El Tercer
Reich, el gran negocio de Hitler
Por Adán
Salgado Andrade
William L. Shirer
(1904-1993), fue un periodista norteamericano y corresponsal de guerra, quien,
en 1959, publicó The Rise and Fall Of The
third Reich (El ascenso y caída del tercer Reich) , probablemente uno de
los análisis más completos y documentados sobre ese negro periodo histórico, en el que
la megalomanía de un hombre – como han existido muchos en el mundo –, llevó a
una buena parte de la humanidad a una de tantas guerras que se han originado
por pretextos que, hasta pudieran parecer estúpidos, pero que, en el fondo, van
guiados por poderosos intereses económicos (en el video del link, pueden ver la
evolución en Europa de los reinados de los señores absolutos de los años 400 AC
hasta el más reciente 2019: https://www.youtube.com/watch?time_continue=1167&v=IpKqCu6RcdI).
El megalómano y
sediento de poder al que alude el libro de Shirer, es el mal afamado Adolf
Hitler (1889-1945), austriaco de humildes orígenes, con fuertes complejos de
inferioridad, que, sin embargo, no fueron obstáculos para que aquél, a sus casi
cuarenta y cinco años, lograra imponerse como una especie de híbrido entre un
“moderno estadista” y un sanguinario “emperador”, para quien el límite de sus
ambiciones sólo lo podía condicionar su, digamos, “creativa” sociopatía.
El libro de Shirer es
un muy extenso volumen de 1482 páginas, en la edición en inglés que leí, de la editorial
Crest Book, publicado en 1962.
Shirer analiza paso a
paso todos los eventos que llevaron a Hitler, arrastrando a Alemania, a
comenzar una segunda, caótica guerra mundial, cuyos objetivos, disfrazados por
Hitler como la simple recuperación de la pasada, perdida “gloria” de los
alemanes, no fueron otra cosa que le determinación del megalómano y sus
secuaces, de hacer grandes negocios, tanto para ellos, así como para los
poderes económicos que todo el tiempo los estuvieron apoyando.
Como dije, Shirer se
adentra algo en la temprana vida de Hitler, aludiendo a su origen humilde. Su
madre, Klara Poelzl, fue la tercera esposa de Alois Hitler. De la primera,
éste, se había separado y, la segunda, había muerto de tuberculosis. Una parte
algo cómica de estas anécdotas es que Alois había nacido con el impronunciable
apellido Schicklgruber, pero que,
cuando vivió con un tío, le fue cambiado por el de Huetler, que después, por la fonética, fue cambiado a Hitler. Dice
Shirer que muchos alemanes, luego de la guerra, comentaban lo difícil que
habría sido emitir el “saludo de gloria”, de “Heil Hitler” – su “Ave Cesar” –,
si el apellido del Fuehrer hubiera sido Schicklgruber. Probablemente, sus
complejos de la juventud, no habrían superado esa apellidezca carga.
Continúa Shirer
hablando de las vocaciones de Hitler. Una, que deseaba ser pintor, pero su
padre no quería que se dedicara a eso. Alois ansiaba que fuera como él,
servidor público en el servicio postal. Hitler se entercó y fue a Austria tres
meses, pagados por su madre y otros parientes.
Hizo examen en la
escuela de arte, y le dijeron que no tenía talento, que estudiara otra cosa
(aunque, si se revisan sus pinturas, no son malas del todo. Los de la academia
se han de haber arrepentido de no darle el pase, por todo lo que después hizo,
es de suponerse).
Luego, se metió a la
escuela pública de arquitectura, que allí si los dejaban estar, aunque no
pasaran el examen y fueran malos estudiantes.
Allí se la pasó algún
tiempo. De todos sus maestros se quejó, menos del de historia, que dijo que le
había marcado la existencia.
