miércoles, 13 de enero de 2021

Una sobreviviente de un campo de “reeducación” chino cuenta su terrible experiencia

 

Una sobreviviente de un campo de “reeducación” chino cuenta su terrible experiencia

por Adán Salgado Andrade

 

China es una férrea dictadura, preocupada por sostener un sobrevalorado crecimiento económico que, en primer término, favorezca y enriquezca a sus mafiosos en el poder y, enseguida, al resto de la población – si se puede, claro –, mucha de la cual, sufridamente, ha logrado con su trabajo, convertir a ese país, en la maquiladora mundial que actualmente es.

Pero eso lo han logrado sus autocráticos controladores, manteniendo una fuerte, velada represión sobre todo aquél que ose cuestionar sus totalitarios métodos para “desarrollar” su economía, aunque estén de por medio las libertades y derechos humanos de sus ciudadanos, la salud ambiental, la indiscriminada depredación de sus recursos y una intolerancia absoluta a disentir de las mentiras dominantes (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2013/09/china-autoritarismo-capitalismo-salvaje.html).

Una profesora de la Escuela del Partido Central, la señora Cai Xia, recientemente huyó de China, pues se atrevió a decir que Xi Jinping, el autoritario mandamás chino, se está portando más como un “jefe mafioso que como un líder del país”. Eso le valió a la profesora que la expulsaran de su cargo y del partido, por lo que decidió huir, antes de que la encerraran en una de tantas prisiones en donde encarcelan a disidentes, a quienes llaman “transgresores de la ley” y no perseguidos políticos. “Lo hice porque ya no soporto lo que ese dictador ha hecho de China”, dice. Y porque, de haberse quedado, habría sido encarcelada, como señalé, y quizá un día la hubieran hallado “muerta” por “suicidio”, como suelen hacer (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/08/el-dictador-chino-xi-jinping.html).

Tampoco toleran que etnias que están dentro de su territorio, sigan con sus tradiciones y traten de independizarse, pues son nacionalidades que nada tienen que ver con la china, teniendo derecho a conducirse bajo sus leyes y costumbres.

Tal es el caso de los uigures, una etnia perteneciente a los pueblos túrquicos, que son “varios grupos de Asia central, oriental, norteña y occidental, así como de Europa y África del norte, que hablan lenguas túrquicas” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Turkic_peoples).

“Los uigures, son reconocidos como nativos de la región autónoma de Xinjiang Uigur de China noroccidental. Son considerados como una de las 55 minorías chinas oficialmente reconocidas. Los uigures son vistos por la autocracia china sólo como una minoría regional, dentro de una nación multicultural. La dictadura china rechaza la noción de que los uigures sean un grupo nativo” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Uyghurs).

Por ello, rechazan los mafiosos chinos que traten de reafirmar su autonomía los uigures (como está sucediendo en Hong Kong) y menos que busquen su independencia de China.

En realidad, no tienen raíces comunes. Se consideran los uigures islámicos, pues desde el siglo X, fueron incorporados al islam y, desde entonces, esa religión y costumbres han sido practicadas por ellos.

Así que como China no tolera eso, desde hace unos años, comenzó a construir temibles centros de “reeducación”, en donde han encarcelado a miles de uigures, a quienes, por cualquier motivo, se acusa de “transgresores de las leyes chinas”. (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/01/los-muy-temibles-centros-de-reeducacion.html).

En esos sitios de altas paredes y máxima seguridad, languidecen cientos de hombres y mujeres, cuyo único delito es ser uigures.

Un dramático testimonio, de primera persona, de lo que esos sufridos, torturados uigures pasan allí, lo da Gulbahar Haitiwaji, una mujer uigur que cometió el error de regresar a China, luego de varios años de exilio en Francia, país al que su esposo, sus dos hijos y ella huyeron, dada la constante discriminación y humillación a la que eran sometidos en Xinjiang.

Su testimonio lo ofrece en un libro llamado “Sobreviviente del Gulag Chino”, del que The Guardian ofrece una síntesis, titulada “Nuestras almas están muertas: Cómo sobreviví a un campo de ‘reeducación’ chino para uigures”, firmado por la propia Haitiwaji y Rozenn Morgat, éste, periodista del diario Le Figaro (ver: https://www.theguardian.com/world/2021/jan/12/uighur-xinjiang-re-education-camp-china-gulbahar-haitiwaji).

