lunes, 15 de junio de 2015

Revolución industrial: imposición del “prestigio social”, del consumo compulsivo, de empleos peligrosos y la práctica de la precariedad médica



Revolución industrial: imposición del “prestigio social”, del consumo
compulsivo, de empleos peligrosos y la práctica de la precariedad médica
por Adán Salgado Andrade

La historia oficial presenta a la llamada “revolución industrial” como un periodo caracterizado por grandes logros y avances en las ciencias físicas y químicas, durante la cual se generaron invenciones que fueron hitos para el “progreso” humano. Así, invenciones tales como la máquina de vapor, el ferrocarril, derivado de aquélla, la energía electromagnética, la electricidad, la máquina de combustión interna, la electricidad doméstica e industrial, la lámpara incandescente, el telégrafo, el teléfono… y decenas más de objetos o principios derivados de los avances científicos, en efecto, produjeron cambios en todos los aspectos de la vida diaria, presentándose todos como “positivos”.
Sin embargo, basta leer algunas singulares obras, para caer en la cuenta de que no todo fue “progreso y avance civilizatorio”, sino que hubo varios aspectos en los que tales avances, más bien, fueron retrocesos o veladas formas que el capitalismo salvaje de entonces empleó para imponer el estilo de vida que se adecuaba a sus necesidades de reproducción y de acumulación, como veremos.
Al respecto, recién leí un libro titulado “Inventions that didn’t change the world” (Thames & Hudson, 2014), de la autora Judie Halls. Este libro es una curiosa compilación de diseños de objetos que fueron registrados en Inglaterra entre los años 1800 a 1900 y que sólo quedaron en eso, en simples diseños. Fue una época, explica la autora, en que mucha gente tenía ocurrencias sobre algo que pudiera ser útil en su labor, incluso, hasta simples amas de casa podían hacerlo. El procedimiento era relativamente sencillo, pues lo único que se requería era llevar a la Oficina de Diseños dos copias del dibujo del prototipo propuesto, explicar para qué servía y pagar diez libras esterlinas para que quedara “protegido” durante tres años.
Eso era preferible para muchos de tales “inventores”, pues el proceso para patentar lo que la Oficina de Patentes declaraba “diseños útiles”, es decir, prototipos físicos de máquinas o aparatos, era muy tardado y burocrático, tres años a veces, además de que el costo podía llegar a las 400 libras esterlinas, prohibitivo para la mayoría de los proponentes, a lo que se sumaba el costo del prototipo mismo. Además, en el proceso, por la falta de protección oficial, se daba mucho la piratería de los prototipos y a veces, cuando un “diseño útil” era finalmente patentado, resultaba que ya había un diseño similar “registrado” antes.
Por eso es que muchos preferían los diseños, no sólo por lo barato que resultaba registrarlos, sino porque el gobierno garantizaba cierta protección durante tres años.
Sin embargo, como dije, la mayoría sólo quedaron en el papel, puesto que al ir avanzando ciencia y tecnología, muy probablemente se incorporaban los diseños que originalmente se proponían por algunos de tales improvisados “inventores” o éstos, simplemente, se olvidaban de su chispazo de ingenio y hasta allí quedaba el asunto. Por lo mismo, se iban acumulando cientos y hasta miles de bocetos con diseños que quedaron archivados en legajos que fueron consumidos, muchos, por el tiempo, la humedad y la polilla.
Más allá de esos preliminares apuntes, al analizar la obra, es interesante hallar elementos que muestran que no todo fue maravilloso en el planeta, sobre todo durante el siglo 19.
Halls precisa, correctamente, que por ese entonces, Inglaterra era el país que aventajaba a casi todo el resto del mundo en avances tecnológicos, país que pronto sería alcanzado y superado por los Estados Unidos (EU), sobre todo a partir del último tercio de los 1800’s. Por ello es que puede entenderse que mucho de lo que sucedía en Inglaterra, era tomado como modelo a seguir, no sólo en la cuestión de los avances industriales, sino todo lo que tales avances conllevaban. Además, era la llamada época Victoriana, marcada por un atroz conservadurismo en cuanto a costumbres y formas de “comportamiento social”, con fuertes restricciones en situaciones tales como preferencia sexual (era criminal ser homosexual o lesbiana, por ejemplo), pero no así en cuanto a la permisividad que se dio al desarrollo industrial, al que, incluso, se colocó por encima de los derechos humanos y la protección del medio ambiente.
Acorde con esa mentalidad procapitalista, fue que entre los victorianos se impuso la idea de la industriosidad como algo que denotaba no sólo una especie de talento especial, sino que todos los que concebían avances tecnológicos eran parte de esa nueva “generación” de personas que los nuevos tiempos requerían, así, inteligentes, capaces y sobre todo, inventivos. Era, pues, hasta una especie de necesidad social ser industrioso. Y eso sólo se lograba con una férrea disciplina, acompañada de un individualismo que llevaba a sus practicantes a formarse de una forma autodidacta. Sí  el self-made, el auto-hecho, no era visto, de ninguna forma, como una actitud egoísta, sino que era una necesaria premisa dentro del capitalismo. Mucho del tal concepto del self-made es muy proclamado y defendido, décadas más tarde, por la escritora Ayn Rand, muy dada a escribir panfletos “literarios” que presentaban al capitalismo salvaje como al mejor sistema económico, jamás habido antes. Una de sus obras “cumbres” es la novela “Atlas Shrugged”, lectura obligada, hoy día, para muchos conservadores políticos republicanos y empresarios de EU (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/01/cero-tolerancia-o-de-represivas-leyes.html).
Señala Halls al respecto que “Los Victorianos tendían a imbuir cualquier aspecto de la vida con un sentido de moralidad, el cual incluía una poderosa creencia en el individualismo, auto-respeto y auto-confianza. Había un sentimiento de que la gente debía de hacerse su propio camino en el mundo. Cada número de la Revista de Mecánica, por ejemplo, desplegaba en su portada una cita destinada a mejorar la moralidad, diseñada para inspirar a sus lectores” (subrayado mío). Más adelante, con respecto a la importancia de ser inventivo, señala Halls que “El esfuerzo individual podía dar la capacidad a los inventores de subir desde los rangos sociales más bajos. En este ambiente – donde la tecnología era una fuente de admiración y fascinación – los inventores eran vistos como individuos heroicos y moralmente superiores, en tanto que los hombres comunes eran exhortados a trabajar duro con el fin de que se hicieran triunfadores” (subrayado mío).
Se entiende, entonces, por qué tanta gente llevaba sus bocetos a la Oficina de diseños, con tal de que su, muchas veces, remedo de invención, triunfara y ellos se hicieran ricos y famosos.      
El libro se divide en secciones, con el objeto de que sea más fácil comprender por qué se proponían determinados, extravagantes y, algunos, poco prácticos diseños. Una de tales secciones, titulada “Casa y jardín”, es quizá una de las que mejor muestran la importancia de que, justo en esa época victoriana, se impuso poseer determinado estatus, asociado tanto al tipo de actividad que se desarrollaba, así como al nivel económico con que se contaba. No se limitaba ya la categoría social solamente a los grupos en el poder, los privilegiados, como la familia real o la aristocracia, sino que era una especie de deber social reflejar, a partir del consumo pertinente a cada nivel, justo tal estatus. He aquí la eficaz fórmula que, desde entonces, se acentuó y se generalizó como norma en la sociedad, justamente lo que el capitalismo salvaje de ese tiempo requería para acumularse y reproducirse. Por tanto, consumo compulsivo y “prestigio social” van de la mano desde dicha época.
Señala Halls que “La gente estaba ansiosa de que sus hogares reflejaran su estatus social, lo cual significaba consumo compulsivo y mostrar ostentación, o sea, la adquisición de ‘objetos’. La riqueza comenzó a ser medida a partir de la posesión de bienes materiales, puesto que la máquina había abaratado las mercancías, haciéndolas más asequibles. Las siempre cambiantes modas y la demanda por lo novedoso, contribuyeron a incrementar la oferta de los innumerables objetos que se hacían expresamente para los hogares” (subrayado mío). En efecto, Halls se refiere con la máquina, precisamente a lo que la tan aclamada “revolución industrial” había logrado en cuanto al aumento de la producción, justo como condición primordial para que el consumo masivo, la base de sustentación capitalista, despegara. Y había que crear las condiciones sociales del tan proclamado “estatus y prestigio social”, para que dicho consumo masivo se implementara desde entonces.
En nuestros días es ya la norma que la categoría social sea representada no por lo que se sepa, sino por lo que se posea. Tener un auto de lujo, un penthouse, joyas, yates… materializan el “prestigio personal”. Claro que habrá niveles, pues no toda la gente, la mayoría, podrá poseer, ya no digamos yate o avión privado, sino un auto de lujo. Pero sí habrá productos para cada nivel social, en lo que se logra, pregona el capitalismo salvaje, llegar a la cima del éxito.
Al respecto, Halls refiere que era una época en que los jardines eran notoriamente importantes, símbolo de “prestigio social”. Ya fuera que se poseyera un jardín exterior o que la casa contara con un pasillo de entrada que se adornara con determinadas plantas, era muy importante y vital. Quien no poseyera plantas o jardines era una especie de descastado social.
Por eso es que se proponían muchos diseños de artilugios que sirvieran para tal efecto, ya fuera para cuidar de las plantas o para cultivarlas. Por ejemplo, para las épocas frías un diseño sugiere un calentador de agua, como especie de macetero. Uno más, muestra una especie de irrigador. Otro propone unas pinzas que servían para cortar frutos y podar árboles, y cosas por el estilo. Así que, de entrada, la gente debía de reflejar su nivel social mostrando a los invitados a sus hogares su “amor” por las plantas, ya fuera con maceteros a la entrada o con un jardín, que, dependiendo de la capacidad económica, podía llegar a ser incluso muy lujoso, con plantas de todo tipo, incluyendo las que se consideraran muy exóticas. Los jardines, por tanto, ya no sólo fueron privilegio de aristócratas y familias reales.
También refiere que la propia construcción de la casa era muy importante. Una elegante mansión era símbolo de prestigio, como lo ha seguido siendo desde entonces. Hoy día una residencia de lujo (tipo la “Casa Blanca” del mafioso EPN), es sinónimo de la riqueza de su propietario, de su éxito en la vida. A mayor lujo, mayor será tal éxito.
Era una época, por ejemplo, en que al dar una fiesta o una cena, se definía si la gente tenía buen o mal gusto, como en la vajilla, que había que poseer las piezas adecuadas a los victorianos prejuicios de todo tipo que así lo exigían. Apunta Halls que “Esta plétora de utensilios y accesorios para la mesa ayudaban siempre a hacer de una fiesta una oportunidad para mostrar buen y apropiado gusto, mucho más que un escudo de armas. Eran los eventos más populares de la clase media, con las consabidas consecuencias para la reputación del anfitrión”. Y, por supuesto, esto sigue siendo así, pues hay que imaginar cuan importante hoy día es para una familia “echar la casa por la ventana” al celebrar, por ejemplo, una boda, unos “quince años” o cualquier otra celebración. El salón en el que se haga tal fiesta, el vestuario, la cena que se sirva, que si se empleó un auto de lujo para transportar a los celebrados… todo es “prestigio” y cuenta para que la gente diga “¡Qué fiestón se dio, sí que le metieron dinero!” o “¡Qué fiesta tan rascuacha, mejor no hubieran hecho nada!”. A fin de cuentas, lo que en cualquiera de las situaciones sale beneficiado es el consumismo asociado a ellas y el que, de todos modos, toma lugar en las diarias actividades de los habitantes de este depredado planeta.
Así que en ese tiempo era muy importante, además de la apariencia externa de una casa, que a la entrada de ésta, se contara con una estancia que mostrara el buen gusto de sus habitantes, pues de ello dependía que hablaran muy bien o muy mal de ellos. Iba eso ligado, como señalé, con la obligada incorporación de invenciones, tales como la iluminación, la que evolucionó desde las simples velas, siguiendo con lámpara de aceite o la de gas, hasta llegar a la electricidad y la lámpara incandescente.
