viernes, 22 de febrero de 2019

Los no muy efectivos trasplantes de manos


Los no muy efectivos trasplantes de manos
por Adán Salgado Andrade


Los trasplantes de órganos han sido una alternativa médica para miles de personas que requieren urgentemente una parte corporal que sustituyera a la que estaba fallando.
El primer trasplante efectuado fue de un hígado, practicado por el doctor estadounidense Thomas Starzl (1926-2017), en 1963, aunque el paciente murió debido a una incontrolable hemorragia operatoria. Luego, en 1967, de nuevo Starzl efectuó otro trasplante de hígado a una niña de 19 meses, que fue, ese sí, exitoso, aunque la niña sólo vivió un año (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Liver_transplantation).  
Luego de ese trasplante de hígado vino el del corazón, el primero practicado por el polémico doctor  sudafricano Christiaan Barnard (1922-2001), el 3 de septiembre de 1967. Se trató del corazón de Denise Darvasil, una mujer fallecida en un accidente, que fue colocado en el pecho del paciente de 54 años Louis Washkansky, quien estuvo consciente, pudo platicar con su esposa y vivió 18 días, pero murió de neumonía, pues las drogas que se emplearon para que su cuerpo no rechazara el implantado corazón, neutralizaron su sistema inmune y no resistió la infección bacteriana. Pero su segundo trasplante, practicado en 1968 a Philip Baliberg, fue más exitoso, pues salió del hospital por su propio pie y pudo vivir un año y medio. El tercer paciente, Dirk van Zyl, quien recibió un nuevo corazón en 1971, vivió 23 años y es el que más ha durado (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Christiaan_Barnard#First_human-to-human_heart_transplant).
Desde entonces, los trasplantes de órganos se han generalizado y no sólo se hacen de corazón, sino, también, de riñón, hígado, pulmones, páncreas, intestino y timo. También se hacen de huesos, tendones, corneas, piel válvulas cardiacas, nervios y venas. Y ha sido también gracias al empleo de drogas que impiden que el cuerpo los rechace, como la ciclosporina, el tracolimo, esteroides y otras menos agresivas.
Pero hay una muy reciente tendencia de trasplantar manos y hasta rostros. Los trasplantes de órganos no sólidos, como también se les llama.
La revista tecnológica Wired recientemente publicó un artículo firmado por David Dobbs, titulado “La devastadora atracción de los milagros médicos”, que se enfoca en la experimentación que un grupo medico ha hecho desde hace algunos años en cuanto al delicado y no muy efectivo trasplante de manos, tendencia que existe desde hace algunos años en varios países (ver: https://www.wired.com/story/devastating-allure-of-medical-miracles/).
El artículo refiere el caso de Sheila Advento, inmigrante filipina a Estados Unidos, quien vivía en Nueva Jersey. Un día, en el 2003, repentinamente, sufrió un ataque infeccioso en el torrente sanguíneo, sepsis, que casi la mata. Sobrevivió pues fue llevada rápidamente al hospital por su madre, que es enfermera, pero perdió las manos y las piernas, de las rodillas para abajo.
Sin embargo, muy animosa, no se dio por vencida y rápidamente se adaptó a las prótesis que sustituyeron sus amputados miembros.
Eso duró hasta que se enteró en el 2009 que la Universidad de Pittsburgh estaba buscando pacientes para un programa experimental de trasplante de manos. Ese programa estaba dirigido por el doctor W. P. Andrew Lee, originario de Taiwan. Fue hasta el 2010, ocho meses después de que Sheila solicitó el trasplante, que le llamaron.
El antecedente del trasplante de manos se dio en Francia, en 1998, cuando se hizo el primero, empleando una técnica llamada VCA (vascularized composite-tissue allotransplantation). Sin embargo, en el 2001, por varias razones, se le removió la mano al paciente. Eso no descorazonó a otros cirujanos, y la tendencia siguió en varios países. En 1999, Warren Breindenbach fue el primer cirujano estadounidense en realizar un trasplante de mano con la técnica VCA al paciente Matt Scott de 37 años, quien había perdido la suya por un cohete pirotécnico. Varias ciudades siguieron, como Los Ángeles, Paris, Innsbruck y otras.
La universidad de Pittsburgh se unió a la moda y, dirigida por el mencionado pionero cirujano Thomas Starzl, se propuso realizar también trasplantes de manos. Contrataron a Lee y el programa echó a andar.
