domingo, 31 de mayo de 2020

Sobre el verdadero Señor de las Moscas

Sobre el verdadero Señor de las Moscas

Por Adán Salgado Andrade

 

En 1954, el escritor británico William Gerald Golding (1911-1993), publicó su primera novela, “El señor de las moscas” (Lord of the Flies), la cual, inicialmente fue bautizada como Strangers from within (Extraños desde dentro), cuando la escribió en 1951.

Es una muy famosa novela, que siguen siendo publicada desde entonces, y ha sido traducida a varios idiomas.

La trama versa sobre un conjunto de familias inglesas que, en tiempos de una supuesta Tercera Guerra Mundial, son evacuadas por avión, de su país, pero antes de llegar a su destino, el aeroplano sufre un desperfecto y cae en una remota isla. Sobreviven sólo chicos pubertos y adolescentes, todos varones.

Allí, con tal de que puedan salir vivos, mientras son rescatados, uno de ellos, Ralph, asume el liderazgo, estableciendo tres reglas: que se diviertan, que sobrevivan y que mantengan siempre una señal de humo, con tal de que los barcos o aviones que pasen por allí, puedan verlos y los rescaten.

Sin embargo, con los días, esas reglas son quebrantadas, todos los chicos comienzan a ponerse violentos, a dividirse y a sacar lo peor de su egoísta y violenta naturaleza humana.

Las paranoias y miedos emergen y comienzan a creer en una bestia que los podía atacar y hasta matar. Un día, un piloto que había saltado de su avión en llamas, cae dentro del perímetro de la isla y queda colgado de un árbol. Los chicos lo ven desde lejos. En lugar de rescatarlo, están ya tan sicotizados de tanta violencia, que ni se acercan, pues creen firmemente que es la bestia. Unos de ellos, corta la cabeza de un jabalí que cazaron, y la coloca en un poste, como una ofrenda a dicha bestia. Esa cabeza, por la descomposición, pronto es infestada por cientos de moscas panteoneras.

Al final, hasta muertos hay, por las peleas que emprenden los bandos contrarios, con tal de hacerse del control de la isla. Se olvidan de la señal de humo y sólo piensan en matarse.

Un día, llega un oficial del ejército británico y se sorprende de ver en lo que se han convertido los chicos, casi en irreconocibles animales salvajes, guerreando y matándose entre sí. En su crítica, voltea a ver a su barco militar y siente pena. Claro, no puede criticarlos, sí él mismo se dedica a la guerra (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Lord_of_the_Flies).

La novela, como dije, se volvió, luego de su inicial baja aceptación, en un clásico, leído por varias generaciones, pues supone que el comportamiento humano puede degenerar en algo así, violento y fatal. Se han hecho películas y hasta obras de teatro de la misma.

Pero algunos críticos han cuestionado esa historia, pues, afirman, no siempre puede pensarse en que el ser humano desarrolle comportamientos tan rudos y degradados.

Uno de ellos, es el historiador holandés Rutger Bregman, quien recientemente publicó un artículo en el periódico The Guardian, titulado “El verdadero Señor de las Moscas: qué sucedió cuando seis muchachos naufragaron por 15 meses”, en donde cuestiona los puntos de vista de Golding (ver: https://www.theguardian.com/books/2020/may/09/the-real-lord-of-the-flies-what-happened-when-six-boys-were-shipwrecked-for-15-months).

Bregman dice que leyó la novela de Golding, siendo adolescente, y que quedó muy desilusionado de que eso pudiera, realmente, suceder. Pero, años más tarde, leyó sobre la naturaleza de Golding, así como el mismo escritor se describe, “que era un hombre infeliz, alcohólico y muy depresivo”. Golding decía que “Siempre he comprendido a los Nazis, porque soy como ellos, de esa naturaleza, y fue en parte por ese autoconocimiento, que escribí el Señor de las Moscas”.

