lunes, 23 de septiembre de 2019

Las impagables deudas de estudiantes universitarios en Estados Unidos


Las impagables deudas de estudiantes universitarios en Estados Unidos
Por Adán Salgado Andrade

En el año del 2011, durante la presidencia de Obama, miles de estudiantes universitarios estadounidenses, salieron a las calles, para protestar por la falta de oportunidades laborales y la consecuente insolvencia para pagar los préstamos que sus padres o ellos mismos contraen para estudiar una carrera universitaria, sea en una “económica” universidad pública o en una cara universidad privada. Las onerosas deudas dejadas por la necedad pública de seguir cobrando colegiaturas a los universitarios, ha ocasionado que ya asciendan a 1.6 billones (1,  600,000,000,000) de dólares y sean casi el 7.5% del Producto Interno Bruto de Estados Unidos (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Occupy_Wall_Street#Goals).
Recientemente, la antropóloga Caitlin Zaloom publicó un libro, titulado Indebted: How Families Make College Work at Any Cost (Endeudadas: Cómo las familias costean la Universidad a como se pueda), producto de una investigación que realizó entre familias de clase media, a las que más pega el pago de la universidad a sus hijos.
Un análisis del libro fue publicado recientemente por The New Yorker, firmado por el periodista Hua Hsu (ver: https://www.newyorker.com/magazine/2019/09/09/student-debt-is-transforming-the-american-family).
La idea de Zaloom de escribir el libro, le surgió en un día que una de sus alumnas, Kimberly, la fue a ver para plantearle el dilema en el que se hallaba, sobre la enorme deuda familiar contraída para haber podido pagar su carrera universitaria, cómo se había esforzado tanto y que, al final, el trabajo que le dieron, en una empresa de outsourcing, por el salario tan bajo, ni siquiera le permitía pagar los intereses de la onerosa deuda familiar. Al hablar Zaloom con la madre de Kimberly, le contó todos los problemas que pasaron, que su esposo no quería que su hija estudiara, pero que, al final, “estirando” las finanzas familiares, lograron que Kimberly acabara su carrera, pero que, al hacerlo, la familia entrara en bancarrota.
Así, Zaloom se dio a la tarea de investigar esa problemática, entrevistando a sesenta familias, por todo el país, sobre todo, como señalé, de la clase media, a las que más pesa ese problema. Al respecto de esa clasificación, señala Hsu, que no es tan clara, pues dentro de ella, se incluyen ingresos que van desde los 40 a 250 mil dólares anuales. Por lo mismo, a algunas les es más fácil pagar las colegiaturas.
Y lo que halló Zaloom fue que esas familias lo hacen, pagar tan costosos estudios, a pesar de no contar con los medios suficientes, endeudándose, para que sus hijos asciendan en la escala social y sean, ya que hayan terminado sus carreras, la esperanza familiar para salir de la apretada condición en que se encuentran. Sin embargo, ya no es garantía de eso el poseer un título universitario. Algunas cuentan con subsidios, como los Pell Grants, reservado para familias que ganen menos de 50 mil dólares anuales, pero que ni con esos pueden cubrir el costo de la colegiatura. Un estudio mostró que ese dinero, la mayoría está absorbido por escuelas privadas, que “desangran” a los estudiantes y sus familias, absorbiendo hasta esos magros subsidios (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Pell_Grant).
Zaloom pudo ver que la mayoría de las familias entrevistadas hacen lo imposible por ahorrar dinero para las colegiaturas, cortando, incluso, gastos en alimentación, gasolina, ¡hasta en aire acondicionado, en zonas desérticas!, con tal que sus hijos puedan ir a la universidad.
El problema adicional es que las colegiaturas han crecido mucho más que los salarios, “en una proporción de cuatro veces la inflación y ocho veces en relación al ingreso familiar. Se estima que 45 millones de personas en los Estados Unidos deben alrededor de 1.6 billones de dólares por deudas escolares, más de lo que los estadounidenses deben de sus tarjetas de crédito o los préstamos para pagar sus autos. Algunos, temen que la burbuja de las deudas estudiantiles sea la siguiente en estallar”, señala Hsu. Más adelante dice que los “escépticos cuestionan el verdadero propósito de la universidad y su sistema de grados. Quizá lo que los expertos toman como el coraje de los jóvenes estudiantes (al perseguir sus metas), sea, en realidad, una manifestación de su impotencia, al saber que estarán endeudados en el futuro”.
