domingo, 9 de noviembre de 2008

El convenenciero capitalismo salvaje

El convenenciero capitalismo salvaje.

Por Adán Salgado Andrade


Después de la brutal crisis de 1929, el capitalismo salvaje estadounidense de aquel entonces encontró su salvación, irónicamente, en la forzada redistribución de la riqueza, emprendida por el gobierno aplicando el llamado “New Deal”, mediante un sistema tributario que aumentó considerablemente los impuestos aplicados a las empresas y corporaciones, que en algunos casos llegaron hasta a un 52 por ciento de las ganancias obtenidas por aquéllas, además de una inusual regulación económica estatal que buscó el control de todos los negocios y el privilegio de los derechos laborales. Si en un principio hubo fuertes protestas, al final los capitalistas aceptaron que esa obligada desconcentración de la riqueza (lo que justamente había provocado la crisis, debido a que la monopolización del mercado y esa brutal concentración dejaron como consecuencia una catastrófica caída en el consumo. Famosa es la frase de Roosevelt culpando a los banqueros por el crash económico, a quienes llamó “inescrupulosos cambiadores de dinero”) fue su salvación, pues por el efecto multiplicador ocasionado por las múltiples obras públicas que el gobierno de F. D. Roosevelt emprendió con la regulación y la recaudación tributaria, la economía estadounidense comenzó a reactivarse. Al mismo tiempo, la fabricación de armas durante la segunda guerra mundial y enseguida la reconstrucción de Europa y Japón por parte de las corporaciones estadounidenses, permitieron una espectacular recuperación del capitalismo no sólo de EU, sino mundial. Ese periodo, conocido en aquel país como el “American Dream” (caracterizado por un inusual bienestar de los obreros norteamericanos, sobre todo, quienes pudieron alcanzar un nivel medio de vida, con casa propia, uno o dos autos, los enseres domésticos del momento, escuelas particulares para sus hijos…), conoció niveles del producto interno bruto (PIB) de 10% o más durante varios años. Aunque el gobierno de Roosevelt procedió con su plan de reestructuración y distribución del capitalismo de forma empírica (comenzó también “rescatando” a los banqueros, como se está haciendo ahora), luego tales acciones encontraron su base teórica en las teorías económicas del señor John Maynard Keynes, quien en su obra “Teoría general del trabajo, la tributación y el dinero”, se declaraba en contra del libre mercado, señalando todos sus inconvenientes (debieron seguirse atendiendo sus señalamientos), entre los cuales está la tendencia a una desregulada monopolización de las actividades económicas por unas cuantas corporaciones que debían ser puestas en orden por el Estado. De ahí nació el concepto de “economía mixta”, en la cual el Estado se encarga de ciertas actividades, sobre todo aquéllas que por su naturaleza requieran de grandes inversiones, pero que aporten pocas o nulas ganancias. Por ello fue que servicios como el agua potable, la electricidad, el servicio postal, la construcción de carreteras, el transporte, entre otros, se municipalizaron, o sea, se realizaron exclusivamente con inversión pública que era pagada por la recaudación tributaria. A pesar de ello, no dejaron de presentarse periodos de crisis (en 1937, a pesar del New Deal, volvió a darse otra crisis económica en EU, que fue rápidamente superada gracias a las medidas gubernamentales que se habían estado aplicando), seguidos de buen desempeño económico, quizá no espectacular, pero de alguna manera regulado y alentado por el gobierno. Sin embargo, a los capitalistas, ávidos de hacer más buenos negocios de los que ya tenían y pretextando que las recurrentes crisis económicas se debían a la intervención económica del Estado (lo cual no es cierto, pues el capitalismo es inherentemente proclive a padecer constantes crisis), la que sobre todo implicaba crecientes gastos públicos, se dieron a la tarea de desmantelar al llamado “estado benefactor” para, según ellos, lograr que se diera de nuevo el “capitalismo perfecto”, en donde no iba a haber ninguna otra regulación más que el libre mercado, la libre competencia, el “laissez faire”. Esa política, bautizada neoliberalismo (porque los capitalistas festejaron que se retomaran de nueva cuenta los “grandes” principios del liberalismo económico sustentados por Adam Smith), iniciada a mediados de los setentas, cuando se aplicó primero en Chile (bajo la forma del llamado “monetarismo” de Friedman), obligó a los gobiernos de todos los países, comenzando con los subdesarrollados, a vender cuanta empresa pública poseyeran y “flexibilizar” el control económico (“desregular” la economía, se llama a esto). Así, fábricas, actividades extractivas, tiendas, bancos… todo cuanto fuera estatal y no fuera “estratégico”, los gobiernos vendieron, pues, por un lado, se desharían de empresas que, se decía, por ser públicas no eran “eficientes” (¡vaya, como si el capitalismo fuera eficiente!) y trabajaban mal y, por otro, con el dinero obtenido de la venta, iban a bajar o casi a liquidar sus deudas nacionales y extranjeras que tenían justamente, se justificaba, a causa de la mala administración y los onerosos gastos que las empresas públicas y paraestatales, según los economistas funcionalistas, estaban generando a la economía. Eso se llamó, eufemísticamente, “adelgazamiento del estado”, cuestión por la cual hasta los gastos sociales, como en salud y educación, fueron fuertemente reducidos (esto, el que el gobierno gaste cada vez menos en programas sociales, ha contribuido también a la agudización de las crisis económicas y el aumento de la pobreza). Desde 1980 podemos decir que se generalizó la así llamada “privatización de la economía” para que todo, según sus promotores, marchara a la perfección, que se diera lugar a un capitalismo regido sólo por la libre competencia en el que todo estaría muy bien, las fábricas produciendo, la gente trabajando y consumiendo, el mundo “globalizado”, y las variables macro y microeconómicas en franca armonía… o eso pareció, como veremos.
Casi treinta años después, el neoliberalismo ha probado su total fracaso ante la debacle económica que por estos días sufrimos y seguiremos sufriendo por varios meses (y recurrentemente), tan severa, que los barones del dinero y de las corporaciones han exigido la ayuda de los gobiernos, a quienes tanto despreciaron y soslayaron en su momento. Así, comenzando por el gobierno estadounidense, temiendo que la enorme influencia económica que Estados Unidos todavía tiene en el mundo, colapsara la economía global (que de todos modos se está ya colapsando) debido a sus quebradas finanzas privadas, se dio a la tarea de “rescatar”, con los dineros públicos, claro, a esos ineficientes, desregulados bancos, quienes justamente por la falta de control gubernamental sobre sus vampirescas operaciones financieras, ávidos de ganancia, le entraron a cuanto negocio les pudiera dar fuertes dividendos, prestando miles de millones de dólares por aquí y por allá, presionando a la economía capitalista salvaje a producir bastamente para que ellos ganaran mucho más, creando, así, una desmedida sobreproducción de todo (China, la maquiladora del mundo, es el mejor ejemplo de los niveles a los que ha llegado la sobreproducción, tanto que sus actividades industriales, “nacionales” y extranjeras, están en segundo lugar, después de EU, en la producción mundial de los contaminantes gases que están provocando el calentamiento del planeta, además de que es el cuarto mayor consumidor de petróleo, con casi 6 millones de barriles diarios), hasta de casas. Así, los millones de productos fabricados, con tal de venderse, se fiaban, se ofrecían a crédito. Por tanto, la tendencia al consumo irracional que fomentó tan irrefrenable deseo de ganancia, provocó que por más de una década, todos los países y la mayoría de sus ciudadanos vivieran del crédito, y a quienes lo concedían, les convenía más el cobro de intereses, que del principal. Pero una vez que la sobreproducción de todo (encabezada principalmente por el modelo chino de maquinación barata, como dije antes) superó con creces al consumo real, ya no halló en donde colocarse, a pesar de los créditos. Y entonces la muy sobrada capacidad productiva (el muy alardeado “aumento de la productividad”, como se le llama) de todas las corporaciones y empresas del mundo debió reducirse, achicarse… y eso provocó el estallido de la burbuja, pues la caída de la actividad industrial, llevó al desempleo, lo que en conjunto, menos producción y menos trabajadores contratados, tuvo como efecto inmediato el impago de los créditos. Las empresas comenzaron a tener problemas para pagar los préstamos recibidos y los trabajadores, al ser despedidos o habérseles reducido su salario, tampoco pudieron ya pagar sus deudas, sobre todo las hipotecas de las casas o inmuebles comprados a crédito (que fue lo que sucedió en EU, el origen de la actual debacle, en donde cientos de miles de familias han perdido ya sus casas), y eso fue el principio de los problemas de los bancos, pues el efecto multiplicador negativo que tuvo el que millones de deudores, tanto trabajadores, como empresas, no pudieran ya pagar sus obligaciones