viernes, 28 de diciembre de 2007

Los aficionados contraterroristas o de cómo se sigue extendiendo la paranoia "antiterrorista".

Los aficionados contraterroristas o de cómo se sigue
extendiendo la paranoia “antiterrorista”.

Por Adán Salgado Andrade


No cabe duda de que el control mediático del gobierno de George Bush y sus halcones, así como de las grandes cadenas noticiosas estadounidenses, siguen ejerciendo una fuerte dominación tanto en la forma de pensar, así como en el comportamiento de buena parte de los individuos en este mundo tan convenientemente globalizado. Por ejemplo, en México, tomando cómo pretexto el “combate al narcotráfico y al crimen organizado”, recientemente se aprobaron infames leyes que, antes que nada son denigrantes para la dignidad humana y los más elementales derechos de los ciudadanos, quienes, entre otras cosas, ya no podrán oponerse a que un simple policía que “sospeche” que allí se realizan actividades ilegales (esto quedó a “criterio”, así que las actividades ilegales pueden ser desde venta de estupefacientes, hasta activismo político), pueda allanar su domicilio sin ninguna orden de cateo (o sea, el requisito legal que antes era indispensable para tal acción y que era emitido por un juez). También es legal ya el espionaje telefónico y las grabaciones ilegales que de éste se obtengan, con las que se podría incriminar sin ningún problema a cualquiera. Es ya constitucional, en el mismo orden de cosas, la caución carcelaria preventiva ¡hasta por dos años! Si alguien es considerado “sospechoso”. Como puede verse, cualquier parecido con la ilegal, absurda y dictatorial “Ley patriótica” de EU, ejercida por el Department of Homeland Security, no es mera coincidencia, ya que México siempre ha sido considerado por aquel país como una zona de contención de las posibles “amenazas terroristas” que pudieran provenir desde allí. Debido a esa ley, todo ciudadano estadounidense puede ser legalmente investigado y allanado en sus actividades diarias, sin que sea eso considerado una violación a sus garantías individuales, todo en aras de la seguridad del país.
Por si fuera poco, se instrumentó un Plan México (eufemísticamente llamado Plan Mérida) que pretende combatir también al narcotráfico durante los próximos tres años, muy parecido al Plan Colombia, en el que EU invertirá sólo $1500 millones de dólares, en tanto que México gastará $7000 millones de dólares, todo orquestado, claro, por el gobierno de Bush (además, esto más pareciera un negocio para EU, pues no se entiende como en un plan conjunto, México, con una economía 14 veces menor, gaste casi cinco veces más dinero, el que además será invertido para la compra de material militar y de todo tipo que ayude a “combatir a la violencia criminal organizada”. Seguramente los proveedores de esos equipos “logísticos” serán empresas estadounidenses). Así que si de acuerdo con el tal plan, se llegara a considerar a los zapatistas o a los movimientos políticos como un “potencial peligro”, pues sencillamente se les reprimirá y someterá, y más va por ahí el asunto que por el combate al crimen organizado. Como dije, así a México se le confirma el ser una zona de contención del “terrorismo” (léase activismo social) que pudiera pernear territorio estadounidense.
Sí, el llamado combate al terrorismo es un excelente pretexto y una descarada manera de imponer supuestas “leyes” que lo único que buscan es un mayor control, más eficiente, sobre los gobiernos y las vidas de los ciudadanos de otros países que se encuentren dentro del área de influencia estadounidense y de los suyos propios, por supuesto (Ver mi artículo en Internet “La amenaza terrorista, el nuevo gran negocio para la industria del miedo”, disponible en el buscador Google bajo ese título).
Así pues, cualquier acción que contribuya a “salvaguardar al orden político y social establecido” será bienvenida, aunque sea más un producto de la referida manipulación propagandística, que un verdadero acto que enaltezca a quien lo esté haciendo. Me referiré aquí a una cuestionable actividad, que llamaré el “contraterrorismo amateur”, desarrollado sobre todo (¡en dónde más!) en Estados Unidos, que consiste en que ciudadanos “comunes y corrientes”, poseedores de una computadora, conexión a Internet y un patológico sentido de “patriotismo”, así como dominados por un paranoico pánico a la amenaza terrorista, se han dado a la ociosa tarea de rastrear terroristas o potenciales terroristas a través de la red. Sí, en efecto, estos cazaterroristas, imbuidos por los lineamientos que la propia “Ley patriótica” ha determinado en cuanto a qué es un terrorista, de dónde proviene y cómo podría actuar, se han obsesionado en “localizar” y, de ser posible, “mandar tras las rejas” a personas que potencialmente puedan representar un peligro para la estabilidad y las paz de la América de George Bush. Así, el terrorismo pareciera representar el máximo peligro al que los estadounidenses se enfrentan. Frente a él, otros problemas le quedan chicos. No es de preocuparse que haya unos 200 millones aproximadamente de armas en poder de los estadounidenses, es decir, por cada tres personas existen dos armas, ni que mueran poco más de 30,000 ciudadanos cada año por disparos producidos por esas armas, muchos de ellos profesores y alumnos, debido a que muchos tiroteos son en centros escolares (Ver mi artículo “La locura por las armas en EU”, en Internet. El documental de Michael Moore “Masacre en Colombine”, muestra muy bien esa situación). Tampoco es grave que 6 de cada 10 estadounidenses no cuenten en absoluto con algún tipo de servicios de salud y que muchos mueran a falta de una operación, debido a que no tenían un seguro médico (como también lo muestra otro reciente documental de Moore, “Sicko”, en el que expone los pésimos servicios médicos con que cuentan sus paisanos pobres). Ni tampoco es problema la grave crisis de los créditos inmobiliarios, lo cual está provocando una nueva debacle económica que está arrastrando consigo a otros sectores productivos y al resto del mundo… no, nada es peor que la amenaza terrorista.
Así, para realizar su “noble labor”, los ociosos cazaterroristas parten del clásico “perfil racial”, que ha puesto como los primeros terroristas del mundo a cuanto árabe o islámico exista en éste (sí, de nueva cuenta, se impone el prejuicio racial de que todo lo blanco, sajón, es bueno y todo lo demás, es malo. Ver mi artículo en Internet “Bienvenidos a Arabialandia, disponible en el buscador Google bajo ese título). El siguiente ejemplo que refiero es uno de esos lamentables casos de fanatismo patriotero.
Shannen Rossmiller es una estadounidense nacida en Montana, de profesión abogada, que, según refiere, se dio a la “noble tarea” de pescar terroristas desde que vio cómo las torres gemelas en septiembre del 2001 se colapsaban (sospechoso caso de terrorismo que un día seguramente la historia demostrará, cuando deje de ser top secret, que se trató de un complot urdido dentro de las esferas mismas del poder político y económico de los EU, y que tan buenos frutos le ha dado, entre otros, la plena justificación para invadir Irak y quedarse con su petróleo, que representa la segunda más grande reserva mundial, el cual le alcanzaría unos 25 años para satisfacer sus necesidades energéticas). “Eso me provocó mucha rabia, ver cómo esos miserables árabes nos dañaron así”, dice, en tono de profundo desprecio. De allí, presa, como dije, de su alto sentido del “deber patriótico”, esta mujer se fanatizó tanto, que decidió emprender una “lucha frontal” contra los terroristas. “¡Me dije que esto no iba a volver a pasar!”, declara, con emocionada voz. Y así, su “valiosísima labor” comenzó. Prejuiciada de que había que comenzar por los árabes, Rossmiller empezó a frecuentar los foros de esos grupos en el Internet, aunque comprendió que para que surtieran efectos sus indagaciones “pues debía de aprender árabe, pensar como árabe, sentir como árabe, conocer su religión, el Corán, acercarme al islamismo y todo cuanto pudiera hacerme pasar como un árabe deseoso de morir por la causa”. Y aunque no se crea, esto que parece más un plot de cintas de espionaje, la abnegada, patriota abogada se puso a estudiar árabe, se metió a leer el Corán, buscó cuanto pudo saber acerca de la sociedad árabe… ¡incluso localizó fotos de supuestos “terroristas árabes” para suplantar sus personalidades y asumirlas, con tal de que al presentarse en los foros árabes de chateo, pasara ella, ya fuera como una potencial terrorista o como alguien que estuviera buscando a “mártires” para posibles atentados suicidas. Llegó al extremo de estudiar, a través de mapas y guías turísticas, lugares y barrios, para hacerse pasar como habitante de esos lugares, en caso de que necesitara, por ejemplo, citarse en algún sitio.
Esta eficientísima cazaterroristas lleva casi seis años haciéndose pasar por árabe y apenas si ha logrado cuatro magros resultados. Pero en el análisis de las personas que supuestamente fueron atrapadas por la policía gracias a sus indagaciones, podrá verse que, en todo caso, muchas fueron más una influencia manipuladora de Rossmiller, que verdaderos terroristas. Incluso, dos de ellos eran, ¡increíble!, compatriotas de esta mujer. Uno de ellos es el militar de nombre Ryan Anderson (aquí cabe recordar que uno de los más graves atentados efectuados en EU, antes de las torres gemelas, fue el perpetrado por Timothy McVeigh, ex mariner condecorado, que en 1996 dinamitó un edificio público, y quien no tuvo reparos en declarar que él lo había hecho y que había sido una venganza contra el gobierno por haber asesinado al señor David Koresh, líder de la secta de los davidianos, en Waco, Texas, en 1994, al cual McVeigh admiraba). Este soldado pertenecía al cuerpo de infantería de la guardia nacional estadounidense, que en el 2003 tomó parte en la invasión estadounidense-inglesa a Irak. El soldado, operador de tanques, estaba tratando de ponerse en contacto con grupos árabes, más que con terroristas, pues estaban por mandarlo a combatir a ese país. Para su desgracia se enlazó con Rossmiller, la que se hizo pasar por Ahu Khadija, un supuesto activista árabe que, le dijo a Anderson, estaba organizando algunos campos de entrenamiento militar en Pakistán. Probablemente Anderson pertenecía a la minoría de estadounidenses con cierta conciencia que en ese entonces estaban en contra de una injustificada invasión al país árabe, pues en alguno de los correos electrónicos que le envió a Rossmiller, le confesó: “¿Podría haber alguna oportunidad de que un hermano que en este momento está en el lado equivocado pudiera unírseles en su lucha… digamos, desertar?”. En un correo posterior, Anderson le escribió: “debido a que estoy por ser mandado a la zona de guerra, voy a tener que disparar contra el enemigo. Pero lo que más siento es dispararle a alguien que me ataque, cuando lo que más desearía es estar de su lado”. Es decir, Anderson deseaba estar del lado de los invadidos. Y estas desafortunadas declaraciones de Anderson bastaron para que la abnegada patriota lo denunciara al FBI, agencia que, ¡increíble!, lo sentenció a cadena perpetua por cargos de intento de espionaje e intento de ayudar al enemigo. Sí, se aplicó aquí el mismo estúpido argumento que se empleó para invadir Irak: el potencial peligro que alguien sospechoso puede representar en el futuro. Muchos de los supuestos argumentos en contra de Anderson fueron inducidos por la funesta influencia del supuesto Khadija, es decir, Rossmiller en su suplantada personalidad. Sí, esto equivale a platicar con, por ejemplo, una mujer golpeada por su esposo, y que tras de una nueva golpiza, con muy conveniente grabadora oculta, le preguntáramos qué haría, si no le gustaría golpear ella también a su marido o, ¿por qué no?, matarlo, y que en vista de su coraje y su dolor, la mujer lo aceptara, matarlo, y que le metiéramos más cizaña para que nos dijera cómo lo mataría, que abundara en detalles, sí, “díganos cómo se desharía de ese desgraciado”. Y ya con su inducida “declaración” fuéramos con un juez para denunciarla, “sí, mire, su señoría, cómo esta mala mujer está planeando asesinar a su amoroso marido”.
Por sí misma la invasión a Irak fue una verdadera infamia, un simple acto de fuerza militar y de barbarie llevado a cabo mediante vulgares mentiras y manipulación de Bush, sus halcones y las corporaciones noticiosas, así que se condenó a Anderson por el simple hecho de cuestionar tal invasión, que para nada era un acto de nobleza o de salvaguarda de los intereses estadounidenses, sino un montaje que, como dije antes, logró para EU el apoderarse del petróleo iraquí gracias al gobierno títere que desde entonces impuso Bush. Así que no me parece un acto heroico lo hecho por Rossmiller, quien, en todo caso, lo hizo poseída de ese patrioterismo hipócrita que ha establecido la perorata de la “Ley patriótica” que señala que es un deber ciudadano denunciar cualquier acción o individuo sospechoso que pudiera atentar contra la seguridad de América. Baste recordar que el famoso Ted Kazinsky, mejor conocido como el Unabomber (este extravagante doctor en física mandó algunas cartas explosivas a científicos que él consideraba “peligrosos”), autor del “Manifiesto a la sociedad postindustrial” (en éste, condenaba Kazinsky a la sociedad capitalista-industrial que está destruyendo día a día al mundo), fue denunciado nada menos que por su propio hermano, quien consideró “patriótico” hacerlo, ya que su país era más importante que su “loco” pariente. Como digo, es la falsa, hipócrita rectitud de gente que presume de ser muy respetuosa de las leyes y el orden establecidos, pero que no dudó en lanzar bombas incendiarias en Vietnam o bombas de fragmentación contra inocentes ciudadanos iraquíes. Pero esto no le interesa a Rossmiller, más ocupada en fabricar terroristas que en cazarlos.
Otro supuesto triunfo de la falsa árabe, es haber denunciado a un aparente traficante de armas que estaba vendiendo viejos cohetes Stinger que los estadounidenses habrían entregado en los ochentas a los guerrilleros afganos mujahideen, quienes en aquel entonces combatían contra los soviéticos, los cuales apoyaban al gabinete marxista que gobernaba el Afganistán de esos años. Seguramente debido al mercado negro mundial de armas que existe en la actualidad, habían caído en las manos del citado traficante esos cohetes. Rossmiller se hizo pasar por Abu Issa, un supuesto activista que le “reveló” al traficante haber participado en el atentado con bombas que había dañado la sede de la ONU en Afganistán en 2003. La mujer le exigió, claro, en su personalidad árabe, que le diera pruebas de que aquél poseía las armas. Y el traficante le mandó unas fotos de él junto a los cohetes, las que Rossmiller mostró luego al FBI, quien los identificó por los números de serie como los ya citados Stinger proporcionados hacía años por el Pentágono. Pero no se sabe qué pasó con el traficante, así que en este caso, no resultó tan efectiva la labor de Rossmiller. Claro, pues muchos de esos traficantes de armas son “tolerados” por EU o Rusia u otros países fabricantes de armamento, ya que son parte esencial del tráfico de armas, tan necesario a la economía de tales países, dado que el negocio militar es una industria mundial que asciende a un billón de dólares ($1,000,000,000,000) por año.
Un caso más de los destapes fue justamente el de otro estadounidense, Michael Reynolds, una especie de Timothy McVeigh, quien estaba planeando, según Rossmiller, muy meticulosamente volar gasoductos en EU. Reynolds pensaba comprar camiones pipa usados para materializar sus objetivos. Más que un terrorista, pareciera que Reynolds es el tipo de psicópatas estadounidenses, cada vez más frecuentes, quienes frustrados sobre todo por cuestiones económicas, entran a una escuela, al metro o a un centro comercial a balacear a cuanta persona esté a su alcance. Y seguramente deseaba que su atentado fuera aún más impresionante que el realizado por Mc Veigh en 1996 (debe de haber leído algo de cómo Mc Veigh realizó su atentado, el que efectuó cargando una camioneta tipo van con cientos de kilogramos de fertilizante y litros de diesel y estallándola a distancia). Rossmiller se hizo pasar por un árabe terrorista financiador de “causas santas”, Abu Musa, que estaba dispuesto a apoyar los planes de Reynolds. Éste, que vivía en Pensilvania, viajó 3200 kilómetros hasta Idaho, sonsacado por Rossmiller, pues allí le dijo que le daría el dinero suficiente, pero en lugar de encontrarse con la falsa árabe, se halló al FBI. Está siendo juzgado en Pensilvania, pendiente de ser sentenciado. De nuevo, no cuesta mucho imaginar que fue la propia Rossmiller quien alimentó los sueños psicópatas de ese hombre, quien probablemente tendría sus planes, pero que se vieron magnificados por la influencia tendenciosa y manipuladora de aquélla.
Por último, otro de sus “logros” fue haber “descubierto” una conspiración de un grupo de novatos terroristas que vivían en algún país árabe, quizá Pakistán, y que anhelaban realizar algún acto terrorista en contra de las tropas invasoras estadounidenses en Irak. De alguna manera, esto podría entenderse no como un “acto terrorista”, sino como una protesta ante una invasión tan infame, humillante y tramposa, como fue la de Irak. Es como si en su momento se hubieran juzgado mal los atentados efectuados por la resistencia francesa contra los nazis, cuando éstos invadieron París. Rossmiller esta vez se hizo pasar por otro terrorista, Abu Musa, supuestamente peligrosísimo. El grupo de neoterroristas de nueva cuenta influenciados por las trampas de Rossmiller, llegaron incluso a pedirle materiales para su atentado, entre los que le mencionaron cerillos, permanganato de potasio y celulares. La mujer, conocedora del lugar en donde operaba el grupo (gracias, como mencioné antes, a que se informa de todo, mediante mapas locales y localización satelital), les dio como referencia una bodega en donde los esperaría con el material pedido. Y en ese lugar se supone que las autoridades locales los arrestaron.
Como puede verse, más que cazar terroristas, pareciera que Rossmiller los creara, porque en los mencionados casos, los avances en los supuestos planes e ideas “terroristas” de los involucrados, fueron alentados y retroalimentados por ella.
Como Rossmiller hay, por desgracia, cientos de cazaterroristas en EU, unos 400, según recientes recuentos. Pero ninguno de ellos, con todo y su meticulosa, patriotera labor, pudo descubrir los (también sospechosos) atentados efectuados en los metros de Madrid, el 11 de marzo de 2004, ni en el de Londres, el 7 de julio del 2005. Tampoco esos sagaces rastreadores del terrorismo mundial, pudieron prevenir los dos atentados que la ex primer ministra de Pakistán, la señora Benazir Bhutto, sufrió en días pasados, el segundo de ellos (el del jueves 27 de diciembre) lamentablemente mortal.