Un subtítulo resume todos los horrores que vivió  Haitiwaji que “luego de diez años de vivir en Francia, regresé a China para firmar unos papeles y fui encerrada. Por los dos años siguientes, fui sistemáticamente deshumanizada, humillada y alienada”.

Abre el artículo la foto de Haitiwaji, de unos 55 años, cuyo rostro refleja dolor, tormento interno, pues, como dice en el artículo, “destruyen la personalidad, acaban con lo que eres, te torturan psicológicamente, hasta que caes y les dices que sí a todo, pues solamente así sobrevives”.

En efecto, aunque el relato no es muy largo, pero basta para que comprendamos los horrores que allí se viven. Y ella tuvo suerte, pues familiares de presos, dan cuenta de que éstos han muerto en prisión, bajo sospechosas circunstancias.

La forma en que la disuadieron para regresar a China, fue porque debía de firmar unos papeles del trabajo, pues ella deseaba retirarse y era “primordial” que se presentara en persona. “No permitieron que un abogado lo hiciera por mí”. La voz del hombre que le llamó era firme. No podía negociarse.

Tenía que ir a Xinjiang, en donde nació y había trabajado, junto con su esposo Kerim, en una empresa petrolera por veinte años. El señuelo fue muy bueno, pues, como señalé, se trataba de su retiro, pues había estado los diez años que había estado en Francia con licencia sin sueldo. “Si iba y firmaba, me darían una compensación”.

Tanto su esposo, así como sus hijas Gulhumar y Gulnigar, estuvieron de acuerdo en que sólo serían unos días. “A lo mejor te interrogan, pero serán unos instantes, es el protocolo”, le dijo Kerim.

Así que tuvo que ir a Karamay, la ciudad en donde había trabajado para la mencionada empresa petrolera.

Haitiwaji tenía diez años viviendo en Francia. Su error fue no haber tramitado la ciudadanía y sólo una residencia que se renovaba cada diez años. Eso fue lo que aprovecharon los que la condujeron con engaños de regreso a China. Si hubiera sido ciudadana francesa, seguramente no habrían sucedido los horrores que vivió, pues habría sido un asunto diplomático, arreglado entre los dos países.

Al llegar a Karamay, el 30 de noviembre del 2016, se presentó en la oficina de la compañía petrolera para firmar sus papeles. De allí, a la estación de policía en Kunlun, ubicada a unos diez minutos del sitio. En Xinjiang, la mayoría Han, leal a China, es la que manda y ayuda a combatir a los “disidentes” uigures. La policía es Han, así que se portaron prepotentemente desde que ingreso a esa obscura “oficina”.

La interrogaron de todo, porqué se había ido a Francia, a qué se dedicaba y más, una total y plena confesión.

Luego, le mostraron el “delito” del que era acusada: una foto de su hija Gulhumar, en la Place du Trocadéro en París, sonriendo, portando en su mano una miniatura de Turquestán del Este, una “bandera que el gobierno chino ha prohibido, pues para los uigures, esa bandera simboliza el movimiento independentista de la región. En esa ocasión, se había organizado una manifestación de la rama francesa del Congreso Mundial Uigur, que representa a los uigures en el exilio y protesta contra la represión china en Xinjiang”, explica Haitiwaji.

“Su hija es una terrorista”, le espetó el prepotente policía, lo que Haitiwaji negó vehementemente. Pero fue inútil, en esa oficina, en menos de media hora, fue “juzgada y condenada”. Estuvo encerrada hasta junio del 2017 en una cárcel de la estación de policía, en donde la interrogaban hasta que se cansaba y la encadenaban a su cama, como “castigo”. Le dijeron que la enviarían a la “escuela”, para que se portara bien.

Y fue cuando la encerraron en un “centro de reeducación”, en medio del desierto, en Baijiantan, un distrito en las afueras de Karamay. “Sólo veías pura arena, hasta donde la vista alcanzaba”, dice.

Esa “escuela”, en realidad, era una prisión, que se veía nueva, comenta, y a la que, a diario, entraban más prisioneros, mujeres y hombres, para ser “reeducados”.