Además, a los dos hijos que tuvo, David y Judith, gustaba de golpearlos, como él mismo describe. Se ponía a pelear con David, cuando tenía 4 años, con una almohada, diciendo cómo gozaba al pegarle y que sólo se detenía “cuando mi hijo estaba a punto de llorar”. Podría intuirse de este recuento que era, en efecto, sádico, como los Nazis, los que crearon horrores inimaginables en los campos de concentración, gozando al ver el sufrimiento de los pobres prisioneros ante sus demenciales torturas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/06/el-tercer-reich-el-gran-negocio-de.html).

Así que si alguien escribe una novela sobre el comportamiento humano, tomando como base el suyo propio – como el violento de Golding –, podría llegar a erróneas suposiciones. Claro que, en la literatura, hay esa libertad, el escritor puede manipular a su gusto a los personajes. Pero dista mucho de ser un trabajo que refleje la realidad, si las premisas no son las correctas.

Se han hecho experimentos de ese tipo, aislar por varios meses a personas, y los resultados no son los que se pensaron.

Por ejemplo, en 1973, el antropólogo español-mexicano Santiago Genovés, cruzó el Atlántico, desde Las Palmas, puerto español, hasta Cozumel, junto con cuatro hombres y seis mujeres, en una balsa diseñada por él, la Acali, que sólo se impulsaría por velas. Eso era parte de su experimento para ver los efectos que el aislamiento podía ocasionar en sus acompañantes. Estaba seguro Genovés, de que se desarrollarían en ellos comportamientos violentos.

A pesar de que durante el viaje hubo varios altercados y situaciones de peligro (estuvieron a punto de naufragar, por una fuerte tormenta y de ser embestidos por un buque carguero), nunca se llegó a la violencia, ni siquiera cuando Genovés trató de enfrentarlos con mentiras o ideas tendenciosas.

Más bien, ocurrió que todos cooperaron entre sí, y el viaje llegó a buen término, incluso, asegurando todos ellos que lo volverían a repetir. Genovés, que semanas antes de llegar a México, desarrolló una depresión, los felicitó por su comportamiento y de que, incluso, no hubieran hecho caso a sus intentos de violentarlos, agradeciendo que lo hubieran asistido durante tal depresión.

Todo lo anterior, fue motivo de un documental, del 2019, dirigido por el sueco Marcus Lindeen, en el que reunió a los sobrevivientes de ese viaje, quienes dan sus testimonios y comparten sus puntos de vista de lo que vivieron. Les recomiendo mucho que vean esa cinta (ver: http://www.artemiorevista.com/index.php/articulos/category-list/27-cine/211-criterio-del-7mo-arte-la-balsa-por-adan-salgado-andrade).

Bregman tenía esperanzas de demostrar que esos comportamientos violentos no siempre suceden y recordó haber leído sobre unos chicos que, en 1966, naufragaron en una isla desierta. Halló una nota reciente, en un periódico australiano, de dos hombres, que se habían encontrado y conocido, justo, en una isla desierta. Sus nombres, el australiano Peter Warner y el polinesio Mano Totau. El primero, de 83 años, y el segundo, de 67 años.

Tuvo suerte Bregman en sus averiguaciones, pues Warner fue el que halló, gracias a providencial suerte, a Mano y sus cinco amigos en Ata, isla desierta que hasta 1863, había tenido nativos habitándola, pero que, en ese año, un barco esclavista llegó allí, los hizo prisioneros y se los llevó a todos (el tráfico de personas de entonces, que se apoderaba de ellas, como si hubieran sido objetos. Legado de los piratas ingleses, el esclavismo).

Bergman tenía una flota pesquera, estacionada en Tasmania. Una ocasión, fue a la isla polinesia de Tonga, a dejar un cargamento de peces. De regreso, se desvió un poco y dio con la mencionada Ata. Le llamó la atención ver algunos claros entre la vegetación, que sólo habrían podido producirse por incendios provocados. Le comentó a Bergman que en esas islas tan húmedas, no podían iniciarse incendios repentinamente, así que decidió investigar.

Y fue cuando vio a un chico, casi desnudo, que agitaba sus brazos, para llamar su atención. El chico, llamado Stephen, nadó hacia su embarcación y, en perfecto inglés, le dijo que había otros cinco chicos en la isla y que habían estado unos quince meses viviendo allí.

