martes, 30 de julio de 2019

Visitando el santuario aviar El Nido, en Ixtapaluca



Visitando el santuario aviar El Nido, en Ixtapaluca
por Adán Salgado Andrade

Existen algunos sitios que, gracias al esfuerzo de personas interesadas en preservarlos, continúan dedicando su existir a los objetivos que el, la o los fundadores originales, tuvieron como meta.
Por ejemplo, la casa del artista escocés Edward James (1907-1984), ubicada en el pueblo mágico Xilitla, en San Luis Potosí, a su muerte, fue declarado Monumento Artístico en 2006, por el gobierno de San Luis Potosí y en el 2012, por el gobierno federal.
Es un espacio escultórico sorprendente, en el que, por años, James hizo varias esculturas monumentales, las cuales, combinó con el espacio natural de la huasteca potosina. Su casa y todo lo que él edificó, son ahora ese patrimonio cultural, el cual, recomiendo muchísimo visitar (ver: https://www.laspozasxilitla.org.mx/index.html).
Eso mismo sucedió con el proyecto del Doctor Jesús Estudillo López (1933-2010), médico veterinario zootecnista, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hace algunos años, compró poco más de siete hectáreas de tierras de arado en el poblado de Ixtapaluca, Estado de México, ubicado al oriente de la ciudad de México.
Allí, el doctor Estudillo, apasionado conservacionista de aves, estableció lo que inicialmente se llamó Vida Silvestre Jesús Estudillo López A.C. Allí, dedicó varios años para emprender su más grande proyecto, establecer un santuario en donde aves, principalmente en extinción, pudieran vivir como en sus hábitats originales y, de ser posible, reproducirse.
Edificó también su casa, para vivir cerca de sus aves y de todos los otros animales que fue sumando a ese extraordinario sitio.
A su muerte, todo el lugar, hasta su casa, se sumaron para ser parte del santuario en donde conviven aves, felinos, roedores, primates, víboras, alacranes, arañas y tortugas.
Ese sitio está a unos treinta kilómetros del centro de la ciudad de México, en la localidad Ixtapaluca (ver: http://elnido.mx).
Es un sitio obligado para todas aquellas personas que deseen entrar en contacto, literalmente directo, con varias de las aves que allí habitan.
El Nido vive de lo que se cobra por visitarlo y de las donaciones que se le hagan, sea en especie o en dinero.

Por eso, se le debe visitar, como nosotros lo hicimos.
La entrada general es de 150 pesos, pero maestros, estudiantes, vecinos de Ixtapaluca y personas de la tercera edad pagan 120 pesos.
Se puede pagar con efectivo o tarjeta, lo cual es cómodo, para no llevar tanto dinero.
Una vez que se adquieren los boletos, se asigna, al o a los visitantes, un guía, ya sea un joven o una chica, los que normalmente cubren su servicio social allí (el que nos tocó, recién había concluido su vocacional).
Lo primero que se nos mostró, fue la sala en donde hay víboras, alacranes, arañas y una tortuga de desierto. Como los lugares en donde tienen a esos reptiles son calientes, se procura emular ese medio ambiente mediante focos que están dentro de las cajas de vidrio en donde están las víboras. El chico, Pedro, nos explicó que para distinguir las víboras venenosas de las que no lo son, deben tenerse en cuenta las figuras y trazos de sus pieles. En el caso de las venenosas, además de que su cabeza es más triangular – por las glándulas que contienen el veneno –, sus colores son más vistosos y las figuras son muy regulares, como las coralillo, de vibrantes colores rojos o amarillos, además de que sus, digamos, adornos son, en efecto, muy parejos.