Contacto: studillac@hotmail.com
Derechos reservados, 2007.

lunes, 24 de diciembre de 2007

"Como animales rabiosos se trata a los indocumentados capturados en EU"

COMO ANIMALES RABIOSOS SE TRATA
A LOS ILEGALES CAPTURADOS EN EU

Por Adán Salgado Andrade



“¿Verdad que van a volver?”, refiere Marcos, un adolescente de 17 años, originario de Guadalupe Victoria la Asunción, Puebla, que les dijo el fiscal “acusador” que interviene en los juicios del “Estado contra los ilegales” que, por norma, se les hace en EU a todos los inmigrantes ilegales que son capturados, ya sea en su intento por penetrar las resguardadas fronteras de ese país o al estar trabajando, cuando alguien da el “pitazo” de que allí hay “ilegales chambiando”. Dice que él y los otros “transgresores de la ley” nada más bajaron la cabeza, sin decir nada. Pero, como dicen, el silencio otorga. “Pues yo mejor les aconsejo que no lo hagan, porque entonces sí les va a ir peor”, dice Marcos que agregó aquel, en intimidatorio tono. “A nosotros nos denunciaron unos peruanos”, comenta. Sí, por increíble que parezca, fueron “hermanos” latinoamericanos, en este caso peruanos que supuestamente trabajaban legalmente allí, en Belgrade, condado del estado de Montana, en donde trabajaba Marcos, quienes los denunciaron a él y a otros cuatro mexicanos, entre ellos a un primo y a tres tíos.
La obligada pregunta que le hago es el principal motivo por el cual se van para “el otro lado”. “Pus porque aquí no hay en qué chambiar y allí, sí”, responde, cabizbajo. Efectivamente, en su pueblo pocas cosas hay en qué ocuparse, fuera de la “sembrada y la pizcada” y algún ocasional trabajo de pintura, albañilería o de carpintería, no mucho. Y hasta eso, sembrar, se está terminando, pues al decir de Rómulo, el padre de Marcos, quien también aceptó ser entrevistado, “pos cada vez llueve menos y como las tierras son de temporal, pos a veces ya ni sembrar maicito ni frijolitos podemos”. Sí, las lluvias, debido a los trastornos climáticos que el calentamiento global está provocando, se retrasan cada vez más año con año. “A veces va lloviendo hasta por julio y ya pa’ entonces, pos el maiz no se da ya bien... y aluego llueve reteduro y ya nomás echa a perder lo que se alcanzó a dar en las pocas tierras de riego que hay por aquí”. Y si se arriesgan con otro tipo de cultivos, como flores o legumbres, muchas veces pierden todo, quedan endeudadísimos y hasta las tierras pierden. “Pa’ sembrar una hectárea de clavel se necesitan como sesenta mil pesos... y si no le atinas a la fecha en que se venden, como el 10 de mayo o las salidas de las escuelas o si se te malogra, pos ya te jodistes”, afirma Rómulo, con resignado tono.
Sí, por tantos problemas que padecen los campesinos pobres del campo marginado, del que difícilmente entra en los programas de “apoyo gubernamental” o con míseros “subsidios”, con los que de todas formas, ni costea ya sembrar, como dice Rómulo, es que México se ha convertido en el primer exportador mundial de mano de obra barata hacia los Estados Unidos, constituyendo la actividad de los millones de paisanos que están trabajando allá o que lo hacen año con año, la segunda importante entrada neta de divisas (o sea, dinero que realmente entra, no como el de las exportaciones maquiladoras, que sólo reexportan lo que previamente importaron para ensamblar aquí), la cual monta en lo que va del presente año, poco menos de 20,000 millones de dólares, que con todo y estar en proceso devaluatorio, son tan caros a nuestra dependiente, frágil economía (la primera entrada la sigue constituyendo el petróleo, pero poco a poco tenderá a declinar, por el agotamiento de nuestros mantos petroleros y seguramente será rebasado por las remesas que llegan de EU).
Y por ello es que tantos miles de compatriotas deciden aventurarse a buscar trabajo entre los estadounidenses, a sabiendas de los peligros que, desde antes de llegar a tierras extrañas deben de pasar, tal como refiere Marcos. El joven poblano trabajó como peón de Rómulo, de oficio albañil, en “chambitas” por aquí y por allá, gracias a lo cual pudo reunir algún dinero, parte del cual lo invirtió en el boleto del avión, 3000 pesos, que lo llevó del aeropuerto de la ciudad de México hasta el aeropuerto de Hermosillo, en el estado de Sonora. De allí, un taxi los condujo justamente al pequeño poblado de Altar (¡vaya nombre!, quizá para que se den valor los potenciales ilegales) en donde los esperaban dos polleros. Estos les cobraron la no despreciable suma de ¡$1500 dólares! a cada uno, $16,500 pesos (sobre todo, tomando en cuenta que la gente va allá por una tremenda necesidad y no está para derrochar el poco o mucho dinero que con grandes sufrimientos percibirán allá... ¡si logran llegar!), que debieron pagar una vez que llegaron hasta Belgrade, en Montana, el lugar elegido por Marcos y sus parientes para ir a trabajar allá (normalmente los indocumentados se dirigen a donde tienen parientes o amigos, pues de esa forma, consideran, se les facilitan las cosas una vez que logran llegar, lo que de alguna forma es cierto). De allí, de Altar, se trasladaron, esta vez a pie, a Sasabe, poco habitado sonorense poblado, limítrofe con la frontera entre Sonora y los Estados Unidos y a unos 65 kilómetros de Nogales. Allí pasaron una mala noche en una humilde vivienda, durmiendo en el suelo y comiendo algunos de los alimentos que los polleros indicaron que compraran en Altar, sobre todo comida enlatada, como frijoles, atún, sardinas... y varias botellas de agua. Al siguiente día, sábado, a eso de las nueve de la noche, al cobijo de la oscuridad, comenzó propiamente la travesía por el desierto sonorense (he ahí el por qué les aconsejó el pollero proveerse de mucha agua), pero como tuvieron problemas para cruzar (inusual vigilancia de la Border patrol esa noche), decidieron apostarse en un cerro cercano a la “línea” y allí pasaron una segunda mala noche, peor que la anterior, pues debieron de cuidarse de todo tipo de alimañas y animales ponzoñosos, tales como culebras o escorpiones, y debieron soportar el caluroso día que vino después, soportando las altas temperaturas del desierto, cobijados a la enclenque sombra de arbustos y cactáceas arbóreas. Ya cuando de nuevo la noche lo ocupó todo, reemprendieron la dura marcha, logrando cruzar, por fin, la frontera, caminando entre las dificultades propias que la falta de caminos o de sendas ofrecen a esos desesperados buscadores del decadente american dream. Sí, espinosos matorrales, zarzales, hendiduras, hoyos, piedras, suelo arenoso y resbaloso, riachuelos... además, claro, la constante amenaza de ser atrapados y deportados en cualquier momento si son descubiertos por la “migra”. ¡Encima de eso, deben de mitigar lo mejor posible las ampollas de los pies que les salen, el cansancio y la tremenda sed que luego de una, dos horas caminando, inevitablemente sobrevienen, pues no pueden darse el lujo de detenerse a cada rato, so pena de ser atrapados más fácilmente por los autoritarios policías fronterizos estadounidenses si lo hacen! Y entonces se sacan las botellas, las cantimploras, y se sacia la sequedad del sediento organismo, debilitado por la falta del vital líquido, que en esos momentos resulta mucho más reparador que cualquier alimento sólido, que “pus además ni hambre te da”, dice Marcos. ¿Y si se les acaba el agua, qué hacen?, pregunto. “Ah, pues como allí son puros ranchos, pus llenabas las botellas vacías en unos tambos que hay con agua, pero es en donde beben las vacas, así que pus es agua sucia la que tomas de allí”, responde Marcos, pero aclarando que el y su tío, con quien iba, se previnieron con varias botellas del vital líquido, pero que los otros compañeros del grupo, tuvieron que hacerlo, beber de los tambos, a pesar de que esa agua despedía el característico olor a estiércol que emiten los bebederos de las vacas. En ese grupo iban quince personas, incluidos ellos dos, más el par de “coyotes”. El menor era un adolescente de unos 14 años y el mayor, un hombre de unos cuarenta años. Iba sólo una mujer, hermana del chico de 14 años, a la que, dice Marcos, “pus la íbamos cuidando mucho, pa’ que nadie se pasara de lanza con ella”. También dice que los coyotes se apartaban del grupo durante el día, que era cuando todos descansaban, para que así sólo los atraparan a ellos, a los “coyoteados”, digamos, en caso de ser descubiertos. Supongo que han de considerarse los coyotes muy valiosos como para ser atrapados, pues en caso de que así fuera, nadie, dirán ellos, podría sustituir los “valiosos” servicios que prestan a tanto indocumentado que, como ya dije, por mera necesidad económica, se arriesga a contratarlos y a padecer y sufrir tantos peligros que la aventurada travesía implica.
Una de las recomendaciones que los mencionados coyotes, muy seriamente, les dieron, fue la de que en caso de que apareciera un helicóptero de la Border Patrol en medio de la noche y les aventara sus potentes luces para detectarlos aún en medio de los arbustos, que por ningún motivo voltearan hacia arriba para verlo y además que se agacharan. “Es que nos dijo que así se dan cuenta si es una persona la que va caminando, por los ojos, porque brillan con las luces”. Sí, de esa forma, a la altura a la que vuelan esos aparatos, aún mediante sus potentes reflectores, en medio de los arbustos no es fácil detectar a los indocumentados, a los que pueden tomar por vacas o caballos pastando, como sucedió, por fortuna, con el grupo en el que iba Marcos, los cuales siguieron la estricta recomendación de no mirar hacia arriba, no así con otros “compas”, que fueron detectados y varios fueron atrapados por las camionetas policíacas, a las que se avisó su posición. ¿Cómo se dieron cuenta de que los agarraron? “Ah, pus porque miras cómo se para el helicóptero sobre un lugar y ya luego oyes las sirenas de las patrullas que se van acercando”, responde Marcos, abstraído, quizá recordando esos momentos tan alarmantes. “Yo sí sentí mucho miedo de que nos descubrieran, pero lo bueno que no nos agarraron”, dice Marcos, narrando el momento en que el helicóptero los enfocó con sus potentes reflectores y ellos, bien agachados, siguieron caminando.
Y de todos modos el miedo lo acompañó durante toda la travesía, tanto por el constante temor a ser descubiertos y aprehendidos, como porque las alimañas, los coyotes (los verdaderos, de cuatro patas), las víboras acechan también al apresurado, inexperto caminante... ¡todo eso son peligros latentes que, incluso, pueden resultar mortales! El coyote les platicó que en una ocasión uno de los indocumentados que él llevaba, fue mordido por una “cascabel” y se murió en el camino. “Y pos a’i lo dejamos, ni modos de que nos lo cargáramos”, dice Marcos que les dijo el hombre, muy quitado de la pena. “Pus más miedo nos metió ese cuate”, dice, algo divertido. Y así se la pasaron caminando, durante cuatro noches, a partir de las seis de la tarde, hora en que ya obscurecía, para cuando ellos andaban por allá (noviembre), y hasta las seis de la mañana, escondiéndose durante el día, como dije, entre la maleza, dejados a su suerte por los coyotes, tratando de curarse las sangrantes ampollas de sus pies con saliva, sobándoselos, para mitigar el dolor, comiendo lo que llevaban, bebiendo racionadamente el agua embotellada que cargaban en sus mochilas, para que no se les fuera a terminar, pues no sabían qué tanto durarían todavía por aquellos inhóspitos parajes desérticos.
