China: autoritarismo, capitalismo salvaje,
disparidad social y destrucción ambiental
por Adán Salgado Andrade
Hace un tiempo escribí un
artículo en el que señalo cómo se ha transformado a China en la meca del
capitalismo salvaje, en donde la abundancia de recursos naturales, la mano de
obra barata y leyes flexibles, han hecho de ese país la maquiladora mundial, en
donde cientos de empresas extranjeras han establecido filiales para sacar
ventaja de todos esos factores y producir artículos más baratos que en los
lugares de origen, con tal de que se vendan a un precio “competitivo”, al
reducir los costos de producción:
Esa situación ha generado un
“milagroso” crecimiento económico de ese país, pero, como analizo en el
artículo citado, al mismo tiempo, China está debiendo de sacrificar su medio
ambiente y sobreexplotar sus recursos, así como crear una sociedad cada vez más
individualista, egoísta, apática, desigual que, al igual que en sociedades
capitalistas clásicas (como la estadounidense, por ejemplo), sólo busca su
bienestar material, sin pensar a quién vaya a afectar al hacerlo. Por si fuera
poco, esa, digamos, “estabilidad social”, se garantiza con un autoritarismo
gubernamental extremo que no duda en aplastar o sofocar cualquier intento de
sedición o manifestación social de aquel sector que pretenda cuestionar tan
dictatorial sistema.
Esa panorámica de la sociedad y
la economía chinas se comprende mejor al revisar una publicación reciente,
“China en diez palabras”, debida a la pluma del afamado escritor Yu Hua (Hangzhou,
Zhejiang, 1960), quien hace un muy buen, crítico análisis, actual, de lo que
sucede en su país. Para ello, Hua se sirve del comparativo histórico, que, al
igual que el método materialista-histórico, permite la evaluación de lo que era
China antes de la, más que adopción, imposición
del sistema capitalista salvaje como modelo económico y lo que es ahora.
Así, Hua divide su muy
ilustrativa revisión en palabras que él considera claves. Para efectos del
alcance del presente artículo, retomaré cinco de ellas. Las otras, no menos
importantes, hacen más referencia a los cambios culturales e idiosincráticos de
la sociedad china, las cuales menciono a groso modo.
Así, los vocablos “gente”,
“líder”, “lectura”, “escritura” y “Lu Xun” (escritor chino, nacido en 1881 y
fallecido en 1936), señala Hua, explicarían, esencialmente, el comportamiento
social previo a la imposición capitalista, que él ubica a partir de 1980,
cuando Deng Xiaoping se atrevió a contrariar sustancialmente la retórica
maoísta de “Debemos rechazar todo aquello que el enemigo apoye y apoyar todo lo
que éste rechace” por aquella de que “Un gato que atrapa al ratón, es un buen
gato, no importando si es blanco o negro”. Esa nueva “máxima”, abrazó al
capitalismo en China y transformó al país de comunista en el capitalista, declarado
“socialista”, que actualmente es.
Hua señala que la sociedad china
previa a la entrada del capitalismo, aunque tenía sus peculiaridades, existía
cierta unidad, humildad y respeto. Sobre todo la figura de Mao, como auténtico
líder realmente movía a todos, agrado tal de que cuando falleció en septiembre
de 1976, todos lloraron su fallecimiento, que fue honrado con incontables
ceremonias luctuosas. Hoy día, señala Hua, la gente se ha vuelto muy egoísta y
materialista y existen “líderes” de todo tipo: de bailes, de modas, de opinión,
líderes de belleza. Dice Hua: “Reflexionando sobre el pasado en vista del
presente, tengo la sensación de que la China actual no tiene ya un líder, sino,
simplemente liderazgo”.
En cuanto a la lectura, Hua
señala que en esos revolucionarios tiempos, sobre todo durante la llamada
“revolución cultural” (1966-1976), lo único que se podía leer eran los poemas
de Mao Zedong y los cuentos “selectos” de Lu Xun, escritor favorito de Mao,
pues, decían las autoridades, éstos mostraban cómo era la China controlada por
las perniciosas ideas “burguesas”, imperantes antes de la revolución comunista.
