Henry Ford: impulsor de la
sobreproducción
Por Adán salgado Andrade
La
afirmación popular de que el talento se
trae de nacimiento es, muy probablemente, verdadera, sobre todo cuando
ciertas personas, las menos, desarrollan habilidades sobresalientes, tales como
dibujar, pintar un cuadro, inventar mecanismos, esculpir, escribir, reparar
cosas… sin instrucción alguna.
Y
cuando se les pregunta que ¿cómo se hicieron de tales habilidades?, responden,
simplemente, que es algo que comenzaron a hacer, que ya traían. Finalmente, somos producto de la evolución, la que nos ha ido determinando, a unos, más, a otros,
menos.
Eso
es algo que se puede observar en la persona de Henry Ford (1863-1947),
estadounidense a quien, con justa razón, se acredita haber implementado y
mejorado la producción en serie, aplicada a la fabricación de sus autos.
Ford,
dada su excepcional existencia, tuvo varios biógrafos e investigadores que
exploraron sus invenciones, su sistema de producción, así como sus gigantescas
plantas industriales que, en su momento, fueron las más grandes, jamás antes
construidas, como la de Highland Park, edificada en 1910 para serializar
completamente la construcción de sus automóviles, especialmente el que fue su
caballo de batalla, el Ford Modelo T, o Lizzie,
como se le llamaba de cariño
popularmente a ese auto, del cual, Ford fabricó 15 millones de unidades entre
1918 y 1927. Eso lo logró porque, gracias a su sistema de armado en serie, el
auto bajó de un precio inicial en 1908 de $850 dólares a $275 dólares en 1925.
Por algo dijo Ford, cuando lanzó ese auto, que lo iba a “popularizar”.
Uno
de los biógrafos más destacados, sobre todo por los detalles que dio sobre la
vida de Ford, fue Roger Burlingame (1889-1967), que fuera un muy variado y
prolífico escritor y biógrafo estadounidense, quien, en el caso particular de
Ford, tuvo acceso directo a los archivos de la compañía automotriz. La edición
que leí es de la editorial estadounidense Signet Key Book, de 1956.
El
libro comienza refiriéndose al juicio que sostuvo Ford contra el periódico Chicago Tribune, cuando este, en 1916,
publicó un artículo contra aquél, criticándolo por su falta de patriotismo por
no apoyar a Estados Unidos (EU) en la guerra contra Alemania, la primera
(1914-1918). Igualmente, le espetó su idealismo
pacifista, pues Ford, por entonces muy opuesto a las guerras, amenazando,
incluso, a sus obreros que eran soldados, con despedirlos si iban a la guerra,
hasta reunió a periodistas, científicos sociales, escritores… y más excéntricos personajes – como se les
consideró por los críticos de la época –, para abogar por la paz, los que,
inclusive, lo convencieron para que rentara un buque, el Oscar II, y fueran a Noruega a tratar de pacificar a los países beligerantes. Como esa expedición pacifista
fue un rotundo fracaso (no podían ya ese grupo de teóricos e idealistas
pacifistas apaciguar esa guerra, iniciada por Alemania, justamente por los
intereses económicos de dicho país), los medios se excedieron, especialmente el
Chicago Tribune, criticando a Ford.
Por
ello fue que Ford demandó a ese medio por un millón de dólares. El juicio tuvo
lugar hasta 1919. Burlingame resalta que, aun a sus seguidores, sorprendió que
Ford fuera muy ignorante en temas históricos, sobre todo, cuando el abogado del
Chicago Tribune le preguntó sobre qué
había cuando los primeros colonizadores llegaron a lo que después sería EU.
Ford, muy quitado de la pena respondió “Yo creo que tierra”. Además, dijo que
la historia no le importaba, que “era paja”.
Y,
en efecto, Ford, desde su niñez, tuvo poco interés en la escuela. No sólo en la
escuela, sino que su padre, William, un simple granjero, inmigrante irlandés,
deseaba que su hijo cuidara y ordeñara a las vacas, sembrara y cosechara las
tierras… en fin, todo lo que fuera referente a su granja. Henry nunca tuvo el
mínimo interés ni en ser granjero, como demandaba su padre, quien incluso, le
regaló tierras para que las trabajara, ni en la escuela. Su pasión era armar y
desarmar cuanta herramienta o máquina le cayera en sus manos. Eso no lo había
aprendido en ningún lugar. Por eso señalé arriba que son cualidades que se
traen de nacimiento. También le encantaba arreglar relojes. Iba con los vecinos
que tuvieran alguno descompuesto y se los arreglaba, con una sorprendente
facilidad. Lo mejor era que no les cobraba nada, pues su padre se enojaba
mucho, al principio, de que lo hiciera, pues pensaba que era para ganar dinero.