La operación hecha para implantarle las manos a Sheila y a otros pacientes es muy complicada, pues son microcirugías, tardando de 10 a 15 horas, conectando docenas de tendones, músculos y venas tan delgadas como un fideo. Luego de ello, el paciente debe de adaptarse a la mano o manos, pasando por un largo y penoso proceso mediante el cual se deben de ir regenerando los impulsos eléctricos para mover músculos, huesos, nervios… y así, hasta que, algunos, lo logran. Otros, no, y, en esos casos, las manos deben removerse.
Cuando los pacientes logran tener movilidad total en las manos injertadas, además, deben de emplear, desde el primer momento las mencionadas drogas anti rechazo, para evitar que el sistema inmune las ataque. La que Lee empleó en estos casos fue el tacrolimo, pero en dosis excesivas. Esa droga tiene efectos adversos, el peor de todos, daño irreversible al riñón.
La recuperación de Sheila coincidió con la de otra paciente, Jessica Arrigo, quien también casi se muere por un ataque de sepsis. Ella perdió también piernas y una mano, que le fue trasplantada por Lee. Sin embargo, lo que ambas sufrieron, como muchos otros pacientes, fueron los terribles efectos del tacrolimo sobre los riñones.
Pero, como dije, algunos pacientes, ni con esa droga logran detener los efectos del rechazo. A Jessica le tuvieron que remover, en el 2015, la mano implantada por terribles reacciones que, finalmente, le ocasionaron la muerte en noviembre del 2017 por isquemia mesentérica, que fue el diagnóstico de su muerte por los doctores que la asistieron, aunque no hubo autopsia.
Otros pacientes parecieron adaptarse muy bien, como Josh Maloney, quien hasta tomó un curso de mecánica automotriz y trabajó de eso, pero la grasa en las manos que implica ese de ese empleo, no se llevaba con los cuidados que deben tenerse con un miembro implantado. Además, comenzó a tener los problemas de rechazo, que ocasionan otros trastornos físicos, así que pidió que se la removieran. Prefirió seguir con su prótesis, menos problemática que la mano injertada, como le comentó a Dobbs.
Dobbs investigó a algunos de los ocho pacientes de trasplantes de Lee. El más reciente, Eric Lund, quien perdió ambos brazos por una bomba en Afganistán, lleva dos años con los trasplantados y le dijo que iba bien, hasta ese momento, aunque no podía mover aun las manos. Está contento con la operación y espera mejorar. Otro paciente, Brendan Marrocco, no le regresó las llamadas, en las que le preguntaba por su salud, pero, al parecer, está bien. Jessica Arrigo, como se mencionó, murió por complicaciones del rechazo. Chris Pollock también se encuentra feliz, incluso, ya corta el pasto y cocina. Jeff Kepner dice que las manos trasplantadas no le sirven, que estaba mejor con sus prótesis, porque sí podía hacer cosas. El mencionado John Maloney, quien comenzó a presentar problemas de rechazo, no se arrepiente de haberse desprendido de esa mano injertada. Sheila presenta daño renal irreversible, pero está contenta con sus manos.
El programa de Lee fue suspendido porque el Departamento de defensa, que es el principal proveedor de fondos, se los retiró. Al parecer, no convencieron los esfuerzos, ni la falta de protocolos científicos adecuados, ni que no hayan hecho un seguimiento de los pacientes  a los que les fueron removidas las manos,  como a Jessica o a Maloney.
Y de hecho, Lee ya no trabaja en el hospital John Hopkins, pues tomó un empleo en la Universidad de Texas, en la escuela de medicina. Así que ya nada tiene que ver con los trasplantes.
Supuestamente todos los pacientes debían de firmar formularios en los que se les advertía de los riesgos, que ellos aceptaban, como el daño renal, el peor de todos, aunque Sheila dice que no lo recuerda, pero Lee asegura que sí se le dejó muy claro.
Mientras tanto, ella está en espera de un riñón, ya que los suyos están totalmente dañados por el tacrolimo.
Dice que está muy encantada con sus manos injertadas, porque ya hace todo y que, por ellas, se la está jugando, esperando que haya pronto un donador de riñón.
¿Valdrá la pena? Eso no lo sabríamos hasta que, no lo quiera Ometeotl, perdiéramos una mano y estuviéramos en ese dilema.

