martes, 30 de abril de 2019

La mala práctica médica


La mala práctica médica
Por Adán Salgado Andrade

El juramento hipocrático que hacen los doctores al recibirse, dio lugar a la palabra hipócrita, refiriéndose más a la costumbre de fingir lo que no se siente o hacer lo que no se debe, pero asegurando “de dientes para afuera” que sí se está llevando a cabo lo correcto, que no se está engañando.
Y en algo que es muy evidente, es en la práctica médica, la que, a pesar de tratar con vidas humanas, muchas veces son lo que menos interesa, con tal de que se obtenga a cambio una ganancia, incluso, si eso significa poner en riesgo la vida, practicando operaciones innecesarias o dando inadecuados medicamentos muy caros, tan sólo porque tal médico tiene arreglos con alguna farmacéutica.
Me he enterado de historias en donde supuestos “doctores” recetan antibióticos a gente que es alérgica a ellos y ha, lamentablemente, muerto, sin que aquéllos acepten su responsabilidad. O casos en que se han mantenido “vivas” a personas conectadas a aparatos que les dan “vida” artificial, solamente para seguirles cobrando su estancia en el hospital. Recientemente, se ha revelado que muchas de los partos que se practican mediante cesáreas son innecesarios. Igualmente, la extracción de las muelas del juicio se puede evitar. Pero todo eso se hace porque se obtienen jugosas ganancias a nivel mundial.
Por ejemplo, la prescripción de medicamentos por doctores que están asociados con los grandes laboratorios, se aprecia muy bien en la cinta estadounidense Love & Other Drugs (2010), protagonizada por Anne Hathaway y Jake Gyllenhaal, ubicada en 1996, cuando la droga para la disfunción eréctil Viagra, de Pfizer, comenzaba a comercializarse y todos los doctores que la recetaban sin limitación alguna, obtenían grandes “beneficios”, a pesar de que no estaba totalmente probada (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Love_%26_Other_Drugs).
Más recientemente, la empresa estadounidense Purdue Pharma ha sido acusada de que, gracias a sus grandes influencias entre políticos estadounidenses, por muchos años ha podido comercializar sus “medicamentos” a base de opiáceos, los que ocasionan severos daños colaterales a los pacientes que los toman, al grado de haber llevado a cientos de ellos a la muerte por sobredosis, pues tales sustancias ocasionan una muy fuerte dependencia, que ni los cura, los enferma más y solamente los vuelve adictos “legales” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2017/12/la-epidemia-de-opiaceos-legales-y-no.html).
Dentro de la literatura, hay una obra debida a la pluma del escritor inglés Stanley Winchester (1922-2012), llamada “La práctica”, publicada en 1967, que ilustra muy bien la problemática de los poco éticos doctores que silencian sus “errores” médicos, con tal de no perder el negocio de una clínica, su licencia o, peor, ir a la cárcel, pues muchas veces cometen “crímenes involuntarios” por presentarse ebrios o bajo efecto de drogas a alguna operación, o por haber recetado medicinas incorrectas, como veremos.
La edición que leí es la de la editorial inglesa Corgi Books, de 1969.
Ubicada en una pequeña ciudad costera llamada Plume, la historia narra, entre habladurías y chismes, la aburrida cotidianeidad de sus habitantes… bien dice el proverbio “Pueblo chico, infierno grande”, y es lo que se ve en la novela, que presenta a muchos personajes (algo demasiados, yo diría), que, de una u otra forma, se entremezclan entre sí a través de los doctores de la clínica del lugar, que les da la atención médica “requerida”.
Dicha clínica la fundó años antes el doctor John Porteus, quien siempre se ha esforzado por tener al “mejor personal”, tanto de médicos, así como de enfermeras.
Y al inicio de la novela llega un nuevo aspirante a su clínica, el doctor, recién recibido, Trevor Shaw, de Londres.
Shaw, antes de llegar a Plume, había estado viviendo en una pensión, en donde sostiene una relación amorosa con Betty, la administradora y dueña del lugar, madre soltera, cuyo hijo, Michael, se lleva muy bien con Trevor, así como ella con éste. Ambos lamentan cuando Trevor consigue el trabajo, aunque, antes de irse, el doctor le promete a Betty que es “el amor de su vida” y el irse a Plume no significará el fin de su relación.
En esta historia, tanto los pacientes, así como los médicos, son algo “fuera de lo común”. Por ejemplo, tenemos a Norman Lester, contador mediocre, casado con una mujer, Heather, años más joven que él, además de ser sumamente preciosa, como todos la consideran. Por lo mismo, siempre está inventándose cosas sobre ella, que seguramente está con alguno de los amigos de él o que está con la madre de ella, diciendo cosas malas de él. A este sociópata, acomplejado, nunca le diagnostican ese delirio de persecución, por el cual siempre está imaginando lo que van a decir de él sus compañeros de trabajo, las “infidelidades” de su esposa, la forma en que deba de vestirse, con tal que no lo critiquen.