Las no venenosas, tienen su cabeza muy fina, casi es la continuación de su cuerpo cilíndrico, y las figuras de sus pieles, son más irregulares. Hay víboras de cascabel, coralillos, boas, mazacuatas y algunas otras. Pero son jóvenes, justo para que no ocupen mucho espacio. Es imponente ver a uno de esos reptiles tan cerca, separados tan sólo por el vidrio de su jaula. A pregunta de qué es lo que comen, Pedro nos dice que ratones, principalmente, los cuales crían en el Nido.
También tienen allí tarántulas, viudas negras y arañas “violinistas”, las que alimentan con moscas y otros insectos. Y los mencionados alacranes, de los que se encuentran en lugares como Durango.
Esa sala, termina exhibiendo una tortuga del desierto. Se ha tratado de acondicionar el lugar lo más cercano posible a su hábitat seco y caluroso y se ve que el quelonio está a gusto, aunque trata constantemente de salirse de su área, empujando las secciones de bambús con que la cerca perimetral se construyó.

De allí, vamos al área en donde tienen dos jaguares, hembras los dos, y un puma. Pedro dice que algunos de los animales que posee el Nido, han sido donados por (inescrupulosas) personas que los tenían en sus casas, pero que, luego de algún tiempo, ya no pudieron seguirlos conservando. Absurda tendencia, la de hacerse de “mascotas exóticas”, que no están adaptadas para vivir en una casa, por muy “domesticadas” que estén. Claro que muchas son adquiridas ilegalmente, pero cuando salen a luz sus instintos agresivos – por no decir salvajes –, es cuando surgen verdaderas complicaciones. Tener un leopardo o una boa conscripto, por ejemplo, ha llevado a serios ataques a los “dueños”, muchas veces mortales.

Por eso debe de tenerse en mente que sólo algunos animales pueden “domesticarse”, como los tradicionales perros o gatos (aunque soy de la idea, como ya hay muchos activistas a favor de ello, de que es contra natura tener animales en las casas. El problema mayor es el asignarles un sitio en donde orinen y defequen, que en lugares cerrados, como departamentos, no es fácil, a menos que se les entrene muy bien, para que lo hagan en un sitio determinado, sobre todo con los perros, pues con los gatos, basta con tenerles un arenero, el que, claro, debe de estarse aseando constantemente).

De los felinos, comienza el recorrido en donde se tienen a las aves, la mayoría de las cuales son pericos de distintas familias, tucanes, cotorritos australianos (periquitos del amor), ninfas, faisanes, gansos y gallinas de guinea.

Esa es una de las experiencias más interesantes, pues hay jaulas de pericos, en donde los visitantes pueden entrar a alimentarlos, como hicimos. Pedro nos proporcionó alpiste, que colocó en una de nuestras manos. Luego, ya dentro de la jaula, elevamos al aire nuestras manos y… ¡se experimenta una gran emoción cuando tres o más pájaros se posan en nuestro antebrazo y mano para comer el alpiste! Allí, recomienda Pedro, lo importante es mantenerse sereno, no espantarse de que se posen, incluso, hasta en nuestra cabeza, pues esos periquitos son totalmente inofensivos. Cualquier reacción brusca por temor, los espanta, así es que ¡no se asusten si se les paran en la cabeza!

Definitivamente, una manera muy especial de convivir con esas aves. Muy bueno que hayan ideado esa actividad.
Luego, Pedro nos muestra una sección de primates, capuchinos y lémures, entre ellos. Cuando uno ve a esa especie de mamíferos, tan semejante a nosotros, no cabe la menor duda de que somos producto de la evolución. Un estudio demostró que, en particular, los chimpancés, pueden superar a los humanos en recordar números, colores y otras cosas (ver: https://www.newscientist.com/article/dn12993-chimps-outperform-humans-at-memory-task/).



