martes, 28 de abril de 2020

Agatha Christie y los trabajos de Hércules


Agatha Christie y los trabajos de Hércules
por Adán Salgado Andrade

Agatha Christie (1890-1976), fue una prolífica escritora inglesa, autora de varias novelas de detectives, colecciones de historias cortas, de una obra de teatro, que estuvo varios años en cartelera, así como de seis novelas más, bajo el pseudónimo de Mary Westamacott. En 1971 “fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico, por su contribución a la literatura” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Agatha_Christie).
Uno de los detectivescos personajes, por ella creado, fue Hércules Poirot, singular francés, muy similar al personaje Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), poseído de un gran poder de deducción para dar con el criminal responsable de algún delito.
Caracterizado por su fineza de persona y el uso constante de vocablos franceses, sobre todo cuando deseaba enfatizar algo, Poirot fue central en novelas como “Asesinato en el camino” (1923) o “Asesinato en el Expreso Oriental” (1934), en las cuales, la enredada trama – que muchas veces presentaba como sospechosos a todos –, es aclarada convincentemente por Poirot, quien da siempre con el criminal.
En una de sus colecciones de varias historias, “Los trabajos de Hércules” (The Labours of Hercules), publicado en 1939, la figura central es la de Poirot, quien ya pretende retirarse de la investigación detectivesca (ya no publicó más historias Christie con él como protagonista).
Es el libro que recién concluí de leer, publicado por Dell Publishing Co., INC., en 1972.
Comienza la obra con una charla de Poirot con un doctor Burton, quien lo cuestiona por su nombre, Hércules, y por qué lo habían bautizado así. Burton arguye que ni siquiera tiene el cuerpo de Hércules, lo que hace más incongruente su nombre con su personalidad.
Por otro lado, Poirot le informa que está por retirarse como detective y que desea establecer un negocio sobre extracción de savia de vegetales, para fines curativos. El doctor le dice que duda que lo haga, ya que ser detective es su pasión. Pero Poirot le asegura que sí, que sólo se encargará de unos cuantos, muy selectos, casos más y será el fin de su carrera detectivesca.
“Sus tareas no son las doce de Hércules, son tareas de amor”, replica Burton, antes de marcharse. Eso le da una idea a Poirot, “Los trabajos de Hércules, sí, ésa es una buena idea”, y se enfrasca en doce casos que emulan los que hizo el mítico Hércules, hijo del dios Zeus y la terrenal Hera, por lo cual era denominado un semidiós.
Poirot se enfrasca en esos doce trabajos, justo en el orden en que Hércules, su legendario tocayo, los realizó. Fueron ordenados por Euristeo, su primo, después de que Hércules se vuelve loco, por la acción de Hera, y asesina a su esposa Megara y a sus hijos. Se nota que Christie sabía bastante de la mitología griega.
El primero fue matar al león de Nemea. Hércules lo atrapa en una cueva, lo ahorca con sus manos y le quita la piel, para usarla como su capa.
El caso equivalente, para Poirot, tiene como “criminal” a una dama, Amy Carnaby, que antes cuidaba a mujeres de alcurnia. Como últimamente le había disminuido el trabajo, lady Carnaby había ideado, junto con su postrada hermana – estaba enferma –, un truco con su perro pequinés, Augusto, con el cual había tramado secuestrar perros pequineses de familias ricas y pedirles doscientas libras como “rescate”. Pero como ese dinero, le dijo lady Carnaby a Poirot, era para que ella y su hermana pudieran subsistir, no vio el detective mayor crimen y sólo le pidió que ya no lo hiciera y que se abocara a seguir cuidando a ancianas ricachonas. Augusto fue como atrapar al león de Nemea.
Poirot se muestra, muchas veces, magnánimo con los que cometen cosas ilegales, siempre y cuando, hayan sido para una buena causa. A lady Carnaby, la denominó una moderna Robin Hood. Y a los que les fueron secuestrados lo perros pequineses, Poirot los amenazó que sabía de cosas malas que habían hecho en el pasado y que era mejor que se olvidaran del dinero del rescate, si no querían que tal pasado saliera a relucir.
El segundo trabajo de Hércules, el fortachón, fue acabar con la Hidra, monstruo de nueve venenosas cabezas, lo que logró con ayuda de su sobrino Yolao. Hércules le cortó las nueve cabezas y Yolao las cauterizó con una antorcha, para evitar que volvieran a crecer.
