jueves, 10 de enero de 2019

El duro trabajo en el campo


El duro trabajo en el campo
Por Adán Salgado Andrade


Don Delfino tiene 75 años, pero se ve de 60, cuando mucho. Toda su vida se ha dedicado al campo y a algunas otras tareas que le permiten sobrevivir, tanto a su esposa, doña Guadalupe, como al hijo de ambos, Luis.
Ella no es su primera mujer, nos platica. Es la segunda. Doña Guadalupe tiene 42 años, más de 30 años de diferencia, pero se llevan muy bien. Viven cerca de Nopala, municipio de la parte árida del estado de Hidalgo, en medio del campo.
Don Delfino este año, 2018, gracias a que llovió más que el promedio, pudo sembrar y cosechar maíz dos veces.
Irónicamente, es un problema, pues como es mucho maíz, entre su mujer, su hijo y él, no podrían cortar las mazorcas para cosecharlo, así que dice don Delfino que tendrán que alquilar un peón al menos, durante dos semanas, de a 150 pesos diarios. “Huy, pero está un poco difícil pa’ pagarlo… pero no hay d’otra”, dice, cabizbajo. Y cuando separen los elotes y los desgranen, casi todo lo producido será para sus animales, para ellos y algo para vender. “Lo compran a nueve pesos el kilo… mucho trabajo, pa’ tan poco”, continúa narrando la manera tan difícil en que se ganan el dinero.
Es bien sabido que en México, la labor del campesino, el que tiene una pequeña parcela para cultivarla, no le permite sobrevivir, pues, como en el caso del maíz, se invierte mucho más de lo que se gana al tratar de vender la cosecha. Dice don Delfino que ni idea tiene, pero que nunca saca una ganancia de sembrar. “Nomás m’endeudo más”, dice, sonriendo, resignado.
Como también tiene sus magueyes, diario los “raspa” para sacarles el aguamiel, el que mezclado con pulque del día anterior, produce muy buen, nuevo pulque, dulzón, muy sabroso. Ese lo da a seis pesos el litro y ya tiene sus “entregas diarias”, que ahorita son unos veinte litros o un poco más, cuando le van a comprar allí, como hacemos mi amigo y yo en ese momento (es importante notar que cuando uno entra a las casas de estas personas, es porque ya conocen previamente al o los clientes, no le venden a cualquiera, además de que, de todos modos, son lugares ya conocidos por la gente, de que venden pulque u otras cosas. En este caso, don Delfino es tío de mi amigo y por eso nos metemos con toda confianza a su casa). Don Delfino da a seis pesos el litro el litro y dice que, en promedio, se gana 150 pesos diarios. “Cuando hace mucha calor, a veces hasta 250 o 300 pesos al día me llego a ganar”.
Y es que en época de frío, cuando más se da pulque, es cuando menos lo consume la gente, justo porque “no les da sed” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/07/de-votaciones-y-pobreza.html).
Le compramos dos litros, para tomarnos cada quien uno.
El pulque lo tiene en un cuarto de unos cinco por cinco metros. Es su bodega. Dice que el pulque es muy delicado y hay que tratarlo muy bien. “Desde la raspada, si uste’ no lo hace con cuidado, el magueysito le rinde menos. Yo lo raspo con mucho cuidado y así, hasta un año le puede rendir. Y si tiene uste’ sucias sus manos, se las debe lavar, porque lo echa a perder”, enfatiza. Si come grasa, no puede despachar, hasta que no se lave las manos. Me halaga que tenga tanta limpieza. No creo que en las pulquerías de la ciudad de México, se llegue a ese nivel de higiene, mucho menos que sea tan bueno el pulque que despachan, como el que comenzamos a beber, dulzón, muy rico.
Le pregunto que cómo hace para administrar sus magueyes, pues cada planta dura ocho años para producir y me dice que tienen varios. “Más o menos le calcula que tenga unos diez magueysitos pa’ estarlos raspando. Y ya tiene usted sembrados otros, que ya les faltan un año, dos… y así, pa’ que siempre tenga, pa’ cuando los que ahorita tiene, ya no le produzcan”.
Entonces, si alguien que se quiera iniciar en el negocio del pulque, necesita esperar ocho años, si ahorita mismo siembra sus plantas, para que pueda producirlo, razono. Así que quien ahorita está produciendo pulque, es porque ya desde hace, por lo menos, ocho años, sembró sus plantas, las cuidó muy bien y ahorita las está “raspando”, pero ha seguido sembrando y, cada año que pasa, va incorporando las nuevas plantas y desechando las viejas, que es en donde va plantando las nuevas. No cabe duda que con el pulque, sí se necesita ser muy, pero muy previsor.