Así que nada de subestimarlos. Quizá un día evolucionen tanto que hasta nos dominen, como proponen las cintas “El planeta de los simios” y sus secuelas, las de los 1970’s y las actuales.
De allí, visitamos grandes jaulas en donde hay aves como águilas, cóndores y otras, a punto de extinción, pero que en ese sitio han logrado reproducirse.
Hay que decir que los ambientes en donde están las distintas aves, son adaptados a sus lugares de origen. “Hay cinco ecosistemas”, dice Pedro. En efecto, algunos se sienten más calientes que otros, simulando ambientes tropicales. Unos, replican bosques. Muy bien concebido y convincente todo lo que hemos visto.
Nos muestra también el sitio en donde están las incubadoras y en donde se revisa a los animales.
Pedro dice que hay personas que se encargan de alimentar y asear los sitios en donde están aquéllos y que siempre los tienen muy bien alimentados.
Tienen problemas, como gatos, que han llegado de la calle, y que son un problema, por las enfermedades que puedan transmitir. En una jaula de cacatúas, nos sorprende ver a varios ratones dándose un festín, con las sobras de alimentos que dejan las aves. Le decimos a Pedro, en broma, que esos ratones deberían de estar con las águilas o las víboras, para que se los comieran.
Luego, hacemos una pausa, para descansar, refrescarnos y comer algo en la cafetería que hay en el lugar, con buenos precios y comida aceptable.
La familia con la que hemos convivido, formada del padre, la madre y una niña de unos seis años, se ha comportado muy bien. Dice Pedro que el mayor problema son las personas que meten las manos por las rejas, las que a veces pueden llevarse picotazos o mordidas de los animales o aves. Y no falta el que los quiera “alimentar”, con comida chatarra, muy dañina para aquéllos.

Como es tan grande el santuario, hay algunas especies que andan sueltas, como un carpincho, considerado un mamífero roedor, el más grande del planeta, del tamaño de un perro mediano. En un lago artificial, hay unos flamingos. Un emú, una especie de avestruz, pero más pequeño, deambula por todo el lugar, siguiendo, curioso, a los visitantes. Una liebre de la Patagonia (Dolichotis Patagonum), de gran tamaño, también se deja ver. Y otro lago artificial, alberga a varias tortugas de lagunas. Y ardillas silvestres, abundan.
En ese intervalo, se ofrece fotografiarse ya sea con dos especies de águilas, y dos de búhos. Todo eso es para que el lugar reciba más fondos y pueda continuar su noble labor de rescatar a especies en peligro de extinción.
Ya comidos, bebidos y descansados, pasamos a la siguiente etapa del recorrido, en el cual visitamos otras grandes jaulas, en donde están águilas reales, que no han logrado reproducir. Hay un águila arpía, único ejemplar en México, procedente de Panamá, en donde es endémica. Pasamos frente a la jaula de un zopilote común, antes tan abundantes en el campo mexicano, cuando algún animal moría, que “revoloteaban” alrededor y por eso se sabía del cadáver. Quizá por la contaminación y depredación ambiental de sus hábitats, se han ido extinguiendo. Desgraciadamente, no pudimos verlo, pues estaba oculto en algún resquicio de su gran jaula (esa jaula tendría unos cinco metros de altura y unos seis metros de frente y de fondo, muy convenientemente espaciosa).
Luego, vimos otros cotorros, entre ellos, uno rosado. Se trata de una cacatúa galah (eolophus roseicapilla), muy abundante en Australia. Cuando estuvimos frente a su jaula, la peculiar, colorida ave, se nos acercó y agachó su cabeza, esperando una caricia de nosotros, lo que hicimos de buen agrado. Cuando nos alejamos, pareció entristecer. Pensamos, entonces, que quizá se trataría de un ave donada, pues ese comportamiento no es de un ave silvestre.  
El último sitio del recorrido, es entrar a lo que fuera la casa del doctor Estudillo, así como su biblioteca, las que hoy albergan nada menos que a unos Quetzales, hermosas aves de plumas verdes jaspeado, muy vistosas. Se han logrado procrear en el Nido y ya hay once. Viendo su plumaje, se entiende por qué mexicas o mayas las preciaban tanto y las usaban como ornato en penachos y trajes.
La casa tiene instalado a unos cuatro metros de altura un andador, al que se llega por unas escaleras, que la recorre toda. Pedro dice que debemos entrar en silencio, con tal de que no alteremos el ambiente de los Quetzales. Hay un pájaro parecido (dice Pedro que le llaman “pájaro que llora sangre”, pues al llorar, en efecto, una especie de polvo rojo que secreta la parte inferior de sus ojos, se resbala como gotas de sangre), que, se ve, ha tomado mucha confianza con los visitantes y los sigue de cerca, quizá esperando que alguien lo alimente.