Eso habría sido humillante para William, pues a su hijo nada le faltaba y no
hubiera concebido que lo hiciera para ganar dinero. Por eso, Henry no cobraba
nada.
Su
interés por los motores y los vehículos que se movieran sin necesidad de
caballos (horseless wagons), comenzó,
señala Burlingame, cuando tenía unos doce años, que vio por un camino de
terracería, entre la granja de su padre y una procesadora de lana, una especie
de humeante locomotora, adaptada para circular por esos caminos. Se acercó al
vehículo y comenzó a preguntarle al conductor, un ingeniero, cuestiones como
los caballos de fuerza del motor de vapor, las revoluciones por minuto y así,
cosas que ningún niño de su edad sabría. Lo más sorprendente era que nada
anotaba, todo lo entendía y aprendía de una “forma lógica de pensamiento”
Así,
a los 16 años, no pudo seguir en la granja de su padre. Se fue a Detroit, para
trabajar en un taller que hacía máquinas de vapor. En ese sitio, le pagaban
$2.50 dólares a la semana (era 1879) y el hospedaje y alimentación le costaban
$3.50, así que consiguió trabajo en una joyería, en donde, por las noches,
arreglaba relojes. El dueño le pagaba cincuenta centavos la noche, y así se
ganaba el dólar que requería para el hospedaje y alimentación. Se decía que el
dueño lo tenía encerrado en un cuarto, con tal de que sus clientes no vieran
cómo explotaba a tan joven y hábil muchacho.
Le
nació a Ford el deseo de construir relojes. Incluso, afirmaba que por 30
centavos, podría fabricarlos. Pero vio que los relojes no eran una gran
necesidad en la clase trabajadora, así que se olvidó del asunto. Ya, desde
entonces, quizá por estar familiarizado con el duro trabajo de los granjeros y
de lo que él mismo hacía, tenía la idea de que todo lo que se fabricara, debía
de estar dirigido a las clases populares, tanto obreros, como granjeros. No
estaba tan alejado de lo que el capitalismo salvaje ha impuesto, que la mayoría
de lo que se invente pueda venderse masivamente, condición para que se
sobreproduzca y se gane mucho más.
De
allí, cuando obtuvo su primer trabajo más formal y mejor pagado en la compañía
Westinghouse, arreglando vehículos de vapor, nunca dejó de pensar en la idea de
crear un vehículo autónomo. Los vehículos de vapor ya existían, sobre todo en
Europa. Incluso, el estadounidense George Baldwin Selden (1846-1922) ideó y
patentó un automóvil que trabajaba con un motor de combustión interna, que,
veremos adelante, por poco se impuso para que ni Ford, ni otros desarrollaran y
fabricaran automóviles.
Como
Ford se había entrenado en reparar vehículos de vapor, su primera invención fue
un motor de ese tipo, que funcionaba con keroseno. Eso le sirvió para darse
cuenta de que una máquina de vapor, trabajando a tanta presión, era muy
peligrosa, por lo que desistió de seguir ese camino. Además, pensó que los
granjeros estarían más interesados en un vehículo que les sirviera para
transportarse a cualquier sitio y no sólo para trabajarlo como tractor en la
granja.
Por
ello fue que se puso a estudiar el motor de combustión interna, pues no
requería ni calentador, ni tanque de agua, además de que era más compacto. Ya
existían diseños y experimentos de tal motor, sobre todo en Europa. El del
mismo Selden, seguía ese concepto (el problema con Selden era que, como no
había construido aun, por falta de recursos económicos, un modelo funcional,
sólo había registrado la patente en 1895. Y de eso se sostuvo, años más
adelante, para tratar de impedir que Ford siguiera diseñando y fabricando
autos).
Burlingame
continúa su relato diciendo que Ford, de repente, se regresó a la granja de su
padre, quien le dio cuarenta acres de tierras boscosas, con tal de que dejara
su obsesión por las máquinas. Pero Ford no cedió. Sí cortó árboles para hacerse
una casa, en la que viviría con su novia y, luego, esposa de toda la vida,
Clara, con la que se casó en 1888, cuando él tenía 25 años. Su padre expresó
que sus hermanos, John y William, sí estaban “centrados”, pero de Henry, decía
“no sé qué será de ese muchacho”.
Ford
nuevamente se fue de la granja, con su esposa, a Detroit, en donde ingresó a la
compañía eléctrica Edison. Y rápidamente avanzó hasta convertirse en ingeniero en
jefe, por su gran habilidad para reparar máquinas.