A lo más que hacen los doctores, incluido Trevor, es recetarle somníferos, lo cual no le elimina su obsesivo, compulsivo comportamiento. Sus dilemas terminan cuando decide asesinar a Heather, simulando una caída de las escaleras, muy convincente, de lo cual, se precia mucho. Y también, dentro de su desequilibrio mental, celebra que al fin haya tenido las “agallas” para terminar, según él, con tanta “opresión”, tantas “insatisfacciones”, tantos “malos tratos” que Heather le había provocado desde que se habían conocido y casado. Podría esperarse que Lester sufriría un escarmiento y hasta sería descubierto por su infame, frío crimen, mas no es la intención de Winchester, sino, sólo, mostrar hasta dónde muchas personas son capaces de llegar, merced a sus trastornos mentales, y juzgarse a sí mismos, como “héroes” de la historia, cómo, el que cometan un asesinato, los redime y les da “vitalidad” para enfrentar la vida, así como Lester, quien, en realidad, nunca tuvo pruebas de las “infidelidades” de Heather, salvo las que su enfermo cerebro le mostró. Quizá un adecuado diagnóstico, habría evitado la muerte de Heather. ¿Cuántos locos sin diagnosticar habrá en el mundo, rondando por allí, tramando el primero de sus asesinatos, con tal de sentirse heroicos?
Otro doctor que trabaja para la clínica de Porteus es Lionel Corfield, cuya “debilidad” es ser homosexual. Su desgracia es caer enamorado, en una visita, de un paciente, Peter, un alemán, muy joven, y aunque trata de ocultar su relación, es descubierto por otro de sus pacientes, Stuart Ennerey, quien intentará emplear esa “debilidad” a su favor.
Resulta que Ennerey, heredero de una pequeña fortuna legada por su padre, buscó una buena inversión, con tal de hacerla crecer. Eso lo hizo construyendo un hotel, el Marine, de medio lujo, en el que tiene puestas todas sus esperanzas. Un mal día, la administradora, Edith Gresham, le comunicó que uno de los empleados estaba enfermo. El doctor Corfield es solicitado para examinarlo y su diagnóstico es que tiene tifoidea. De ser así, el hotel tendrá que cerrar al menos un año. Terrible noticia para Ennerey, no sólo porque sería el fin de su proyecto, sino porque se conjunta con problemas familiares. Como es divorciado, el hijo que tuvo con su primera y única esposa, Charles, sufre algunos problemas emocionales, como el ser gay, algo que Ennerey no soporta. Lo peor es cuando un día el doctor Porteus es llamado para atender una “emergencia”, poco antes de lo del enfermo de tifoidea, que no fue más que un intento de suicidio de Charles. Eso lleva en los hombros Ennerey, cuando le dijo Edith lo del enfermo de tifoidea.
Como dije, el encargado del veredicto es Corfield, a quien, primero, Ennerey trata de sobornarlo. Sin embargo, en vista de que Corfield es muy honesto o, al menos no se presta para eso – para que diera un falso veredicto y que eso posibilitara una epidemia por el contagio masivo que el hotel, al seguir funcionando “normalmente”, habría ocasionado –, Ennerey, haciendo uso de su parte mezquina, sobre todo porque, en esos tiempos, la homosexualidad era un “crimen” en Inglaterra, lo amenaza con que avisará a Porteus que es homosexual y que, además; tuvo relaciones sexuales con uno de sus pacientes, el mencionado Peter. Eso le pesa a Corfield, quien, sin embargo, decide que vale más revelar su sospecha de diagnóstico a Porteus. Eso lleva a Ennerey a “denunciar” su homosexualidad aunque, de todos modos, finalmente, no se trata de una tifoidea, sino de algo más leve, una fiebre por infección intestinal no viral. Sin embargo, Corfield acepta de buena gana dejar de trabajar en la clínica y se embarca en un crucero griego de lujo, como médico a bordo.
Ennerey, para su suerte, sigue con el hotel y, también, debe de absorber el shock que le produjo saber que su hijo era homosexual. A veces, lo que más odiamos, lo tenemos en casa, podría ser la moraleja.
Por su parte, el doctor Dick Masters, de 55 años, es un alcohólico empedernido, quien siempre carga consigo una pequeña licorera metálica, que contiene wiski, su bebida favorita. Varias veces, su alcoholismo le ha ocasionado problemas a la clínica, pero Porteus ha salido en su defensa. En una ocasión en que Porteus tiene mucho trabajo, le pide que atienda una operación, tomando su lugar, como médico anestesista. El paciente muere. Y una de las enfermeras que atendió la operación denuncia que el paciente falleció porque Masters estaba alcoholizado. Porteus la somete a interrogatorio, tratando de disuadirla de que el “buen doctor” Masters no es alcohólico, y que nada de lo que ella diga, puede probarlo. Lo que sí estaba claro fue que durante la operación, según Porteus, la enfermera no cumplió con los protocolos de asepsia, lo que debió provocar la muerte del paciente por un infarto, no por exceso de anestesia. La mujer no sabe qué más decir, excepto el agradecer que Porteus no la va a acusar con la Asociación Médica del país, lo que la habría dejado vetada de trabajar de enfermera casi de por vida. Aquí, vemos la recurrencia de la forma prepotente y autoritaria en que muchos problemas médicos se resuelven, cargando responsabilidades en  los niveles más bajos de los servicios médicos.