No sé si el doctor Estudillo haya imaginado alguna vez que su casa se convertiría en un gran espacio para albergar a tan exóticas aves.
Como sucedió con la casa de Edward James, la casa del doctor Estudillo dejó de servir como su hogar, para convertirse en algo más noble, en un sitio en donde se están alejando de la extinción a esas verdosas aves.
Por último, Pedro nos muestra al avestruz del Nido, un ave corredora que logra vivir hasta 50 años en cautiverio. El que nos muestra tiene quince años. Le queda mucha vida.
Y deseamos, de todo corazón, que El Nido siga existiendo por varios años, para que ese avestruz y todas las aves y animales que viven allí, estén seguros, sin temer que sean presa de un furtivo cazador, traficante de especies o de la contaminación y depredación de sus hábitats.
Recientemente, falleció también el hijo del doctor Estudillo. Por lo mismo, El Nido se vio en serios aprietos económicos. Afortunadamente, la campaña que se hizo para recabar fondos, tuvo gran éxito, y se colectó el doble de lo esperado.
Sí, por eso, ayudemos a El Nido, visitándolo o donando alimentos y/o dinero.
Desde donde quiera que el doctor Estudillo se halle, debe de estar muy orgulloso de su gran obra.


jueves, 25 de julio de 2019

Esclavas sexuales en Bangladesh


Esclavas sexuales en Bangladesh
por Adán Salgado Andrade


Bangladesh, ese lugar que los Beatles mostraran como mágico, maravilloso. Es un país pobre, mayoritariamente agrícola, que ocupa el sitio 33 a nivel mundial, el cual produce principalmente arroz, tiene un gran número de habitantes que emigran a países árabes para trabajar, una cuarta parte de su población vive en extrema pobreza y sufre constantes inundaciones por huracanes y las lluvias del monzón   (ver: https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/geos/bg.html).
Pues bien, dentro de los anacronismos que tiene ese país, uno, es que sus burdeles, son considerados una “tradición”, la que, desgraciadamente, afecta a miles de mujeres que, en pleno siglo veintiuno, son raptadas y vendidas a proxenetas que operan dichos sitios.
Una publicación de The Guardian, firmada por Corinne Redfern, da cuenta de ello (ver: https://www.theguardian.com/global-development/2019/jul/06/living-hell-of-bangladesh-brothels-sex-trafficking).
Comienza mencionando el triste caso de Labonni, una chica que a los 13 años fue “vendida” a la dueña de un burdel. Dice que ni recuerda cuántos hombres han pagado por sus servicios sexuales, que inicia a las nueve de la mañana, de lunes a domingo. En promedio, cada hora tiene un “cliente”. Muchos le han prometido rescatarla, pero sólo queda en eso, una no cumplida promesa. Y ha pensado en suicidarse, pues ya no tiene esperanzas en salir de esa condenada existencia en ese burdel, localizado en Mynensingh, un poblado del centro de Bangladesh. En ese sitio, entre 700 mujeres y chicas trabajan sexualmente, las más de ellas, en contra de su voluntad.
“Muchas veces, despierto y me pregunto ¿por qué sigo viva?”, declara, triste.
Chicas de apenas doce años están allí, durmiendo de a cinco en un solo cuarto, sus camas, separadas sólo con rotas cortinas de algodón. Ruidosos equipos de sonido emiten música y licor casero se sirve de botellas plásticas para “adormecer” el dolor. Hombres sin camisas, recorren los pasillos en busca de chicas. Diez minutos de sexo les costarán 400 takas (unos 87 pesos), pero es dinero que se va para los que regentean el burdel y muy poco o nada para las obligadas trabajadoras sexuales.