lunes, 18 de febrero de 2019

El alarmante incremento de los suicidios mundiales


El alarmante incremento de los suicidios mundiales
por Adán Salgado Andrade

En estos muy caóticos, críticos tiempos, en donde un futuro, ya no digamos decente, sino de sobrevivencia, es cada vez más complicado, para muchas personas, cada vez más el suicidio, es decir, el acto de quitarse la vida uno mismo, es una recurrente, extrema solución, muy lamentable, pero para quien así decide “resolver” los problemas que lo o la embargan, es la única salida.
Eso se ha agudizado muchísimo entre las personas que tienen problemas económicos, especialmente los grupos de más bajos ingresos, pero hay suicidios por otras razones. Personas con enfermedades terminales, por problemas pasionales, amenazados de muerte, despidos, presiones laborales y sociales… y más, llevan al suicidio.
Recientemente, el diario Daily Mail, en su edición digital, publicó un estudio efectuado por investigadores de la Universidad de Washington, mostrando pasmosas cifras en cuanto a ese problema (ver: https://www.dailymail.co.uk/health/article-6675283/Rise-number-suicide-deaths-despite-huge-drop-global-rate.html).
Comienza el artículo señalando que en el 2016, 817,000 personas se suicidaron en el mundo, 6.7% más que en 1990, cuando se quitaron la vida 765,000. Eso, a pesar de que la tasa mundial disminuyó, de 16.6 muertes voluntarias en el primer año, a 11.2 en el 2016. Eso, porque como la población mundial se ha incrementado, por cantidad, son más suicidios ahora.
Son los hombres los que más se suicidan, muy probablemente porque la mayoría llevan la carga económica, claro, los que son responsables, y no saben qué hacer cuando se quedan sin trabajo y son el sostén de la familia. Y es que, en estos tiempos de desempleo, es muy difícil conseguir una ocupación, en especial, una que pueda satisfacer los requisitos de un jefe de familia, por ejemplo, sobre todo si del que se fue despedido era uno de muchos años con un regular o buen sueldo.
Eso ocurrió, por ejemplo, en Japón, entre 1991 y el 2010, debido a un periodo de estancamiento económico, que llevó a muchos suicidios, sobre todo de hombres, incapaces de hallar una salida al desempleo o a situaciones de privaciones económicas. Esos suicidios aumentaron conforme varias instituciones bancarias se fueron a la quiebra y con ellas, cientos de puestos laborales, sobre todo de gente con muy buenas posiciones. Podría decirse que fue una especie de crack bursátil muy al estilo del de 1929 de Wall Street, cuando por las decenas de quiebras, muchos afluentes hombres de negocios y empresarios, al perder repentinamente sus fortunas, preferían suicidarse aventándose de altos edificios.
Como señalé, a pesar de que están disminuyendo los índices mundiales de suicidas, no se “está ganando la batalla para evitarlos”, indica el doctor Paul Nestadt, de la escuela de medicina de la universidad John Hopkins, quien afirma que los intentos por disminuir los suicidios han funcionado en países como Sri Lanka, pero no en otros como Rusia o Estados Unidos, lo que indicaría problemas más graves que sólo pobreza.
De hecho, el suicidio ha sido reconocido como un problema de salud pública por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por ello, la ONU pretende reducir en diez por ciento los suicidios para el 2020. Pero, a como van las cosas, es muy difícil de lograr, sobre todo porque ya se ve venir una nueva y más profunda crisis económica mundial del capitalismo salvaje, la que empobrecerá a millones más de personas o las dejará sin empleo.
Medidos en años de vida, esos suicidios equivalen a 34.6 millones de años, es decir, esa gente que decidió acabar con su vida, pudo haberla brindado para el bienestar social en tal cantidad. Lamentable, pero, como señalé, para muchos, es ya la única salida.
Las mujeres son las que menos se suicidan, pero, aclara el doctor Nestadt, eso es porque los hombres eligen métodos para matarse más letales que los de las mujeres. Por ejemplo, usan armas más frecuentemente, que es muy difícil que fallen.