Zaloom señala en el libro que su fascinación por la condición de las familias de clases medias es que, es en éstas, en las que está más acentuada la idea de que sólo estudiando una carrera universitaria, se podrá “tener un futuro”. Sin embargo, han aprendido por el duro camino, que ya no es así. Menciona un estudio conducido en los 1980’s por Elizabeth Warren, Teresa Sullivan y Jay Westbrook, en el que se revelaba la precariedad de la clase media. Señalaban en dicho estudio que las familias clasemedieras que estaban en bancarrota, rara vez era porque no tuvieran una educación superior, sino porque habían tenido tropiezos económicos y emergencias a lo largo de su vida, tales como gastos médicos mayores. Es decir, son presas de la creciente precariedad salarial.
En algún pasado momento, era más probable ascender en la “escalera social”, pues, por ejemplo, “en los 1980’s, más de la mitad de los veinteañeros estadounidenses eran financieramente independientes. En la década pasada (2000-2010), casi 70% de los jóvenes en sus veintes, recibían aún dinero de sus padres. El riesgo es colectivo y las consecuencias son compartidas por varias generaciones. El libro de Zaloom podemos leerlo como una etnografía de un decreciente estilo de vida, una elegía para las familias que todavía creen en la fantasía de que dinero bien gastado y trabajo duro serán suficientes para asegurar el Sueño Americano”.
Muy sintética forma de decir lo que pasa en Estados Unidos (y en todo el mundo). Pero no garantiza, ya nada, tener una licenciatura y, menos, estar titulado. Eso podemos verlo en México. Claro, la diferencia con un egresado de la UNAM, por ejemplo, es que no sale debiendo nada, pero le será muy difícil conseguir trabajo (la mayor parte de los desempleados se da entre personas con estudios de licenciatura o mayores, como maestría o doctorado. Ver: https://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
Para muchos egresados universitarios, tener trabajo, será posible sólo que los contraten en call centers, franquicias de comida rápida, cines y por el estilo.
Menciona algunos ejemplos de cómo ciertas familias trataron, desde que sus hijos eran recién nacidos, de que tuvieran un ahorro, para cuando estuvieran en edad de estudiar. En ciertos estados se ofrece el plan 529, para ahorrar para la educación. Con ese plan, hay solamente condonaciones de impuestos para quienes ahorran para costear la futura educación de sus hijos, nada más.
Eso hizo, por ejemplo, Patricia, maestra de escuela de primaria, que desde que nacieron sus dos hijos, Maya y Zacarías, se puso a juntar dinero para sus estudios. Maya fue sobresaliente estudiante. Pero Zacarías, no lo fue y se quedó sin terminar la universidad. “De haber tenido una bola mágica, no habría ahorrado para él”, se lamenta Patricia. Además, su esposo los abandonó y dejó a la familia con una deuda conjunta de 400 mil dólares, que Patricia ha ido pagando como ha podido, empleando sus ahorros para el retiro. “Pero no podías no hacer caso de los comerciales”, dice, refiriéndose a los anuncios de colegios, que recomendaban la cuenta de ahorros para los estudios.
Aun así, se señala en el artículo, Patricia es un ejemplo de los pocos que pueden hacerlo, ahorrar, pues “apenas un tres por ciento de estadounidenses invierten en una cuenta 529 o equivalente y ellos tienen activos que son 25 veces mayores al promedio de la clase media. Pero, de todos modos, Zaloom refuta la idea de que la “planeación” asegure la estabilidad financiera. “La deuda estudiantil no se convirtió en un problema porque las familias no quisieran ahorrar. Es al contrario. La planeación, requiere estabilidad en la fortuna de una familia, estabilidad, tanto en la vida familiar y sus finanzas, lo que ya no es común en las familias de clase media de hoy día”. Es cierto, pues, ¿de qué sirve ahorrar, si no se tiene, digamos, un trabajo seguro o un buen salario? Seguramente, Zaloom tiene en mente, tanto las severas crisis económicas, que golpean mucho más a los clasemedieros, que dejan, a muchos, desempleados, así como los bajísimos salarios que ganan la mayoría de familias estadounidenses (y las de todo el mundo).
Otro tipo de cuestionable “ayuda” financiera es la llamada Free Application for Student Aid (FAPSA, Registro Gratuito para Ayuda Estudiantil), pero las cien preguntas que se hacen son tan engorrosas, como señala Zaloom, que es muy difícil que se otorgue.
