domingo, 10 de mayo de 2020

El problema de alimentarse en el espacio


El problema de alimentarse en el espacio
por Adán Salgado Andrade

Los vuelos espaciales tripulados siempre han destacado como los principales problemas, el diseño de las naves, los equipos de cómputo que las guiarán, sus motores y el tipo de combustibles, las maniobras que han de seguir y cosas así, muy técnicas, pero en lo que menos pensamos es en los alimentos de los astronautas, ya sean los que viajaron a la Luna o los que viajan y pasan varios meses a bordo de la Estación Internacional Espacial (ISS, International Space Station).
No sólo eso, sino que si se quiere hacer de los viajes espaciales, por ejemplo, a la Luna o Marte, que serían, por lo pronto, los destinos más alcanzables, el factor comida sería muy importante, no sólo porque la gente tiene que alimentarse, ya sean los que viajen como turistas (los ¿turispaciales, se les podría llamar?) o la tripulación, sino porque la reunión para comer es importante socialmente, es una especie de ritual que se aprovecha para conversar, convivir, saborear los alimentos (si están sabrosos, claro), discutir algunas cosas, arreglar o desarreglar problemas…
Aunque hay que decir que esos “viajes turísticos” serían sólo para millonarios. Recientemente, la NASA anunció que un viaje a la Estación Espacial costaría módicos $52 millones de dólares, incluidas todas las incomodidades que ese lugar ofrece. ¡Regalado el viajecito! (ver: https://www.cnbc.com/2019/06/11/tourist-cost-to-visit-international-space-station-with-spacex-is-52m.html).
Sobre el tipo de comida que podría ingerirse en los futuros vuelos espaciales, la revista tecnológica Wired, publicó un artículo llamado “¿Caviar de algas, alguien apetece? Qué comeremos en nuestro viaje a Marte”, firmado por Nicola Twilley, en el que diserta sobre qué tipo de alimentación podría ser la más adecuada para viajes tan largos como aquéllos a Marte (ver: https://www.wired.com/story/space-food-what-will-keep-us-human/).
Particularmente, pienso que la idea de ir a la Luna o a Marte, se antoja hasta ociosa, pues con tantos problemas, muy graves, que tenemos en el planeta, como el cambio climático, el surgimiento de nuevas enfermedades por virus o bacterias (como en la presente pandemia), hambre mundial, creciente pobreza… y tantos más, tanto dinero que sería gastado en ese, digamos, “capricho tecnológico”, mejor debería de ser empleado en resolver los mencionados problemas. Y ya mencioné cuánto costaría un viaje al espacio.
Pero esos caprichos, son obra de millonarios que, a mejor forma de gastar su dinero, están proyectando ir al espacio. Es el caso de Elon Musk, que pretende establecer agricultura hidropónica en Marte o Jeff Bezos, que quiere instalar minas en la Luna o Richard Branson, dueño de Virgin Galactic, que quiere fundar cruceros celestiales… y más cosas que, hasta se antojan como ciencia-ficción, sobre todo, en vista de que faltan muchos avances para lograr cosas así.
Por cierto, hay que mencionar que los tres millonarios citados, se caracterizan también por sus mezquinos comportamientos. Jeff Bezos, por explotar a sus trabajadores, pagarles muy bajos salarios y no protegerlos de contagios de Covid-19, de los que varios murieron (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/04/negligencia-de-amazon-con-sus.html).
Elon Musk, además de ser autoritario con sus obreros, se opuso a cerrar su fábrica de autos eléctricos, aun en medio de la pandemia, pues dijo que era “esencial” (ver: https://www.wired.com/story/sheriff-tells-tesla-not-essential-musk-thinks/)  
Richard Branson, no quiere rescatar a su aerolínea, que sufre los percances de la pandemia, por la falta de pasajeros, a pesar de ser millonario y tener su isla privada (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/04/el-oportunista-capitalismo-salvaje.html).
Pero como organismos públicos, como la NASA o la Agencia Espacial Europea, están también interesados en ese tipo de vuelos espaciales, el tipo de comida que se ingerirá, les importa mucho.
Twilley se inmiscuyó con un equipo de investigadores, liderados por Ariel Ekblaw, fundadora del Media Lab’s Space Exploration Initiative, dependiente del MIT (Instituto tecnológico de Massachusetts), uno de los organismos públicos que se encarga de contemplar detalles como la comida, el tipo de trajes que se usen, los efectos de ingravidez en el cuerpo humano por mucho tiempo, si podría cultivarse comida en el espacio o en la Luna o Marte y otras cosas.