Por fin, con bastante suerte, pues no fueron atrapados por la “migra”, como el otro grupo que salió casi junto con ellos, llegaron a Tucson, Arizona, una madrugada, luego de esa dura caminata de cuatro noches, habiendo recorrido casi cien kilómetros, exhaustos, pero ya un tanto más animados, pues según ellos, lo “peor”, el peligroso recorrido por el desierto, ya había pasado. Allí, se escondieron entre matorrales cercanos a una carretera, para esperar el “levantón”, como llaman a las camionetas que por las noches, rápida y sigilosamente, “de volada” dice Marcos, recogen a todos los ilegales que logran llegar hasta allí. Son camionetas tipo “pick up”, conducidas por chicanos, quienes ya conocen los sitios específicos en donde deben de recoger su humana carga. Ya de ese sitio, son llevados los nerviosos y asustados ilegales a lo que le llaman la “traila”, que es un remolque (casa rodante o RV’s, Recreational Vehicles, como se les llama en EU), en donde “nos acomodaron todos amontonados, como cupimos”. Aunque el vehículo tiene ventanas, por orden de los polleros, todas deben de permanecer cerradas, a pesar del calor diurno que hace en el lugar y “nadie puede salir de allí, como si estuvieras encerrado te tienen”. Y explica Marcos que ahí se la pasaron varios días, esperando la siguiente etapa de su sufrido vía crucis hacia la prosperidad económica... al menos, esa es la esperanza que los mueve en todo momento. Por toda comodidad, había baño y ya, nada más. Se dormía sobre el piso, haciéndose espacio entre tanto cuerpo deseoso de tomarse un nocturno descanso, a pesar de la incomodidad del piso de recubrimiento plástico, recargando sus cabezas sobre sus mochilas. Y nada hay que se pueda hacer en ese encierro, más que esperar a que alguien los recoja. Y si aún les sobraban latas de comida o agua, pues podían comer o beber, de lo contrario, si contaban con dinero, debían pedirles a los coyotes que les compraran alimentos o bebidas, pero dado que todos van con lo indispensable de dinero, pues algunos forzados ayunos debían auto-imponerse. “Si te da sed o hambre y ya no tienes qué o ya no tienes dinero pus ya te jodistes”, dice Marcos, de nuevo un tanto divertido.
Ya luego de tres días, fueron otros “compas” a la “traila” y ya les preguntaron que para dónde iba cada quien. Marcos y su tío se dirigían, como menciono arriba, hasta Montana. El mismo hombre que a ellos los recogió de entre los arbustos, cerca de la carretera, los llevó hasta allá, sólo a Marcos y a su tío, pues eran los únicos que iban tan lejos. “Pus salimos como a las cinco de la tarde, era martes, me acuerdo, y ya en la madrugada, como a las cinco, que se detiene en una gasolinería, y nomás durmió dos horas, y que le sigue”, señala Marcos. Comieron “burritos” (tortillas de harina con carne) durante todo el camino, que el conductor les compraba, y hacían sus “necesidades” en los baños de las gasolineras en donde se detenían. Luego de 25 largas, pesadas horas a bordo de esa camioneta, debiendo de viajar siempre agachados, no fuera a ser que se encontraran con alguna patrulla, tras haber recorrido casi 1500 kilómetros más, llegaron hasta Belgrade, un poblado semirural de Montana, ubicado a unos 70 kilómetros del parque nacional Yellowstone, cerca de la frontera con Wyoming, en donde dos primos que ya tenían allí un par de años trabajando, pagaron los 1500 dólares acordados, 3000 por ambos, al conductor de la camioneta. Fueron en calidad de préstamo, que ya luego ambos debieron de pagar con sus sueldos, una vez que les dieron trabajo en la misma constructora en donde laboraban sus parientes.
Sí, es de sorprender que, a pesar de tantos peligros y supuesta vigilancia y logística estadounidense, existan esas redes de tráfico de ilegales, aparentemente tan bien organizadas, las cuales, en cierto modo, pues son necesarias, como se puede apreciar del relato de Marcos, porque de no existir, sería aún mucho más difícil para nuestros paisanos penetrar ese no tan impenetrable, hostil territorio estadounidense. Como que se resalta el ingenio del mexicano ante la aparente rígida autoridad de allá, quien logra franquear todas las barreras, a pesar de miles de kilómetros de muros, policías armados hasta los dientes, helicópteros, aviones robots vigilantes, violentos grupos xenófobos (los minute man proyect, por ejemplo)... sí, a eso conduce la necesidad de un empleo que proporcione unos cuantos dólares para sobrevivir y no morirse en su propia patria de hambre aquellos sufridos ilegales.
Sí, y ya fue que Marcos y su tío, Salomé se llama, fueron contratados por el dueño de la constructora, conocido como OJ, un buen tipo, amable, a decir del muchacho, con quien ya habían hablado los primos y que, sin objetar nada, les dio trabajo, a Marcos de labor, como se les llama allá a los ayudantes de construcción, los “chalanes” aquí, y a su primo de mason, albañil. Marcos ganaba la no despreciable cantidad de 16 dólares la hora y Salomé, 20 dólares. Así que en ocho horas, el muchacho percibía 128 dólares diarios y su tío, 160. Con ese regular sueldo, debieron pagarle el préstamo al primo (tardaron un mes en saldar esa deuda), así como los gastos que tuvieron que sufragar, tales como su alimentación, 200 dólares al mes, la renta del lugar en donde vivían, otros 200 dólares, los gastos de luz, agua, los bills que le llaman, otros 200 dólares (son todos gastos compartidos, ya que vivían en un sólo departamento, por eso aparentemente no eran tan elevados), así que de fijo eran alrededor de 600 dólares mensuales, de los aproximadamente 2500 dólares ganados al mes (no siempre trabajaban ocho horas o todos los días), de donde también ahorraban el dinero que mandaban a sus parientes, unos 700 dólares por mes (lo enviaban por Western Union, empresa que hace el gran negocio con las remesas de los mexicanos, pues cobra la nada despreciable suma de 30 dólares por envío, lo que le reporta millones de dólares anuales de ganancia por tantas remesas enviadas a México). Incluso también pagaron de su sueldo la ropa especial para el intenso frío que OJ les compró, y que luego les fue descontando, pues desde noviembre hasta marzo, Montana es azotada por fuertes nevadas, por lo que la ropa común y corriente que llevaban desde aquí, de nada sirve allá. Así, la chamarra especial térmica costó 100 dólares (una de las prendas más importantes que deben emplearse), los pantalones, 50 dólares, zapatos tipo botines, 80 dólares, guantes, 10 dólares. ¿Y los calcetines?, pregunto. “Ah, pus esos sí, nos sirvieron los que llevábamos desde aquí”, contesta Marcos, así que al menos se ahorraron esa compra.
Y en cuanto a las labores que estuvieron desempeñando, pues primero Marcos acarreaba piedras para los cimientos de las residencias de lujo que la empresa estaba construyendo en un desarrollo habitacional cerca del lugar. También ayudaba a hacer la mezcla de cemento y arena para colocarlas y la llevaba al lugar en donde se necesitara. Ya más tarde, el primo le enseñó a manejar los montacargas que se empleaban par levantar los materiales de construcción. “Sí, él me enseñó a manejarlos, el vodka y el forklift, que les dicen allá a esas máquinas”. O sea, el buen Marcos hacía de todo, como puede verse. “Como en un mes ya sabía yo manejar el vodka”. Las casas residenciales que se estaban construyendo se localizaban cerca del parque Yellowstone, como a una hora de Belgrade, en View sky. Una camioneta tipo van (de las del tipo que emplean las empresas de mensajería, cerradas) pasaba todos los días, de lunes a sábado, por ellos a las cinco de la mañana en punto. Entre sus primos, el tío, Marcos y otros mexicanos, eran ocho los trabajadores que aquélla recogía. Y allí había que estar, a pesar del intenso frío y otras inclemencias climáticas. Pero, como dice Marcos, con tal de demostrarle a OJ que eran buenos trabajadores y que no se “rajaban”, allí se presentaban, en el sitio acordado, siempre a la misma hora. “Sí, OJ estaba muy contento con nosotros... nos decía que éramos hard workers”, comenta Marcos, con cierto orgullo. Dice que la gran residencia que estaban haciendo en View sky pertenecía al magnate de la programación, el señor Bill Gates, y que “pus no se midió ese señor en lujos”, declara, suspirando, imaginando en que él nunca se hará de una “casotota “ como esa. “Allí cerca estaba la casa de Arnold Schwarzenegger (sí, el famoso gobernator) y de otras personas muy ricas... es que era un fraccionamiento de lujo”, agrega. Sí, será de lujo, considero, pero bien que se sirven tales magnates de la explotada, ilegal, humillada, aguantadora fuerza de trabajo mexicana. Dice Marcos que eran una especie de grandes cabañas, con esqueleto de madera, que ellos iban forrando de piedra, yeso, pasta... “Había pasteros, yeseros, pintores... de todo porque hay muchas casas que se estaban haciendo allí”, comenta el muchacho de triste mirar, un tanto nostálgico, quizá porque les estaba yendo bien, de alguna manera, laborando entre tantas casas de pudientes, influyentes estadounidenses. “Pus si no me hubieran agarrado, pus yo seguiría chambiando allí”.
La paga la recibían quincenalmente, en forma de cheques que “cashiaban” en el banco del pueblo. Una vez establecidos en el lugar, en donde permanecieron cinco meses, se desenvolvían con cierta naturalidad, pues es común que varias compañías contraten extranjeros, sobre todo latinos, muchos de los cuales cuentan con supuestos permisos que les tramitan los patrones, así que aparentemente los lugareños están acostumbrados a eso. Pero además porque sólo los latinos son quienes aceptan ese tipo de trabajos tan pesados, que muy pocos estadounidenses, blancos sobre todo, accederían realizar. Por eso, dice Marcos, se atrevían a ir al banco o a comprar a las tiendas o, incluso, a fiestas a las que luego eran invitados, una vez rebasados los iniciales temores, sobre todo porque estaban en un estado tan distante de la frontera con México, colindante con el canadiense estado de Alberta, por lo que el peligro de una redada por la “migra”, como se hace en California, por ejemplo, parecía tan distante. “No, pus éramos puros mexicanos los que le trabajábamos al OJ... casi no había gringos”, señala Marcos. “Yo hasta me hice de una amiguita, una gringuita como de 15 años”, señala, riendo de buena gana.