crediticias, fue llevando poco a poco a los barones del capital especulativo a la muerte lenta y al colapso… no, ya no pudieron hacer frente a sus propios compromisos de premiar con fuertes ganancias a sus inversionistas, ni reponer el dinero de los ahorradores por ellos tan alevosamente jineteado. En Estados Unidos hasta los fondos de pensiones están quebrando estrepitosamente, pues también le entraron a la especulación con el dinero de sus agremiados, quienes, de pronto, ya se quedaron sin un centavo de los ahorros que con tanto esfuerzo hicieron. Por eso Bush tuvo que apapachar a los bancos, calmarlos, decirles que el buen, protector gobierno les iba a reponer su dinero, que no se preocuparan (eso de por sí siempre lo ha hecho, no sólo con los bancos, sino con las grandes corporaciones. Ver mi artículo en Internet “Bush, el buen amigo de las corporaciones”). Y ya les prometió que inicialmente les dará $700,000 millones de dólares, a cambio de que se porten bien (con la promesa de que el “apoyo” podría ascender a nada menos que once millones de millones de dólares), de que por un tiempo le dejen al paternal Estado administrar sus quebrados negocios y ya, cuando otra vez funcionen bien y les den ganancias, se los devolverán, pues ese mediocre presidente ha declarado que él sigue siendo ferviente defensor del “libre mercado”, a pesar de la hecatombe que éste ha provocado, pero que a veces se requiere que el gobierno le dé una “ayudadita”, para auxiliar al “gordito glotón” a salir de la enfermedad. Y eso están haciendo los gobiernos de todo el mundo, en vista de que en todos los países, los desregulados (o sea, sin el más mínimo control estatal), caprichosos banqueros intentaron hacer de las suyas y desafiar las leyes del capitalismo salvaje, que demuestran que este irracional sistema, de una u otra manera, siempre tenderá a sufrir continuas crisis, dada su estructura hiperconcentradora y monopolista de la riqueza social. No sólo Estados Unidos, sino Alemania, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Francia, Italia, España, Japón… en todos los así llamados “países capitalistas desarrollados”, los gobiernos han debido rescatar a importantes instituciones financieras. Por ejemplo, Holanda rescató al grupo financiero y de seguros ING inyectándole 10,000 millones de euros. Corea del sur decidió rescatar con 130,000 millones de dólares a sus bancos para restaurar la “confianza en el mercado”. Alemania decidió rescatar a la institución de bienes raíces HRS (Hypo Real State) con 35,000 millones de euros… y por esos “rescates” ya hay países que, incluso, han quebrado, sí, es decir, no tienen ya dinero para sostenerse como naciones, sobre todo en los países subdesarrollados en donde, se comprenderá, los daños ocasionados serán mucho más graves aún. Esto, por ejemplo, ya ha sucedido en Islandia o Hungría, los que han debido ser “rescatados” a su vez por el FMI (esta decadente institución financiera al servicio de los intereses de los países hegemónicos, tales como EU, y sus corporaciones, que más que buscar la “salud” financiera de los países pobres estos últimos 25 años, ha aplicado los rígidos términos e intereses neoliberales los cuales, como vemos, han agudizado sus problemas económicos, en lugar de resolverlos, y han llevado a la actual debacle), pues de otro modo dichos países están en riesgo, incluso, de desaparecer como conformaciones sociales y territoriales. Cabe decir aquí que también la ilusión del aparente bienestar que acarrearía consigo el neoliberalismo (capitalismo salvaje), destruyó naciones consideradas socialistas, o las fraccionó, como la extinta URSS, Yugoslavia o Checoslovaquia, imbuidos sus gobiernos y habitantes por el espejismo capitalista que prometía ser la panacea que los sacaría rápidamente de la atrofia económica en que esos sistemas “totalitarios” los habían mantenido sumidos hasta ese momento. Y hay que decir que el capitalismo salvaje ha probado ser más totalitario y caótico que esas extintas economías de planificación central, pues ha favorecido los intereses de las grandes corporaciones, hiperconcentrando como nunca antes se había visto la riqueza social, por encima de los de la gente y sus países, lo que únicamente ha servido para pauperizar y llevar a la bancarrota a la mayoría de la población, como lo demuestra la tremenda quiebra económica que estamos refiriendo (En Rusia, país que también está siendo muy afectado por el caos económico generado por los barones del dinero rusos, mucha de la gente que vivió los años de esplendor del así llamado socialismo, ahora añora esos mejores viejos tiempos).