Poirot conectó esa tarea con el caso del doctor Charles Oldfield, cuya esposa había fallecido un año antes, de una larga enfermedad. Los chismes del pueblo en donde vivía habían esparcido el rumor de que él y su prometida, Jean Moncrieffe, con la que se había comprometido algunos meses después del fallecimiento de su esposa, eran los asesinos. La perspicacia de Poirot dio con la verdadera asesina, la enfermera Harrison, quien había estado cuidando a la esposa del doctor en sus últimos días. Fue la que, en efecto, la envenenó, pues creyó que sería la perfecta sustituta de ella, para contraer nupcias con el doctor Oldfield, una vez muerta aquélla. Poirot, perspicaz, la desenmascaró, demostrándole que ella, la enfermera, había preparado hasta las “coartadas” para incriminar a Jean.
Las cabezas de la Hidra, fueron los rumores, cortados tan de tajo, sobre la falsa acusación de Oldfield y su prometida.
El tercer trabajo del mitológico Hércules fue capturar a la Cierva de Cerinea, para llevarla viva a Micenas, un sitio sagrado gobernado por Euristeo, su primo, en donde se la entregaría viva (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Cierva_de_Cerinea).
Antes, Hércules tuvo que vérselas con Artemisa, la diosa que quería para sí a la venada de los cuernos de oro y pezuñas de bronce. Casi mata a Hércules, hasta que éste le explicó que era una de las doce tareas impuestas por Euristeo. Y lo perdonó.
Es el tercer caso de Poirot, en el que involucra la búsqueda de una chica, de la cual estaba enamorado un mecánico que le arregló a Poirot su auto, un Mesarro Gratz – marca inexistente de auto, una ocurrencia de Christie. El mecánico le dijo que sólo la había visto una vez, pero que estaba perdidamente enamorado de ella. Fue, para Poirot, como buscar a la venada sagrada Cerinea, pues por más que averiguaba, no daba con ella. Finalmente, sus pesquisas rindieron frutos y supo que la chica en cuestión había muerto de enfermedad. Había sido dama de compañía de una actriz rusa, Katrina, que le cuenta del triste destino de esa chica. Poirot le dice que, por la fallecida, un mecánico decente y bien parecido, sentía gran amor. Y qué mejor que Katrina para brindárselo, en vista de que ella, así como el joven mecánico, estaban tan solos y ansiosos de amor. Sí, la Cerinea entregada a Euristeo.
El cuarto trabajo de Hércules fue capturar al jabalí del monte Erimanto, animal muy salvaje y destructor. Vivía junto a los centauros. Dice la leyenda que el vino que usó Hércules para atraerlo, también atrajo a los centauros y tuvo que matar a varios, para capturarlo.
Poirot, en su cuarta tarea, tuvo que descubrir en dónde se escondía un peligroso asesino, Mascarraud, que había escapado de la cárcel y había cambiado su personalidad. Poirot, casualmente, estaba en Suiza, en donde un inspector de la policía de ese país, le informó que el prófugo se reuniría con sus cómplices. La sagacidad de Poirot, le permite descubrir que Mascarraud se había hecho pasar como un mesero de un aislado hotel en las montañas, en donde, justamente porque la única forma de llegar allí era por el teleférico, ese asesino se había refugiado. Fue como hallar al salvaje jabalí, defendido por sus secuaces, a los que también, gracias a Poirot, la policía suiza logró capturar.
La quinta tarea de Hércules fue limpiar los establos de Áugeas o Augías, rey de Élide, quien poseía cientos de cabezas de ganado, pero cuyos establos no se habían limpiado en treinta años. Hércules los logró limpiar en un solo día, desviando dos ríos. Pero como le quería cobrar a Élide el diez por ciento de sus cabezas de ganado por la tarea, Euristeo agregó otra tarea más a las que ya tenía.
Fue el quinto caso de Poirot, que consistió en acallar un escándalo político. John Hammett, del Partido Popular (ficticia organización política), ministro en quien la gente confiaba bastante, se descubrió que, en realidad era un deshonesto, corrupto hombre. Su yerno, Edward Ferrier, temía que con esa desacreditación, la gente votara otra vez por el acostumbrado partido en el poder, lo cual no convendría por ningún motivo, pues, según Ferrier, era retroceder. Dagmar, hija de Hammett, está dispuesta a todo, con tal de que un diario sensacionalista, el X-Ray News, no publique la “exclusiva” sobre su corrupto padre (se me ocurre pensar que sería, algo así, como que López Obrador resultara un súper corrupto, pero que no se supiera, y un diario estuviera a punto de publicar la nota).
Poirot idea un plan que involucra a Dagmar, contratando a una modelo idéntica a ella y facilitado a X-Ray News, falsas pistas, dando a entender que la esposa del afamado político Edward Ferrier, yerno de Hammett, lo estaba engañando.
Percy Perry, editor del amarillista diario, cayó en la trampa y es acusado de libelo. Y con esa grave acusación, de haber publicado una falsa noticia y de haber puesto en entredicho la honorabilidad de la hija de Hammett y de su yerno, el periódico es clausurado y el peligro de que se hubiera publicado la nota sobre el corrupto Hammett, pasa, pues la estrategia de Poirot, logra que el X-Ray se vea como una mentirosa publicación, que hasta miente, con tal de llamar la atención.
