sábado, 9 de mayo de 2020

Chernóbil, un evitable desastre


Chernóbil, un evitable desastre
por Adán Salgado Andrade

En el 2019, la productora estadounidense de series y películas para televisión, HBO, transmitió una muy apreciada miniserie titulada “Chernóbil”, acerca de los trágicos acontecimientos que provocaron el accidente del reactor nuclear, asentado en esa ciudad, de la entonces república soviética de Ucrania.
En cinco, aceptablemente bien documentados, capítulos, se refieren los acontecimientos previos al estallido del reactor nuclear, un muy defectuoso modelo, y los esfuerzos que tuvo que hacer la Unión Soviética, en ese entonces, para controlar y evitar que el agua sumamente radioactiva, contenida en tanques, se pudiera filtrar, contaminara acuíferos y ríos cercanos, lo que habría sido una grave catástrofe ambiental y social para varios países, no sólo para la URSS.
Fue escrita por el guionista estadounidense Craig Mazin, quien realizó buena parte de la investigación, y dirigida por Johan Renck, director y músico suizo.
La serie ha sido cuestionada por varios testigos y funcionarios soviéticos de la época, de mentir o exagerar en varios aspectos, sobre todo del excesivo control soviético que se muestra o de que las personas que morían por radiación no la “contagiaban”. Uno de los personajes, la científica Ulana Khomyuk, es ficticio, en el cual, Mazin buscó personificar a varios científicos, preocupados por la peligrosidad del diseño de los reactores soviéticos. Pero en los créditos finales, se explica esa situación (es una recurrencia literaria que ya se ha hecho, en películas como Hidden Figures, del 2016, dirigida por Theodore Melfi, en donde uno de los personajes, Al Harrison, interpretado por Kevin Costner, es la suma de varios científicos, como explica el guionista de la cinta).
Sin embargo, para el ex ministro ruso de Cultura, Vladimir Medinsky, la serie está “magistralmente filmada y respeta mucho a la gente ordinaria”. No así para Vladimir Putin, quien ha dicho que pronto se exhibirá la versión rusa sobre la catástrofe, proyecto que se planeó antes de la miniserie de HBO y en el que, dice Putin, se muestra que la CIA tuvo que ver en la catástrofe (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Chernobyl_(miniseries)#Critical_response).
Otras versiones indican que es un intento por desprestigiar a la industria nuclear rusa, de la que la empresa Rosatom, lidera mundialmente la fabricación de los (peligrosos) reactores nucleares.
Sea como sea, la serie da una buena idea de los eventos que condujeron a ese desastre, en el cual las víctimas van de los 5000 hasta las 90 mil, según varias publicaciones (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/07/el-mortifero-legado-nuclear.html).
Además, se formó una “zona de exclusión” en Chernóbil, que, durante los próximos 25 mil años – que es lo que duran activos los materiales radioactivos que contaminaron la planta y parte de la ciudad –, no podrá ser ocupada por persona alguna (aunque, sorprendentemente, hay vegetación y hasta fauna, como perros, que se ha “adaptado” a la alta radiación. Ver: https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2018/feb/05/dogs-chernobyl-abandoned-pets-stray-exclusion-zone).   
Se centra la serie en las acciones que llevó a cabo el científico soviético, especialista en química inorgánica, Valery Legasov (1936-1988). Gracias a su pronta intervención, pudo apagarse rápidamente el incendio de la explotada planta y tuvo mucho que ver para que el gobierno soviético (el último), comandado por Mijaíl Gorbachov, revisara el diseño de los reactores nucleares RBMK, sobre todo, de las barras de control, las que, se suponía, en un caso de emergencia, debían de actuar rápidamente y aliviar las tensiones provocadas por sobrecalentamientos, pero como eran de un material de baja calidad (grafito), al contrario, contribuyeron a que se sobrecalentara y aumentara mucho más rápidamente la presión, lo que provocó el estallido.
Comienza en la mañana del 26 de abril de 1988, dos años después de que hubiera estallado la planta nuclear de Chernóbil, cuando Valery Legasov (Jared Harris), se encuentra en su departamento, luego de hacer una última declaración en una grabadora, culpando al ingeniero Anatoly Dyatlov y a otros funcionarios, del desastre nuclear de Chernóbil. Después, saca el casete del aparato, lo guarda en un paquete, junto con otros, sale de su departamento y lo esconde en un resquicio.