Es interesante señalar que también iban aparejados con tales invenciones particulares riesgos. Por ejemplo, las lámparas de gas deprimían el oxigeno de las habitaciones en donde se colocaban, más, si estaban cerradas, como en épocas de frío, lo que ocasionaba mareos y dolores de cabeza o hasta desmayos, además de que como eran poco estables, estallaban en cualquier momento, causando muchos incendios. Quizá por eso es que Halls ejemplifica con algunos diseños que se proponían para evitar conflagraciones, tales como cosas a prueba de fuego o artificios para escapar de éste, que hoy se antojan, lo menos, “curiosos”, por no decir absurdos y hasta peligrosos. De todos modos fue una época en que, no sólo en Inglaterra, sino en infinidad de países se registraban terribles y destructivos incendios, que podían durar hasta días, pues tampoco había cuerpos de bomberos, propiamente dichos, que los combatieran (fue casi a finales del siglo 19 cuando se comenzaron a implementar equipos de bomberos profesionales, pagados por los municipios).
Todo ese impuesto consumismo, consecuencia del inherente materialismo, se posibilitó en parte en que al mejorar un poco los salarios, algunos, por supuesto, los empleados comenzaron a tener un poco más de dinero para mejorar, como ya vimos, sus casas, que éstas reflejaran su estatus.
Pero, igualmente, fue impuesto que se vistiera el empleado de acuerdo con el lugar que ocupara en la empresa. Ya se comenzaba a categorizar a tal empleado y a diferenciar los empleos fabriles (blue collar jobs) de los empleos administrativos y gerenciales (white collar jobs). Fue otra “prestigiosa” imposición.
Por ejemplo, el empleado de oficina (clerk como comenzó a generalizarse el apelativo en el idioma inglés para referirse a éste) estaba por encima de un obrero, (worker), y aunque aquél ganara poco, pues debía de vestir de acuerdo con su categoría. Nada más absurdo, ya que muchos clerks recortaban en gastos necesarios con tal de vestir a su nivel. Halls refiere una anécdota sobre una mujer que recordaba su niñez, contando que a veces no comían, pues el padre, por ser un empleado de cierto rango en la empresa donde trabajaba, aunque ganara poco, debía de ir muy bien vestido, adquiriendo caras levitas, sombrero de copa, botas y cosas por el estilo. Se aprecia, por el ejemplo, que no en todos los casos los salarios eran “buenos” y, más bien, la mayoría eran de sobrevivencia, como es la actual tendencia. De hecho, hoy día, el mantenimiento de un salario de hambre es, en muchas ramas y niveles industriales, la condición para obtener una pírrica ganancia. Y eso se logra al establecer maquiladoras en zonas salariales bajas (países como México, por ejemplo) o que, por ley, se mantenga deprimido el salario. En todo esto es fundamental, por supuesto, el contubernio que existe entre las mafias empresariales y las mafias en el poder, ejerciendo sus poderes fácticos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/08/la-estructura-mafiosa-de-los-poderes.html).
Regresando al siglo 19, fue una época en que debido al incremento de las cuestiones administrativas, los clerks comenzaron también a incrementar su número al ser más demandados. Actividades como la contabilidad o la planeación que trajo aparejadas el ímpetu que tuvieron los bancos, piezas fundamentales del capitalismo salvaje, junto con el resto de las empresas al crecer la producción, demandaban mucho a contadores, abogados, administradores, ingenieros y profesiones similares. Por ejemplo, señala Halls, los empleados de las tiendas de autoservicio, que comenzaron a surgir y a generalizarse en los 1860’s, debían de vestir impecables, observar rigurosas reglas de etiqueta y conducta y, sobre todo, hacer muy bien su labor, que era vender y vender, lo más posible, so pena de que si no lo hacían, podían ser despedidos. Eran tan estrictas las normas de “conducta” que debían de guardar esos empleados, que estaba prohibido, por ejemplo, ¡que se casaran!, pues el hacerlo, decían los dueños de las tiendas, bajaba la eficiencia, por lo que ameritaban ser despedidos, aunque tuvieran mucho tiempo laborando en el establecimiento. También, de acuerdo a los estándares victorianos, muy conservadores y prejuiciosos, debían de guardar absoluto recato. Menciona Halls el caso de un vendedor que fue despedido por tener como novia a una actriz, profesión que en esos años se consideraba denigrante, quizá porque se les relacionara con las coristas (como cambian la cosas, que ahora casi todo mundo quiere ver de cerca a tal o cual actor y pedirle, al menos, su autógrafo).
Y aunque eran tan rígidas las condiciones para laborar, muchos las aceptaban, pues era una manera de subir en la escalera social. Eran mucho más importantes los intereses de la compañía en donde se trabajara, que los intereses de los empleados. Ello denota cómo se fue estableciendo muy claramente el predominio de los intereses de los empresarios, quienes no dudaban en tratar como simples prescindibles insumos a sus empleados. Y si se atrevían a protestar, pues bastaba con despedirlos y contratar alguno de los cientos que demandaban un empleo.
Esa condición sigue siendo la norma actualmente. Los empleados de cualquier tipo deben de someterse sin protestar a los designios empresariales. Las “conquistas obreras” logradas entre los años 1940’s y 1970’s, han sufrido serios retrocesos, debido a las contrarreformas aplicadas a nivel mundial a partir de la imposición del capitalismo salvaje a ultranza (eufemísticamente llamado “neoliberalismo”) a mediados de los 1980’s, en que el objetivo primordial es la maximización de la ganancia, aun a costa de destruir los derechos laborales y que obreros y administrativos padezcan condiciones similares a las que existían durante la “revolución industrial”, como estamos revisando, cuando el empleado era lo de menos, sus condiciones laborales, su salud, su salario… nada de eso importaba, sólo que cumpliera fiel y eficientemente su labor. Así estamos actualmente y se han impuesto condiciones para abaratar y dejar en la indefensión a trabajadores de todo tipo, tales como los contratos por semana, el pago por hora, el outsourcing (la asignación de determinadas actividades de una empresa a compañías “especializadas”, con tal de ahorrar costos. Éstas, contratan a personas, pagándoles muy bajos salarios y sin prestación alguna), supresión de “contratos colectivos” y de sindicatos o imponiendo “sindicatos charros” (los que están amañados con las empresas para cumplirles sus imposiciones), supresión de las leyes que consagraron las conquistas obreras y represión policial y hasta militar, cuando así lo amerite (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2013/09/decadencia-neoliberal-automatas.html).
Incluso, los empleados de gobierno, como maestros o los de las pocas empresas estatales o paraestatales que aun queden, ya no tienen seguridad laboral y son despedidos en masa, al liquidar, por ejemplo, la empresa pública que los requería, como fue el caso aquí, en México, cuando se cerró ilegalmente, durante el calderonato, a la empresa Luz y Fuerza del Centro, que proveía de energía eléctrica al centro del país. La empresa fue suprimida y todos sus trabajadores fueron despedidos, sin excepción y sin reconocer, en absoluto, sus derechos laborales, aun cuando muchos llevaban varios años trabajando o estaban por jubilarse.
Así pues, durante la “revolución industrial”, se perfiló la relación que desde entonces, casi siempre, ha imperado entre las fuerzas productivas y el capitalismo salvaje. Y es que, a principios del siglo 19, la mayor parte de los empleos eran del campo, pero a mediados de tal siglo, 80% de la actividad laboral ya se concentraba en las ciudades, al menos en los países industrializados, como Inglaterra o Estados Unidos. Esto significa que la exigida urbanización, como condición para que el “moderno capitalismo” despegara, se había dado. No puede concebirse al capitalismo fuera de la órbita urbana, la que le proporciona toda la infraestructura requerida para la producción, tal como energía eléctrica, parques industriales, agua entubada, drenaje, vías de comunicación y transporte, tanto para el traslado de insumos y mercancías, así como de empleados (no puede concebirse una fábrica de autos en medio de una selva, pro ejemplo).
También en la mencionada época, comenzaron a darse actividades suplementarias, tales como las ya mencionadas tiendas de autoservicio, así como la imprescindible publicidad que las acompañaba, ya que la masificación de productos requería que fueran conocidos por los potenciales consumidores. Ha sido siempre la publicidad el brazo derecho del capitalismo salvaje, tanto para inducir al consumo, así como para acondicionar a la sociedad, implantar que sólo se es por los bienes materiales y riqueza que se posean. Es la ideología materialista imperante. 
Halls habla de ello y muestra algunos bocetos que se proponían para las actividades publicitarias. Cuestiones tales como aparatos para anunciar, tinteros más eficientes, organizadores, sillas para estar más cómodo, dibujadores de elipses… y muchos más, abundaban.
Con la urbanización, muchas cosas que antes se obtenían sin erogar un pago, comenzaron a mercantilizarse, como el agua que se empleaba en los hogares, la que comenzó a entubarse y a venderse. Esto significa que el “progreso” tiene su costo, no se ha dado sólo por el bienestar social, sino que, antes, debe demostrar que es lucrativo. De lo contrario, no se impulsa. Muchas invenciones no se generalizaron porque no hallaron su nicho, digamos. Y quedaron en el papel o, como se menciona en el libro, apolillándose en un legajo guardado en una húmeda, obscura oficina.
Por ejemplo, la electricidad sufrió un fuerte impulso porque su empleo se generalizó muy rápidamente en hogares e industrias, lo que acabó con los intentos de aplicar máquinas de vapor a cuestiones domésticas o a la producción. Incluso, cuando se inventó la máquina de combustión interna, fue el tiro de gracia para los automóviles de vapor que trataron de competir, infructuosamente, con los movidos por motores de gasolina. Éstos, a su vez, impulsaron a la refinación petrolera, la siderurgia, la industria del caucho y así, ya que el desarrollo de un nuevo producto impulsaba nuevas industrias y nuevos productos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/05/decadencia-y-desindustrializacion-de.html).
Y una cosa lleva a la otra. Al disponer de agua entubada casi continuamente, se desarrollaron los servicios sanitarios, sobre todo con la invención del WC, debida a Alexander Cummings, en 1775. También se generalizó el empleo de la regadera, lo que posibilitó el baño diario, todo lo cual aumentó el agua residual. Pero como el drenaje en su forma actual no se dio a la par, la descarga de aguas negras se hacía por medio de canales abiertos y de allí iban directamente a los ríos. Eran tan fétidos canales y ríos que, por ejemplo, políticos de entonces que tenían su centro de trabajo cerca de un afluente, comenta Halls, de plano tenían que moverse, debido a tales pestilentes efluvios. No sólo eso, sino que por la gran insalubridad que tales descargas representaban (las heces de enfermos, por ejemplo, iban allí y contaminaban las fuentes de agua “limpia” con que se contara) eran frecuentes incontrolables epidemias que dejaban cientos de muertos, no muy diferentes de las que se daban durante medioevales tiempos. Y es que la “medicina” existente era precaria, muy poco evolucionada, como veremos más adelante.
Es necesario enfatizar que en ese frenesí industrializador, y su implicado consumismo, tampoco se respetaba al medio ambiente, que muy poco importaba, con tal de que el arrollador “progreso” siguiera su marcha. El Londres de entonces, además de tener ríos contaminados, se caracterizaba por presentar frecuentemente una densa capa de hollín y otros gases nocivos, productos de la irracional industrialización.
 Y esa destructiva tendencia del capitalismo salvaje continúa, incluso en mayor escala que en ese entonces. La depredación y contaminación ambiental han llegado a niveles que llevan al planeta a un irreversible y terminal daño en pocos años. El calentamiento global ya está ocasionando serios estragos. Aun así, varias inmorales empresas se benefician de aquél (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/03/el-muy-lucrativo-calentamiento-global.html).  
