domingo, 13 de abril de 2014

Monsanto arremete de nuevo con caras verduras “orgánicas”



Monsanto arremete de nuevo con caras verduras “orgánicas”
Por Adán Salgado Andrade

En un artículo anterior, me referí a lo lucrativo que es el manejo y procesamiento de alimentos, los que, incluso, desde hace algunos años, se han ido alterando genéticamente con tal de darles características especiales que los hagan más resistentes, dicen sus creadores, por ejemplo, a plagas o a sequías (http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2010/08/la-muy-lucrativa-adictiva-engordante-y_01.html).
Particularmente, la empresa agroestadounidense Monsanto se ha caracterizado por ser la que más ha promovido la modificación genética de los alimentos.
Monsanto fue formada en 1901, por John Francis Queeny, con la inicial finalidad de producir el endulzante llamado sacarina (muy empleado por los diabéticos). Monsanto era el apellido de su esposa, la señora Olga Monsanto. Eran muy buenos tiempos para las empresas químicas, sobre todo porque la avalancha de invenciones que se dio a finales del siglo diecinueve y principios del veinte, demandaba muchos compuestos y bases industriales. Ya en los años 1920’s, Monsanto se había expandido para producir ácido sulfúrico y bifenilo policlorado, PCB, un enfriador empleado en los primeros transformadores y motores eléctricos y que habría de seguirse empleando hasta los años 1980’s, pero se suspendió su uso, al comprobar que era una muy peligrosa sustancia para el medio ambiente, cuyos contaminantes efectos perduran por años (Monsanto, que era la única empresa que lo seguía produciendo en EU, suspendió voluntariamente su fabricación en 1985, debido a su alta peligrosidad).
Luego de esos desatinos (como en muchas otras cosas que ha hecho Monsanto), se puso la empresa a fabricar plásticos y telas sintéticas y en los años 1960’s, fundó una división para producir herbicidas, incluido el defoliante llamado “Agente Naranja”, muy empleado en la guerra contra Vietnam, como arma química para “despejar” (o sea, destruir) las áreas boscosas en donde se escondían los enemigos, con tal de evitar emboscadas, pero también se empleó para destruir sus cosechas, con tal que carecieran de alimentos y lograr su pronta rendición (ya desde la intervención inglesa en Malasia, se empleó ese peligroso herbicida). La otra empresa que lo fabricaba era Dow Chemical, pero era tan tóxico, que no sólo acababa con plantas y árboles, sino que envenenaba y mataba a soldados y civiles. De hecho, sus perniciosos efectos están aún presentes en tierras muy contaminadas por ese mortal químico (desde el 2012, se han llevado a cabo programas conjuntos entre los gobiernos de Vietnam y EU para limpiar miles de hectáreas de tierras aún contaminadas desde la guerra).
En los 1970’s, Monsanto inventó otro herbicida, el Roundup, cuyo elemento activo es el glifosato. Ese herbicida era empleado por los granjeros, con tal de que combatiera las hierbas que crecen entre los cultivos, y lograr, así, que aumentara la producción. Y luego, muy convenientemente, Monsanto, en los 1990’s, comenzó a incursionar en la agricultura, empleando su pasada “experiencia” para elaborar tipos de cultivo que resistieran, ¡háganme favor!, su propio herbicida. Buena receta, inventar un veneno y, luego, el antídoto, con tal de acaparar muerte y vida.        
De allí, surgieron sus cereales frankenfood, caracterizados por alterarlos genéticamente. Consiste el procedimiento en inocular a nivel molecular una característica que haga a una planta resistente, por ejemplo, a una plaga o a sequía o, incluso, que no puedan crecer sus semillas (eso, para, según Monsanto, “proteger sus patentes”, como si a la naturaleza se le pudiera patentar). Así que la falta de ética de Monsanto, como se ve, proviene casi desde su fundación.
Como señalé, la alteración genética iniciada por Monsanto se logró inoculando a nivel molecular características tan absurdas que, por lo mismo, cada vez más y más sus creaciones frankenfood han ido rechazándose en muchos países. Por ejemplo, en el caso de sus cepas de maíz transgénico, como la Cry3Bb1  (llamado Terminator, puesto que sus semillas no germinan, con tal de “proteger” su patente), lleva inoculada una toxina derivada de la bacteria Bacillus thuringiensis, Bt, que, supuestamente, lo hace más resistente a las plagas, además de que “consume menos agua”. Todas esas afirmaciones, se han ido desmintiendo por científicos que han estudiado dicho maíz y han concluido que ni es tan resistente a las plagas, ni consume menos agua, pues, al contario, requiere tal maíz más líquido. La tan presumida resistencia a las plagas, quedó en entredicho, pues la larva de un escarabajo de Estados Unidos, ya se está alimentando de maíz transgénico, como demuestra una reciente investigación  (http://www.zmescience.com/science/biology/bugs-resistance-gmo-corn-25032014/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+zmescience+%28ZME+Science%29).