Y otro problema son los prejuicios familiares, por los cuales, los padres no quieren que sus hijos se enteren de que tienen problemas de dinero. A ella le pidieron, durante las entrevistas, que no les comentara nada a sus hijos.
Señala que hace algunas generaciones, ir a la universidad, no requería tanto papeleo. Además, para los blancos con dinero, estudiar una licenciatura, no era problemático. Si no se podía, simplemente no era opción ir a la universidad. A principios del siglo veinte, eran raras las personas que se graduaban de una universidad, no más del dos o tres por ciento. Pero cuando se garantizó con la ley G.I. Bill la educación para las familias de los veteranos, después de la primera guerra mundial, las cosas cambiaron y comenzó a extenderse la idea de la educación como necesaria para todos, para lograr el “sueño americano”.
Esa idea se reforzó más cuando se desarrolló la idea funcionalista del “capital humano”, según la cual, la “mejor inversión” era en la educación de una persona, pues era como una forma de invertir en el futuro. Así, la National Defense Education Act, de 1958, reforzó el derecho a la educación de estudiantes que buscaran beneficiar el “interés nacional”. Todo eso quedó más afianzado con la Higher Education Act, de 1965, que daba apoyo federal a estudiantes pobres y de clases trabajadoras, independientemente de lo que quisieran estudiar.
Pero, como dije, la idea se generalizó y la gente comenzó a pensar en que estudiar era necesario y si tenían que endeudarse, adelante. En 1972, el entonces presidente Richard Nixon (1913-1994), creó el organismo Sallie Mae, una coinversión con empresas privadas para “ayudar” con préstamos a los estudiantes, dado que cada vez más y más familias, tanto trabajadoras, como de las clases medias, veían en la educación universitaria de sus hijos la “solución” a su futuro.
Cuando llegó Ronald Reagan (1911-2004) a la presidencia, con su filosofía del “libre mercado”, o sea, la aplicación del capitalismo salvaje a ultranza, las cosas cambiaron, pues, entre otras cosas, Sallie Mae endureció sus cobros, y se exigió más a las familias a que pagaran sus deudas. Pero, como ya estaba bien cimentada la ilusión de la carrera universitaria “para asegurar el futuro”, los colegios, sobre todo, privados, siguieron creciendo, principalmente porque también crecieron las solicitudes para estudiar de jóvenes ávidos de su educación superior.
Luego, cuando se comenzaron a medir a las universidades por su “calidad”, en 1983, “y la imposición de las pruebas para calificar la eficiencia de los estudiantes, se creó la cultura del credencialismo competitivo. Las colegiaturas, por la alta demanda, se habían duplicado en relación a la inflación”.
 Con eso, Zaloom se refiere a la impuesta situación de que todo se debe de medir, qué tan eficientes son tanto personas, como escuelas. Y con eso, florecieron todas las industrias que han hecho de esas mediciones un súper negocio, como medir la “calidad educativa” de los estudiantes de High School o de las universidades.
Justamente aquí, con la ya, por fortuna, derogada “reforma educativa”, se impuso ese modelo “evaluador” por muchos años, aplicado por empresas estadounidenses, que nada tenía que ver con mejorar la educación. Para impartir verdadera y liberadora educación, confluyen muchos factores, como maestros bien pagados y bien preparados, métodos de enseñanza libres y modernos, adaptados a las reales necesidades sociales, entorno económico adecuado, familias estables, tranquilidad social y otros aspectos que, conjuntamente, lograrían una verdadera elevación del nivel académico de los educandos. De hecho, varias de esas pruebas, se han eliminado ya del sistema educativo estadounidense, por anacrónicas e inútiles.
En 1979, criticando al credencialismo, el sociólogo Randall Collins, publicó su libro “La Sociedad Credencializada", en el que indicaba que la escuela se había convertido en “un caro e ineficiente sistema de acreditación. El problema está en que aquéllos con poder, determinan cuántas credenciales se requieren, haciendo que los jóvenes sientan que necesitan un grado, no importa a qué precio”. El libro se reeditó recientemente, por su importancia. En el nuevo prólogo, el experto Tressie McMillan Cottom anota que eso sigue siendo así cuando los “colegios privados, ávidos de ganancias, simplemente han reforzado las inseguridades de los jóvenes, sangrándolos de sus préstamos y becas, sobre todo en los estudiantes pobres y de clases trabajadoras”. Ahora, sólo se trata de que se tenga una licenciatura, aunque no se tenga trabajo, pues es el “requisito para ser respetado”.