Fue como limpiar los establos de Áugeas de tanta porquería, como afirmó Edward Ferrier.
La sexta tarea encomendada a Hércules (también conocido como Heraclio), fue deshacerse de las aves de Estínfalo, voraces aladas que comían carne y sus venenosos excrementos destruían las cosechas. Hércules trató, primero, de matarlas a flechazos, pero fue inútil. Pero la diosa Atenea le proporcionó un cascabel que ahuyentó a esos pájaros infernales, muchos de los cuales sí fueron alcanzados, finalmente, por las flechas de Hércules. Nunca más se les volvió a ver por allí.
Para Poirot, esta tarea fue comparable a lo que sucedió cuando Harold Waring, joven con una prometedora carrera política, se ve envuelto en un supuesto asesinato, cuando vacacionaba en Herzoslovakia (mítico país báltico, creado por Christie, seguramente para no tener problemas con países reales).
Una joven y hermosa mujer, Elsie Clayton,  mata a su celoso esposo, que la atacó al sospechar que ella y Harold tenían una aventura. La madre de Elsie, la señora Rice, pretende actuar rápidamente y le dice a Harold que es posible sobornar a la policía de ese país, pero que costará mucho dinero. Se vale de un par de mujeres que están también en el hotel que todos ellos comparten, un par de polacas sesentonas, a las que acusa de ser extorsionadoras, pues se dieron cuenta de que Elsie había asesinado a su esposo. Al final, Poirot descubre que la señora Rice es la que siempre, disfrazada, personifica al “esposo” de Elsie y que esa farsa la habían representado en muchos sitios, pues eran extorsionadoras profesionales. Las polacas, nada tienen que ver con la extorsión y son simples turistas.
Harold lamenta el haberse enamorado de la bella Elsie, pero agradece que el incidente no hubiera ido más allá y hubiera arruinado su prometedora carrera, al lado del Primer Ministro, quien tenía gran opinión de él.
Elsie y su madre, eran las detestables aves de Estínfalo, letales y ambiciosas.
El séptimo trabajo de Hércules fue capturar al toro de Creta, que Poseidón hizo salir del mar, para que el rey Minos, lo sacrificara para aquél. Como Minos no lo hizo, por verlo tan hermoso, Poseidón hizo que la esposa de Minos, Pasifae, se cruzara con el toro, de lo cual nació el Minotauro (la zoofilia a todo lo que daba). Además, Poseidón enloqueció al toro.
Hércules capturó al toro y lo llevó a Euristeo, quien lo ofreció como sacrificio a Hera, que lo rechazó al ver la ferocidad del animal. Tiempo después, Teseo, el ateniense, lo mató, pues el animal todo destruía a su paso. Moraleja: no dejes crecer un problema.
Es lo que hace Poirot en su séptimo caso, que involucró a una joven, Diana Maberly, muy enamorada de un joven militar, Hugh Chandler, hijo del almirante retirado Charles Chandler.
Estaban tan comprometidos Diana y Hugh, que ya hasta él, le había propuesto matrimonio, pero, de repente, un día, Hugh le dijo que se estaba volviendo loco y que era mejor que no se casaran.
Diana quería saber si eso era cierto y si ameritaba que se rompiera el matrimonio. Gracias a los oficios de Poirot, se descubre que Hugh no era, en realidad, hijo de Charles Chandler, sino de George Frobisher, un juvenil amor de Caroline, la madre de Hugh.
Todo era una trama de Charles Chandler para que Hugh creyera que tenía la misma tendencia paranoica, suicida, de él, que había sido heredada por varias generaciones. Así, si Hugh se suicidaba, sería su falso “padre”, heredero de toda su fortuna, la que había pertenecido a Caroline, rica aristócrata.
Caroline había muerto, años atrás, ahogada en un “accidente” que, descubre Poirot, fue arreglado por Charles, quien se había enterado de que Hugh no era su hijo, sino de Frobisher, a quien siempre envidió, pues Caroline lo quiso mucho más que a él.
Al ser descubierto Charles, Hugh y Diane vuelven a comprometerse, muy felices. Charles, toma un fusil, se pierde entre el bosque y se suicida. “Fin de la maldición”, dice Poirot a Frobisher.
Charles Chandler era como el loco toro cretano, al que había que matar.
El octavo encargo de Hércules fue atrapar a las cuatro yeguas de Diomedes, rey de Tracia, gigante hijo de Ares y Cirene. Esas yeguas, comían carne humana, devorando a todo aquél que se les pusiera enfrente. Hércules logró atraparlas. Diomedes lo persiguió con su ejército, pero fue derrotado. Hércules hirió mortalmente a Diomedes y así lo aventó a las yeguas, que lo devoraron (vaya si es gore la mitología griega).