Warner se comunicó a Tonga, para verificar que los chicos, como le contaron, eran de un internado de allí y que habían salido hacía más de un año a pescar, pero que habían naufragado.

En efecto, le dijeron las autoridades que habían dado por muertos a los chicos, que hasta se habían hecho sus funerales y que era un “milagro” que Warner los hubiera hallado y rescatado.

Los chicos, Sione, Stephen, Kolo, David, Luke y Mano, estaban felices cuando desembarcaron en Tonga. Pero fueron detenidos, pues la barca en donde habían decidido irse a pescar, la habían tomado “prestada” de un pescador local, que aún estaba furioso por el hurto. El pretexto por el que los chicos se lanzaron a la aventura, pareciera absurdo, pero fue porque querían variarle a la comida del internado y por eso querían capturar algunos peces. Sin embargo, no pescaron, sino, más bien, naufragaron debido a una fuerte tormenta.

Contrario a lo que cuenta Golding en su novela, los seis chicos vivieron muy ordenadamente en la isla. Aunque ésta era, supuestamente, inhabitable, lograron sobrevivir allí. Dice Warner que “Ata es considerada inhabitable, pero en el tiempo en que arribamos, los chicos habían establecido una comuna, con una hortaliza, troncos ahuecados para almacenar agua de lluvia, un gimnasio, con curiosas pesas, una cancha de bádminton, gallineros y un fuego permanente, todo hecho a mano, usando un viejo cuchillo y mucha determinación”. Ese fuego, lograron mantenerlo por más de un año, ¡vaya proeza y organización!

Siempre trabajaron en parejas, ordenadamente y aunque hubo una que otra rencilla, se arreglaban al momento. Sus días comenzaban con rezos, y así terminaban. Kolo, incluso, construyó una guitarra, con madera, medio cascarón de coco y seis alambres de acero, rescatados de su naufragado bote. Les tocaba con ella melodías, para levantar sus espíritus. Warner, aún la conserva. Y seguramente, dice Bergman, sí les levantaba los espíritus, pues pudieron vivir durante el verano, sedientos, porque casi no llovía. Sí, sólo estando muy animosos, podrían haber superado emergencias como esa.

Trataron de construir una balsa, para salir de la isla, pero se partió en dos antes de navegar. Supongo que no fue construida sólidamente, debido a los escasos materiales y ninguna herramienta, de que disponían.

Incluso, Stephen, un día, resbaló de una cima y se rompió una pierna. Sus compañeros lo sacaron de allí, le colocaron ramas y cuerdas para inmovilizársela y le dijeron que no se preocupara, que ellos harían su trabajo.

Inicialmente, se alimentaban de cocos, pájaros y huevos de éstos. Pero luego, subieron al volcán apagado que estaba en medio de la isla y, para su sorpresa, dentro de éste, hallaron plátanos, taro silvestre (colocasia esculenta) y gallinas, dejados por los antiguos moradores, Las gallinas, increíblemente, habían vivido cien años, reproduciéndose sin el cuidado de humanos (ese detalle es muy significativo, que esas gallinas, sorprendentemente, hayan vivido tanto tiempo y que ya eran una especie más de la isla).

Cuando el domingo 11 de septiembre de 1966 fueron rescatados los muchachos, el doctor que los examinó dio cuenta de su buen estado de salud y de que la pierna de Stephen había soldado muy bien.

Lo que comprueba cómo su solidaridad, organización y buen comportamiento, los sacó adelante.

Warner los convenció de que hicieran un documental para la televisión australiana y los tomó como su tripulación durante varias semanas, para que conocieran el mundo más allá de Tonga.

Todo eso, se lo contaron Warner y Mano a Bregman. La memoria de Warner “es excelente”, dice aquél.

Y qué bien que le hayan podido proporcionar ese asombroso testimonio, de que la solidaridad y sensibilidad humana, puede romper con comportamientos egoístas y violentos.

Quizá si Golding hubiera sabido de esa historia, habría reescrito su novela sobre la decadencia social.

Pero, a lo mejor, no habría sido tan exitosa, pues, seguramente, es la violencia desplegada por sus personajes, lo que la convirtió en un clásico.