En cuanto a la escritura, lo que más se escribían por ese entonces, eran
panfletos revolucionarios, los cuales, necesariamente, debían de comenzar
aludiendo a una frase de Mao o de Lu Xun (de hecho, humorísticamente, Hua
señala que cuando discutía con algún amigo sobre tal o cual problema, él
aseguraba que “Lu Xun lo dijo”, y ante esa “irrefutable afirmación”, su
detractor debía aceptar su derrota). Otro tema “favorito” para escribir era
cuando se hacían carteles en los cuales se denunciaban a los “enemigos de la
revolución”, los llamados “contrarrevolucionarios” o aquellas personas acusadas
de infidelidad (los favoritos).
Alude a Lu Xun porque, si en un
principio Hua lo tenía como a un mal escritor, al final, 30 años después de
haberlo leído en la primaria, fue que valoró la importancia de ese escritor, a
grado tal que compró sus obras completas. “Fue hasta que pasaron 30 años que
valoré la profundidad e importancia de la obra de Lu Xun, a grado tal, que me
opuse a que se hiciera una película sobre una de sus obras”.
Los otros cinco vocablos son los
que más aluden a la China actual, en cuanto a los cambios económicos, la que
opera totalmente bajos principios capitalistas que han hecho de su sociedad,
como señala Hua, “una sociedad frívola, que no se preocupa por practicar
principios, la que habita una tierra llena de profundas disparidades. Es como
si se caminara por una calle en donde, de este lado, hay lujosos, ostentosos
palacios y, en el otro lado, desoladas ruinas o como si uno se sentara en un
teatro en donde, por un lado, una comedia muy entretenida se desarrolla y, en
el otro, toma lugar una triste tragedia”.
Así que, por lo que señala Hua,
China, actualmente, no mostraría diferencia alguna en el desarrollo desigual
que sucede con cualquier país capitalista sea “desarrollado” o
“subdesarrollado”, en donde las diferencias sociales, las inequitativas
oportunidades para sus ciudadanos, los extremadamente ricos, pocos, los
extremadamente pobres, millones, deben de coexistir, digamos, para que el
capitalismo salvaje perpetúe su decadente reinado, el cual, falsamente presenta
sus “avances” con engañosas cifras, como bien señalaba Gramsci, tales como el
PIB, el consumismo y la meritocracia. En efecto, cuando el PIB, la medición
anual de la economía de un país, aumenta, se muestra como señal de
“crecimiento”, aunque sólo se deba a algunos privilegiados núcleos económicos.
Igualmente, cuando el consumismo se incrementa, o sea, el consumo compulsivo,
se muestra como “buena señal” (como en EU que cuando algunos de los sectores
privilegiados aumentan la compra de autos o casas, se muestra como que ya se
“está” saliendo de la crisis). Y en cuanto a la meritocracia, que se hace creer
que sólo con una mejor educación, el famoso credencialismo,
se puede aspirar a mejores empleos, y que, lo contrario, los limita, cada vez
está más demostrado, por las cifras de desempleo en todo el mundo, que el mayor
índice se da entre la gente mejor preparada, pues los empleos a los que pueden
aspirar son cada vez menos y muy limitados (en México, por ejemplo, el mayor
porcentaje de desempleados es entre personas con licenciaturas, maestrías y
doctorados. Igualmente, en EU, el movimiento Ocupa Wall Street se debió
inicialmente a protestas de egresados universitarios que a pesar de las enormes
deudas que implica tener una costosa educación universitaria, al final no
hallan empleos para lo que estudiaron).
Hua menciona, como dije, las
cinco palabras claves que, a su parecer, explican lo que sucede en China hoy
día. Estas son “revolución”, “disparidad”, “bases sociales”, imitación
(copycat) y “embauque”.
De la revolución, Mao enfatizaba que “Revolución es rebelarse”. En su
momento, ello significó que la sociedad China desechara todo aquello que la
hiciera retroceder en la búsqueda de la sociedad comunista, igualitaria,
comenzando con las ideas burguesas. Y
también la revolución implicó una
adhesión total a los planes gubernamentales, incluso aunque fueran
autoritarios. Mao no tuvo empacho en ejercer totalitariamente el poder, con tal
de lograr que China se desarrollara y creciera económicamente. Un desafortunado
experimento fue el llamado “Gran paso adelante”, aplicado en 1957, que buscó
dos objetivos: aumentar la producción de acero y aumentar la producción
agrícola. Ello se sustanciaba en que hacerlo era, justamente, “revolucionario”.