Sí, en efecto, como en México, que para muchos es una necesidad ser licenciados, ingenieros, arquitectos, médicos… y que así se dirijan a ellos “pues mi trabajo me costó quemarme las pestañas”, como dice el sentir popular.
En México, por ejemplo, eso se refuerza con la publicidad que las escuelas privadas emplean para atraer a estudiantes, intimidándolos inconscientemente de que, si no tienen una licenciatura, como las que esas instituciones ofrecen, no tendrán un “promisorio futuro”.
Por eso es que las familias en Estados Unidos hacen lo imposible para que sus hijos estudien, aunque hubo algunas que sí se dan cuenta de que no es tan cierto ya lo de la educación superior como el “seguro a prueba de fallas” para una mejor vida.
Claro que los prestamistas dicen que es culpa de la gente, por no ser “responsables”, pero, como comenta Hsu, en las familias estudiadas por Zaloom, esa no es la razón, pues todas se esfuerzan mucho y, a pesar de ello, se endeudan y endeudan más y más cada año.
Y de eso, los hijos, que tanta fe tenían en el futuro, una vez que terminan sus carreras, se dan cuenta de la triste realidad. Eso le pasó a Alan Collinge, quien, muy contento, comenzó a trabajar como investigador en los 1990’s. Confiaba en que ese trabajo le daría salario suficiente para pagar 38 mil dólares que debía de sus colegiaturas. No fue así y una serie de enredos financieros hicieron que su deuda subiera enormemente.
Por ello, en el 2009, publicó “La farsa del préstamo estudiantil”, en donde describe que a pesar de no tener días libres y esforzarse, su deuda se volvió impagable y frecuentemente le llamaban de agencias cobradoras, exigiendo el pago. Cuando en el 2004 Sallie Mae se privatizó, su CEO, Albert Lord, recibió 50 millones de dólares como “compensación” por un periodo de cinco años. Collinge le enviaba cartas frecuentes, en las que le decía lo mucho que lo odiaba.
Al final, Collinge se volvió un activista para defender a los estudiantes de esos impagables préstamos y muchos de sus principios se usaron para impulsar el movimiento, mencionado antes, Occupy Wall Street. Varios políticos importantes, como el candidato presidencial Pete Buttigieg han apoyado las demandas estudiantiles.
Bernie Sanders, el llamado candidato “socialista” también los apoya.
Además, las colegiaturas en las universidades públicas podrían eliminarse, ya que sólo se requerirían 79,000 millones de dólares (mdd) para hacerlo, pues en “apoyos” – que muchos se van a escuelas privadas, como señalo arriba –, la administración pública gasta 91,000 mdd, lo que indicaría que, si no se han quitado, es porque, en efecto, los mayores beneficiados son las escuelas privadas, a las que les llegan esas ayudas estudiantiles, no a los estudiantes que las requieren.
Por otro lado, ya se cuestiona la utilidad real de la experiencia universitaria. A principios del 2019, Tim Cook, el CEO de Apple, habló del desfase que existe entre lo que se enseña y lo que se requiere en la industria (y eso que se trata de Estados Unidos. Pero, hay que señalar, que la función de una universidad, debería de ser la de crear carreras que sirvan socialmente, en primer lugar, no industrialmente. La UNAM ha debido desaparecer carreras que fueron creadas para ciertas específicas empresas, que, al cerrarse o cambiar sus procesos industriales, ya no requirieron a los egresados de tales carreras).
Cook agregó que cerca de la mitad de los nuevos contratados de Apple, no tenían carreras universitarias.
Tiene razón, pues ya es creciente la tendencia a que muchos se preparen con cursos que se dan por línea o, simplemente, pos su experiencia laboral (en México, sucede lo mismo, pues las empresas no contratan a recién egresados por su falta, dicen, de experiencia laboral).
El economista Bryan Caplan ha sugerido, muy provocadoramente, que “estaríamos mejor si las carreras universitarias fueran más difíciles de conseguir. En su libro El caso en contra de la educación, él discute que la educación universitaria es empleada como una forma de identificarse alguien, para el potencial empleador, de que sé esto o aquello. Precisamente porque la educación es tan accesible, gracias a préstamos y subsidios, el mercado laboral espera que sepamos muchas cosas. Pero hay muchas formas de conseguirlo. Y en la sugerente, cínica visión de Caplan, no se requiere que gastemos cuatro años en estudiar cosas que nunca usaremos”.