Que un simple escarabajo haya ya desarrollado resistencia, no sólo a un tipo de maíz transgénico, sino a dos, el Cry3Bb1 y el  mCry3A, demuestra que con la Naturaleza no se puede jugar y, mucho menos, “patentar”, como Monsanto ha pretendido. Ni sus sucias prácticas legaloides de “demandar” a quienes siembren “sin permiso” su soya transgénica o que si sus cultivos se hubieran contaminado con el polen de aquélla y no lo reportaran, como sucedió con un granjero canadiense, evitó que ya, como señalé, un escarabajo se haya vuelto resistente y esté invadiendo las cosechas del maíz transgénico (en la cinta “Food Inc.”, se muestra el duro actuar de Monsanto contra granjeros estadounidenses que vuelven a sembrar la soya transgénica: http://www.youtube.com/watch?v=mrUrQIwOCO4. Ver mi artículo citado).
Además, experimentos recientes, practicados con ratas, a las que se les alimentó con una dieta equivalente a lo que ingeriría una persona, incluyendo maíz transgénico, mostraron que en pocos meses dichas ratas desarrollaron terribles tumores.
A pesar de ello, muchos “científicos” desdeñan tales experimentos, especialmente Monsanto, tildándolos de faltos de seriedad, de ética y de haberlos efectuado bajo prácticas poco confiables (http://www.forbes.com/sites/jonentine/2013/11/29/notorious-seralini-gmo-cancer-rat-study-retracted-ugly-legal-battle-looms/2/).
De todos modos, ello ha redundado mucho en el desprestigio de Monsanto, por lo que últimamente ha pretendido volverse “orgánica”, como veremos.
Busca hacerlo con la manipulación de hortalizas, pero, aseguran sus directivos, de una forma “orgánica”, nada de insertar genes, como hizo con su maíz, sino “natural”. De hecho, intentó hace unos años colocar en el mercado un jitomate modificado genéticamente para que durara más, antes de madurar demasiado. El llamado Flavr Savr fue manipulado para que produjera menos cantidad de una enzima llamada poligalacturonasa, que es la causante de que el jitomate madure demasiado pronto y por eso se debe de cosechar aún verde. Pero con la manipulación hecha por Monsanto, tardaba más en madurar y pudrirse. Y no sólo eso, sino que también se le manipuló su sabor, con tal de hacerlo más “crujiente”. En efecto, el manipulado vegetal sabía más a papa, que a jitomate. Calgene era la división de Monsanto encargada de realizar dicha modificación (era una compañía biogenética independiente que trabajaba justo en la manipulación del jitomate y que Monsanto compró a mediados de los noventas).
Sin embargo, el Flavr Savr no fue aceptado, sobre todo en Europa, en donde se opusieron a sembrar y consumir tal engendro, pues no es posible determinar qué daños pueda ocasionar un vegetal que se haya manipulado para no pudrirse tan pronto. Además, como le costaba muy caro a Monsanto producir dicho jitomate transgénico, no dudó en terminar con el proyecto, así como con Calgene, en el 2001.
Por tanto, Monsanto decidió cambiar de táctica. El ejecutivo encargado de Calgene, el señor David Stark, biólogo molecular, fue reasignado a otro proyecto, que consistió en la “cruza” acelerada mediante máquinas especiales y modelos computarizados de hortalizas, para obtener, así, tipos de tales hortalizas que representaran un óptimo en cuanto a textura, pero, sobre todo, en cuanto a sabor.
Sobre todo en sabor, Monsanto ha pretendido las “mejoras” haciendo más dulces sus creaciones, especialmente las frutas, como señalo más adelante.   
Se trata de cuatro hortalizas: lechuga, cebolla, brócoli y pimientos, y una fruta: melón, pero Monsanto sostiene que los ha mejorado con técnicas “tradicionales”, sin recurrir a la alteración genética, como hizo con el maíz o la soya transgénicos.