En la sección “His and Hers” del libro, Halls se refiere a la imposición de la “moda”, que también se convirtió en una exigencia social y que, igualmente, inducía al consumo compulsivo. “Estar a la moda”, desde entonces, es un estándar,  parte de la ideología materialista para “destacar”, contar con una gran “personalidad”, lo del mencionado “prestigio social”, que no sólo se reflejaba en el hogar, sino que también en la persona misma, con su ropaje, se debía de proyectar tal prestigio. No era sólo vestir elegante, sino estar a la moda. Y tal “moda” se imponía desde las cúspides, como desde entonces ha sido. Los más ricos y refinados dictaban cómo había que vestir, si usar o no barba, pelo largo o corto, vestido largo o corsé  (éste, era una deformante prenda femenina que ejercía una presión tan brutal, que, se ha calculado, equivalía a entre 11 y 44 kilogramos de aplastamiento sobre los intestinos de las mujeres de entonces, a las que, irremediablemente, deformaba tal absurda “moda” de acinturarse, además de los graves problemas de salud que ocasionaba, como oclusión intestinal o peritonitis).
Había, por tanto, que andar muy bien vestido y acorde con el lugar y la posición social, pues alguien que no lo hiciera así, se arriesgaba al ridículo. Señala Halls, por ejemplo, que dado que las camisas eran muy caras para los trabajadores de más bajos niveles, pues las telas hechas de algodón, lana o lino eran igualmente costosas, para que esos empleados pudieran cambiárselas a diario, algunas pequeños establecimientos confeccionaban frentes o puños de tales prendas en papel, cartón y otros materiales baratos que dieran la apariencia de ser parte de tales camisas y que la gente podía comprar por unos cuantos chelines, con tal de simular que tenían muchas. A esos extremos se llegaba.
Eso sigue siendo así actualmente. A los empleados, dependiendo de su posición, se les exige “buena” o “excelente presentación”, aunque sólo sea para recepcionista de un restaurante, por ejemplo, y perciba un salario de hambre. Si no le alcanza para adquirir “buena” ropa, pues a comprarla, no de papel, como en ese entonces, pero, sí, de segunda mano, como trajes, abrigos o vestidos usados y cosas así. Repito, esas imposiciones no sólo persisten, sino que se han reforzado hasta llegar a chocantes niveles, como el hecho de que se trate de vestir como el ícono de moda, sea un o una cantante, un actor o actriz, un miembro de la familia real… y simbolismos por el estilo. Eso se ha incrementado actualmente debido a la facilidad con que puede divulgarse tanta frivolidad consumista a través del Internet y de las así llamadas “redes sociales”.  
Ya me referí arriba a que en esa época, como ahora, la salud de los trabajadores era lo menos importante. El diseño de la producción se hacía de acuerdo con las etapas del proceso de fabricación, sin importar si era o no peligroso para la salud de los obreros. Halls menciona, precisamente, que la mayoría de los trabajos en las fábricas eran peligrosos, tanto por los frecuentes accidentes provocados por inseguras máquinas, así como por las sustancias tóxicas con que tenían contacto los obreros. Tales tóxicos provocaban, en el mejor de los casos, terribles deformaciones o hasta la muerte. Uno de esos tóxicos era el fósforo blanco, empleado en la elaboración de cerillos, que en aquel entonces, podían encenderse al rasparlos sobre cualquier superficie rugosa. Ese químico, al ser manipulado directamente por obreros, quienes desconocían sus perniciosos efectos, provocaba un mal en la quijada, el que en la jerga inglesa se conocía como “phossy jaw” (quijada deformada por fósforo), que producía horribles deformaciones, ya que asimilaba el calcio de los huesos cartilaginosos de la mandíbula, lo que la destruía (ver: http://en.wikipedia.org/wiki/Phossy_jaw). Era tan frecuente ese mal que hasta hubo importantes movimientos de obreros y obreras que lo sufrían, exigiendo que los dueños de las empresas cerilleras emplearan otra alternativa.
Eso fue lo que hizo el llamado Ejército de Salvación, el cual fundó una cerillera en donde comenzó a emplear el más caro, pero más seguro fósforo rojo. Mas fue iniciativa de esa organización filantrópica, no de los empresarios. Ya luego se hizo obligatorio suprimir el empleo del fósforo blanco.
Así pues, tóxicos y muchos otros peligrosos procesos, eran un constante riesgo a la salud y vida de los trabajadores. Carlos Marx menciona en su obra “El Capital” que muchas irresponsables empresas empleaban a niños, pues eran los únicos que cabían en los apretados espacios con que contaban ciertas máquinas, diseñadas para producir, no para ser manipuladas por personas.
En la actualidad, no han cambiado mucho las cosas, pues son frecuentes los accidentes laborales, muchos de los cuales provocan la muerte del trabajador. Nada más hay que pensar, por ejemplo, en los “accidentes” mineros, que terminan de tajo con la vida de decenas de pobres, necesitados trabajadores que laboraban en tales minas, en condiciones sumamente peligrosas, percibiendo miserables salarios. Esos “accidentes” no lo son, pues por falta de adecuadas instalaciones es que se producen acumulaciones de gases y las consecuentes explosiones o derrumbes por deterioradas estructuras de contención de pisos y paredes. Es un acto criminal por parte de los irresponsables dueños. O los percances que se dan en instalaciones petroleras, tales como plataformas marinas, refinerías o ductos. Las mutilaciones por fatiga extrema al realizar una repetitiva labor en procesos fordistas o tayloristas, también son frecuentes. Los “accidentes” en siderúrgicas, trabajando con metal fundido y ácidos, suceden con frecuencia.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que cada 15 segundos, un trabajador perece por un accidente o enfermedad relacionada con su labor y que cada 15 segundos, 153 obreros sufren un “accidente” provocado por la actividad fabril que realizan. Anualmente, la OIT calcula que mueren 2.3 millones de personas a consecuencia de accidentes o enfermedades ocasionadas por su actividad. Y es que, en efecto, aunque muchos procesos, sobre todo los más avanzados, sean aparentemente “seguros”, como apretar botones o jalar palancas, por ejemplo, son inherentemente desgastantes, pues el trabajador está todo el tiempo con la tensión de apretar los botones o jalar las palancas al ritmo exigido. Eso provoca estrés, el que se manifiesta, en hipertensión, males cardiacos, infartos, úlceras, gastritis… incluso hasta cánceres de todo tipo, pues también se ha demostrado que el mencionado estrés puede generarlo. El cálculo de la OIT es que anualmente alrededor de 160 millones de personas sufren males de ese tipo y que ocurren unos 313 millones de “accidentes no fatales” también cada año (ver:  http://www.ilo.org/global/topics/safety-and-health-at-work/lang--en/index.htm).
Así que no nos espantemos de lo que los trabajadores sufrían durante la “revolución industrial”, pues siguen igual o peor.
Ya me referí antes a que el estado en que se encontraba la medicina era deplorable, pues increíblemente no iba a la par de los avances logrados en otros campos, como lo ya mencionado o como los transportes, que cuestiones como la locomotora o los barcos de vapor agilizaron muchísimo, acortando las distancias, con lo que el traslado de mercancías y personas se aceleró. Poco a poco se fueron acabando las carretas jaladas por animales de tiro y con los problemas que ocasionaban, sobre todo con las enormes cantidades de estiércol que dejaban los caballos y mulas que las remolcaban por las calles. También la invención del auto de motor de gasolina fue un hito tecnológico. Un anuncio de la época indicaba que, a diferencia de tantos cuidados requeridos por los caballos, como alimentarlos y asearlos, el “automóvil casi no requiere mantenimiento”.
Con la medicina no sucedía así y era alarmante el atraso en que se hallaba. Lo peor era que al crearse las ciudades, por tanto hacinamiento de personas, eran frecuentes las epidemias. Londres, por ejemplo, atestado de gente, sufría frecuentes epidemias, como las de cólera, tifoidea, tifus, viruela y fiebre escarlatina, entre otras, las que se esparcían muy rápidamente, ocasionando cientos y hasta miles de muertos en pocos días o semanas. Y sólo eran controladas naturalmente, o sea, cuando el virus o bacteria que las provocaba culminaba con su ciclo epidémico, tal como sucedía siglos atrás, durante la Edad Media, que la población europea fue diezmada en varias ocasiones por pandemias, tales como la de la peste o la viruela. Por ello era más que natural que la gente temiera a las infecciones, a contagiarse de un mal, pues realmente era fácil adquirirlo. Menciona Halls, por ejemplo, que una de tales epidemias de cólera dejó 500 muertos en una sola calle en tan solo una semana.
Como menciono arriba, no sólo el hacinamiento, sino la insalubridad existente, como la falta de drenaje subterráneo, contribuían a la fácil propagación de enfermedades infecto-contagiosas.
Había algunos pioneros de la ciencia médica, que advertían ya que las epidemias se debían al mal manejo de los desechos humanos contagiosos, como el doctor James Snow, mencionado por Halls. Snow pudo determinar el origen de una epidemia de cólera, en un pozo de agua, dado que cerca de allí, una mujer, cuyo hijo había enfermado de esa enfermedad, había arrojado sus heces al drenaje abierto y los escurrimientos de éste fueron a dar al mencionado pozo y a contagiarlo. Pero sus observaciones eran poco atendidas.
La medicina estaba tan atrasada, que se seguían empleando “remedios” medioevales, como las sangrías provocadas con sanguijuelas, incluso, para aliviar el mismo cólera, pues se pensaba que al sangrar, se salía la enfermedad. Por lo mismo los “inventores” sugerían diseños de “sanguijuelas mecánicas” o escariadores, para abrir la piel y provocar el sangrado. Incluso alguien proponía una especie de calzoncillos para “mantener caliente el abdomen”, pues se consideraba que el frío provocaba la infección. ¡Vaya retrógrada ingenuidad!
Las sobadas con ungüentos “milagrosos” también se aplicaban, así como los baños fríos o calientes. Como señalé, no había congruencia entre lo que era la “ciencia médica” de entonces, si así se le podía llamar, con respecto a otros notables avances. Pareciera, en mi opinión, que la salud, en todos los niveles sociales, era lo de menos. Dice Halls que una persona aristócrata que enfermara, se preciaba de que, justo por su enfermedad, se presentaba como un personaje sui generis, distinto a los demás por la apariencia que adquiría al estar enfermo. Literariamente tenemos el caso de “La dama de las camelias”, obra escrita por Alejandro Dumas, acerca de una mujer, Margarita Gautier, y su relación amorosa con Armando Duval. Margarita padecía tuberculosis, enfermedad que la hacía aun más atractiva y deseable a Duval. Es a esa “enfermiza distinción” a la que se refiere Halls.     
Igual sucedía con el cuidado de los dientes, que ¡los herreros! eran quienes se ocupaban de “curarlos” y, de hecho, no había mucho por hacer, más que limpiar o, de plano, sacar el diente, cuando dolía por una profunda caries.
Tampoco existía la anestesia. Lo que se empleaba como “anestésico” era el éter, que dormía a la gente, pero como todo era sin base firme, pues si era poco, era posible que el enfermo, durante una amputación, por ejemplo, despertara o, si era mucho, que, de plano, muriera por sobredosis.
No se practicaban, por lo mismo, operaciones, y sólo se realizaban para salvar a una persona, como en el caso de una necesaria amputación, cuando un brazo o una pierna se gangrenaban. De hecho, la mencionada “phossy jaw”, se producía porque se le extirpaba al enfermo el maxilar inferior, con tal de que la destrucción del hueso se interrumpiera y se salvara de morir, pero, como se menciona, quedaban horriblemente deformados.
Y es que la “profesión médica” no era algo realmente formal y cualquiera que tuviera medianos conocimientos de drogas o amputaciones podía ejercerla. Por lo mismo, ningún avance real o nuevo descubrimiento médico podían proponer personas improvisadas, que sólo se dedicaban a eso con tal de ganar algo de dinero.
Ni había verdaderos medicamentos. Se empleaba, por ejemplo, el láudano, que era extraído del opio. Era uno de los “remedios” más socorridos de la época, claro, pues era una droga y quitaba el dolor, sólo por sus efectos narcotizantes. Incluso, era empleado por poetas, pintores y otros, a quienes “inspiraba” su uso. Sin embargo, los efectos secundarios eran peores, pues les destruía neuronas y afectaba a todo su organismo. Por eso fue que a inicios del siglo 20, se le prohibió, tanto al opio, como a muchas otras drogas.
