martes, 9 de marzo de 2021

Conversando con un misionero de 10,038 años

 

Conversando con un misionero de 10,038 años

Por Adán Salgado Andrade

 

“Ten thousand and thirty eight years old”, me dice Babi, en su inglés, que yo identifico como con acento estadounidense. O sea que, según él, tiene 10,038 años, y que es un misionero, pero que fue castigado por alguien, no le entiendo bien quién.

Babi, dice que así lo llaman, es un hombre robusto, alto, de un metro ochenta y cinco, más o menos, piel muy obscura, como de la raza cimarrona de África, que me he encontrado varias veces en ese mismo sitio, a un lado de la pared de un Walmart.

Al principio, pensé que sería haitiano. Por eso, comencé el contacto con algunas palabras en francés, pero era evidente que no me comprendía. Entonces, le pregunté si hablaba inglés, me dijo que sí, y es como nos hemos estado comunicando.

Luego de varias veces de haber platicado con él, he, digamos, reconstruido un poco su historia, aunque hay muchas cosas, casi todo, que no me quedan claras.

Es muy cierto que las enfermedades mentales, además de ser incapacitantes, pueden trastornar a tal grado la personalidad, que una persona podría inventarse una historia.

Por ejemplo, el llamado delirium tremens, es una condición que ocasiona alucinaciones y, aunque se da más comúnmente en personas alcohólicas, a las que se quita, repentinamente, el alcohol, puede sucederle a otras, que sufran problemas de desequilibrio electrolítico, pancreatitis o hepatitis (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Delirium_tremens).

No lo sé en el caso de Babi, pero aunque dice que en edad terrenal tiene 38 años, reconoce que se ve más grande. Yo le calculaba unos 45 años, pues se notan los estragos de una vida difícil, viviendo y durmiendo en la calle, sentado siempre en esa saliente cúbica de la pared de la tienda de autoservicio, que le ha acomodado como un buen asiento, al que le ha puesto unos cartones encima, para hacerlo más cómodo, seguramente.

A pesar de todo, se ve saludable, dentro de lo posible, aunque le faltan varios dientes. Es algo calvo, aunque no sé cómo, su cabello chino, se mantiene corto y no le crecen mucho la barba y bigote. Y a pesar de que es evidente que lleva mucho tiempo de no bañarse, no huele mal. De hecho, no detecto olor alguno.

Viste una chamarra “verde”, que de tanta mugre que ha acumulado, ya casi se ve negra. Y sus pantalones, ésos, sí, son obscuros.

Le he insistido todas las veces en que me dijera de dónde viene, pero siempre me responde con lo mismo, que es un misionero que tiene 10,038 años y viene del espacio.

Y ha ido abundando en su “historia”. En la última ocasión en que platiqué con él, agregó que su familia antigua vivía en lo que hoy es Indonesia. “Fueron secuestrados por sectas”, afirma, muy convencido. “Sí, Boko Haram, y otras”, continúa, refiriéndose a ese grupo criminal que opera en Nigeria, secuestrando chicas de secundaria y pidiendo rescate por ellas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2021/02/como-lograron-sobrevivir-chicas.html).

A él, dice que secuestradores, lo sacaron de una “tumba en Egipto”. Prefiero no mostrar mi escepticismo, para que me siga platicando, en su inglés, con acento estadounidense. Algo comienzo a figurarme de que, quizá sea de ese país. “Me llevaron secuestrado a un laboratorio y me cortaron la cabeza”, afirma, muy convencido. “¿¡Te cortaron la cabeza!?, entre le pregunto y le respondo, de nuevo, sin mostrar mi incredulidad. Sí, dice, mientras se recorre el obscuro cuello, con el dedo índice de su mano derecha. “De aquí me la cortaron”, afirma, categórico.

Me sigo preguntando, sin embargo, sobre su cordura. Ese día, lo encontré saliendo de la tienda, hablando solo. Como era inglés el que escuché, mire a un lado y vi que era, en efecto, él, con un cubrebocas. Bueno, al menos, observa esa medida sanitaria, en medio de esta larga pandemia. Le grité, “¡Babi!, y volteó, mirándome con gusto, dándonos un leve puñetazo, el permitido saludo en esta emergencia sanitaria.

Así que, si lo descubrí hablando solo, quizá, en efecto, tenga algún problema mental.

Pero la cuestión es que platicando con él, dice las cosas, su fantástica historia, con tanta convicción que, hasta me pone a dudar. “O será que ya me está afectando la pandemia y hasta esas fantasías creo”, me pongo a reflexionar, mientras Babi afirma que le cortaron la cabeza, para estudiar su longevidad y otras cosas. “Es que por eso me convirtieron en indigente, porque tengo una misión”, dice. Le pregunto que si los que le cortaron la cabeza. “No, el Dios Malo que me castigó, porque me teme”, afirma, sus ojos, mirándome atentamente, seguro para ver mi reacción.