Una vez habiendo “convencido” a la enfermera de que pudo haber sido su culpa la muerte del paciente, pero siendo “magnánimo” de no denunciarla, Porteus decide que un descanso de unos tres meses bastará para que Masters se “cure” el alcoholismo, con lo cual está de acuerdo el doctor Trevor, quien atestiguó la forma en que fue coartada la enfermera por su jefe.
Otros personajes son la sesentona Pam Lenox y su hija Judith, quienes pertenecen a la clase acomodada de Plume. Como tales, practican todo lo que su “nivel social” demanda. Y eso es tener una muy confortable casa, con una indispensable trabajadora doméstica, además de constantes visitas médicas, pues no pueden sentir que un dedo les duela, sin que tengan que ir al doctor. Pam se queja de constantes dolores de cabeza, que, cuando va a ver a Porteus, siempre le receta lo mismo, analgésicos. En una ocasión, pierde el conocimiento al ir manejando. Milagrosamente no mata a ninguna persona. Y ya, casi al final de la novela, se revela que Pam sufre de ataques epilépticos, muy bien disfrazados por Porteus, con tal de que la señora pueda manejar, pues los epilépticos tienen prohibido hacerlo. Pero con el buen dinero que le paga Pam a Porteus por “diagnosticar” simples jaquecas, aun después de varios accidentes, durante varios años, Pam sigue manejando, sin problemas.
En cuanto a Judith, su hija, es una mujer divorciada, que dejó a su primer esposo por aburrimiento. No tuvo hijos y se siente bien. Se entretiene con los chismes locales de Plume, jurando que, después de esa “amarga” experiencia del primer matrimonio, no se enredará con hombre alguno. Pero se tragará sus palabras, pues el hijo de Porteus, Martin, quien es pasante de medicina, pero sin decidirse aún por trabajar como médico, por simple holgazanería, la corteja y, a pesar de la diferencia de edades de unos quince años – Martin tiene veinte años y Judith, 35 –, sostiene sexo con ella. Judith resulta embarazada y se lo comunica. Como es usual, todo el poder de seducción desplegado por Martin, su “mente abierta y liberal”, se vienen abajo al recibir la noticia, lo que aprovecha Judith para manipularlo a su antojo. Al final, Martin “arregla” unas vacaciones a Suiza, que “coinciden” con las que planea Judith, la que le ofrece “verse” por allá, para disfrutarlas juntos. No se dice qué más pasará en la novela, pero, seguramente, es un ardid de Judith para que el hijo de ambos nazca allá y que disfruten su nacimiento. Aquí, la conclusión es que, por mucho que se diga que no interesa ya una relación de pareja, como dice el vox populi, “cae más pronto un hablador, que un cojo”.
Y todos tienen sus rarezas, no sólo los mencionados personajes. Denise, por ejemplo, que es la mujer de Porteus y que, en todo momento, se muestra como la esposa abnegada, que siempre está al pendiente de su esposo y del funcionamiento de la clínica, busca relaciones extramaritales “casuales”… ¡demasiado casuales! Bajo el pretexto de que va a alguna reunión con amigas, se mete a beber una copa en algún bar de un pueblo algo lejano a Plume. Allí, seduce, digamos, al primero que se le antoje y se lo “coge”. Uno de los encuentros más fuertes que tiene es con una pareja de jóvenes estúpidos, machistas y vulgares, quienes la fornican de forma muy ruda y violenta. Esa noche llega a la casa, antes que su marido, con la ropa rota y algunos moretones en el cuerpo. Mientras se da un baño en la tina, recuerda la grotesca forma en que se la “cogieron” ese par y sólo acierta a reírse a carcajadas, de muy buena gana, como si lo que hizo fuera algo muy cómico, pensando, quizá, en el lugar tan alto en que su esposo siempre la ha tenido.
Y tampoco Porteus se imagina que Denise ya pasó a su fase lésbica. Ella le pide que contraten a una buena amiga de la familia, Jane, pretextando que sustituya a la secretaria de la clínica, Bárbara, quien es “pésima”. No le dice, por supuesto, que Jane, veinte años más joven, es su amante, cansada ya, probablemente, de casuales encuentros con rudos machos. Denise le procura una habitación, con muebles nuevos, con tal de que Jane se sienta a sus anchas compartiendo su casa y su amor. Así es la naturaleza humana.