Mientras tomamos el pulque, le preguntamos sobre una buena cantidad de hierba que tiene en la bodega, que nos aclara que es frijol recién cosechado. Está todavía dentro de las vainas, las que aún cuelgan de los tallos. Le pregunto que cómo sacan el frijol y ya me explica que deben de “apalearla”, o sea, pegarle a toda la hierba que está ahí con un palo largo, delgado, para que se vayan quebrando las vainas y los tallos. Eso se lleva unos dos días, explica don Delfino, pero no lo ha hecho porque tiene gripa y el polvo que suelta el apaleo, le haría más mal, así que lo ha pospuesto. “Pero tengo que hacerlo”, dice, meditabundo, quizá reflexionando en todo lo que ha dejado de hacer por estar agripado. Explica que ya que están rotas todas las vainas, se hacen a un lado y el frijol queda abajo, ya nada más para recogerlo.
Nunca hubiera pensado que así de pesado es obtener el frijol, al menos en la forma tradicional (seguramente hay procesos mecánicos para obtenerlo), una leguminosa vital en la alimentación del mexicano.
Le pregunto que en dónde lo sembró y me dice que en una parte alta de sus tierras, que, calculo, deben de ser unas tres hectáreas. “Es que si lo siembra entre el maíz, como le hacen muchos, como se l’echa matahierba al maíz para que lo deje crecer, el frijol es muy delicado y también lo mata. Por eso es mejor no sembrarlos juntos”.
Calcula que obtendrá unos 200 kilos de frijol. Se vende allí a 25 pesos. Así que si lo comerciara todo, obtendría unos cinco mil pesos. “Pero nos quedamos con algo pa’ nosotros y otro, lo vendemos”. Tampoco es demasiado ingreso lo que deja el frijol.
Tienen dos vacas que, ahorita, con el frío, dan unos diez litros de leche, cuando mucho, al día, sobre todo, por el frío. La venden a cuatro pesos. Son otros magros 40 pesos. Interviene doña Guadalupe, diciendo que los que hacen quesos les quieren dar menos, pues para hacer cada queso de medio kilo, se requieren seis litros de leche. Eso explica por qué es tan caro el queso, incluso el artesanal que se vende por esos lugares, pienso, pues tan solo de leche, a pesar de que la compran muy barata los queseros, se requieren 24 pesos.
Una más de las actividades de don Delfino es la venta de paletas de agua frente a la primaria de Nopala. Diario se va a una paletería en donde las compra en seis pesos y las da a diez. Son 200 paletas a la semana las que, dice, más o menos vende. Son otros ochocientos pesos de ganancia.
Así que, haciendo cuentas, sus ingresos fijos, suponiendo que los perciba los 30 días por mes, son los 150 pesos, en promedio, diarios del pulque, más 40 pesos de la leche, más 800 pesos semanales de sus paletas, lo que da unos $8900 pesos mensuales, cuando mucho, muy duramente ganados, pues si no trabaja, no gana. Esos ingresos se mantendrán hasta que don Delfino sea capaz de seguir trabajando.
Afortunadamente, como dije, se ve muy bien conservado. Dice que para todos lados anda en bicicleta y casi no se enferma.
Llega un hombre, de unos treinta y ocho años, a comprar pulque. “Vengo a pagarle”, dice. “¿Qué me debes, Juan?”, le dice don Delfino. “Digo, que vengo a comprarle pulque y a pagárselo, no fiado”, dice Juan. Don Delfino nos sonríe y dice que a algunos les fía, pero no a todos, porque luego se “hacen guajes”. Llega una pareja, de unos cuarenta años cada uno. También le piden un litro de pulque, para tomarlo entre los dos, el que les sirve en unos jarros de barro, como nos sirvió a nosotros. Todos ellos se ven personas que viven muy precariamente, notándose en su muy gastada ropa – se ve que lleva mucho tiempo sin lavarse –, en sus duras, curtidas manos y rostros, lo que evidencia la dura, precaria existencia que llevan, y que sus ingresos sólo les sirven para sobrevivir (más tarde, mi amigo me comenta que, muchos, se gastan lo que se ganan en su “vicio”, o sea, beber pulque).
Y llega un cuarto cliente, un hombre de unos setenta años, quizá. Le pide dos litros de pulque para llevar, extendiéndole una botella de refresco de dos litros. Le pregunta don Delfino que cómo está. Y aquél le comenta que “ando mal de una hernia, pero no tengo dinero pa’ que me operen… me cobran veinticinco mil pesos… ¡pero, de dónde!”, exclama.
Así que, continúa, no le queda más que fajarse bien y no trabajar mucho, ni cargar demasiado.
Paga el pulque, toma su botella y se retira.
Y pienso en que muchos otros, igualmente, padezcan hernias u otros males, ganen muy poco, trabajen mucho y, los de más edad, al irse agotando sus energías y sus esperanzas, vean un no muy promisorio futuro.
Terminamos el pulque y pagamos, lo de tres litros, con tal de ayudar a don Delfino, además de que mi amigo le paga veinte pesos más, para que les dé un litro a la pareja y al otro joven.
Los tres ponen caras de felicidad, quizá porque, al menos ese día, la embriaguez que les produzca el “pulmoncito”, como también le dicen al pulque por acá, les ayude un poco a olvidar tantos problemas y desavenencias que una vida tan dura y sin futuro les deja.