Después, quedaron tan mansas, que Hércules las ató al carruaje de Diomedes y con él se fue a entregarlas a Hera. Según el mito, de una de esas yeguas, descendía Bucéfalo, el caballo del gran Alejandro Magno.
El caso número ocho de Poirot fue el descubrimiento de una red de distribución de drogas. En esta parte, se nota la verdadera preocupación de Christie, a través de Poirot, en señalar lo malo que son los estupefacientes, muy seguramente por la experiencia que ella tuvo, cuando laboró, durante la segunda guerra mundial, en la farmacia del University College Hospital, en donde conoció muchos tóxicos y drogas, aprendiendo los muy adversos efectos que tenían para la salud humana.
En especial, la cocaína es mencionada en esta historia. Un falso “general retirado”, Grant, se había hecho de cuatro jovencitas, a las que presentaba como sus hijas. En realidad, las usaba para enganchar a gente en el uso de las drogas, como la cocaína, que ellas les vendían. Poirot logra descubrir el sucio negocio de Grant, lo desenmascara y consigue exculpar a las chicas, las que sólo seguían sus nefastas órdenes.
Era las cuatro yeguas de Diomedes, a las que se les ordenaba comer carne humana, pero cuando lo devoran, se libran de esa innatural costumbre.
La novena tarea de Hércules fue robar el cinturón mágico de Hipólita, hija de Ares, reina de las Amazonas, legendarias, bravas guerreras. Al principio, Hipólita, seducida por el físico de Hércules, no tiene inconveniente en regalarle el cinturón, que sería para dárselo a Admete, hija de Euristeo. Sin embargo, Hera, que siempre buscó complicarle las cosas a su hijo, se hizo pasar por una amazona y engañó al ejército de guerreras, con que Hipólita había sido secuestrada por Hércules. Se libró una batalla, que de todos modos ganaron Hércules y sus soldados y se llevaron el cinturón.
Este caso, el noveno de Poirot, contempló el descubrimiento de un par de ladrones de pinturas de famosos artistas, como Rubens, que escondían en las mochilas de jovencitas de secundaria. Ellas, ignoraban que, entre sus útiles, llevaran costosas obras de arte. Poirot descubrió la ingeniosa trama cuando una de esas alumnas es hallada deambulando a un lado de las vías del tren. Antes, la habían reportado como extraviada, que había abandonado el tren, a pesar de que éste no había parado en ninguna estación.
Poirot dedujo que los ladrones, una mujer y un hombre, hicieron pasar a la ladrona como a la alumna. La habían drogado, para que no subiera al tren, y en su mochila, habían guardado la pintura. La disfrazaron como si fuera un cuadro mal hecho de acuarela de la alumna, y que ésta, lo había regalado a la directora. Poirot despintó la superficial capa del feo dibujo y apareció la robada pintura de Rubens. Y los ladrones, cayeron.
Esa pintura representó, para Poirot, el mágico cinturón de Hipólita, tan valioso, que muchos buscaron robarlo.
El décimo trabajo de Hércules fue que tuvo que robar el ganado de Gerión, monstruo de tres cuerpos, unidos por la cintura. Hércules tuvo que pasar por varios contratiempos para llevarle el ganado a Euristeo. Uno de ellos, fue que Hera, otra vez complicándole la vida, envió moscas panteoneras para que picaran el ganado y se dispersara. Hércules lo reunió de nuevo, pero, luego, la princesa Celtina se enamoró de él, y escondió el ganado, que sólo le daría si le hacía el amor. Así lo hizo Hércules y de ese desliz, nació Celtus, el progenitor de los celtas, antiguo pueblo guerrero. Con el ganado en sus manos, lo llevó a Euristeo, que aceptó como buena esa labor.
Para Poirot, el noveno caso fue el descubrir una secta, que se hacía pasar por muy religiosa y ética, que acogía a mujeres solas, para que en ella, hallaran la paz y la compañía que necesitaban. Poirot tiene la ayuda de Amy Carnaby, la mujer que había usado a su perro Augusto para secuestrar a otros.
Ya, enmendada, le comenta que tiene una amiga, Emmeline Clegg, que está en esa secta, y que siente que la están enajenando mucho. La secta, llamada “El rebaño del pastor”, ha tenido entre sus integrantes a mujeres ricas, que le han heredado toda su fortuna y, luego, han muerto en misteriosas circunstancias.
Poirot pide a Miss Carnaby que se haga pasar por una de esas mujeres, dispuestas a darlo todo por la secta, comandada por el doctor Andersen, rubio e imponente personaje.
