jueves, 10 de enero de 2019

Conversando con un bicitaxista y un trabajador de limpia


Conversando con un bicitaxista y un trabajador de limpia
por Adán Salgado Andrade


Como ya desde hace tiempo he estado haciendo, les comento conversaciones casuales que sostengo con personas que trabajan en distintas labores, no importa que tan sencillas sean, pues todas son importantes para mí, algunas muy duras, otras, no tanto, pero casi todas mal pagadas, sean formales o “informales”.
En esta ocasión, platiqué con un bicitaxista y un trabajador de limpia de los que van de casa en casa con sus botes de basura.
Don Benito vive y trabaja en Ixtapaluca. No habiendo nada más a qué dedicarse, por su edad, tuvo que laborar en la transportación de personas en su bicitaxi, que con mucho trabajo adquirió hace unos años. Una labor informal la suya, pues no paga impuestos, excepto una “cuota” que, muy seguramente, terminará enriqueciendo a tal o cual “líder” o “autoridad”. Cada vez más la “informalidad” es la única alternativa de empleo para millones de personas, sobre todo en esta cada vez más profunda crisis económica, una más del capitalismo salvaje. En México, más del 60% de la gente empleada lo hace en la “informalidad” (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
El pasaje que se cobra por persona es de cinco pesos, comenta, si cae dentro del rango de los dos kilómetros. Si es mayor la distancia, aumenta un peso o más, depende. “Sí, casi siempre le piden a uno ir de aquí (Bodega Aurrerá Ixtapaluca) a Palmas o a la Cruz Morada… y eso se cobra a cinco pesos”, nos aclara. Como dije, por su edad, 72 años – que no se le notan, le comento, pues se ve de unos 65, cuando mucho –, don Benito ya no pudo conseguir trabajo en ningún lado.
Nos comenta que es variable lo que gana como transportista de bicitaxi. Este medio sería el ideal de movilidad para pasajeros, totalmente ecológico, pues depende de la fuerza del conductor, el cual realmente requiere de cierta capacidad física, pues no es fácil hacerlo. Tan sólo, para empezar, se debe de arrastrar la cabina de pasajeros, que, calculo, debe de pesar al menos unos setenta kilos. Luego, el pasaje, que puede ir de una persona, otros sesenta kilos a ochenta kilos en promedio (dependiendo de si es obesa o no), a dos o tres o hasta cuatro, lo que ya serían entre 240 a 280 kilos más.
Así que un bicitaxista debe de arrastrar, en promedio, de 140 a casi 300 kilos por viaje, como dije, dependiendo del número de personas. Por lo que no es un trabajo para cualquiera. Debe de hacerlo una persona que tenga de regular a muy buena condición física. He visto, incluso, mujeres conduciendo bicitaxis, lo que demuestra que son tan o más capaces para desempeñar cualquier labor que un hombre. Pero, insisto, no es un trabajo que pueda desempeñar alguien débil, que no tenga una aceptable o buena condición física.
Y es el caso de don Benito, quien aún se ve muy correoso para sus 72 años. A pesar de usar gorra, se ve muy quemado su rostro – como el de todos los bicitaxistas –, así como sus brazos. Le pregunto que cuánto gana al día. “Pues, mire, si le va a uno bien, me voy ganando doscientos, doscientos cincuenta pesos… y, cuando no hay mucho pasaje, pues ochenta, cien pesos… pero siempre sale, gracias a Dios”, dice. Es decir, que su salario mensual, pedaleando a diario, oscila entre dos mil cuatrocientos a unos seis mil pesos, cuando más. No es mucho, considero, para el gran esfuerzo que hace el señor a diario. Además, es lo único que perciben todos los que se dedican a eso, no hay prestaciones, ni nada más. Si se enferman, ellos deben pagarse sus medicamentos, pero no ganan nada los días que dejen de trabajar. Lo peor es para los que alquilan el vehículo, pues, entonces, deben de sacar más al día para pagar lo del alquiler, me dice.
Le pregunto si tiene familia. Me dice que tiene tres hijas, pero ya están todas casadas. Es viudo, así que ya, de eso, mantener a una esposa, no debe de preocuparse. Y su horario de trabajo es de todo el día, pues aunque no haya mucho pasaje, debe de estar “buscándole”, para ver “qué cae”.
Particularmente, no soy muy dado a emplear bicitaxis, pues es, considero, experimentar el síndrome de la explotación del trabajo humano directamente. Me explico: es ver el esfuerzo que hacen los conductores para arrastrar cabina junto con pasajeros y, peor, cuando tales pasajeros van con sus compras. Al pagar, se aprecia la considerable sudoración de sus rostros, sobre todo en días soleados. Al menos, en mi caso, no les pago los cinco pesos que cobran, sino que les dejo diez pesos o más, como hago con don Benito, a quien agradezco sus palabras y deseo que siga teniendo mucho pasaje ese día.

