jueves, 30 de mayo de 2013

Los destructivos, irreversibles efectos de la megaminería



Los destructivos, irreversibles efectos ecológicos de la megaminería
Por Adán Salgado Andrade


La actividad minera se remonta a miles de años, desde que nuestros antepasados apreciaron ciertos minerales, algunos sólo por sus cualidades de ornato, como el oro (en esos tiempos, claro) o por utilidades específicas, como el hierro, empleado en la hechura de utensilios domésticos o instrumentos de guerra. Y muy lejos quedaron los tiempos en que para obtener oro, por ejemplo, bastaba con acercarse a algunos ríos en cuyos no muy profundos cauces, se hallaban pepitas de ese preciado, amarillento, relumbrante metal. Los absurdos mitos de que existían ciudades totalmente hechas de oro, llevaron a ambiciosos, codiciosos mercenarios, como los españoles, primero, a explorar los océanos, en busca de nuevas tierras que materializaran tan descabelladas historias.
Pasado el tiempo, en la materialista, depredadora época actual, metales justo como el oro, y decenas de otros, crecen en su importancia, tanto por su valor, así como por su utilidad. El oro no sólo se emplea para joyería o fuente de valor, en forma de lingotes o monedas, sino que tiene varios usos industriales, como en la electrónica, en donde es vital para la elaboración de tarjetas madre y procesadores de computadoras. También se emplea en la odontología, para hacer piezas o amalgamas (se había dejado de emplear, por los altos costos, pero de nuevo crece su empleo, dado que es un metal inerte, o sea, no produce efectos secundarios en el paciente). En medicina, se le emplea para combatir el cáncer o la artritis reumatoide o también para realizar diagnósticos, mediante isótopos de oro radioactivo o en aparatos que permiten la sobrevivencia del paciente, como implantes. Otro campo que lo emplea bastante es el de la aeronáutica, en donde la construcción de vehículos que puedan desplazarse sin problemas sobre la superficie de Marte, por ejemplo, es vital, por lo que partes esenciales de tales aparatos son hechas de oro o cubiertas con películas auríferas, con tal de reducir al mínimo fricción y desgaste.
Ante tantos usos y, claro, la cuestión de que en estos tiempos de profundas debacles económicas, que ven en el almacenamiento del oro una fuente de atesoramiento y de, digamos, salvavidas, cuando la economía no sólo de una persona, sino de un país entero pudiera “aliviarse” vendiendo algo de sus reservas o posesiones de oro, el precio de este codiciado metal ha ido en aumento, debido, sobre todo, a que su extracción es cada vez más difícil e, igualmente, costosa (hay que agregar, también, que últimamente, la especulación con metales como el oro, la plata o incluso el cobre, ha contribuido a disparar sus precios, mediante los llamados ETF’s, exchange traded funds, que son instrumentos “financieros” basados en la posesión de metal que una firma especuladora tenga en ciento momento. Así, los inversionistas que depositen su dinero en esa firma, ganarán más si ésta aumenta sus reservas de oro, a la vez que suba el precio de éste, digamos. Claro que el acaparamiento del metal, sólo para que suba su precio, es mera y mezquina especulación. Es como si alguien comprara el pan hecho todos los días, sólo para que subiera su precio, aunque no se lo comiera. Pero a estos extremos se llega en el capitalismo salvaje, con tal de tener grandes ganancias).
Si antes, como dije, bastaba con acercarse a los ríos a recoger pepitas de oro o cavar una mina que contuviera tal metal, que afloraba a los pocos metros del tiro perforado, con los siglos eso ya es prácticamente inexistente y para extraer el poco oro que en tierra aún pueda existir, se ha creado desde hace años lo que se conoce como “minas a cielo abierto” (open pit mining).