Y mi reacción sigue siendo la de devolverle la mirada, que piense que, en efecto, le creo.

Entonces, le pregunto si no es un zombi, ya que está hablando de cosas difíciles de creer, por eso de que a los zombis “auténticos”, los desentierran de sus tumbas, pues no están muertos, sino que los drogaron – cuentan los relatos sobre zombis de Haití – con sustancias que ocasionan catalepsia (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/11/los-zombis-reales-de-haiti.html).

“¡No, claro que no!”, me responde, muy seguro.

“Bueno, sí, te cortaron la cabeza y tienes diez mil treinta y ocho años, pero… ¿en dónde estabas, de dónde escapaste?”, le pregunto, insistente.

“Bueno, sí, de un lugar llamado Luisiana”, por fin responde. “Ah, Luisiana, con razón tu acento es estadounidense”, le digo. Y con eso, comienzo a comprender algunas cosas.

Para asegurarme de que una de las historias “reales” que, me imagino, es la de Babi, le pregunto si no es un convicto, escapando de la justicia. Eso, porque he leído de reclusos estadounidenses que, en distintas épocas, han escapado de la cárcel y huido hacia México.

“¡No, no, claro que no, ya te dije que soy un misionero!”, replica, mostrándose algo ofendido por la pregunta.

“¿Estás de ilegal?”, también lo cuestiono. “¡No, no!”, dice, sacudiendo la cabeza.

Así que una de mis “teorías”, digamos, es que, en efecto, Babi tiene algún problema mental y, muy probablemente, haya escapado de algún centro mental de salud de Luisiana, abandonado allí por su familia. Su huida, debe de haber  sido hace un año, que es el tiempo que, asegura, tiene viviendo aquí. Y pienso que sí está como ilegal, aunque diga que no, pues es más fácil para un estadounidense, cruzar la frontera hacia México.

La otra “hipótesis” es que, en Estados Unidos, ya era un indigente y que, por la pandemia, al complicarse más las cosas en su país, sobre todo, la economía, decidió a probar suerte en México.

Quizá haya escuchado que los mexicanos somos amigables, caritativos. Lo confirmo al preguntarle si está a gusto aquí. “¡Sí, la gente es amable, me ayudan, no me molestan… estoy muy a gusto!”, responde sin titubear. Y tampoco quiere regresar a Luisiana, porque dice que “me meterían de nuevo en el laboratorio y me cortarían la cabeza, para quitarme mi cerebro”, asegura.

Le digo que si no necesita un pasaporte y me dice que quizá, “pero no es necesario”.

“¿Tienes familia, padres, hermanos?”, le pregunto. “Sí… pero no son mi familia de hace miles de años, ellos, son los de ahora”, dice. “¿Están vivos?”, le vuelvo a preguntar. “Los de ahora, sí, porque mi familia de hace diez mil años, fue secuestrada y a ellos, también les cortaron la cabeza”, afirma, de nuevo, bastante seguro.

Bueno, mis intentos de que me platicara sobre su vida terrenal, no han sido muy fructíferos, no habiendo obtenido otro dato serio, más que viene de Luisiana.

En otra ocasión, me contó sobre Lucky Luciano, ese famoso gánster estadounidense de los 1930’s. “Sí, estaba allí, y me degolló”, dice, no sabiendo yo si era un sueño el que me estaba contando.

Hace días, le compré un cuaderno y una pluma, para que me escribiera su vida.

Pero tampoco surtió efecto. Lo que escribió es un supuesto relato de que los hombres ascenderán al encuentro con los falsos profetas, “pero que sólo los indigentes se dan cuenta de la verdad, que llegará el Apocalipsis y sólo ellos, podrán salvarse”.

Bueno, es un apocalíptico escenario que, de ser real, le veo la conveniencia de que sea mi amigo, para que me salve de tal Apocalipsis.

Como voy a esa tienda muy frecuentemente, siempre me lo encuentro. Y, a pesar de que no ha sido mucho tiempo y de sus alucinaciones, lo considero mi amigo.

Es algo que se siente, son esas cosas inexplicables que se dan entre ciertas personas. Le dejo siempre fruta, un paquete de pan, una bebida y dinero. Me gustaría hacer algo más por él, pero parece satisfecho con su vida.

Porque le reitero mi pregunta sobre si está realmente contento en México. “Sí, lo estoy”.

Nos damos el leve puñetazo de despedida, deseándole buen día y que lo veré pronto.

Para entonces, quizá Babi haya regresado del firmamento, de donde dice que viene y que, desde hace 10,038 años, ha tratado de hacer el bien. Y entonces, me pueda contar su verdadera historia.

Sí, probablemente, con su minimalista existencia, con la que nos demuestra que se requiere muy poco para vivir, nos esté haciendo el bien.

Contacto: studillac@hotmail.com