Como menciono arriba, mediante máquinas y modelos computarizados, Monsanto selecciona las mejores especies de lo que desea mejorar, ciertas características, tales como consistencia, sabor, textura. Esos fenotipos provienen de genotipos, o sea, los genes responsables de que se generen de la forma deseada. Así, se toman muestras de esas plantas, las mejores, y se insertan en una máquina que puede leer hasta 200 mil de tales muestras por semana. También tiene otra máquina llamada “pulverizador de semillas”, con la que puede analizar el plasma germinal de una planta. Con esas técnicas se identifican las mejores características de una planta, que la harán, digamos, única. Stark dice que es como si se hicieran millones de cruzas e injertos, que, en forma natural, tomaría mil años, pero “gracias” a Monsanto, eso se hace en años. “De hecho, la probabilidad de que una sola planta posea 20 características deseadas, en forma natural, es de una en dos billones”, presume Stark.
Una vez que se obtiene el vegetal con las características deseadas, se pone a prueba, sembrándolo y ya que crece y se cosecha, se hacen degustaciones entre todo tipo de personas, desde granjeros, hasta chefs, con tal de que den su visto bueno o rechazo a la nueva creación.
Y, en efecto, las hortalizas mencionadas antes, han gustado mucho, pues cada una goza de ciertas características que la hacen más atractiva.
Por ejemplo, el brócoli, bautizado como Beneforte, que fue lanzado por primera vez en el otoño del 2010, y está disponible todo el año. Esta cruza contiene tres veces más glucorafanina, compuesto que incrementa los niveles de antioxidantes en el organismo, la cual se obtuvo cruzando brócoli normal con una especie silvestre, única, que crece en el norte de Italia. Se siembra actualmente en Arizona, California y en ¡México! Y justo, éstas son de las novedades de las que se entera uno cuando se hacen investigaciones como la presente, que sólo así se conozca lo que ninguna autoridad del país ha revelado, que ya se siembra ese vegetal en el país. Habrá que preguntarse si el polen del Beneforte puede contaminar al brócoli normal y darle sus características y, de ser así, si Monsanto actuará “legalmente” contra los campesinos que siembran brócoli normal, que no le den aviso, en caso de que sus siembras se llegaran a contaminar, con tal de que ese “preciado vegetal patentado” no se obtenga por otros medios, más que por las semillas vendidas legalmente por Monsanto.
Otro vegetal es un pimiento llamado BellaFina (¡vaya nombre!), el que vio la luz en el otoño del 2011, del que se dispone todo el año. Este pimiento, que, al igual que el Beneforte, asegura Monsanto que es “orgánico”, sin modificación genética (aunque obtenido, como dije, por acelerados métodos computarizados, así que no parecen tan orgánicos), son un tercio en tamaño de un pimiento normal, según para que no se desperdicien tanto y se aprovechen mejor al cocinar (no veo mucha ventaja en ello). Se obtuvo cruzando sucesivamente plantas cada vez más pequeñas. Se cultiva en California, Florida y Carolina del Norte.
Un tercer vegetal “orgánico” muy promovido es una cebolla morada, bautizada como EverMild. Lanzada en el otoño del 2010, está disponible de septiembre a Marzo. Es más suave y dulce que la normal, además de que reduce el lloriqueo de los ojos, asegura Stark. Se obtuvo seleccionando plantas con menores niveles de piruvato, el cual determina el picor y el efecto lacrimoso que ocasiona la cebolla normal (lo cual, no tiene nada de malo, pues, incluso, es un buen antiséptico para los ojos). Se cultiva en la región noroeste de Estados Unidos.
La Frescada, lechuga, es otra de las hortalizas muy presumida por Monsanto, sobre todo por su sabor muy dulzón y por tener una consistencia más crujiente que la normal (Stark dice que, incluso, puede emplearse como botana). También aseguran que dura más (no se pudre tan pronto) y que contiene 146 por ciento más folato y 74 por ciento más vitamina C, lo que la hace “más nutritiva”. Se obtuvo cruzando dos especies de lechuga, la romana y la orejona (en EU le llaman iceberg). Disponible todo el año y se siembra en Arizona (desértico estado, ¿de dónde sacarán tanta agua que se requiere para sembrar hortalizas?) y California.
Y la estrella de todas, es un fruto, el Melorange, variación del melón. Fue lanzado en el invierno del 2011, disponible de diciembre a abril. Su característica es que es 30 por ciento más dulce que un melón normal. Se obtuvo de cruzar cantalupos con melones europeos que contienen un gen responsable del citrón, el cual le da un aroma más frutoso y floral. Según declara Stark, no tiene nada que ver con el melón normal, pues éste “es como si comieras un melón súpercargado”, se jacta. Para él, el melón normal es pasable y ya, pero con el Melorange “¡siempre pedirás más!”. Vaya comparación, pues es como si se comparara una vaca normal, con una vaca Hertford, muy fina.