Como dije, cinco meses se estuvieron en Belgrade, cuando se concluyó la construcción de la mansión de Gates. Luego, a OJ le ofrecieron otra obra en la ciudad de Deer Lodge, como a unos 120 kilómetros de Belgrade, también de acabados de residencias. Y para allá se fue, con todo y sus fieles, eficientes trabajadores mexicanos. Por la lejanía, se consideró que era mejor quedarse allí, así que Marcos, su tío y sus primos buscaron un hotel regular y todo pareció ir bien, sin problemas, durante un mes... hasta el día en que OJ, por tanto trabajo que debía terminar, contrató a unos peruanos, quienes supuestamente, sí contaban con permisos para trabajar, emitidos por el gobierno estadounidense. Un día, refiere Marcos, uno de ellos, se metió a un bar local y se emborrachó tanto, que comenzó a hacer el típico escándalo de una persona tomada. Llegaron patrullas, lo arrestaron, le preguntaron en dónde vivía, qué hacía y, con tal de salir bien librado, les dijo que él tenía papeles legales para trabajar allí, pero que si lo perdonaban, les diría en dónde había trabajadores mexicanos ilegales... ¡y así fue como los denunció a todos! Rómulo interviene en la plática para comentar la versión que Salomé, el tío de Marcos, hermano de Rómulo, le contó, que también se especuló que el peruano, celoso de que él, por ser legal, ganaba menos dinero, 14 dólares por hora, que los mexicanos ilegales, los denunció directamente, sin mediar escándalo alguno. ¿Es cierto?, pregunto a Marcos. Éste se encoge de hombros, agregando “pus quién sabe... eso también nos dijeron, que aquél rajó”. ¿Pero si así fuera, por qué ganaba menos, siendo supuestamente legal?, insisto. Y ya dice Marcos que OJ les decía que porque ellos, los ilegales, por su condición de outlaw labors, o sea, de trabajadores fuera de la ley, se exponían a más peligros y que por eso él les pagaba más, para que la mayor paga resultara un efectivo atractivo, a pesar de tantos inconvenientes y peligros de ser atrapados en cualquier momento, como ellos. Sí, es de comprenderse la posición de OJ, pues ya que se va a pasar por tantos problemas, pues que valga a pena. Y si resulta la segunda versión la verdadera, considero, que el peruano simplemente los denunció por envidia, pues es un acto verdaderamente deleznable que indica hasta qué grado de deshumanización, egoísmo y bajeza el ser humano ha llegado, de incluso, hasta en las situaciones más comprometidas, delicadas y peligrosas, es capaz de mostrar su lado más perverso y ruin, como aquel peruano hizo. No me parece justificable su acción, pues no le estaban quitando su trabajo aquellos mexicanos, quienes ya estaban laborando antes que él con el contratista, sino que sólo por ganar menos actuó tan miserablemente. Pero Marcos, con todo, no le guarda rencor, dice, quizá porque aún no está lleno aún de la malicia que se va acumulando en la vida por tanta arbitrariedad e injusticia que pululan por este mundo. Al contrario, peca de una ingenua frescura, gracias a la cual prefiere no pensar en cuál fue la verdad de lo acontecido. “Pus allá él”, dice, sin dolo, ni resentimiento alguno. Luego supieron que el peruano los había denunciado por la noche, indicando, cuarto por cuarto del hotel en que se hallaban, en donde había indocumentados, así que los policías hasta se dieron el lujo de dejarlos una noche más, quizá esperando que todos estuvieran juntos, para allanar las habitaciones hasta la mañana siguiente, como sucedió. Dice Marcos que en el cuarto en donde estaba eran cuatro: él, su tío y dos primos, y que en otra habitación estaban otros cuatro.
. Le pregunto que si los amenazaron con sus pistolas, pero Marcos dice que no, que allí todo fue normal, que no los maltrataron, ni nada, pero que ya después que los sacaron del lugar, les dieron el primer humillante trato que se da a los ilegales, que es el de esposarlos con las manos al frente, como vulgares criminales. En ese momento, narra Marcos, se produjo otro dramático hecho. Uno de sus otros primos, que estaba en las habitaciones contiguas, abrió en el momento en que los policías estaban tocando en una de las puertas de al lado, por lo cual intentó huir, sin conseguirlo, por supuesto, pues no se percató de que había varios sherifes esperando al final del pasillo, quienes lo atraparon, lo tiraron sin consideraciones de ningún tipo al piso, le aplicaron varias zancadillas, para sujetarlo, le doblaron los brazos hacia atrás y le esposaron las manos, luego de lo cual, lo levantaron rudamente, y a empujones lo condujeron hacia la salida del hotel, en donde a todos los esperaban las patrullas. En éstas, los llevaron a la cárcel de Deer Lodge, en donde los tuvieron encerrados tres horas, portándose indiferentes los policías con ellos, o sea, no los maltrataron, pero tampoco les merecieron ningún tipo de especial consideración, a pesar de que Marcos era menor de edad y de que le llamaron a OJ, quien envió a uno de sus ayudantes, para ver qué se podía hacer, pero nada, los “peligrosos” mexicanos ilegales, ya estaban boletinados por el servicio de inmigración, y los trámites para su enjuiciamiento y humillante deportación del país se habían iniciado ya.
De esa cárcel, los llevaron a Helena, distante un par de horas de Deer Lodge, en donde hay una estación de inmigración. Y fue en la cárcel en donde los “delincuentes” como Marcos y los otros, que están allí ilegalmente sólo por necesidad, comenzaron a recibir trato de peligrosos criminales. Por medio de un déspota intérprete, les preguntaron de todo: nombre, edad, procedencia, por dónde habían cruzado, quién los había ayudado, cuánto habían pagado, qué hacían allí, en donde trabajaron, con quién, cuánto ganaban, cuánto tiempo llevaban allí, si conocían a otras personas en su misma situación (en esto, por supuesto que nadie de ellos hubiera rajado, aclara Marcos)... les tomaron fotos de frente, de perfil, de tres cuartos... les tomaron las huellas digitales de los diez dedos... todo eso, narra Marcos, hecho de una manera bastante prepotente, gritándoles en todo momento, exigiendo rapidez en las respuestas, nada de titubeos, menospreciándolos, dando a entender que para ellos, los respetables, legales american citizens de Montana, tener que lidiar con molestos outlaw greasers como ellos, era disgusting, sí, patético, más en ese estado, tan lejano de la frontera mexicana, en donde seguramente es lo que menos pudieran esperar las autoridades locales de todos esos pueblos estadounidenses bicicleteros (me parece adecuada esta acepción, sobre todo porque se trata de pequeñas poblaciones en donde tampoco abundan las ocupaciones, la vida social es limitada y la principal diversión es tomarse unas cervezas en el bar local y watch TV allí) en donde el racismo sigue siendo cosa corriente.
Ya que hubieron averiguado hasta el número de calzoncillos que empleaban, nuevamente los trasladaron a otra cárcel en Three Forks, lugar distante unos 85 kilómetros de Helena, pero apenas a unos 30 kilómetros de Belgrade, en donde estuvo Marcos originalmente. De Three Forks son deportados propiamente los ilegales capturados en ese estado, así que, como puede verse, no estaban muy lejos Marcos y sus parientes y amigos de la cueva del lobo. El arresto fue hecho un lunes, cuenta Marcos, y ese mismo día, por la noche, estaban ya en aquel sitio. Al primo que ya tenía tiempo trabajando allá, el mismo que les prestó el dinero, a él, dos días más tarde, el miércoles, se lo llevaron, junto con otros indocumentados, en vans al estado de Yuta. Marcos y su tío permanecieron en Three Forks una semana entera, padeciendo los malos tratos que desde el principio les dieron, confinados en una pequeña, fría celda, dotada de incómodas literas y sanitario a la vista de todos, comiendo una clásica dieta fast food, sí, ham sandwich and coke, vestidos con el uniforme anaranjado que emplean la mayoría de las prisiones estadounidenses, obligados a bañarse todos los días... y sometidos al constante estrés de no saber qué iban a hacer con ellos y a dónde los iban a llevar después.
Ya al siguiente miércoles, sacaron a Marcos, a su tío y a los que quedaban de su grupo de arrestados, de esa cárcel y los condujeron en camionetas de la migra también hacia Yuta, a un sitio distante unas seis horas de Three Forks. Y allí, el trato que estaban recibiendo de peligrosos criminales se acentuó aún más, pues los encerraron ¡nada menos que en una cárcel de alta seguridad!, algo así como una Almoloya de dicho estado. “¡Nos pusieron con asesinos, con rateros, con narcos... sí, nos juntaron con puros delincuentes de allá, que ni pa’ mirarlos porque ya te la andaban haciendo cansada!”, declara Marcos, en excitado tono, quizá recordando las escenas de terror que un chico de su edad, no maleado, ingenuo aún, debió vivir y el temor de que alguno de esos criminales pudiera hacerles algo, agredirlos, quizá hasta asesinarlos. De nueva cuenta, los uniformaron con la ropa anaranjada reglamentaria, y los confinaron en celdas que compartían con los presos que purgaban allí condenas de varios años. Sí, de donde se concluye que, por un lado, en ese país, a pesar de que los ilegales son un supuesto “grave problema de seguridad nacional”, no se cuenta con instalaciones adecuadas para recluirlos cuando son capturados y puestos en los trámites de deportación. Tanto hombres, como mujeres (Sí, también hay mujeres, aunque las apartan, dice Marcos) ilegales son puestos en reclusión allí, sin importar su edad y condición. Por otro lado, es absolutamente reprobable que, a falta de esas instalaciones adecuadas, se les encierre a los ilegales en cárceles de máxima seguridad, en donde, además de convivir por el tiempo que sea con peligrosos criminales, muchos de ellos asesinos que los matarían sin contemplaciones, quizá sean mal influenciados por aquéllos y los obliguen, incluso, a ser involuntarios partícipes de los ilícitos que aún dentro de la cárcel, varios de tales criminales cometen. En el caso específico de Marcos, se trata de un menor de edad que recibió trato de criminal y de adulto, algo que va en contra de las normas mundiales del respeto a los derechos humanos más elementales de justicia internacional. Sí, comprendo, pues, la especie de excitación que Marcos manifiesta en su voz al recordar tan lamentables, deleznables hechos.
Y no termina allí esta narración que pareciera extraída de los anales de lo surrealista, de lo aunque usted no lo crea, de lo ¡increíble que haya sucedido!, pues Marcos, junto con un primo, debió pasarse ¡una semana más encerrado allí porque supuestamente no había llenado una solicitud de deportación, que los burocráticos trámites de la inmigración estadounidense requerían que hiciera! Su tío Salomé y otro de los primos, como ya habían llenado tal solicitud (algo que Marcos no recuerda que hayan hecho, diciendo que “pus a mí no me dieron nada”), fueron excarcelados al otro día, jueves, y puestos en un avión que los llevó desde Yuta hasta Laredo.
Y sigue contando Marcos cómo vivió una semana en esa cárcel de máxima seguridad: “Nos levantaban a las seis de la mañana para darnos el desayuno, que era comida fea... huevo de harina, que le dicen por allá (es una simulación de huevo estrellado que se hace con harina de trigo y pintura vegetal), y papa molida... y una tasa de agua como amarga, muy fea que sabía (es una especie de té que inhibe en algo las inclinaciones criminales de los presos)... y unos cachitos de pan tostado, pero duros y sin sabor, pero te lo tenías que comer, porque no había de otra. Luego, a las once, otra vez te daban el lonche, que le dicen, lo mismo, papa molida y huevo de harina... y a las cinco de la tarde te daban la última comida. Nos llevaban a unos comedores y nos sentábamos en mesas metálicas, frías, y tenías que ir por tus platos y hacer fila pa’ que te sirvieran eso... yo la verdad estaba muy desesperado, asustado, temeroso de lo que fuera a pasar... y rogándole a Dios que pronto nos sacaran de allí...”
¿Y alguien te hizo daño, te agredió?, pregunto. “Pus no... yo pus procuraba no meterme con nadie, me la pasaba callado o platicando con mi primo cuando nos veíamos... pero sí vi como varios de los presos se peleaban, por cualquier cosa, y nadie los separaba... ¡hasta les daba rete harto gusto que se pusieran a madrearse allí! Una vez un mexicano se madreó con un gringo y le ganó... le puso una madriza que hasta le sacó sangre de la boca al gringo”. Supongo que su corta edad, en su caso, fue la que le ayudó a Marcos, además de su aspecto, el cual conserva todavía cierta inocencia infantil, propia de un muchacho que apenas si va saliendo de la etapa adolescente.