Quizá se refiera Caplan a la “paja” que se enseña en todas las carreras universitarias, que, muchas veces, en efecto, sólo se estudia para pasar y ya. Los empresarios quisieran que sólo se enseñara a los estudiantes, lo que se requiere en sus industrias. Pero, por eso, en México se han creado tantos institutos tecnológicos, para ahorrarles a muchas personas el que vayan a universidades, estudiando carreras técnicas, en donde se les enseñan puras tecnologías de fabricación. Probablemente por eso, un directivo de la empresa Camiones Daimler de Norte América, “sentía que los trabajadores de la planta de dicha empresa en México estaban mejor capacitados que los de EU, a los que, incluso, a muchos se les debía de enseñar matemáticas y habilidades de escritura” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/05/decadencia-y-desindustrializacion-de.html).
Ya hay intentos por aliviar tan pesadas cargas de deudas estudiantiles, como Rolling Jubilee, que surgió de Occupy Wall Street, organización no gubernamental que compra deuda estudiantil a bancos por centavos. Con 700 mil dólares, ha logrado amortizar 38 mdd de deuda estudiantil, así, sin cobrarla. Se contenta con pagarla, sin exigir nada a los presionados estudiantes.
En fin, para muchos padres, aunque el dinero “no lo es todo, sí se necesita”.
Claro, sobre todo para las escuelas privadas y todas las empresas que se benefician de que se siga sosteniendo el mito de que “la educación universitaria depara un mejor futuro”.
Para esas instituciones, sí.
Para los endeudados estudiantes, es parte del negro, impredecible futuro que les espera.


  

Trabajadores esclavizados en barcos pesqueros


Trabajadores esclavizados en barcos pesqueros

por Adán Salgado Andrade

Muchos de los alimentos que ingerimos, los compramos, sin importarnos cómo o de dónde se obtengan. La carne, comida por millones, por ejemplo, proviene de lo que yo llamo las “fábricas de animales en serie”, y por las condiciones en que son criados y sacrificados los bovinos de los que se obtiene, está llena de toxinas y químicos que empeoran su, de por sí, dudoso valor nutricional (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/fabricas-de-animales-enfermedades-en_01.html).
Sin embargo, alimentos como el pescado, que la mayor parte es capturado en altamar, podemos imaginar cómo los barcos pesqueros lo recogen con enormes redes – que esa pesca no es ecológica, pues esas enormes redes capturan también a otras especies, como a delfines, tiburones, tortugas, los que, simplemente, se desechan –, y que por tanta contaminación marina, con plásticos, aceites, sustancias radioactivas, agroquímicos, aguas negras, los peces, además de estar disminuyendo, vienen, la mayoría, contaminados. Pero en lo que menos pensaríamos, es en las condiciones en que trabajan los empleados de dichos barcos.
Ian Urbina, reportero de The Guardian, recientemente hizo una investigación para revisar las condiciones en las que los empleados de los barcos pesqueros laboran. Y halló que, especialmente en compañías sudcoreanas, se les trata casi como esclavos, pagándoles muy poco y arriesgando sus vidas, pues muchos de los barcos en donde trabajan han sobrepasado por varios años su vida útil y son muy peligrosos, en riesgo de hundirse en cualquier viaje (ver: https://www.theguardian.com/world/2019/sep/12/ship-of-horrors-deep-sea-fishing-oyang-70-new-zealand).
Comienza contando la historia del Oyang 70, propiedad de la empresa sudcoreana Sajo Oyang Corporation, la que difícilmente da mantenimiento a sus embarcaciones y, mucho menos se preocupa, dice Urbina, de si pueden seguir navegando.
Ese barco zarpó de un puerto de Nueva Zelanda el 14 de agosto del 2010. En esa fecha, Nueva Zelanda aún permitía que embarcaciones y compañías de otros países operaran en sus aguas capturando peces, que serían vendidos en su territorio o exportados.
Y aunque hay inspectores que revisan que los barcos estén en buen estado, como hizo uno de ellos con el Oyang 70, quien reportó varias fallas, el nuevo capitán, un inexperto hombre de 42 años, llamado Shin Hyeon-gi, sudcoreano, muy corajudo y represivo, como atestiguaron sus empleados que se comportaba, le aseguró que todo “ya se arregló”, sin ser verdad, y la noche de ese funesto día, partió la nave.
