domingo, 21 de febrero de 2016

Conversando con un transportista de autos nuevos



Conversando con un transportista de autos nuevos
por Adán Salgado Andrade

“Pues ésta es mi madrina”, me dice Víctor, señalándomela orgulloso. Sin embargo, no se trata de una de las mujeres que lo hubiera amadrinado en alguna ceremonia religiosa, ni tampoco de los golpeadores de la extinta DIP, a los que el decir popular se refería con ese mote. No, la madrina de Víctor es el tráiler doble remolque que sirve para transportar autos nuevos desde una ensambladora, hasta la agencia que hubiera hecho el pedido de tales unidades.
El transporte, un Freightliner 2015, blanco, jala dos remolques amarillos. Es nuevo. “El gobierno nada más te los acepta hasta los diez años y luego los debes de cambiar”, aclara. “Se acaban mucho estos camiones… pues es que les metes como doscientos mil kilómetros por año o más”.
Los remolques, en ese momento, están cargados con camionetas de las que cargan tres toneladas, sin caja, marca Nissan.
Son ocho, más un auto compacto, un Tsuru, que cupo hasta el final del larguísimo transporte. Con el Tsuru, debe de medir unos 20 metros.
“Pues sí, ya te digo, me dedico desde hace veinte años a esto”, refiere. Le digo que siempre me ha parecido muy admirable el trabajo de los conductores de transporte pesado, en especial, los de doble remolque. “Pues… no sé, es como todo, como lo que tú haces, ¿no?, que pues agarras la práctica y ya, ¿no?”, comenta, pero, insisto, en que sí me parece loable lo que hace, como una especie de héroe de la autopista. Sólo se ríe y agrega “Bueno, lo que sí es que en muchos trabajos entras a una hora y sales a la misma y aquí, no, aquí hasta que llegues a donde vayas, termina tu chamba”.
Tiene también Víctor que cargar los autos en los remolques. “Sí, se bajan rampas y los vas acomodando. Yo los manejo y hay amarradores, que son los que los sujetan”. “¿Es muy tardado eso?”, le pregunto. “¡No… veinte minutos, cuando mucho… es rápido!”, exclama. Claro, reflexiono, es igualmente el resultado de sus veinte años de experiencia los que le hacen ver ya como algo sencillo cargar una madrina.
Tiene razón, pero no subestimo ese trabajo, pues me parece que se requiere de una gran coordinación para conducir un transporte tan largo y pesado. Y lo hace solo, sin chalán, como se le dice aquí a los ayudantes de casi cualquier oficio.
Cabe mencionar que en México, la legislación sigue permitiendo el empleo de los tráileres doble remolque, a pesar de los graves accidentes que muchos de ellos, como las pipas dobles de gas, han ocasionado (ver, por ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=6rVmIwqgXIs).
Sin embargo, dice Víctor que no son frecuentes los accidentes de las madrinas y que cuando sufren uno, son volcaduras y los daños se limitan casi siempre a los autos que transportan, los que, me dice Víctor, están asegurados, así como el transporte y hasta ellos, con una póliza de vida.
Víctor dice que como “fracasó” en el estudio, debió dedicarse al transporte de autos. “Mira, yo entré a trabajar de intendencia en la empresa, pero un día, el jefe me jaló y me dijo que yo estaba bueno para manejar. Entonces, que me encarga con uno de los operadores a que me enseñara. Y que me voy con él, y en tres meses aprendí, sí… y lo bueno que hasta me pagaron por aprender”, agrega, sonriente. Comenta que se enseñó a meter las velocidades, las que explica que son dieciocho, diez normales y las otra ocho, con convertidor. También, a usar los espejos, los cuales son cuatro, que le permiten ver bien, en todo momento, a cualquier vehículo, incluso, en el llamado punto ciego, para lo cual, el transporte cuenta con espejos superiores, uno a cada lado, con los que puede ver a los autos que vayan laterales al tráiler. Igualmente, Víctor se enseñó a cambiar la velocidades en sincronía con las revoluciones de la máquina. “Sí, le vas midiendo con el tacómetro, pues si no le das sus revoluciones a la máquina para el cambio, no te entra la velocidad”, explica. Fácil dicho, pero… aun sigo pensando que no podría manejar un vehículo de tales dimensiones y exigencias.
Dice que, en realidad, esos transportes llevan volumen, más que peso. “Estas camionetas son ocho, y no llegan a la tonelada cada una, así que, cuando mucho, llevaré ocho toneladas y media. Pero de carros chicos, le caben hasta quince, que tampoco llegan ni a las ocho toneladas”.