Al final, Poirot descubre que Andersen empleaba una droga para enajenar a esas mujeres, averiguar que enfermedad tenían, y aumentar las dosis, para que tal enfermedad se acentuara y murieran de eso. “Anderson es el Monstruo Gerión, que tuve que destruir, para rescatar a sus rebaños”, dice Poirot del caso, siendo las drogadas mujeres, su rebaño.
Muy interesante este caso, pues es una abierta crítica de Christie a las tóxicas sectas que sólo sacan provecho económico de sus ingenuos adeptos (recomiendo ver la cinta mexicana “González: Falsos Profetas”, del 2013, dirigida por Christian Díaz Pardo, que muestra muy bien ese extendido problema. Ver tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=cM4wf79RueI).
La onceava tarea de Hércules fue robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, nobles y bellas ninfas que vivían en un encantador jardín. Hércules las robó engañando a Atlas, el sostenedor del cielo, de que las hurtara. Al final, Hércules le pidió que sostuviera de nuevo el cielo, par que él se colocara su capa, y le arrebató las manzanas, para llevarlas él mismo a Euristeo (luego fueron devueltas por la diosa Atenea). Algo tramposo el tal Hércules, podría pensarse.
Para Poirot, su onceavo caso fue descubrir en donde se hallaba un cáliz de oro, robado a Emery Power, rico banquero. La histórica joya, cargada de asesinatos y peleas por poseerla, que había pertenecido al Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja), llevaba diez años perdida y Power, haciendo alusión a su apellido, quería recuperarla, pues había pagado treinta mil libras por ella. “Pero no es por el dinero, señor Poirot, es porque no quiero pasar como un tonto que no pudo recuperarla”, justifica.
Poirot tuvo que recorrer varios países para dar con la joya, la que finalmente estaba en un convento. La hija de uno de los ladrones, que se había convertido en una monja, la había llevado con ella, segura de que pasaría desapercibida y que estaría en el lugar correcto, en el altar de ese convento.
Poirot, habiéndola recuperado, la lleva a Power. Éste le pregunta que a cuánto ascenderán sus honorarios. “A nada, sólo quiero que devuelva la joya, que al fin y al cabo, ha estado sellada con ambiciones y muertes por poseerla. Allí, estará  a salvo, y usted podrá librarse de su maldición mortal”. Power accede, sobre todo porque Poirot le asegura que las monjas rezarán por él todo el tiempo.
Lleva la joya de regreso con las mojas, diciéndoles que Power puso como condición  que rezaran por él. “Él, necesita sus rezos”, dice Poirot a la madre superiora. “Es un hombre infeliz”, inquiere ella. “Tan infeliz, que ha olvidado lo que la felicidad significa. Tan infeliz, que él no sabe que es infeliz”, replica Poirot. “Ah, es un hombre rico…”, infiere la madre superiora.
Otra velada crítica de Christie a los ricos.
Para Poirot, el devolver el cáliz de oro, fue el devolver las manzanas de oro al jardín de las Hespérides, en donde debían de estar.
La última tarea de Hércules fue llevarle el temible Cerbero a Euristeo, el perro de tres cabezas que vigilaba la entrada al inframundo. Tuvo que hacer varias cosas, como casarse con Deyanira, hermana de Melaguer. Hades, dueño de Cerbero, según una versión, se lo regala, a condición de que no le haga nada. Hércules lo lleva a Euristeo, quien al ver a la “horrible bestia”, le pide que la regrese en donde la halló. Caprichoso, Euristeo.
Es el último caso de Poirot, que tiene que ver con su encuentro con una vieja amiga, la condesa Vera Rossakoff, “toda una mujer, elegante, de gran personalidad, muy femenina”. Deja ver Christie, a través de Poirot, que para ella es muy importante que la mujer sea femenina y elegante, ante todo. Eso, porque un personaje de esta historia, Alice Cunningham, supuesta psicóloga, viste muy masculinamente y, en opinión de Poirot, es bastante vulgar, no como la elegante condesa.
La condesa opera un cabaret, el Hell, en el centro de Londres, en donde se dan cita toda clase de famosos personajes, desde miembros de la farándula, hasta políticos.
Poirot la visita y queda maravillado con el sitio, que es en donde conoce a Alice Cunningham, novia de Niki, hijo de la condesa, el cual, trabaja en Estados Unidos. Alice es estadounidense y visita Inglaterra para hacer un ensayo sobre las personalidades criminales. Esa es su pantalla, pues, en realidad, opera una red de contrabando de cocaína, que hace dentro del cabaret, sin que la condesa lo supiera. La condesa tiene a un fiero perro, Dou-dou, quizá un rottweiler (no se especifica la raza, pero es muy bravo), que está allí para vigilar el lugar. “Con un chasquido de mis dedos, puede lanzarse contra cualquier persona y hacerla pedazos”, le dice a Poirot, muy satisfecha.