También, fue en Viena,
en donde comenzó a odiar a los judíos, pues eran los que controlaban muchos
negocios, entre ellos, los de la prostitución. Eran proxenetas judíos los que
controlaban a mujeres de muchas nacionalidades, para que se prostituyeran. Shirer
menciona que un autor dice que eso no era por tintes moralistas de Hitler,
sino, más bien, por envidia, pues no le parecía que controlara esa “escoria
judía” a tan hermosas mujeres. Como Hitler, por sus complejos, era un tipo
obscuro, no tenía amigos, ni, mucho
menos, novias, es probable que por su “nula suerte” en el amor, en sus años
mozos, en efecto, envidiara a los proxenetas judíos.
Tampoco se quejaba de
nada, quizá porque no sentía que era digno de que alguien pudiera preocuparse
por él, excepto su madre.
En esos años, alrededor
de 1916, fallece ella. Su padre ya había muerto y se queda sin apoyo de nadie,
por lo que tuvo que trabajar de lo que fuera, obrero, cargador, afanador… Pero
nada de eso impedía que dejara de pensar en su más caro anhelo, emigrar a
Alemania y nacionalizarse alemán, pues amaba todo lo de ese país, que ya, por
entonces, se sentía racialmente superior. Eso fue lo que más entusiasmó a
Hitler, ese complejo de superioridad – que podría contrarrestar al suyo, de
inferioridad –, que tanto le admiraba a Alemania. Años después, fue lo que
explotaría muy hábilmente, para envolver a los alemanes en una espiral de belicista
violencia y demencial terror, bastante extremos.
El pasado alemán,
señala Shirer, siempre estuvo sujeto a invasiones, territorios perdidos,
dominación imperial por otras nacionalidades, así que eran constantes los
intentos de los germanos de recuperar con guerras lo perdido, tanto dignidad,
como territorios.
Y eso sucedió cuando Alemania
inició la primera guerra mundial, un nuevo intento de recuperar territorios y
la perdida dignidad.
Hitler se enroló como
soldado en las filas alemanas y, se cuenta, fue muy valeroso, condecorado dos
veces por su “entregada lucha”. Sin embargo, sus compañeros, como señalo
arriba, decían que nunca recibió regalos o correspondencia de nadie, que no
tenía amigos, ni novia, ni se quejaba de la “mierda” de comida que les daban,
pero que nunca tuvo intenciones de desertar.
Como fue tan bueno
peleando, no dudaron los mandos militares germanos en convertirlo en soldado
alemán y que vigilara a los partidos políticos que se estaban formando al
término de la primera guerra mundial, luego de haber sido derrotada Alemania y
reducida a sus antiguos límites (sin Austria).
Hitler, cuando asistía
a las juntas de esos partidos, se dio cuenta que era muy importante la oratoria
para jalar a las masas. A pesar de sus complejos, Hitler sentía que poseía
talento natural como orador.
Uno de los partidos que
iba a vigilar era de apenas siete personas, que hablaban y criticaban a los
capitalistas, quienes “sólo veían por ellos”. Las ideas de pensadores como Rosa
Luxemburgo (1871-1919), Nicolás Bujarin (1888-1938) y otros marxistas, estaban
de moda y eran la base de la ideología socialista (el concepto de que el Estado
y todas sus empresas, debían de ser controlados por los trabajadores).
Hitler no hizo mucho
caso, al principio, de lo que escuchaba, pero como en una ocasión lo invitaron
a unirse, por pura prueba pasó al presidio y habló. Repitió, primero, algunas
de las ideas que había escuchado o de los libros que leía al respecto. Lo
felicitaron calurosamente por ese inicial discurso, que agradó a todos los
presentes.
Y fue, gracias a su oratoria, ampliando sus
“discursos”, hasta que llegó, en un mitin, a reunir a más de dos mil personas y
a juntar 350 marcos de “donativos”. Desde esa vez, Hitler se dio cuenta de que
era muy importante, para cualquiera que quisiera detentar el poder, aparte de
la oratoria, aliarse con los trabajadores, sobre todo porque la moral estaba
muy baja luego de la derrota alemana.
