miércoles, 20 de abril de 2022

Las máquinas expendedoras facilitan el consumo de comida chatarra y otras cosas

 

Las máquinas expendedoras facilitan el consumo de comida chatarra y otras cosas

Por Adán Salgado Andrade

 

El capitalismo salvaje siempre está buscando la manera de acelerar el consumo, automatizarlo, que el comprador pueda hacerlo a toda hora.

Eso lo han posibilitado las máquinas expendedoras, como las que podemos hallar en hospitales, oficinas, escuelas, tiendas y otros puntos. Seguramente se han encontrado alguna vez una de tales máquinas. Introducen monedas o billetes, seleccionan el producto deseado – botanas industrializadas, refrescos, café y más cosas – y se los entrega en un compartimiento inferior.

Según la historia, ya Herón de Alejandría (10-70 DC), matemático e ingeniero que vivió en el Egipto Romano, durante el siglo I, “inventó una máquina, a la que se colocaba una moneda y daba una cantidad de agua”. Más adelante, hacia 1615, “máquinas colocadas en tabernas inglesas, vendían tabaco. Eran portátiles, hechas de bronce”. Luego, “un vendedor de libros inglés, Richard Carlile (1790-1843), desarrolló una máquina para vender periódicos hacia 1822”. Y siguieron las invenciones, con la máquina “creada por el inglés Simon Denham, a quien se le otorgó la patente número 706, en 1867, por su máquina que vendía estampillas de correo, la primera totalmente automática”. Pero las que se consideran como las antecesoras de las modernas máquinas expendedoras, “se introdujeron en Londres, a principios de los 1880’s y vendían tarjetas postales. Fueron inventadas por Percival Everitt en 1883 y muy pronto se generalizaron en estaciones de trenes y oficinas postales, pues vendían sobres, tarjetas postales y libretas”. En 1887, la “Sweetmeat Delivery Company, se fundó y se considera que fue la primera en instalar máquinas expendedoras y darles mantenimiento”. Y en 1893, Franz Stollwerck, un fabricante alemán de chocolates, distribuía ya sus productos en 15,000 máquinas expendedoras. Fundó varias empresas, para fabricarlas en distintos países, las que vendían, además de chocolate, cigarros, cerillos, goma de mascar y jabones”. Y en 1888, se fabricó la primera máquina expendedora en Estados Unidos, “por la Thomas Adams Gum Company (la de los chicles Adams), la que vendía chicles en las estaciones del tren en Nueva York. Luego, la Pulver Manufacturing Company, les agregó juegos, como pequeñas figuras, que se iban moviendo conforme alguien compraba un chicle y que, en determinado momento, a una persona con suerte, le salía una de tales figuras, a manera de premio” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Vending_machine).

De allí, las máquinas expendedoras fueron generalizándose, así como lo que vendían, pues, actualmente, expenden de todo: comida chatarra, dulces, fotos, boletos, recargas, refrescos, helados, ensaladas, comida preparada, periódicos, libros, bebidas frías o calientes (como las del OXXO), papas fritas, pizzas, carnadas para peces, condones, píldoras para evitar el embarazo, pañales, productos hechos con mariguana… y hasta autos, como una que opera en Atlanta y otra, en Singapur. “Japón, es el país en donde más se han popularizado tales máquinas, en donde hay una por cada veintitrés habitantes” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Vending_machine#Specialized_vending_machines).

El periodista Tom Lamont, se propuso estudiar el funcionamiento de empresas que operan ese tipo de máquinas, en países como Inglaterra. Su artículo, publicado en The Guardian, se titula “Un día en la vida de (casi) cualquier máquina expendedora”, en el que analiza porqué tales máquinas, en muchas personas, tienen un cierto atractivo, que las lleva a consumir lo que ofrecen (ver: https://www.theguardian.com/business/2022/apr/14/a-day-in-the-life-of-almost-every-vending-machine-in-the-world).

Narra su compulsión por comprar en esas máquinas, “a veces, me enorgullece ser el primero al que le venda una máquina unos Doritos o el último”.

Entrevistó a John Broderick, dueño de una empresa que opera 2,800 máquinas “en los lugares más buscados de Inglaterra por empresas similares”. Y ha llegado Broderick a tal grado de automatización y computarización “que puede ver en su sala de cómputo, el momento preciso en que alguien compra algo. De hecho, me dijo la hora exacta de cuando compré unos Doritos por la mañana, el día en que fui a entrevistarlo”.