En una habitación tenían a 40 mujeres para exhaustivo “acondicionamiento” físico, haciéndolas marchar de izquierda a derecha, atrás, adelante, hasta que quedaban muy fatigadas. “Si alguien se desmayaba, uno de los guardias, la levantaba y le daba una bofetada, para que reaccionara. Y si no lo hacía, era sacada del cuarto y no volvíamos a verla. Primero, esto me espantaba, pero, luego, te vas acostumbrando, incluso al horror”.

“Tenía tres días de haber llegado. El primer día, me llevaron los guardias a un dormitorio lleno de camas, simples tablas de madera, numeradas. Me asignaron la 9. Tuve una compañera, que estaba en la 8, Nadira, la que me enseñó el lugar, que tenía dos cámaras vigilando todo el tiempo. Y unas cortinas metálicas, que mantenían cerradas las ventanas. Y ya, nada de colchones, ni muebles, ni papel de baño, ni sábanas, ni lavabo, sólo una cubeta para nuestros desechos, nada más”. Vaya condiciones tan inhumanas y hasta insalubres, pues no tener baño y que sólo les den una cubeta para orinar y defecar es verdaderamente deleznable. Sólo pónganse a pensar en tener que orinar y/o defecar enfrente de todos, sin intimidad, dejando la pudicia a un lado. Porque en las celdas de las cárceles normales, al menos, hay tasa de baño, pero ¿una cubeta? Muy deshumanizada condición la que, de repente, debió enfrentar Haitiwaji.

Dice que “Eso no era una escuela. Era un campo de reeducación, con reglas militares y el deseo de quebrarnos. El silencio era obligatorio, pero como desfallecíamos físicamente, de todos modos, ni ganas de hablar teníamos. Nuestros días estaban determinados por el sonido de silbatos cuando caminábamos, cuando comíamos y cuando dormíamos. Los guardias siempre nos vigilaban, no había forma de escapar a su vigilancia, ni de murmurar, de limpiarte tu boca o bostezar, por temor de que te acusaran de que estabas rezando. No podías rechazar la comida, por temor de que te llamaran ‘terrorista islámico’. Los guardias decían que era comida árabe”.

No parece que se refiera a una prisión en pleno siglo veinte. Parecería una de los años 1800’s. pero, recuerden, no es una “prisión”, sino un “centro de reeducación”.

“Allí se pierde el sentido del tiempo. Caía rendida en la cama, con el estupor de pensar si alguien de mi familia sabría de mi encierro y de si alguna vez saldría de allí”.

Leyendo su crudo testimonio, no pude dejar de pensar en la cinta estadounidense Midnight Express (1979), dirigida por Alan Parker, basada en el testimonio de Billy Hayes, sobre su experiencia cuando fue encarcelado en Turquía, por portar dos kilogramos de hashish. Cumplió 4 años en una prisión que lo quebró, como dice Haitiwaji. Turquía tenía muchas diferencias con Estados Unidos, así que tomaba cualquier pretexto para encarcelar a turistas de ese país. Por fortuna, Billy logró escapar, burlando a los guardias, vistiendo el uniforme de uno de ellos que había muerto, luchando contra Billy, cuando se clavó en la nuca un colgador de ropa. Realmente, su escape, es una escena que pareciera ser ficticia, pero fue real (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Midnight_Express_(film)#Plot).

 Por desgracia, no sucedió algo “milagroso” para Haitiwaji, quien permaneció todo un año en esa insana, insalubre, torturadora prisión.

Dice que no había privacidad y hasta cuando se bañaban las vigilaban. Y, claro, siendo mujeres, seguramente era un gran espectáculo para los pervertidos guardias, quienes gozaban viéndolas desnudas. ¡Deleznable!

Y así pretende presentarse el mafioso Xi Jinping como un “gran estadista”. ¡Vergüenza debería de darle a esa hipócrita! Esos horrores, nada tienen que ver con ser eso.

Haitiwaji estimó que había, al menos, 200 detenidas. “Doscientas detenidas indefinidamente. Y el campo, seguía llenándose”.

En las “clases”, les enseñaban a “amar” a China y a su bandera, su himno, sus tradiciones, a ser buenos ciudadanos chinos, “y la maestra nos abofeteaba, si alguien cerraba los ojos, y nos obligaba a pedir disculpas públicas”.

“Teníamos que agradecer a China, a su presidente, a amarlo”, agrega. Sí, una lavada de cerebro brutal.