Ese partido fue
creciendo y lo bautizaron como Partido Alemán Obrero Socialista, de cuyas
iniciales, nacieron las siglas Nazi (Nationalsozialismus). Adoptó la
suástica, un símbolo antiguo, para identificarlo, y con tal de que siguiera
creciendo, Hitler y sus camaradas aceptaban a todo tipo de personas, hasta de
la peor escoria, como un tal Julius Streicher (1885-1946), que era un pervertido
y hasta pornógrafo, Rudolf Hess (1894-1987), Herman Goering (1893-1946) – éste
último, sería uno de los brazos derechos de Hitler, desde sus iniciales pasos
al poder, la imposición del Tercer Reich, y hasta que lo “traicionó”, casi
hasta el final – y otros por el estilo.
En 1920, Alemania no era
estable políticamente, tanto por la derrota, como porque no había una buena
economía. Por el tratado de Versalles, debía de pagar 168 mil millones de
marcos, como “indemnizaciones” a los países victoriosos, que después fueron
subiendo cuando se declaró el país en bancarrota pero, en realidad, fue una
forma de la mafia política de cargar la crisis en la gente común, la que tenía
que pagar con trillones de marcos una hogaza de pan o una libra de papas,
mientras políticos y empresas gozaban de sus guardadas fortunas en oro, joyas y
otros valores – no devaluadísimos billetes, por supuesto. Al declararse
insolvente, y seguir imprimiendo papeles, posponía el pago de su deuda con los
aliados. Como no pudo pagar, Francia invadió el Ruhr, la zona industrial
alemana de ese entonces, con lo que dio lugar a las severas devaluaciones que,
como dije, fueron la forma de deshacerse de ese problema y dejarlo a la gente.
En ese entonces, Alemania
estaba compuesta por Austria, que era un “estado autónomo”, no siendo parte, realmente,
de aquélla. La otra parte era Alemania, propiamente, con capital Berlín, y, la
tercera, Bavaria, con capital Múnich. En cierto momento, en medio de tantos
problemas, Bavaria se trató de independizar, pero era contrario a lo que Hitler
quería hacer, de formar una Alemania unida, pues ya, desde entonces, sus sueños
de grandeza plenipotenciaria estaban surgiendo.
Tramó en noviembre de 1923,
un golpe de Estado para evitar la secesión bávara, pero no le salieron sus
planes. Por otro lado, había un grupo de trabajadores llamados los espartanos, comandados por la ya
mencionada Rosa Luxemburgo, mujer que destacó por sus ideas de construcción del
socialismo (muy aludida en los cursos de marxismo, pues profesaba las ideas de
Marx) y Karl Liebknecht, otro marxista. Dichos espartanos, por unas semanas,
lograron imponer un gobierno soviético, quizá también influenciados por la
naciente URSS, el cual fue aplastado por los que querían una república
conservadora. Cuando los reprimieron, la mafia política reinante redactó una
constitución en la que garantizaba la total libertad de todo ciudadano alemán a
expresarse libremente y anexarse al partido que más le conviniera, o sea, fue
estructuralmente populista, pues prometía libertades a la letra, pero no las
cumplía.
Hitler aprovechó todas
esas humillaciones a los trabajadores y campesinos alemanes en su favor, con
tal de manipular a la gente y que poco a poco se fueran reconstituyendo y
armando.
Tras el fallido golpe
de 1923, Hitler fue juzgado y encarcelado ocho meses en la cárcel, de la que
salió como un verdadero héroe, aunque, señala Shirer, hubiera dejado tirados,
en el momento de la represión, a sus compañeros heridos, para él huir (desde
allí, se manifestaba ya su mezquindad). De ese negro evento, la lección que aprendió
fue que el ejército debía de estar junto a él, no sólo un escuadrón, sino todo
el ejército… y, claro, el pueblo.