El trabajador de limpia  

Lucio tiene 32 años. Trabaja en el servicio de limpia de la ciudad de México desde hace 20 años.
Su sueldo base es de 3500 pesos a la quincena – menos los descuentos, por supuesto. Es de Michoacán, de un poblado muy cercano a Morelia – “Está entre Morelia y el aeropuerto”, aclara. Es casado y su primer hijo tiene un año, ocho meses. “Hoy nos quedamos en año nuevo aquí, porque se me puso enfermo, y estaba muy delicado para viajar, porque me dijo mi familia que estaba haciendo mucho frío en las noches y un calorón en el día. Y tampoco fuimos a Puebla – estado de donde es su mujer –, porque también estaba haciendo frío”, comenta.
Vemos que sigue siendo la ciudad un centro de atracción, sobre todo laboral, aunque quizá también porque, últimamente, la inseguridad ha aumentado en los estados y la capital se considera “más segura” que otras entidades del país. Como sea, la gente decide venir a la ciudad y asentarse en la periferia, que es el caso de Lucio, quien dice que vive en “Chimalhuacán”.
Como entra a las seis de la mañana a trabajar, a un depósito (de los botes de limpia) cercano al metro Boulevard Aeropuerto, en la colonia Valentín Gómez Farías, debe de salir a “las cuatro y media o cuarto para las cinco… depende de cómo vea el tráfico”. Llega a las cinco, cinco y media. “Como me llevo bien con los encargados, me dan chance de que empiece a barrer a esa hora, no tengo que esperarme hasta las seis”, dice. Y es que, gracias a ello, que esté “bien” con sus, digamos, jefes, es que no siempre le asignan los “sectores” difíciles. Uno de ellos es barrer “desde la calle 19, hasta la 47… es muy dura, porque, como están las estaciones del metro, se genera mucha basura y también en las calles”. Su salario lo complementan las propinas. “Me saco que doscientos o trescientos pesos… o, a veces, hasta cuatrocientos me llego a ganar, cuando me va muy bien… lo menos que me gano son cien pesos… ¿pero quién se los da, no?”, cuestiona. Es cierto, reflexiono, si ya se tuviera un empleo en donde uno ganara extras cien pesos diarios, serían muy buenos.
El problema es que esas propinas no son para Lucio solamente, sino que debe de repartirlas. “Sí, es que es para quedar bien con todos, que los del depósito (donde se guardan los carros con los botes de basura), que los del camión (diariamente debe de acudir a vaciar sus botes en ese vehículo), que el que le asigna el sector… por eso, mejor, les doy su parte”.
Eso demuestra que el sistema de “cuotas” que todos los mandos cobran, sigue estando muy corrupto, siendo los trabajadores más bajos en la escala laboral, los que generan esas dádivas, como hace Lucio, quien “debe de quedar bien” con sus superiores para que, afirma, “me dejen trabajar a gusto”. La corrupción sigue estando presente. Y quizá porque quieran suprimir los privilegios de los “altos mandos” sea que por estos días se haya convocado a una “protesta de trabajadores de limpia de la capital” (ver: https://www.jornada.com.mx/2019/01/09/capital/028n3cap).
Pero sí obtiene Lucio, al menos, una quincena más al mes por propinas, me dice. Así que debe de obtener unos diez mil, once mil pesos, por lo menos. No le va mal, tomando en cuenta que un profesor de secundaria, por ejemplo, con una profesión, como una licenciatura, percibe seis mil pesos mensuales por doce horas, menos descuentos, claro. Ambas labores son valiosas, claro, pero me parece que debería de valorarse más el trabajo de los mentores, pues han sido años de preparación para haberse formado como profesores. El trabajo de Lucio requiere de esfuerzo, por supuesto, y hasta que se haya acostumbrado a tratar directamente con desechos, polvo y otras cosas dañinas a su salud, pero toda labor conlleva problemas de salud y muchos otros inconvenientes, incluso hasta presiones psicológicas (mi hermano es profesor de música en una secundaria. Me comenta que en tan sólo dos meses murieron dos maestras, de unos sesenta y tantos años cada una, quizá por los problemas ocasionados por la presión de estar tratando con adolescentes, algunos de los cuales son incontrolables, como afirma aquél).