Porteus, por su parte, también tiene sus rarezas. Una de ellas es cuando, una mañana, va a buscarlo a su casa, no a la clínica, un joven de aspecto vagabundo, sucio, greñudo, barbón. Al principio, Porteus piensa que es un malviviente que quiere robarse algo. Sale decidido a enfrentarlo, pero es cuando Bobby, el chico, le habla, algo consternado, para preguntarle si es el doctor del pueblo, a lo que Porteus le responde afirmativamente, Bobby le pide que atienda a su chica, Jo, con la que vive en un auto abandonado, cerca de la playa, pues padece asma y esa mañana tuvo un ataque muy fuerte. Porteus se siente obligado por las circunstancias a mostrarse amable y van en su auto, un lujoso Jaguar, hasta donde está la chica. Debe de dejar el auto a varios metros de distancia, pues por lo escabroso del sitio, no puede entrar hasta allá. Porteus se conmueve de la forma tan paupérrima en que viven ese par. De todos modos, cuestiona a la chica sobre su asma y le deja medicina para que se la cure, recomendándole que debería de irse a vivir a un sitio más adecuado. Ella y Bobby le aseguran que están bien allí. Porteus les pregunta si el dueño del terreno no les ha exigido que se vayan del sitio y Jo le dice que no, que, al contrario, los ha dejado porque le permiten verlos hacer el amor. Porteus no dice nada, pero reflexiona hasta dónde puede llegar la miseria humana, pues conoce al dueño del terreno y sabe que es un viejo sin escrúpulos.
A partir de ese día, Porteus visita a la pareja y hasta goza algo de su precariedad, quitándose, en una ocasión, calcetines, zapatos y camisa, pues es un caluroso día. De todos modos, al final, da aviso a la autoridad local para que los desalojen del baldío. Quizá ellos se hayan sentido traicionados, pero Porteus reflexiona que no pudo hacer algo mejor, si con eso le daba la oportunidad a Jo de darle una mejor existencia.
Ese día llega a casa, sintiéndose muy cómodo y seguro al lado de su devota esposa Denise. Aquí, la moraleja es que nunca terminamos de conocer ni a nuestras relaciones más cercanas, como al esposo, la esposa, los amigos “íntimos”… siempre nos reservarán una sorpresa.
Hay un personaje en particular, Pip Molson, quien se ha casado tres veces, con mujeres acomodadas, la última de las cuales, Jean, se encuentra muy enferma y cada vez que la visita Trevor, su médico de cabecera, desde que comenzó a atenderla, empeora. Las dos anteriores también murieron por causas algo raras.
En pocas semanas, Jean muere, bajo extrañas circunstancias, que, por los síntomas, parece un gradual envenenamiento. Luego de que muere, se le practica la autopsia y se le encuentran trazas de arsénico. Porteus comunica eso a la policía, la que ordena que las dos esposas anteriores sean exhumadas y practicadas también autopsias. Todo mundo está, entonces, muy seguro de que Molson es un maldito asesino y que pronto se sabrá la verdad de cómo también las habría envenenado.
Todos se sorprenden cuando las autopsias de las dos mujeres anteriores no revelan veneno o sustancia perjudicial alguna. Sólo Jean presenta trazas de arsénico, que, declara Porteus, puede ser que, como dice Molson, se origine por el agua que bebe y que eso indicaría que es, más bien, el sistema de agua potable, el que habría que revisar y que quizá estuviera ocasionando problemas en todos. Sin embargo, no pasa a mayores y a lo más que se le obliga a Molson es a permanecer en Plume, en caso de que descubra algo más, relacionado con las tres autopsias. No pasa nada y lo último que se sabe de él, es que decidió irse a Londres para iniciar una “nueva vida”. Allí, se pensaría si por no hacer un escándalo mayúsculo, relacionado con el agua que se bebía en Plume, se le dio carpetazo al asunto, como seguramente se hace en tantos países.
Trevor, pocos días después de su arribo, conoce a una chica de rancia alcurnia de Plume, Camila Tozer, con la que inicia una relación sentimental, a pesar de que él ya sostiene una con Betty. Transcurren las semanas y los dos se van enamorando más entre sí. Los eventos narrados se van desarrollando en dichas semanas. Trevor no está muy seguro de querer, realmente terminar la relación con Betty, a la que va visitar una ocasión, cuando ya está él comprometido con Camila. No le dice nada de ésta a Betty y prefiere que se entere por el periódico, cuando sea anunciada la boda. Trevor, nostálgico, la vuelve a visitar días después del anuncio de la boda. Es tanto el deseo que existe entre ellos, que se entregan una vez más a desatar su pasión, aprovechando que no está Michael, pues Betty lo llevó con una hermana. Betty le demuestra que lo ama, pero le pide que ya no vuelva a verla, pues se casará y no tiene ya nada que ver con él. Trevor le insiste en que lo deje pasar la noche con él, pero Betty lo rechaza. Algo que le extraña a Trevor, es que no hubiera permitido Betty que le viera y, mucho menos, le tocara los senos.
Días más tarde está en la casa de Camila, sólo los dos, aprovechando que los padres de ella se han tomado un par de días para irse de vacaciones. Camila lo provoca, quitándose la ropa y dejándose sólo la interior, juega con sus ganas, lo excita, le baila… pero no le deja hacer más. “Hasta la boda, querido, me harás el amor, no antes”, le dice. Trevor está furioso y a duras penas logra controlar su excitación.