Los campesinos, entonces, animados por ese espíritu de la revolución se dieron
a la tarea de producir hierro, como se pudiera, lo cual tuvo muy pobres
resultados, pues gran parte del metal obtenido era de baja calidad, no apto
para hacer productos metálicos. Un resultado colateral, fue que, con tal de
producir tanto metal, muy malo la mayoría, se descuidó la producción de
alimentos, aunque los gobiernos locales presumían, falsamente, de que habían
cosechado el doble o triple de las cuotas que supuestamente tenían asignadas.
Incluso, presumiendo de abundancia, se hacían concursos para ver qué campesino
comía más. Muchos se enfermaban de indigestión de tanto comer. Sin embargo, la
realidad fue que como los datos de los alimentos producidos se falsearon, a la
hora de entregar dichos alimentos, resultó que las cantidades fueron mucho
menores que las reportadas y eso causó una terrible hambruna en 1958, pues en
realidad no existían las reservas prometidas. Así, comenta Hua, el gobierno,
ejerciendo su autoridad, se puso a incautar alimentos, muchos de ellos, las
pocas reservas que tenían los campesinos para comer ellos. Fue un error fatal.
Sin embargo, emprender grandes
proyectos, desde entonces, se consideró “revolucionario” y los gobiernos
locales se esfuerzan, por ejemplo, por tener la mejor ciudad, el edificio más
alto, la mayor cantidad de fábricas, el mayor número de puertos, el mayor número
de vías férreas… y así, aunque muchos de tales proyectos sean incluso inútiles.
Es el caso de la educación, por ejemplo, la cual, Hua señala que se ha
incrementado con creces la matrícula de estudiantes que ingresan a las
universidades (meritocracia), a pesar de lo costoso que es cursar una carrera
en China (al igual que en EU). El resultado es que miles de pasantes buscan
trabajo cada año y pocos son los que en realidad lo consiguen. Otro ejemplo de
“autoritarismo revolucionario” es la tendencia a que crezcan las ciudades y que
para ello, los gobiernos locales expropien tierras de los campesinos que están
a las afueras de dichas ciudades. Hua señala que actualmente existen cientos de
kilómetros cuadrados de áreas de casas demolidas en esperas a ser
“urbanizadas”. Y los lanzamientos son forzosos. Comenta que una vez que a una
familia campesina le llega el aviso de que su casa será expropiada, es inútil
oponer resistencia, ya que las “autoridades locales” llegan al extremo de
arrestar a todas las familias, darles fuertes golpizas y, mientras están
encarceladas, maquinaria pesada procede a demoler las casas, sin ningún
miramiento. Ha sido tan grande la desesperación de muchas de las personas a las
que arbitraria e ilegalmente se desaloja, que ha habido casos dramáticos de
resistencia, como el de una mujer, Tang Fuzhen, en la provincia de Chengdu, la
que lanzó cocteles Molotov a las máquinas, pero como éstas continuaran su
destructiva labor, la mujer se roció gasolina, inmolándose a la vista de todos.
Su caso lanzó una clara señal de hasta dónde el autoritarismo ha llegado y las
potenciales tensiones sociales a las que dará lugar.
De hecho, sobre el autoritarismo,
señala Hua que fue justo Tiananmen cuando la protesta social contra tal
autoritarismo llegó a su máximo y que por tal rebelión, la respuesta del
gobierno fue violentísima, asesinando a cientos de manifestantes, para
asegurarse una docilidad plena del pueblo, con tal de que los planes para
imponer el capitalismo a ultranza siguieran como si nada, como hasta ahora se
han seguido consolidando.
