Inundaciones y sequías extremas golpean más a
naciones pobres
Por Adán Salgado Andrade
Cada año se lleva a
cabo una reunión internacional llamada COP (Conferencia de las Partes, por sus
siglas en inglés), en la cual se busca disminuir depredación y contaminación
globales, tratando de que la temperatura del planeta no suba más de 1.5º C,
para que los efectos de la catástrofe ambiental que hemos ocasionado, no
empeoren más de lo que ya están.
En la actual, la COP29,
llevada a cabo en Azerbaiyán, la conclusión de la ONU fue de que si los países
ricos (reunidos en el G20, en Brasil), no ayudan a paliar todos los estragos
que sus cómodos estilos de vida (que han ocasionado tanta depredación y
contaminación) han provocado, habrá una “brutal destrucción económica”
(economic carnage), que los dañará también. Simon Stiell, jefe de la oficina
climática de la ONU, enfatizó que la ayuda a los países pobres, para que puedan
paliar los terribles efectos que sufren año con año por la catástrofe ambiental
(sequías, lluvias torrenciales, inundaciones, elevación del nivel del mar,
deforestación…), debe de llegar a un billón de dólares para el 2030, si
realmente se busca que las cosas no empeoren, tanto para los mencionados países
pobres, así como para los “ricos” (ver: https://www.theguardian.com/world/2024/nov/16/un-warns-of-economic-carnage-if-g20-leaders-cannot-agree-on-climate-finance-for-poor-countries).
Y es que, en efecto,
Europa, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda (y ahora China por su
irracional sobreproducción), al mantener un cómodo estilo de vida por tantos
siglos (desde el colonialismo), robando sus recursos a los países pobres (que
antes fueron sus colonias), son los principales responsables del estado tan
terrible en que se encuentra el planeta, sus recursos, la catástrofe climática
y que cada vez se incrementan las zonas que van dejando de ser habitables (ver:
https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2024/08/europa-la-saqueadora-y-depredadora.html).
En una serie de
artículos publicados por The Guardian,
se da cuenta de los graves problemas de destrucción de vidas y futuros que
inundaciones, largas sequías, elevación del nivel del mar y otros están
ocasionando en países pobres o muy pobres, principalmente en Asia y en África.
En el titulado “Cuando
el agua bajó, vi que nuestra casa ya no estaba”, Leoncia Ibanez relata cómo fue
que perdió su hogar, pero, por fortuna, toda su familia se salvó. “Leoncia
Ibanez vivía en Sitio Gipit, un pequeño poblado en las afueras de Antipolo, en
Filipinas. En agosto del 2024 el súper tifón Carina, también llamado Gaemi,
golpeó a ese país; combinado con lluvias monzónicas, ocasionó severas
inundaciones. La lluvia torrencial y fuertes vientos, empeoraron por la crisis
climática, la que está haciendo a esas tormentas algo muy común” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/18/when-the-water-subsided-i-saw-our-house-was-gone-this-is-climate-breakdown).
Narra Leoncia cómo en
medio de la tormenta, el agua subía tan rápido que no lo podían creer. “Tuve
que decidir entre salvar a mis cosas o a mis hijos, lo que, por supuesto, hice,
mi familia es primero. Como mi casa estaba rodeadas de árboles, nos trepamos a
uno y allí estuvimos. Mi hija, mi marido y yo, sufrimos heridas por objetos que
estuvieron pasando mientras el agua circulaba torrencialmente”.
Sigue narrando que
perdieron todo. Se dedicaban a vender bolas fritas de pescado y comida en las
calles. Tenían dos motos para trabajar en ello, pero “las perdimos. Sólo nos
queda una y estamos tratando de repararla, pero es muy difícil. Sin casa y sin
dinero, no veo un futuro, pero de todos modos les digo a mis hijos que estudien
mucho, que se superen, pues no sabemos si el gobierno nos vaya a ayudar. De la
casa, sólo quedó el WC y en esa zona, otras catorce familias también perdieron
su hogar. Nos albergaron en una escuela, pero ya tuvimos que dejarla porque
comenzaron las clases. Y nos enviaron a otro refugio, pero no sabemos hasta
cuándo estaremos aquí. Recogemos restos de metal y otros desperdicios que
vendemos en las recicladoras. Y con el dinero que obtenemos, compramos sardinas
y vegetales”.