Las regiones en donde se han dado muchos más suicidios son Australasia, Europa Central, Europa Oriental, la región de Asia-Pacífico, de alto ingreso, así como Estados Unidos y Canadá, también de altos ingresos. El país con la tasa más alta de suicidios del mundo es Groenlandia, quizá porque es la región menos habitada y más fría del planeta, lo que produce, de acuerdo a los expertos, efectos psicológicos adversos, que influyen en el estado de ánimo y conduce a la depresión. De hecho, en los países australes, en época de invierno, cuando los días son cortísimos, aumentan los suicidios, debido a la combinación de poca luz e intenso frío (quizá sea por ello que muchos europeos que viven en países como Groenlandia o Finlandia buscan vivir en países latinoamericanos o caribeños).
En Estados Unidos, por ejemplo, el mayor número de suicidios se da entre los veteranos de guerra, por los traumas que les dejan las guerras. De ellos, alrededor de de ocho mil se suicidan cada año (ver: https://edition.cnn.com/2013/09/21/us/22-veteran-suicides-a-day/index.html).
En el 2016, señalan los investigadores, el índice más bajo de suicidios se dio en Latinoamérica y el Caribe, en tanto que el más alto se dio en Sur-Asia. Por ejemplo, en ese año, entre las mujeres, cinco de cada diez que se suicidaron fueron hindúes. Muy probablemente pobreza y la condición de sumisión en el que se mantiene a muchas mujeres de la India, sean las causas (el hecho de que se les obligue a casarse con quien no desean, por ejemplo).
El estudio también señaló que los países de Europa Central con más suicidios son Ucrania, Rusia y Lituania. Especialmente en Rusia, se halló que 60% de los suicidas tuvieron una alta concentración de alcohol al momento de la muerte, lo que indicaría que beben para darse valor o que la embriaguez es la que los lleva a cometer suicidio. Y como mucha gente posee armas desde los tiempos de la Unión Soviética, éstas les, digamos, “facilitan” el suicidio, pues no se alcanza el nivel de sufrimiento de quitarse la vida, por ejemplo, mediante ahorcamiento o arrojándose al vacío desde un alto edificio.
Muchas personas no mueren justamente por el método elegido, como señala el artículo, que muchas veces no es tan letal, como tomar pastillas, las que muchas veces, sólo intoxican, pero no matan. Otros ingieren pesticidas, letales muchas veces, pero si son vomitados, la víctima puede sobrevivir.
En fin, se califica de cobarde al suicida, pero no es tan fácil quitarse la vida.
Y mientras este materialista sistema siga imponiendo como “valor” que se tenga mucho dinero y muchas cosas, la gente que no logre esa “meta” se frustrará y podrá llegar al nivel de que sólo el suicidio será su “salvación”.
Debemos entender que es más valioso alcanzar un nivel de satisfacción espiritual satisfactorio a volverse rico. El rico es mezquino, individualista e infeliz, pues nunca, cualquier monto de riqueza le atraerá la felicidad.
Si no fuera eso así, entonces, ¿por qué, también, entre los ricos, hay un buen número de suicidios?



Robert Van Gulik y su novela de misterio de la antigua China


Robert Van Gulik y su novela de misterio de la antigua China
Por Adán Salgado Andrade

Al experto en artes y leyes orientales Robert Van Gulik (1910-1967), se debe la popularización de la novela de misterio basada en la antigua China, cuando los magistrados eran considerados muy importantes en su doble papel, tanto de ejercer justicia, así como de aclarar los crímenes que tenían también que juzgar.
Van Gulik, durante la Segunda Guerra Mundial, tradujo al inglés la novela anónima detectivesca Celebrados Casos del Juez Dee, en donde el personaje principal, el Juez Dee, está basado en el personaje real, funcionario público y detective, Di Renjie, que vivió en el siglo VII, durante la dinastía Tang (600-900 DC).
Viendo el éxito de esa traducción, que se publicó en Tokio en 1949, Van Gulik optó por escribir sus propias versiones de tal novela, lo que hizo con varios títulos. Uno de ellos es el que recién terminé de leer, titulado The Chinese Gold Murders (Los asesinatos del oro chino), en donde propone una complicada trama que el buen Juez Dee deberá de resolver en muy poco tiempo.
Le edición que leí es la estadounidense, publicada por Dell Publishing Co., Inc., en 1959.
La importancia de que Van Gulik haya popularizado al personaje, tanto por la traducción de la novela, como por crear sus propios relatos fue, como él mismo lo dijo, que los escritores japoneses y los chinos, sobre todo, revaloraran sus propia literatura antigua sobre crímenes “pues tenían mucho material para plantear historias de detectives y de misterio” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Robert_van_Gulik).