Y si Marcos no estuvo más tiempo allí fue gracias a que declararon el día en que los capturaron, que pedían “repatriación voluntaria” y no “presentación ante el juez”, para que éste revisara su caso, pues el primo que les había prestado el dinero, habiendo él ya experimentado una captura previa dos años antes, les aconsejó que solicitaran eso, pues era menor el tiempo de encierro, ya que de lo contrario, pedir presentación ante el juez, habría requerido de más tiempo encerrados, a veces de hasta un mes tan sólo el de ser llevados a la corte, amén del resto de burocráticos trámites que precisan de muchos más meses encarcelados (puede alegar un ilegal, con justa razón, que sus derechos humanos fueron violados, además de los maltratos a que se le someten, lo cual abriría un caso de él o ella contra el estado, que involucraría un abogado, trámites legales, mucha burocracia... además, por supuesto de los gastos que tal acción implicaría, lo que requeriría dinero, con que el ilegal, en la mayoría de los casos, no cuenta). Por tal hecho, sólo se la pasó una semana en esa cárcel de máxima seguridad Marcos.
Por fin llegó el siguiente miércoles. “Nos despertaron en la noche, como a las doce, y nos sacaron de la celda en donde estábamos... y ya nos regresaron nuestra ropa pa’ que nos quitáramos los uniformes y nos la pusiéramos, y luego nos sacaron al patio en donde juegan básquetbol los presos y nos juntaron con los otros ilegales que también iban a deportar. Nos dieron una cobijita bien delgada y un colchoncito también bien delgado... ¡ni te quitan el frío! (era abril, a esas alturas, pero aún hacía bastante frío)... y así nos tuvimos que dormir, a la intemperie, porque al otro día, que era jueves, ya nos iban a llevar al aeropuerto, pus es el único día que hay vuelo pa’ llevarse a los ilegales pa’ la frontera. Y ya cuando amaneció, pus que nos encadenan a todos de la cintura, de las manos y de los pies, parejo, hombres, mujeres, chamacos... parejo te encadenan de la cintura y te hacen que vayas en fila... ¡yo hasta a un chamaquito vi que tenían encadenado, por Dios!”. Marcos se refiere a la infame costumbre que tienen los estadounidenses de colocar una larga cadena con eslabones que se cierran alrededor de la cintura de los reos, de las manos y de los pies, de tal forma que todas esas partes quedan interligadas y apenas si pueden caminar. Sí, muy excesivo el maltrato y el rigor con que tratan a los pobres indocumentados, como si a esas alturas de su confinamiento aún tuvieran ánimos para escapar. Por eso el título de la presente crónica, pues parecieran animales rabiosos, leones, panteras, los que se encadenan, en lugar de simples, asustados, humillados, cansados humanos...
Y así, encadenados “hasta los dientes”, rudamente, despóticamente tratados, aquellos peligrosísimos criminales son sacados de esa infame prisión y llevados a un autobús, sin mayor protocolo, sin el menor gesto de amabilidad, mostrándose sus fieros, estrictos, celosos de su deber guardianes, en todo momento inconmovibles, inmisericordes, cumpliendo la ejecutoria sentencia de deshacerse de esas humanas molestias que tantos problemas le ocasionan a su acariciado american dream de paz y prosperidad económica y de estricta “aplicación de la justicia”.
Así, encadenado, escoriándose sus tobillos y sus muñecas por el movimiento de las cadenas, viajó Marcos, junto con los otros, un par de horas en el autobús hasta el aeropuerto, en donde, a eso de las diez de la mañana llegó el avión que los repatriaría a la tierra llena de carencias y sufrimientos que los vio nacer. Al llegar la aeronave, continúa Marcos, la narración, . Dice Marcos que es un avión normal, con filas de dos asientos de un lado y de tres, del otro. De un lado sientan a las mujeres y del otro, a los hombres. Le pregunto si tenía algún letrero el avión y me responde que no, que totalmente en blanco, seguramente para que los traslados de ilegales no llamen mucho la atención, sobre todo por la cuestión de la violación a los derechos humanos que, de todos modos, tienen los ilegales. Y dentro del avión, los marshals siguen con su rudeza, su maltrato físico y verbal, empujándolos para que se acomoden lo más rápido posible, amenazándolos con propinarles un golpe si no obedecen... “Nos dijeron que no nos moviéramos y que ni volteáramos a ver a las mujeres porque nos daban en la madre”, continúa Marcos evocando esos humillantes recuerdos, evidenciando que en ningún momento las autoridades estadounidenses se muestran amables con aquellos pobres ilegales, a quienes siguen hostigando hasta el final de ese suplicio que es el ser deportado. Quizá para meterles más miedo y que así reconsideren su intento de volver a cruzar la frontera en busca del american dream actúen con tanta prepotencia. Cuenta Marcos que él fue testigo de la golpiza que le dieron a uno de los ilegales que iban en el avión. “La mera verdad no sé por qué o qué le dijo el ilegal a uno de los marshals, pero cuando volteamos pa’ ver, el marshal ya lo tenía agarrado del cuello y luego lo azotó contra la pared y se puso a darle de golpes en el estómago, fuertes, en serio, se oía cómo le pegaba, y ya luego lo tiró al piso y lo levantó y ya lo sentó otra vez, pero se veía bien enojado ese cuate”. Me pregunto, ¿dónde quedan el respeto a los derechos humanos que tanto alardean en los Estados Unidos, país en donde alguien puede hablar al 911, emergencias, si un gato está sobre un tejado y no puede bajarse, para que sea rescatado por los bomberos? Sí, hipócritamente se conmueven con el maltrato a las mascotas, pero no se conmueven con el maltrato a los ilegales, cuyo único delito es ir allá a ganarse unos cuantos dólares para paliar su enorme necesidad económica. Me recuerda, lo que platica Marcos, las escenas de la cinta “Camino a Guantánamo”, la que narra las desventuras de unos pobres paquistaníes naturalizados en Inglaterra, quienes son tomados por combatientes talibanes y son llevados de manera arbitraria, ilegal y violenta a la infame prisión de Guantánamo, la cual, el mundo entero clama que desaparezca ya debido a tantas violaciones a los derechos humanos que, en aras de la seguridad estadounidense, se cometen allí, incluidas torturas físicas y psicológicas, vejaciones, deformantes encadenamientos, amenazas... en fin, toda una moderna práctica inquisitoria. “¡Eso es pa’que vean que no se pueden pasar de listos con nosotros, cabrones!”, dice Marcos que gritó ese rudo representante de la ley. Cuenta e muchacho que el avión va haciendo escalas y que cuando llegó allí, ya iban algunos indocumentados a bordo. Algunos bajaron ahí antes de que subieran Marcos y el resto del grupo, unos cuarenta ilegales, entre hombres y mujeres. Luego hizo una escala más en Colorado, en donde de nueva cuenta subieron y bajaron ilegales. Eso porque no todos son deportados, sino que como varios son reincidentes, pues ya son juzgados más severamente, incluso sentenciados a varios meses de cárcel. En Laredo, por ejemplo, se acaban de aprobar leyes que multan hasta con 250 dólares a los ilegales que traten de cruzar por primera vez la frontera, además de que durante cinco años no podrán obtener un permiso legal para trabajar allá. Si reinciden, la multa es de 1000 dólares y 20 años de pena para no obtener el permiso legal de trabajo (a los coyotes, les cobrarán hasta tres mil dólares y los sentenciarán hasta por seis años de prisión). Pero por más leyes que hagan o promulguen, nada podrá impedir que los ilegales sigan intentando entrar a los Estados Unidos, pues es mayor su necesidad que su miedo a ser atrapados por la migra y deportados o encarcelados.
En Colorado les dieron de comer, unas bolsas de plástico conteniendo un sandwich y un tetrapack con agua, nada más, “pero el marshal que nos daba la comida, la iba botando, así, como si fuéramos perros, y si la agarraste, bien, y si no, pus también, y si se te cai, pus ya te fregabas porque no podías juntarla y ellos no eran para pasártela, y te quedabas sin comer”, dice Marcos. “Y nada de que le dijeras que se te había caído la comida, porque te iba peor”, agrega, con la misma excitada voz de hace rato.
Por fin llegaron a Laredo, Texas, y allí, con la misma rudeza, los hicieron descender los marshals. De allí, ya se encargaron agentes de migración estadounidenses de ellos, pero, cuenta Marcos, que fueron igualmente rudos y déspotas. “Y ya nos fueron quitando las esposas, pero a mi primo, como no podía subir bien el pie para que se las quitaran, uno de los agentes le dijo en inglés, medio le entendí, le dijo motherfucker... eres un pendejo, sube la pata, cabrón, o te dejo así... y pus que lo deja así, porque mi primo, por la cadena, pus no pudo subir su pie el pobre, porque ya le lastimaba”. Hasta pasado un rato fue que otro guardia pasó y le preguntó a su compañero que por qué no le habían quitado las esposas al primo de Marcos y aquél le “explicó” que porque el mexicano era un tonto que no había podido subir el pie y sólo hasta ese momento el otro guardia lo desesposó. Allí es donde, como último humillante trámite, pasan por la oficina de inmigración local, en donde un fiscal acusador fue el que les dijo: “¿Verdad que van a volver? Pues yo mejor les aconsejo que no lo hagan, porque entonces, sí, les va a ir pior”, con americanizado acento, refiere Marcos, y que todos ellos nada más agacharon sus cabezas. Ya luego les refirió los “graves crímenes” que habían cometido, principalmente haber entrado ilegalmente al país y haber trabajado ilegalmente, y que durante los siguientes cinco años no tendrían derecho a obtener un permiso de trabajo legal estadounidense.
Finalmente, las pocas pertenencias que tenían al momento de la captura, les fueron devueltas. Si tienen muy buena suerte, les regresan el dinero que les hubieran encontrado en ese instante, si no es mucho, claro. “Pus yo llevaba 250 dólares cuando me agarraron y sí me los devolvieron, pero a mi tío Salomé, a él le quitaron 800 dólares y a él no le devolvieron nada, ni un centavo”. Dice que les dan un cheque para “evitar”, les explican, hipócritamente, que les roben el efectivo, el cual, en muchos casos las mismas autoridades les roban, como los 800 dólares que no le devolvieron a Salomé. Y ya, completados todos los trámites de la deportación, son conducidos en grupos por los oficiales estadounidenses a través del puente internacional para depositarlos, felizmente, en territorio mexicano, en donde podríamos suponer que ya todo termina, pero no, aún les queda enfrentar la deleznable corrupción y bajeza de los policías de Ciudad Juárez, quienes sabedores de que muchos indocumentados cargan dinero, se les acercan, alegando mentirosas violaciones al “reglamento” policiaco y prácticamente los asaltan. “Pus como muchos fuimos al banco y cambiamos nuestros cheques, pus que se nos acercan unos policías y nos dijeron que eso no era legal y que teníamos que darles dinero y como uno ni sabe, pus te lo roban”... no basta, pues, para esos corruptos, inmorales “policías” tantas humillaciones, maltratos y vejaciones sufridas por sus compatriotas. No, esos asaltantes uniformados tienen que cobrar su propia cuota de miserable comportamiento hacia ellos, extorsionándolos y maltratándolos aún más.
Ya, luego de ese asalto policiaco, dice Marcos que tomaron un taxi a la terminal de autobuses para comprar los boletos y trasladarse a su pueblo, una vez que ese penoso vía crucis había concluido. Concluye que él, por su parte, ya no se arriesgaría nuevamente a ir allá. “No, al menos de ilegal, pus ya no me voy, en serio, te tratan muy mal cuando te agarran, sufres mucho cuando cruzas, los pies se te allagan, te salen ampollas, te sangran... no, mejor le busco aquí, sí, pus a’i, a ver qué sale”...
Sí, pienso, al menos tiene el consuelo de que algo saldrá aquí para trabajar... ¡pero si por eso se van allá, reflexiono, porque aquí no hay nada qué hacer!... muy mal comienzo de ese regreso sin gloria para Marcos.

