien dice el vox populi, nos va peor, los problemas se magnifican y nuestra miseria, no sólo económica, sino del estado de ánimo, se agrava… eso, la falta de cinismo, ha llevado a un brutal incremento en los suicidios, no sólo en el país, sino a nivel mundial. En el 2016, por ejemplo, se suicidaron 817,000 personas en el planeta, y la cantidad va en ascenso, ocasionados, principalmente, por problemas económicos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/02/el-alarmante-incremento-de-los.html).
Quizá si el cinismo interviniera a tiempo, no se quitaría la vida tanta gente…
Por eso, allí estábamos, echándole cinismo, no haciendo caso del pésimo audio, de la larga espera, de los empujones, de que había gente fumando (extrañamente, en ese sitio, no hay la restricción de que no se fume adentro), del calor…
No, allí fuimos a escuchar a Luismi, y es lo que hacíamos, ahora que cantaba “Inolvidable”, que Armando Manzanero le compusiera…
Y muchos suspiraban, dando un trago a su bebida, por ese inolvidable amor, que ya “fue”, como dicen, pero que nunca se olvidará…
Elena se las supo todas y las que siguieron, “Suave”, “Por debajo de la mesa”, “La Bikina”, que todos “cantamos” fervorosamente, “Ahora te puedes marchar” (el cover en español, de la que hiciera famosa Dusty Springfield, pero que, en inglés, se titula “I only want to be with you), “Culpable o no”, “La incondicional”, “Entrégate”…
Elena se levantó antes de que Luismi interpretara “La incondicional”, y se le acercó, para pedirle que, por favor, cantara “Si te perdiera”.
Esa canción le es particularmente entrañable porque “era la que le ponía a mi hija, cuando estaba ella enferma de la debilidad”. Hace un par de años, su hija menor, de repente, enfermó de algo que, hasta la fecha, no se ha podido precisar bien qué dolencia es. Han acudido con varios doctores especialistas y hasta con “brujos”, pero no han atinado a hacer un diagnóstico.
Pero, finalmente, su hija ha ido superando sola la enfermedad. Lo que le ha ayudado son varios tés que un famoso herbolario le recetó “y ya se está levantando”.
Eso fue lo que le dijo a Luismi y, muy gentil, éste, le prometió cantarla al final, a pesar de que “no me la sé muy bien”…
Cuando terminó de cantar “Entrégate”, al parecer, había olvidado la promesa y ya se iba.
Elena se levantó, y se la recordó.
Y Luismi no tuvo empacho en hacerlo. Dijo que la cantaría, porque “es muy especial para Elena”.
Pidió que pusieran la pista correspondiente, se acercó a nuestra mesa y se la cantó, con mucho, real sentimiento…
Elena estaba hecha toda lágrimas, y yo, junto con ella…
Un  momento muy emotivo ese, al parecer, sentido por todos los presentes…
Al final, Luis Miguel le dio un fraternal abrazo, muy sentido…
Y partió…
Estuvimos un rato más, suficientes para pedir la cuenta y acudir al baño.
Fue razonable lo que nos cobraron, claro, si se bebe y come moderadamente.
Al salir, nos encontramos con una mujer bastante ebria, que estaba siendo sostenida (manoseada) por dos “amigos”. Su desencajado rostro, la boca abierta, babeando, mostraba los duros efectos del sobreconsumo de alcohol, de distintas bebidas que al “cruzarse”, tienen un devastador efecto en el organismo. “Es que no saben tomar”, dirían los “que sí saben”…
Pero, bueno, son los efectos “colaterales” de haber estado contentos y “felices” por un rato, habiendo sido amenizados por Luismi
Porque Elena estaba feliz, la gente estaba feliz, yo estaba feliz…
Y es que, finalmente, estuvimos allí, cumpliendo la consigna de “ser felices”, como dice AMLO que estamos todos o… ¿ustedes no lo están?