Todo lo que junta de PET, cartón, latas y otras cosas reciclables se los da “al del camión”. “Podría venderlos yo, pero me ocasionaría problemas… mejor se los doy todo a ellos y que ellos lo vendan”, afirma.
Le pregunto qué cosas ha visto en el tiempo que tiene trabajando de barrer calles y recoger la basura de casa en casa. “¡Muchas cosas… me he encontrado con perros muertos, personas muertas, bebés muertos!”, exclama. Lo de los perros muertos, considero, es común, sobre todo porque como hay personas que no tienen compasión por los animales, se les hace fácil matarlos envenenándolos o atropellarlos. Las personas muertas, comenta que se trató de indigentes que murieron por congestión alcohólica. “Sí, antes había una pulquería en la calle quince, y allí me tocó ver a dos indigentes que se quedaron muertos de tanto tomar”, dice. Y también a algunos otros que han muerto de frío, los ha visto y da parte a las autoridades, como siempre hace en casos así. “Sí, he visto bebés muertos tirados en la calle”, continúa, con voz grave. Eso quizá sea lo más grave y deshumanizado que pueda haber, que haya personas que se deshagan, como si fueran basura, de recién nacidos, con tal de no tenerlos como “carga”, sobre todo cuando se trate de personas de escasos recursos, pero no puede ser una “solución” que los tiren a la calle. “¿Y no se arremolina la gente?”, le pregunto, sobre todo porque esos eventos juntan a gente que, tan sólo por el simple morbo, se acerca a mirar. “Pues es que como yo los veo desde temprano y aviso, a las siete ya vienen las ambulancias o la policía y ya recogen los cuerpos”, afirma.
También ha presenciado robos. “Es que es gente que va hablando por su celular y trae sus audífonos y, entonces, los rateros se les abalanzan y los tiran y les roban las cosas… y como vienen en motos, pues no hay nada qué hacer”, explica, resignado.
Esto último es, por desgracia, una situación que cada vez se agudiza más y más, los robos callejeros, cometidos por motociclistas, quienes a bordo de esos vehículos, huyen más fácilmente. Deberían, considero, revisarse los antecedentes penales a las personas que compren una moto, por lo menos nueva, quizá como forma de reducir en algo esa situación.
“A veces veo a cuates que están con su capucha puesta, rondando un carro y le toco la puerta al dueño, porque lo conozco, para avisarle que a lo mejor le quieren robar una pieza”, continúa Lucio. “Me gusta ser así, si puedo, avisar o ayudar”, dice, y su rostro afable, así como su conversación, confirman su forma de ser.
Sí, como cuando, en una ocasión, presenció un atropellamiento de una mujer a la que él conocía. “Sí, ella se cruzó sin fijarse bien, y el carro iba rapidísimo, y que la avienta… como de este árbol al otro – señala, lo que es una distancia de unos diez metros –… ¡y quedó viva! Y el carro que se para, pero como no había policías, ni nada, porque era muy temprano, que se pela… y que me acerco y que la veo que estaba viva y que le digo que no se preocupara, que yo iba a ir a avisar a su familia, porque yo sabía dónde vivía. Y ya que llego y que toco bien fuerte, y no me abrían… y, ya, que me abre su hija, una muchacha joven, y que le digo ‘mira, tu mami está bien, pero fíjate que la atropellaron afuera de la panadería’, y que ¡sale corriendo como loca!”, exclama Lucio, de esa, muy entendible, reacción de la chica al saber lo que le había sucedido a su madre. “Hasta donde sé, la señora está bien, en lo que cabe, pero sufrió fractura de cadera”, continúa, la mirada reflexiva, probablemente recordando el terrible incidente.
Su día debería de terminar a los de la tarde. “Pero me sigo, porque debo de dejar limpios los botes, así que salgo a veces hasta las tres o más”, indica. Dos veces al día se llenan sus botes de basura y las dos veces debe de acudir al camión de la limpia a vaciarlos.
Lo felicito por ser tan solidario, en todo, hasta en sus propinas, y le deseo buen día.
En Lucio, viendo que siempre está tan optimista y sonriente, sí aplica eso que decían del “colmo de un barrendero”, de que siempre “ba…rriendo”.