Sólo imaginen estar así,
sin casa, sin pertenencias, sin sus medios para sobrevivir… a muchos, los
llevaría al suicidio. Aun así, Leoncia dice que “el Señor nos ayudó y es el
único que está ahí. No sabemos cómo
sobreviviremos, como comenzaremos de
nuevo, si el gobierno nos ayudará o no. Y sé que esto va a volver a
suceder y tengo miedo. De todos modos, el Señor nos ayudó. En estos momentos,
se ve quiénes son los amigos y las personas que solidariamente nos han hecho
donaciones de dinero, de alimentos, de cosas. Y estamos haciendo lo más que
podemos por tratar de mantenernos juntos. Sí, eso haremos”.
Otra historia es la del
zambiano Emmanuel Himoonga, quien fue entrevistado por los reporteros Chiwoyu Sinyangwe y Rachel Savage. Titulada
“’Lo perdí todo’: África del sur sufre hambre a consecuencia de histórica
sequía”. Señalan los reporteros como introducción que “las cosechas han fallado
en muchos países africanos sureños, lo que pone en riesgo de hambruna a 27
millones de personas, de acuerdo con el Programa de Alimentación Mundial” (ver:
https://www.theguardian.com/global-development/2024/nov/14/lost-everything-southern-africa-battles-hunger-amid-historic-drought).
Himoonga, de 61 años,
es jefe de Shakumbila, una comunidad agrícola de cerca de 7,000 personas, a
unos 112 kilómetros de Lusaka, la capital de Zambia. Este país africano cuenta
con casi 21 millones de habitantes y su ingreso per cápita es de $3,700 dólares
(unos $74,000 pesos anuales. En comparación, el mexicano es de $13,926 dólares,
unos $278,520 pesos al cambio actual, casi 4 veces el de Zambia. Pero hay que
señalar que el ingreso per cápita es sólo una medida econométrica, que no
representa la realidad económica de un país, ni de la mayoría de sus
habitantes. Un trabajador mexicano que perciba salario mínimo, tendría
ingresos, tomando en cuenta los 365 días del año, de $90,860, es decir, un 33
por ciento del ingreso per cápita. Una tercera parte de los empleados formales
mexicanos perciben el mínimo. Como se ve, es engañoso el ingreso per cápita. Es
una mera cantidad comparativa que mide cómo crece la actividad económica, pero
no cómo se distribuye en la realidad).
Dice Himoonga que ya
antes había visto sequías, “pero nada como la actual. Antes, eran cada cinco
años y no tan largas, pero ahora son cada tres o cuatro años y muy largas.
Ahora, todas las cosechas se echaron a perder, pues no ha llovido en meses. Lo
he perdido todo”.
Abre el artículo una
foto de él, caminando por entre sus secas tierras, de las que sobresalen
algunos secos tallos de plantas de maíz, que no alcanzaron a crecer por la
falta de lluvias.
Señalan los reporteros
que “África del sur está sufriendo una de sus peores sequías en por lo menos un
siglo, con 27 millones de personas afectadas y 21 millones de niños sufriendo
desnutrición, de acuerdo con el Programa de Alimentación Mundial (PAM)”.
Explican que El Niño,
combinado con la catástrofe ambiental, suprimieron la temporada de lluvias, lo
que eliminó la mitad de las cosechas. “Lesoto, Malawi, Namibia, Zambia,
Zimbabue, Angola y Mozambique están severamente afectados”.
Ya agotaron todas sus
reservas alimentarias, que usan cuando no llueve, entre octubre y abril, “pero
en este año, comenzaron a emplearlas desde abril, por la sequía, así que ya
están muy bajas o ya se les acabaron”.
Los días muy calientes,
de más de 35º C, se van incrementado. En el 2000, se daban unos 110 por año.
Para el 2080 (si es que llegamos, señalaría), subirán a unos 155. Así que será
el infierno la mayor parte del año. Y en Zambia, la temperatura promedio se ha
incrementado 0.45º C durante el siglo pasado.
Himoonga dice que no
basta con las donaciones de comida que les hace el gobierno, ni la PAM. “No
podemos darnos el lujo de comer tres veces al día. Y eso que yo estoy mejor que
muchos de mis paisanos. La gente está muriendo de hambre. Sobreviven sólo por
la gracia de Dios. Es terrible lo que sucede. ¡No sé qué vamos a hacer!”,
exclama, desesperado.