Luego de eso, abunda
Shirer en los “principios rectores” de Hitler, los que escribió en el libro “Mi
vida”, (que en inglés es traducido como Mi Esfuerzo), cuando estaba en la
cárcel y que fue dictado a su ya citado amigo Rudolph Hess – otro siniestro
personaje que lo ayudaría a construir su “imperio”. El 10 de mayo de 1941, Hess
voló solo por su cuenta, para “negociar” la paz con Inglaterra, en una acción
que hasta al loco de Hitler sorprendió y avergonzó.
El libro, dictado en
dos volúmenes, de casi 800 páginas, trata de todo, política, economía,
religión, historia… hasta de sexo. En ese panfleto, asegura Shirer, estaban
todas las tontas ideas de superioridad racial, de los planes de expansión
territorial hacia Rusia, Polonia, Checoslovaquia, Austria… de su pasión por
pensadores como Federico Nietzsche (1844-1900), de músicos como Richard Wagner
(1813-1883) y algunos otros personajes.
El libro “Mi vida”
comenzó vendiendo modestos tirajes, pero ya, cuando Hitler ascendió como
canciller, se comercializaron hasta un millón de copias, era algo así como la forzada
biblia de los alemanes, y era obligación comprarlo, regalarlo, leerlo… pero
pocos lo leyeron, dice Shirer, pues si lo hubieran hecho, se habrían dado
cuenta de los perversos planes de Hitler y su Tercer Reich.
Y es que en el libro,
Hitler afirmaba que era una necesidad de los alemanes la expansión territorial,
que no podía cesar hasta que hubieran crecido a 250 millones en toda Europa.
Supuestamente Hitler partía de la expansión territorial que tenía Alemania en
los años 1500’s, perdida luego de la terrible derrota que sufrió al terminar la
Guerra de los 30 años en 1648, y los convenios de paz establecidos por el
tratado de Westfalia. Ese país quedó muy reducido y dañado, y nunca pudo
superarlo.
De allí, fue hasta que
vino en los 1800’s el expansionismo prusiano, liderado por Otto von Bismarck
(1815-1898), que Alemania fue reunificada de nuevo, pero de una manera bélica,
haciendo a un lado los valores artísticos, filosóficos y humanos que habían
tenido Alemania occidental y Bavaria.
Bismarck estableció que
la fuerza estribaba en poseer un poderoso ejército, y lo expandió tanto, que
decían que Alemania no era un país con ejército, sino un ejército con país. Y,
en efecto, la acción militar le aseguró otra vez la extensión, pues se anexó
Dinamarca, Austria y los ducados de Schleswig y Holstein, además de las otras
provincias, como Frankfurt y así. Logró la reunificación bajo puros principios
militares.
Eso era lo que Hitler
quería, que el territorio alemán llegara incluso a Rusia. Por otro lado, la “superioridad
racial” la sacaba de los escritos de varios pseudo pensadores que establecían
que la raza aria era la “superior” – no decían por qué – y que era obligación
de dicha raza y no de inferiores, arreglar los problemas del mundo. Y filósofos
como Nietzsche, que hablaban del súper hombre, eran sus favoritos, sintiendo
Hitler que él era ese “súper hombre”. Como ya señalé, lo admiraba mucho, igual
que a Wagner, quien, con su ópera de Los Nibelungos, dice Shirer, hasta
influenció a Hitler en sus días finales, quien habría deseado que Alemania se
incendiara y cayera, junto con él. Iba mucho al museo de Nietzsche, por su citada
gran admiración.
Algo que es una
constante en varios pensadores alemanes y entre los propios “hombres comunes”,
quizá, como dice Shirer, resentidos por tanta humillación de pasadas derrotas,
es la guerra, que precian muchísimo. Sostenían que la paz lleva al conformismo,
que quien no hace la guerra es un cobarde que nunca avanzará. Eso, lo único que
confirma, es que el ser humano y su “racionalidad”, sólo han servido para
guerrear toda su existencia y cada vez hacerlo con mejores armas, pues “sin la
guerra, no hay avance”.