Y siempre es así, que los gobiernos, a pesar de la renuencia del capitalismo salvaje a la intervención del estado en tiempos de bonanza, han rescatado a los barones del dinero. En México, país subdesarrollado, por ejemplo, durante la brutal crisis económica de 1995, que llevó a la quiebra a los entonces bancos “nacionales”, el gobierno de Ernesto Zedillo instruyó el famoso FOBAPROA, un programa destinado al rescate de aquéllos, el cual no fue suficiente para aliviarlos de sus crónicos males, así que se ideó una manera de inyectarles liquidez. Pretextando que las pensiones que el gobierno otorgaba, con toda justicia por tantos años trabajados, a los trabajadores que se jubilaban, eran una muy “onerosa” carga económica futura, se les obligó a aquéllos a aportar parte de sus fondos de pensión a cuentas que serían administradas privadamente, justo por esos quebrados bancos, argumentando que así sería menos caro para el gobierno proporcionar dichas pensiones (¡vaya argucias, pues mientras un trabajador es útil y se encuentra laborando, no le resulta “oneroso” al Estado. Una imposición adicional fue que se aumentó la edad a la que un trabajador se puede pensionar!). Sí, las llamadas Afores fueron otra manera no sólo gubernamental, sino social, por la obligada parte de las cuotas de los trabajadores concentradas en fondos privados, para también “rescatar” a los barones del dinero (Este modelo, de financiar y rescatar a los capitalistas con dinero de los ahorros de los trabajadores, fue copiado de Estados Unidos, en donde, a principios del siglo 19, dada la creciente necesidad de capital para la expansión empresarial, se estimó conveniente formar sociedades de pequeños ahorradores, cuyo dinero, administrado por un banco o empresa, sería prestado a aquellas compañías que requirieran de fondos para crecer. Uno de los primeros banqueros que se aprovechó de los ahorros de los así llamados pequeños inversionistas, fue Jay Cooke, quien, durante la Guerra Civil, se armó de un contingente de 4000 vendedores, quienes, aprovechando el caos generado por la lucha entre norteños y sureños, se dedicaron a vender bonos gubernamentales de bajas denominaciones a granjeros, trabajadores y pequeños comerciantes. Claro, el principal beneficiado fue Cooke, no los pequeños inversionistas, pues con su dinero aumentó aún más su fortuna personal. Realizó grandes negocios, prestándole al gobierno, para financiar la guerra, y a empresas, sobre todo, cuando en 1880, en una de tantas crisis capitalistas de ese año, las compañías y el gobierno necesitaron del dinero de los ahorradores, vital en ese momento para evitar, las primeras, más quiebras de las que hubo y, el segundo, para no declararse insolvente en sus gastos. Fue el comienzo de las sociedades mutualistas, equivalentes a las Afores mexicanas). Y uno de los grandes riesgos que corren actualmente las Afores, merced a la presente recesión, es que se esfumen esos ahorros tan duramente reunidos por los trabajadores, pues están invertidas en muchas de las corporaciones y empresas que están teniendo muy serios problemas de deudas crediticias. Así que pudiera ser que un día se les diga a los trabajadores “¡Oigan, pues lamentamos mucho informarles que todos sus ahorros se perdieron debido a la crisis, ni modo!”, sí, y a pesar de que a la fecha más de 65,000 millones de pesos se han “perdido” de las Afores (cuyo monto total asciende a unos 800,000 millones de pesos), de todos modos los banqueros siguen cobrando sus cuotas por el mafioso, ventajoso manejo que han hecho de tales ahorros, principalmente en su propio beneficio. Incluso, parte de la liquidez con la que cuentan las matrices de los bancos extranjeros establecidos en México (90% del sistema bancario “mexicano” es extranjero ya), combinación de la Afores más los ahorros de sus cuentabientes, ha sido empleada, arbitrariamente, para “rescatar” a sus oficinas centrales, como lo que está haciendo, por ejemplo, HSBC para rescatar a su oficina matriz en