Y
otra vez se concentró en diseñar un vehículo con motor de combustión interna.
Como ya señalé, no era un concepto nuevo. Sabía Ford del vehículo diseñado por
los hermanos estadounidenses Charles Duryea (1861-1938) y Frank Duryea
(1869-1967), en 1892, alimentado con gasolina, que se considera el primero en
EU. Y en Europa, el francés Émile Levassor (1843-1897), ya había fabricado un
auto, con máquina Daimler.
Es
algo curioso, que muchas invenciones y descubrimientos, se dan casi al mismo
tiempo, sin que sus ideadores sepan el uno del otro. Por eso luego hay guerra
por las patentes, por ver quién inventó tal o cual cosa. Incluso, eso se
refleja hasta en los premios Nobel, poniéndose en duda a quien se debe de
adjudicar tal descubrimiento o avance o invención. Quizá, a veces, se dé que
las ideas coincidan con los avances y distintos investigadores, científicos e
inventores, las conciban al mismo tiempo. Es inevitable.
Sin
embargo, no fue inevitable que Ford inventara su propio vehículo, su cuadriciclo.
El levantón de ánimo se lo dio Thomas Alba Edison, quien en una reunión de la
empresa, a pregunta expresa de Ford sobre si su empeño por crear un automóvil
tendría futuro, aquél le dijo que sí, sobre todo si creaba uno con una máquina
ligera pero potente. “Si tú puedes conseguirlo, tú vas a tener un gran futuro”,
le dijo sinceramente Edison. Y, a partir de allí, este hombre se convertiría en
el mayor ídolo de Ford, a quien siempre tendría en lo más alto de su admiración.
Qué bueno que los grandes hombres tengan ídolos. Es una muestra de humildad,
tan necesaria en la vida, porque, sin ella, no aprendemos, pues nos creemos
“indómitos”. Así que Ford era humilde… algunas veces.
Y
muy empeñosamente se puso a trabajar en su vehículo. Aunque Ford era muy
diestro en todo lo concerniente con el motor de combustión interna, en el resto
de las partes, como la suspensión, transmisión, frenos… estaba en la
“obscuridad”, así que se puso a experimentar. Finalmente, en una noche de
primavera de 1896, su creación vio la luz. Como el vehículo era más grande que
la puerta de entrada, tomó un hacha y destrozó parte de la pared, impaciente
como era. A las cuatro de la mañana, en plena lluvia, sacó su auto y se puso a
probarlo. Horas más tarde, subió a Clara. Fue el asombro del vecindario, con
niños que reían y adultos que enfurecían porque esa “cosa” espantaba a sus
caballos. Incluso, como se “estacionó” en varias partes, tenía que encadenarlo,
para evitar que la gente se subiera y tratara de manejarlo. Nadie imaginaría
que Ford había iniciado un hito del capitalismo salvaje, que habría de
revolucionar profundamente todo, no sólo en cuanto al consumo, sino en la
depredación y el deterioro ambiental.
Su
éxito fue tal, que hasta renunció a la compañía Edison, la que, de todos modos,
ya le había dado un ultimátum: o dejaba su “hobby” o trabajaba. No era un hobby
para Ford, quien, visionario como fue, estaba seguro de que le había “dado al
clavo” con su, no precisamente, invención, sino producto mejorado. Y una
primera empresa fue formada, la Detroit Automobile Company, para impulsar un
nuevo auto que Ford estaba diseñando, pero tuvo prematuras diferencias y
renunció. De hecho, estaba claro para muchos que Ford no era un hombre
dominable, y que, incluso, ya cuando se formó Ford Motor Company, en la mañana
del 16 de junio de 1903, no pasó demasiado tiempo para que, una vez que fue un
éxito, Ford comprara las acciones de sus “socios” para mantener el total
control.
El
inversionista que creyó en Ford y su creación fue Alex Y Malcomson (1865-1923),
un comerciante de carbón, quien vio un gran futuro en el automóvil. Otros
personajes que se relacionaron con la naciente empresa fueron James Couzens
(1872-1936) y Charles Woodall. Los hermanos Horace Dodge (1868-1920) y John
Dodge (1864-1920), también participaron, no con capital, sino porque en su
compañía harían la mayor parte de los autos que Ford diseñaría, siendo el
primero de ellos el modelo A. Se establecieron, primero, en la pequeña planta
rentada, bautizada como Ford Mack Avenue
Plant. Ford arguyó que requerían un lugar más amplio, por lo que se
adquirieron terrenos para construir una fábrica más grande. Esa fue la Piquette Avenue Plant, construida en 1904, hecha totalmente de
ladrillo, que incluso incorporaba rociadores de agua, en caso de incendio, pues
Ford tuvo en mente uno que destruyó la fábrica Olds Motor Works, en 1901. Este aditamento era algo muy raro en
esos días (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Ford_Piquette_Avenue_Plant).