En eso, sí, en la ciencia médica, ha habido avances abismales, pues hoy está muy evolucionada. Pero, por desgracia, tanta “civilización” ha creado nuevos males, como el VIH, que ni tanto avance ha logrado combatir. Hoy nuestra “civilización” se enferma más y más debido a tanto contaminante de todo tipo que nos envenena poco a poco, además de la depredación medioambiental, la que también ocasiona una creciente insalubridad mundial. En México, por ejemplo, cada año mueren 120 mil personas por causa de algún tipo de cáncer (ver:  http://www.almomento.mx/conmemoran-dia-mundial-contra-el-cancer/).
A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud señala que cada año enferman de cáncer alrededor de 14 millones de personas, y se espera que esa cifra aumente a 22 millones anuales en dos décadas. Las muertes producidas por cáncer anualmente son de 8.2 millones (ver: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs297/en/).
Así que, como señalé, de nada sirve tanto avance en la medicina, si han aumentado los males de todo tipo, sobre todo los crónico-degenerativos, que nos enferman y matan en mayor proporción que en el pasado.  
Halls analiza en la última sección del libro algo que vale también la pena revisar. Se refiere a la protección y a la seguridad. Fue una época en la que la creación y crecimiento de la llamada “clase media” (casi inexistente en la actualidad), propició que una mayor proporción de gente gozara de ciertas “comodidades”, debidas a los mencionados salarios un poco más elevados para tal sector, los que inducían el consumo compulsivo.
Pero igualmente fue una época en que también la pobreza creció (los have nots, así designados en la jerga inglesa). Como más gente tenía lo que los desposeídos no, pero, a diferencia de épocas anteriores, no contaba con protección (como la nobleza, por ejemplo, que tenía sus guardias personales), los ladrones se hacían muy fácilmente de sus cosas, ya fuera asaltando sus casas, aún cuando los habitantes estuvieran dentro, o robándolos en las calles. Una forma muy empleada entonces para robar en las calles era la sofocación con una cuerda. El ladrón la apretaba alrededor del cuello de la víctima, hasta que quedaba inconsciente por la falta de aire y así la robaba a su gusto. Una “ingenua” respuesta a esa acción fue el anillo antiasfixia, que consistía en un aro de acero, con puntiagudos picos, que se colocaba en el cuello y se simulaba mediante una mascada o pañuelo. Así, el potencial ladrón se clavaba en las manos tan filosos picos. Señala Halls que “uno se pregunta cuántas vidas salvó ese providencial artefacto”.
Curiosamente aun no se implementaba la policía, como una fuerza pública dedicada a “combatir” al crimen, dado que la gente desconfiaba de un cuerpo así, pues muchas veces tales “policías” estaban en contubernio con los delincuentes y hasta los protegían. Eso sucedía en ciudades como Nueva Orleans, en donde la “policía” era tan corrupta y criminal, que mejor la gente del lugar organizaba sus propios comités de defensa y de justicia y no tenían empacho en sacar de la cárcel a convictos y fusilarlos en las calles (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/06/en-torno-los-obscuros-origenes-de.html).
Así que tanta pobreza, la formación y crecimiento de la “clase media”, falta de policía o policías corruptos, propiciaron el crecimiento de la criminalidad.
Podría decirse que la generalización del crimen en todas sus formas parte de la “revolución industrial”, como estamos revisando, y es el que impera en nuestros días, ya que para millones de personas es la única forma de subsistir, desempeñando alguna actividad delincuencial. Ha crecido globalmente la masa de personas en pobreza extrema, a pesar de que, se dice, el capitalismo salvaje ha generado más “riqueza”, pero tal riqueza está concentrada en unos cuantos.
Actualmente, sólo el 1% de la población mundial detenta casi el 80% de la riqueza global, en tanto que el 99% debemos conformarnos con el resto. De hecho, 2000 millones de personas deben de sobrevivir con un dólar o menos al día.
Las altas tasas de desempleo, así como los precarios salarios que perciben la mayoría de los ocupados, sobre todo en los países más atrasados y dominados, como México, por ejemplo, elevan alarmantemente el número de pobres (aquí, 80% de la población está en algún nivel de pobreza). Al no haber alternativas reales de empleo, muchos, sobre todo jóvenes, los más desempleados, se dedican a robar, a vender drogas, a secuestrar, a ser sicarios… sin que les importe cuánto vivirán o si morirán violentamente. No, lo único que les interesa es ganar mucho dinero, tener buen auto, buena ropa, buenos relojes y joyas, un buen departamento... y así, aunque lo disfruten por poco tiempo. Todo eso va aumentando los índices delictivos y acelerando la descomposición social, en donde el único “valor” que predomina es la cantidad de dinero y de posesiones que se tengan. Hoy día, vivimos en una muy violenta sociedad, cuyo único fin es la acumulación material, fin que el capitalismo salvaje retroalimenta a la perfección y no importa que nos destruyamos entre nosotros y destruyamos al planeta con tal de conseguirlo. Y para ejercer la violencia, pues nada mejor que las armas, ya sea en una guerra, para los delincuentes o para la represión social por parte de las mafias en el poder, siempre habrá el arma adecuada a tales necesidades. La venta de armas es otro muy lucrativo negocio (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2011/12/ferias-de-armas-exhibicion-de-fuerza-de.html).
Algo imprescindible, desde entonces, eran los distractores, parte también muy necesaria para el capitalismo salvaje, la distracción, que la gente no se dé cuenta de cómo el sistema la maneja y se sirve de ella para sus mezquinos y lucradores intereses.
La amarillista prensa, como desde esa época comenzó a operar, aprovechaba al mencionado crimen, sobre todo asesinatos, para incrementar sus ventas, distrayendo a la gente.
Señala Halls, al respecto, que una buena parte de los distractores (ella no los llama así), consistió también en la generalización de las actividades recreativas y deportivas. Con la invención de la locomotora, fue posible para más y más clasemedieros viajar, por ejemplo, a lugares lejanos, como a las playas. De hecho, como muy pocos sabían nadar, se convirtió en epidémico el número de personas que se ahogaban al meterse al mar los fines de semana o durante las vacaciones. Tan alarmante era esa situación, que se crearon muchas organizaciones independientes, destinadas a enseñar cómo salvar a gente ahogándose y, sobre todo, a nadar, dado el creciente gusto por divertirse en el mar. También se crearon e impulsaron los juegos de mesa, con tal de que la gente, sobre todo los hijos y las esposas se la pasaran “muy a gusto en casa”.
Igualmente los deportes, tales como el criquet o el fútbol tuvieron mucho auge. Y es que se impuso como símbolo de “masculinidad” entre los hombres el practicar un deporte. Un hombre de prestigio que no practicara críquet, fútbol o golf, por ejemplo, era considerado un debilucho y se le marginaba de su entorno social.
Actualmente la industria del esparcimiento, del ocio, es vital para el capitalismo salvaje, tanto porque, por sí misma, es muy lucrativa en todas sus formas, así como por el modelo difusión-inducción que impone, que acondiciona y moldea a la sociedad toda: el valor más importante es ser una persona de éxito, o sea, ganar y tener mucho dinero, para vivir muy confortablemente, es decir, consumir compulsivamente cuanto objeto se le publicite, y que, además, se divierta “sanamente”, sí, en algún parque temático, relajándose en un yate, presenciando una taquillera cinta y así (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/04/la-acondicionante-y-muy-lucrativa.html).
Por tanto, como hemos revisado, se ha sobrevalorado a la revolución industrial, destacando solamente la parte de los “grandiosos avances tecnológicos”, que aceleraron el proceso de producción y acumulación del capitalismo salvaje. Pero se ha dejado de lado el hecho de que, desde entonces, se crearon y perfeccionaron los elementos de control, imposición y acondicionamiento social que dicho sistema ha requerido, desde sus inicios, para seguirse reproduciendo, los que actualmente, en su decadente, agonizante etapa, le son más necesarios que nunca.

Contacto: studillac@hotmail.com

sábado, 6 de junio de 2015

En torno a los obscuros orígenes de Estados Unidos



En torno a los obscuros orígenes de Estados Unidos
por Adán Salgado Andrade

Existen muchas evidencias históricas que muestran los muy obscuros y hasta criminales orígenes de lo que hoy son los Estados Unidos (EU). Ya he hablado en otra parte, por ejemplo, del aberrante legado esclavista (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/05/estados-unidos-y-el-aberrante-legado-de.html). Dicho legado ahora se hace presente en la sociedad estadounidense, si revisamos las incontables situaciones en las cuales la raza ha sido un factor discriminatorio, como tantos casos de brutalidad policiaca que se han dado recientemente (son cotidianos, pero ahora se han incrementado, a pesar de estar en la presidencia Barack Obama, un afroestadounidense), en los cuales, “policías”, sobre todo blancos, han asesinado a sangre fría a hombres afroestadounidenses. Uno de ellos, de los más comentados, fue el del joven Michael Brown, asesinado por un vigilante de barrio, sólo por verlo “sospechoso” (ver: http://en.wikipedia.org/wiki/Shooting_of_Michael_Brown).
La estupenda cinta “Pandillas de Nueva York”, 2002, dirigida por Martin Sorcese, basada en un hecho real, muestra como esa ciudad, en sus orígenes, era controlada por temibles y criminales mafias, que hacían de las suyas, incluso, cuando se enfrentaban en verdaderas batallas campales entre ellos, las cuales, nadie, ni la policía, osaba detener. Una muy emblemática escena de la cinta es aquélla en la cual, dos equipos de bomberos dejan que una construcción se incendie totalmente, pues objetan que de quién es la jurisdicción, si de uno o de otro. Incluso, pelean entre ellos por ver a quién le corresponde sofocar las llamas.
En cuanto a su actual territorio, recuérdese que EU arrebató a México, en dos ocasiones, más de la mitad del área en que éste país se asentaba, pagando sólo simbólicamente una “compra” que, de todos modos, ya estaba asegurada por la fuerza. A los “gobiernos” de entonces, sobre todo al de Santa Anna, no les quedó más que aceptar la dádiva acordada, 15 millones de dólares (ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Guadalupe_Hidalgo).
Justo antes de esa forzada anexión territorial, EU, casi también por la fuerza, se hizo de la Florida, posesión española, y de Luisiana, ésta última, territorio que Francia fundó y que tuvo un breve periodo de dominio español, justo antes de que México se independizara.
Precisamente Luisiana es otro ejemplo de cómo el dominio estadounidense convirtió a ese estado, en particular lo que se conoce como el French Quarter (la Plaza Francesa), la parte central de lo que hoy es Nueva Orleans, en un nido de corrupción, turbios negocios y, sobre todo, de hombres que debieron su “fama y riqueza” al muy criticado, pero tolerado y muy lucrativo negocio de la prostitución, como veremos.
Muy oportuno para referir parte de ese otro, igualmente obscuro aspecto de EU, es un libro titulado “The French Quarter”, debido a la pluma de Herbert Asbury (Misuri, 1889-1963).
Asbury fue un periodista y escritor, que tocó fibras sensibles refiriéndose a escabrosos temas históricos que denuncian los, además de obscuros, delincuenciales antecedentes estadounidenses. Justo a su pluma se debe el libro “Pandillas de Nueva York”, en el que se basó el filme de Martin Scorsese,  que menciono arriba.  
En “The French Quarter”, Asbury igualmente cuenta, sin ambages, la historia de Luisiana.
Publicado por primera vez en 1936, la edición que revisé, es la estadounidense de 1949, de Pocket Books, y es tan importante por su contenido histórico el libro, que aun sigue editándose.