Inglaterra, país cuyo gobierno también se vio obligado a “rescatar” a tan ineficiente, lucrador banco. En Estados Unidos ya varios cientos de miles de trabajadores han perdido de esa mafiosa forma sus ahorros, como sucedió recientemente con la cuenta que manejaba el especulador Eddie Stern, hijo del mal afamado Leonard Stern, quien hizo su fortuna y la de sus hijos, vendiendo alimentos para mascotas. Eddie Stern creó en 1998 una empresa de especulación, Canary Capital, con la cual, valiéndose de los fondos de pensión, incrementó más la fortuna familiar (estimada en ese entonces en $3000 millones de dólares), a cambió de defraudar a los pensionados, muchos de los cuales habían invertido los ahorros de toda su vida en Canary Capital, y dejarlos sin pensión y sin futuro. Mediante complicados, ilegales e “ingeniosos” métodos especulativos, que lo llevaron a ser considerado el “rey de las ganancias” entre los especuladores, Stern se convirtió en el “rey de la especulación” con los fondos de pensiones. Entre 1999 y mayo de 2003, que fue cuando finalmente el fraude salió a la luz, las actividades especulativas de Stern y otros como él, provocaron pérdidas en los fondos de pensiones por más de $16,000 millones de dólares, que en algunos casos significó que los ahorradores ya no tendrán la seguridad de una pensión, mientras que Canary Capital terminó sus ilícitas operaciones con un capital de $750 millones de dólares, o sea que, a pesar de los fraudulentos manejos de Stern, no se quedó sin fondos. De todos modos, cada año, debido a malas inversiones, a riesgos bursátiles y a las crisis económicas, los fondos de los trabajadores pierden $4000 millones de dólares, en lugar de ganar, pérdidas que en la actual recesión serán mucho mayores o quizá totales. Como dije antes, los ahorros de los trabajadores son fondos de dinero fresco de los que las empresas estadounidenses se siguen sirviendo para ampliar sus negocios o el que el gobierno emplea cuando las rescata si quiebran. Y este inseguro mecanismo para según “asegurar” las pensiones, es el que ya se está aplicando en México desde hace algunos años con las tramposas Afores.
No conforme con eso, el gobierno mexicano dilapidó unos 20,000 millones de dólares (y sigue haciéndolo), una cuarta parte de las reservas del banco central, para asegurarles a las empresas que tenían deudas en dólares, que se hicieran de estas divisas “no tan caras”. Esas deudas eran créditos que muchas compañías simplemente habían adquirido no para ampliar sus actividades específicas, sino para dedicarlos sólo a operaciones meramente especulativas que les permitieran, acorde con el agiotista frenesí descrito arriba, también entrarle a las, aparentemente, fáciles ganancias bursátiles, las que se encargaban de proporcionar bancos y bolsas de valores. Por ejemplo, digamos que un empresario cualquiera pidió prestados 10 millones de dólares y los puso a especular en el mercado de valores (la bolsa), pero con la debacle actual, no sólo no obtuvo ganancias de ese dinero, sino que además debe de liquidar dicho préstamo, así que en lugar de ganar, está perdiendo capital y mucho, quizá en exceso de sus activos (el valor de su compañía), y eso puede significar, inclusive, la quiebra y desaparición de su compañía. Es el caso aquí de la empresa “Controladora Comercial Mexicana”, con un adeudo de 2000 millones de dólares, que al tipo de cambio actual, de más de 13 pesos por dólar, le abultó la deuda contraída, que equivaldría a unos 26,000 millones de pesos. Ese adeudo equivale a casi el 76% del valor comercial de dicha empresa, el que para abril de este año era de apenas 2642 millones de dólares, así que se comprenderá que casi se trata de su colapso total, todo por las codiciosas expectativas de sus accionistas (normalmente las grandes empresas no tienen un solo dueño, sino que la propiedad está repartida entre grupos de accionistas que poseen distintos porcentajes del valor total). Otro grupo en muy serios problemas es la cementera