La novela comienza con una plática que el Juez Dee sostiene con dos funcionarios públicos, muy amigos suyos, en la cual les plantea el por qué aceptó trasladarse a la ciudad de Peng-lai. La razón es que ya se cansó de hacer sólo trabajo de escritorio y quiere estar directamente con la investigación de los hechos mismos. Allí, se le presenta la oportunidad, pues tiene que resolver el reciente asesinato de otro magistrado, el señor Wang, hallado muerto bajo extrañas circunstancias.
Tras un recorrido por mar y, luego, en un par de caballos, acompañado de su asistente y fiel servidor Hoong Liang, se dirige hacia la vieja ciudad de Peng-lai. La narración es bastante ágil. Y casi al principio muestra acción, pues el juez debe de enfrentar a un par de salteadores de caminos que les quieren quitar sus caballos. Muy diestro como es en la espada, los enfrenta y vence y se presenta como lo que es, un magistrado. Incluso, cuando una patrulla de soldados se acerca, les dice que él y sus “asistentes” sólo entrenan y que no sucede nada. Los asaltantes son Chiao Tai y Ma Joong, quienes, admirados por la destreza del juez, además de su nobleza, le piden convertirse en sus asistentes en Peng-lai. Le platican las historias por las cuales no les quedó más que convertirse en salteadores, pero le juran que nunca han matado a nadie. El juez los acepta de buena gana, pensando en que le serán útiles, como en efecto lo son y junto con él, se ocupan de aclarar el asesinato del juez Wang.
Ya en Peng-lai, en el tribunal en donde habitaba Wang y en donde vivirá el juez Dee, es recibido por Tang, encargado de los servicios personales de los jueces, quien lo entera de los detalles de la muerte de aquél, por envenenamiento, lo que, poco a poco va formando el misterio, pues nadie pudo haber entrado a la biblioteca en donde se hallaba a la hora de la muerte. Se añade un misterio adicional, cuando el juez Dee, al investigar el lugar, ve una fantasmagórica aparición, la que, al describirla luego a Tang, éste le dice que así era el juez asesinado, por lo que Dee supone que vio a un fantasma.
Se agregan otros misterios, como el que uno de los encargados de despachar en el tribunal, Fan Choong, no se había aparecido en varios días a trabajar. Tang le platica que Fan tenía una granja, a la que solía ir y que allí fue la última vez que se le vio.
Otro misterio que se agrega es el de la esposa de un rico dueño de embarcaciones, Koo Meng-pin, la señora Koo “nacida Tsao”, quien está “desaparecida”. Es hija del doctor Tsao Ho-hsien, también dueño de embarcaciones, y el señor Koo está muy preocupado por su suerte.
Los asistentes del juez, Chiao Tai y Ma Joong, mientras tanto, investigan en los alrededores de Peng-lai para ver si averiguan algo.
El juez Dee decide investigar todos los cabos sueltos y acude a la granja de Fan. Allí, el encargado, Pei Chiu, en principio muy soez y cortante, al final, presionado por el juez, muy hábil para intimidar, le confiesa que halló los ensangrentados cadáveres de Fan y de una mujer, en la alcoba principal de la granja y, por temor, los llevó a ocultar al bosque. Como el colchón y la ropa de cama estaban llenos de sangre, también decidió desaparecerlos.
Esos crímenes agregan suspenso a la historia.
Obligado por el juez, Pei Chiu lo lleva a donde ocultó a los cadáveres, pero todos se sorprenden cuando, en lugar de Fan y la mujer, hallan a un monje al lado de aquél, lo cual adiciona un enigma más a la historia.
Pei Chiu tiene una hija Soo-Niang, con quien platica el juez Dee, para ver qué sabe. La chica le cuenta que sostuvo un romance con un tipo vulgar, violento y matón, llamado Ah Kwang, muy celoso, quien le pidió que se casara con él, pero como no tenía tierras, ella lo rechazó.
Como ya señalé, la trama es muy ágil y se van atando más y más cabos.
Chiao Tai y Ma Joong regresan de su recorrido en la noche, pero a la luz de la luna ven a lo lejos una palangana que transporta a un hombre calvo. Uno de los hombres saca un martillo y con él golpea al hombre. Los asistentes corren para ver qué sucedió, pero cuando llegan, la palangana ya no está. Ma Joong está seguro que han arrojado al hombre al río. Se avienta a las aguas, pero nada halla, más que restos de piedras. Luego, deciden ir a beber algo a una cantina, en donde se encuentran a Po Kai, quien trabaja como contador para Koo Meng-pin y resulta ser un gran poeta, pero esos dos, hombres comunes, no valoran sus poemas. Po Kai habrá de ser muy relevante en la historia.