Agness Shikabala es una
mujer, madre de seis hijos, tres de ella y tres de su esposo, de un matrimonio
anterior. Por la sequía, su esposo se fue a trabajar a Lusaka, “pero no ha
regresado. Nos dedicamos a vender y comprar granos y otras cosas que
cosechamos, pero ahorita, con esta sequía, no tengo nada ni para vender, ni
para comprar. Quisiera vender algún animal, pero no puedo hacerlo sin el
permiso de mi esposo. No sé si él regresará, pero estoy desesperada. Muchas de
mis amigas han optado por acostarse con otros hombres por dinero. Yo no me
atrevo a eso, no le quiero ser infiel, pero espero que Dios me libre de
hacerlo, tan sólo por un costal de maíz… ¡ojalá!”.
Terrible su situación.
Quizá su esposo, rebasado por la crisis, decidió simplemente abandonarla a ella
y a los hijos. Vaya cobarde.
Como dicen los
reporteros, hasta eso está ocasionando la larga sequía, que familias se
destruyan.
Así que hasta en eso
afecta la catástrofe climática, al tejido familiar.
Un siguiente testimonio
es el de José Fiuzza Xakriabá, líder de la comunidad Xakriabá, ubicada en el
estado brasileño de Minas Gerais. Titulado “Hay días en que las clases de la
escuela se suspenden porque los niños no tienen agua para beber”, la entrevista
fue hecha por Alexandre Caetano, quien nos introduce al testimonio señalando
que “José Fiuzza Xakriabá (tiene también como apellido el gentilicio de su
comunidad) creció en el territorio nativo de Xakriabá y ahora es un influyente
líder. Esa región previamente recibía agua de una extensa red de ríos. Pero
ahora, la única corriente que todavía fluye es la del río Itacarambi. La
tendencia de largas sequías comenzó en los 1970’s y ha sido ocasionada por las
crecientes temperaturas. La investigación científica ha mostrado que las
sequías actuales son las peores habidas en los últimos 700 años y son
principalmente ocasionadas por la catástrofe climática” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/15/there-are-days-when-the-school-closes-because-children-dont-have-water-to-drink-this-is-climate-breakdown).
Una foto de José abre
el artículo. Se le ve ataviado con un penacho tradicional, de plumas y
cordones, muy vistoso. Es un emblema de su posición como líder de la comunidad.
Dice José que hasta los
1960’s todo estaba muy bien, tenían comida y agua en abundancia, bastante
pesca, caza y buenas cosechas. Pero a partir de los 1970’s, las sequías fueron
más frecuentes, las corrientes fueron desapareciendo, “y si trato de hacer la
cuenta de cuántos ríos y arroyos se secaron, la pierdo”.
También señala que
antes el sitio en donde vivían era más amplio, “pero nos fueron cercando gente de
fuera que fue comprando las tierras aledañas. Ahora, son dueños, tienen
escrituras. Nosotros, no, y se admiran de que aún sin ese reconocimiento
oficial, les digamos que son nuestras, pero es que son herencia ancestral. Mis
padres nacieron aquí, mis abuelos… ¡siempre han sido nuestras! Ahora, ya no
podemos entrar a las tierras de esos desconocidos, no podemos tomar ni una sola
hoja de ellas, porque nos juzgan”.
Comenta que hay días en
que las clases se deben de suspender porque no hay agua para que beban los
niños. “Ahora, sólo queda el río Itacarambi y ya también se está secando. Las
mujeres deben de ir hasta allá, para lavar su ropa y bañarse. Cada vez es
peor”.
También se queja de que
por los “venenos” (fertilizantes) que emplean los foráneos (los invasores) para
cultivar, todo ya está envenenado, “la comida, las plantas, el agua, las
cosechas, el maíz. Pero tenemos que comprar muchas veces de esa comida
envenenada pues no podemos cosechar nada”.
Sí, muy triste que
hasta ese nivel hayan llegado. Y seguramente compran comida chatarra para
sobrevivir o el veneno embotellado Coca-Cola, que se vende en todo el mundo,
hasta en los pueblos más marginados.
Dice que todo eso es
culpa de los hombres de negocios, “pues, por ellos, el mundo está así, han
destruido todo, han acabado con todo, es su culpa. Mi padre decía que ‘tenemos
que defender lo nuestro hasta que hayamos muerto’. Y es lo que estamos
haciendo, defenderemos estas tierras de los invasores hasta que hayamos muerto,
es lo único que tenemos, es nuestra herencia y no dejaremos que la destruyan
más. Creen esos ricos que la tierra puede vivir sin bosques, sin ríos, pero
están muy equivocados”.