Contacto: studillac@hotmail.com



sábado, 10 de agosto de 2019

Cuando la “libertad de expresarse” se torna en mensajes de odio


Cuando la “libertad de expresarse” se torna en mensajes de odio
por Adán Salgado Andrade

El 15 de marzo de 2019, el supremacista australiano Brenton Tarrant, de 28 años, entró en dos mezquitas de Nueva Zelanda, con una cámara tipo go pro, asida al casco en su cabeza, para transmitir en vivo la matanza que realizó en ambos lugares. Tarrant usó el portal 8chan para transmitir su genocida barbarie. Ese enajenado, retomó principios supremacistas de “superioridad racial” que están en contra de “razas inferiores”, judíos e islámicos. En su caso, se “vengó” contra islámicos, por eso atacó las mezquitas.
Pero su propósito de transmitir su execrable acción, fue posible, como señalé, gracias al sitio 8chan, que, mientras existió (está vetado, por lo pronto, de compañías que permitan su difusión por Internet), albergó toda clase de extremismos, en nombre de la “libertad de expresión”.
La revista tecnológica Wired publicó recientemente un artículo sobre la historia de ese obscuro sitio de Internet, escrito por Timothy McLaughlin, en el que se narra cómo los objetivos originales de 8chan, que eran ofrecer un foro abierto para expresar cualquier idea, se deformaron totalmente, convirtiéndose en un vertedero de odio e intolerancia, aun entre los mismos usuarios, los que hostigaban a los que no fueran de su preferencia, para que se retiraran (ver: https://www.wired.com/story/the-weird-dark-history-8chan/).
El sitio fue la idea de Frederick Brennan, joven que ahora tiene 25 años, quien nació en Nueva York y sufre la enfermedad que hace a los huesos quebradizos y deformados, la llamada osteogénesis imperfecta. Sus padres, se separaron cuando él tenía cinco años.
Por su enfermedad, nada de lo “normal” podía hacer y por eso se enfocó mucho en el internet, en el que, con los años, se volvió experto. Estudió en la Atlantic City High School, de la que se graduó con un GPA (Grade Point Average) de 3.0 (el más alto es de 4.0), o sea, que no fue mal estudiante y nunca tuvo una D, es decir, una nota mala.
Por su condición, usa silla de ruedas eléctrica, para que pueda desplazarse más fácilmente.
McLaughlin visitó a Brennan en su casa de Manila, y éste le platicó por qué concibió el 8chan, sitio que, gracias a sus habilidades de programador, creó.
Brennan era muy entusiasta del sitio 4chan, que ofrecía una aparente libertad de expresión. Este sitio es de la clase llamada imageboard, en el que los usuarios suben imágenes, acompañadas de breves comentarios. Esa clase de portales se originaron en Japón. Uno de los más famosos es el 2chan, también llamado Futaba Channel, y es el que ha establecido gran parte de las normas para los que le han sucedido (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Imageboard).
El 4chan, fue fundado por Christopher “moot” Poole en el 2003, cuando tenía 15 años, un adolescente “prodigio”, como también lo fue Brennan.
El 4chan, fue modelado, dice McLaughlin, a imagen del 2chan, y cinco años más tarde, ya era muy famoso. Notables memes comenzaron a surgir del sitio, además de que fue aprovechado por el grupo de activistas y hackers Anonymous, que se ha caracterizado por sus protestas en contra del control gubernamental.
Brennan, al principio, estaba muy contento con 4chan, hasta que se dio cuenta que Poole lo controlaba a su antojo, o sea, que no era tan libre.
Y eso lo llevó a fundar 8chan. El “8”, era por el signo de infinito, pero vertical, para dar a entender que en ese sitio, se garantizaba una libertad infinita de expresión para los usuarios. En octubre del 2013, fue concebido el portal y la única restricción, si así se le puede llamar, fue que Brennan pedía que no “se postee, pida o se de la liga de cualquier contenido que sea ilegal en Estados Unidos de América y que no se creen foros con el sólo propósito de postear o esparcir tal contenido”.