De allí, Po Kai los lleva a un burdel, en donde Chiao Tai conoce a una prostituta coreana, Yü-soo, con la que hace amistad. Ésta mujer le enseña una cajita de madera laqueada, y le dice que fue un regalo del asesinado juez Wang, quien, a pesar de ser un hombre educado, sostenía encuentros con prostitutas.
Los asistentes, satisfechos de mujeres y alcohol, regresan con el juez Dee y le dan su reporte.
Poco a poco el juez Dee va resolviendo los casos.
Gracias a lo que le platica Soo-Niang, deduce que Ah Kwang, su desairado, celoso ex novio, pensó que ella era la mujer que estaba acostada con Fan en la alcoba de la granja, así que decide asesinarlos. Eso lo intuye porque Soo-Niang le había pedido que le regalara una peineta igual a la que ella llevaba y es la que el juez halla en la cama. Lo que aún no averigua es quién era la mujer que estaba con Fan, supuestamente asesinada también, pero que no estaba en donde Pei Chiu juraba y perjuraba que los había ocultado.
El juez deduce que Ah Kwang debe de esconderse en el antiguo templo abandonado, en donde es buscado por Chiao Tai y Ma Joong. Justo allí se esconde el criminal, quien los ataca, pero como los dos son tan hábiles, lo dejan mal herido y muere. Reportan eso al juez Dee, pero no se aclara aun la desaparición del cadáver de la mujer, ni la desaparición de la señora Koo, quien, sospecha el juez, pudiera haber tenido una relación extramarital con Fan.
Pero las cosas se van complicando, pues al siguiente día en que Chiao Tai y Ma Joong acuden  de nuevo al embarcadero para ir al burdel, les tienden una trampa entre la prostituta coreana Yü-soo y un asistente de Koo Meng-pin, Kim Sang, quien trata de asesinarlos, junto con otros hombres, a los que los asistentes, logran eliminar, pero saliendo algo heridos. Eso les permite averiguar, de acuerdo a las últimas palabras de Kim Sang, que alguien muy poderoso estaba dirigiendo una operación para llevar oro barato desde Corea, para venderlo caro en China.
Rápidamente se van resolviendo los cabos sueltos, más aún cuando una mujer que es dueña de un burdel, llevó ante la presencia del juez Dee a una mujer cubierta con un velo.
La mujer se lo quitó y toda la sala emitió senda exclamación, pues no era otra que la esposa de Koo Meng-pin, quien refiere que Fan la había secuestrado y violado por la fuerza en la alcoba de su granja. Fue cuando Ah Kwang los descubrió y pensó que se trataba de Soo-Niang, la hija de Pei Chiu. Ah Kwang había usado una hoz para matarlos, pero cuando la asestó sobre el cuello de la señora Koo, el instrumento se atoró en una esquina de la cabecera de la cama, por lo que apenas logró herir muy poco su cuello, pero en la obscuridad, el asesino pensó que estarían muertos. Fue así como los descubrió Pei Chiu y ella se hizo la muerta. En efecto, los llevó a tirar al bosque y a cubrirlos con ramas. Ella decidió huir, pero como sólo estaba cubierta con su ropa interior, no supo qué hacer. Iba a comenzar a caminar, cuando un monje iba pasando por el sitio. Ofreció “ayudarla”, a cambio de sus encantos, pero la señora Koo se rehúsa, justo cuando el mencionado contador y poeta Po Kai se iba acercando. Algo discutió con el monje y hubo un conato de pelea, pero éste, de repente, sufrió un ataque cardiaco y cayó junto al cadáver de Fan. Po Kai le ofrece llevarla, muy amablemente, con la dueña de un burdel para que la cuidara. Y fue justamente esa mujer la que la presentó en el tribunal.