Luego, Legasov se quita la vida, colgándose.
Y de allí, la historia se va dos años antes, en la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando estalla la planta. Eso, lo ve como una especie de intenso relámpago, desde la ventana de su departamento, Lyudmilla, la embarazada esposa del bombero Vasily Ignatenko. Casi de inmediato, Vasily recibe una llamada del cuerpo de bomberos, el que debe de apagar un incendio en la planta nuclear. Lyudmilla se incomoda algo, pues es de madrugada y le dice que si no puede reportarse enfermo, pero Vasily es muy responsable y va.
Justamente fueron los bomberos, además de varios técnicos de la planta, los primeros en recibir miles de roentgens de radiación, la que, de inmediato, fue minando su salud, pues tanta radioactividad, licuó sus cuerpos rápidamente, hasta dejarlos como tumefactas masas.
Y así, sigue la historia, con la llegada de Valery Legasov y otros funcionarios y científicos, para decirles a los supremos líderes, que el reactor era peligroso desde su diseño y que tenía que modificarse.
La serie también enfatiza el hecho de que se trató de ocultar el desastre al resto del mundo, pero que las mediciones de radioactividad de países como Alemania o Inglaterra, no dejaban lugar a dudas de que había sucedido un grave accidente – además de que las imágenes satelitales, captadas por los satélites espías estadounidenses, pronto revelaron la magnitud de las cosas.
Otra evento que se muestra es que, por varios días, el hecho se ocultó a la población, mucha de la cual, recibió letales cantidades de radiación. Y fue justamente la presión de Legasov lo que llevó a los funcionarios soviéticos a iniciar la evacuación (sería interesante saber cómo fue realizada tal evacuación y sus efectos en los evacuados, pues las personas sólo cargaron con papeles, dinero, lo necesario, porque el resto de sus cosas y sus casas, estaban contaminados. Actualmente, la contaminación de la “zona de exclusión”, no ha evitado que muchos audaces jóvenes ucranianos, burlen la vigilancia policial y penetren aquélla, a casas y departamentos, y los recorran, pues dicen que sienten como si regresaran al pasado, como si todo se hubiera congelado repentinamente. Ver: https://slate.com/news-and-politics/2014/09/the-stalkers-inside-the-youth-subculture-that-explores-chernobyls-dead-zone.html).
Deja de lado la serie el por qué se decidió cubrir con un escudo de concreto armado el sitio, el que tiene que estarse renovando cada cien años, y sólo se cita en los créditos finales.
De todos modos, con todas sus imprecisiones y algunas falsas asunciones, es recomendable verlo.
Pero, como dije, tiene sus críticos. Uno de ellos, es la periodista Kim Willsher, reportera del periódico The Guardian, quien estuvo informando en los días posteriores al accidente.
“La versión de HBO sólo rasguña la superficie”, comentó recientemente en un artículo de su autoría (ver: https://www.theguardian.com/environment/2019/jun/16/chernobyl-was-even-worse-than-tv-series-kim-willsher).
Señala Willsher que hay una línea en la serie que no ocasiona sorpresa para los que reportaron en ese entonces los acontecimientos: “La posición oficial del Estado es que una catástrofe global nuclear no es posible en la Unión Soviética”.
Y era tan terminante la frase, que en los meses posteriores a la catástrofe, el Kremlin mantuvo su posición. Willsher dice que comenzó a investigar sobre el accidente a finales de los años 1980’s, “pues amigos ucranianos insistían que autoridades en la URSS estaban cubriendo los alcances que tuvo la tragedia, para aquéllos afectados por radiación, muchos de ellos niños, provocada por el estallido de la planta y que liberó una ponzoñosa nube que recorrió a la URSS y a una buena parte de Europa”.
Dice Willsher que cuando fue a la Unión Soviética, acompañada del fotógrafo John Downing, la que ya estaba por disolverse, seguía negándose que el accidente hubiera sido así de grave. Pero testigos, directos muchos de ellos, les platicaban que, mientras la gente común estaba sin enterarse, abriendo sus ventanas o puertas, sobre todo en Pripyat, la ciudad construida especialmente para los trabajadores de la planta, los funcionarios soviéticos estaban llevándose urgentemente a su familia. Claro, las élites son las primeras en salvarse.