Labonni inició su desgracia cuando decidió abandonar al abusivo “esposo”, con el cual ya tenía una hija de seis meses. El año anterior casi la obligaron a casarse, a sus doce años, justo en el día en que comenzó a menstruar (ya se les considera “mujeres casaderas” en muchos países, cuando comienzan las menstruaciones. Vaya estupidez).
Dice que no sabía a dónde ir. Dejó a su hija con una hermana. Pensaba conseguir trabajo en una fábrica de ropa. Una mujer, aparentemente muy caritativa, la vio llorando. Se “compadeció” de ella, la llevó a su casa, en donde la alimentó y la dejó dormir por dos días, hasta que la vendió – sí, vendió – al burdel por 180 libras (unos 4300 pesos, ¡qué poco vale una persona allí!), y se le prohibió huir, so pena de ser castigada severamente.
Al siguiente día ya laboraba como chukri, o sea, una obligada trabajadora sexual. “La matrona que me compró, me dijo que tenía que pagarle. Sobornó a la policía para decir que yo tenía 18 años – que es la edad “legal” para que se prostituyan las mujeres –, y me dijo que le debía más de 914 libras ($21,700 pesos). Me confiscó mi celular y me encerró en mi cuarto, advirtiéndome que me lastimaría si intentaba escapar. A los tres meses, desistí de escapar, pues siempre te encuentran”. De terror, el relato de la chica, comparable a la forma en que secuestraban y llevaban a los yaquis, en los años 1900’s, en México, desde Sonora, a las haciendas henequeneras de Yucatán, como es narrado en el libro México Bárbaro, del estadounidense John Kennet Turner (1879-1948).
Así, con engaños de que les “deben”, son retenidas chicas como Labonni. Desde que comenzó a trabajar con esa matrona, dice Redfern, un rápido cálculo indica que ella ha ganado más de 46,500 libras, ($1,104,000 pesos, suficiente para comprar una casa de “interés social” en México). Así, señala Redfern, Labonni ha pagado su “deuda” original unas 50 veces más.
El año pasado le dijo la matrona que, por fin, ya había pagado su “deuda”, pero Labonni sigue trabajando allí. “Siento que nada valgo. Mi hija ni siquiera sabe que soy su mamá”, se lamenta la chica. De todos modos, aún con la “deuda” saldada (tuvo que pagar 5082% de intereses), debe de dar la mitad de lo que obtiene semanalmente, aproximadamente 78 libras (unos 1852 pesos), a la matrona por el servicio de “luz y un lugar en donde estar”. O sea, Labonni debe de darle a esa explotadora el equivalente a 926 pesos (que es mucho dinero para ese país), con tal de que le permita seguir explotándola como trabajadora sexual, pues la chica siente que no tiene ninguna oportunidad de cambiar de vida. Así les arruinan los traficantes sexuales sus vidas.
Para los “clientes”, alquilar a las chicas no es “nada malo”, al contrario, sienten que les hacen un favor y ellas, los necesitan. Eso afirma Mohammed Muktal Ali, un hombre de 30 años, conductor de autobuses, casado. Ha estado visitando durante cuatro años y medio a Labonni, todos los días. Es, digamos, un cliente regular. “Todas las chicas en este burdel no reciben ayuda de nadie. Usted no puede vender a un chico, pues no tiene valor monetario, pero, sí, a una chica, pues tiene un valor monetario. Como dije, no se siente mal por alquilar a Labonni y dice que “estoy seguro en un 70% de que un día la voy a rescatar”. De eso, Labonni exclama que “¡yo, ya no creo en los hombres. Todos mienten!”.
Probablemente se sienta así porque es muy fácil para un cliente mentirle, con tal de obtener más favores sexuales de ella. Por otro lado, se deduce que la “fidelidad” no existe o muy poco, pues si Mohammed acude a Labonni todos los días, siendo un hombre casado, se ve que es lo que menos le importa. Además, son culturas que aceptan la poligamia machista, no así, la de las mujeres, a las que hasta condenan a muerte si son “infieles” (eso puede verse en la cinta estadounidense The stoning of Soraya, del 2008, dirigida por Cyrus Nowrasteh – conocida aquí como “El secreto de Soraya” –, sobre la historia verídica de una mujer que fue condenada a ser apedreada por la falsa acusación de infidelidad de su “esposo”, el que lo hizo para deshacerse de ella y que, así, pudiera él, tener una relación con otra mujer).