La obra narra de una manera irónica, y hasta burlona, los cruentos orígenes de Nueva Orleans y de la Luisiana. Pero al principio de la obra, así, como advertencia, Asbury apunta que “El desarrollo del Nueva Orleans de la leyenda y la tradición, comenzó durante la administración del gobernador francés Marqués de Vaudreuil (1743-1753), con sus llamativos eventos sociales, generalizada corrupción gubernamental y la tolerancia con la que las fallas del estricto código moral eran tomadas. Eso continuó, aunque más lentamente, durante la dominación española de Luisiana y recibió un gran ímpetu durante los tres años, entre 1800 y 1803, cuando esa provincia no fue ni española, ni francesa, y cuando un relajamiento generalizado de la disciplina y falta de moderación, permitieron y alentaron el influjo de vagabundos y aventureros de todas partes del mundo. Pero, curiosamente, fue bajo el dominio estadounidense, que Nueva Orleans se embarcó en su edad dorada de glamur y espectacular mezquindad y obtuvo su verdadero título de ciudad del pecado y libertinaje, única en todo el continente norteamericano”. A lo largo de la obra, Asbury confirma lo anterior.
La historia del control colonialista de lo que hoy es Luisiana comienza con las exploraciones del explorador francés René-Robert Cavelier, Sieur de La Salle, quien en 1682, llegó a la cuenca del Mississippi, reclamando todo ese vasto territorio para Francia, y nombrándolo Luisiana, en honor del rey Luis XIV, quien entonces gobernaba ese país. Sin embargo, al poco tiempo, La Salle fue asesinado en una emboscada y los intentos de colonización fueron escasos.       
Luego, en 1700, un aventurero canadiense, de ascendencia francesa, de nombre Jean Baptiste Le Moyne, Sieur de Bienville, llegó a las pantanosas y selváticas tierras que casi 18 años antes La Salle había comenzado a colonizar. Construyó un rudimentario fuerte y una caseta de vigilancia. Pero tampoco sus esfuerzos en esos años fueron suficientes para desarrollar esa región tan calurosa e insalubre, aun para los precarios estándares de la época, poblada de espesa vegetación, temibles reptiles, como serpientes o lagartos y ponzoñosas alimañas.
Tan no habían fructificado los intentos colonizadores, que hacia 1712, no había ni 300 habitantes en todo Luisiana, incluyendo un destacamento de 124 soldados, unos cuantos sacerdotes, veintiocho mujeres (todas prostitutas, llevadas de París) y veinticinco niños. Y, por muchos tiempo, realmente el lugar no creció, incluso ni cuando el territorio fue concesionado a Antoine Cruzat, banquero francés, quien por cinco años trató infructuosamente de que el lugar se desarrollara, manejándolo como una especie de empresa.
Ya cuando, en 1717, que de nuevo se concesionó a la Mississippi Company, propiedad de John Law, quien aceptó importar seis mil colonos blancos y tres mil esclavos, fue que el sitio comenzó a tener algo de crecimiento. Law y sus asociados estaban particularmente interesados en las minas de oro, plata y bancos de perlas, con los que, supuestamente, contaba el lugar. Pero no fue así. De hecho, el mismo Bienville, quien llevaba veinte años viviendo y explorando Luisiana, ya había advertido a Francia que no contaba con las tan vituperadas riquezas, y enfatizó en que era mejor desarrollar la región de una manera ordenada, con colonos que se entregaran a las actividades agrícolas, pues el valle del Mississippi, era muy fértil, pero sus superiores le recriminaron que con ese pesimismo, no impulsaría la colonización, pues ellos seguían empecinados en que sí se hallarían las “increíbles riquezas” y que todo era cuestión de tiempo.
Aun así, Bienville siguió con sus intentos colonizadores y ya cuando fue nombrado gobernador de Luisiana, se dedicó de lleno a su plan de desarrollar la agricultura. Así, en un valle que los indígenas nativos llamaban Tchoutchouma, en medio de pantanos infestados de víboras y cocodrilos, en febrero de 1718, Bienville funda un nuevo asentamiento, que llamó Nouvelle-Orleans, en honor del regente francés, el Duque de Orleans.
Para atraer a colonos al lugar inventó que en ese sitio cualquiera podía volverse muy próspero ejerciendo la agricultura, que el sitio gozaba de agradable clima, muy salubre y otras muchas ventajas, contrario a lo que otros oficiales franceses comentaban del sitio, sobre todo que era muy húmedo todo el tiempo, que el agua brotaba del suelo, que abundaban alimañas y animales salvajes, que frecuentemente había una espesa niebla y que abundaban las nubes de mosquitos, los que atraían fiebres y otros males.
Pensó que al estar tres metros sobre el nivel del mar, el sitio no se inundaría, pero, ¡oh error!, al año de fundada Nueva Orleans, sufrió una inundación, gracias a la cual, Bienville ordenó que todos los colonos ayudaran a construir diques y un drenaje. Pero, a pesar de eso, nunca se terminó con la humedad, y a la fecha, Nueva Orleans es considerado uno de los puntos más húmedos de todo EU (claro, pues, para empezar, por cuestiones tales como corrupción, fue que se funda Nueva Orleans en una zona pantanosa, calurosa en insalubre)
Además, rápidamente, los colonos que fueron arribando se percataron de que todo era una mentira y de que cualquier intento de establecerse en medio de las selváticas, inhóspitas tierras de Luisiana era, de plano, una muy temeraria y difícil acción.
A pesar de ello, John Law y sus asociados comenzaron a promover por toda Francia que Luisiana era una tierra de promesa y prosperidad, lo cual sedujo a cientos, que comenzaron a adquirir “acciones” para no quedar fuera de las “enormes riquezas” que, aseguraba Law, existían en Luisiana. Esa fraudulenta venta de acciones, fue tan sofisticada y exitosa, que se conoció como la “Burbuja del Mississippi”, pues nada, en realidad, amparaba dicha venta, excepto las mentirosas promesas de Law. Y para habitar el lugar, casi por la fuerza se comenzaron a reclutar todo tipo de personajes. Un historiador de Luisiana, describió así cómo se obtuvieron “colonos”: “El gobierno, audazmente, se puso a expurgar cárceles y hospitales. Soldados indisciplinados, ovejas negras de familias distinguidas, pobres, prostitutas, perseguidos políticos, extranjeros hostiles, campesinos de mala calaña que deambulaban por París, todos eran secuestrados, acarreados y embarcados bajo vigilancia, con tal de llenar la vacía Luisiana. A los que emigraban voluntariamente, la Compañía del Mississippi, ofrecía, gratis, tierra, provisiones, transporte a la colonia o desde la colonia, de acuerdo a su fortuna y concesión, además de prosperidad eterna al colono y sus herederos. Se aseguraba que la tierra de Luisiana rendía dos cosechas por año, sin cultivarla, y que los amables salvajes que allí vivían, se decía que adoraban al hombre blanco y que no permitían que este ser superior trabajara y que ellos mismos, voluntariamente y tan sólo por puro amor, asumían toda la carga del trabajo. Se siguió manipulando el tema de las minas de oro y plata, los bancos de perlas, el clima saludable que acababa con la enfermedad y la vejez, y que la tierra, bastaba con removerla un poco, para que rindiera, a voluntad, una buena cosecha o muchísimo oro”.
Obviamente, con tan “maravillosos” argumentos, muchos fueron los que cayeron en el engaño.
Y así, con falsas promesas, los primeros colonos enviados por la Compañía del Mississippi, arribaron en junio de 1718, una semana después de que Bienville había regresado a la bahía de Biloxi, para inspeccionar cómo iban los trabajos constructivos en Nueva Orleans. Eran alrededor de trescientos, que llegaron en tres barcos. Los acompañaban nada menos que quinientos soldados y convictos, pues de otro modo, no habrían accedido muchos, sobre todo los que habían sido reclutados por la fuerza. De esos colonos, ciento cincuenta fueron enviados a la región de Natchez, lugar que así se bautizó por la etnia indígena que habitaba el área. Otros ochenta y dos fueron enviados al valle del río Yazzo, también nombrado así por las tribus de indígenas Yazzo que allí habitaban. Finalmente, sesenta y ocho de los forzados colonos, fueron concentrados en Nueva Orleans, donde se les hacinó en tiendas de campaña y precarios alojamientos. Y así, continuaron los arribos de colonos, y aunque algunos eran gente de bien, la mayoría eran ex convictos y personas de la peor ralea que, podemos imaginar, varios siguieron practicando sus delincuenciales actividades en el “nuevo mundo”.
Como era tan grande la necesidad de mujeres, dado que la mayoría de los colonos eran hombres solteros y ávidos de ellas, primero se “importaron” a las que se llamaba “chicas enmendadas”, que eran mujeres tales como prostitutas que en Francia, eran acogidas por casas de caridad de monjas. Pero, ya después, por protestas de Bienville, se comenzaron a reclutar “chicas de familia”, pertenecientes a las clases medias francesas. Curiosamente, las chicas enmendadas no fueron tan fértiles, en cambio, las “chicas de familia” eran tan pródigas en procrear, que, afirma Asbury, no hay familias nativas de Luisiana, sin que alguna pueda rastrear su ancestral linaje, con relación a alguna de esas mujeres de bien.
Evidentemente, dado que la colonización se promovió con base en mentiras, pues nunca existieron, realmente, minas de oro o plata o los bancos de perlas, que alguien, alguna vez, debió de haber inventado, la Compañía del Mississippi le echó la culpa a Bienville del fracaso de la operación, por lo que se le mandó un sustituto, que tampoco logró que Luisiana creciera como era de esperarse.
Muy pronto, los compradores que habían adquirido acciones de la “tierra prometida” que se suponía era Luisiana, se dieron cuenta del fiasco en el que habían incurrido, reclamando a John Law y su Compañía del Mississippi, quien optó por devolver la concesión a Francia, pero los accionistas, nada recuperaron.
En tanto, los desafortunados colonos que habían llegado tan esperanzados de realizar una nueva vida en Luisiana, sufrieron las duras condiciones de vida del lugar, lleno de pantanos, espesa vegetación, alimañas y reptiles ponzoñosos. Por otro lado, como la mayoría eran una ralea de ex convictos, vagabundos, delincuentes y escoria así, inútiles y flojos, la mayoría, se debió recurrir al trabajo esclavo, importándose miles de negros de África. Sin embargo, como muchos de éstos eran hombres o mujeres que en su lugar de origen habían vivido de forma muy primitiva – salvajes los consideraban –, Bienville emitió duras leyes para evitar que dichos esclavos se salieran de control, entre las cuales estaba la prohibición de mezclarse blancos con ellos, cosa que, a la larga, fue incontrolable. Y la esclavitud es algo que, incidentalmente, Asbury revisa muy de paso. De hecho, Luisiana fue uno de los estados en los que más prevaleció el esclavismo, otro de los obscuros y vergonzosos orígenes de Estados Unidos, como ya mencioné antes.
Mientras tanto, Bienville, a quien se había devuelto el control total de la colonia, siguió desarrollando Nueva Orleans. Se concentró en lo que se dio por llamar “The French Quarter”, la Plaza Francesa, que pasaría a ser el centro de la naciente ciudad. Insistió en que se trasladara allí la capital, como finalmente se hizo. Con el paso de los años, Nueva Orleans, y todo Luisiana, gradualmente se fueron desarrollando y con ello, los vicios y corruptelas que, señala Asbury, la hicieran tan famosa, como centro de vicio y pecado.
Pero a pesar de sus esfuerzos, cuando Bienville decide retirarse de la política, el diez de mayo de 1743, en Nueva Orleans había apenas 2000 habitantes, incluyendo 300 soldados y 300 esclavos africanos, de ambos sexos, en tanto que para toda Luisiana, la población total era de 4000 blancos y 2000 negros, éstos últimos, indispensables para la labores físicas de todo tipo.
A Bienville, le sucedieron todo tipo de gobernantes, muchos de los cuales fueron denotadamente corruptos, como el marqués de Vaudreuil, quien, junto con su mujer, Madame de Vaudreuil, hicieron una fortuna considerable, controlando la venta de licor, drogas y otras mercancías esenciales. El gran negocio terminó cuando el marqués se enteró de que buena parte del dinero con el que le pagaban sus obscuros, corruptos, negocios, era falso, por lo que él mismo decretó varias leyes que pretendieron controlar los negocios clandestinos, sobre todo, la venta de licor, que a él tanto le benefició. Vaudreuil sería un digno representante de la actual mafia política que controla al planeta entero.
