sábado, 26 de marzo de 2022

“Los de abajo”, novela sobre los desilusionados revolucionarios

 

“Los de abajo”, novela sobre los desilusionados revolucionarios

Por Adán Salgado Andrade

 

La así llamada “Revolución Mexicana” (1910-1917), fue un movimiento social armado, provocado por las injusticias y la represión que treinta años de la dictadura ejercida por Porfirio Díaz (1830-1915), impusieron a los mexicanos pobres, la mayoría, campesinos, más una incipiente clase obrera, que también estaba cansada del autoritarismo de Díaz.

Al inicio, un grupo de intelectuales y algunos burgueses, pretendían solamente el derrocamiento de Díaz. Fue el caso de Francisco Ignacio Madero (1873-1913), quien se contentó cuando Díaz, sin mediar demasiada resistencia, renunció a la presidencia. Madero, se embistió como presidente y, a partir de ese momento, su lucha, había “terminado”, prometiendo, por no dejar, algunas demandas sociales, como tierras para repartir, “las que estuvieran disponibles” y otras cosas que no satisfacían a los grupos sociales que se le unieron. Fue cuando las facciones de Emiliano Zapata (1879-1919) y de Francisco Villa (1878-1923), se rebelaron e iniciaron su propia lucha, pues consideraron, correctamente, que no se había hecho la justicia por la cual, sus seguidores y ellos, se habían levantado.

Y de allí, pasaron algunos años, hasta que los intelectuales moderados, junto con clases medias, también moderadas, liderados por Venustiano Carranza (1859-1920),decidieron que la revolución se terminaría el 5 de febrero, de 1917, cuando se promulgó la Constitución de 1917, la que había recogido las demandas sociales y las había convertido en “leyes”, como, por ejemplo, el derecho a la educación, el derecho a la tierra – con la forma de los ejidos –, al trabajo, a la huelga o al salario mínimo – del que establece que debe de satisfacer las necesidades normales de quien lo perciba, cuando que, en la realidad, no alcanza actualmente, ni para comer.

Así que ya no había justificación para más levantamientos. Allí estaban las demandas sociales, convertidas en leyes. Pero otra cosa, muy distinta, era de que se cumplieran, lo cual no se hace o pocas  veces. Por ello, luego de que terminara tal “revolución”, hubo, nuevamente, descontento social, levantamientos y protestas, pues las cosas, cambiaron muy poco.

Las haciendas, en efecto, desaparecieron, pero tomaron su lugar latifundios. Se dio una nueva concentración de las tierras, con la naciente clase adinerada que surgió, como ex generales “revolucionaros”, convertidos en políticos corruptos y populistas, como Álvaro Obregón (1880-1928) o Plutarco Elías Calles (1877-1945). Las cosas, no estuvieron bien, hasta que Lázaro Cárdenas (1895-1970), encauzó todo el descontento de campesinos y obreros, hizo concesiones, fundó sindicatos y organizaciones campesinas y, al menos durante su periodo (1934-1940), la gente se sintió a gusto, viendo que, en efecto, Cárdenas trataba de atender sus demandas.

Pero volviendo a la lucha revolucionaria, en los años en que Zapata y Villa, lograron algunas importantes victorias, también hubo frustraciones entre los que peleaban, pues la mayoría, no tenían claro sobre porqué era su lucha.

Una novela que recoge tales inquietudes, es la debida a la pluma del escritor Mariano Azuela (1873-1952), “Los de abajo”, publicada en 1915. Azuela, vivió la lucha revolucionaria personalmente, por lo que “su estilo, se volvió sarcástico y desilusionado” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Mariano_Azuela).

Justamente por sus vivencias de primera mano, se comprende lo detallada que es esa novela. Muy probablemente, Azuela se haya visto reflejado en Luis Cervantes, quien, como él, era “estudiante de medicina”, a quien el personaje principal, Demetrio Macías, llamaba “curro”, como se referían a los “señoritos”, jóvenes de clases medias o adinerados, a los que veían como parte del enemigo.

Cervantes le dice que no estaba con los federales, “pues por haber dicho algo en favor de los revolucionarios, me persiguieron, me atraparon y fui a dar a un cuartel”.

Eso se lo dice cuando los hombres de Macías lo atrapan, casi al principio de la novela.

Macías estaba en la lucha, porque se había levantado contra un hacendado, don Mónico, que lo había despojado de su tierra y le había incendiado su casa.