Dos dramáticas fotos
muestran el nivel de degradación de la región. En una, se ven los restos de una
selva que fue devorada por las llamas, en Manaus. Sólo sobresalen algunos
calcinados troncos, envueltos por blancas humaredas. En otra foto, un bote
descansa en el seco lecho del Río Negro, también en Manaus. Ese río ya se secó
totalmente.
En efecto, los hombres
de negocios, o sea, los capitalistas salvajes, como señala José, son los que
han provocado la catástrofe climática que está destruyendo el medio ambiente
global. Les importan más sus ganancias, que tener bosques o ríos saludables.
También de Brasil, es
el testimonio de Sônia Ferreira, titulado “El mar se acercaba. Fue muy doloroso
ver cómo mi casa era destruida”. La entrevista, realizada por Júlia Mendes,
inicia diciendo que “Sônia Ferreira nació en Campos dos Goytacazes y pasó su
niñez en el pueblo costero de Atafona. Luego de que se casó, su marido y ella
construyeron una casa de verano en Atafona y en los tardíos 1990’s se fueron a
v vivir permanentemente. Ahora, tiene 79 años, está pensionada y es viuda. Todavía
vive en Atafona una de sus hijas, en donde por la erosión costera, 500 casas
han sido destruidas en las recientes décadas. Y más están en riesgo, pues se
espera que el mar penetre otros 150 metros a la playa en los siguientes 30
años. Esa erosión costera se está acelerando porque el calentamiento global está
ocasionando que el nivel del mar ascienda por el derretimiento de polos y
glaciares. En Atafona, el nivel del mar ha ascendido 13 cm en los pasados 30
años. Además, como el Río Paraíba se está azolvando, ya no llegan sedimentos a
la playa, que son los que evitan su erosión” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/12/the-sea-was-coming-closer-it-was-so-painful-to-see-my-house-being-destroyed-this-is-climate-breakdown).
Dice Sônia que cuando
llegaron al sitio y construyeron su casa, la separaban del mar dos calles, una
avenida y una gran extensión de playa. Había un edificio, enfrente de su casa,
“que vi cuando construyeron, pero en el 2008, fue destruido por el mar. Pero
eso ayudó por un tiempo, pues sus escombros protegieron a nuestra casa”.
Y con el correr de los
años, fueron desapareciendo las calles y la playa enfrente de su casa. Tenía
una pequeña habitación detrás, que era el cuarto de servicio. Cuando la casa
principal fue demolida, debido a que el mar la alcanzó, se fue a vivir allí.
Pero pronto, también se afectó. Primero, por la arena que el fuerte viento
levantaba, que se juntaba enfrente y bloqueaba la entrada. Quiso alquilar un
tractor, para que la removiera, pero el dueño le dijo que era “gastar dinero,
pues mañana, se le va a volver a juntar”.
Por eso también la
dejó. Actualmente, vive en Río de Janeiro, pero varias veces va a visitar a una
hija que todavía vive en Atafona, aunque a una buena distancia del mar.
Dice Sônia que, de
todos modos, se siente muy apegada a Atafona, “el mar me produce gran
tranquilidad. Cuando vengo, me quito las sandalias y recorro la playa, siento
una gran tranquilidad, pero también una gran tristeza por todo lo que hemos
dañado al planeta. Es nuestra culpa, no hemos sabido protegerlo. Soy presidenta
de una asociación llamada SOS Atafona, con la cual hemos buscado una solución a
la erosión de la playa, como ya se ha hecho en otros lugares. Antes, sabíamos
que en marzo y en agosto, el mar se ponía muy bravo. Pero, ahora, puede ser en
cualquier época. Y es nuestra culpa”.
Sin embargo, hay que
decir que detrás de la sociedad global, está el capitalismo salvaje, el que ha
impuesto a la contaminadora y depredadora sobreproducción (producir más de lo
que puede consumirse), las que están ocasionando la catástrofe climática que
está dejando cada año más y más zonas inhabitables del planeta, como el lugar
en donde antes Sônia y sus vecinos tenían sus casas.