Con eso ya se había aclarado lo de los cadáveres y la reaparición de la señora Koo, a quien, ni su esposo, ni su padre quieren de regreso en sus casas porque “ya había sido deshonrada”. El juez Dee, muy cortés, le ofrece tenerla en la casa de uno de los funcionarios del tribunal, cuya esposa es muy amable, además de que tiene una hija de la edad de, la ya, de nuevo, señorita Tsao. Ella le agradece, pero le dice que lo mejor será que se vaya a un convento. A lo que el juez le replica que lo piense mejor, pues esa palabra, para ella que es tan joven, no debe de existir. Gulik trata de mostrar también la gran calidad moral del juez Dee, quien, en esta parte, reflexiona que es muy duro que una mujer que fue violada, sea tan despreciada por su padre y su esposo.
Finalmente, el juez Dee y sus asistentes logran descubrir el complot del oro sustraído y contrabandeado desde Corea, el que era ocultado en libros del doctor Tsao y llevado a un templo budista en donde uno de los monjes, cómplice en toda la operación, lo sacaba y lo fue reuniendo hasta que fue suficientemente abundante, como para fundirlo en una estatua que tomó la forma de un venerado antiguo monje. La estatua iba a presentarse en una ceremonia del mencionado templo budista, pero iba a hacerse pasar como hecha de madera. El juez Dee, presente en la ceremonia, la interrumpe para informar que hay un complot en el que el doctor Tsao y su cómplice, Koo Meng-pin, están contrabandeando oro desde Corea, así que debe de comprobar que la estatua del venerable monje sea, en efecto, de madera. Ordena a Chiao Tai que revise la estatua y éste lo hace blandiendo su espada contra la escultura. Su espada rebota y cae al suelo. La madera sólo es superficial y se revela que, en efecto, la estatua es de oro, la que iba a ser escoltada al otro día hasta la plaza central, para exhibirla, y regresarla al templo, en donde sería cambiada por la real de madera. Y lo que Chiao Tai y Ma Joong habían visto, de un hombre que iba en una palangana y que “mataban” a martillazos, era, justamente, la figura de yeso para preparar el molde que se había hecho para fundir todo el oro como estatua. El fuego lo hicieron cuando el cadáver del monje descubierto junto a Fan había sido incinerado, como era la supuesta costumbre. Eso lo había elaborado un monje corrupto, cómplice de Tsao y Koo Meng-pin.
Y al último aparece el poeta Po Kai, quien en realidad era hermano gemelo del juez asesinado, cuyo nombre era Wang Yuan-te y quien explica que alguien en las altas esferas gubernamentales había planeado el contrabando de oro y que habían tratado de inculparlo a él, pues, como era muy bueno para la administración, se había dado cuenta de que no concordaban las cifras de cargamentos a Corea, con el número de pasajeros que llevaban los barcos de Tsao y Koo Meng-pin y que su hermano ya también se había dado cuenta y por eso lo habían asesinado, pero que la caja laqueada que le había obsequiado a la prostituta coreana era la clave para que se descubriera a su asesino.
El juez Dee le refiere que cuando lo vio inicialmente, creyó que, en efecto, era el fantasma del juez y le agradeció que cuando había ido también al templo budista, al disponerse a cruzar un puente, también se le había “aparecido” y le había indicado que no pasara por allí, pues, justo cuando iba a dar un paso, un podrido tablón se había caído al vació, salvando la vida milagrosamente. A lo que Wang Yuan-te le replica, sorprendido, que nunca estuvo él en ese templo y en ese momento una puerta se cierra. Esa es la parte sobrenatural que presenta Gulik, y que está de acuerdo con la tradición de esos relatos, en donde se mezcla también lo fantasmagórico. Incluso, se insinúa que Tang, el encargado del servicio personal a los jueces, es un hombre tigre que se transforma todas las noches y agrede a gente, quien, al final, decide suicidarse tomando veneno, con tal de terminar con la maldición que lo aqueja. También los hombres que se transforman en bestias está en la tradición de misterios sobrenaturales.
Como aclaración final, Gulik refiere brevemente cómo era el sistema de justicia antiguo chino, en el que un juez se encargaba de impartir la justicia en un distrito. A su vez, el juez lo reportaba a un prefecto, el que se encargaba de veinte o más distritos. Y el prefecto lo reportaba al gobernador de la provincia, quien, a su vez, lo hacía saber a las autoridades centrales, en las cuales el emperador era la figura suprema.
Y, por lo que explica Gulik, y es reflejado en la novela, un juez siempre actuaba con toda honestidad, además de nobleza.
La actual mafia china en el poder, tan intolerante, corrupta y cerrada, debería de tomar las valiosas lecciones que su sabio pasado practicó.