Las mujeres de Gaza deben de soportar condiciones de insalubridad y falta de privacidad
Por Adán Salgado Andrade
Un espejo roto, lo que queda de uno de mano, es el que emplea Alaa Hamami, mujer gazatí, para arreglarse un poco. Los pocos cosméticos que todavía conserva, han logrado durar el asedio de los genocidas judíos.
Se ve hermosa, a pesar de la adversidad. Tiene tres hijos, entre ellos, una niña de diez años, Basant, y un bebé de ocho meses, que nació durante los constantes e intensos ataques, con los que vive en una hacinada “tienda de campaña”, cuya frágil estructura ha sido reforzada con mantas y cobijas, con tal de resistir las bajas temperaturas que se dan en el campo de refugiados Deir al-Balah por estos días. Otros trece familiares también “viven” allí, si a eso se le llama vida, tratando de conseguir comida y agua todos los días, de las que donan organizaciones humanitarias, además de rezar para que una bomba no los despedace a todos.
Aun así, Alaa trata de arreglarse lo mejor posible. “No quiero caer más bajo. Si de por sí, estamos pasando por condiciones terribles. Casi no podemos bañarnos, pues el agua se usa para lo indispensable. Muchas de mis vecinas, llevan 40 días con la misma ropa, imagínese a lo que olemos. No tenemos toallas sanitarias y si podemos conseguir, están ¡carísimas! Un paquete cuesta 45 shekels (la moneda palestina, lo que equivale a unos doce dólares, más de $240 pesos. Absurdo) y muchas veces, cuando mucho, tenemos cinco, entre todos los que vivimos aquí. Por eso, usamos ropa vieja o píldoras anticonceptivas, si las tenemos, para retrasar nuestra menstruación. Y el baño es un agujero cavado en el suelo, rodeado de sábanas, para no ser vistos. De verdad, estamos muy mal, no puede imaginarse a qué grado de indignidad hemos llegado”, exclama a las reporteras Wafaa Shurafa y Julia Frankel, las que hicieron un reportaje sobre las condiciones que mujeres de todas las edades están sufriendo, titulado “En los hacinados campos de refugiados de Gaza, las mujeres deben de esforzarse en seguir viviendo, en medio de una existencia en donde no existe la privacidad, ni la dignidad” (ver: https://apnews.com/article/gaza-women-privacy-displacement-israel-war-ede380202c4464af34bfe3892f28ae9a).
Ni imaginar la higiene que una mujer requiere cuando está menstruando, teniendo que enfrentar la falta de agua, de toallas sanitarias o tampones o que deban de evacuar en “baños” cavados en la tierra. La insalubridad debe de ser algo ya cotidiano. “Las enfermedades de la piel, por la falta de aseo, se están volviendo algo muy común”, comentan las reporteras.
Pero, como dije, Alaa y probablemente otras, tratan de arreglarse lo mejor posible. En mi caso, si uso un pantalón, una playera o una camisa más de tres días o estoy sin bañarme dos días, ya me siento sucio. Y eso que soy hombre.
¡Así que imaginen, cuarenta días sin bañarse y usando la misma ropa una gazatí! Y esa insalubridad empeora en las mujeres por el ciclo menstrual. Sí, como señala Alaa, los malos olores, hedores, en el caso de los “baños”, ya son una constante. Quizá hasta se hayan acostumbrado, si se puede decir. “Pero no nos acostumbramos a los bombazos, a las balas, y que en cualquier momento, podemos morir”, dice, cabizbaja.
“Debo de hacer muchas cosas, atender a mi bebé, a mis hijos, lavar la ropa, cuando logro conseguir agua (hace largas filas para obtener unas dos o tres cubetas), cocinar… tengo muy poco tiempo para arreglarme”.
A ese minimalismo existencial han reducido los genocidas judíos a los gazatíes, a los que llaman “animales”, que no tienen derecho a nada, ni a comida, ni a agua, ni a ayuda humanitaria. Sus ataques han dejado ya más de 45,000 personas asesinadas, la mayoría mujeres, niños y personas mayores.
Han acabado con prometedores futuros de todos los sometidos. Los están reduciendo a una condición de indignidad, de humillación, y de que muchos sólo desean morir por un bombazo.