Pasan algunos días más y Trevor está en la casa de los Porteus, en donde vivía, comiendo con Denise y Jane. El periodo de prueba pasó y ya Porteus lo aceptó como médico en la clínica. En todo ese tiempo, Trevor se ha dado cuenta de las porquerías que se hacen allí, con tal de mantener “impecable” su reputación. Como le han dado a entender Porteus y Denise, lo importante es mantener a flote la clínica, “la que he cuidado con tantos trabajos durante tantos años”.
Trevor recoge algo de debajo de la mesa y ve que Denise y Jane tenían entrecruzadas sus piernas. “Sólo eso faltaba, darme cuenta de que Denise ya está en su etapa lésbica”, reflexiona.
Pretexta estar muy cansado y se retira a su habitación. Debía ver a Camila, pero le pone como excusa el dolor de cabeza.
Aprovecha para recapitular todo lo que ha visto en ese pueblo. Si al llegar, le había parecido pintoresco, luego de meses de haber vivido allí, le parece aburrido, pretencioso, prejuicioso… basta ver, por ejemplo, a Camila, la que le había dicho que sería hasta la boda que se le entregaría. Trevor pensó en si no le haría lo mismo cuando estuvieran casados, no darle sexo si estuviera molesta o enojada por algo…
Recuerda, entonces, a Betty y decide llamarle a la posada. Alguien le dice que ella salió de emergencia al hospital un par de días antes. A pesar de que es una tarde lluviosa y manejar hasta Londres le llevaría unas seis horas, Trevor no lo piensa más y se va a verla…
Por la noche, usando su investidura médica, llega al cuarto en donde Betty está. Ella lo recibe entre feliz y triste. Le debieron extirpar los senos, pues le habían descubierto cáncer en ellos. Eso explicaba por qué no lo dejó, días atrás, ni verlos, ni tocarlos. Trevor le pregunta por qué no le había dicho y Betty sólo guarda silencio y sigue llorando. Le pide que se vaya, que no vuelva a verla. Entonces, Trevor se acerca, y le dice que si ella piensa que nadie se acostará más con ella por haber perdido los senos, “estás equivocada, mi amor”, mientras, cariñosamente, le toma sus manos y se las besa…
Nadie más volvió en Plume a saber nada de Trevor.
No se dice en la novela, pero muy seguramente Trevor rechazó vivir y trabajar allí, atestiguar fraudes y engaños médicos y, sobre todo, rechazó también haberse casado con una inmadura, caprichosa mujer quien, a diferencia de Betty, sólo casada, habría aceptado haberle hecho apasionadamente el amor…
Y en Plume, la vida siguió, como si nada, con la fraudulenta clínica de Porteus atendiendo a cuanto imaginario o real enfermo se acercara a consulta.
Y las habladurías y los chismes, continuaron también, el más reciente, ¿qué habría sido del infame doctor Trevor Shaw, quien abandonó su trabajo en la clínica, su lugar en la casa de los Porteus y hasta tuvo la desfachatez adicional de no cumplirle a la pobre Camila de casarse con ella?




sábado, 20 de abril de 2019

Medicinas caras y medicinas falsas


Medicinas caras y medicinas falsas
Por Adán Salgado Andrade

Recientemente, directivos y líderes de empresas farmacéuticas fueron convocados por el comité de finanzas del Senado estadounidense, para que dijeran por qué daban tan caras sus medicinas para enfermedades como el cáncer, por ejemplo. Y los “argumentos” que dieron fueron, francamente, absurdos, por no decir estúpidos (ver: https://gizmodo.com/here-are-the-three-dumbest-claims-pharma-ceos-made-when-1832908340?).
Las empresas reunidas fueron Bristol-Myers Squibb, Johnson & Johnson, Merck, Pfizer, Sanofi, AbbVie y AstraZeneca, todas ellas productoras de las medicinas más caras del mundo, para enfermedades muy específicas, que sólo los ricos o personas que tengan seguros médicos o pertenezcan a organismos de salud pública, pueden adquirir.
Su primer argumento fue que los precios altos, no son culpa de tales empresas, sino de intermediarios que buscan reducir los precios, al comprarlos de mayoreo, de los medicamentos para, después, revenderlos y quedarse ellos con las ganancias adicionales. Puede ser cierto, pero, de todos modos, los precios son altos pues, a pesar de los intermediarios, tales empresas los ofrecen altos de origen.
Analistas han rebatido esa pobre justificación, señalando que los intermediarios sólo lo hacen con el 4% de las drogas, correspondiendo a 23 mil millones de dólares, de la venta anual total, que fue de 480 mil millones de dólares (mdd), tan sólo en el 2016. Sin embargo, la ganancia neta de las farmacéuticas es de dos tercios de los 480 mil mdd, es decir 323 mil mdd para ese año, muchísimo dinero. Eso indicaría que sólo un tercio es el gasto en inversión para fabricar los medicamentos, 107 mil mdd. Si sólo se agregara la ganancia industrial media, un 10%, los caros medicamentos que producen bajarían muchísimo, pero no lo harán pues, como toda industria del capitalismo salvaje, se trata de ganar lo más posible.