En 1771, por sucesivas derrotas de Francia frente a Inglaterra y diversos tratados, Luisiana es transferida a España, en lo que fue la época que Asbury llama “de Los Dons”. En esa etapa, Nueva Orleans se transforma, sobre todo en el estilo arquitectónico y en que se trataron de aplicar leyes más estrictas, principalmente en contra de todo aquel que blasfemara contra Dios y contra el rey. Su desarrollo siguió siendo moderado, ya que en 1783, cuando Don Esteban de Miró fue proclamado gobernador de Luisiana, año en que Bernardo de Gálvez fue declarado virrey de México, la población era de 42346, incluyendo 1700 negros libres y 18000 eslavos, casi la mitad. Y en Nueva Orleans, los habitantes eran 5338.
Fue también la época en que hubo dos granes incendios. Estos, solían ser muy graves, dado que las construcciones eran todas de madera, por lo que las llamas se propagaban muy fácilmente. El primero de ellos fue el 21 de marzo de 1788, cuando en la casa de Don Vicente Núñez, se incendió el altar por unas veladoras. La casa se consumió rápidamente y el fuego no pudo controlarse, pues como era viernes santo, los padres de la iglesia no quisieron tocas las campanas (¡vaya con los prejuicios católicos!), por lo que no hubo señal de alarma. Cuando la gente se dio cuenta, ya era demasiado tarde y casi todo el pueblo fue consumido por las llamas. El segundo incendio tuvo lugar el 8 de diciembre de 1794, el que inició cuando niños jugaban con tizones cerca de un pajar. También se propagó muy rápidamente, pero, en este caso, como informó el Barón de Carondelet, gobernador de Luisiana en ese año, el “incendio había sido benéfico, pues lo que se había destruido “eran feas construcciones francesas, mal hecha y endebles, de las que surgirán nuevas y mejores edificaciones españolas”. De hecho, afirma Asbury, la mayor parte de lo que hoy es el French Quarter son construcciones que datan de esa época, con marcada influencia española.
Los giros obscuros, como los de venta de licor, aunque existían, eran muy pocos aun. Los gobernantes españoles trataron de controlarlos, así como que se ocuparon en algo de la seguridad pues como en el lugar pululaban malandrines de toda índole, se organizaban rondines con soldados. No existía en esa época un cuerpo policiaco formal, el que se integró hasta años después, ya cuando Luisiana pasó a ser parte de los Estados Unidos (cuerpo que resultó ser de lo más corrupto e inepto, como más adelante veremos).
El dominio español terminó el primero de octubre de 1803, cuando de nuevo Francia tomó posesión de la aun colonia. No hubo grandes cambios, sin embargo, hasta que ya, el 17 de diciembre, Estados Unidos tomó control militar de la provincia, nombrando como primer gobernador a W. C. C. Clairborne, como primer gobernador.
Es cuando, señala Asbury, Nueva Orleans, junto con Luisiana, comienzan a tener un verdadero crecimiento, pero también cuando aquélla adquirió toda su fama de ciudad de pecado, vicio, crimen y corrupción.
Durante los primeros veinte años del dominio yanqui, el número de habitantes de Nueva Orleans, más que se cuadruplicó. Sin embargo, una cuarta parte de sus habitantes estaba constituida de ladrones, rufianes de toda clase, vagabundos y prostitutas, los que, al removerse toda clase de restricciones para ingresar a la ciudad, la habían invadido. Así que podemos imaginar que tanto el crimen, así como el vicio, eran cosas cotidianas.  
Describe Asbury las particularidades de tal desarrollo, sobre todo cuando el Mississippi es empleado cada vez más como ruta de navegación para llegar a lugares como Baton Rouge o Illinois, surcado, en principio, por barcazas movidas por remos y cuerdas amarradas a árboles que se jalaban, sobre todo río arriba, y por la corriente, aguas abajo. Como los viajes eran tan largos, con tal de que la tripulación no se aburriera, se le permitían “diversiones” tales como pelearse con los miembros de otra tripulación. Hubo grandes leyendas de boxeadores de los muelles, como Mike Fink o, incluso, una mujer, Annie Christmas, quienes, se decía, nunca perdieron una pelea.
Obviamente, dados los delincuenciales orígenes de muchos de los pobladores de Luisiana, muchos se dedicaban a robar algunas barcazas, sobre todo cuando estaban ancladas en los muelles. Generalmente, asesinaban a toda la tripulación y robaban carga y a los pasajeros.
Muchos de esos ladrones, tales como el muy temible Coronel Plug, se refugiaban en los giros de mala muerte que existían, casualmente, cerca de los muelles, muchos de los cuales eran supuestos expendios de alcohol, pero que, en realidad, eran escondites de aquellos inescrupulosos asesinos, que igual mataban en las barcazas, que dentro de esos tugurios.
Ya, cuando se inventaron las naves de vapor, hacia 1810, al aumentar en velocidad, se acortaron los tiempos de navegación, volviendo innecesarias las frecuentes y peligrosas paradas.
Los giros negros, que tan discretamente habían existido durante los dominios francés y español, con los estadounidenses crecieron estrepitosamente, sobre todo porque no había una verdadera ley que los reglamentara y la mayoría eran irregulares, establecidos en peligrosos sitios, como aquel conocido con el nombre de “The Swamp”, el Pantano, un área que comprendía seis calles, plagada de burdeles, cantinas, salones de baile, antros de juego y supuestos “hoteles”, todos ellos sitios en donde, quien se atreviera a entrar, podía ser asaltado, en el mejor de los casos, o hasta asesinado. Era tierra sin ley.
Así, al desarrollarse el estado, Nueva Orleans creció y dio origen a una clase de personas medianamente acomodadas, quienes gustaban de la diversión. Surgen, entonces, los teatros, que exhibían obras de toda índole, siempre y cuando estuvieran dentro de las estrictas reglas que se habían formulado al efecto, tales como de que el lenguaje no debía ser “vulgar” o que no se permitieran tiempos ociosos. También, para los adinerados jóvenes, surgieron las coristas, mujeres, sobre todo mestizas, que servían como concubinas a aquéllos, las que las mantenían a todo lujo, incluso cuando se desposaban. Muchas mujeres buscaban el concubinato, sobre todo de hombres acaudalados, pues significaba un seguro futuro. Las más famosas eran una mujeres muy bellas, conocidas como quadron, que, aunque de raíces negras, por su aspecto parecían casi blancas, pero con muy particulares rasgos, que las hacían muy bellas y deseables. Los hombres se peleaban por poseer a las más distinguidas y bellas de la ciudad.
También se multiplicaron los exclusivos centros de baile (ball rooms), en donde lo más distinguido de la sociedad se daba cita. Dependiendo de la categoría del salón, era también la categoría del grupo social que lo frecuentaba, pues eran muy marcados los niveles sociales.
Algo que igualmente comenzó a popularizarse, sobre todo como símbolo de hombría y valor, fueron los duelos. Cuando un “caballero” era ofendido, por cualquier motivo, por otro, fuera el honor de una mujer, la disputa por su amor, una deuda… lo retaba a duelo y si el retado no aceptaba, implicaba un gesto de cobardía y deshonor, que podían colocarlo en la indigna posición de un paria. Así que era vital aceptar el duelo… y si eso significaba la muerte, pues entonces se decía que había muerto “con honor”. Vaya gesto de “hombría”.
No podían faltar en todo esto los piratas, quienes vivían, justo, de la creciente riqueza que estaba generando el comercio con Luisiana y otros estados, sobre todo a través de su puerto. Formaban verdaderas bandas que asaltaban barcos mercantes. Los botines eran luego vendidos en el mercado negro – dónde no –, lo que les generaba muy grandes ganancias. Los más famosos de ellos fueron los hermanos Jean y Pierre Lafitte, quienes por algunos años lograron imponer su dominio de robo y asesinatos. Sin embargo, con el tiempo, sus golpes fueron frustrados, perdiendo recursos y hombres, que desertaron de su banda ante su andanada de fracasos. Pierre murió en 1826, víctima de fiebre, en una vivienda indígena.
Algo que también muestra la codicia y la prepotencia con la que se conducían muchos de los pobladores de Luisiana, y de muchas otras regiones de Estados Unidos, fueron los filibusteros, que eran aventureros, inescrupulosos, deseosos de poder y fortuna, que querían “conquistar” nuevos territorios para EU. El más conocido de todos fue William Walker, quien trató, infructuosamente, de apoderarse de Nicaragua y proclamarla territorio estadounidense (ironías de la vida, pues años más tarde, no se requirió de un yanqui, sino de un esbirro nicaragüense, Anastasio Somoza, para que Estados Unidos lograra el intervencionismo en Nicaragua). Walker, finalmente, fue asesinado por un escuadrón de soldados hondureños, cuando también intentó apoderarse de ese país.
Ese filibusterismo, por desgracia, es algo que continúa realizando Estados Unidos, que en nombre de la “defensa de la democracia y la lucha anti-terrorista” ha realizado decenas de incursiones en infinidad de países.
 México, por ejemplo, además de la ya mencionada pérdida territorial, fue de nuevo blanco en 1914, de la injerencia estadounidense, cuando por varios meses la ciudad de Veracruz fue invadida, con el pretexto de evitar que un cargamento de armas llegara a las fuerzas gubernamentales de Victoriano Huerta, a quien Washington desconoció como presidente (ver:  http://es.wikipedia.org/wiki/Ocupaci%C3%B3n_estadounidense_de_Veracruz_de_1914).
Así, Estados Unidos ha orquestado golpes de Estado en casi toda Latinoamérica y países asiáticos, como Vietnam, o árabes, como Irak o Libia, haciendo honor al legado heredado de nefastos hombres como Walker, ávidos de poder, fama y fortuna.        
Nueva Orleans también fue el paraíso para los jugadores, los que no vacilaban en mantenerse despiertos por varios días, si el juego particular que estuvieran ejecutando así lo requería. No sólo eso, sino que abundaban los antros en donde inexpertos ciudadanos eran despojados de todas sus pertenencias por vivales, quienes en combinación con los dueños de los antros, tendían trampas para que el incauto que se atrevía a entrar allí y “jugar”, saliera limpio. Uno de ellos fue Jimmy Fitzgerald, quien hizo una fortuna jugando póker y faro, en los 1840’s, que era considerado como de los mejor vestidos y elegantes jugadores de la época. Su ludopatía lo llevó a la ruina y murió sin un centavo. Eso del juego, tan arraigado históricamente a Estados Unidos, explicaría por qué es uno de los países en donde desde siempre ha sido legal y está tan extendido, dedicando sitios enteramente a tal ludópata “entretenimiento”, como Las Vegas o Atlanta.
Mencionaba antes que los tugurios en donde se apostaba y jugaban toda clase de ludopatías, abundaban en los años 1850’s, en Nueva Orleans, y casi todos eran “ilegales”, pero ello no importaba para las “autoridades”, quienes obtenían muy buen dinero de todas las obligadas cuotas que tales sitios daban para operar. Abrían sus puertas directamente a la calle y tenían a empleados que se encargaban de embaucar al peatón que tenía la necesidad, y la mala suerte, de pasar frente a tales sitios. Como señalé, la mayoría, si no es que todos, perdían su dinero o hasta sus bienes si llegaba a ese nivel, que muchos lo hacían.
Nada se hizo para controlar tales sitios, sino ya casi para finalizar el siglo 19, pues tanto dueños, como las corruptas “autoridades” ganaban muy bien por la ilegal práctica.
También había inhumanas y perversas diversiones, como peleas de perros o perros que debían de matar en el menor tiempo posible a ratas, contenidas en un costal, que le eran arrojadas. Tales “espectáculos” también debían de pagar cuotas, para que se “permitieran” sin mayor trámite.