Pero eso, como señala McLaughlin, dejó espacios vacíos, pues cosas como fotos violentas no entraban justo en esa categoría (fotos de cuerpos descuartizados o de niños abusados por pedófilos, por ejemplo). También el llamado “doxxing” se permitía, que es dar a conocer información personal, como domicilio y teléfono de alguna persona, lo que daba lugar a  hostigamientos, en la red, de usuarios y cosas por el estilo. Todo eso fue generando la faceta obscura y tóxica del sitio.
Poco a poco 8chan fue ganando adeptos, principalmente los que fueron abandonando el 4chan, desencantados del control de Poole.
Pero justamente por su contenido, fue que varias veces el 8chan se quedaba sin difundir, pues los prestadores del servicio de Internet lo rechazaban y salía de la red.
También Brennan se fue haciendo más famoso. La gente respondió bien a una convocatoria para que pudiera comprarse una silla de ruedas. Trabajaba en Razor Clicks, una empresa para impulsar sitios de Internet, gracias a la cual, obtenía dinero para sostener 8chan. Incluso, la agencia noticiosa árabe Al Jazeera, le hizo un documental en el 2014, “La otra América: Frederick Brennan”, en donde se daba cuenta de lo difícil de su vida, de su enfermedad, de tantos huesos fracturados que había tenido por su condición de fragilidad ósea. El mismo año, el New York Times publicó dos artículos sobre él, uno de los cuales habló sobre la vez en que Brennan fue asaltado, y la única “ayuda” que recibió de nefastos “policías” que atendieron el robo, fue la de haberlo trasladado a una estación del Metro y abandonarlo allí. Brennan tuvo que llegar como pudo, a pesar de su discapacidad, a su casa.
También escribió para un diario neonazi, The Daily Stormer, un artículo sobre que la gente que tenga serias enfermedades, como la de él, no debería tener hijos, un caso de auto-eugenesia, como él mismo lo dice.
Y aunque 8chan, por sí mismo y por la fama de Brennan, estaba teniendo éxito, no le dejaba dinero. Al contrario, era muy caro, sobre todo el pago del ancho de banda, pues cada vez tenía más y más usuarios. Estuvo a punto de desaparecer.
Fue cuando Ronald Watkins, hijo de Jim Watkins, un empresario estadounidense, radicado en Manila (para evadir impuestos), le ofreció acoger a 8chan, en su compañía N. T. Technology. Watkins lo había visto en el documental de Al Jazeera y, digamos, que lo conmovió.
Fue tan dadivoso con Brennan que hasta lo llevó a vivir a Manila, en donde le puso departamento.
Y lo único que le pidió fue el 60% de las ganancias de 8chan. Jim Watkins, el padre de Ronald, lo cambió a un condominio de lujo. Y Brennan, muy entusiasmado, le entregó todo el sitio a aquél, incluyendo los servidores. En poco tiempo, Jim Watkins, se hizo propietario de 8chan.
Pero como sucede en esas “sociedades”, en las que una de las partes saca ventaja de la otra, pronto tuvieron Brennan y Jim Watkins diferencias y el primero, decidió separarse, dejándole el sitio, sin más alegar.
Ya se había dado cuenta Brennan, además, de que se estaba convirtiendo 8chan en un polvorín, empleado sobre todo por radicales supremacistas, para postear allí mensajes de odio contra judíos, latinos, afroestadounidenses, islámicos… y así.
Y como Watkins no tenía forma de controlar el tendencioso contenido, se le salió de control.