El
Ford Modelo A, prácticamente aún se hacía a mano, pues no era de que el diseño
ya estuviera del todo listo. Se hacían un promedio de 4 autos al día. Se vendía
en 800 dólares y la especie de capota era extra, por cien dólares más. Sin
embargo, algunos clientes reportaron que el auto no subía colinas. Angustiado,
Ford examinó la transmisión y se propuso hacer los necesarios cambios, parando
la producción, pero Couzens lo convenció de que eso los llevaría a la
bancarrota. La “solución” fue algo singular, pues Ford puso a disposición de
los clientes a mecánicos, quienes acudían al lugar a revisar la falla. Era como
ahora algunas empresas automotrices han hecho, de dar asistencia en el camino,
en caso de descompostura en sus modelos. Hasta en eso Ford fue un innovador.
Los
autos que Ford fabricaba con esos iniciales métodos, casi artesanales, eran de
unos cientos al año, más o menos los que otros fabricantes hacían, lo que los
mantenía contentos y con regulares ingresos, pero nada extraordinarios, como
sucedió con Ford algunos años más tarde, quien no se conformó con hacer algunos
cientos de modelos, sino incrementar la producción ampliamente. Y era algo que
poco a poco su ingenio y su inteligencia iban maquinando poco a poco.
Sin
embargo, como señalé arriba, con sus socios, no dejó de tener diferencias,
sobre todo porque Malcomson y Couzens querían que Ford se dedicara a hacer
autos costosos, dirigidos a sectores altos de la sociedad, como el Modelo K,
que se vendía en 2500 dólares, inalcanzables para la mayoría de los ciudadanos.
Pero Ford persistía en su idea de diseñar un auto para las masas. Claro,
aquéllos dos sólo pensaban en el auto como un capricho de ricos.
Esa
diferencia fue irreconciliable. Cuando Ford tenía ya el diseño del Modelo T, y
había comunicado su irrenunciable decisión de construirlo, todos huyeron en
parvada. Les pagó su parte actualizada de las acciones, como a Malcomson, quien
había invertido originalmente $12,000 dólares, quien recibió $175,000, o sea
¡1460% había subido su participación! Un tal Albert Strelow, socio minoritario,
junto con otros tres, también retiró su dinero, $25,000 dólares. Los invirtió
en una mina de oro, negocio que casi quebró al poco tiempo. Y se dice que
Strelow, tiempo después, estaba haciendo fila para ver si le daban trabajo en
la empresa, de la que alguna vez fue dueño parcial. Y es que si ya le estaba
yendo bien a Ford, pocos años después, le fue ¡mucho mejor! Si esos socios se
hubieran esperado más tiempo, habrían recibido millones de dólares.
Otro
gran inconveniente que tuvo que sortear Ford fue la patente de Selden, la que
le prohibía hacer autos sin pagar una especie de cuota por el “derecho de uso
de su patente”. Eso lo cobraba y exigía la A.L.A.M. (Association of Licensed Automobile Manufacturers), contra la que
enfrentó un largo juicio legal, el que culminó cuando, dada la insistencia de
Ford de que la corte revisara que sus diseños del motor y otras partes distaban
bastante de los de Selden, ésta accedió. Gracias a que Ford lo demostró y la
corte falló a su favor, pudo seguir Ford expandiendo su empresa, sobre todo
cuando comenzó a sentar las bases del armado en serie y se deshizo de sus
molestos socios.
Un
hombre que habría de ser clave para su sistema fue el ingeniero empírico
Charles Sorensen (1881-1968), conocido como “Cast-iron Charlie” (Charlie Fierro
fundido), quien lo ayudó a implementar el sistema de armado en serie, sobre
todo en la gran, primera planta que Ford construyó en Detroit, la Highland
Park, en donde rápidamente se fue acelerando la producción, sobre todo porque
Ford seguía los principios del scientific
management, método ideado por Frederick Winslow Taylor (1856-1915).
Sorensen fue un fiel trabajador de Ford durante cuatro décadas, pero éste, de
repente, lo echó de le empresa, como veremos, como hizo con muchos otros
empelados, incluso, estratégicos para aquélla.