Así que en nombre de la
“revolución”, los portentosos proyectos continúan y ello va aumentando más y
más las deudas de los gobiernos locales. Y por ello, también se ha generado
sobrecapacidad industrial que actualmente está ocasionando pérdidas. Por ejemplo,
cifras recientes señalan que la industria siderúrgica de China registró unas
pérdidas de 699 millones de yuanes (alrededor de 113 millones de dólares) en
junio, el primer déficit mensual del año para este sector afectado por la
sobrecapacidad
Todo eso ha generado un modelo
económico e industrial tan anárquico, que el siguiente pasaje de Hua describe
muy bien: “En los treinta años, poco más o menos, que han transcurrido desde la
muerte de Mao, se ha producido un asombroso milagro económico, pero el precio
pagado ha sido mucho mayor. Cuando regresé de Sudáfrica, al final de una visita
durante la Copa Mundial del 2010, la tienda exenta de impuestos (duty-free) que
estaba en el aeropuerto de Johannesburgo vendía vuvuzuelas – cornetas plásticas hechas en China – por el
equivalente cada una a 100 yuanes (16.34 dólares. Un yuan equivale a 16
centavos de dólar al cambio actual) cada una, pero cuando llegué a China, me
enteré que el precio de exportación era de sólo 2.6 yuanes la pieza. Una
compañía en Zhejiang fabricó 20 millones de vuvuzuelas, pero terminó ganando
apenas unos 100,000 yuanes. Este ejemplo da una idea del desequilibrado
desarrollo de China: años tras año, plantas químicas tirarán sus desechos
industriales en nuestros ríos y aunque quizá una sola planta pueda lograr un
impulso de treinta millones de yuanes para nuestro PIB, el costo de limpiar
esos ríos costará treinta veces ese incremento. Una autoridad muy respetable
para mí lo explica de esta forma: el modelo de crecimiento chino es gastar 100
yuanes para impulsar en 10 yuanes el PIB. Así, degradación ambiental, colapso
moral, la brutal polarización de ricos y pobres, la imperante corrupción… todas
esas cosas están constantemente exacerbando las contradicciones de la sociedad
china. Más y más constantemente, nos enteramos de masivas protestas en las
cuales cientos o miles de personas estallan frente a oficinas gubernamentales,
destruyendo autos e incendiando edificios”.
Esto último que señala Hua,
acerca de las protestas, es muy importante, ya que son muy pocas las noticias
de aquéllas de las cuales nos enteramos, pues la mayoría se censuran y nada se
sabe de ellas, excepto por blogueros independientes o activistas que logran
burlar los estrictos protocolos para que puedan publicar por Internet.
Pero también, como señalé, se
justifican todas esas medidas porque es en “nombre de la revolución”, al igual
que ejercerlas autoritariamente. A los que se atreven a cuestionar a la
autocracia china se les persigue políticamente, llamándoseles “refugiados de la
justicia” (political refugees), con lo que se les clasifica como subversivos,
que no desean el “bien de la patria”. Justo a todos aquellos que se rebelaron
en Tiananmen, que sobrevivieron a la matanza, se les estigmatizó por medio de
programas televisivos que se referían a ellos como vulgares delincuentes que
sólo buscaban la anarquía y la destrucción del estado chino. Luego de un
tiempo, esas “denuncias” públicas fueron sustituyéndose gradualmente por
propaganda oficial que ensalzaba el milagroso
crecimiento económico de China. La protesta social, como señala Hua, fue
suprimida y cancelada de golpe y, desde entonces, el activismo social se ha
limitado muchísimo, prefiriendo la sociedad china actual triunfar en lo
económico y lo material, muy a la mano ambos objetivos.
En cuanto a la tremenda disparidad, la descripción que hace Hua
de China en cuanto a la diferenciación social es brutal, existiendo millones de
sectores, sobre todo en el campo, a los que no ha llegado la “modernidad” y
viven en apabullantes condiciones de pobreza. A diario se dan suicidios entre
personas que no tienen alternativas de vida, sin trabajo, sin dinero, sin un
hogar dónde vivir. Y así como hay chinos millonarios que incluso figuran entre
los mil hombres más ricos del planeta, hay, calcula Hua, al menos 100 millones
de chinos en el campo, extremadamente pobres. Claro que el gobierno
constantemente presume las extraordinarias cifras de crecimiento, pero no se
reflejan equitativamente en la población, por lo que menciona un dicho popular,
que afirma que “el gobierno chino es rico, pero el pueblo es pobre”. Y, en
efecto, los funcionarios que amasan grandes fortunas abundan, dándose
ostentosos, insultantes lujos, los que no pueden cuestionarse, pues eso sería
cuestionar a la autoridad y, de inmediato, quien lo hiciera, sería un
subversivo, terminando en la cárcel, ejecutado, incluso (se calcula que cada
año en China se ejecutan a miles de prisioneros).