Habían dicho inspectores policiacos a Poirot, de que en el sitio se contrabandeaban drogas, pero no era tan grave, en opinión de la condesa, “algo normal”. Sin embargo, cuando Poirot le dice que Alice era la que coordinaba la red de narcotráfico, se queda estupefacta. El perro fue usado por Poirot para guardar la evidencia, o sea, la droga, en su hocico, ayudado por un hombre que sabía controlar muy bien a esos animales.
Todo se aclara y lo único que lamenta la condesa es que su hijo se haya quedado sin novia, pues Alice estará varios años en la cárcel. “En América, hay muchas mujeres”, le dice Poirot.
Así, en este caso, Dou-dou se asemeja al buen Cerbero, pero no vigila el inframundo, sino el Hell, el cabaret de la condesa.
La condesa ha sido la obsesión de Poirot durante varios años. Luego de concluido el caso, le envía unas rosas rojas, que su eficiente secretaria, Miss Lemon, ordena a una florería.
Poirot se despide de ella, silbando, muy contento.
Se queda pensando Miss Lemon si no será que Poirot esté enamorado. “¿¡A su edad!?... no lo creo”.
Sin embargo, se entiende que, además de retirarse, Poirot decide sentar cabeza con esa noble, elegante dama.
Bien merecido, después de tan hercúleas tareas.

Los acelerados contagios por Covid-19 en un rastro porcino de Estados Unidos


Los acelerados contagios por Covid-19 en un rastro porcino de Estados Unidos
Por Adán Salgado Andrade

Son tiempos de emergencia de salud en todo el mundo. Se ha recomendado que el estar en casa es muy importante, aunque hay labores que no pueden interrumpirse. Es en esos sitios, en donde los dueños deberían de poner más empeño en mantener al mínimo los contagios entre sus trabajadores, la parte más importante de sus negocios, procurándoles equipos como tapabocas de buen material, guantes, trajes aislantes y otras cosas, que fueran de uso personal.
No lo hace, por ejemplo, Amazon, nefasta empresa que ha descuidado, en sus instalaciones, normas de higiene para evitar los contagios, a pesar de que, por el aumento de compras en línea, ha contratado a  miles de empleados, los que ya suman casi un millón en todo el mundo (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/04/negligencia-de-amazon-con-sus.html).
Sus ganancias ascienden ya a once mil dólares por segundo, pero no se ha dignado a comprar buenos equipos de seguridad a sus explotados empleados.
El resultado es que se han reportado varios casos de trabajadores contagiados y que han llevado a sus hogares tales contagios.
Un caso similar sucedió en un rastro procesador de carne de puerco en Estados Unidos, perteneciente a la empresa Smithfield – de las gigantes agroindustrias que acaparan buena parte de la producción de carne en ese país –, ubicada en Dakota del Sur, en el condado de Sioux Falls, en donde la negligencia de los propietarios provocó un verdadero desastre de salud entre sus trabajadores, como narra el artículo de la BBC “Coronavirus en un rastro de Smithfield: La historia no contada del mayor evento de contagios en Estados Unidos”, firmado por Jessica Lussenhop (ver: https://www.bbc.com/news/world-us-canada-52311877).
El artículo comienza mencionando a Julia, cuyos padres, empleados del rastro, inmigrantes, que ni hablan inglés, le habían dicho que se sabía de un trabajador contagiado del Covid-19, pero que la empresa no hizo nada por dar a conocer la situación entre el personal, ni, mucho menos, se preocupó por tomar medidas de prevención para evitar más contagios. Eso fue el 25 de marzo de 2020.
Julia procedió por su cuenta, preocupada de que sus padres asistieran a diario a trabajar a una empresa, en donde 3700 empleados laboran hacinados. En ese rastro, se sacrifican a diario 19500 cerdos, siendo el noveno más grande de Estados Unidos (EU).
Hay que señalar que la producción industrial de tanto animal, daña bastante al medio ambiente, además de que propicia enfermedades entre los animales, pues no se les cría, sino que se les reproduce industrialmente (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/fabricas-de-animales-enfermedades-en_01.html).
Además, la ingesta de carne produce muchas enfermedades, sobre todo, crónico degenerativas, como cáncer, hipertensión, diabetes, obesidad, elevación de colesterol, triglicéridos y otros tóxicos en la sangre, pero como es parte de la impuesta “dieta occidental”, se ha difundido su consumo hasta en países que eran, tradicionalmente, más vegetarianos que carnívoros, como en China (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2010/08/la-muy-lucrativa-adictiva-engordante-y_01.html).