Contacto: studillac@hotmail.com

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Apertura total del agro mexicano al TLC estadounidense... o de cómo se sigue matando al campo en México

Apertura total del agro mexicano al TLC estadounidense...
o de cómo se sigue matando al campo en México.

Por Adán Salgado Andrade

El ilegítimo gobierno panista que administra, más que gobernar, a México, ha decidido continuar con los originales términos del Tratado de Libre Comercio (TLC), suscrito con EU y Canadá hace más de 10 años, entre los cuales se contempla la total e indiscriminada apertura de los productos agrícolas estadounidenses, los que ya, de por sí, han invadido el mercado nacional, con frutas, legumbres y cereales de todo tipo y en distintas presentaciones (sí, tanto en forma natural, como ya procesados). No sólo eso, sino que varios de ellos son genéticamente modificados, sin que a la fecha se conozcan con exactitud los daños a la salud que esa situación provocará en poco o en mucho tiempo (por lo pronto, se han reportado ciertas alergias y problemas intestinales en personas sensibles). Así pues, por un lado, se ha generado una desigual competencia agrícola (no se puede competir con campesinos estadounidenses que en promedio reciben un subsidio anual de 25000 dólares, con los mexicanos, que, en promedio reciben 700 dólares, en promedio, sí, pero no todos son ayudados por el gobierno, sobre todo aquéllos quienes, por tierras de labranza, poseen yermos terrenos semidesérticos) y, por otro, se permite la entrada sin restricciones de productos de dudosa calidad, además, como mencioné, de que son genéticamente modificados. Por ejemplo, una buena parte del maíz que se importa ya de EU es el producido por Monsanto, el llamado terminator, el que, supuestamente, da un mayor rendimiento por hectárea sembrada, pero esa empresa no dice que se requiere de una mayor cantidad de agua y fertilizantes. Pero además a ese maíz se le ha apodado así debido a que, por protección de la patente – como si a la naturaleza el hombre, en su absurda soberbia, la pudiera inventar – creada por tal empresa, ésta le agregó a la modificación genética un herbicida, para evitar que las semillas sembradas germinen y crezca una nueva mazorca de ellas, así que adivinar qué daños al organismo de animales y humanos que consumen tal maíz ya esté ocasionando tal modificación, junto con el herbicida.
Y si ya los problemas mencionados son por sí mismos graves, el tiro de gracia lo constituye el grave hecho de que para el 2008 absolutamente todos los productos agrícolas estadounidenses serán liberados, es decir, se permitirá su libre entrada sin restricciones, ni impuestos de ningún tipo. Eso incluye, por desgracia, al maíz y al frijol, productos originarios de México, que son los más sembrados por nuestros campesinos. El precio de garantía que actualmente se ofrece para el maíz, digamos, de unos 3500 pesos en promedio, no alcanza a compensar en la mayoría de los casos los costos de producción, sobre todo de los campesinos más pobres, quienes tienen siempre que vender un “animalito” o algo para que puedan sembrar. La famosa ayuda de Procampo es de 450 pesos por hectárea, lo que no alcanza ni para el alquiler del tractor para arar (eso puede cobrar por día un tractor y no alcanza a terminar una hectárea en una jornada, sobre todo cuando la tierra está muy seca y apretada). Por esa razón muchos campesinos prefieren no sembrar ya y alquilan sus tierras o las dan a “medias”, es decir, que permiten la siembra de algo en ellas y se quedan con la mitad de lo cosechado. La pasada crisis maicera, que elevó el precio del kilogramo de tortilla a los $8.50 pesos que en promedio cuesta actualmente, se debió en buena parte a esa desincentivación entre los campesinos, quienes no ven ya al campo ya no se diga como negocio, sino ni siquiera como una manera legítima de obtener un ingreso que les permita vivir adecuadamente.
Por tanto, el hecho de que se vaya a permitir la entrada indiscriminada de maíz y frijol estadounidenses, los cuales costarán, claro, mucho menos que los producidos en México, agravará aún más los graves problemas de falta de producción agrícola, déficit de alimentos (año con año aumentan nuestras importaciones alimentarias, sobre todo de los EU, incrementándose así la riesgosa dependencia que implica el comer de lo que ese país produce, el cual, por meras razones de dominación política, puede condicionar la venta de alimentos a cambio de que México lo apoye, supongamos, en el bloqueo contra Cuba) y empeorará las de por sí malas condiciones de vida de la mayoría de los campesinos mexicanos, muchos de los cuales, a falta de oportunidades, elegirán la opción de emigrar hacia los Estados Unidos (véase, pues, cómo la imposición estadounidense de un tratado comercial tan desequilibrado está ocasionando también el exilio masivo de mexicanos a su territorio, problema del que tanto se quejan los congresistas de ese país). Y cínicamente varios de nuestros políticos han afirmado que si resulta más barato importar maíz a que producirlo, pues bienvenido todo el maíz importado, declaración que evidencia la total falta de visión y profunda ignorancia de los declarantes, pues, como ya señalé, un país no puede considerarse desarrollado ni soberano si antes no es autosuficiente en sus necesidades alimentarias. Pero, claro, aquí se le da más importancia a ensamblar autos o dvd’s que a producir alimentos.
Para constatar cuan grave es la situación del campo en México, basta con visitar alguna localidad agrícola y se verá que no es exageración los problemas que ya se están padeciendo desde hace años, como consecuencia del descuido en que se ha mantenido esa actividad, una de las consideradas primarias.
Con mi acompañante, decidimos acudir a Tenancingo, un municipio del estado de México, famoso, entre otras cosas, porque hace años era un centro floricultor muy importante, además de que se siembran otros productos, como legumbres (chayote, calabaza, jitomate, lechuga, rábanos...), frutas (manzanas, peras, naranjas, limones...), leguminosas (frijol, maíz, salvado, soya, habas...), pero que ahora ya padece fuertemente los problemas que analizamos arriba.
Para llegar a ese sitio se debe de tomar la carretera hacia Toluca y de allí dirigirse hacia Ixtapan de la Sal. Los últimos treinta minutos de camino lo constituyen cerradas curvas que pueden marear a quien no esté acostumbrado a esos sinuosos recorridos. Desde la carretera son visibles las capas plásticas de los invernaderos de plantas florales.
Un letrero, casi a la entrada del pueblo, indica “59500 habitantes”, aunque ha de tener más de diez años de estar allí, así que quizá sean muchos más.
Después del último tramo de carretera, éste, una pronunciada bajada, aparece una glorieta, a un lado de la cual se encuentran, casi juntas, dos agencias de autos, en donde caros vehículos esperan a prósperos compradores. Luego, un amplio bulevar, con un camellón de frondosos árboles, recibe al viajero. Es una muestra del aparente progreso y riqueza de la región.
Fundado hacia 1650, Tenancingo se caracterizó por ser, principalmente, productor de flores, llegando a proveer, en sus buenos tiempos, hasta el ochenta por ciento de las consumidas en el país... claro, antes de que se realizara la importación masiva de flores de Colombia o de Europa. Y, por supuesto, antes de la entrada en vigor del llamado “capítulo agropecuario” del TLC, después del cual se agravaron aún más los problemas que ya estaban padeciendo los floricultores tenancinguenses, debido a que hace unos seis años empezaron a entrar al país aquéllas flores importadas.
Descendemos del autobús “Tres Estrellas del Centro”, que abordamos dos horas y media antes, desde la ciudad de México. Luego, caminamos por la avenida de “Los Insurgentes”, cuya densidad comercial, o sea, el número de comercios existentes por calles, debe ser altísima, pues prácticamente está llena de todo tipo de establecimientos mercantiles desde tortillerías, pasando por ferreterías, plomerías, tiendas de pinturas, farmacias, panaderías, supermercados... hasta locales de Internet, todo un cuadro comercial, indicativo de la necesidad de sus propietarios de establecerse en un giro diferente, competitivo, además de que sea demandado. De todos modos, esos intentos se pierden pues podemos contar, por ejemplo, hasta cinco farmacias en el transcurso de dos cuadras o tres ferreterías en una sola, y así.
“Pues es que aquí es lo único que se puede hacer”, nos dice don Carlos, el encargado de una tienda de pinturas. “Pero últimamente no nos va tan bien, porque, aquí, todos dependemos de los floreros, y si a ellos les va bien, a nosotros, también, pero de seis años para acá, a ellos les ha ido remal, joven”, comenta, esperanzado de que las cosas mejoren.
No parece que la situación mejorará pronto. Don Chucho Martínez, dueño de una ferretería, nos dice: “Fíjese, ahora con eso de que se van a llevar el mercado de las flores para la Marquesa, la verdad, quién sabe cómo nos vaya a ir”. Así es, existe el proyecto de trasladar la venta de las flores del otrora próspero mercado de Tenancingo a la Marquesa, algo bastante apoyado por el actual gobernador, el señor Enrique Peña Nieto. De ser así, Tenancingo perdería el lugar tan estratégico que ocupa como surtidor de flores. Sólo hay que ver los cientos de camionetas, haciendo fila, que llegan a cargar gladiolas, claveles, rosas, nube... sobre todo en las fechas festivas, como el 10 de mayo, las “clausuras escolares” de agosto, el 2 de noviembre...
Aunque algunos floricultores tienen la esperanza de que el mercado no desaparezca. “Pos es que, como aquí vienen muchos de Morelos a surtirse, pos no creo que se lo lleven todo pa’allá”, interviene un floricultor que está comprando alambre de púas. Ciertamente el traslado sólo seguiría contribuyendo a la concentración de la producción y la economía hacia los grandes centros urbanos, como lo es la ciudad de México, muy cercana a la Marquesa. Equivocadas estrategias de desarrollo, pienso, porque, entonces, se siguen relegando las zonas rurales y, con ello, la posibilidad de ampliar los horizontes laborales fuera de las megaciudades.
“Es que ya no quieren que Tenancingo sea tan importante”, continúa don Chucho platicándonos. “Fíjese que ya hasta la Coca se fue a Tenango”. Así es, la embotelladora de esa transnacional refresquera, decidió trasladarse a otro poblado, Tenango, ubicado a media hora de Tenancingo. La razón es que, dice don Jesús, la compañía no pagaba la renta del local donde laboraba. No creo que haya sido por bajas ventas, como se tratan de justificar, sino que es, generalmente, la arbitraria forma de actuar de muchos de esos consorcios transnacionales, quienes se aprovechan de las grandes facilidades que se les dan en poblaciones pequeñas con tal de que creen fuentes de trabajo.
Trescientos obreros dejaron de laborar. “¡Imagínese, adónde van a ir a trabajar esas gentes!”. Sí, por lo que se ve, hay muy poco trabajo en Tenancingo, la “zona urbana” del lugar, por decirlo así. Ese mismo problema se suscitaría de trasladarse el mercado de la flor, el cual da trabajo a unas 500 personas.
“También la estación de policía se la van a llevar a Villa Guerrero”, agrega don Jesús. “Dicen que es una venganza, de cuando Alfredo del Mazo era gobernador”. Según esta versión, en aquel entonces, un hijo de del Mazo, quien andaba conduciendo en estado de ebriedad, chocó en su vehículo. Se cuidó de decir quién era, así que los policías que lo detuvieron, le dieron trato común, como cualquier infractor. Cumplió la sentencia y pagó los cargos. Sin embargo, por ese accidente, el joven del Mazo se acarreó otros problemas de riñas, hasta que, se cuenta, lo mataron, justamente en Tenancingo. Resulta un tanto increíble la versión. Pero, de ser así, sería evidencia de la impunidad con que actúan los grupos políticos en este país. Más bien, pienso, es el resultado de tantos acuerdos binacionales, trinacionales, internacionales, fondomonetaristas... tomados por nuestros gobernadores, sin consultar nunca al pueblo.