Y todo indica que los genocidas tienen como plan la limpieza étnica de Gaza o de una parte. La reconstrucción, si hubieran recursos para hacerla y voluntad de todos los esbirros de Israel, como Estados Unidos, tardaría ochenta años, cuatro generaciones. Vivir en las condiciones actuales no sería posible durante ocho décadas. La mayoría de gazatíes abandonarían los restos de su país. Se daría una diáspora hacia las naciones que quisieran albergarlos, no muchas, estoy seguro (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2024/11/se-confirma-el-plan-de-los-genocidas-de.html).
Otras fotos del artículo muestran las filas que deben de hacer las mujeres, las encargadas de las labores domésticas (señalan las reporteras que los palestinos son muy conservadores), cuyas miradas son tristes, con rostros que no reflejan convicción alguna y que sólo se mantienen vivas por inercia.
La ropa que usa Alaa, a falta de otras prendas, es su túnica de rezos, la que normalmente, sólo empleaba para hacer sus oraciones. “Hasta dormida la empleo, pues como estamos todos mezclados en la tienda, hombres con mujeres, no tenemos privacidad, ni para cambiarnos. No tenemos nada, pues ya nos han desplazado ¡cuatro veces! Y como salimos de prisa, he ido dejando cosas”.
En otra foto, algunas mujeres que hacen fila para recibir alimentos, tapan sus rostros, seguro por la vergüenza que deben de sentir de haber llegado a ese nivel. “Somos muy orgullosas muchas, por eso no queremos que nos tomen fotos así”, dice Alaa, de las que se cubren.
También debe de buscar algo de leña para preparar sus alimentos, pues no hay estufas, ni gas, ni nada. “Mire, uso esta olla para cocinar”, dice, mientras prepara unos tallarines, la comida de ese día.
En otra foto, muestra una rota playera, y así, en esa lamentable condición está el resto de su ropa y la de sus hijos. “Por eso uso la túnica, porque todavía no se me ha roto todavía, aunque ya esté manchada por las cenizas de las fogatas y huela cada vez más a humo”.
Otra imagen, la muestra barriendo la entrada de su tienda. Los trastes están a un lado y las cubetas para el agua, en el otro. Sobre uno de los lazos que sostiene a la tienda, tiene colgada algo de ropa. De verdad que es muy desconsoladora y deprimente la escena.
Otra entrevistada es Wafaa Nasrallah, madre de dos hijos. “Lo que antes era tan simple, como ir al baño, bañarnos, se nos hace cada vez más difícil. Y ni comer bien podemos. Muchas veces, sólo comemos una vez al día y nos hemos quedado uno o dos días sin comer”, comenta, resignada.
El problema adicional a los bombazos y balazos diarios es que los genocidas han dificultado el paso de los camiones con ayuda humanitaria. “Muchos productos higiénicos han expirado, debido a que nunca pudieron ser trasladados”, comentan las reporteras.
En efecto, varios civiles judíos se han acostado frente a convoyes de ayuda o han destruido alimentos, diciendo que “esos animales, no merecen ninguna ayuda”. A ese nivel de mezquindad han llegado esos asesinos (ver: https://www.reuters.com/world/middle-east/israeli-protesters-block-aid-convoy-headed-gaza-2024-05-13/).
Doaa Hellis, con tres hijos, dice cómo deben de romper ropa vieja para usarla como toallas sanitarias. “Sí, cada que encontramos una playera o un pantalón tirados, los recogemos para trozarlos y usarlos como toallas”, dice, con algo de pena.
En otra foto, Fathia Abu Mansour, de 51 años, aparece lavando trastes, con la poca agua que es posible destinar para ese fin. “Uso poca agua y no la tiro. La usamos para otras cosas. Es difícil, pues antes bastaba con abrir la llave y ya. Pero, ahora, nos hemos tenido que adaptar. Pero no sé hasta cuándo, de verdad”, dice, triste.
Alaa exclama que “¡no hace mucho, ni dos años, teníamos una vida normal. Yo trabajaba, tenía mi hogar. Iba con mi esposo (ya fallecido) a bodas, a parques, a tiendas para comprar todo lo que necesitábamos. Las mujeres, nos arreglábamos, nos gustaba estar bonitas. Ahora, todo está destruido! No tenemos esperanza”.
Y esa vida tan indigna, seguirá hasta que, quizá un bombazo caiga sobre su tienda y los mate a todos.
Pero para muchos, un trágico final así, será mejor.
Contacto: studillac@hotmail.com