El Oyang 70 había excedido su vida útil de 29 años, pues ya tenía 38, o sea, casi diez más, y con tan pobre mantenimiento, era milagroso que aún estuviera operando.
Pero fue su último viaje. Como el pez que capturarían era bacalao, que se pagaba en ese entonces a 9 centavos de dólar (unos 1.8 pesos) la libra (casi medio kilo), tenían que capturar muchísimo, como sentenció el novato capitán, para compensar los gastos y obtener una razonable ganancia.
Por las mencionadas, pobres condiciones del barco, la excesiva carga, de más de cien toneladas, que había sido capturada por la enorme red durante varias horas, aquél, comenzó a hacer agua. Shin tuvo tiempo suficiente para dar la orden de tirar muchas toneladas, en exceso, de peces, pero su deseo de obtener suficiente bacalao para compensar el viaje, fue mayor que su sensatez – si es que tenía – y el barco se hundió, por sobrepeso – en sus condiciones, no lo resistió. Al hacer agua el viejo barco, los empleados comenzaron a saltar al mar.
Lo único que hizo bien el “capitán”, fue llamar por su radio a una embarcación pesquera neozelandesa, que llegó a tiempo para salvar a 45 trabajadores, antes de que murieran en la congeladora agua, que tenía, esa noche, una temperatura de seis grados centígrados.
El capitán fue visto por los trabajadores, por última vez, en su cabina, golpeando todo, desesperado. Su cuerpo, nunca fue recuperado.
Y a pesar de ese incidente, la empresa pudo salir bien, gracias al trabajo de su cabildero y representante, Glenn Inwood, quien ya antes ha sacado a flote a otras empresas, como las balleneras y tabacaleras. Seguramente recurre a prácticas hasta gansteriles para “solucionar” los problemas de las compañías a las que ha representado.
Muy convenientemente, todo se achacó a la inexperiencia del fallecido capitán, quien ni siquiera les informó a los trabajadores que había más de 60 trajes aislantes del frío, que podían haber usado durante el naufragio.
Y siguió trabajando la empresa, como si nada.
Señala Urbina que la mayoría de los trabajadores son migrantes pobres, de países como China, Indonesia o países árabes, como Irán o Afganistán. Además, como suele suceder, son contratados por una empresa, que, a su vez, es subcontratista de otras, y así, por lo que Sajo Oyang Corporation “no tiene nada que ver con los contratos directos”. Y por eso se puede librar muy bien de accidentes como el mencionado, evadiendo su responsabilidad directa
La paga, por lo mismo de que muchos migrantes no poseen papeles, es muy baja, de unos 235 dólares mensuales (unos 4700 pesos), mucho menor a la que se exige legalmente como salario mínimo en Nueva Zelanda, que es de $451.49 dólares semanales. Es decir, los pobres trabajadores migrantes, que caen en las garras de las empresas pesqueras, ganan mensualmente casi la mitad de lo que ganarían por semana, laborando legalmente en Nueva Zelanda (ver: https://i.stuff.co.nz/business/111558419/minimum-wage-to-rise-to-1770--what-will-it-mean-for-you).  
Por eso, las pesqueras los “subcontratan”, para hacer a un lado la legalidad laboral de ese país.
Sin embargo, las cosas han cambiado mucho, al menos en Nueva Zelanda, pues luego se reportó otro “incidente”. La empresa pesquera sustituyó al hundido Oyang 70 con un nuevo barco, el Oyang 75, presumiendo que estaba a la altura de los avances tecnológicos, en todo… menos en el trato que daba a sus trabajadores.
Su tripulación, consistente en personas mayoritariamente musulmanas, los peor tratados, fueron hallados por una mujer, el 20 de junio de 2011, refugiados en una iglesia del pueblo porteño de Lyttleton, en Nueva Zelanda, pues habían huido del Oyang 75, por la forma tan inhumana en que el capitán y otros miembros de la tripulación, los trataron. Reportaron que además de bajísimos salarios, que muchas veces eran retenidos si se “portaban mal, como tardar mucho en comer”, las condiciones de salubridad en las instalaciones son malas, abundan las cucarachas y chinches en las camas. Para “lavar” la ropa, sólo les permitían hacerlo con las mismas bolsas que usaban para empacar peces muertos, así que todas sus prendas olían a rancio.