Quizá, por lo mismo, la aventura de los chicos polinesios de Ata, nunca se hizo famosa.

¡Terrible que tengamos que recurrir a la violencia, para atraer la fama!

 

Contacto: studillac@hotmail.com

sábado, 30 de mayo de 2020

Los invasivos, intimidatorios exámenes a distancia

Los invasivos, intimidatorios exámenes a distancia

por Adán Salgado Andrade

 

Las actividades a distancia, transmitidas por la red, desde antes de la pandemia, estaban en constante expansión, pero tuvieron mayor auge, justamente por la citada pandemia, la que, se dice, ha cambiado o irá cambiando muchas actividades sociales, sobre todo, las que requerían la presencia física para realizarse.

Obviamente, es algo que no puede ser tan radical, pero sí está aprovechándose para que surjan nuevas compañías que aprovechan esa, digamos, internetización de cuestiones que, hace unos años, antes de que el Internet surgiera, ni siquiera habríanse imaginado.

Es el caso de la educación a distancia, en donde, tanto estudiantes, así como profesores, emplean programas de conferencia en líneas, como el Zoom o las plataformas de Google o Facebook, para recibir, los primeros, e impartir, los segundos, las clases.

Por ejemplo, la UNAM, durante la pandemia, implementó clases en línea, las que, al final, casi 70% de estudiantes y profesores deploraron, por lo deficientemente que se impartieron,  ya que la pedagogía para cursos así, no fue la adecuada en la mayoría de los casos (ver: https://www.jornada.com.mx/ultimas/sociedad/2020/04/30/el-67-3-de-estudiantes-de-la-unam-no-logra-adaptarse-a-clases-virtuales-9609.html).

Por ejemplo, no es posible sustituir clases prácticas (laboratorios, prácticas de campo, dudas, adecuada convivencia entre profesores y alumnos), con que sólo el profesor hable la mayoría del tiempo o chatee con sus estudiantes (escuché muchas quejas de estudiantes de que, casi todo el tiempo, esas “clases en línea”, fueron sólo de asignar demasiadas tareas).

Además, sobre todo, en este país, no todos los estudiantes cuentan con laptops, computadoras o Internet para acceder a la “educación a distancia” y es en lo que no se pusieron a pensar, tampoco, las instituciones educativas. Así que la precariedad tecnológica fue el segundo gran inconveniente.

Sin embargo, para muchas escuelas de varios países, son la panacea tales clases a distancia, instituyéndolas, incluso, en todos los niveles, desde preparatoria, hasta doctorados.

Me he enterado cómo funcionan, por ejemplo, doctorados de universidades españolas y no me parecen muy serios, ni que se aprenda gran cosa, pues tanto las “clases” son un cúmulo de lecturas, así como las tareas, que consisten en leer y hacer resúmenes o ensayos, de artículos o libros buscados en la red, nada muy complicado. Eso, sí, en comparación con esa deficiente enseñanza, las colegiaturas son elevadas, de cuatro mil o más pesos mensuales. Parecieran más un negocio, que la real impartición de un doctorado o maestría.

Pero con el sistema meritocrático que se nos ha impuesto, la gente busca tener más y más títulos, tan sólo por venderse, no vender lo que sabe, sino los títulos con los que está equipada, como si tales títulos le concedieran el non plus ultra, lo mejor de lo mejor, en educación. Por desgracia, tantos títulos y grados, la mayoría de las veces, no vuelven más preparada, ni mejor, a una persona.

Eso me recuerda una historia que mi padre me contaba, sobre dos licenciados, quienes siempre se encontraban en la calle, ya que sus oficinas se hallaban en dos edificios, los cuales estaban frente a frente. Uno de ellos, estaba titulado, pero era muy malo para los litigios. El otro, no se había logrado titular, pero era muy bueno. En cuanto se veían, el titulado le decía al otro, “¡Adiós, licenciado sin título!”, y el pasante le reviraba “¡Adiós, título sin licenciado!”.

Y yo creo que en muchos casos de la vida real, así corresponde.