En la televisión, el 29 de abril, a tres días de la catástrofe, el accidente fue la sexta nota que se dio, y eso, muy incidentalmente. Cita Willsher que la conductora leyó “Hubo un accidente en Chernóbil y dos personas murieron”. Para minimizar la catástrofe, se ordenó a las escuelas de Ucrania y Bielorrusia que siguieran con las celebraciones del Primero de Mayo y los desfiles, a pesar de que la lluvia los cubrió con las mortales partículas radioactivas.
Dice que hoy día, Chernóbil es una atracción turística. Miles de turistas recorren la ciudad fantasma (fuera de la zona de exclusión, claro), sacando fotos de casas en ruinas, secas piscinas, ferias abandonadas y crecidas calles. “Pero cuando la visitamos por primera vez, parecía algo post-apocalíptico. Hallamos casas aún amuebladas, con las pertenencias personales regadas por allí. A la gente se le dijo que tomaran lo necesario para dos o tres días. Parecía como si se hubieran desvanecido en el aire. Afuera, el sistema público de sonido, estaba todavía tocando música funeraria y la feria, con sus carros chocones y la rueda de la fortuna, de brillantes colores, que ya se estaban oxidando”.
Dice Willsher que en 1990 en la “zona de exclusión” todavía vivían y trabajaban 20,000 personas (supongo que los adoctrinaron tanto, que les hicieron pensar que los daños a su salud serían mínimos). Fueron hasta la “zona muerta”, que comprendía un círculo de 10 kilómetros alrededor de la planta, en donde eran detenidos en puntos de revisión para que los escanearan, buscando partículas radioactivas. Todo el tiempo el escáner fallaba y le tenían que pegar para que funcionara, pero a veces, ni así funcionaba o sonaba muy fuerte y tenía que ser desenchufado. Pero los encargados de hacerlo decían “no hay problema, es seguro seguir”.
Los científicos que acompañaban a Willsher y a Downing, eran más conscientes y les advertían que no se metieran a las zonas acordonadas, porque “no es seguro”. Los científicos estiman que la zona no será segura dentro de los próximos 25 mil años, pero por lo menos unos mil, sí tendrán que pasar.
En el Centro de Investigación de Chernóbil, cercano a la planta, los científicos les mostraron pinos pequeños, crecidos de semillas del también cercano “bosque rojo”, en el cual, los árboles brillaban después de que absorbieron tanta radiación, los que tuvieron que ser cortados y enterrados. Los pinitos eran raras mutaciones, algunos con sus agujas creciendo al revés. No había signos de fauna, ni siquiera pájaros. Los investigadores les dijeron que había ratas de seis dedos y dientes deformes. Habría que ver qué tipo de deformaciones tienen los descendientes de los perros que dejaron los residentes, así como de otros animales que, como dije antes, viven en las zonas radioactivas.
Lo grave, señala Willsher, fue que no sólo los soviéticos mintieron, sino que también el gobierno francés lo hizo, ocultando información sobre la nube radioactiva que se posó sobre su territorio. Hans Blix, el entonces director de la Autoridad Internacional de Energía Atómica, todavía está acusado de minimizar los peligros que siguieron a la catástrofe, a tal grado, que declaró que los residentes podrían regresar al lugar “en poco tiempo”. El científico disidente Andrei Sakharov, también se decepcionó por la declaración de Blix, quien declaró que “para mi vergüenza, al principio pretendí que nada había sucedido”.
Muchos doctores insistieron en que se dio un salto en el número de casos de cánceres y leucemias. Había niños que nacieron con deformidades, como “piernas de rana” o sus caderas invertidas. Otros, tenían defectos cardiacos y cáncer de tiroides, que, se piensa, fueron ocasionados por iodo radioactivo.
Pero Willsher dice que, ni aun así, los funcionarios reconocían que eso se debía a la radiación y lo achacaban a “malnutrición y pobreza”, nada que ver con el accidente nuclear. Muy conveniente valerse de esas lamentables características de la pobreza.
En hospitales que parecían prisiones, padres de niños enfermos les mostraban a sus niños, rogándoles que los llevaran con ellos a Inglaterra o les pedían medicamentos o dinero para comprarlos. Los oncólogos les dijeron que estaban tan cortos de medicamentos para quimioterapias, que le debían dar la mitad de la dosis a un niño y la otra mitad, a otro, lo que, así, no servía de nada. Pero los funcionarios les decían que eso era “evidencia anecdótica”, nada que ver con Chernóbil. Docenas de familias les daban la bienvenida y les compartían lo poco que tenían, para hacerles ver que eran hospitalarios. No entendían por qué sus líderes no podían explicarles por qué sus niños morían por enfermedades relacionadas con la radiación, que eso no tenía que ver con lo de Chernóbil.