En cuanto a los esclavos, ya había mencionado que era uno de los estados más esclavistas de EU, el que de hecho se unió a los confederados durante la llamada guerra de secesión contra los estados de La Unión, cuando se trató de abolir la esclavitud, entre otras cosas. Los tratos hacia los esclavos eran muy duros, por lo que de vez en cuando había algunos que se rebelaban, como fue el caso de Bras Coupé, un fornido y alto africano que escapó de sus amos y se dedicó por algún tiempo, en compañía de otros esclavos fugitivos, a asaltar caminos, hasta que un día fue herido de muerte. Pero también había personas psicópatas que, por puro gusto, torturaban cruelmente a sus esclavos, como fue el caso de Madame Lalaurie, quien los encadenaba por meses, golpeándolos con barras de acero y azotándolos inclementemente, por puro y ruin placer. De película de horror lo que hacía esa mujer, quien a pesar de las denuncias, logró huir del país, junto con su cómplice esposo, y establecerse en París, en donde, años más tarde, fue asesinada mientras se dedicaba a la cacería. Podría pensarse que era su “negro” mantra la que la persiguió hasta su muerte.
Algo inevitable en el desarrollo social de Luisiana fueron las influencias de su población esclava, casi todos africanos llevados allí mediante el secuestro. Así, a pesar de los duros tratos y la condición casi de animales en que se les tenía, sus “amos” debían de permitirles ciertas, aunque restringidas, libertades. Justo la dominación estadounidense percibió que algo de distracción para los esclavos, no les vendría mal, y podría ser una forma de que se evitaran las insurrecciones, como ocurría frecuentemente bajo los dominios español y francés, más estrictos con los esclavos.
Así que en Nueva Orleans, se les permitió todos los domingos reunirse cerca del centro y bailar sus danzas. Esa plaza se conoció en un principio como Place de Nègres (Plaza de los Negros), y más tarde como Congo Square. Allí, se daban cita hombres y mujeres esclavos e interpretaban los ritmos de sus tierras, acompañados de las bamboulas (tambores) y de las banzas (banjos), de los que el nefasto esclavismo los había privado por la fuerza. Como muchas veces los bailes duraban hasta muy avanzada la noche, debido a las quejas de vecinos y amos, aquéllos, por el ruido, éstos, porque sus esclavos regresaban muy tarde, las autoridades de la ciudad decidieron restringir el horario, que era desde el amanecer, hasta que el sol se ponía, además de que policías vigilaban que se cumpliera. Ese costumbre de bailar los domingos prevaleció por muchos años, hasta los 1920’s.
Otro elemento de cultura africana que también terminó por aceptarse y popularizarse, incluso entre los blancos, era el vudú, que era toda la síntesis de creencias y supuesta magia que ciertas personas “dotadas” podían ejercer, ya fuera para curar o para hacer algún daño, dependiendo de la petición del cliente. Muy famosa entre esos practicantes de la llamada magia negra fue Marie Laveau, quien disfrazaba sus, muchas veces, orgiásticos rituales bajo la forma de inocentes danzas, realizadas en secreto, pues llegaban a tales niveles de “lujuria”, como muchos las calificaban, que sólo así, clandestinamente, podían realizarse. De Laveau se dice que, en efecto, curaba a mucha gente. Quizá era simple sugestión, pero tenía muchos adeptos. Malvina Latour fue otra famosa reina del vudú, que recibió sus “poderes” justo de Laveau. Latour también surgió a la fama cuando, frente a una multitud, curó a un sacerdote negro, que sufría de alucinaciones, a pesar de ser abstemio. Latour pidió que lo llevaran a una iglesia para negros (la segregación racial era la norma), en donde lo acostaron sobre una tabla. La mujer tomó las manos del religioso, le untó un bálsamo, mientras entonaba extraños cánticos. Luego retrocedió y en ese momento, el sacerdote abrió la boca, de la cual surgió un ratón blanco, que tras breves agitaciones, saltó al piso y echó a correr. El padre estaba curado. Cierta o no la anécdota, el vudú debió también de aceptarse por los colonialistas como parte de los esclavos, pues si con eso igualmente se amainaban los intentos de insurrección, era mejor verlos bailar o ser “hechizados”, que matando a blancos.
En cuanto a la política, señala Asbury que, mientras Nueva Orleans fue autónoma, los creoles (los nativos de Luisiana, como se les conocía) no buscaban el poder por el poder, sino que realmente trataban de ganar la confianza de los votantes mediante sus cualidades o logros. Y aunque no había mucho interés en el poder, se buscaba que éste fuera ejercido con honestidad. Pero, señala Asbury, “todo eso cambió con la llegada de los políticos estadounidenses. Luisiana apenas si había sido cedida a Estados Unidos, cuando tales políticos comenzaron a infestar el cuerpo político de Nueva Orleans, convirtiendo al territorio en discordia, corrupción, manipulando los antagonismos entre los creoles y los estadounidenses, manteniéndolos vivos cuanto se pudo, con tal de satisfacer sus personales, mezquinos intereses”. Y más adelante agrega que “fue durante los primeros veinte años de dominación estadounidense que las maquinarias políticas tuvieron éxito en establecer el control sobre los patrocinios de los partidos y en explotar a su antojo las finanzas de la ciudad, con lo cual pudieron aquéllas transformar el gobierno municipal en una fuente de dispendio, ineficiencia, corrupción y demagogia. En corto, la práctica política en Nueva Orleans se estadounizó y pronto fue indistinguible de cualquier otra ciudad en donde tal maquinaria política ya operaba”. Pues vaya si Asbury no puede decirlo más directamente, lo cual es una admisión de que luego de un breve preámbulo de supuesta práctica “democrática” en Estados Unidos, cuando se independizó de Inglaterra, de inmediato el sistema político se corrompió y, simplemente, se volvió un negocio más en donde el aspirante a presidir, fuera un estado, un alcaldía o la presidencia misma, más que ejercer su poder en favor de sus votantes, lo hacía, y lo hace, por su mezquino beneficio, preocupándose por cuánta fortuna tendría al final de su corrupta gestión.
Y es algo que, por desgracia, puede generalizarse a todos los países y mafias políticas que los controlan, casi sin excepción, si no es que la totalidad. El poder concentrador, como hoy se ejerce, corrompe y ensucia.
Así, no sólo en la toma de dicho poder, organizando amañadas elecciones, sino que tales políticos permitieron que Nueva Orleans se convirtiera en una de las ciudades en las que más se arraigó la corrupción de todo tipo, en la que abundaban giros negros tales como antros de juego, “salones” de baile, cantinas, prostíbulos o burdeles, a tal grado que, era el temor de los habitantes de la ciudad, casi a diario aparecía uno de tales giros, junto a casas de ciudadanos respetables, sin que nada, ninguna “autoridad”, hiciera nada, excepto el cobro de la correspondiente “cuota”, gracias a la cual se permitía a tal clandestino “negocio” operar libremente.
Otro aspecto de esa época eran los delincuentes. Ser asesino o ladrón era, casi, casi, para muchos, ser intocable, pues la mayoría trabajaban en contubernio con la “policía” y otras autoridades, que los dejaban robar y matar, eso sí, nada más que cumplieran con el cohecho acordado. Un lugar predilecto para robar a incautos eran las cantinas, tugurios en donde, por cinco centavos, el cliente recibía un vaso, el que podía rellenar de unos barriles que contenían licor de pésima calidad y, además, alterado con creosota. Si aquél no era muy rápido, era echado del sitio, pero si tomaba hasta llegar a la total embriaguez, era sacado, casi inconsciente, llevado fuera del sitio a obscuros callejones y allí era despojado de todos sus objetos de valor por ladrones que estaban totalmente en complicidad con los tramposos cantineros. Una de las pandillas de ladrones más famosa era la que se denominaba los Live Oak Boys, los que operaban con garrotes de roble, con los que asestaban mortales golpes o, por lo menos, podían fracturar el cráneo o algún hueso de las víctima. Otro muy famoso ladrón, que operaba solo, fue Sam Gorman, un neoyorquino, quien a pesar de tener una considerable suma en el banco y poseer propiedades en Nueva York, siguió robando hasta los setenta y tantos años. En su último arresto, el hombre se encontraba enfermo de tuberculosis, y su estado general era deplorable. Un policía le preguntó que por qué seguía robando, pese a que era un hombre medianamente rico, pero, sobre todo, porque estaba enfermo, a lo que Gorman le respondió, sin titubear “¡Lo hago por diversión!”. Pues vaya diversión, ¿no?
Justo la “policía”, que tanto tardó para convertirse en un cuerpo de “seguridad” público, pagado por el ayuntamiento, con los impuestos de la ciudadanía, era tan corrupta, que todos los habitantes de Nueva Orleans desconfiaban de ella. Dice Asbury que “Ineficientemente organizada, mal pagada, deplorablemente inadecuada en número y equipo y sujeta a poca o nula disciplina, la policía escasamente se presentaba como protectora de las vidas y propiedades de los ciudadanos. Los patrulleros sólo se presentaban a trabajar cuando les daba en gana o no se presentaban. Recorrían las calles en uniforme, acompañados de prostitutas y se les veía emborrachándose en lugares públicos. Muchos eran reconocidos cómplices de rateros, carteristas y tramposos jugadores (…) y eran corruptos, contribuyendo a las filas de criminales, de donde eran extraídos”.
Esa era la fuerza “policiaca” de Nueva Orleans en tales años.
De hecho, tal combinación de policía corrupta en contubernio con criminales, permitió que, incluso, delincuentes de otros países, como mafiosos sicilianos, inundaran la ciudad, con su gansteril control, que no sólo permaneció allí, sino que pronto se diseminó por todos los Estados Unidos, como en Nueva York o Chicago, ciudades que llegaron a ser el paraíso de mafiosos como Lucky Luciano o Al capone (ver:  http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/08/la-estructura-mafiosa-de-los-poderes.html).
Una muy famosa mafia fue la llamada Sociedad Stoppagherra, la cual estaba conformada por “muy conocidos sicilianos asesinos, ladrones y falsificadores, quienes se han asociado en una especie de compañía de accionistas dedicados a saquear y a acechar a la ciudad”, dice Asbury, citando al Times de 19 de marzo de 1869. Cuando cometían alguna fechoría, sólo eran encarcelados algunos días, con tal de guardar las apariencias, y luego eran liberados, para que siguieran haciendo de las suyas y cumpliendo con su entrega puntual de cuotas a las corruptas “policía” y “autoridades”.
En vista de tal impunidad, cientos de ciudadanos se organizaron, en una ocasión, para sacar a esos delincuentes de la cárcel, en donde habían sido llevados tras el crimen de un honorable hombre que había tratado de cumplir con las labores de vigilancia. Iracundos, luego de varios discursos, advirtiendo a los guardias que no se entrometieran en ese acto de “justicia ciudadana”, sacaron a once de los sicilianos, a los que mataron a tiros públicamente. Ese acto de justicia popular, pareció calmar en algo a las mafias, que poco a poco tendieron a desplazarse de la ciudad.
Incluso, como las elecciones eran también tan amañadas, controladas por delincuentes, en contubernio con los corruptos políticos que se postulaban, varios molestos ciudadanos organizaron el Vigilance Committee, cuyas funciones serían las de cuidar que las elecciones se llevaran a cabo sin trampas y sin sangre.
Se formó en marzo de 1858, justo para vigilar las elecciones del 4 de junio de ese año. Todos sus miembros robaron un almacén de armas y se pertrecharon perfectamente. El 3 de junio se alistaron, en lo que pareció sería una guerra en descampado. Por fortuna, las negociaciones del mayor Waterman, a cargo de la alcaldía de la ciudad, con los  militares y los esbirros de los candidatos, evitaron una segura matanza, de incalculables consecuencias.
De todos modos, tuvo su importancia el comité de vigilantes, pues las elecciones fueron las más limpias de las que hasta entonces se habían efectuado.
Y también las acciones del comité, quejándose sobre la inseguridad que reinaba en la ciudad, tuvieron sum impacto, pues las “autoridades” buscaron depurar y mejorar el cuerpo policiaco.
Y es que el crimen era tan alto, que ya ni era noticia que vendiera periódicos, como se quejaban los chicos que los distribuían por las calles. A diario asesinatos, asaltos y otros delitos eran la norma, pero también eran el reflejo de la corrupta ineptitud de “autoridades” y “policía”.