Y aunque sufran accidentes, no se les tiene la mínima consideración. Uno de ellos, por ejemplo, se machucó severamente un dedo con una cuerda. Más tarde, se lo amputaron y aun así, herido, lo obligaron a trabajar en el interior del barco. Por eso, la herida se le abrió. Del cansancio, se quedó dormido, con la herida sangrando. Despertó con el dedo lleno de cucarachas, las que habían sido atraídas por la seca sangre.
Pero, lo peor, es que eran sujetos a hostigamiento sexual por el pervertido “capitán”, que los perseguía cuando salían de bañarse, para tocarles los testículos y el pene, acosarlos mientras dormían y a varios de ellos, violarlos. Y otros miembros de la tripulación, igualmente los hostigaban sexualmente, pues también se trataba de pervertidos.
¡Increíbles relatos, muy propios de saturadas, inhumanas cárceles!
 A varios, les retenían papeles importantes, como certificados de estudio (que en Indonesia, son importantísimos, pues sin ellos “no eres nadie”, como le dijo un trabajador indonesio a Urbina), pasaportes, actas de nacimiento y otros por el estilo.
Un par de investigadores de la universidad de Auckland, Christina Stringer y Glen Simmons, en combinación con Michael Field, periodista de Nueva Zelanda, realizaron un estudio en el que, en efecto, confirmaron esos aberrantes, retrógradas tratos. En una ocasión, en la que conversaban con un grupo de migrantes que habían trabajado en un barco pesquero sudcoreano, fueron vistos por el capitán para el que habían laborado dichos migrantes, quien, de inmediato, dio aviso de la reunión por su celular. Pronto, golpeadores de la empresa, arribaron al restaurante. Simmons sacó rápidamente a los migrantes, los subió en su auto y, muy hábilmente, logró perder a los perseguidores. O sea, que hasta actúan mafiosamente esas empresas, con tal de que sus obscuras prácticas “laborales” no se conozcan.
Como dije, ahora Nueva Zelanda no acepta barcos pesqueros de otras nacionalidades, tienen que navegar bajo su bandera y aplicar sus leyes laborales con sus empleados, en cuanto a tratos y salarios. Por desgracia, eso ocasionó que muchas empresas, simplemente, cambiaran sus rumbos. Por ejemplo, el Oyang 75 se fue a trabajar a África oriental, cerca de Mauritania. Y el Oyang 77, otro barco de la nefasta empresa sudcoreana, se fue a las Malvinas. Mejor huir, que adoptar tan rígidas leyes.
Además, esa empresa ya tiene fuertes multas por la forma en que se comporta con otras cosas. Por ejemplo, sus desechos sanitarios, los echa al mar, sin mayor consideración. Igualmente, se deshace del aceite quemado de sus motores, tirándolo a las aguas marinas. O sea, “muerde la mano que le da el pan”, como dice ese popular refrán, pues las contamina y, al hacerlo, afecta gravemente el medio ambiente marino con residuos sanitarios y aceites quemados, muy contaminantes éstos, con lo que va disminuyendo dramáticamente la fauna oceánica. No hay consciencia ecológica, sólo importan las ganancias.
Por desgracia, las organizaciones públicas y privadas que han tratado de investigar sobre las condiciones laborales de los empleados de barcos pesqueros, para buscar que se mejoren, dicen que esos mismos empleados no quieren dar sus testimonios, por temor e ser despedidos o, peor, a que los “desaparezcan”. Uno de ellos les dijo a Stringer y Simmons que le parecía raro que investigaran sobre su situación, pero que él no les diría nada. “Miren, aquí estamos todos por necesidad. Y aunque pasemos por todo esto, es mejor, para mí, que estar en Indonesia, en donde no tengo ningún futuro”.
No, pues con ese conformismo, quizá generado por la pobreza de esos miles de trabajadores, nada se puede hacer.
Seguramente es a lo que apuestan las esclavizadoras pesqueras, a que siempre habrá migrantes pobres, dispuestos a pasar humillaciones, malos tratos, condiciones insalubres, hostigamiento y muy bajos salarios, con tal de tener empleo en sus barcos de mala muerte y que puedan enviar algo de dinero a sus necesitados familiares.
Así que cuando estemos comiendo un delicioso filete de pescado, al mojo de ajo, pensemos en que quizá fue capturado y procesado por humildes, explotados migrantes.