Otros pasajes nos dan una clara
idea de que en China, las diferencias sociales son muy marcadas, como sucede en
cualquier país capitalista, en donde los millones de pobres conviven con unos
cuantos ricos: “Sólo hay que ver a la China de hoy: los rascacielos
disparándose hacia el cielo, como bosques bajo un cielo gris y turbio, la
gruesa maraña de trenes, sobrepasando por mucho nuestros ríos, los
deslumbrantes montones de mercancías exhibidas en supermercados y plazas
comerciales, las interminables líneas de tráfico y peatones en las calles, el
constante brillo de anuncios luminosos, los clubes nocturnos y salones de
masajes, de belleza y de cuidado de los pies por todas partes, además de los
restaurantes de lujo de tres o cuatro pisos de altura, siendo cada piso del
tamaño de un auditorio, los que cuentan con suntuosos cuartos privados, con dos
o tres mil personas, todas cenando, mostrando brillantes caras de satisfacción”.
Pero, por otro lado esta deslumbrante descripción contrasta con las que más
adelante ofrece Hua: “Desempleados urbanos y campesinos sin tierras, buscando
sobrevivir, montan puestos en la ciudad o en las banquetas. Tan sólo en
Beijing, esa gente se cuenta por miles. Al no tener permisos para vender, se
mueven por todos lados y el gobierno local es incapaz de obtener algún ingreso
de ellos. Al mismo tiempo, para los funcionarios locales, el que esos grupos de
pobres tratando de sobrevivir anden por todas partes, daña la imagen de la
ciudad e impide que se dé una ‘sociedad armoniosa’. En respuesta, se ha creado
una Oficina de la Administración de la Ciudad y Aplicación de la Ley, cuyos
intimidatorios empleados andan por todos lados, arrebatando de sus modestas mercancías
a esos ejércitos de pobres”.
Por otro lado, lo que Yu Hua
llama “bases sociales” (grassroots) explican de algún modo el espíritu de
laboriosidad que identifica a los chinos, está en su naturaleza, digamos, ser
dedicados y trabajar con ahínco. Muchos, justo por estar tan apegados a lo que
siempre han hecho, de repente fueron beneficiados por el boom económico que ha cambiado tan radicalmente a China. Sin
embargo, en muchas cosas han mantenido ciertas enraizadas costumbres, debido a
que los radicales cambios no se han dado al parejo en el conjunto social. Un
buen ejemplo de ese enraizamiento es el siguiente caso, citado por Hua: un
viejo campesino llegó a una agencia de autos BMW con más de una docena de hijos
y nietos. Todos salieron de una vieja Van y los más jóvenes comenzaron a buscar
un auto para el adinerado patriarca. Un modelo 760Li llamó la atención del
hombre, que costaba más de 2 millones de yuanes. “¿Por qué es este carro tan
costoso?, preguntó el hombre, pero cuando el vendedor mencionó todos los avances
y refinamientos tecnológicos, el viejo campesino sólo movió su cabeza y dijo
que no entendía nada. Finalmente, el vendedor le señaló el asiento del
conductor, y le dijo, con orgullo, que se habían necesitado dos finas pieles de
res para confeccionarlo, se sorprendió mucho, pues consideró que ese detalle
daba una idea de lo fino que ese auto debía de ser. Sobre todo porque le
recordó el ganado que él cuidaba cuando era niño. Y tan sólo por ese detalle, se decidió a comprarlo. A sus
nietos e hijos les compró autos más baratos. A la hora de pagar, el vendedor se
llevó una gran sorpresa, pues el campesino, en lugar de sacar una chequera o
una tarjeta de crédito, no fue así. El hombre ordenó a sus hijos y nietos que
sacaran de la Van varias cajas de cartón, las que contenían efectivo, suficiente
para pagar los autos adquiridos. Viendo la cara de asombro del vendedor, el
hombre simplemente le dijo que no confiaba en cheques, ni tarjetas ni nada que
no fuera el efectivo que siempre había manejado y que por eso prefería cargar
con tanto billete.