Igualmente, los ya mencionados giros negros, como los burdeles, eran parte de la cínica corrupción oficial, que les permitía operar casi sin trabas, pagando su respectiva “cuota”. Eran tan abundantes, que no sólo se anunciaban en los diarios, sino que hasta se hizo una publicación especializada The Green Book, or, Gentlemen’s Guide to New Orleans, que daba la ubicación de tales burdeles, así como algunos detalles que orientaran al ávido caballero en busca de carnales placeres. Por ejemplo, esta era una de tantas indicaciones: “El Phoenix, en el 1574, de la calle Iberville. A cargo de Fanny Lambert. Casa en donde se sirven vino y cerveza, llena de alegres y preciosas damas”. Otro más indicaba que “Eunice Deering, en la esquina de las calles Basin y Conti. Conocida como la líder de los muchachos de sociedad y de clubes… Además de la grandeza de su establecimiento, ella cuenta con un buen número de bellas mujeres”… y así, seguía la burdelesca guía.
A esa, le siguió el igualmente famoso Blue Book, el que fue publicado hacia 1902. Podría decirse que fueron tales publicaciones pioneras, pues actualmente, aunque no en forma de libros, existen digamos que “guías” o, más bien, sitios, sobre todo en internet, que anuncian todo tipo de “acompañantes”, de ambos sexos, dispuestos a desempeñar todo tipo de servicios sexuales por “módicas” sumas.
Y entre tanto burdel y prostíbulo, por supuesto que, como siempre, había destacadas mujeres, famosas no sólo por sus artes de enamoramiento, sino porque algunas asesinaron a varios de sus clientes, con tal de robarlos. Las más famosas, mencionadas por Asbury, fueron Kate Townsend, Hattie Hamilton y Fanny Sweet, las que tuvieron controvertidas existencias, a veces en la cárcel, otras, huyendo, pero nunca en paz. Townsend, por ejemplo, fue amante de inescrupulosos, corruptos políticos, como de James D. Beares, senador, miembro de la muy afamada “black-and-tan Legislature” (legislatura de negros y bronceados, conocida así, porque muchos de sus miembros eran negros o mestizos). Beares era tan cínico, que ayudó a Townsend a construirse uno de los burdeles más lujosos de Nueva Orleans. Y era tan corrupto, que para apoyar cualquier nueva ley o medida que la legislatura pretendiera hacer, debían de “recompensarlo” antes con una suma “adecuada al tamaño de la petición”.  Era tan notoria su corrupción que se ganó la frase “¿Y qué tiene que ver en todo esto Beares?”, pues en todo se inmiscuía. Si Beares se asemeja en mucho a los actuales, corruptos, mafiosos políticos, no es mera coincidencia, pues es bien sabido que corruptelas de todo tipo y amantes al por mayor son parte de su nefasto actuar.
Por otro lado, el ejercicio de la prostitución era muy mal visto por todos o casi todos los “decentes ciudadanos”. Era una actitud hipócrita, evidentemente, pues muchos de tales “ciudadanos decentes”, hombres, eran los que se servían de los encantos carnales de las tan criticadas, humilladas y vejadas sexo-servidoras.
Igualmente, las corruptas “autoridades”, las veían con desprecio y promulgaban frecuentemente “leyes” para esconder o, al menos, simular su presencia de lugares públicos. Sin embargo, la prostitución era un muy gran negocio, del que no solo las mujeres que la ejercían podían vivir una existencia más o menos decente, sino que también beneficiaba a aquellos lenones que las controlaban, a los inmorales “policías” que les cobraban cuotas, a los mezquinos políticos que también recibían su tajada de la cadena de “cuotas” que las explotadas mujeres debían cubrir para trabajar y así. En efecto, muy despreciada la prostitución, pero muy, muy lucrativa. Y en eso, también, puede decirse que Nueva Orleans fue pionera en sacar jugo de tan denostada actividad. Mafias, políticos corruptos, inmorales, igualmente corruptos cuerpos “policiacos”, desde siempre han ganado mucho dinero de tal “ilegal” actividad. Son las hipocresías de este materialista sistema capitalista salvaje.
También la ineptitud y corrupción de las “autoridades” se reflejaba en que, por falta de drenaje subterráneo, fueron frecuentes las enfermedades epidémicas, sobre todo de cólera y de fiebre amarilla. Hasta 1880, cuando ya Nueva Orleans contaba con 200 mil habitantes, fue que se construyó el primer drenaje subterráneo. Hasta esa fecha, el “drenaje” constaba de canales abiertos que pasaban en medio de las calles. Tales caños, por la corrupción, ni siquiera eran mantenidos, y frecuentemente se azolvaban y se llenaban de hierbajos y basura. A pesar de las epidemias, el Consejo General se negó en 1850 a limpiar diariamente los hediondos canales, sin importar las generalizadas quejas de los ciudadanos. Por tal razón, las epidemias eran frecuentes, pues esas cloacas eran fuente de infección. Bastaba con que las heces de un enfermo de cólera, por ejemplo, llegaran a los caños, para que se iniciara el contagio masivo.
Así, entre 1832 y 1833, cólera y fiebre amarilla actuaron combinadamente, matando a 7 mil personas en tan sólo quince días. Además, abandonaron la ciudad por el temor real a contagiarse 80 mil personas, reduciéndose la población a apenas 35,000. En 1833 el cólera reapareció, ocasionando otros 4 mil decesos.
Luego, en 1853, hubo otra gran epidemia de fiebre amarilla, que dejó entre julio y noviembre de ese año 10,300 muertos, de un total de 40 mil infectados. Un médico que atestiguó la pandemia, el doctor Clapp, apuntaba que “en un periodo de doce horas, los entierros superaron los 300 y de una casa de huéspedes fueron removidos 45 cuerpos en trece días. Los recolectores de cuerpos de la ciudad, jalando sus carretas, iban todos los días, de casa en casa, preguntando si había alguien a quien enterrar. Los muertos eran apilados en las carretas y transportados a otro sitio, como si fueran troncos. Largas flas de ataúdes eran colocados en superficiales fosas, cubiertos con unas cuantas paladas de tierra, que la lluvia luego limpiaba”. Y, citando al historiador Kendall, Asbury agrega que “Las imágenes de la ciudad, enfrentando suciedad, los cuerpos de perros muertos envenenados, como acostumbraban hacer en verano las autoridades, pudriéndose en las calles, los cuerpos de humanos abandonados, sin sepultar, en los cementerios, el inútil disparo de los cañones y la quema de barriles de barriles de brea para ‘purificar el aire’, agregan dolor al cuadro de esta desolada ciudad”. Pues pareciera que Kendall describió una ciudad medioeval, azotada por frecuentes pandemias, como la de la peste negra, en las que los muertos se contaban por cientos, abandonados y pudriéndose en las calles. Algo más cercano, fue la epidemia de ébola del 2014, no del todo controlada aun, que dejó miles de muertos en países africanos pobres, como Liberia (ver:  http://www.bbc.com/news/world-africa-32997673).
Aquí hay que agregar que el siglo diecinueve, a pesar de los grandes avances en cuestiones como la electricidad, el electromagnetismo, las ondas hertzianas, la máquina de vapor… y muchas otras, en medicina, aún estaba tan atrasado, que se aplicaban “curas” de la Edad Media, tales como sangrías con sanguijuelas, sobadas con ungüentos o baños calientes, pues no se habían hecho intentos serios por determinar la causa de las enfermedades, ni siquiera de las que ocasionaban las epidemias, las que, por lo mismo, ocasionaban tantos muertos (tal vez por ello es que era tan socorrido el vudú, para ver si con “magia negra” se podía curar la gente). Que, de todos modos, muchas epidemias en la actualidad siguen ocasionando miles de decesos, a falta de un medicamente adecuado, justo como sucedió con la mencionada epidemia de ébola.
También no podemos negar la similitud entre esa época con la actualidad, pues ¿cuántas veces ha habido desgracias o riesgos sanitarios porque las “autoridades” de tal o cual país no construyeron un hospital o iniciaron una campaña sanitaria para prevenir una epidemia o un accidente? Muchas veces, y no porque no se cuente con los recursos monetarios, sino que tales recursos van a dar, indiscutiblemente, a los bolsillos de las corruptas mafias en el poder.
En fin, frente a lo descrito por Asbury, no es de extrañar lo que actualmente adolece Estados Unidos, en donde, debido al imperante materialismo, todo aquello que pueda generar una ganancia, por inmoral que sea, es bienvenido. Claro que en nuestra naturaleza está la práctica de la codicia y el egoísmo que la acompaña, pero se incrementan obscenamente bajo ciertas circunstancias (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/10/la-materialista-individualista-mezquina.html). 
Eso explica por qué, en el 2005, cuando el huracán Katrina azotó las costas de Florida y Luisiana, que dejó cientos de muertos, casas y edificios destruidos y miles de damnificados en Nueva Orleans, una cínica declaración de un muy prominente congresista republicano en funciones en ese entonces, Richard Baker, fue que “lo que el gobierno nunca pudo hacer en años, deshacerse del ‘public housing’, la fuerza de la naturaleza lo había hecho en sólo un día”. Baker se refería a viejas casas hechas en los años 1930’s, que se hicieron en la época de Roosevelt para proveer de vivienda barata a los grupos de menores ingresos, afroestadounidenses, sobre todo, y que, con el tiempo, se habían convertido en hacinados, insalubres, guetos, en donde las tazas de pobreza y criminalidad eran altas. A pesar de muchos esfuerzos por convencer a los habitantes de esas viejas, deterioradas casas de que las vendieran para que se pudieran construir modernas, pero, obvio, más costosas edificaciones que “mejoraran” sus condiciones de vida”, nunca se logró que aceptaran (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2009/03/la-muy-oportuna-descomposicion-del.html).
 “Gracias” al huracán, el proyecto fue de inmediato llevado a cabo por el HUD (U.S. Department of Housing and Urban Development), de forma autoritaria, sin hacer caso a las peticiones de los damnificados, cuyas protestas fueron brutalmente reprimidas por la policía. Evidentemente, mediaron los fuertes intereses económicos de constructoras y todos los involucrados que le entraron al gran negocio. Lo mismo sucedió con las escuelas públicas que resultaron afectadas o destruidas, pues en lugar de repararlas o reconstruirlas, se dieron concesiones para escuelas privadas y a la gente sólo se le otorgaron “subsidios” parciales (medias becas, por ejemplo) para que metiera a sus hijos allí… también los que pudieran, claro.
Fueron más importantes los grandes negocios, los que hizo posible la vasta destrucción, que las necesidades de la gente, mucha de la cual lo perdió todo con la catástrofe, catalogada como la peor que haya sufrido Luisiana. Desde entonces, varios prefirieron emigrar del lugar. El censo más reciente indica que la ciudad está ocupada por dos tercios de su población original, sobre todo porque el peligro de futuras inundaciones está latente, ya que muchas zonas están hasta dos metros por debajo del nivel del mar. Diques son los que, digamos, detienen el paso del mar hacia esas zonas. El cuerpo de ingenieros del ejército indica que, por muy buenos que sean esos diques, no son una ayuda total para futuras catástrofes, como la que ocasionó Katrina, que, por los trastornos climáticos ocasionados por el calentamiento global, serán más frecuentes.
En fin, pues hemos revisado parte de los obscuros orígenes de lo que hoy son los Estados Unidos. Quizá por ese desmedido materialismo y ansias de riqueza, que son históricos, como hemos visto, sea que una de las obligadas preguntas que hacen muchos de los empleados de migración, cuando uno está por entrar a ese país por la aduana, como turista, es “¿Cuánto dinero tiene usted para gastar?”, y uno se cuestione, a su vez, si se está por entrar a un país o a un centro comercial.
Y es que, tal vez como corolario, podría decirse que nunca fue del todo conveniente que Bienville, en su momento, fundara una ciudad en ese sitio, una pantanosa región, con espesa vegetación, llena de ponzoñosos reptiles y alimañas, tan vulnerable a inundaciones y huracanes. Pero, como vimos, privaron más los colonialistas, materialistas intereses de las naciones imperialistas, justo como Francia, España o Estados Unidos, que el buen juicio, del cual, últimamente, carece en demasía la depredadora humanidad.

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