Sí, la paz, ahora, no
le conviene al hombre, menos al capitalismo salvaje, el cual requiere de
generar guerras para vender armas. Cita Shirer a Nietzsche, sobre lo que dice
en su obra “Así hablaba Zaratustra”: “Tú deberás amar a la paz, sólo como medio
para iniciar una nueva guerra, pero debe ser una paz corta, no una larga. Te
aconsejo que no trabajes, sino que pelees. Te aconsejo que no establezcas la
paz, sino la victoria. Preguntas ¿qué buena causa puede bendecir cada guerra? Y
yo te replico que es la guerra la que bendice la buena causa. La guerra y el
coraje han hecho mucho mejores cosas que la caridad”.
Esta categórica
sentencia, parece que sigue, y seguirá, aplicándose. De lo contrario, ¿por qué
la producción de armamento, justamente para guerras, es tan lucrativo? (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2011/12/ferias-de-armas-exhibicion-de-fuerza-de.html).
Dos personajes
extranjeros tuvieron especial influencia en Hitler. Uno, el francés conde
Joseph Arthur de Gobineau (1816-1882) y un inglés, Houston Stuart Chamberlain
(1855-1927). Éste último, un tipo que hasta pidió su ciudadanía alemana, de
tanto que admiraba a ese país. Cuando conoció a Hitler, por alguna razón, no se
cansó de loarlo y admirarlo. No tuvo el “privilegio” de trabajar con él, ya
cuando era canciller, pues murió. Pero sus escritos rayaban en la chocantería
aduladora hacia ese obscuro personaje. Así hay personas, quizá tan disminuidas,
que con cualquier “líder” o “lideresa” se apantallan.
Ya mencioné que Hitler
estuvo detenido tras el fallido golpe de 1923. Cuando salió de la cárcel el
Partido Nazi (PN), estaba casi aniquilado. Sin embargo, Alemania había aplicado
un plan de choque que la había hecho superar la brutal inflación, comenzó a
crecer, con préstamos de bancos extranjeros, y a fabricar otra vez muchos
productos, gracias a su industriosidad (por ejemplo, la empresa Siemens es
alemana y se desarrolló mucho desde que nació, a mediados del siglo 19).
Para tomar fuerza
nuevamente, Hitler comenzó con sus discursos de odio, sobre todo hacia los
marxistas y a los judíos, éstos, para él, la escoria social mundial. Como
advirtieran las autoridades eso, lo suspendieron dos años. No se amedrentó y
siguió reorganizando al PN, sobre todo, incrementando a sus donantes, pues de
ellos, no sólo el partido podía mantenerse activo, sino el mismo Hitler. Y de
27,000 que eran en 1925, para 1929, sumaban ya 178,000, muy numerosos, como
puede verse. Eso es claro, pues son los militantes y su apoyo económico los que
hacen a un partido (no como aquí, claro, que se les subsidia con fondos
públicos, lo que no debería ya de seguir. Ojalá AMLO tomara eso en cuenta).
Aquí es pertinente
señalar, como aludo en el título del presente artículo, que detrás de toda
organización o partido políticos, está el objetivo económico, es decir, emplear
el “proselitismo” como bandera para, finalidad consecuente, obtener un
beneficio material. Sólo basta ver a los mafiosos partidos mexicanos (y de todo
el mundo), que más que ejercer sus deberes para con la sociedad, antes que nada
buscan su enriquecimiento (PRI, PAN, PVEM, PRD… han hecho eso desde hace
décadas, actuando con cínica, descarada impunidad).
Hitler, cuando su PN
comenzó a recibir más y más cuotas de los donantes, mejoró mucho su existencia.
Por ejemplo, los lugares en donde vivía fueron subiendo de categoría
considerablemente. Y cuando tuvo el Poder Supremo, no tuvieron problema alguno,
tanto sus secuaces, como él, en amasar grandes fortunas, como veremos.