No sólo ellos, sino que
en regiones de Indonesia, ya mucha gente ha tenido que abandonar sus casas,
pues han sido inundadas permanentemente por aguas marinas, que no dejan de
subir su nivel (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/10/la-elevacion-del-mar-ya-inundo.html).
Otra historia es la de
Mariana (no es su nombre verdadero), de Burkina Faso, otro pobre país africano,
con un ingreso per cápita de $2,500 dólares anuales, unos $4,160 pesos
mensuales, muy bajo, pero casi la mitad de la población debe de tener un
ingreso mucho menor, pues está en pobreza extrema. Además de la generalizada
precariedad, el país tiene pocos recursos. Su “industria” se limita a labores
agropecuarias, hilos de algodón, jabón, cigarros, textiles y oro (quizá éste
sea el más valioso recurso). De productos agrícolas, produce maíz, sorgo,
frutas, vegetales, mijo, alubias, algodón, cacahuates, caña de azúcar y arroz.
Pero también desde hace años sufre largas sequías, agravadas por la catástrofe
climática, que afectan toda esa producción y están provocando hambrunas en
buena parte de la población (ver: https://www.cia.gov/the-world-factbook/countries/burkina-faso/).
Allí, la mencionada burkinesa
platica su historia, muy triste para ella, pues se pudo embarazar hasta los 36
años, “con muchos esfuerzos”. Fue entrevistada por Èlia Borràs, quien nos introduce a su historia
diciendo que “Mariana, que no es su nombre real, es una música burkinesa, que
vive en Uagadugú, capital de Burkina Faso. Durante las olas de calor que
asolaron al país a inicios del 2024, ella tuvo un alumbramiento prematuro y
perdió a su hijo” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/13/this-is-climate-breakdown-burkina-faso-mariama-baby).
Platica Mariana que
estaba muy ilusionada, pues era la primera vez que se embarazaba, luego de que
prácticamente lo había descartado, debido a que le habían operado las trompas
de Falopio. “Mi madre decía que quería tener siete nietos, pero le dije que
como tuve problemas para embarazarme, porque estaba ya muy grande para ser
madre, sólo serían cuatro”.
Dice que a pesar de que
viven en el Sahel, la región semiárida y caliente del país, “este año el calor
se sintió demasiado, 41º centígrados. Yo estuve bien hasta los seis meses, pero
el calor era insoportable. Pensé que sería algo normal, por mi embarazo, pero
no era así. En las noches, me envolvía en toallas mojadas, para paliarlo, pero
se secaban rápidamente y tenía que volverlas a mojar. Casi no podía dormir. Y
los ventiladores no servían pues sólo aventaban aire caliente. Era mejor
ponerlos en alguna esquina, para ver si podían aventar aire menos caliente”.
Y así estuvo la pobre
Mariana, sin saber ni su esposo, ni ella qué hacer. Luego, cuando caminaba un
día por la calle, se le rompió la fuente. Fue a dar a un hospital, en donde no
le dijeron nada. Luego, la enviaron a otro, en donde le inyectaron un líquido
para que tuviera contracciones, pues su hijo ya estaba muerto. Narra que los
hospitales son malísimos, “tienes que llevar tu propia sábana, pues los
colchones son de plástico y si no la llevas, das a luz en donde otras mujeres
lo han hecho. Y con el calorón que hacía, fue peor. Ya cuando mi hijo muerto
salió, la enfermera que me asistió dijo si me lo quería llevar o quería
¡tirarlo! Lo juro que así me dijo. Yo no sé si ese calor sea por el cambio
climático o no, pero no es normal. Y no puedo decir que nos debemos de
acostumbrar, pero ¿qué hacemos?”.
Su pregunta es
retórica, pues ya serán más frecuentes esas altas temperaturas, así como
inundaciones y otros fenómenos climáticos extremos. No es de acostumbrarse,
pues el ser humano tiene un límite para las temperaturas extremas. Rebasado,
son mortales.
Como ven, ya es un
fuerte problema de salud pública el cambio climático.
Un relato más es el del
griego Panagiotis Nassis, estudiante y bombero voluntario que durante los
pasados megaincendios forestales que azotaron a Grecia, irónicamente, tuvo que
apagar las llamas que estaban devorando su propio hogar. Fueron tan intensos,
que más de 8,000 hectáreas de bosques se perdieron, una persona murió y decenas
fueron hospitalizadas por inhalar denso humo (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/14/this-is-climate-breakdown-greece-attica-wildfires-firefighter).