De hecho, lo mismo está ocurriendo con muchos otros minerales o metales “estratégicos”, tales como el mencionado oro, plata, cobre aluminio, molibdeno, cromo, manganeso, zinc, níquel, platino, diamantes, coltan, entre otros. Hablando del coltan, este mineral cada vez más escaso, es vital como aislante térmico en la industria electrónica. Lamentablemente la mayor parte se extrae de una zona selvática protegida existente en la república democrática del Congo, en donde viven los últimos gorilas de montaña existentes en el planeta. Allí, explotados mineros reciben sueldos de hambre por extraer el coltan y, debido a esos salarios de hambre, cazan a los gorilas para comer, acelerando la extinción de éstos (ver mi artículo al respecto: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2009/09/el-coltan-otro-recurso-natural-mas-para.html)
Así, las minas a cielo abierto, conocidas como megaminas, por ser extensamente invasivas y destructivas, han venido a ser la “solución”, como veremos.
No sólo porque con la minería tradicional, de cavar un tiro, la extracción se vuelve más difícil y costosa, sino porque con ésta no se podría extraer hasta, digamos, la última molécula de oro, es que se ha optado por las megaminas. Pero también se tiende ya a incursionar en los fondos marinos, que, se asegura, son aún más ricos en minerales, que en tierra firme. Eso se está haciendo con la igualmente destructiva en invasiva minería marina, que ya he tratado en otro artículo, y que consiste en cavar y triturar los fondos oceánicos cercanos a apagadas fumarolas marinas. Ese brutal método, crea una especie de smog marino que tarda mucho tiempo en volver a sedimentarse, matando a cuanto ser vivo caiga en la zona en que se disemina, debido a que congestiona sus sistemas respiratorios. Y ese destructivo método también se ha aceptado muy complacientemente por las mafias empresariales y gubernamentales (ver mi artículo:
Los minerales que aún quedan en la tierra se extraen, como ya señalé, mediante las megaminas. Éstas muy dañinas operaciones consisten en que, una vez probado que existe oro, por ejemplo, en tal lugar, aunque sea de “muy baja ley”, se explotará. Y esto de la “ley”, es un término que indicaría la cantidad que contendría un metro cúbico de piedra triturada. Así, por ejemplo, si ese metro cúbico de piedra triturada posee un gramo o menos de oro, se dice que es de “muy baja ley”. Cuando ese metro cúbico contiene al menos una onza de oro, es decir, 31.1 gramos, se dice que es de “buena ley”. Sin embargo, desde este indicador puede percibirse el grado de desperdicio y destrucción que implica la megaminería, pues es absurdo que para obtener un gramo o un décimo de gramo, en la “peor” de las situaciones, se deba de extraer una tonelada de material pétreo, ¡absurdo!
Está claro, entonces, que para expurgar ese gramo o gramos de oro, los métodos no son convencionales ni ecoamigables, o sea, que no dañen el entorno. Sin embargo, hay que aclarar que la extracción de oro, excepto por las pepitas en los ríos de antaño, siempre ha sido contaminante, pues antes de las megaminas, en las minas tradicionales, se empleaba mercurio para que se uniera al oro y posteriormente aquél se separaba. El mercurio es un mineral muy tóxico para el ambiente y perjudicial a la salud humana, que provoca daños al sistema nervioso, renales, gastrointestinales y malformaciones durante el embarazo.
Pero la megaminería no sólo envenena con sus procedimientos, sino que altera brutalmente la ecología de los lugares en donde se realiza.
Una vez “limpiado” el, sitio de toda forma de vegetación existente, básicamente el proceso consiste en realizar, primero, la excavación masiva del lugar, empleando explosivos, hechos con nitrato de amonio, combinado con aceite combustible (ANFO). La excavación es similar a la que se hace cuando se van a explotar materiales de construcción, como grava, por ejemplo, pero mucho más intensa. Se van haciendo círculos concéntricos, a manera de bancos o escalones, comenzando desde el centro, y conforme la excavación se va haciendo más profunda, se van ampliando los escalones concéntricos, los cuales van agrandándose en diámetro hasta alcanzar cientos de metros de extensión, llegando a kilómetros con el tiempo. Se van haciendo taludes inclinados, no verticales, con tal de evitar deslizamientos de tierra, que incluso se revisten de cemento y se va trazando un camino, también revestido, para que por el circulen los enormes camiones, conocidos aquí como yucles, capaces de cargar cada uno hasta 330 toneladas por viaje. Llegan a ser tan enormes los cráteres resultantes, que pueden ser vistos desde el espacio.