Hitler también trató de
aumentar los distritos en donde tenía influencia el PN. Los gaue (divisiones administrativas de
Alemania) eran clave para su éxito y para ello había organizado dos organismos
del PN, el P.O.I y el P.O.II, con los que contaría una vez que estuviera en el
poder. Es de notarse cómo, a pesar de la adversidad, ni su encarcelamiento, ni
la prohibición de dar discursos, evitaron que Hitler perdiera la esperanza de
llegar a ser presidente, pues cada vez salía más victorioso para la causa, es
decir, a mayores obstáculos, más perseverancia de su parte.
Se cuidó mucho de incluir
a todos los sectores sociales, ya que hombres, mujeres, niños, niñas,
profesionistas… todos estaban afiliándose al partido y tenían sus propias
secciones, como la agrupación de mujeres, de hombres, niños, niñas… fue muy
táctico en todo.
También organizó un
brazo armado del PN, la S.A. dirigida por Heinrich Himmler (1900-1945, otro muy
importante, nefasto personaje que le ayudó a Hitler a dirigir el Tercer Reich).
Este organismo, años más tarde, se convirtió en el ejército que trató,
fallidamente, de conquistar al mundo. Los otros encargados del funcionamiento
de dicho organismo eran Walther Buch (1883-1949), Ulrich Graf (1878-1950) y el
abogado Hans Frank (1900-1946).
Y para meter en cintura
a todos los elementos del partido, fueran buenos o malos, pervertidos,
degenerados sexuales (como los describe Shirer), fundó el USCHLA, que era el
comité investigador para ponerlos en orden. Enfatiza Shirer que a Hitler no le
importaban las cualidades éticas de sus “asistentes”, siempre y cuando
cumplieran con sus funciones adecuadamente (por eso se entiende que, al final,
muchos hasta desertaran y lo traicionaran, por su falta de genuina lealtad).
Hitler fue una especie
de Trump de su tiempo, pues a éste no le importa si entre su equipo hay
pervertidos, hostigadores, corruptos… porque, finalmente, él mismo es un tipo
de la más baja calaña, no paga impuestos, se acuesta con caras prostitutas, es
racista y más (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2017/02/trump-y-la-politica-del-far-west.html).
No todo era maravilloso
dentro del PN para Hitler, pues había un fuerte oponente, Gregor Strasser
(1892-1934), quien era de la idea de que el partido debía orientarse realmente
a proteger y ejercer los derechos de los trabajadores, actuar contra la
burguesía, expropiar sus bienes y entregarlos a aquéllos. Supongo que basó sus
demandas en la lucha de personajes como la ya mencionada Rosa Luxemburgo, quien
fue ajusticiada, justamente por sus ideas marxistas-leninistas, con alguna
influencia, supongo, de la URSS.
Strasser tenía también
miles de seguidores. Entre otros, a quien después habría de ser un crucial
colaborador con Hitler, nada menos que Paul Joseph Goebbels (1897-1945) – también
estuvo al lado de Hitler. Incluso, hasta el final, cuando ya todo estaba
perdido, se suicidó junto con él –, acomplejado personaje, a causa de una
cojera, debida a una osteomielitis sufrida durante su infancia, quien aspiraba
a ser escritor y un líder social, así como Strasser.
Goebbels deseaba tener
una buena novia para que se casara con él, pero su físico no le ayudaba
tampoco. Goebbels, al principio, como indiqué, apoyaba a Strasser, incluso
cuando hubo una reunión en el norte del país a la que no pudo asistir Hitler y
en la que se establecían los principios socialistas del partido y que se
expropiarían y nacionalizarían los bienes de los burgueses del país, muy al
estilo bolchevique (esa revolución, por lo visto, tuvo mucha influencia en
varios países, sobre todo entre su clase obrera, como en el Estados Unidos (EU)
de los 1890’s a los 1920’s, la que tomaba como dirección de su lucha a los
principios socialistas-bolcheviques de la URSS. Ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2018/01/los-origenes-del-sindicalismo-obrero-en.html).