Según él, por eso las madrinas son más maniobrables que un tráiler que cargue mucho peso, como material de construcción o combustible, por ejemplo, lo que lo hace más peligroso.
“Sí, en donde se puede hasta ciento cuarenta le meto”, me dice, jactancioso. “Una vez, me paró una patrulla, porque iba muy rápido, pero es que me urgía llegar… ya andaba algo retrasado esa vez”.
Le digo que es algo que “odio” de los conductores de tráileres, que a veces van tan rápido, que hasta parece que trajeran un auto deportivo. Sólo sonríe. “Pues sí… pero es que a veces sí llevamos prisa”, dice, como justificando a los que así conducen.
Me platica que esa es su vida. “Estoy tan acostumbrado a la manejada, que me aburro cuando estoy sin viaje”, lo cual es raro, pues dos o tres veces a la semana debe de entregar autos.
Le pagan por kilómetro recorrido, me dice. Con carga, dos pesos con ochenta y cinco centavos y vacío, un peso. “Ahorita voy hasta Oaxaca”, me dice, así que me voy a ganar casi cuatro mil pesos. Me los aviento en dos días… eso, sí, casi sin dormir”. Es algo que le pregunto, sobre lo que se dice de que toman medicamentos para no dormir. “Sí, la verdad es que sí… y, bueno, eso te va acabando tu salud… pero, pues no te queda de otra si quieres que te vaya bien en tu sueldo”, dice, resignado. Una de las consecuencias es que, comenta Víctor, se vuelven muy violentos, pues el no dormir, tiene efectos sobre la conducta. El matrimonio de él terminó abruptamente debido a eso, su mal genio y los injustificados celos que llevaron a su ex esposa a pedirle el divorcio.
Víctor se quedó con sus hijos. Como les está pagando escuelas particulares, eso lo presiona para que saque el mayor salario que pueda. “Mira, en promedio, al mes, gano más o menos veinticinco mil pesos… y a veces más, pero así me friego, la verdad”.
Tiene cuarenta y ocho años, pero perece mayor, de unos cincuenta y cinco o más. “No es fácil la chamba”, dice, en el sentido de que debe de esforzarse mucho, hacer muchos viajes, hacer pocas paradas, dormir poco o nada…
Me invita a que conozca a su madrina por dentro. “Nada más no te vayas a espantar”, me advierte, luego de subir los dos estribos para acceder a la cabina. Ésta, realmente no es muy grande, casi como si estuviéramos dentro de un auto familiar o una camioneta. Y veo el motivo de su aprehensión: dos estatuillas de la Santa Muerte, esotérica y hasta temida entidad, muy adorada por muchas personas, quizá millones, en este país – y seguramente en muchos otros, a pesar de que la iglesia católica se opone a tal “diabólica” adoración –, que la ven como su “santa patrona”, y le piden que los proteja en sus diarias labores, justo como hace Víctor, cada que sale a un nuevo viaje, encomendarse a la Santa Muerte. “Yo sí creo en Dios – me dice, como tratando de justificarse –, pero, la verdad, es que la santita es bien milagrosa, deveras”.
Víctor dice que, afortunadamente, jamás lo han asaltado. “No… cállate… no, nunca me han asaltado… como te digo, es porque ella me cuida”, dice. Quizá por eso, pienso, habrá que conceder que, en efecto, la Santa Muerte alguna cualidad tendrá.
O quizá sea la suerte, de la que muchos dicen que tienen muy buena suerte, otros, muy mala suerte y otros… regular.
En el caso de Víctor, le celebro que nunca le haya sucedido nada. Pero platica que uno de los compañeros está desaparecido desde hace un año. “Sí, encontraron la madrina vacía, pero el compañero no ha aparecido”. Especulamos que a lo mejor se haya puesto de acuerdo con los ladrones. “Puede ser, porque no es tan fácil que te roben, pues estas unidades traen localizador satelital y no es fácil que lo descompongan… quién sabe qué pasaría”.