Así, abundan los ejemplos de
personas que haciendo lo que a toda su vida se han dedicado, de repente se han enriquecido. Así, hay el “rey de
la sangre”, “el rey de la basura”, “el rey de la ropa”… justo fue el personaje
llamado “el rey de la sangre”, quien inspirara una novela de Yu Hua, pues esa
persona era un hombre que en la China de Mao, era el que estaba a la entrada de
un hospital, recibiendo a los pobres campesinos que acudían allí a vender algo
de su sangre, con tal de recibir un poco de dinero que les permitiera
sobrevivir, pues eran tan pobres (100 millones aún siguen en ese nivel de
terrible pobreza), que ni para comer tenían. El “rey de la sangre”, ahora, en
efecto, se ganó ese mote, pues nunca dejó de hacer lo que hacía, o sea,
comerciar con la necesidad humana de disponer de sangre, y actualmente es uno
de los hombres más prósperos de China.
Así pues, con estos ejemplos, Yu
Hua trata de mostrar las transformaciones tan desiguales que los chinos han
tenido en los últimos treinta años y que, en todo caso, evidencian que el
materialismo a ultranza ya los ha envuelto y es parte de sus vidas. Y es por
ello que la sociedad china de hoy día valora mucho el prestigio que da la
riqueza y todos buscan llegar a ser ricos, muy dispuestos a hacer cualquier
cosa, con tal de lograrlo.
Otra de las palabras claves para
entender a la China contemporánea es la imitación
(copycat), la cual define la tendencia de los chinos a copiar mucha de la
tecnología que el proceso de outsourcing
del R&D ha facilitado mucho (ver mi artículo: El outsourcing en R&D, http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/11/el-outsourcing-en-r.html).
Yu Hua señala cómo se diseñan
nombres que no se distancien del producto original, con tal de que atraigan a
los potenciales compradores, tan sólo por la onomatopeya de la marca. En
palabras de Hua, el fenómeno del “copycat
de teléfonos celulares comenzó por imitar las funciones y diseños de marcas
tales como Nokia, Samsung o Sony Ericsson. Pero para hacer las cosas más
turbias, se les dieron nombres similares, tales como Nokir, Samsing o Suny
Ericcsun. Al plagiar marcas existentes y además saltándose los costos en
investigación y desarrollo, se vendían por una fracción del precio de los
productos originales. Y dadas sus capacidades técnicas y apariencia de
vanguardia, pronto se apoderaron del nivel más bajo del consumo de
electrónicos”
Y es algo con lo que nos hemos idos
acostumbrando, de alguna forma, en todo el mundo, comprar artículos similares, tanto en apariencia, como en nombre. Y es
quizá esa similitud en el nombre lo que atrae a algunas personas, quienes no se
dan cuenta de que en realidad están comprando una copia. Esa tendencia, señala
Hua, es muy común en la actualidad. Teoriza que quizá tenga que ver,
históricamente, con la cuestión de los sellos oficiales. Un documento oficial
indudablemente reafirmaba su origen, ser un documento expedido por el gobierno,
precisamente por el sello oficial que
ostentaba. Sin ese sello, el documento no valía, aunque realmente fuera emitido
por un órgano público. De allí que muchos vivales
se percataron de que si poseían un sello oficial, una copia, claro, podían hacer de las suyas. Y fue que algunas
personas emplearon sus habilidades para imitar sellos oficiales, los que eran
comprados por personas interesadas en hacerlos pasar como oficiales. Y eran tan bien hechas las copias, que, en efecto, esos
documentos oficiales pasaban por
verdaderos. Pero ya, con el paso del tiempo, esa especie de fetichismo por los
sellos, se generalizó y comenzó a haber personas con mucho poder, sobre todo
tras la apertura china, o sea, que se convirtiera al capitalismo, que
decidieron hacer sus propios sellos.