Otro “argumento” fue que si los precios de los medicamentos se mantuvieran bajos, eso “desalentaría” el desarrollo de nuevos fármacos, pues, señalan esas empresas, que resulta muy caro hacerlo, tanto la formulación, la experimentación – que puede llevarse años –, así como todo lo que demanda idear cualquier nuevo medicamento. Por tanto, se oponen totalmente a que las entidades públicas establezcan el precio de los medicamentos, pues eso desalentaría la investigación.
Sin embargo, cuando el senador Wyden le preguntó al directivo Richard Gonzalez, de AbbVie, si no ganaba su empresa en países en que había control de precios, como en Alemania, forzadamente contestó que sí tienen, en efecto, ganancias en todos los países industrializados, hasta en los que se controlan los precios. Cuando quiso argumentar que si Estados Unidos (EU) estableciera control de precios, la inversión en investigación y desarrollo (R&D) podría bajar, a lo que Wyden le replicó que tan sólo lo que gana esa empresa en EU, supera el monto que invierte en R&D en todo el mundo. Dejó sin palabras, ni argumentos a Gonzalez.
Igual sucedió con los pobres argumentos del resto de los directivos de tales empresas. Se vio que los senadores iban muy bien preparados y con datos para rebatir su mezquindad corporativa.
Un tercer argumento, también absurdo, fue que la culpa la tenía la entidad pública Medicare, que es una especie de financiamiento público de salud estadounidense, para los enfermos que cuentan con él. Según las farmacéuticas, el hecho de que Medicare “obligaba” a pagar 13% de su bolsillo a los pacientes, para que adquirieran éstos sus medicamentos, “encarece al precio”. Según ellos, solo debería de obligarse a los pacientes a pagar 3%, como hacen con los gastos hospitalarios.
Pero tampoco esa “justificación” pudo sostenerse, pues si los medicamentos no fueran tan caros, el 13% que pagan los pacientes por el Medicare, no sería tan alto.
No, ningún argumento pudo justificar precios de medicinas tan escandalosamente altos.
Uno de ellos es el medicamento Orkambi, producido por la empresa Vertex. Dicho medicamento, según la empresa, combate de raíz la enfermedad pulmonar llamada fibrosis cística, un mal crónico degenerativo que va inhabilitando a los pulmones. No tenía cura hasta que Vertex lo sacó al mercado, al prohibitivo precio, para casi todos los enfermos, de £105 mil libras esterlinas anuales, casi $137 mil dólares ($2,510,000 pesos) (ver: https://www.theguardian.com/society/2019/feb/10/vertex-revenue-hike-orkambi-drug-nhs).
La empresa aduce la “gran inversión” hecha para desarrollarlo, pero investigadores afirman que gastó apenas 11.5 millones de dólares para crearlo, así que con la venta de 85 dosis ($11.645 millones) recuperaría tal inversión.  Eso deja ver la mezquinad con que actúa esa farmacéutica.
Cínicamente, Vertex declara que tuvo un incremento en sus ganancias, para el último trimestre del 2018, de 40%. Por ello, sus ganancias netas ascendieron a $337 mdd, además de que sus activos bancarios son de $2990 mdd. O sea, no está en bancarrota, y si bajara considerablemente, digamos 80% el precio del Orkambi, seguiría ganando la empresa.
Se calcula que sólo en Inglaterra hay unos diez mil enfermos de fibrosis cística y por el exagerado costo del Orkambi, el Sistema Nacional de Salud (NHS) de ese país, no puede costearlo como medicamento público. Así que todos esos enfermos sólo podrán tomar los medicamentos que hasta ahora han ingerido, los que solamente palian los síntomas, pero no impiden su avance. Y así estarán, hasta que mueran.
Muchos críticos dicen que debería emplearse una obscura cláusula de 1977, de la Ley de Patentes, que indica que el Estado puede, en afanes del interés nacional, desestimarlas. En este caso, podría fabricar el Orkambi por su propia cuenta, pero muy rara vez se ha usado tal provisión. Claro, pues cualquier empresa alegaría una muy grave violación a su patente, su propiedad intelectual, a fin de cuentas. Y dentro del capitalismo salvaje, un país que haga eso es considerado un criminal, un paria (como han hecho varios países en África, al fabricar retrovirales por su cuenta, infinitamente más baratos que los originales, para combatir la pandemia del VIH).  
El subsecretario de salud de Inglaterra, el señor Jon Ashworth, ha dicho que se reunirá con los ejecutivos de Vertex para ver qué puede hacerse con respecto al exorbitante precio del Orkambi. Rebecca Hunt, vicepresidenta de la empresa dice que ésta ha acordado la reunión, pero rehúsa decir que se hará allí. Seguro que no cederán en bajar el precio del medicamento.