Cuatro pisos debajo de donde está Labonni, Farada, de 33 años, dice que se ha incrementado bastante el número de chicas que trabajan en ese burdel. Ella fue esclava sexual durante doce años, hasta que un cliente le “regaló” una chica y se convirtió en explotadora. Luego, Farada compró una segunda chica por 137 libras (unos 3,253 pesos) y creció su “negocio”. “Les pagué 27 libras (unos 641 pesos) a los policías, para que arreglaran el papeleo que mostrara que ella tenía 18 años –  como señalé antes, es la edad “legal” para prostituirse – y asunto arreglado. Pero ahora ya cobran más caro, por lo menos 450 libras (unos 10,683 pesos), por eso, ahora las chicas deben de pagarme ese gasto. Sí, entre más joven la chica, más es lo que se paga de soborno a los policías”.
No siendo suficiente eso, también les deben de pagar las matronas a la mafia local que controla el burdel. Saca Farada de las dos chicas 187 libras (4440 pesos), pero debe de dar un tercio, (1,480 pesos) a dicha mafia. Y se les debe de pagar, pues, de lo contrario, podrían hasta matar chicas o quemar el sitio (recuerda mucho eso a las bandas criminales que cobran “derecho de piso” en México y que, si no se les paga, matan a los dueños del negocio y lo queman).
Entrevistado por Redfern, el académico Siddharth Kara, quien aconseja a la ONU y a los Estados Unidos sobre esclavitud contemporánea, afirma que son desproporcionadas las ganancias que genera la esclavitud sexual mundial, pues constituyen la mitad, siendo que las personas controladas sexualmente, apenas son el 5%. Sí, es claro que, en ese sentido, es más lucrativo para el traficante de personas poner a trabajar en la prostitución a una mujer, que dedicarla, por ejemplo, a realizar trabajo doméstico.
Señala Kara que “El retorno en la inversión del tráfico sexual es de alrededor del 1000% – o sea, de cada dólar invertido, se obtienen diez de ganancia –, comparado con retornos mucho más bajos, como los obtenidos en la explotación humana en construcción, agricultura o minería. Es inmensamente lucrativa esa actividad porque se gasta muy poco en adquirir víctimas y por el hecho de que de cada una, puede venderse veinte veces o más en un solo día, rindiendo decenas de miles, si no es que cientos de miles de dólares de ganancia por cada víctima”.
Es decir, actúa el capitalismo salvaje en su más puro concepto, la maximización de la explotación humana, con tal de obtener la ganancia óptima. La mercancía serán las chicas y su valor de uso, el emplearlas como forzadas prostitutas.
El problema se agudiza porque en Bangladesh, la prostitución es legal. En el 2000, luego de que cien trabajadoras sexuales fueron detenidas durante un año, el “gobierno” de entonces decidió legalizar la actividad, lo que aparentó un gran avance para los derechos de tales trabajadoras sexuales, pero lo que no se hizo fue otorgarles garantías. Al final, en lugar de avanzar, retrocedieron. No significó más libertades para la mujer en general, la que está muy oprimida en ese país. Sólo fructificó el negocio, pero ha sido una forma de marginar más a las mujeres. Una de cada cinco, por ejemplo, es obligada a casarse antes de los 15 años. Sólo un cuarto de ellas concluye la secundaria. Y que puedan elegir algo, ya sea estudiar, casarse o tener hijos, es un “lujo que pocas pueden darse”.