El
Ford Modelo T fue concebido hacia 1907. En 1908 comenzó su producción, aunque
aún no era masiva. Eso pudo ser posible hasta que se construyó en 1910 la
mencionada planta Highland Park. Allí, Sorensen y Ford fueron aplicando
sistemáticamente los principios fordistas, sugeridos tanto por Ford, así como
por aquél, de la producción en serie, ajustándola según se requiriera. La idea
era tener una banda central que se fuera moviendo poco a poco, que llevara el
chasís del vehículo, al que se le iban incorporando las partes hechas en otros
subprocesos, que lo convertirían en un auto. Para Ford, era el método ideal que
permitiría tener un auto que todo mundo adquiriera, dado su bajo costo y fácil
manutención y reparaciones. Incluso, hasta en el color, para Ford, debía de ser
uno solo, el negro. Sostenía que, de esa forma, fabricando un solo modelo, sin
prácticamente cambios de un año al siguiente, se podía ofrecer un bajo costo.
Y
ese concepto, que muchos consideraron sería el fin de la empresa, ¡vaya si fue
exitoso!, pues la producción de autos pasó de unos 25 mil al año, a 40 mil,
luego, a 100 mil y continuó subiendo, hasta llegar a un millón o más, debido a
la alta demanda del modelo T.
Incluso,
sus propios obreros se convirtieron en consumidores, sobre todo cuando, el 5 de
enero de 1914, sin ambages, ni preocupación alguna, de tan bien que le estaba
yendo, Ford anunció que doblaría los salarios diarios de sus obreros, de $2.50
a ¡cinco dólares!, duro golpe para otras automotrices, las que no podían
igualar ese aumento, pues sus ganancias no llegaban a las de Ford Motor
Company. Con ese aumento, en efecto, hasta los obreros de la empresa podían
comprarse un Modelo T.
Siempre
pensando cómo mejorarlo, en una ocasión que asistió a una carrera de autos
europeos, hubo un accidente y una parte metálica de una válvula fue a dar hasta
donde estaba Ford, quien la recogió. Vio que era muy ligera, más que el metal
con que hacía sus autos y se dijo que de ese metal deberían de hacerse sus
autos. Le pidió a uno de sus ingenieros que viera de qué se trataba, pero no
tenía idea. Entonces, Ford, tenaz como era, envió por un metalúrgico a Inglaterra,
y le dijo que se trataba de acero aleado con vanadio, un raro metal. Y, sin
perder tiempo, una vez que obtuvo la composición de dicha aleación, incorporó
el nuevo metal a la fabricación de sus autos, que se aligeraron más en peso.
Ford
era tan, digamos, purista, que hasta en su planta había un estacionamiento para
todos los obreros que tuvieran un modelo T, que de inmediato permitía el acceso
a la planta. Los que tenían autos de otras marcas, debían colocar sus vehículos
en un estacionamiento más alejado, atrás de la planta. Y, claro, los cinco
dólares diarios, iban acompañados de visitas domiciliarias de trabajadores del
departamento de estudios sociales de Ford, con tal de comprobar que fueran
empleados convenientemente, que los obreros no se emborracharan o fumaran. Si
fue por el salario o por las visitas domiciliarias, el caso es que la movilidad
laboral en la empresa bajó mucho, pues los obreros se mantuvieron trabajando
allí, incluso por años.
Y
aunque el Modelo T, o Lizzie, como se
le llamó también – eso, porque en una carrera un participante entró a competir
con un viejo T, todo despintado, que él llamaba “Old Liz”, pero que les ganó a
todos los competidores –, era igual en color, con tres variaciones, como fila
extra de asientos o una capota, todo mundo los disfrutaba y decía que su Lizzie
era más veloz que otra o que sonaba de aquí, que hacía este crujido o esta
maña… y eran tan populares esas conversaciones, que el T se anunciaba por sí
mismo, ninguna publicidad requerida por parte de Ford. Además, eran en verdad
muy durables, pudiendo entrar por cualquier camino, con potencia de sobra,
gracias a su transmisión “planetaria”, muy potente (después fue usada en
vehículos pesados y tanques), aunque no desarrollaba grandes velocidades apenas
de unos 45 km/h.
Por
esa época, en diciembre de 1915, fue que Ford hizo un intento de buena fe, de
tratar de pacificar la guerra iniciada en 1914 por Alemania. Como señalé
arriba, reunió a un grupo de intelectuales, psicólogos, periodistas y
pacifistas, muy idealistas todos, convencidos de que la guerra se podía parar
hablando con la gente adecuada. Alquiló el Oscar II, para dirigirse a Noruega.
Lamentablemente, Ford, debido a un resfriado, no pudo salir del barco y todo
terminó en un rotundo fracaso. Y es que, antes del viaje, Ford también se
oponía a la guerra, negándose, incluso, a producir armas para el ejército que
el gobierno le había pedido.