CEMEX, la cual debe 16,400 millones de dólares, casi un 80% de su valor comercial. En el mismo caso está Telmex, la que debe 2360 millones de dólares… y así. Y por ello, el muy “generoso” gobierno panista decidió darles una “ayudadita” también dilapidando, como dije, las reservas en dólares que tiene el Banco de México, tan difícilmente reunidas durante varios años, en unos cuantos días. Sin embargo, cuando se le ha aconsejado a ese gobierno en otras ocasiones que las emplee para el beneficio social de un país en donde casi el 70% de mexicanos son pobres, simplemente se ha negado, aduciendo que eran para tiempos difíciles. Sí, vemos, pues, que son para los tiempos difíciles de los empresarios, no del vulnerable pueblo mexicano. Además, si repentinamente el valor del dólar se disparó tanto en estos días, fue porque irresponsablemente el gobierno mantuvo sobrevaluado al peso por mucho tiempo, con tal de que las empresas pudieran importar cuanto necesitaran para hacer sus grandes negocios (desgraciadamente en este país, como en todos los subdesarrollados, para que “nuestras” industrias produzcan, casi todo lo deben de importar, comenzando por la maquinaria que emplean. Es tan desventajosa esta situación, que para “exportar” un dólar de manufactura, se requieren importar tres dólares de insumos. Así que, como se ve, es sumamente desequilibrada “nuestra” situación productiva).
La locura especulativa, pues, “recalentó” a la economía, y por eso, por la sobreproducción, también las materias primas, como el petróleo, subieron a niveles nunca antes vistos, el cual llegó a cotizarse hasta en 110 dólares el barril… pero en estos días que está bajando fuertemente la producción industrial, ha también bajado en picada tal cotización, que en promedio está en 61 dólares. Por ello es que el capitalismo salvaje está buscando nuevas alternativas para continuar con los grandes negocios, a pesar de la recesión mundial que ya estamos viviendo. La producción de armas seguirá siendo esencial. El reciente presidente estadounidense electo, el señor Barack Obama, al igual que hizo McCain, ha asegurado que no disminuirá de ninguna manera el presupuesto militar dedicado al Pentágono, pues considera que es vital la actividad bélica de EU, primer productor y exportador mundial de armas (esta es una de las primeras señales que ponen en duda las promesas de campaña hechas por el primer presidente afroestadounidense elegido en ese país, quien también ha asegurado que se deben mantener las tropas estadounidenses en Afganistán y en Irak. Además, a quien tiene Obama que beneficiar de inmediato es a la clase empresarial, pues sólo de ésta depende que sea reactivada la economía de ese país, por lo que no tiene mucho margen de acción para emprender medidas que beneficien al resto de la población, sobre todo a la empobrecida clase media y a los grupos menos favorecidos. Varios de sus asesores son de la era Clinton, cuyas políticas han dado siempre preferencia a los negocios – no a los niveles a los que llegó Bush, claro, quien favoreció sobre todo a las grandes corporaciones –, arguyendo que así la clase trabajadora resulta implícitamente beneficiada).
También el capitalismo salvaje está buscando su salvación en actividades tan esenciales como la producción de alimentos (podríamos dejar de comprar autos, digamos, pero no podríamos dejar de comer), rubro “altamente” recomendado en estos días por los corredores bursátiles a los inversionistas que aún tengan dinero y ánimos para seguir especulando, lo que explica, en parte, por qué han subido tanto los precios de lo que comemos, a niveles que ya están ocasionando una de las primeras hambrunas del siglo 21 (otra causa es la absurda idea de hacer combustibles con alimentos, en un mundo de por sí hambriento. Ver mi artículo en Internet “Biocombustibles, imposición transgénica, no alternativa ecológica”), en el que, irónicamente, tanto se presumen los niveles alcanzados por las ciencias computacionales y tecnológicas.