La prostitución es legal, pero traficar con gente o la labor forzada, no lo son. Pero los comerciantes de humanos siempre encuentran “lagunas legales” para que una mujer “traficada”, lo cual es ilegal, se convierta en prostituta, lo cual es “legal”. El “gobierno” bangladeshino estima en unas cien mil las mujeres trabajando sexualmente en el país y un estudio reciente afirma que menos del diez por ciento, o sea, menos de diez mil mujeres, lo hacen por su propia voluntad. Redfern dice que casi todas las mujeres entrevistadas, que trabajan en burdeles, fueron vendidas a extranjeros, nada menos que por “familiares” o, más grave, “esposos”, sin su consentimiento. Así que con esos “familiares” o “esposos”, para qué querrían enemigos esas pobres mujeres.
En abril del 2019, el periódico Dhaka Tribune, reportó que la sentencias para traficantes sólo se dan en el 0.5% de los implicados y a pesar de que más de 6000 personas han sido arrestadas por el delito de tráfico humano desde el 2013, sólo 25 fueron consignados. En el 2018, sólo 8 personas fueron sentenciadas en Bangladesh. O sea, las personas traficadas son un “mal menor”, que no vale para encarcelar al infame traficante (por otro lado, se esperaría que en pleno siglo veintiuno, ese anacronismo, propio de pasados siglos, no existiera ya).
Aunque muchas chicas venden sexo desde sus casas, más de 5000 está distribuidas en los 11 más grandes burdeles del país, algunos de los cuales, datan de hace cientos de años. Cada uno está registrado públicamente y “monitoreado” por la corrupta “policía” local. Un triunvirato de poderosas instituciones – gobierno, policía y religión, sí, “religión” – “vigilan” y aprueban violación, esclavitud y el abuso sobre cientos de miles de niñas pubertas.
El activista Azharul Islam, quien dirige el Rights Jessore, una organización no gubernamental local, afirma que “La policía de Bangladesh sabe todo lo que sucede en los burdeles. Los dueños de esos burdeles están coludidos con mafias y nuestros líderes políticos y los que ejercen las leyes, también tienen nexos con tales mafias”. Así que por hacerse de la “vista gorda” tales mafiosos en el poder, reciben sobornos y hasta favores sexuales (les han de pagar los dueños de los burdeles con sexo con las chicas).
Rights Jessore ayuda a rehabilitar a niños que han sido obligados a trabajar en el tráfico sexual y los devuelve a sus familias. Loable acción, que quizá no sea suficiente por el alto número de niños y niñas que caen en ese tráfico.
La investigación de Redfern averiguó que más de 20 chicas menores de edad tienen sus “certificados” de que tiene 18 años. Una chica admitió tener sólo 13 años. Mahmudul Kabir, representante de la organización noruega “Tierra de Hombres”, dice que “Esos son los legisladores, aliados con la mafia local”, lo que permite eso.
Y es que, además de las ganancias que las chicas esclavizadas dan a esos mafiosos, están “disponibles” para ellos. Por eso se han incrementado los índices de suicidio entre ellas. Y son tantas las que logran matarse, que dos burdeles, Kandapara y Daulaldia, han tenido que construirse sus propios cementerios, con tal de disponer de los cuerpos (muy a como lo hacían las famosa Poquianchis, las hermanas Delfina y María de Jesús González que tenían esclavizadas en los años 1960’s a decenas de mujeres, en Guanajuato, obligadas a trabajar en su “cártel de prostitución”. De tantas mujeres que morían, fuera por enfermedad, abortos o golpizas, hasta tenían su propio “cementerio” en el jardín, en donde se hallaron más de 90 cuerpos. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Las_Poquianchis).