En fin, volviendo a la educación a distancia, lógicamente han debido desarrollarse mecanismos en línea para realizar los exámenes, esos entes “pedagógicos” tan temidos por la mayoría de los estudiantes.

En un examen, el principal objetivo es que el estudiante demuestre que aprendió sobre el curso impartido. Debe, entonces, prepararse lo mejor posible y, durante la aplicación, no puede copiar, bajo ninguna circunstancia. Recordarán muchos de ustedes los famosos “acordeones”, pequeños papeles en donde se anotaban, por ejemplo, fórmulas o definiciones.

Ahora, ya con los celulares, sube la sofisticación, y éstos se usan para buscar rápidamente las preguntas que se hacen, en caso de que sea posible hacerlo. O se envían, por WhatsApp, las respuestas entre los examinados. Siempre hallan la forma de evadir la vigilancia.

Ahora, deben de enfrentar, los que estudian en línea, una nueva forma de evaluación a distancia, realizada por empresas cuyos empleados que aplican los exámenes, parecen más espías, que examinadores.

Esa situación de las empresas encargadas de aplicar a distancia exámenes, la presenta un artículo del portal informativo The Verge, titulado “Ansiedad examinadora: Cómo la vigilancia remota de exámenes está intimidando a los estudiantes”, firmado por Monica Chin (ver: https://www.theverge.com/2020/4/29/21232777/examity-remote-test-proctoring-online-class-education).

Comienza narrando el caso de Jackson Hayes, de la Universidad de Arizona, quien tenía programado un examen a las 11:30, desde su dormitorio, localizado en esa universidad. Lo primero que tuvo que hacer fue bajar e instalar la aplicación Zoom, para conferencias, que Hayes estaba renuente de realizar, por tantos problemas en que ha incurrido Zoom, sobre hackeos y otras cuestiones. Pero no le quedó más remedio que hacerlo.

El vigilante (proctor) le indicó que el lugar debía de estar libre de otras personas. El examen era sobre historia del cine ruso. Y la persona que se lo aplicó estaba al otro lado del planeta, pero, de eso, Hayes, ni idea tenía.

Lo del examen, que tenía que tomarlo bajo la acción de una empresa llamada “Examity Directions”, sí lo supo desde el principio del curso, de una serie de cláusulas que les dan a todos los estudiantes.

El vigilante, un hombre llamado Sharath, le pidió mostrarle su identificación y que le enviara fotos de la misma, del frente y del reverso. También, le pidió que girara su webcam 360 grados, con tal de ver el espacio en donde estaba y comprobar que no hubiera nadie más. Le pidió que diera un paso atrás de su escritorio, para que se lo mostrara, que no tuviera libros u otras ayudas. Tuvo que contestar preguntas sobre seguridad. El navegador Chrome, supuso que uno de esos campos era de la tarjeta de crédito de Hayes y la autollenó.

Sorprendido, el joven pregunto “¿Por qué carajos se mostró eso?”, pero el vigilante, imperturbable, siguió, pidiéndole que tecleara dos veces su nombre, lo cual hizo, con la finalidad de registrar sus datos biométricos y que coincidieran. Sobre esto, no creo que el nombre de una persona, a pesar de tantas y tantas veces que haya sido tecleado, siempre se teclee de la misma manera.

Lo peor fue que el vigilante le pidió accesar totalmente su computadora, para tener control pleno. Es decir, es un proceso que se entromete de lleno en la vida del estudiante que examina y en su computadora, teniendo a su merced toda su información.

Eso es lo que más temen los examinados, que Examity llegue a esos extremos, con tal de “garantizar” que el estudiante sea, realmente, la persona que afirma ser.

La universidad de Arizona es sólo una de las más de 500 escuelas que usan o han usado Examity. Dice Chin que “No es el único servicio de vigilancia que existe: otras escuelas emplean similares programas en vivo, como PrcotorU, servicios automatizados como Proctortrack o algoritmos que detectan plagios, como Turnitin.