(Aquí, pueden ver varias fotos de megaminas: http://www.wired.com/wiredscience/2009/10/gallery_mines/.
Y en el siguiente video, pueden ver un ejemplo de tales megaminas:
http://www.youtube.com/watch?v=S16q_x8TUo0. Se refiere a la megamina Betze Post, ubicada en Nevada, EU, de la que se extraen cada año 90 millones de toneladas de roca, suficientes para cubrir con casi 17 metros de espesor de material el Parque Central de Nueva York).
El material extraído se va apilando en terrenos contiguos al enorme cráter que día a día va creciendo, en espera del siguiente paso. Justo por ese apilamiento, es que las megaminas no sólo se apropian de las tierras en donde se perfora el invasivo cráter, sino que también se absorben cientos de hectáreas aledañas, lo que incrementa el daño ecológico de por sí provocado. Aquí en México, por ejemplo, con las leyes tan laxas y las mafias en el poder tan corruptas que tenemos, muchas megaminas practican el despojo de tierras de los ilusos campesinos a los que engañan con sus “grandes proyectos”, a los que les compran o “rentan” sus tierras por bicocas (cinco pesos por hectárea anualmente, por ejemplo), pero, no sólo eso, sino que se apropian ilegalmente de más hectáreas.
Luego de que el material pétreo se extrae, se tritura al máximo, hasta dejarlo casi como arena. Después, se forman montículos que se rocían con agua mezclada con cianuro, peligroso veneno muy dañino al medio ambiente y a la salud, que, incluso, está prohibido su empleo en varios países, pero en donde sí se permite, las megaminas se desentienden del brutal daño ecológico que ese veneno provoca. Como señalé, una vez rociada el agua con cianuro, se va filtrando por las arenosas pilas para unirse al oro que contengan, si lo hay, y se forma una solución líquida de cianuro-oro, que se recolecta en la base de la pila (lixiviación) y se bombea hacia un molino, en donde el oro y el cianuro son separados químicamente. Sin embargo, ese proceso de filtración del cianuro puede llevar meses, así que se provoca contaminación del medio ambiente, debido a las vaporizaciones y a las filtraciones del cianuro. Y al decir “rociar”, es que se emplean miles de litros de agua envenenada por pila, así que se podrá imaginar el daño brutal que se deja en el medio ambiente. Y cada que una pila se “exprime” del oro que contenga, se le agrega más tierra y se repite el rociado, hasta que sea demasiado alta para seguirlo haciendo.
No terminan los estragos ambientales allí, sino que las pilas que ya “no sirven”, o sea, que se les extrajo hasta la última molécula de oro, se van desechando a cielo abierto, pero como son millones de metros cúbicos de tierra contaminada con cianuro, se construyen algo así como represas para contener tantos desechos. Se supone que deberían de recibir una especie de “tratamiento” para reducir los contenidos de cianuro, pero muy pocas empresas lo hacen, sobre todo por lo costoso, así que, simplemente, lo van apilando, formando largas “colas” (tailings) de lodos envenenados con cianuro, cuyo contenido líquido, se filtra y llega a mantos acuíferos, en tanto que las vaporizaciones, como dije, contaminan el medio ambiente circundante. Y esas represas son tan inestables, que han habido terribles accidentes, como el sucedido en el año 2000, cuando la “cortina” de una de esas represas, ubicada en Rumanía, falló, regándose más de 340 mil litros de desperdicio lodoso, contaminado con cianuro, los que fueron a dar al río Tisza, matando 1240 toneladas de peces y contaminando el agua potable de 2.5 millones de personas. Cabría preguntarse, ¿cuándo sucederá aquí un desastre similar? Piénsese también en los millones de litros de agua que se requieren para el proceso de lixiviación descrito, que se contaminan irreversiblemente también, además, como señalé, de que el cianuro se filtra a los mantos acuíferos. ¿Vale la pena, entonces, seguir con la minería? Para el capitalismo salvaje, depredador, la respuesta es ¡sí!