O también se asocian con el llamado “lumpencapitalismo”, aquél que se dedica a las actividades consideradas ilícitas (ver mi artículo en Internet “Especulación y narcotráfico, nuevos grandes negocios del lumpencapitalismo”), tales como la propia especulación bursátil, cuando llega a niveles fraudulentos (como así ha sido) o con el narcotráfico, el tráfico de armas y el tráfico humano, cuyo dinero lavan muy convenientemente bancos y otras instituciones financieras, como las estadounidenses, las cuales “legalizan” en Wall Street unos 200,000 millones de dólares al año tan sólo del narcotráfico mundial, más o menos la mitad del dinero que éste obtiene por sus muy lucrativas operaciones. Igualmente, si para mucha gente ya no hay posibilidades de obtener un trabajo honesto, legal, es de esperarse que se incorporen, debido a su apremiante necesidad, a dichas actividades ilegales, como pasa en México, por ejemplo, país en donde el narcotráfico ha penetrado tanto las actividades económicas, que un significativo porcentaje de la población vive de aquél (incluso su influencia ha llegado a niveles gubernamentales, de tal forma que podemos hablar ya de “narcopolítica mexicana”, con las consecuencias que esto conlleva, como la creciente violencia que estamos viviendo, de ejecuciones no sólo de narcotraficantes y sus empleados, sino incluso de autoridades policíacas corruptas o de altos funcionarios igualmente corruptos o que han pretendido “combatir” a los narcodelincuentes. Ha resultado muy sospechoso, por ejemplo, el reciente “accidente” aéreo en el que perdieron la vida el secretario de gobernación, Juan Camilo Mouriño, y otras trece personas, que tiene más pinta de haber sido un atentado, pues en el avión iba, además de Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos, ex titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, SIEDO, quien actualmente se desempeñaba como titular de la instancia que supuestamente apoyaría al gobierno federal a combatir al narcotráfico y la inseguridad. De la SIEDO, incluso, se cesaron y llevaron a juicio a importantes funcionarios medios que recibían fuertes cantidades de dinero de cárteles de la droga, con tal de que éstos recibieran información confiable que les permitiera operar sin problemas sus ilícitos negocios. Hay que dejar muy claro que el gobierno panista ganó las pasadas elecciones presidenciales fraudulentamente y que parte del apoyo que recibió para lograrlo proviene de poderosos grupos de muy dudosa reputación, quienes quizá se estén sintiendo “traicionados” y que consideren que sus intereses se estén afectando a causa de la así llamada “guerra contra el crimen organizado” que aquél impuesto gobierno ha pretendido realizar. Eso sucedió, por ejemplo, en EU, durante los años de la prohibición, cuando funcionarios y policías eran asesinados por la mafia por no cumplir aquéllos con los pactos que acordaban con ésta).
Sí, el capitalismo salvaje todo lo ha descompuesto, lo ha destruido, con tal de defender sus vampirescos, codiciosos intereses. No sólo los barones del dinero, irónicamente sus principales promotores, están siendo afectados, sino, como vimos, países enteros quiebran, sociedades se desintegran, las actividades de todo tipo se están colapsando, se dilapidan y contaminan los recursos naturales (el calentamiento global resultante de tan desmedida contaminación, también contribuye a la crisis económica, debido a los cambios climáticos y perjuicios materiales y sociales que en todo el planeta se están presentando como consecuencia), cada vez hay menos agua y alimentos… además de que estamos siendo infectados de un materialismo atroz, en el cual las personas valen no por lo que sepan, sino por el dinero que tengan, que se hagan ricas, y si para ello muchas tienen que asesinar o robar, pues así lo harán (por ello están aumentando considerablemente los índices delincuenciales en todo el mundo).
Pero para desgracia de dicha avidez materialista, en la actual debacle económica será cada vez más difícil tener mucho dinero y enriquecerse, como dicta este enfermo sistema que debe de hacerse. El caos consecuente generado por esa egoísta, mezquina, insensible inercia, será mucho más grave con el paso del tiempo.
Que mejor ocasión, por tanto, de repensar el modelo económico que la humanidad entera tendrá que acoger en un no muy lejano futuro (por lo pronto, acabar con el neoliberalismo, o sea, controlar nuevamente al capitalismo salvaje), si es que desea prevalecer por más tiempo en este planeta.

Contacto: studillac@hotmail.com