Comenta que a vigilantes de Examity, desde que estalló la pandemia, les han incrementado mucho los exámenes aplicados y “el CEO de la compañía, Jim Holm, confirmó que algunos empleados hasta han tomado horas extras”, de lo cual, está muy agradecido, pues su trabajo durante la emergencia “ha sido vital”.

Como dije, las actividades en línea han tenido gran auge, como las ventas por línea, pedir comida por línea, dar clases en línea… o esos intimidatorios exámenes por línea.

Según pude revisar en el portal de la Universidad de Illinois, el costo más bajo, que es la autentificación del usuario, el nivel cero, cuesta $10 dólares. El nivel dos, con autentificación automática y vigilancia automática, 13 dólares, aplicando $7 por hora adicional. En el nivel dos, pero con autentificación en vivo, más grabación, más reseña del vigilante, $15 dólares, más $7 por hora adicional. Por último, la autentificación en vivo y el vigilante en vivo, como en el citado examen de Hayes, se cobran $17 dólares, más $7 por hora adicional. Y especifica que cancelaciones o cambios tendrán un cargo de $5 dólares. Si el estudiante no se presentara, de todos modos se cobrará el servicio. Todo por anticipado, muy seguramente pagado por los estudiantes previamente a la escuela (ver: https://www.uis.edu/colrs/teaching/technologies/examity-pricing-guide/).

Es decir, no pierde nada esa rígida empresa. Entonces, haciendo cuentas, si se aplican unos diez mil exámenes al día a distancia, la empresa ganará $170,000 dólares diarios. Suponiendo unos 300 días hábiles, obtendrá ingresos de por lo menos $51,000,000 de dólares anualmente, hablando muy conservadoramente.

“Examity es uno de los servicios de exámenes por línea que más han crecido. Empleados estiman que la compañía tenía unos diez vigilantes en el 2014, pero que ya empleaba varios cientos para finales del 2015 y ahora da trabajo a más de mil. La compañía dobló su tamaño entre el 2018 y el 2019 y fue nombrada la empresa de más rápido crecimiento de tecnología de punta en Estados Unidos por el indicador tecnológico de Deloitte, el Fast 500. Al principio del 2019, la compañía estimó que podría aplicar dos millones de exámenes, tan sólo en educación superior”, señala Chin.

Por eso, dice la articulista, se están multiplicando las empresas examinadoras, a pesar de todos los problemas, sobre todo de ciberseguridad, que eso conlleva.

Sin embargo, no han sido tan aceptadas, a pesar de su crecimiento. Por ejemplo, cita Chin que en el 2006, un grupo de estudiantes de la escuela preparatoria McLean en Virginia, juntaron 1190 firmas para que el plantel dejara de usar Turnitin, el programa que, supuestamente, evita plagios. “Es como si quisieran revisar a cada carro en el estacionamiento o a cada estudiante, para buscar si tiene drogas”, declaró uno de los firmantes, en su momento, al Washington Post.

Y eso que no estaban tan enfrentados, como ahora, a la manera tan estricta, tan intimidatoria y tan insegura – en cuanto a lo vulnerables que quedan las computadoras al tomar control total de ellas el vigilante – en que se realizan los exámenes.

Pero los administradores de la Universidad de Arizona, piensan que a los estudiantes, les tiene sin cuidado ese software. Claro, ni modo que digan que los aquéllos se incomodan.

Habrá, claro, algunos que no les importe.

Pero aquellos como Hayes, dicen que al usar Examity, es peor que hacerlo en el grupo, con el profesor presente. Señala Chin que “son vigilados muy de cerca por un extraño y en un lugar más privado que un salón. Platicando conmigo, los estudiantes describieron sus experiencias, como incontrolables, intrusivas, deficientes. ‘Básicamente, como si tuvieras a alguien sobre tus hombros, mirándote todo el tiempo’, me confió uno de ellos”.

Y eso es lo que los propios vigilantes dicen, que sólo los entrenan para cuidar que los estudiantes no hagan trampas. Dice uno de ellos, ex empleado de Examity, citado por Chin, que “cuidamos muy de cerca la cara del estudiante, para ver si hay algo sospechoso, como sospechosos movimientos de ojos o si el estudiante está tratando de pasar las preguntas a alguien fuera del cuarto”. ¡Huy, pues si esa es “alta tecnología”, del Fast 500, pareciera más que se trata de carcelarios, que de aplicadores de exámenes!