Shilpi, una mujer de 57 años, que trabaja en Daulaldia, dice que se mata en promedio una chica por mes. Ella se encarga de supervisar el entierro y de orar por la fallecida. Y no sabe cuántas están enterradas en el “cementerio” del burdel, pues a la número cien, “perdí la cuenta”. “Antes, las echábamos en la fuente, con piedras atadas, pero luego se soltaban y salían flotando, por eso, mejor se decidió enterrarlas”, suspira.
En el burdel en donde trabaja Labonni no hay cementerio propio, no es que no se necesite, pero se ha preferido enterrar los cuerpos de chicas suicidadas en otros cementerios, durante la noche, alumbrándose con antorchas para hacer la fosa y sepultarlas allí, en medio de la obscuridad.
Lo deben de hacer así, clandestinamente, porque como a las prostitutas las consideran “pecadoras”, son “indignos” sus cuerpos de ser enterrados en cementerios públicos. La gente no lamenta cada que una chica se suicide, al contrario, se afirma que “es una rápida forma de que se vayan al infierno”. Inverosímil, pues la mayoría fue vendida, muy probablemente por la misma gente que las desprecia por dedicarse a eso. ¡Malditos hipócritas de porquería!
Labonni ha tratado de suicidarse varias veces, pero ha fallado, dice, sentada en su cama. La pared que está a un lado muestra los teléfonos de algunos clientes garabateados. “Pero lo voy a intentar nuevamente, hasta que lo logre”, asegura, mientras muestra las cicatrices de los cortes con navaja que a diario se hace.
Como Labonni, las chicas que buscan suicidarse, lo hacen porque se sienten sin valor, no merecedoras ya de una vida “normal”. Una asociación de abogadas la Bangladesh National Women’s Lawyers’ Association, BNMLA, les brinda ayuda, cuando al fin logran salir de esos, sí, infiernos. Dice Sadia Sharmin Urmi, psicóloga de la BNMLA,  que “cuando llegan, están muy espantadas, cuesta mucho lograr que reganen su confianza. Pero en tres meses, con ayuda psicológica continua, muchas ya se sienten seguras y eso significa mucho para ellas.
Sin embargo, Labonni no está esperanzada en que la ayuden. “Toda mi vida la gente me ha pedido que tenga sexo para que ellos ganen dinero. ¿Cuánto tengo que ganar para liberarme de esto?”.
Pero las diarias videollamadas con su hija, que vive con su hermana en Dhaka, le dan aliento. “Un día, cuando ella tenga suficiente edad, me gustaría que sepa que soy su verdadera madre”, concluye su testimonio.
El reportaje finaliza con pasmosas cifras de la moderna esclavitud.
Hay 40.3 millones de personas que sufren alguna forma de esclavitud en el mundo. Más de la mitad de las víctimas realizan trabajos forzosos. El tráfico sexual se impone mediante coerción, abducción, fraude o por la fuerza, con tal de obtener una ganancia de la persona que se explota sexualmente.
El 99% de las personas obligadas a trabajar sexualmente en el mundo son mujeres y niñas.
Hay 13,000 personas que trabajan esclavizadamente ¡nada menos que en Inglaterra! No se creería que en un país “desarrollado” sucediera eso.
Un 70% de las víctimas del tráfico sexual están en Asia y en la región del Pacífico.
Y son $150,000 millones de dólares los que deja el lucrativo tráfico sexual como ganancia anual. Los traficantes sexuales pueden ganar hasta $36,250 dólares por  víctima al año ($725.000 pesos). Esta increíble cifra muestra por qué los proxenetas se enriquecen tanto y buscan mucho dedicarse a eso.
En fin, chicas como Labonni son víctimas de la mercantilización, simples “productos vendibles”.
Y esa es la “gran sociedad”, que a tantos gusta, que ha construido el muy prometedor “capitalismo salvaje”.