Pero Cervantes, cuando ya es aceptado como parte de la tropa de Macías, le dice que la lucha no debe de quedar allí, como una mera venganza, que debía de ir más allá de lo inmediato, unirse a otros jefes revolucionarios, como Pánfilo Natera (1882-1951), para que la lucha trascendiera, “somos elementos de un gran movimiento social que tiene que concluir con el engrandecimiento de nuestra patria. Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo. No peleamos por derrocar a un asesino miserable, sino contra la tiranía misma”.

Las frases de Cervantes eran novedosas para Macías y aunque no las entendía, se maravillaba de lo bien que hablaba el “curro”.

Por la influencia de Cervantes, se unió a Natera, para tomar Zacatecas. Fue cuando todo parecía estar de maravilla. Las tropas revolucionarias, compuestas en su mayoría de pobres campesinos, esperanzados en cambiar su pobre destino, tomaban las casonas de los ricos, en donde cometían desmanes, destrozos, tomaban a las mujeres, las violaban, saqueaban cuanto de valor encontraran, como si así se vengaran de tanta tropelía, sufrida por tantos años en que los ricos, respaldados por el autoritario Díaz y sus secuaces, habían cometido contra ellos.

En una parte, Cervantes le reclama a Macías que eso no era revolucionario, y éste le dice que los deje, que es lo único que tienen para ser felices, “robar y saquear”.

Todo cambia repentinamente cuando Macías y sus hombres se enteran de que Villa había sido derrotado por Carranza. Se lo comunican unos desertores de las filas del que llamaban Centauro del Norte. No lo creen Macías, ni sus generales, Valderrama, Anastasio Montañez, el “Mantecas” y otros. En ese punto, Cervantes decide emprender la “graciosa huida”. Con joyas y centenarios que habían hurtado de la casa de don Mónico, mejor se va a Estados Unidos, en donde sigue sus estudios de medicina, lo que le comunica a Venancio, otro de los seguidores de Macías, barbero de profesión, en una carta.

Ya, desilusionados, Macías y sus hombres parten para Juchipila, el pueblo zacatecano de donde todos ellos eran y en donde habían iniciado su lucha tres años antes, cuando tendieron una emboscada a unos federales que incursionaban por un cañón. Los habían diezmado, pues Macías y sus hombres, desde las alturas, tenían muy buena posición de tiro “y los mataron como moscas”.

La gente estaba cansada ya de tantas batallas, empobrecida, hambrienta. En el pueblo, los recibieron fríamente y por más que pedían comida, mostrando que tenían dinero, nadie les vendió o regaló nada. Una mujer, hasta les gritó, a la vista de los billetes, “¡Papeles, sí!… ¡Eso nos han traído ustedes!... ¡Pos eso coman! … – dice la fondera, una viejota insolente, con una enorme cicatriz en la cara, quien cuenta que ‘ya durmió en el petate del muerto para no morirse de un susto’ “.

Sí, ya los despreciaban todos.

Menos la mujer y el hijo de Macías. Ella, lo esperaba con mucho gusto. “Ya no te vayas, Demetrio, ya quédate”, le pide, pues presiente que algo le va a suceder.

Pero Macías nada dice. Todavía tiene la convicción de que la “lucha, debe de seguir”.

Y se van del pueblo sus hombres y él, a seguir “luchando”.

Son cogidos en el mismo cañón en el que años atrás, habían masacrado a los federales. Caen abatidos por las ametralladoras, para impotencia, coraje y tristeza de Macías, quien queda muerto, sentado, “con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil…”.

De esa forma, concluye la novela, de la que no quise dar más detalles, pues es de todos conocida. Simplemente, traté de enfatizar que es una reflexión que Azuela hace sobre las contradicciones que ese movimiento social tuvo, desde su punto de vista.

Hay hasta dos versiones cinematográficas, una, de 1940, dirigida por Chano Urrueta (1904-1979) y otra, de 1976, dirigida por Servando González (1923-2008). Particularmente, ésta última, la he visto y me parece que recoge bastante bien la intención de la novela. La recomiendo bastante. La pueden ver en la plataforma FilminLatino (ver: https://www.filminlatino.mx/pelicula/los-de-abajo).

Finalmente, la reflexión de Azuela, es extensiva a todas las guerras, en las cuales, los soldados, son enviados al matadero, sin que la mayoría sepan porqué están peleando. Es su empleo y lo deben de cumplir, sin protestar.

Claro, los enajenan con que “pelean por la patria”.

Pero esa “patria”, está secuestrada por los grupos dominantes, los que sólo la usan para sus mezquinos intereses personales de enriquecimiento y poder.

Los demás, como escribió Azuela, somos los de abajo.

 

Contacto: studillac@hotmail.com