Además, por la contingencia, los vigilantes están siendo contratados al vapor, sin siquiera proporcionarles las supuestas ocho semanas de entrenamiento, a lo más, un mes. Muchos, son de otros países, como de la India, a quienes sólo se les exigen fluidas habilidades comunicativas. Claro, si sólo están para vigilar, como si fuera un peligroso criminal, al estudiante que examinen, no necesitan tanto entrenamiento.

Como dije, Examity se apodera de la computadora, lo que la deja vulnerable a hackers. Pero no se hace responsable, pues enfatiza que “La transmisión de su información a nuestro sitio está hecha bajo su propia responsabilidad”. O sea, cínica, la empresa no se responsabiliza si un hacker se apodera de los datos de la tarjeta de crédito u otra valiosa información del estudiante. Aunque se jacta la empresa de tener lo “último en sistemas de seguridad”.

Pero los hackers se han vuelto tan hábiles, que hasta “muy seguros” sistemas antihackeo burlan, como se ha visto en varias ocasiones. Eso sucedió en el 2017, cuando el muy destructivo WannaCry, un virus cibernético, deshabilitó los sistemas de cómputo de empresas y bancos por todo el mundo  (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/12/las-muy-destructivas-ciberguerras.html).

El experto en seguridad cibernética Harold Li, vicepresidente de la empresa ExpressVPN piensa que los peligros en que incurre Examity, van más allá de meros “inconvenientes técnicos”. Dice que “es un grave problema de seguridad para los estudiantes, que se les imponga instalar un software de un tercero, el cual, no tienen la oportunidad de vetar, y que se le dé a un extraño, total acceso remoto de sus computadoras. Por lo menos, sienta un mal precedente y establece malos hábitos de seguridad”.

Tiene razón, pues por los citados ataques cibernéticos, sobre todo, los que invaden computadoras, corrompen sus archivos y las dejan inutilizadas completamente, podrían esos ataques invadir servidores de Examity y, desde esos, extraer información de las computadoras, o dañarlas, de miles de estudiantes.

Por otro lado, para estudiantes que no pueden disponer de un cuarto solo, es un problema ser examinados por esa empresa. Los que tienen hijos, dicen que es muy difícil hacerlos, pues viven en departamentos reducidos, con niños pequeños, que deben de cuidar casi todo el tiempo.

Además, los estudiantes buscan muchas formas de hacer trampas, aconsejando que se consulten las respuestas en celulares o que los nombres de los íconos de las computadoras se cambien por fórmulas… no termina la inventiva para hacer trampas, a pesar de la supuesta “gran seguridad” de Examity.

Por eso es que muchos profesores no acuden a ese sitio para hacer sus exámenes. La profesora Gabi Martorell, que imparte psicología en la Universidad Wesleyan, de Virginia, le dijo a Chin que “en mi experiencia, los estudiantes casi siempre buscarían una forma de hacer trampa, si quisieran. Yo, más bien, haría algo en lo que ellos no estuvieran tan inclinados a hacer trampa, como aplicar evaluaciones con libro abierto o trabajos, cuyas respuestas no fueran tan fácilmente halladas en Google”.

Por eso, en mi caso, como profesor de la UNAM, mis clases las hago activas, con dinámicas e investigaciones, eliminando los exámenes. Y eso es mucho mejor, pues los estudiantes, considero que realmente aprenden y no sólo memorizan, con tal de pasar una prueba.

De todos modos, Examity se atiene a que muchas universidades, no sólo de Estados Unidos, sino de otros países, abrazan sus exámenes a distancia, sin importar si haya problemas de seguridad o que los estudiantes se sientan intimidados.

Finalmente, hay que considerar que, tanto la educación, así como hacer exámenes a distancia, son simples negocios.

Y si los estudiantes aprendieron o no, al final de su carrera, y si pueden colocarse en un trabajo, eso será sólo su problema.

 

Contacto; studillac@hotmail.com