Es tan desperdiciador este destructivo método extractivo del oro, que, en general, se requieren de 30 toneladas de desechos pétreos para extraer una sola onza de oro, es decir, pírricos 31.1 gramos.
Por tanto, el agotamiento de las minas de muchos metales, como el cobre, están expandiendo a niveles sin precedentes esta destructiva actividad, con el mismo nivel de desperdicio y depredación de los recursos naturales. Para extraer 30 kilogramos de cobre, por ejemplo, se requieren triturar 4 toneladas de piedra extraídas desde 600 metros de profundidad… y así por el estilo.
En México, las sucesivas mafias en el poder han permitido que empresas tanto nacionales, como extranjeras, principalmente canadienses, practiquen la destructiva megaminería, “concesionándoles” ya el 25% del territorio nacional, lo que redundará en un irreversible daño ambiental y brutal merma de nuestros recursos naturales. Por ejemplo, la empresa canadiense Goldcorp posee varias minas aquí. Una de ellas, Peñasquito, ubicada en Zacatecas, comenzó a operar en el 2011, está “concesionada” a 22 años, y es considerada de “muy baja ley”, o sea, que cada tonelada de piedra triturada contiene entre 0.1 y 1 gramo, cuando mucho. Aún así, estima la empresa extraer 500 mil onzas anuales de oro (15.55 toneladas), es decir, que se tendrían que extraer entre 500 mil a un millón de toneladas anuales de piedra. Actualmente, el enorme cráter tiene un radio exterior de 3.5 kilómetros de diámetro y ya lleva, en el centro, 400 metros de profundidad, ¡el equivalente a un edificio de 160 pisos de altura! ¡Imaginen el gigantesco boquete que quedará al final de los 22 años de explotación! (http://www.jornada.unam.mx/2013/04/29/estados/036n1est).
Esas casi 16 toneladas de oro, considerando un precio actual de $1465 dólares por onza, unos $17600 pesos, ascenderían a $732.5 millones de dólares (mdd) anuales. Como señalé, esa empresas pagan sólo un pequeño “derecho” por hectárea, de un máximo de $111 pesos. Suponiendo que Peñasquito explote unas 400 hectáreas, sólo debe de pagarle a la nación $44,400 pesos anuales (esa megamina se había apoderado ilegalmente de 600 hectáreas más, pero el Tribunal Superior Agrario le ordenó restituírselas a sus dueños, 29 campesinos). El precio promedio de extracción del oro en la megaminería es de unos $857 dólares por onza, casi un 60% del precio de venta, así que la utilidad neta anual sería de unos $300 mdd, ¡un negocio redondo! Por eso son tan rentables las megaminas, a pesar de los costos y las dificultades que implica la extracción del oro.
Además, resulta irónico que el oro extraído en nuestro territorio lo deban importar las mafias en el poder, cuando lo requieren, al precio comercial fijado (¡neocolonialismo, pues!).
Por el citado daño ecológico que provocan las megaminas, en muchos lugares del país, y del mundo, hay frecuentes protestas, como una que recién, al escribir estas líneas, se dio en Jalisco, por parte de ejidatarios, que exigen se cierre la megamina Gan-Bo, operada por una empresa china, pues afirman que “lo que suelta la mina cuando se muelen las piedras, está dañando la vegetación. Los árboles frutales como tamarindo, naranjos y limones ya no pegan o se están secando. No los queremos en el pueblo. La mina no ha dejado empleos, ni riqueza, sólo perjuicio”.
Pero mientras sigan siendo tan codiciados el oro, la plata, el platino, el uranio… seguirá la destructiva fiebre megaminera en todo el mundo, hasta que la última molécula de esos y otros metales “estratégicos” sea extraída… ¡aunque el planeta se acabe!