sábado, 1 de octubre de 2022

Un vendedor holandés de telas, del siglo 17, descubrió los microbios

 

Un vendedor holandés de telas, del siglo 17, descubrió los microbios

Por Adán Salgado Andrade

 

Hay personas con talentos naturales. El estadounidense Henry Ford (1863-1947), por ejemplo, era un ingeniero nato. Sin tomar cursos de nada, de joven, ya sabía arreglar relojes y más tarde, entendía perfectamente cómo funcionaba un motor de combustión interna. Además, fue el que implemento el armado en serie para la fabricación de vehículos, lo que incrementó la producción y bajó considerablemente los costos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/11/henry-ford-impulsor-de-la.html).

Otro con talento natural, en este caso, para haber fabricado microscopios y con éstos, descubrir los microbios, fue el holandés Antonie Van Leeuwenhoek (1632-1723), conocido como “el padre de la microbiología”. Fue “un autodidacta de la ciencia y uno de los primeros microscopistas y microbiólogos. Es conocido por su trabajo pionero en la microscopía y por sus contribuciones para establecer la microbiología como una disciplina científica” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Antonie_van_Leeuwenhoek).

Sobre su hazaña, habla el artículo del portal digital Wired, titulado “El microscopio secreto que detonó una revolución científica”, firmado por Cody Cassidy, quien nos introduce a su trabajo diciendo que “así fue como un vendedor de telas holandés, fabricó el más poderoso lente de aumento de su tiempo – y de los siguientes 150 años – y se convirtió en la primera persona en ver un microorganismo” (ver: https://www.wired.com/story/secret-microscope-sparked-scientific-revolution/).

Dice cómo el 7 de septiembre de 1674, Leeuwenhoek envió una carta a la Sociedad Real de Londres, informándoles sobre que había hecho un “asombroso” hallazgo, examinando algas de un lago cercano y que había descubierto una criatura con “escamas verdes y muy brillantes”, que él, estimaba, sería “miles de veces más pequeño que una garrapata”.

Luego, envió otra carta, el 9 de octubre de 1676, diciendo que esos animalcules (latín para “animalitos”), “estaban en todas partes”, en la boca, la comida, en las panzas de los animales y en otras partes del cuerpo de la gente. Examinó los dientes rancios de una persona y también vio animalcules y hasta en su propio banco en donde se sentaba, “luego de que tuvo fuerte indigestión y lo llenó de gases”. Se refería al parásito que hoy “se conoce como giardia”.

Su descubrimiento fue revolucionario, pues los microbios que descubrió, protozoarios y bacterias, son los responsables “de al menos la mitad de las muertes de los humanos que han habitado el planeta, pero fue hasta que él los descubrió, que su existencia fue tomada en cuenta y probada. Y era sólo un amateur, que pudo fabricar lentes diez veces más potentes que ninguna de las hechas hasta ese entonces, y que no se superaron en los 150 años posteriores”.

Y aunque Leeuwenhoek revelaba con todo detalle sus descubrimientos, a nadie le dijo cómo hacía sus lentes, “ni a Pedro el Grande (1672-1725), cuando lo fue a ver a Delft (en donde vivía Leeuwenhoek), accedió a revelarle cómo las había hecho”.

Hizo más de 500 microscopios, pero sólo once, sobreviven, y uno sólo que tiene un poder de aumento de 270X, queda. Se encuentran en el museo de la universidad de Bioerhaave, en Leiden, una ciudad de Holanda. El encargado de tal museo es Tiemen Cocquyt, quien se dio a la tarea de estudiar cómo el holandés hizo esas maravillas.

Puesto que los lentes están colocados entre placas de bronce, “desarmar el que aumenta a 270X, habría sido una herejía, como si se raspara la Mona Lisa, para ver cómo fueron los brochazos usados por Leonardo da Vinci (1452-1519) para pintarla”.

Apunta Cassidy que Cocquyt le mostró uno de los microscopios del holandés y “parece un juguete, como el espejo de mano de una muñeca, para ser exacto. Mide unos 8 centímetros de alto con una delgada manija que sostiene una placa cuadrada de bronce en el extremo inferior. El lente, se ubica debajo de una pequeña perforación, en el centro de la placa, y detrás de ésta, un alfiler para sostener muestras, está conectado a unos tornillos para enfocar la imagen”.

Muy básico su diseño, pero es el que la mayoría de los microscopios contemporáneos aún comparten.

Cocquyt sospechaba que los lentes los había hecho Leeuwenhoek derritiendo vidrio y luego, puliéndolos, siguiendo una técnica desarrollada por el polimatemático inglés Robert Hooke (1635-1703), quien sentó las bases de la microscopía “y él mismo, pudo analizar algunos microorganismos” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Robert_Hooke).

Hooke “publicó su celebre obra Micrografía en 1665, en la que incluía observaciones, interpretaciones, ilustraciones y simples instrucciones para que quien quisiera, pudiera hacer sus propios lentes para fabricar un microscopio”.

Mediante un reactor nuclear, para realizar tomografías con neutrones – se bombardean neutrones hacia un objeto, lo que produce imágenes que revelan detalles a nivel molecular –,  Cocquyt, en el 2018, logró determinar que Leeuwenhoek realizó sus lentes mediante la técnica de derretir el vidrio, aunque no se sabe exactamente cómo lo habría hecho, para lograr lentes tan potentes y perfectas. En su época, casi todos los microscopios y telescopios, se hacían empatando varias capas de vidrios amplificadores, pero se requería mucha habilidad para lograrlo. “Leeuwenhoek, lo logró fundiendo vidrio para hacer una sola lente, pero nunca quiso revelar cómo lo hacía. ‘Comparto mis hallazgos sobre los microbios, pero no revelo a nadie cómo hago mis microscopios’, le dijo al mismo Hooke, quien le preguntaba frecuentemente, asombrado por sus descubrimientos en microbiología, cómo fabricaba sus aparatos”.

Antes de emplear el reactor nuclear para analizar uno de los microscopios del holandés, Cocquyt lo probó con un microscopio moderno, con tal de ver “si no iba a quedar, el de Leeuwenhoek, radioactivo por mil años, pero no fue así y fue cuando ya uso uno de sus microscopios, de los de menos aumento”.

Sospecha Cocquyt que Leeuwenhoek debió haber leído la obra Micrografía de Hooke y por eso era tan reacio a decirle, ni a éste científico – quizá Hooke le habría reclamado –, cómo hacía sus lentes, “los que perfeccionó, muy sorprendentemente, considerando las rudimentarias técnicas de fabricación que había en su tiempo”.

Y fueron tan asombrosos sus descubrimientos – siendo un modesto vendedor de telas, hijo de un  fabricantes de canastas –, que uno de sus rivales científicos y conciudadanos, Johannes Hudde (1628-1704), se expresó despectivamente, diciendo que “no es posible que un hombre sin escuela e ignorante, nos haya venido a enseñar lo de los microbios. Nos faltó creatividad”.

Leeuwenhoek lo logró porque sus microscopios podían aprovechar la luz solar contra la que colocaba sus muestras, para verlas con toda claridad, pues la iluminación llegaba desde abajo. En cambio, los otros microscopios, lo hacían con muy malos y rudimentarios métodos de iluminación, generalmente velas o con el sol, pero sobre los objetos, no por debajo, como hizo el holandés.

Concluye Cassidy diciendo que “lo que tuvo el holandés, fue gran curiosidad y habilidad para descubrir algo que sospechaba de tiempo atrás, que existía un micromundo esperando a ser descubierto”.

Como dice el vox populi, vale más maña que fuerza.

 

Contacto: studillac@hotmail.com