Mientras tanto, una de tantos miles de enfermas y enfermos es Carlie Pleasant, quien a los nueve años contrajo el padecimiento. Como dije, la fibrosis cística va inhabilitando la capacidad pulmonar, llenando de flemas a los pulmones. La digestión también se afecta, además de ocasionar una debilidad corporal que obliga a reposar muy frecuentemente. Pleasant tiene ya 29 años, está casada, tiene un hijo. Es, digamos, “feliz”, pero siempre tiene presente que una severa crisis respiratoria la puede matar en cualquier momento.
Cuando escuchó hablar del Orkambi, sus esperanzas de vivir una existencia plena se renovaron. Pero cuando acudió con sus padres al hospital, para solicitar el medicamento, le dijeron que el NHS no lo podía costear y que sólo los pacientes que pudieran comprarlo, podrían curarse. No es su caso, por supuesto, ni el de miles, pacientes pobres que sufren tal enfermedad (ver: https://www.theguardian.com/news/audio/2019/feb/07/new-drugs-who-decides-price-of-life-cystic-fibrosis).
Es la “lógica” del capitalismo salvaje, que existe una demanda (necesidad), por ejemplo, esos enfermos de fibrosis, pero si no tienen con qué pagar el medicamento, ni hablar, dirán los ejecutivos de Vertex, que se curen los que tengan para pagar nuestro carísimo medicamento.
Por ello, en países de pobres en donde existen pandemias de enfermedades curables, pero que no hay medicamentos modernos para combatirlas, se ha recurrido a viejas medicinas, porque a ninguna farmacéutica le interesa desarrollarlos, pues sus “clientes” serían marginados que no podrían pagarlos. Uno de esos casos se da en la República Democrática del Congo (ver: https://www.theguardian.com/news/audio/2018/nov/23/is-big-pharma-ignoring-the-poor).
En ese país, tuvieron que hacer uso de una medicina que estaba descontinuada, netopremazol, con la cual, se logró atacar la enfermedad del sueño, producida por el piquete de la mosca tse-tsé, que inocula al parásito que la ocasiona. Al principio del presente siglo había unos 30 mil enfermos de eso, y ahora, gracias a esa abandonada medicina, ya sólo hay unos 350 casos. Las farmacéuticas no invierten en hallar una moderna cura, pues eso les costaría alrededor de $2700 mdd, prohibitivos, dado que el número de enfermos es limitado, además de que son pobres, y no podrían asumir el alto costo del medicamento que se hiciera. Sucedería algo similar que con el Orkambi, así que esos enfermos y esos países son dejados a su pobre suerte.
La doctora Els Torreele, directora ejecutiva de Médicos sin Fronteras indica que, en efecto, a las grandes farmacéuticas no les interesa desarrollar medicamentos para los pobres, no es costeable y, menos, si es para uso de una sola vez, como para la enfermedad del sueño, que atacaría al parásito y lo mataría, con una sola toma. Por eso, se prefiere no hacerlo y, mejor, abocarse a desarrollar medicinas para enfermedades crónicas, como diabetes, cáncer, asma, sida o cosas así, que no se quitan nunca y se tiene que tomar toda la vida el caro “medicamento”, que no cura y sólo mantiene viva o vegetando a la persona.
Esa es la realidad de la “moderna medicina”.
Lo peor es que, tan lucrativos son algunos medicamentos que no podría faltar una, aun mayor, infamia: las medicinas falsas (ver: https://www.theguardian.com/science/2019/mar/11/fake-drugs-kill-more-than-250000-children-a-year-doctors-warn).
La mezquindad del capitalismo salvaje, que valora ganancias y lo material, por sobre la compasión, la honestidad, la ayuda desinteresada… ha contagiado a casi toda la sociedad de sus egoístas acciones, no importando que el planeta se deprede, se contamine, la sociedad se empobrezca, se muera de hambre, se enferme y pelee entre sí (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/depredacion-ambiental-planetaria-accion.html).
Y encima de que se enferme la sociedad mundial, justamente por tanta contaminación y depredación, todavía debe de enfrentar mayor infamia, al adquirir, de buena fe, caros y falsos medicamentos que no combatirán, de ninguna forma, o, poquísimo, la enfermedad, crónica y grave, en la mayoría de los casos, que se adolezca.
Son más perniciosas las medicinas falsas usadas en niños, pues por su nula acción, se estima que mueren al año alrededor de 250,000 tan sólo por haberlas empleado para tratar malaria o neumonía.
Otros miles mueren por emplear, sin saberlo, vacunas o antibióticos falsos, aplicados en infecciones agudas y males tales como hepatitis, fiebre amarilla y meningitis.
Muchas de tales muertes suceden en países en donde la alta demanda de ciertos medicamentos se combina con una muy pobre vigilancia, bajo control de calidad y regulaciones, lo que facilita que criminales organizados y cárteles infiltren el mercado. En las pocas ocasiones en que son descubiertos en sus criminales acciones, simplemente se les aplica una multa de risa y son liberados, para que continúen delinquiendo.