El sitio también fue usado, antes de que lo cerraran, por el perturbado mental Patrick Wood Crusius, quien el 3 de agosto de 2019, entró muy bien armado a una tienda de Walmart, ubicada en El Paso, Texas, en donde asesinó a tiros a 22 personas, casi todas latinas, e hirió a 24. Vean sus fotos y dista de ser “superior” racialmente (refleja estupidez, pusilanimidad e indolencia).
Crusius comentó que admiraba a Donald Trump y hasta formó su nombre con armas. Publicó en 8chan un manifiesto “blanco nacionalista anti-inmigrante”, alimentado por toda la carga de comentarios racistas y de odio proferidos durante dos años por aquél nefasto “presidente”, quien hasta a congresistas ha insultado y les ha dicho que “Por qué no se regresan y ayudan a arreglar los lugares totalmente rotos e infestados de crímenes de donde vinieron” (ver: https://www.latimes.com/espanol/politica/la-es-trump-dijo-a-las-congresistas-democratas-vayanse-al-lugar-de-donde-vinieron-pero-todas-son-americana-20190715-story.html).
Véase la forma tan racista, humillante e insultante con que se refiere Trump a los “lugares totalmente rotos e infestados de crímenes” de origen, de las congresistas a las que insultó. Pero, además, las cuatro nacieron en Estados Unidos. Es decir, ese imbécil, ni siquiera se dio cuenta de lo que dijo, pues ellas son ciudadanas estadounidenses (Alexandria Ocasio-Cortez, de Nueva York, entre ellas).
Es evidente que esas peroratas de odio, de racismo, proferidas por un supremacista, aunque no lo diga que es, han hecho mella en tipos como Crusius y los de otros estúpidos que se creen “superiores racial y mentalmente”.
Es algo que se ha ido gestando con los años, el “supremacismo blanco”. Según los expertos, el problema proviene de la década de los ochenta, cuando en las cárceles se eliminó la segregación racial y la población negra, alrededor del 60%, se mezcló con los blancos quienes, como forma de defensa, formaron grupos como la Hermandad Aria o el Círculo Ario.
Un tal John William King, señalaba, además, que "los arios son una raza de individuos que se dieron cuenta de que están en la cima de la evolución humana, que nacieron con capacidad genética para ejercer enorme poder, liderazgo y conocimiento".
King, junto con dos cómplices, decidieron formar una “hermandad supremacista” y como “rito de iniciación”, en 1998, optaron por asesinar a un “negro”, James Byrd, un vendedor de aspiradoras afroestadounidense, a quien ataron de una camioneta y arrastraron más de tres kilómetros, hasta que la cabeza de ese pobre hombre, se atoró en una alcantarilla y se le desprendió. El cuerpo fue hallado en un agujero, todo mutilado y maltrecho.
Interrogados, luego de cometer el asesinato, King y sus cómplices declararon no sentirse culpables del crimen por considerar que los "hispanos, negros y judíos, son traidores raciales y las mujeres que salen con negros son putas y se les debería colgar de los mismos árboles de los que se cuelguen a sus novios".
Ya, en prisión, King se dio a la tarea de formar sus Texas Rebel Soldiers, un verdadero grupo de choque, autodenominados como una guerrilla para combatir y matar a "perros traidores de la raza" (la cinta de culto estadounidense Blood in Blood out, de 1993, dirigida por Taylor Hackford, muestra muy bien los sangrientos enfrentamientos que se daban entre los prisioneros de distintas razas de la cárcel de San Quintín).  
Finalmente, King, tras varios años de juicios, apelaciones y sentencias fue ejecutado con inyección letal, en abril del 2019. El jurado que originalmente revisó su caso, estuvo formado por 11 blancos y sólo un negro.
De haber cometido King el crimen en 1955, seguramente, ni a prisión habría ido, como sucedió con los dos hombres blancos que en ese año asesinaron al joven negro de 14 años, Emmett Till, porque, supuestamente, le había "coqueteado" a la esposa de uno de ellos. Till fue golpeado, muerto de un balazo y arrojado al río. Los asesinos fueron exculpados por un jurado de hombres blancos y, sólo cuando a uno de ellos un periodista le ofreció dinero por la historia, confesó el crimen, que quedó impune. Años después los dos hombres murieron sin que la madre de Till hubiera visto jamás un ápice de justicia por el asesinato de su hijo.