Pero todo ese pretendido organicismo, tiene su precio. En efecto, esas verduras y la fruta, son más caras. El brócoli injertado cuesta $2.50 dólares el medio kilo, o sea, unos 35 pesos, cuando que el precio del brócoli normal fluctúa alrededor de los cinco pesos. Los pimientos cuestan $1.50 dólares la bolsa con tres, unos 21 pesos, mientras que el kilo de normales cuesta entre ocho y diez pesos, que son unos cinco pimientos normales. El melón cuesta $3.00 dólares cada uno, 42 pesos, cuando que el normal vale unos diez pesos el kilo (me refiero a precios de temporada). La cebolla cuesta $2.00 dólares el medio kilo, 24 pesos, en tanto que la normal cuesta unos cuatro pesos. Por último, la lechuga de Monsanto vale $2.50 dólares el medio kilo, 35 pesos, en tanto que una lechuga normal vale de 5 a 10 pesos. Como se ve, en casi todos los casos, los precios son más de seis veces los de las hortalizas normales. Claro que si Monsanto logra que sus verduras y frutas “orgánicas” se impongan sobre las convencionales, a través de sus monopolistas, tramposas prácticas, sus ganancias se incrementarían aún más, a pesar de ser tan caras, sin esperar que el precio bajara en el futuro, pues de hecho los costos de los alimentos continúan incrementándose, debido a las prácticas monopólicas de Monsanto y otras gigantes agroindustriales, como Cargill, Perdue Farms, Conagra, Tyson, General Foods, entre otras (controlan más del 80% de la producción mundial agroindustrial), además de la escases debida a rendimientos decrecientes de las tierras agrícolas,  y por las sequías y el cambio climático (ver mi artículo:
De todos modos, la venta de esos vegetales, ya le redituó $821 millones de dólares en el 2013, que para una empresa con ingresos anuales por $14,000 millones de dólares, dice Stark, “no está nada mal”.
Y de hecho, ya varias cadenas de supermercados estadounidenses distribuyen sus vegetales. Por lo mismo, planea Monsanto seguir creando más cruzas. Para ello, en el 2005, compró a la empresa Seminis, dedicada a vender plasma germinal en grandes cantidades (justo es con lo que pudo experimentar Monsanto las distintas cruzas de sus vegetales). También posee Monsanto un gran invernadero en las montañas de Guatemala, en donde el aire seco y caliente, permite hasta cuatro cosechas por año, muy bueno para la investigación, asegura. Así mismo, adquirió De Ruiter, una de las empresas más grandes que producen semillas de invernadero. Y en el 2013 compró a la empresa Climate Corporation, compañía que analiza el clima mediante el manejo de millones de datos, y que puede dar informes fidedignos de que tipo de plantas se requieren para que sobrevivan el calentamiento global en determinada región (de hecho, el calentamiento global ya se está volviendo muy lucrativo. Ver mi artículo: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/03/el-muy-lucrativo-calentamiento-global.html).
En lo que también insiste Monsanto es en hacer más “sabrosas” sus frutas, sobre todo, más dulces, pues esa es su idea de “mejorar” el sabor. Su filosofía es “logra que la fruta sea más sabrosa y la gente comerá mucho más”. “Eso es bueno para la sociedad y, seamos francos, muy bueno para los negocios”, afirma Stark, jactancioso. Claro, a fin de cuentas, en efecto, se trata de ganar y ganar, aunque se hagan frutas más dulces y, por lo mismo, con más calorías, lo cual no es, precisamente, bueno para la salud. Nadie antes ha manipulado los niveles de azúcar en la forma en que lo está haciendo Monsanto. “No es más que un experimento”, dice al respecto Robert Lustig, endocrinólogo pediatra, y presidente del Instituto para la Nutrición Responsable. “El único resultado que espera Monsanto es el de la ganancia”.
Y por ello, a pesar de que se presente como “muy orgánica”, no abandona Monsanto sus prácticas monopolistas. La compañía impone severas cláusulas para los granjeros que compran sus semillas de hortalizas, igual que hace con su soya o maíz transgénicos, sobre todo la estricta prohibición de que dichos granjeros vuelva a sembrar sus semillas (¡absurda medida!). Aunque hace algunas concesiones, si no se logran las cosechas como se espera que se den, claro, siempre y cuando se haya cumplido con todas las medidas que exige para que se siembren sus vegetales. Todo ello con tal de que los vegetales mencionados, y los que siga produciendo, se vayan reconociendo por los consumidores, confíen en ellos, se acostumbren a comprarlos y ya no los cambien por nada, como dice Stark. “Eso es lo que en realidad deseo, que crezcan y crezcan las ventas”.
En fin, como puede verse, nada es desinteresado dentro del capitalismo salvaje, el que aparentará  dejar de serlo, capitalismo salvaje, con tal de lograr sus lucradores objetivos.