Narra Nassis cómo el
fuego se extendió tan rápidamente y la desesperación que sintió al ver su
propio hogar quemarse. “Pude salvar la mayor parte, pero, de todos modos,
tuvimos que evacuar la zona por los humos tan densos. Este era un lugar muy
tranquilo, muy pintoresco, pero ya no. Y con el calentamiento, los incendios
serán peores. Debemos de prepararnos, estableciendo zonas de fuego, en donde
nadie viva, y pasando los cables de electricidad subterráneamente, pues los de
superficie contribuyen a iniciar incendios. De todos modos, es gratificante que
surja la solidaridad, que todavía somos humanos y nos ayudamos”.
Sí, y en tiempos como
los presentes, es cuando más debemos de unirnos, exigir a las corporaciones y a
las “autoridades” que disminuyan los niveles de depredación y contaminación que
nos han llevado a estos lamentables extremos.
Otro testimonio es el
de Isabella Visagie, quien
cuenta la historia de la larga sequía que se ha estado dando por más de cinco
años en Karoo, una localidad de Sudáfrica. Narra cómo antes a su esposo y a
ella, les iba bien en la granja que poseen, pero ya, por la sequía, los
animales van muriendo, pues no hay agua, ni alimentos para darles. “¡Es la peor
sequía del mundo que hemos padecido!”, exclama, alarmada. Y se han estado
endeudando para seguirles pagando a sus trabajadores y para alimentar y darles
aguas a los pocos animales que les quedan. “Por un tiempo, veíamos morir a
nuestras ovejas. Y, lo peor, que las recién nacidas eran abandonadas por sus
madres, porque no pueden criarlas, debido a la falta de agua y alimentos. No
las juzgo”. En las fotos que acompañan el artículo, es lo que se ve, tierras
muy secas, desolación y uno que otro animal sobreviviendo del escaso pasto que
hay. “Las temperaturas van subiendo y no se ve para cuándo vaya a llover”, dice
Visagie, resignada (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/23/disaster-is-about-caring-im-not-selfish-any-more-this-is-climate-breakdown).
Pero también los países
“ricos” están padeciendo.
Sólo consideremos la
catástrofe que recientemente sufrió España por la DANA (Depresión Aislada en
Niveles Altos), en la región de Valencia, la que dejó más de 200 personas fallecidas,
y cientos de construcciones que deberán demolerse. Fue debida a lluvias
atípicas y la cantidad de agua que generaron, no pudo ser desalojada por dos
canales, que además de estrechos, se taponearon con tanto lodo, árboles y otras
cosas que fueron arrastradas por la fuertes corrientes (ver: https://www.bbc.com/mundo/articles/c0rg1qy8pqwo).
Ya Francia, Alemania,
la mencionada España, Inglaterra, Italia, Polonia, Estados Unidos (azotado en
el 2024 por dos intensos huracanes, Helene y Milton, que ocasionaron daños billonarios
en infraestructura en varios estados y decenas de fallecidos), Canadá (intensos
megaincendios forestales afectaron varias localidades y dejaron decenas de
fallecidos), Australia, Polonia… entre otros países, también están sufriendo
los estragos de los eventos climáticos extremos. Se dieron cuenta ya que no
sólo son exclusivos de los pobres.
Un relato, ofrecido por
The Guardian, es el de Elisa
C-Rossow, diseñadora de modas que nació en Francia, pero se fue a vivir a
Canadá, de donde es su esposo. Fue entrevistada por Sean Holman y Aldyn Chwelos
(ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/19/im-imagining-what-my-mother-went-through-in-her-last-seconds-this-is-climate-breakdown).
Elisa perdió a su madre
por la tormenta Alex, que azotó severamente a Francia el 3 de octubre del 2020.
La mujer de 67 años, en ese entonces, vivía en el pueblo de
Saint-Martin-Vésubie, “que era muy pintoresco, a las orillas de la montaña,
junto a dos riachuelos, muy tranquilo, con vista a las montañas, de ensueño. Nunca
pensé que esta tragedia climática sucedería”, dice.
Fuertes corrientes de
agua desbordaron los ríos y ocasionaron deslaves. “Destruyeron la casa y se la
llevaron. Mi madre murió de algún golpe, reveló la autopsia, probablemente de
algún pedazo del techo que se cayó. Y claro que eso fue por el cambio
climático, es un hecho, quien no crea en eso, es que no ha vivido eventos tan
extremos como el que vivió mi pobre madre”.