Así que, como puede verse, la violencia que está retroalimentando el discurso de odio del nefasto Trump, viene desde hace tiempo, es histórica.
La guerra de secesión dejó al sur ávido de venganza, de que los esclavos hubieran sido, de pronto, liberados por el Norte, y había que matarlos, linchándolos por cualquier motivo. De allí, el surgimiento de grupos extremistas violentos, como el Ku Klux Klan, organización de asesinos encapuchados, que hasta es glorificado por la señora Margaret Mitchell en su racista novela “Lo que el viento se llevó”. Esa obra da muy bien cuenta del origen histórico del supremacismo (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2017/07/lo-que-el-viento-se-llevo-o-los.html).
La cinta estadounidense “El infiltrado de Ku Klux Klan”, de 2018, dirigida por Spike Lee, da cuenta perfectamente del discurso de odio que ese nefasto grupo proclamaba en los 1970’s, cuando era dirigido por el nefasto líder supremacista David Duke. La cinta concluye con escenas reales de las protestas del 2017, en la ciudad de Charlottesvile, Virginia, en donde se enfrentaron supremacistas y activistas a favor de la igualdad racial. En ese trágico suceso, uno de los violentos, enajenados supremacistas, impactó su auto a toda velocidad contra los activistas, hiriendo mortalmente a una de ellas, Heather Heyer, chica blanca de 37 años que apoyaba la igualdad racial. El imbécil Trump no dio importancia al enfrentamiento, ni al asesinato, diciendo que ambos grupos tenían el mismo derecho a manifestarse. Así de nauseabunda fue su declaración.  
La facilidad para comprar armas, es otro de los ingredientes que provocan tantas matanzas, y es algo que Trump, ni sus secuaces republicanos, desean eliminar. El “inalienable derecho” de los estadounidenses a poseerlas es algo que nunca se extinguirá, pues evolucionó con ellos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/07/de-tiroteos-estrenos-hollywoodescos-y_26.html).
Agréguese a eso un portal como 8chan, para “garantizar la libre expresión”, y se tiene como resultado que un tipo como Tarrant haya podido “transmitir en vivo” su matanza o que Crusius haya posteado un mensaje de odio hacia los latinos, mexicanos, principalmente, a quienes iba a asesinar.
Por eso es que Brennan dice que ojalá desaparezca 8chan.
Luego de que se peleara con Watkins, quien fue a su casa a humillarlo e insultarlo (Brennan estaba desnudo, lo que lo hizo sentirse más vulnerable), se ha dedicado a buscar la paz en la religión. Se casó y vive con su esposa y dos perros.
Watkins ha tratado de hacer que 8chan sea lucrativo, pero ningún anunciante se publicitará en un sitio que promueve matar a latinos, negros y árabes, como señala McLaughlin.
Victor Lorenzo, jefe de la División de Cibercrimen de Filipinas, anda tras Watkins y 8chan. Watkins “confía” en que como él es estadounidense, tiene “inmunidad” ante la ley filipina. Pero Lorenzo dice que está equivocado, pues al residir en Filipinas, sí es juzgable, tanto Watkins, así como 8chan, por los delitos que se cometan. “Considerando que el sitio está registrado aquí, claro que tenemos jurisdicción”, afirma.
En fin, la historia de 8chan y su conversión en un portal de mortal odio, es una advertencia, pues habrá otros sitios que inciten a la violencia y a matanzas.
Probablemente Trump no entienda, o quizá lo haga, hasta que un latino, ya harto de sus discursos de odio, vaya y mate a puros blancos.
Todo es posible en ese país de locos, armados “supremacistas”.