Quizá
por la decepción que sus fallidos esfuerzos le ocasionaron, dio un rotundo
cambio y, siempre sí, aceptó construir tanques, camiones militares y aviones.
Incluso, hasta afirmó que cedería parte de sus ganancias a su país, pero,
señala Burlingame, no hay certeza de que lo haya hecho.
Otro
muy polémico evento fue en cómo tuvo que resolver un juicio de todo el dinero
que debía de pagar a sus accionistas, a los que acusaba de “parásitos” que
ganaban dinero sin hacer nada. Entre ellos, estaban los hermanos Dodge y James
Couzens y algunos otros. En total, a pesar de haberles dado más de 30 millones de
dólares en ganancias durante más de 16 años a todos ellos, tenía que
liquidarles su parte de las acciones, con poco más de 75 millones de dólares.
No quiso Ford descapitalizar a la empresa y pidió un préstamos bancario, seguro
de que lo pagaría, a pesar de tanto que odiaba a los banqueros.
Pensó
que con las ganancias anuales de casi 60 millones de dólares de la empresa, se
pagaría rápidamente ese dinero. Eso fue en 1919. Por desgracia, en 1920 se dio
una de las persistentes crisis capitalistas y sus ventas disminuyeron. Como no
quería tomar un solo centavo de sus reservas, ideó una “solución” que hizo
recaer el peso de su deuda en los distribuidores. Así, embarcó sus autos a
cuanta agencia de Ford existiera, obligándolos a pagar en efectivo. Alrededor
de unos 170,000 autos casi fueron forzados a venderse así. Burlingame dice,
irónico, que a cuántos distribuidores les habrá dado un buen susto, quizá hasta
un infarto, por tan severa medida, pero, dada la popularidad de la empresa y el
Lizzie, no pasó a mayores, ni a críticas y Henry Ford pudo pagar su deuda
bancaria a tiempo y sacar a flote holgadamente a la empresa, a pesar de la
crisis, pues ésta recayó en sus distribuidores, principalmente. Si pudieron o
no vender tanto vehículo, fue su problema.
Aunque
seguramente si los vendieron. Y la venta del T fue muy segura hasta que comenzó
la competencia de General Motors, la que sacó su modelo, el Chevrolet, o
“Chevy”, que poco después de su lanzamiento superó en ventas al Modelo T,
gracias a su diseño más moderno, mejores cualidades mecánicas, mayor velocidad.
Sin embargo, Ford seguía reacio con la idea de que el T seguiría vendiéndose,
pues era más barato, más resistente y en fin, que era el auto del pueblo.
No
se daba cuenta, al decir de Burlingame, que, gracias a la prosperidad que él
había llevado a la gente, ésta también comenzó a cambiar los gustos de las
nuevas generaciones, o sea, los hijos de los granjeros o los trabajadores que
sí se habían conformado con un auto para las
masas. Ellos, sus hijos, querían autos con nuevas características, varios
modelos, nuevos diseños… quizá hasta se apenaran con los T de sus padres y
preferían llegar en taxi a donde fueran, pues resultaba que autos usados, como
un Oldsmobile, por ejemplo, de cinco años atrás, tenía características que el T
ni soñando poseía. Se había hecho obsoleto. La gente compraba “nuevos” Ford T,
pero eran autos que ya estaban viejos
en su diseño y características.
Y es
que la prosperidad de Ford Motor Company, en efecto, tuvo un efecto
multiplicador en la sociedad, pues, por ejemplo, pagar 5 dólares al día a sus
obreros, significaba que sus familias estarían mejor, habría más dinero o a los
que distribuían sus autos, también les iba mejor o que esos autos ayudaban a
los negocios… todo eso llevó, como dije antes, a la mejoría en el nivel de vida
de un buen porcentaje de la población.
El
mismo Ford tuvo ese dilema, pues Edsel, su primer hijo, le decía que debía de
innovar al T completamente. Ford no le hacía mucho caso, pero cuando vio cómo
las ventas del T bajaban estrepitosamente frente al Chevy, no le quedó más
remedio que aceptar la derrota.
La
planta de Highland Park se cerró por dos años y salió a la luz el Ford Modelo
A, de nueva generación, el que incorporó lo más novedoso en la tecnología
automotriz. Y, para grata sorpresa de todos, era más barato que el Chevy.