De hecho, en la Estación Espacial, los astronautas Scott Kelly y su compañero Kjell Lindgren, lograron cultivar lechuga romana, en un sistema para crecer vegetales, y comerla, algo destacable. Emplearon una especie de pequeño invernadero, que incluye hidroponía y luces LED, llamado Veg-01, desarrollado por Orbital Technologies Corp., al cual, se le hicieron muchas pruebas en el Centro Espacial Kennedy, antes de ser enviado a la Estación Espacial (ver: https://www.nasa.gov/mission_pages/station/research/news/meals_ready_to_eat).
Los científicos de la NASA, así como científicas como Marianna Obrist, profesora de experiencias multisensoriales, señala que crecer vegetales en el espacio, sería una manera muy buena de evitar el estrés que viajes tan largos producirían en los viajeros celestiales, pues tendrían algo “familiar”, que los trasladaría mentalmente al planeta.
Dice Twilley que en la misión Apolo 8, que fue la primera espacial tripulada, que llegó a la Luna y regresó, los astronautas “se sorprendieron de ver que la cosa más destacable, en ese viaje de un millón de millas, estuvo en el espejo retrovisor. ‘Íbamos a explorar la Luna y en lugar de eso, descubrimos la Tierra’, escribió el astronauta Bill Anders 50 años después de que la misión terminó”. Eso, porque la Tierra ahí estaba, el verla, los hacía sentirse “conectados” con el planeta.
En una misión a Marte, el planeta desaparecería de su visión y eso daría lugar, dice Twilley, a una depresión espacial, sobre todo en largos viajes. Por eso, neurólogos espaciales indican que es muy importante aportar un elemento que mantenga conectada a la gente con el planeta, que sientan que está con ellos todo el tiempo.
Y la comida, que, además de que pueda crecer parte de ella en las naves, tiene que prepararse también. De esa forma, el ver cómo crecen los vegetales, por ejemplo, sería relajante, y prepararlos y comerlos, daría un efecto de familiaridad, de sentirse, un poco, como en la Tierra. No sólo eso, sino también cultivar plantas de ornato, daría ese toque terrestre.
Incluso, en la Estación Espacial, hay una mesa, que, aunque no sirve de mucho, por la falta de gravedad, logra que se reúna la tripulación para comer y que se relajen.
Maggie Coblentz cubre la parte de investigación gastronómica del ya mencionado Media Lab’s Space Exploration Initiative. Se ha encargado de diseñar artefactos y alimentos, éstos, que sean fáciles de ingerir y que no produzcan efectos colaterales, como moronas, pues pueden ser muy peligrosas si se llegan a meter a equipos delicados.
Por eso, toda la comida de los astronautas, desde el inicio de los vuelos tripulados, es deshidratada o en forma de purés. En la Estación Espacial es así, nada de tenedores, ni cuchillos, únicamente tijeras, para cortar los sobres de comida, un dispositivo en el techo, para agregarles agua y una cuchara para amasarlos y comerlos. Se pueden calentar, a veces, en una especie de maleta de aluminio, que tarda veinte minutos en hacerlo y sólo puede contener las raciones de tres personas. Sobre ese aparato, dice Paolo Nespoli, astronauta italiano que ya estuvo en la Estación Espacial, que “tú tienes una Estación Espacial que cuesta trillones de dólares, hecha por ingenieros que pueden construir las cosas más fascinantes y la comida es calentada en un portafolio, al que le toma veinte minutos y sólo puede hacerlo para tres personas cada vez”. Sí, se antoja como “baja tecnología”.
Es justo el problema que Coblentz está analizando, cómo podría mejorarse la comida, que sea un placer comer en la Estación Espacial y en los vuelos espaciales. Incluso, que hasta pudiera cocinarse espacialmente.
Por eso, sostiene reuniones con ex astronautas que han vivido en dicha estación, para que le aporten ideas. Cady Colerman, otra astronauta que ya estuvo allí, le platicó que le gustaba “cocinar” bolas de arroz y aderezarlas con salsa tártara, pero que le llevaba mucho tiempo, sobre todo, porque están presionados por un horario, ya que deben de hacer varias cosas, estando allí.