Y también les enseñaron una “bonita historia de China, sin lo malo, sólo lo bueno”. Muy seguramente no les refirieron los horrores que hicieron las “guardias rojas” durante la revolución china, que sentenciaban a la cárcel a cualquiera que esos fanáticos muchachos consideraran “enemigo de la revolución”.

El escritor chino Yu Hua, refiere muy bien todo ese violento brutal proceso “revolucionario” en su novela Brothers, en la cual, partiendo de la vida de dos hermanos, expone toda la dictadura y crueldad que se emprendió en nombre de la “revolución” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/01/con-la-novela-brothers-de-yu-hua-de-la.html).

Dice Haitiwaji que luego de un tiempo, todo eso se termina creyendo y, lo peor, se van olvidando cosas del pasado. “Luego de unos meses, no podía recordar las caras de Kerim y de mis hijas. Nos trabajaban hasta que no éramos más que tontos animales. Nadie nos decía hasta cuándo esto seguiría”.

Sí, la tortura psicológica, quiebra a las personas, les quita hasta los deseos de vivir. Pero quizá, inconscientemente, lo que sostuvo a Haitiwaji, fue la esperanza de ver de nuevo a su familia.

Y cuando era despertada en la noche, a patadas contra los tablones, creía que su hora había llegado, que sería ejecutada, pero era otra forma de seguirla torturando y a todas las detenidas, parte de su “entrenamiento” de terror. “Fue cuando entendí el método de los campos, la estrategia implementada: no matarnos a sangre fría, sino hacernos desaparecer poco a poco. Tan lentamente, que nadie lo notaría”.

“Nos ordenaron negar lo que éramos, escupir a nuestras tradiciones, nuestras creencias, nuestro lenguaje, insultar a nuestra gente. Las mujeres, como yo, que salimos de esos campos, no somos lo que fuimos antes, somos sombras, nuestras almas están muertas. Me obligaron a creer que mi esposo y mis hijas eran terroristas. Estaba tan lejos, tan sola, tan exhausta y enajenada, que casi lo creí. Denuncié sus ‘crímenes’. Y pedí perdón al Partido Comunista por atrocidades que ni ellos, ni yo, habíamos cometido”.

Y allí pasó la pobre Haitiwaji dos largos años, quizá los más largos y terribles de su existencia, teniendo que creer la mentira que sirvió para encerrarla: que los uigures son “terroristas”. “Luego de varios meses, comencé a volverme loca, con tanta torturadora propaganda, de que era yo una terrorista. Parte de mi alma se quebró y nuca la recobraré”.

Y tuvo que aceptar que era una terrorista. “Sí, mejor preferí hacerlo, si con eso los convencía y me dejaban salir. Sólo así, podía mantenerme algo lúcida. Pero no creía una sola palabra de lo que les decía. Fue para sobrevivir”. Claro, cuando a alguien lo torturan, puede decir que es el mismísimo demonio, como confesaban los infelices que eran torturados terriblemente por la “Santa” Inquisición. Así de aberrante ha sido la dominación de los más fuertes físicamente, que no mentalmente.

Por fin, el suplicio concluyó, cuando el 2 de agosto del 2019, luego de un breve proceso ante un juez, fue declarada Haitiwaji inocente. “Escuché las palabras del juez como lejanas. Por fin reconocían todas las ocasiones que les aseguré que era inocente, pero que nadie me creía. Y recordé las veces que había aceptado que era culpable, con tal de sobrevivir al suplicio”, lamenta.

“Me habían sentenciado a siete años de reeducación. Torturaron mi cuerpo y llevaron mi mente casi a la locura. Y ahora, luego de revisar mi caso, un juez decidió que no, que en realidad, era yo inocente. Y que podía irme”.

Y seguramente, ni una disculpa le dieron a la pobre mujer. No, porque los prepotentes, no reconocen sus errores, aunque sean evidentes.

Pero con ese “error”, a Haitiwaji, le destruyeron su vida.

Por eso, como señalo arriba, su rostro refleja todos los suplicios, torturas y horrores que pasó.

Nunca se recuperará, como ella misma dice.

Terribles testimonios reales, que dan cuenta de la perversidad que caracteriza a la humanidad contra sí misma.

Pero para China eso no es perversidad, es sólo “reeducar”.

Mejor que los dejen ignorantes.

 

Contacto: studillac@hotmail.com