Eso ha sucedido con la imitación,
que tras haber sacado partido de haber copiado productos y hasta sus nombres,
de repente hay empresas que ya comienzan a hacerse famosas con sus propias
marcas (Lenovo, por ejemplo, fabricante de computadoras). Pero Hua señala otra
cuestión que explica la imitación y es que el chino se enorgullece de ofrecer
una réplica exacta de, por ejemplo,
la torre Eiffel o la Casa Blanca. Y cita el caso de un magnate que vive, en
efecto, en una casa blanca, perfectamente imitada, sesionando de día en la
oficina ovalada y durmiendo, de noche, en la habitación de Abraham Lincoln. Es
por ello que ante las acusaciones de países como EU de piratería china en miles de productos, comenzando por los videos,
por ejemplo, el gobierno chino se hace de la vista gorda, pues, de alguna
forma, es tratar de luchar contra una muy entronizada costumbre entre los
chinos. Así, imitar bien es todo un
arte, no un delito, sería el lema. Y bajo esa premisa, la copia de tecnología,
de ciencia y de muchas otras cosas, seguirá rampante, pues, además, se asegura
su consumo, porque si se ofrece una copia exacta de un i-phone, digamos, que
haga lo mismo que uno original, pero a una tercera parte de su precio, se logra
el resultado esperado: un aumento de las ventas de ese i-phone imitado. Y eso
es bueno para China, que así va logrando imponer sus pautas de consumo dentro
de este mundo tan ¡salvajemente competido!
Una última palabra empleada por
Yu Hua para comprender a su país es el llamado embaucamiento (bamboozlement).
Ese es otro término muy enraizado en la cultura china, embaucar a alguien. Es
como los placebos empleados en medicina, que quienes los toman se “convencen”
de curarse. De hecho, muchos falsos medicamentos provienen de China. Para ellos
es, simplemente, embaucar. Y, por
desgracia, es algo también muy enraizado en esa cultura. Y todo mundo embauca
allá, desde el ciudadano común, hasta el gobierno. Y se enorgullecen de
hacerlo. Por ejemplo, ejemplifica Hua, pocos días antes de que los juegos
olímpicos comenzaran, los dueños de unos nuevos condominios de Beijing,
cercanos a las instalaciones olímpicas, con tal de que se vendieran pronto,
engañaron a la gente con que uno de ellos iba a ser adquirido por el magnate de
la computación Bill Gates. Fue publicado en el periódico y causó tanto revuelo
que, en efecto, comenzaron a venderse muy rápido. Fue tan intensa la
publicidad, que llegó, incluso, a los oídos del propio Gates, quien a través de
su oficina de relaciones públicas, negó la noticia. Y a pesar de esa refutación
de Gates, los dueños negaron que tuvieran que ver con eso, que “no tenían idea
de quién lo había hecho”. De todos modos, su embaucador plan funcionó y los costosos departamentos se vendieron
rápidamente, pues los ricos sectores que los adquirieron, no querían perder la
oportunidad de tener como vecino al muy famoso y apreciado Bill Gates. Los
dueños de los departamentos, habrán dicho de los compradores: “¡Los embaucamos!”.
El mismo Hua narra cómo, siendo
niño, un día trató de “embaucar” a sus padres diciéndoles que estaba enfermo
del estómago, con tal de no ir a la escuela. Su papá era doctor y su madre,
enfermera. Su papá, entonces, comenzó a auscultarlo sobre el abdomen, y a las
preguntas hechas a Hua, de que si le dolía aquí o allí, concluyó que tenía una apendicitis y que si no se operaba de
inmediato, Hua podría, incluso, morir. Hua, viendo hasta dónde había llegado su
mentira, negó que los dolores le siguieran, es más, que ya habían desaparecido,
pero su padre, imperturbable, lo llevó rápidamente al hospital en donde, a
pesar de la resistencia de su aterrado hijo, éste, de inmediato fue anestesiado
y operado. Años después, ya adulto, Hua le preguntó a su padre si en verdad era
necesaria la operación y éste le respondió, ambiguamente, ya que estaba algo
hinchado y que bien podría haber sido muy peligroso dejarlo o quizá se habría
curado con medicamentos. Hua piensa que en realidad sólo cosechó lo que sembró,
o sea, que se lo ganó por las tantas veces que le mintió a su padre de que
estaba enfermo del estómago.
Justo es a la conclusión que
llega sobre su país, que aunque el crecimiento, admitidamente, ha sido
impresionante, el precio que se ha tenido que pagar por ello es alto, pues China
se ha convertido en una nación con problemas ambientales, sociales y políticos
que cada vez empeoran más y más.