Dice Willsher que le dejó profunda huella el caso de una familia de Kiev, capital de Ucrania, cuya hija, Oksana, estaba enferma por la radiación. El primero de mayo de 1986, a la chica, junto con sus compañeros de escuela, se les ordenó salir a la calle para “celebrar” y participar en los desfiles tradicionales en conmemoración del Día del Trabajo. Por la radiación que seguramente inhaló, enfermó. Cuando Willsher la conoció, era casi un vegetal, agonizante, sin hablar, nada que ver con una foto de ella, en donde aparecía una chica muy bonita y alegre. Su padre fue obligado a ir a Chernóbil, a cantarles a los trabajadores que estaban encargándose de la “limpieza” del sitio.
Oksana murió, como muchos otros, agrega Willsher, pero las estadísticas oficiales sólo reconocieron 31 muertes, aunque otras estimaciones “no científicas” estiman que murieron entre 4000 hasta 93,000.
Willsher y John regresaron varias veces a Chernóbil. Ella fue para recordar el 30 aniversario, el 26 de abril del 2016, y al platicar con residentes de Pripyat, que en esos días fueron evacuados a Slavutych, todos le dijeron que supieron de parientes y amigos que habían muerto prematuramente luego del desastre. “Más evidencias anecdóticas”, ironiza Willsher.
John, su fotógrafo, murió el 8 de abril del presente año, de cáncer pulmonar. Cuando contrajo la enfermedad, Willsher y él, se preguntaban si tuvo que ver con sus frecuentes visitas a Chernóbil. Y le recordó Downing a ella, la vez que platicaron con un científico en Moscú, “algo que nunca olvidaré. Tomó un cuaderno de su escritorio y le pasó un contador Geiger encima, que empezó a tronar como loco. Cuatro años habían pasado y aún seguía radioactivo”.
Muy probablemente John se haya enfermado de tanto ir allá. Pero Willsher no menciona que esté enferma, hasta ahora.
Continúa la periodista mencionando las negacionistas declaraciones de Vladimir Putin – que ya referí antes –, insistiendo, luego de 34 años de la tragedia, que la miniserie es pura desinformación y que “Rusia hará su propia versión, culpando a la CIA”. “Como la radiación, la propaganda del Kremlin posee una larga vida media”, ironiza Willsher.
El artículo finaliza con datos sobre Chernóbil. Esa planta, era la mayor del mundo en su momento, con doce reactores.
Años antes de la catástrofe, un informe secreto de la KGB – la CIA de la entonces URSS –, había enfatizado que los reactores RBMK tenían serias fallas.
Los elementos radioactivos soltados en la explosión, son activos entre 30 y 24,000 años, lo que será una amenaza ambiental por varios siglos.
Alrededor de 600,000 personas, conocidas como los “liquidadores”, tomaron parte en la limpieza. A algunos se les ordenó retirar con palas, mortal grafito radioactivo (eso se muestra en la miniserie), trabajando en turnos de 90 minutos cada uno.
Cerca de 350,000 personas, de más de 200 localidades, fueron evacuadas.
El último reactor de ese tipo, fue cerrado en el 2000 (aunque se les hicieron modificaciones para evitar los peligros que tuvo el de Chernóbil).
Lo peor es que el ser humano, pronto olvida las tragedias.
Se siguen instalando reactores nucleares en varios países. Ni lo que pasó en Japón, durante el temblor del 2011, que ha convertido a Fukushima en un lugar sumamente peligroso, ha hecho entender a los poderes fácticos que dominan al planeta, sobre la peligrosidad de esa maldita energía.
Así que ¿cuántos accidentes nucleares más, tendrán que suceder, para ver si así se actúa y deja de usarse la energía atómica?
Muy probablemente, ni así se entienda y, dentro de poco, suceda otro accidente o, peor aún, haya un conflicto bélico nuclear, y se haga una miniserie al respecto… si es que todavía quedan humanos, luego de que una hecatombe nuclear nos acabe.