Pruebas hechas a tales “medicamentos”, muestran la gran variedad de los que se han falsificado, incluyendo los de anti-malaria, antibióticos, cardiovasculares y contra el cáncer. La mayoría de falsificaciones se dan, nada menos que, en China y en la India. Y si allí mismo se venden, de verdad que esas bandas criminales carecen totalmente de principios, precipitando más rápidamente a sus conciudadanos enfermos a una segura muerte.
Esos “medicamentos” contienen desde tinta para impresoras, pintura, hasta arsénico. Medicamentos para la impotencia sexual, como la Viagra, son los más falsificables. Pero, bueno, en este caso, no pasaría de que el hombre que la ingiriera no tendría erección, a la hora de estar en la intimidad con su elegida. Pero una droga falsa que se usara para combatir el VIH, como un retroviral, podría significar una temprana muerte.
Mas nada de eso importa a los malditos falsificadores de medicamentos.
Claro que también hay las medicinas mal hechas o que no se disuelven todo lo rápido que se requiriera, como los llamados “medicamentos similares” o las que están a punto de vencerse, que, aunque no son falsas, sí retardan la cura o, simplemente, ya no sirven por estar caducas. De todos modos, tampoco se justifica su comercialización.
La venta de medicinas falsas es considerada ya una emergencia mundial de salud pública. El American Journal of Tropical Medicine and Hygiene, AJTMH, ha publicado artículos de doctores, universidades y hasta de la empresa Pfizer (causante, de alguna forma, de la piratería de medicamentos, por los precios tan altos de muchos de sus productos), que advierten que además del daño que hacen al no curar, y el robo – pues eso es, un robo –, las medicinas malas o falsas también acrecientan la resistencia antimicrobial, lo que estimula el mayor desarrollo de súper bacterias, las que, de por sí, se han seguido fortaleciendo, aún con medicamentos y antibióticos legítimos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/12/la-fortalecedora-evolucion-de-bacterias.html).
Se considera que más del 10% de las medicinas vendidas en países de medios y bajos ingresos – como en México –, son de baja calidad o falsas, costando a las economías locales entre $10,000 y 200,000 mdd al año ese fraude. Y el problema empeora, de acuerdo con el citado AJTMH. En el 2018, Pfizer identificó 95 falsificaciones en 113 países, muy arriba de las 29 existentes en el 2008 en 75 países. Un alza de 264%, en las falsificaciones, y de casi 51%, de los países afectados. Muy infames cifras.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, ha hecho muchas recomendaciones para combatir los “medicamentos” falsos, como el que las administraciones de salud pública de los países tengan pleno control sobre las medicinas que se comercializan, que haya leyes que garanticen la extradición de los criminales que hacen las falsificaciones, para que reciban justo castigo, que se controle la corrupción pública (otro azote mundial), entre otras. Pero pocos países han hecho caso de tales recomendaciones, por lo que sigue y crece el problema.
Hace poco, la mencionada OMS, lanzó una alerta sobre una de esas falsificaciones, que circulaba en Europa y EU. Ese falso “medicamento” supone ser Iclusig, un anticancerígeno usado para tratar a adultos con leucemia mieloide crónica y leucemia linfoblástica aguda. Esa píldora falsa no contiene más que paracetamol (han de haberse tentado el corazón sus falsificadores, metiéndole, al menos, algo para el extremo dolor que suponen tales formas de cáncer de sangre).
Obviamente, la medicina original es muy cara y las falsas, cuestan centavos de dólar producirlas, así que el beneficio económico que dejan – o dejaban, si ya están controlando su distribución –, es mayúsculo. Y esos falsificadores, de seguro, se dan la gran vida, viviendo a todo lujo, en mansiones, manejando autos caros, poseyendo yates… a costa de que maten a la gente que confía ciegamente en la “medicina” que adquirió. ¡Una grave, inmoral infamia, más allá de todo reproche!
Michael Deats, quien dirige la vigilancia de medicamentos falsos por parte de la OMS, en Génova, afirma que sólo una verdadera vigilancia pública hará que ese infame comercio baje. Señala que más de 110 países han reportado más de 2000 casos de medicinas falsas, gracias a esa coordinación entre gobiernos y OMS.
Otro problema es que muchas de esas falsificaciones se venden por Internet, y eso suma un problema más, pues es difícil diferenciar un sitio legítimo, de uno falso, afirma el investigador de la Universidad de Oxford Bernard Naughton.
El problema, por tanto, seguirá, y cientos de personas morirán, creyendo que el caro precio pagado por una “medicina”, ganado muy probablemente con grandes esfuerzos, habría de curarlos.
Y, de todos modos, los que no tengan para pagar caros, legítimos medicamentos, estarán condenados igualmente a morir.
Así que, las muertes ocasionadas por medicamentos súper caros o “medicamentos” falsos, sólo serán “daños colaterales”, mientras los responsables, empresas farmacéuticas o bandas criminales de falsificadores, ambos, comparsas del capitalismo salvaje, seguirán disfrutando de una existencia poblada, ésa, sí, de verdaderos, no falsos, carísimos lujos.