Dice Lamont que el atractivo para los que se dedican a operar tales máquinas es que “no deben de estar allí para hacer las ventas, las que pueden darse a cualquier hora. Basta tenerlas bien surtidas y ¡listo!, ventas seguras”.

Broderick le comentó  que durante la pandemia, se dieron muchas pérdidas, pues “muchos de los sitios en donde operaban sus máquinas, se cerraron, así que se quedaron los productos allí y caducaron. Todo se debió de tirar”.

Pero también fue una oportunidad para Broderick, quien diseña sus máquinas, de hacerlas más automatizadas, “pues escanean la tarjea de crédito sin que se deba de pegar, algo bueno, pues evita los contagios”. Además, “le ha pedido permiso a sus clientes, para rastrear sus hábitos de consumo y les hace regalos, como recompensa”.

Todo eso, gracias a tanta automatización y computarización que ha ido incorporando en sus máquinas. “Y como cobran digitalmente, ya no tiene necesidad de ir a sacar el dinero”, dice Lamont.

Menciona lo que comento antes, que Japón es en donde hay la mayor cantidad de máquinas expendedoras, más de cinco millones. “Masaharu Mizota, un contador, es entusiasta de tales máquinas. Recientemente, viajó varias horas para comprar en una máquina que, le informaron, vende origami, esas muy elaboradas figuras de papel, en donde adquirió, por cincuenta yenes, cada una, delicadas flores, pájaros y estrellas”.

“Es un negocio muy competitivo. Los pasados veinte años, el negocio mundial de máquinas expendedoras, ha sido dominado por corporaciones que se han apoderado del mercado, absorbiendo y comprando a operadores regionales. En Japón, la empresa Glory, es la más fuerte. En Estados Unidos, es Crane. En Europa, es Selecta, fundada en Zúrich, en 1957 y que es propiedad de la empresa suiza de inversiones KKR, desde el 2015. En su sucursal inglesa, ubicada en Hemel Hempstead, Selecta domina el mercado inglés, con 80,000 máquinas distribuidas en hoteles, terminales y gasolineras. En más de una ocasión, le ha tratado a John Broderick de comprar su empresa. Pero siempre ha respondido que no está interesado”.

Como en toda innovación tecnológica, siempre hay grupos que la monopolizan y compran o destruyen a la competencia. Quizá no pase mucho tiempo para que Broderick ceda a tas presiones de Selecta y venda su empresa. De lo contrario, podría arriesgarse a una guerra de precios, que aquélla podría sostener por mucho tiempo, lo que no podría hacer Broderick.

 De todos modos, hay algunos que empiezan, que tienen una máquina expendedora, pensando en que están iniciando una “gran empresa”. Uno de ellos es Emmet Oppong, inglés de ascendencia africana, que opera una máquina en Belfast. Vende refrescos, dulces y botanas. “Como ya había amortizado la compra de su primera máquina, ya hasta compró otras dos”, dice Lamont. “Sí, creo que me está yendo bien”, le dijo Oppong, “quien todavía no enfrenta tanta competencia en donde opera”.

También señala Lamont que han ocasionado algunas muertes. “Un estudio estadounidense, registró 37 muertes y 113 heridos en un periodo de veinte años, lo que equivaldría a 1.85 fallecimientos por año. Esta estadística, nunca corregida o puesta al día, algunas veces lleva a pensar que esas máquinas son más mortales que los tiburones. En los 1980’s, latas de bebidas fueron dejadas encima de algunas máquinas, para que cualquiera las cogiera. A esas latas, se les había agregado un potente herbicida, que mató a doce personas”.

Pero si, como dice Lamont, el referido estudio no ha sido actualizado, fuera de las latas envenenadas, hay pocas posibilidades de que una de tales máquinas “mate a alguien”.

Concluye Lamont diciendo, nuevamente, que esas máquinas atraen “por la forma despersonalizada de adquirir un producto, sin mediación de un ser humano”.

Finalmente, es la tendencia del capitalismo salvaje, de que si se puede ahorrar a empleados u operar sus negocios, sin gente de por medio, mucho mejor (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/01/al-capitalismo-salvaje-no-le-perturba.html).

Pero es absurdo, pues son las personas, no las máquinas, las que consumen.

No creo que esas máquinas expendedoras, se compren cosas entre sí.

Así que es otra de las contradicciones que están llevando a este depredador, destructivo sistema, a su extinción.

 

Contacto: studillac@hotmail.com