Sin
embargo, lo que ni General Motors, ni Ford previeron era que se iba a llegar a
la saturación. De nada servía, por ejemplo, que, con tal de seguir bajando los
precios, Ford hubiera, incluso, fabricado una nueva planta en 1920, mayor aun
que la de Highland Park, la River Rouge
Plant, en donde había creado la “producción vertical”, para que todo, hasta
el acero necesario para sus autos, lo produjera la empresa. Ese concepto, con
la brutal competencia capitalista, que ha dividido el trabajo, como forma de
seguir bajando los costos (por ejemplo, un auto es producto de decenas de
empresas que se dedican a una parte en particular y que luego son integradas
por medio de estrategias logísticas), ya no es empleado.
No,
la gente estaba satisfecha y no
compraba más autos. Eso se comenzó a experimentar en 1925 y se agudizó tras el
crash bursátil de 1929. No previó Ford que la sobreproducción, de la cual él
fue su más ferviente impulsor y postulador, tenía su costo, si no se acompañaba de las debidas medidas
que lograran que el consumo en las personas fuera compulsivo, involuntario, un
acto reflejo, así como comer. Fue un amargo golpe para Ford, tan
acostumbrado a pensar que, dada la popularidad alcanzada por la empresa en todos
los años anteriores, gracias al Lizzie, las ventas nunca decaerían, sobre todo
si se ofrecía un precio bajo. No fue así y fueron duros años que las ventas
apenas si daban para compensar los gastos.
Aunque
tampoco estaba Ford particularmente afectado por la crisis. En una ocasión, en
vista de que Chevrolet, por tres años consecutivos, entre 1931 y 1933, estaba
vendiendo más autos que Ford Motor Company, Ford les dijo a sus preocupados empleados que “Me parece que
Chevrolet ha logrado lo que quería, distraerlos a todos ustedes de sus
obligaciones”. Fue un regaño, pues por estar pensando en que Chevrolet vendía
más, según Ford, sus empleados no ponían todo su empeño en hacer bien las
cosas. Como dije antes, Ford, con la mano en la cintura, se deshacía de sus
ejecutivos, incluso, hasta de los más leales, como hizo con Sorensen.
La
solución a sus dilemas de bajas ventas fue cuando inició la segunda guerra
mundial. De nuevo, la reticencia de Ford a que EU participara, fue noticia,
sobre todo porque Hitler lo apreciaba mucho y hasta le había concedido una
medalla de honor. Incluso, en su obra Mein
Kamp, Hitler loaba los métodos de Ford para revolucionar la manufactura de
sus autos, mismos que, años después, ordenó el fiührer, que se aplicaran en la
fabricación del Volkswagen, el auto del
pueblo.
Pero,
de nuevo, el atractivo de ganancias y de levantar algo a le empresa, luego de
la recesión, llevaron a Ford a fabricar armas otra vez. Los tanques M4A3
Sherman, se fabricaron en la River Rouge
Plant. Se hicieron 1690 unidades entre junio de 1942 y septiembre de 1943
(ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Highland_Park_Ford_Plant).
Incluso,
esfuerzo aun mayor, fue que el gobierno le concedió la manufactura de los
bombarderos B-24 Liberator, los
cuales, distaban mucho de armarse como los autos, pues llevaban treinta mil
componentes, los que se ensamblaban de 488,193 partes, entre tornillos,
tuercas, alambres… titánica labor. Se tuvo que construir una planta nueva, la Willow Run, la más gigantesca construida
hasta ese momento, con una longitud de 1.6 kilómetros y un costo de 65
millones de dólares de 1941. Y Sorensen tuvo mucho que ver con la
planificación, tanto de la planta, como de los procesos constructivos, pues el
ensamblaje de esos aviones (a diferencia de los muy sencillos modelos que Ford
construyó para la primera guerra mundial), debía de ser exacto, con errores de
milésimas de metro. Aun así, muchos fallaban, lo que era notificado por los pilotos
que los operaban, con tal de que la empresa tomara en cuenta eso y arreglara
las fallas. A pesar de retrasos y contratiempos, se construyeron ocho mil
bombarderos, gracias, en buena parte, a los principios de la producción en
serie de Ford.
Y el
pago para Sorensen, fue el despedirlo. Nunca explicó este las razones exactas
de su despido, pero cuando fue entrevistado días después, dijo que estaba muy
contento, disfrutando de su merecido retiro.
Por
esa época, en 1943, murió Edsel, a causa de un mal estomacal, un duro golpe
para Ford, pues aquél era presidente de la empresa. Había un personaje que por
muchos años estuvo trabajando para Ford, quien nunca tuvo la más mínima
intención de deshacerse de él. Su nombre era Harry Bennett. Se encargaba de la
“disciplina” de la empresa. Incluso, golpeaba, con un equipo de choque, a
trabajadores que intentaran sindicalizar a la compañía con la UAW (United Auto
Workers), algo que, finalmente, por ley, se dio, y Ford tuvo que ceder, a pesar
de que era archienemigo de los sindicatos (decía que no eran necesarios y que
sólo entorpecían el buen trabajo de los obreros, pero, más bien, era porque,
hasta en eso, con sus trabajadores, quería tener el total control de su
empresa). Con tal de quedar bien, otra vez, Ford cedió a las peticiones de sus
trabajadores, y hasta les dio de más, diciendo que era la mejor forma de
obtener su lealtad, más que con un sindicato.