Por otro lado, la producción de carne, especialmente la roja, además de que requiere de demasiados insumos – como millones de toneladas de granos para el ganado, en un mundo hambriento –, genera más contaminación que la equivalente a todos los autos que circulan en el planeta. Sólo se sostiene su producción por los mezquinos intereses de las grandes agroindustrias, las que además han impuesto que la ingesta de carne es imprescindible. Por eso, en EU, cada que se hace una campaña en contra del consumo de carne, no sólo las agroindustrias, sino los carnívoros, que no pueden dejarla, invariablemente protestan (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/la-eliminacion-de-la-produccion-de.html).
Bueno, y dejando de lado los mencionados, muy negativos aspectos que deja la producción de carne en el mundo, ambientales y en la salud, enormes rastros como el de Smithfield, encima de eso, precian más el eficientismo, que la salud de los trabajadores. Es el colmo.
Como decía, Julia denunció a la empresa a un periódico, el Argus, que al día siguiente publicó la nota sobre el trabajador contagiado. Y hasta ese momento, la empresa lo confirmó, diciendo que lo habían enviado a cuarentena y que su lugar de trabajo había sido “totalmente sanitizado”. Y justificó que, por ser una “industria vital”, por eso no había cerrado, como comentó Kenneth Sullivan, CEO de Smithfield. “Estamos tomando las mayores precauciones para asegurar la salud y el bienestar de nuestros empleados y consumidores”, lo cita Lussenhop.
Pero Julia no estaba conforme, pues sabía de rumores sobre más casos de contagios. Ella, como dije, es hija de inmigrantes, y primera generación de nacimientos en EU, al igual que muchos de los hijos de otros empleados, también inmigrantes, cuyos hijos han nacido en ese país. Son tantos, que hasta se hacen llamar “Hijos de Smithfield”. “Mis padres no hablan inglés, así que alguien debe de hablar por ellos”, dice Julia.
A pesar de la denuncia, sus padres tuvieron que seguir yendo al rastro, trabajando a treinta centímetros entre cada trabajador, llegando a ducharse a su casa, temiendo en cualquier momento contagiarse. Y la empresa, sólo interesada en cumplir con su cuota de producción. “Durante ese tiempo, el número de casos confirmados subió de 80, 190 hasta 238”, dice Lussenhop.
Y fue tanto el impacto por demasiada negligencia en cerrar el rastro, que para el 15 de abril, día en que fue obligada a suspender operaciones, por orden de la oficina de la gobernadora, “la planta se había convertido en el centro de la pandemia de EU, con un total de 644 contagiados, entre trabajadores con el virus, y otras personas que lo contrajeron de ellos. En total, las infecciones relacionas con ese rastro, ascienden a 55% de todos los casos existentes en el estado, que sobrepasan, por mucho, los casos per cápita de estados más populosos ubicados en el medio oeste. De acuerdo con el New York Times, los casos dados en Smithfield Foods sobrepasan los que se dieron en el portaaviones Theodore Roosevelt y los de la cárcel del condado de Cook, en Illinois”.
Ya señalé que trabajadores como los de los rastros, junto con muchos otros, son “vitales” y no pueden darse el lujo, de acuerdo con las “normas de la emergencia”, de quedarse en casa, además de que, si lo hacen, simplemente, no tienen ingresos. Y en los rastros, la mayoría de empleados son migrantes, muy necesitados de trabajo, como los padres de Julia. Dice Lussenhop que “Los trabajadores de Smithfield son mayoritariamente inmigrantes y refugiados de lugares como Myanmar, Etiopía, Nepal, Congo y El Salvador. Se hablan 80 idiomas distintos en la planta. Los salarios rondan de los $14 a 16 dólares la hora. Esas horas son largas, el trabajo es pesado y estar en una línea de producción significa permanecer a menos de treinta centímetros, a ambos lados, de los demás empleados”.
Lussenhop habló con varios trabajadores, quienes le dijeron sobre la imposibilidad de dejar de trabajar. Cita a uno, de 25 años, inmigrante, que le dijo “Tengo muchas cosas que pagar. Mi hijo está por nacer y tengo que trabajar. Si tengo el virus, me preocupa que no pueda salvar a mi esposa”.
Y como, en efecto, son vitales las industrias de los alimentos, los dueños han seguido, como si nada, lo que ha incrementado el número de trabajadores contagiados, como en una planta de Tyson, en donde murió un empleado y otros 148, enfermaron del virus.
Smithfield alega que el cerrar una planta provoca graves problemas en la oferta alimenticia, además de que deja de comprar animales a los granjeros locales. Pero si es tan importante, pudieron haber establecido medidas para evitar los contagios.
Los trabajadores hicieron esfuerzos iniciales para que se tomaran tales medidas, pero nada hizo la empresa por implantarlas y evitar contagios. Incluso, si veían a trabajadores enfermos, los conminaban a que siguieran trabajando. Además, hay que pensar que se contagió la carne que estaban procesando. Tendría que examinarse, para ver qué tanto dura activo un virus como el Covid-19 en esa carne. Y eso agregaría más a la, hasta criminal, irresponsabilidad de esas empresas.