Ambientalmente, China ha puesto
en peligro su ecología, teniendo los ríos y las ciudades más contaminadas del
planeta. No sólo por sus propias industrias, sino porque se le sigue viendo
como el maquilador mundial. Por ejemplo, siguen haciéndose fuertes inversiones
de empresas extranjeras, dispuestas a aprovechar las ventajas de fabricar allí:
Por tanto, ese será el costo de
tanta industrialización, un medio ambiente cada vez más degradado y contaminado.
Como señala Hua, el medio ambiente en China ha sido severamente dañado en casi
todo su territorio. Se ha incrementado dramáticamente la persistencia de
enfermedades crónico-degenerativas como el cáncer, la leucemia, deformaciones
natales, entre otras. Han surgido lo que se ha dado en llamar los “pueblos
cancerosos” (cancer villages), que muestran las graves enfermedades de ese tipo
que padecen comunidades enteras que viven cerca de ríos y lugares altamente
contaminados con desechos y drenajes industriales:
Socialmente, como describe Hua,
la sociedad china, en general, se ha vuelto muy superficial, materialista y
frívola, con fuertes disparidades caracterizadas por millonarios que pueden
darse lujos iguales a los de los millonarios de otros países, pero con millones
de pobres en el campo y las ciudades que ni siquiera tienen el sustento del día
seguro, no cuentan con un empleo digno y muchos, incluso, se suicidan de la
desesperación. Por otro lado, las condiciones laborales tan duras para millones
de obreros mal pagados, provocan una especie de generalizada depresión social.
Dos muy buenos ejemplos de ellos son, por ejemplo, la tendencia de las mujeres
chinas a occidentalizarse, o sea,
adquirir rasgos europeos o estadounidenses, por ejemplo, sobre todo aquellas
dedicadas al modelaje o la publicidad. Se someten a costosas y peligrosas
operaciones para “embellecer” sus rostros o para “crecer”. Varias son las que
sufren permanentes deformaciones o mueren a causa de esas atrocidades que
inescrupulosos “cirujanos plásticos” practican (en el link de este documental puede
verse esta dramática situación:
Políticamente, China sigue
dominada por una rígida, autocrática dinastía
política que ejerce un autoritarismo represor, que se justifica por ser
“revolucionario”, heredado de las “enseñanzas” de Mao, quien advertía que la
“revolución era rebelarse”, pero también debía de ejercerse el poder absoluto,
con tal de defenderla. Así, esa autoritaria camarilla, con tal de lograr el
brutal crecimiento económico chino, no ha dudado ni un segundo en aplastar
cualquier forma de “insurrección”, como hizo en 1989 en Tiananmen, represión
que dejó decenas de muertos y encarcelados a los que se llamó "refugiados
de la ley”, denotando que de ninguna manera se les puede considerar activistas
o manifestantes, sino que, simplemente, rompen
la ley. Y así, cada año se ejecutan cientos de prisioneros, muchos de los
cuales fueron encarcelados solamente por no estar de acuerdo con los
autoritarios mandatos de la mafia en el poder. Incluso, el autoritarismo va
acompañado de la creciente deshumanización a la que alude Hua, pues existe un
programa televisivo en el cual la conductora entrevista a los prisioneros que se ejecutarán, preguntándoles qué
crimen cometieron, por qué lo hicieron y si desean decir algunas últimas
palabras a algún familiar o persona a la que hayan afectado con su crimen. En
el siguiente link, pueden ver el documental que habla sobre ello:
Quizá una de las mejores frases
que ejemplifican lo que ha sucedido con China una vez aplicado el capitalismo
salvaje, como modelo económico es que “hace treinta años, antes de que diéramos
ese salto, no se veían rascacielos, aparte de uno o dos en grandes ciudades
como Beijing o Shanghái, no sabíamos lo que era un tren rápido o un anuncio,
teníamos poquísimas tiendas y muy poco qué comprar en esas tiendas. Parecía que
no teníamos nada, entonces, pero teníamos
un hermoso cielo azul”.
Y yo agregaría que es el costo de
abrazar de lleno al capitalismo salvaje.
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