“Mi hijo acababa de
nacer, tenía dos semanas cuando sucedió lo de mi madre, por eso no pude ir a
ver lo que sucedía en ese momento. Le pedí a mi hermano, que sigue viviendo en Francia,
que se encargara de todo y que me mantuviera al pendiente”.
El cuerpo de su madre
lo localizaron gracias a lobos que lo estuvieron oliendo. “No estaba muy lejos,
a cien metros de donde estuvo la casa. Y cuando por fin pude ir a Francia, quedé
sorprendida de que enormes rocas ocupaban ahora su lugar”.
Dice que hay que hacer
algo por cambiar las cosas o estos desastres serán ya cotidianos. “Para mí, fue
una experiencia doble, de vida y muerte. Mi hijo acababa de nacer y mi madre murió.
Enfrenté vida y muerte al mismo tiempo. Pero esto es consecuencia de la
catástrofe climática e irá empeorando”.
Así es y nadie se salva,
ni ricos, ni pobres.
Un último relato es el
de la canadiense, de West Hants, Nueva Escocia, Tera Sisco, quien perdió a su hijo de 5 años, Colton, cuando él
y su padre fueron alcanzados por la fuerte corriente de un río que se salió de
su cauce. Fue entrevistada por Sean Holman (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/11/this-is-climate-breakdown-i-heard-on-the-scanner-theres-a-child-in-the-water).
Tera, que trabaja con
personas que sufren discapacidades físicas y mentales, narra que estaba muy
orgullosa de su hijo, que tuvo con su segundo matrimonio. Con el primero, tuvo
a Alex, de once años. “Los dos se llevaban muy bien y Alex cuidaba mucho a Colton.
Ojalá hubiera estado con él, cuando falleció. Quizá lo habría salvado”.
Una severa tormenta
azotó West Hants en el 2023, en donde nació y creció Tera. El día de las
fuertes lluvias, Chris, el padre de Colton, fue por él para que pasara el fin
de semana en su casa, como había acordado con Tera desde que se separaron.
Pero la tormenta desbordó
el río y fuertes corrientes llegaron a la casa de Chris, inundándola rápidamente.
“Yo sentí que algo sucedería y le pedí a Chris que se quedara en casa, que la
pasáramos aquí con Colton y Alex, pero se negó, diciendo que tenía muchas cosas
preparadas para convivir con nuestro hijo. No imaginó lo que habría de darse,
algo para lo que no estaba preparado”.
Los vecinos, que eran
amigos de Tera y Chris también vieron el peligro inminente si se quedaban. Su hija,
Natalie, era muy amiga de Colton, de su misma edad. Todos trataron de huir en
la camioneta de los vecinos, porque el auto de Chris ya estaba a medio cubrir
por el agua. “No pudieron arrancarla, pues el agua también la alcanzó. Vieron que
si no salían, morirían allí y abrieron las ventanas, pero la fuerte corriente
se llevó a Colton y a Natalie, sin que pudieran hacer nada. Sus cadáveres
fueron hallados días después, junto con los de otras dos personas. Estoy segura
que Colton iba a hacer muchas cosas en su vida futura. Pero sucedió esta
desgracia, ocasionada por nosotros mismos”.
En efecto, son causas
humanas las que han ocasionado todo esto.
El capitalismo salvaje
nos ha vuelto tal y como lo desea, consumistas, indolentes, egoístas, que
valoramos más lo material, que lo espiritual, lo natural (vean la indolencia con
que es visto el genocidio en Gaza, que ningún país, realmente, está haciendo nada,
ni le interesa, para terminar con esa carnicería que ha dejado cerca de 50 mil
asesinados y un país casi destruido. Y ese genocidio, ya se está extendiendo a Líbano.
Y también las guerras son una fuente de alta contaminación. Ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2024/09/ahora-los-genocidas-judios-van-contra.html).
Y quizá hasta que casi
todos hayamos experimentado tragedias y desgracias como las narradas, nos unifiquemos
para terminar, de una vez con todas, con un sistema fallido, dañino, lesivo,
que sólo busca sus propios intereses, el enriquecimiento de unos cuantos y que
sus mezquinos negocios, continúen como si nada, a costa de destruir al planeta.
Contacto: studillac@hotmail.com