Smithfield Foods, que fue adquirida por la empresa China WH Group Ltd., en el 2013, dejó pasar muchos días, desde que el primer trabajador, Agustín Rodríguez Martínez, un salvadoreño de 64 años, que se dedicaba a la limpieza, enfermó por el virus. Todavía fue a trabajar el sábado 4 de abril, muy debilitado y con fiebre, para trapear los pisos. Su esposa lo llevó al hospital, cuando ya casi no podía respirar, en donde, de inmediato, lo intubaron. El martes 14 de abril murió, ya cuando se habían reportado más de 80 casos de trabajadores contagiados del rastro.
Smithfield siguió asegurando que estaba haciendo todo lo posible por evitar los contagios, pero sus “medidas” sólo incluyeron redes faciales, que no sirven para evitar contagios. En otras empresas, los trabajadores recibieron mascarillas reforzadas, guantes, capas largas y botas.
A pesar de todo eso, la empresa siguió laborando. Incluso, lo hizo cuando, aseguró, cerraría 3 días para desinfección total. Testimonios dados por trabajadores a Lussenhop, demuestran que laboró al 60%, cuando dijo que cerraría. Incluso, ofreció $500 dólares extras a los trabajadores que asistieran esos días. Muchos, los consideraron una extorsión, con tal de que fueran a trabajar.
Posiblemente como la mayoría son, como dije, inmigrantes, lo que menos le importó a Smithfield fue tomar medidas eficaces para protegerlos de contagios. Además, siendo, casi seguro, indocumentados varios de ellos, nada podrían hacer en cuanto a quejarse con las autoridades sanitarias y de trabajo, correspondientes.
Si algo se hizo fue porque Kooper Caraway, presidente de la filial de la AFL-CIO, el mayor sindicato de trabajadores de EU, afirma que representantes de éste, se acercaron a la empresa para pedir mayores medidas para incrementar la seguridad de los trabajadores. Pero fue demasiado tarde.
Y, por supuesto, la planta contó todo el tiempo con la complicidad de la gobernadora republicana de Dakota del Sur, la señora Kristi Lynn Noem, quien consideró las funciones del rastro vitales – ha de considerar que es imprescindible la ingesta de tóxica carne de cerdo –, y se rehusó a establecer medidas tales como el confinamiento domiciliario de los condados cercanos a Sioux Falls, así como un centro de aislamiento para los enfermos. “Todo esto es falso”, cita Lussenhop, que declaró aquélla déspota mujer.
Ah, pero como buena republicana que es, pidió que se experimentara con la droga hidroxicloroquina, siguiendo las instrucciones de su nefasto jefe, Trump. Esa droga, ya está demostrado, no sirve para curar la enfermedad respiratoria producida por el Covid-19 y, al contrario, la empeora.
La criminal negligencia de Noem, al igual que la de la empresa, lo único que ocasionó fue que, cuando quisieron actuar, ya había cientos de contagios, tanto de trabajadores, como de gente que ellos habían contagiado, como amigos y/o familiares.
En el caso de Julia, su madre dio positivo al virus, con el problema adicional de que padece enfermedades crónicas. Ella, comenzó a mostrar los síntomas y fue a que le hicieran la prueba. Muy probablemente, su padre esté en la misma condición.
Todo por ahorrar dinero en equipo de protección, seguir produciendo tóxica carne de cerdo en las cuotas establecidas y continuar con los business as usual.
No importan los dramas familiares que tantos contagiados y decesos provoquen.
El artículo termina con la espera que Julia debió de hacer, en una larga fila, para que le tomaran, con un hisopo introducido en sus poros nasales, una muestra de mucosa.
En cinco días más, le habrían dicho si tiene o no el virus. Mientras tanto, tuvo que estar con la ansiedad. De todos modos, el que lo haya tenido o no, no la libró de que su madre está enferma y probablemente también su padre, y de que tiene que seguir la indicación sanitaria que, en los “casos leves”, consiste en permanecer aislado en casa.
Sólo los “casos graves”, ameritan hospitalización. Y ésos son, cuando los enfermos ya no puedan respirar, lo que es absurdo, pues los intuban y tienen no más del 30% de posibilidades de sobrevivir.
Es cuestión de suerte si se curan los tres.
Pero si los dueños de Smithfield o la gobernadora Noem se enferman, tendrán las mejores atenciones que su dinero pueda pagar. Y eso, hace una gran diferencia. No es garantía de que se curen, pero sí eleva sus posibilidades de salir avante.
Pero, para los pobres inmigrantes que forzosamente deben de seguir trabajando en instalaciones infectas, con grandes probabilidades de contagiarse, en cada día laboral que asistan, se la estarán jugando.