“Uy, pero váyase al campo... allá está peor que aquí”, advierte don Chucho. Al “campo”, le llaman a los barrios y poblados que, propiamente, viven de cultivar las tierras.
Le agradecemos la entrevista y nos aventuramos a ir allá. Comemos algo. Después, tomamos un taxi colectivo, el cual indica en un letrero pegado al parabrisas, como destino, “Tepoxtepec”. El pasaje “mínimo” es de ¡cinco pesos!, por un recorrido que no lleva más de 15 minutos, de unos seis kilómetros. Vaya si es caro el pasaje, tomando en cuenta que la zona es considerada, salarialmente, como baja, así que el salario mínimo es inferior al de la ciudad de México en unos tres pesos, pero en ésta, el pasaje mínimo es, actualmente, de $2.50 pesos, en recorridos de cinco kilómetros y, de cuando mucho, cuatro pesos, en recorridos mayores a doce kilómetros.
Por el camino, pasamos frente a una extensa propiedad, bardeada con muros blancos de unos tres metros y medio de altura, rematados con ribete tipo “pecho de paloma”. Preguntamos al conductor de quién es. “Se llama Los alcatraces. Pos dicen que era de López Portillo, pero que, luego, se la vendió a Chespirito, el del Chavo del Ocho”. Así es, después averiguamos que el controvertido ex-presidente, quien estuvo dispuesto a defender “el peso como perro”, hace años compró, casi regalados, varios terrenos ejidales, con la promesa de llevar grandes proyectos de desarrollo al lugar. Pero nunca fue así, y quienes le vendieron, sólo perdieron sus tierras a cambio de unos cuantos pesos, quedando peor que antes. “Han de ser como unas cincuenta hectáreas”, dice el chofer, quien cuenta que hace tiempo trabajó allí, de peón. “Pero pos eso nos sacamos, por majes”, dice, con tono de resignado conformismo, “por andar creyéndonos todo lo que nos prometen”.
Llegamos al final del pavimento. “Hasta aquí llego”. Por más que insistimos de que nos lleve más allá, como nos indicó don Chucho, el taxista se rehúsa, diciendo que el camino está muy feo, por las lluvias, y “se m’enloda el carro”.
Resignados, tomamos nuestros maletines y seguimos a pie, buscando la casa del señor Juan García, campesino, amigo de don Chucho.
Caminamos más de dos kilómetros por una terracería, llena de charcos lodosos. A veces no se pueden evitar, ni “bordeando” el camino. Ni modo, no nos queda más que enlodarnos, como los pocos caminantes con quienes nos cruzamos y que nos miran con recelo y desconfianza, algunos contestando nuestros saludos y otros, no. De un lado del camino, se ven algunos verdes campos, de riego, en los cuales se siembra flor. Del otro lado, bordea el cerro, “pelón”, ya sin árboles, pues estando tan caro el gas, mucha gente sigue cortando leña para su cocina, además de la costumbre de sembrar hasta en los cerros. No sólo está deforestado, sino erosionado, quedando en varios puntos la roca viva.
Por fin, hallamos una casa. Está hecha de tabiques grises, “pelones”, y techada con láminas de asbesto. Es una de las mejores, comparadas con otras dos que se ven más allá, construidas todavía de adobe. Preguntamos por el señor Juan García. “Allá abajito vive”, nos indica una mujer de unos sesenta años, quien se esmera en lavar un montón de ropa con dos cubetas de agua que tiene al lado del lavadero. Agradecemos la información y nos dirigimos “abajito”...
El “abajito”, todavía nos llevó como un kilómetro. Llegamos, “gracias a Dios”, al hogar de don Juan, un hombre como de cincuenta y cinco años, mediana estatura, delgado, cojo de una pierna, producto de un accidente. “Es que cuando trabajaba en el rancho de López Portillo, me caí y se me quebró la pierna, pero en el hospital no me la atendieron bien”, nos cuenta, más tarde, ya en confianza, habiéndose eliminado la hostilidad inicial, pues le dijimos que íbamos de parte de don Chucho. Entendemos por qué la renuencia del campesino a platicar con extraños. Probablemente sea su condición histórica de constante marginación y de que la clase gobernante sólo se sirva del hombre del campo, cuando a sus intereses políticos así convenga. “Sí, muy buen amigo don Chucho... seguido me anda emprestando dinero, cuando no tenemos ni pa’ comer”. Y eso, por lo que nos cuenta, es frecuente. Trabaja en la flor, dice, pero por su pierna, pocos floreros le dan trabajo, porque es muy “lento”, pretextan. Padre de cinco hijos, “dos muchachos y tres mujercitas”, don Juan se las ve duras para sobrevivir. Por fortuna, dos hijas ya se “le casaron”, pero otra “nomás fracasó”, dice, y vive en su casa, junto con su hijo de meses. Doña Ángela, la esposa de don Juan, nos ofrece un vaso de “Coca”. Curioso, me parece, que a pesar de las penurias económicas, consuman refresco. Consecuencia de la imposición de transnacionales hábitos alimenticios, considero. Don Juan cuenta que su hijo mayor, de 26 años, anda en Estados Unidos, de ilegal. “Ya con ésta, son tres las veces que se ha ido m’hijo, pero siempre llega igual de jodido... casi todo se lo gasta allá con viejas”. Dice que con el poco dinero que se ha traído, habían comprado un par de bueyes y una yunta, para trabajarla arando los campos y sacar más dinero. Pero uno de los animales se enfermó y se murió. Su hijo, mejor vendió todo y otra vez se quedaron sin nada con qué ayudarse. “Yo le digo que ya ni había d’irse... pa’ qué. Mejor que le busque aquí”. Y es que cada “ida” a los Estados Unidos, le sale al muchacho, de su pasaje a la frontera y el pago del “pollero”, en unos $18,000 pesos, los cuales ha conseguido prestados cada vez y que, por sus irregulares y cortas estancias, ni siquiera ha recuperado. “¡Uh, ‘horita debe como veinte mil pesos de la última vez que se fue!”, dice don Juan. Por lo menos, su hijo ha logrado regresar. En Tenancingo hay una funeraria que ofrece sus servicios de “traslado de cadáveres desde los Estados Unidos”, refiriéndose, por supuesto, a aquellos paisanos que mueren por allá, es decir, son algo muy común los decesos. Sin embargo, a pesar de esos inconvenientes, para muchos, como el hijo de don Juan, irse “pal’otro lado” es la única alternativa en un medio en donde hay poco trabajo – mal remunerado, además – en las labores agrícolas, las únicas que muchos, dada su baja preparación, están en posibilidades de desempeñar.
¿Y en qué puede trabajar aquí?, preguntamos. “Pos con los floreros”, responde, con cierta inseguridad. Pero reconoce que últimamente tampoco hay mucho trabajo cultivando las flores. “Pos si no, le digo que mejor se vaya pa’ México, a trabajar de albañil”. De todos modos, cada que se va a EU, les “encarga” a su mujer, una muchacha de 18 años, y a sus dos hijos, de tres y un año. Ella ya está “esperando” otra vez. “Nomás nos va pior”, suspira don Juan, resignado. Dice que los floreros pagan cien pesos por día, trabajando desde las ocho de la mañana, hasta las cinco de la tarde, pero “sin comida”. Los trabajadores deben pagarse sus alimentos o llevar “lonche”. Quien quiera trabajar, sólo debe esperar las camionetas que a diario recorren el campo en busca de peones. Preguntamos si no posee tierras propias. Tiene como media hectárea, dice, pero desde hace tres años ya no la siembra, porque no tiene dinero, ni marranos, ni caballos qué vender, para poder hacerlo. “Pero, pos luego, es pior, porque sale uno perdiendo en la sembrada”. Así es, de alguna forma, el campesino subsidia al sector alimenticio. Por ejemplo, sembrar el equivalente a una tonelada de maíz, al campesino pobre, como don Juan, le sale entre cinco y seis mil pesos. Y lo más que le ofrecen los maseros es $3500 pesos, o sea, habría una pérdida de $1500 a $2500 pesos que el hombre del campo debe de absorber. Por eso, dice don Juan, cada que siembran, se hacen más pobres. Mejor, entonces, tratan de hacer algo con su maíz. Cuando lo sembraban, Doña Ángela vendía “gorditas” y tortillas los domingos, que ella hacía, pues “así se le sacaba más al maicito”. Pero, aparte de que ya no tiene dinero para sembrar, lo que agravó la situación es que hace cuatro años, mediante un supuesto “programa gubernamental”, a todos los campesinos de por allí, les fueron a ofrecer un maíz que, aseguraron quienes lo promovieron, les iba a rendir mucho más que el criollo. Supuestos ingenieros e ingenieras agrónomos hicieron la labor. Resultó que les vendieron maíz transgénico, de la transnacional Monsanto (y eso que está prohibido aún sembrar ese tipo de maíz aquí), como podemos ver de uno de los costales que don Juan guarda desde entonces, para que no “me hagan maje otra vez”. Les aseguraron que les iba a rendir el triple del maíz criollo que acostumbraban cultivar. Por supuesto que no fue así, pues el maíz transgénico, para que realmente rinda, requiere de demasiados agroquímicos, mucho más agua y técnicas agroindustriales que sólo los granjeros ricos de Estados Unidos, por ejemplo, son capaces de realizar – sobre todo, como ya dije, gracias al subsidio de aproximadamente $25000 dólares que recibe cada uno al año –, no los pobres campesinos mexicanos, muchos de los cuales solamente tienen tierras de temporal. Les “subsidiaron” los costales de 40 kilogramos, que, según, costaban 600 pesos y se los dieron en 170 pesos, más barato, incluso, que el maíz criollo, que costaba 400 pesos. Todos “se alocaron”, dice don Juan, y le entraron a sembrar maíz transgénico, evidentemente, sin saber que eso era lo que iban a cultivar. El desastroso resultado para sus mermadas economías es que dicho maíz no rindió lo prometido. En algunos casos, la cosecha fue menor que con el criollo y, para mayor desgracia, cuando al año siguiente quisieron sembrar las semillas que, como siempre hacen, guardaron, éstas apenas si llegaron a crecer diez centímetros y, después, “extrañamente”, se murieron. Claro, porque tampoco les dijeron que esas eran las ya mencionadas semillas terminator, a las que Monsanto, como dije, agrega un herbicida que, al momento de germinar y crecer aquéllas, las mata. Por eso don Juan ya no pudo sembrar, como muchos, porque ni maíz propio tuvo para hacerlo, y eso de estar comprándolo, pues hubiera salido mucho más caro, porque, eso sí, a ellos, les compran barato, pero les venden caro. ¿Y no se quejaron o protestaron? Don Juan se encoge de hombros: “Pos no, pa’ qué, si ya nos habían fregado”
¿Bueno, y Procampo?, le preguntamos. “¡Uy... esos nomás nos dan como 450 pesos por hectárea. Con eso, ni pa’ la arada!”, replica, algo molesto. Hace un año alquiló su media hectárea a los floreros, pero nomás se la “echaron a perder”, porque emplean agroquímicos, como herbicidas o insecticidas muy tóxicos, que contaminan y degradan el humus cultivable. Don Juan ha tratado de remediar el daño, dejando crecer hierba silvestre que corta y deja podrir, para ver si sus tierras “se componen”. Como él, muchos campesinos, incapaces ya de sembrar sus tierras, las alquilan a los floreros, quienes las dañan con tantas sustancias empleadas para lograr saludables flores. Además, esos agroquímicos se van al subsuelo, contaminando los mantos acuíferos, de donde se surte de agua potable todo el municipio de Tenancingo, incluidos los poblados aledaños. Habrá que ver las consecuencias futuras a la salud de los habitantes del lugar en unos años. Don Juan nos invita a comer, pero agradecemos su gesto, pretextando que ya lo hicimos, en vista de que dos bocas más resultarían onerosas para las muchas que ya, de por sí, don Juan debe mantener. Nos da el nombre de otro de sus vecinos, Pedro, para que sigamos platicando con él sobre los problemas que a diario se enfrentan en el empobrecido campo.
Pedro vive unos 300 metros más adelante. Su vivienda consta de dos “habitaciones”, confeccionadas de delgadas paredes de adobe, tejas de cartón y “ventanas” hechas de lo que ellos llaman “papel boing”, que viene siendo el material sobrante de las empresas que hacen los envases de leche “ultrapasteurizada” u otros de tetrapack, como puede leerse de las “ventanas” de la casa de Pedro, publicitando leche “Lala”.
Le decimos que nos recomienda don Juan y, muy animoso, nos invita a pasar. De unos 28 años, parece que está algo tomado. De ahí su aparente efusividad al recibirnos y platicar con nosotros. Lucha, su esposa, lo excusa. “Nomás que lo van a disculpar, es que tomó”.