Y todos están de acuerdo en que se requiere sabor, que los alimentos sean deliciosos, no que sólo llenen. No pueden comer pan, por lo que ya mencioné de las moronas, así que los alimentos deben de ser, digamos, “prácticos”, pero que les gusten. Tampoco pueden hacerlas muy condimentadas, pues los olores son un problema en la Estación Espacial, porque perduran, a pesar del sistema de ventilación. Nada de comerse allí unos tacos de tripa, con su cebolla y cilantro.
Además, debe de considerarse la cuestión de la evacuación intestinal, muy complicada en ese ambiente de ingravidez (algo que no menciona Twilley).
Ese es otro problema, la evacuación de excremento y orina, lo que, a decir de la astronauta retirada Peggy Whitson, “ir al baño, es la peor parte de estar en el espacio”. Y es que no se puede orinar y defecar al mismo tiempo, pues los orines, se colectan mediante una manguera, en tanto que la defecación se hace en un “excusado” que tiene un agujero, en donde se debe expulsar el excremento, que, al final, es removido mediante succión. Los papeles de baño, no pueden tirarse allí, sino en otro contenedor. En fin, todo un ritual orinar o defecar en el espacio. Por eso, las primeras misiones, buscaban que los alimentos casi no produjeran restos sólidos (ver: https://www.businessinsider.com/how-nasa-astronauts-pee-and-poop-in-space-2018-8?r=MX&IR=T).
En fin, de las entrevistas con ex astronautas y su propia experiencia, a lo que ha llegado Coblentz, hasta ahora, son algunas cosas interesantes. Por ejemplo, ha usado cloruro de calcio y alginato de sodio para crear unas esferas de varios sabores (como perlas) que al ingerirse, pueden tronarse dentro de la boca. Hace, por ejemplo, con sabor de caviar o mete extracto de jengibre en una perla con sabor a limón o una de sabor naranja, en otra de remolacha y así. Dice que, además, ofrecerían un lindo espectáculo, pues como flotarían “podrían verse en 360 grados, no estar sólo en el plato”. Sí, es como si jugaran los astronautas con su comida, y se relajarían.
También quiere ver si alimentos cocinados varían en sabor en la ingravidez. “Coblentz está planeando enviar pasta miso a la Estación Espacial, para ver cómo cambia su sabor”.
Otra idea, son “huesos” de silicón, que se rellenarían de alimentos, para que fueran ingeridos por los astronautas por succión, “para reducir la fatiga de usar cuchara”.
También ha considerado enviar salmuera en órbita, para que se evapore en sal, en cristales, que pudieran adherirse a la comida, pues, por la ingravidez, no pueden usarse saleros. Miren cuántos problemas se generan al comer en órbita, que aquí, en tierra firme, ni imaginaríamos siquiera, pues, además de que nuestros intestinos trabajan por gravedad, no hay problemas con moronas, ni con olores, ni con manos grasosas… y ni con ir al baño.
Por eso, muchos de los astronautas generan problemas de salud, por los efectos adversos de la ingravidez.
Su última invención es una especie de “casco de comida”, que se colocaría en la cabeza, y que tiene un par de oquedades para introducir las manos. Con el casco, no habría problemas para comer, por si algo generara una morona.
Todas esas cosas, las probó Coblentz en un vuelo de ingravidez, contratado por la NASA, con las empresa Zero-G Corporation, en el que también participó Twilley. Veinticuatro pasajeros, a bordo de un avión, fueron sometidos a fuertes aceleraciones, describiendo arcos parabólicos, para, al descender, lograr el efecto antigravedad. Eso duró seis minutos, dentro de los cuales, los otros pasajeros, también científicos, llevaron a cabo experimentos o probaron aparatos. Incluso, había gusanos de seda en un contenedor plástico, para ver cómo reaccionaban a la falta de gravedad.
Al final, dice Twilley, las cosas para Coblentz no salieron como esperaba. Ya, en tierra firme, le ayudó a sacarse las perlas de alimentos de entre su cabello, que, aunque no se salieron del casco, se le metieron allí.
Pues muy lejana se ve, todavía, la forma más adecuada de que los viajeros espaciales hicieran de la comida un ritual de relajación y de gozo de sus alimentos.
Pero debe de hacerse, pues podemos acostumbrarnos a la ingravidez o a defecar en incómodos sanitarios, menos a no comer.