Bennett
pensó que la presidencia de la empresa se la darían a él, pero no fue así. El
hijo de Edsel, Henry Ford II, fue quien se hizo cargo. Y una de las primeras
bajas que logró fue la salida de Bennett, considerado ya un elemento negativo
para la reputación de la empresa (por su influencia, se dieron muchos violentos
hechos en los cuales, varios líderes de la UAW y mismos trabajadores de la
empresa, fueron seriamente heridos por las agresiones de los golpeadores de
Bennett).
Ford
siguió con su terquedad en muchas cosas, como, por ejemplo, oponerse a “obras
de caridad”, por inútiles. Pero, por otro lado, hacía cosas que no lo mostraban
tan malo y amargado, como haber fundado un hospital para sus trabajadores que,
a decir de sus empleados, trabajaba muy bien. Y era totalmente gratuito.
Otra
de sus excentricidades fue la creación de un museo en Dearborn, el que llenó
con todas las cosas que sus trabajadores reunían a diario, sin ninguna especial
característica. Le llevaban herramientas, máquinas, utensilios… de todo, así
que ese museo se convirtió en una gigantesca colección de objetos, sin orden
alguno. Para Ford, era la mejor forma de preservar y presentar la historia de
su país y de la humanidad.
También,
alguna vez, se pensó nominarlo candidato presidencial por los demócratas, pero
sus adherentes tuvieron en cuenta sus dificultades para leer y escribir y se
horrorizaron de pensar en que tendría problemas para hacer y presentar
discursos. Suspiraron aliviados cuando el mismo Ford, quizá pensando en sus
carencias, declinó presentar su candidatura.
Igualmente
fue famoso su deseo de bailar, cuando en alguna reunión, Clara, al ver danzar a
los asistentes, le comentó que ellos deberían otra vez dar pasos y vueltas,
como en sus años mozos. Lo que Ford hizo fue contratar a un maestro de baile y
tomar lecciones. No sólo ellos las tomaban, sino que Ford “sugirió” a sus
ejecutivos aprender también. Y, desde entonces, las clases de baile en su casa
eran obligadas, nadie podía negarse,
so pena de ser despedido.
Otro
muy controvertido tema era su aversión a los judíos, sobre todo a los
banqueros, a quienes culpaba de los males que padecía el mundo. Alguna vez tuvo
que disculparse y retractarse, con tal de que no se afectara la imagen de la
empresa por su antisemitismo que, de todos modos, según Burlingame, lo siguió
teniendo.
Finalmente,
un siete de abril de 1947, corrieron las noticias de su fallecimiento en su
mansión de Fair Lane, a los 84 años.
Sobre
esta parte, Burlingame comenta que la casa no era para nada lujosa, sí, amplia,
pero nada que mostrara dispendio. Y sus trabajadores domésticos estuvieron con
él toda la vida. Eso, quizá por los orígenes de Ford, no humildes, pero sí, de
hombre de trabajo, el típico selfmade,
quien no requería la fastuosidad para ser.
Finalmente,
quizá si Henry Ford viera que su impulso a la sobreproducción ha ido
canibalizando y destruyendo a muchas empresas automotrices, sobre todo
estadounidenses, quizá no estaría ya tan orgulloso de su creación.
Ford
Motor Company enfrenta actualmente serios problemas de bajas ventas y fuerte
competencia de automotrices asiáticas y europeas, lo que la ha llevado a
despedir a miles de trabajadores y a que sus acciones, actualmente, ronden los
nueve dólares. Puede quebrar en cualquier momento y solicitar el amparo de la
ley de quiebras de EU (ver: https://jalopnik.com/fords-layoff-plan-is-making-a-ton-of-people-nervous-re-1829751888).
Así es la historia del capitalismo salvaje,
en donde ni las empresas pioneras en la creación de un hito, como hizo Henry
Ford en su momento, aseguran su existencia. O se renuevan y se diversifican e
innovan, o mueren.
Debe de estar llorando Henry Ford por lo que
está pasando la empresa que con tanto gusto fundó y vio crecer, en donde quiera
que se encuentre.
Contacto: studillac@hotmail.com