Algo que no nos sorprende, pues el índice de alcoholismo entre los jóvenes del estado, según cifras oficiales, es del 65 %. De hecho, por el camino, pasamos frente a una “tienda” en donde, aparte de escasas viandas, como sopas instantáneas y jabón, se venden cervezas. Varios hombres, muchos jóvenes entre 16 y 25 años, bastante alcoholizados, se nos quedaron viendo, con la mirada perdida, ofreciéndonos “un trago”.
Pedro nos platica que lleva sin trabajar toda la semana. “¡Nomás me la he pasado chupando!”, dice, aparentemente sin ningún remordimiento. Pedro y Lucha tienen ocho hijos, la mayor una niña de once años, Leticia, y el menor, otra niña, que no cumple aún el año. Ya no pudieron tener más porque, cuenta Lucha, en el último parto, los doctores del hospital municipal de Tenancingo, le ligaron las trompas, “a la fuerza”, pues le dijeron que ya tenía muchos hijos. Dice que Pedro se enojó mucho, ¡porque él sí quería seguir teniendo “más chamacos”! ¿Y ella?, preguntamos. “Pos yo sí lloré, la mera verda’, porque pos cómo está eso de que ya yo no pueda tener hijos, si es pa’ lo que una está”, declara, media triste. Es decir, tener hijos es, para casi todas las mujeres del campo, su máxima meta, al parecer, y, en muchos casos, alcanzable, aunque no sepan, exactamente, cómo los van a mantener o a educar, como es el caso de Lucha. Sólo dos de sus hijos van a la escuela, que en realidad es un internado, en donde los alimentan, les dan uniforme y $180 pesos mensuales para “gastos familiares”, gracias a los cuales logra sobrevivir toda la familia cuando Pedro está sin trabajar, lo cual, según Lucha, es casi siempre. “Pos éste siempre está borracho”. El piso de su vivienda es de tierra. Sus hijos se acercan, curiosos de ver a dos extraños. Se ve que llevan días sin bañarse, lo cual se nota por sus caras, costrosas de mugre pegada, sus manos resecas por el polvo aferrado a la piel marrón, por lo percudida. Leticia, la más grande, no mide arriba de un metro veinte centímetros y así, los otros siete, no tienen la estatura promedio de un niño de su edad en condiciones de nutrición normales. Su única diversión es jugar entre ellos, en medio de la tierra y el poco pasto que rodea su casa. Hace poco, a Pedro le regalaron una televisión de blanco y negro, que en esa parte sintonizaba únicamente el canal dos. La veían a diario, durante más de ocho horas, hasta que un día “tronó” y como Pedro no ha tenido para arreglarla, pues a sus hijos no les quedó más remedio que volver a sus antiguos juegos. Les preguntamos qué es lo que más les gustaba de la televisión. “Los anuncios de comida”, dice Leticia, ansiosa, con cara de hambre. Ya nos imaginamos el daño psicológico tan tremendo provocado por la publicidad de, digamos, “ricas hamburguesas”, en esos niños que, cuando bien les va, comen frijoles y tortillas y, cuando no, se la pasan a pura agua.
Para colmo, Pedro se cayó hace poco de su bicicleta y se rompió una costilla. Fue al Hospital General de Tenancingo, en donde, cuenta, después de tenerlo dos horas sentado, quejándose, lo revisaron, pero no pudieron sacarle una radiografía porque el aparato de rayos X no servía. Nada más lo “palparon” y luego lo vendaron. Ni el dolor le quitaron, porque, sorprendentemente, el hospital ¡no tenía ni una sola jeringa desechable disponible para inyectarle un calmante! Le recetaron medicina, la cual, por supuesto, los pacientes deben de comprar, si tienen dinero, en farmacias cuyos precios son bastante más altos que en la ciudad de México. Pedro, por supuesto, no tuvo. Sólo pudo comprarse unas aspirinas, para medio calmarse. Y aún así, con tan mala atención, nos platicaba más tarde el director del hospital, quien pidió no ser identificado, que dentro de poco, a la gente la van a obligar a sacar una tarjeta de control, sin la cual, no serán atendidos en el hospital, pues, supuestamente, con eso se va a garantizar que la institución dé atención sólo a los más “pobres”, que son quienes tendrán derecho a dicha tarjeta. Nos parece, más bien, otro pretexto para, lo menos posible, proporcionar un servicio ya, de por sí, malo. O, de acuerdo a la moda privatizadora, para que hasta los servicios de salud estén en manos de particulares.
Lo peor, se queja Pedro, es que lo están “friegue y friegue” con lo de las cuotas para la fiesta del pueblo, “si ni pa’ tragar tenemos, señor”.
Así es, la fiesta del pueblo, un factor de control histórico, heredado de la tremenda influencia católica durante la colonia. Ella es el leif motiv, la razón de ser de los pobladores y, como tal, todos, absolutamente todos, vivan o no en el lugar, deben de cooperar, tanto económicamente, como en las faenas requeridas para “limpiar” la iglesia del pueblo. Pedro dice que el año pasado ellos fueron a cortar cuatro grandes árboles que “afeaban la parroquia”, además de pintar, colocar bancas nuevas, remozar... todo, a cargo de las cuotas obligatorias que los pobladores deben sufragar, tengan o no dinero. Y pobre del que no dé, porque es denunciado públicamente, equiparando “su mal proceder”, casi, casi, con un enemigo de la patria, bueno, del pueblo, considerado como la patria. Cada año se forma un comité encargado de las llamadas “festividades religiosas del pueblo”. Las personas nombradas, muchas en contra de su voluntad, deben de cumplir cabalmente con sus obligaciones, consistentes en establecer las cuotas, con las que se sufragarán los gastos, reunir el dinero, organizar las compras de flores, de comida, organizar el baile – esto, algo muy importante, pues, para muchos, es la única distracción posible que tienen durante el año –, pagarle a los conjuntos musicales contratados, cobrar las entradas... por eso, casi todos se rehúsan a ser “mayordomos”, o sea, las personas que se echan a cuestas esas impuestas responsabilidades. Como dijimos, pobre del que no cumpla, porque los del pueblo, aparte de condenarlo casi como hereje, no lo tomarán en cuenta en los casos de, por ejemplo, dotación de servicios o las mejoras que llega a haber en el lugar. Bueno, eso si las hay, porque pareciera que lo único realmente importante es que el pueblo tenga su fiesta, nada más. Otras cosas, como contar con agua potable, con drenaje, la regularización de los títulos de propiedad, la formación de cooperativas, la recolección de basura... nada puede sobrepasar en importancia a la fiesta del “Santo Patrono”. Incluso, las cabeceras municipales prestan mucho apoyo para las celebraciones, pero no para otras cosas. Así que si hay mejoras, pues qué bueno. Las que llegan a haber, algunas veces, corren por cuenta del municipio, y eso cuando son campañas preelectorales, para que el presidente municipal en turno se congracie a la gente y se vuelva a elegir al candidato de su partido. Pero fuera de eso, existe una notable apatía entre los habitantes de un poblado para organizarse entre ellos y buscar sus propias formas de mejorar su situación. De todos modos, aún cuando el barrio en donde viva el comité organizador de las fiestas se le prometa algo a cambio de sus esfuerzos durante las festividades, al final, ya cuando éstas concluyen, los delegados del lugar se olvidan de sus promesas. “Pos a nosotros, cuando nos tocó ser mayordomos, nos prometieron el agua pa’ nuestro barrio”, comenta Pedro, “pero ya cuando terminamos, nomás se hicieron patos, y es la hora que no nos han metido el agua pa’acá”. Eso fue hace tres años. El delegado que les prometió darles agua, ya ni está, y el nuevo se excusa con que eso no le tocó a él y que no puede responsabilizarse. Pedro, como todas las familias que están en esa parte, debe de ir hasta una toma de agua, distante unos 300 metros, para conseguir el agua, y eso cuando ésta sale de la llave.
Pero, fuera de esos problemas, el día de la celebración debe efectuarse “como Dios manda”. Así, los cohetes, los castillos – que van desde los 50 hasta los 100 mil pesos, según estén de elaborados – hacen su aparición, provocando la alegría de chicos y grandes, quienes, con una especie de alegrada tristeza, reflejada en sus rostros, los contemplan, que ya cuando se acaben, siempre queda la esperanza de que el próximo año “otra vez habrá fiesta del santito”. Al pueblo, circo... pero no pan.
A Lucha todavía se le aprecia un moretón, amarillento, en sus últimas etapas, alrededor del ojo izquierdo. “Me disculpan que no les de mucho la cara, pero me da retiharta vergüenza que me vean así”, dice, imaginándose que ya nos dimos cuenta. Dice que fue la última golpiza que le dio Pedro, hace como un mes. Lo quiso abandonar y, con una tía, acudió al DIF local para acusarlo, pero, sorpresivamente para Lucha, ¡un empleado la “regañó”!, diciéndole que su obligación era estar con su esposo y que seguramente ella se había ganado los golpes y que “a lo mejor” ella misma se los había hecho. Pedro ni se inmuta ante la revelación y se hace el disimulado. No cabe duda que el sistema de dominación patriarcal (machista, pues) se reproduce en todos los ámbitos y niveles del poder y de la sociedad. Después, reviso las estadísticas, en las cuales se indica que siete de cada diez mujeres son maltratadas físicamente por sus cónyuges. La actitud de Pedro encaja perfectamente con la del marido que busca cualquier pretexto para desquitar contra su mujer las frustraciones provocadas por una vida caracterizada por la constante pobreza y la mala vida. Por eso, aparte de tener muchos hijos, el ejercicio de la violencia cotidiana es, pienso, una enraizada forma de atenuar los efectos de una mísera existencia.
Agradecemos la entrevista a Pedro y a Lucha, quienes no nos dejaron ir sin que les aceptáramos un vaso de “coca”, servida en desgastados vasos plásticos…
De ahí, caminamos otros tres kilómetros, hasta llegar a San Simonito, otro pueblo que tampoco se considera “campo”, muy pequeño, de no más de mil habitantes. Preguntamos en dónde vive el ingeniero Raymundo Bobadilla. Alguien nos indica una vieja casa de adobe. Vamos allá y volvemos a preguntar si está el ingeniero. Un hombre de unos 35 años nos recibe. También le decimos que nos recomienda don Chucho, con lo que cambia su inicial actitud hostil. Nos platica que estudió agronomía en Chapingo, y que recibió mención honorífica, la cual luce dentro de un polvoriento cuadro colgado de la descascarada pared de adobe. “Pues un ingeniero me ofreció que fuera su ayudante, pero no quise”, dice, afectando cierto orgullo. Comenta que ahorita no está trabajando, pero a veces lo hace como peón. “No me apura el dinero. Prefiero eso a andar chambeando en una oficina o de maestro”, declara, aunque, pienso, podría estar trabajando en el campo, ayudándole a sus paisanos a sembrar mejor, con tantos conocimientos que debe tener. “No, aquí está redifícil para entrar a trabajar al gobierno. Le piden a uno mordidas y no sé qué tanto, Mejor me la sigo así”. Una mujer anciana, “chiquita”, entra. “Ya está la comida, Ray”, le dice. “Mi mamá – nos presenta –... ¿no gustan un taco?”, nos ofrece. Sólo le aceptamos un vaso de “coca”, para acompañarlo. Todo el tiempo de la comida (consistente en una aguada sopa de pasta, quelites cocidos y frijoles), su mamá, con bastante trabajo, trae los platos y las tortillas, “recién hechas”, pues a su hijo “no le gustan recalentadas”, afirma. Raymundo ni se inmuta de los claros esfuerzos de su madre por darle de comer. Dice que todos los jueves, la señora se va al tianguis de Tenancingo a vender quelites que junta en el campo. “Yo digo que mientras tengamos para tortillas y frijol, le digo a mi jefa que no se preocupe”. Claro, considero, con una madre que le dé de comer y se gane algo de dinero, para qué preocuparse.
Finalmente, nos despedimos también, en vista de que pronto obscurecerá. Nos dirigimos a la base de taxis.
Ya de regreso a México, reflexiono si no será que, también, la gente del campo esté afectada de una inconsciente indolencia, lamentable herencia colonial, que contribuye a agravar su situación de pobreza y opresión. Quizá sí, pero aunado todo ello, desde luego, a un opresivo, neoliberal, represor sistema político, que más se preocupa de administrar eficientemente a los mexicanos, que de gobernarlos. Contacto: studillac@hotmail.com