Además, dice que, fuera de que se quisieran robar la carga, ellos no llevan casi dinero, excepto para sus viáticos, pues todo se paga ya por tarjeta electrónica, como casetas, combustible y lo que se requiera. “Casi llevas lo de tus comidas, porque te duermes en el tráiler”, me dice, mientras me muestra el confortable espacio trasero de la cabina, que es, justo, para dormir a sus “anchas”. “Te duermes muy rico aquí. Si hace calor, nada más le abres los vidrios”, dice. Y ni problema con los mosquitos, pues ambas ventanas están equipadas con mosquiteros. Les adelantan el 30 por ciento de su salario antes de cada viaje, por si quieren llevar más dinero, pero Víctor no lo hace. “Yo, nada más llevo lo necesario”
Hablamos sobre el mantenimiento del tráiler y dice que es cada determinado número de kilómetros. “A los cinco mil, le revisan lubricantes, engrasado, a los diez mil, frenos, a los quince mil, transmisión… y así. Todo te lo va indicando la computadora – me señala una especie de tableta que está sobre el tablero –, los kilómetros que llevas y lo que le debes de revisar, y así”.
Por lo visto, en la época actual, se han minimizado mucho tanto los riesgos, así como también se han facilitado las operaciones de mantenimiento de esos transportes, que son “como tu segunda casa”, dice, con cierto orgullo. Y es que, en efecto, la cabina está personalizada muy al gusto de Víctor. Tiene pequeñas canastillas metálicas para llevar sus refrescos, alimentos, sus pastillas de todo tipo, incluyendo las que emplea para no dormir, quizá las más cuestionables de su botiquín, y sus patas de venado. “Sí, mis patitas de venado… para la buena suerte”. Sí, se entiende que una actividad que conlleva peligros de todo tipo, desde accidentes, descomposturas, robos… requiera de todo tipo de fetiches y amuletos, con tal de que el operador se sienta lo más seguro posible.
Tiene Víctor un hijo que también se dedica a lo mismo. “Sí, mi muchacho, pues también fracasó en el estudio y también se dedica a esto”. El joven trabaja para otra compañía, de las que ya hay muchas, dice Víctor. “¡Uy, sí…. hace veinte años había… creo que otras dos, y ahora ya hay varias, pero ésta es de las más socorridas!”.
Las puertas de la cabina llevan el logo de la CANACAR (Cámara nacional de autotransportes de carga), a la que la empresa en la que labora Víctor pertenece. “Pues el dueño de la empresa es el mero mero de la Canacar… es millonario el tipo”, dice Víctor, pensativo, quizá reflexionando en que individuos así han hecho sus fortunas de explotar bastante a conductores que se la pasan sin dormir  varios días, con tal de percibir un sueldo decente, a pesar de las inconveniencias a su salud y de los peligros a los que se exponen.
De todos modos, Víctor dice que le gusta mucho su trabajo, pues, además, ha viajado por todo el país y conoce a mucha gente, sobre todo “mujeres guapas”.
Le pregunto qué hay de cierto de los supuestos encuentros “sobrenaturales” que narran los hombres del volante, que de repente encuentran en los caminos, sobre todo los muy desolados. “Fíjate que a mí no me ha pasado, pero a un compañero que fue a Chihuahua, ¡se le subió un duende, sí, y andaba por toda la ventana bailando… hasta lo filmó, pero paras la grabación, le pones pausa, y no se le ve forma al canijo duende… sólo que esté moviéndose!”.
Aunque, finalmente, hay que temer más a los vivos, que a los muertos, como es el sentir popular, reflexiono.
El viaje de ese día será largo, pues debe de ir desde Cuernavaca hasta Oaxaca. “Son las nueve – dice, mirando su reloj –… como a las dos de la mañana estaré llegando”, afirma, sin afectación de ninguna especie, así, como algo normal. Le llevarán, entonces, unas diecisiete horas hacer el recorrido, calculo.
Dice que va a seguir manejando las madrinas hasta que el cuerpo aguante. “Pues sí, porque cuando te jubilas, te dan una bicoca”, afirma. En efecto, como sucede con la mayoría de las pensiones de hambre que se dan en este país… claro, si es que se tiene derecho a esa exigua pensión, excepto, por supuesto, todo tipo de “funcionarios”, corruptos y mafiosos, comenzando por el “presidente”, “jueces”, “diputados”… y demás parásitos que mantenemos con nuestros impuestos, los que perciben pensiones vitalicias de cientos de miles de pesos mensuales.
Esos son los duros contrastes que se dan en este país y en todo el mundo, en donde el paraíso es solamente para el uno por ciento que operan al depredador capitalismo salvaje, gracias al cual explotan al noventa y nueve por ciento restante para satisfacer sus mezquinos intereses.
Agradezco a Víctor la entrevista y le deseo buen viaje. Sí, que su Santa Muerte y sus patas de venado lo lleven con bien.

Contacto: studillac@hotmail.com