Esa acción encolerizó
mucho a Hitler, quien, justamente recibía donativos de los poderosos grupos de
industriales alemanes (serían su apoyo material, industrial, bancario, militar…
durante todo su “reinado”).
Al final, se convocó a
otra asamblea, en la que Hitler hizo pedazos, según Shirer, a los argumentos de
Strasser, a grado tal, que hasta el mismo Goebbels, quien había llamado antes a
Hitler pequeño burgués, se admiró de su capacidad oratoria y se pasó a su
bando. Con él estaría, como dije, hasta el fin de los días del Tercer Reich.
Hitler, al principio,
mientras llegaba al poder, no tenía casa. Habitaba viviendas rentadas en la
ciudad de Obersalzberg, pero, después, ya como canciller, se hizo una lujosa
mansión. Como señalé, el poder político lleva, inexorablemente, al poder
económico, que, inconscientemente, todos los que persiguen al primero, desean
tener y termina convirtiéndose en el principal.
Cuando aún se creía en
peligro de ser reencarcelado, renunció a su ciudadanía austriaca para que los
alemanes no lo deportaran, en caso de que violara nuevamente la ley, pero
Alemania no le dio importancia a ese detalle, por lo que tampoco le dio la
ciudadanía germana. Así que Hitler fue, durante algunos años, un hombre sin
origen y sin país. Pero, véase, hasta en eso, el futuro dictador no se amilanó.
Siendo canciller, en
alguna ocasión, invitó a su media hermana Ángela Raubal para que fuera a
visitarlo a su mansión de Obersalzberg. Fue con sus dos hijas. De una, Geli,
Hitler se enamoró perdidamente. Y se dice que fue la única mujer de la que
verdaderamente se enamoró (además de Eva Braun) y hasta estuvo dispuesto a
casarse con ella, a pesar de que decía que no podía hacerlo por si lo volvían a
encerrar, que tener una esposa era una presión adicional (sin importarle, en
primer lugar, que fuera su sobrina). Muy probablemente hubo maltrato físico y
psicológico de parte de Hitler contra su sobrina, quien se suicidó con una
pistola de su obstinado tío el 18 de septiembre de 1931. La enterraron con
todos los honores debidos y Hitler se mantuvo aislado por algunos días, debido
al duro golpe de haberla perdido.
Luego de ese sórdido
episodio de su vida, Hitler se recompuso y poco a poco se fue ganando la
confianza de los alemanes, principalmente de los militares, todo con trampas,
traiciones, juegos sucios y otras triquiñuelas.
Cuando al fin, el muy
enfermo y senil presidente alemán Paul von Hindenburg (1847-1934), muy
presionado y hostigado por Hitler, le cedió el máximo cargo en 1933, éste se
sintió con todo el poder para comenzar a imponer sus despóticas, dictatoriales
acciones, irlo agrandando, hasta que nadie, absolutamente nadie, estuviera por
encima de él, incluso, la ley misma, a la que, sencillamente, forzó a adaptarse
a sus personales, megalómanos, mezquinos objetivos, el principal de los cuales,
era la expansión de Alemania, incluyendo Austria, Checoslovaquia, Polonia,
Yugoslavia, Francia y hasta la URSS, a la que consideraba una “aberración
racial”. Y, por supuesto, su enriquecimiento y el de sus secuaces estaba
implícito.
No tuvo empacho en
imponer el terrorismo de Estado para lograr sus obscuros, egoístas objetivos,
encarcelando y torturando a todos sus opositores, persiguiendo a los judíos, a
quienes confiscaba todos sus bienes, encerraba y ejecutaba sumariamente,
estableciendo la cero tolerancia contra cualquier falta o crítica, por pequeña
que fuera, aboliendo sindicatos obreros o asociaciones de cualquier tipo,
controlando a obreros y granjeros, cerrando estaciones independientes de radio,
censurando y clausurando periódicos o revistas que denunciaran sus gansteriles
tácticas, asesinando a periodistas de oposición… en fin, encumbrándose como el
Supremo Plenipotenciario.
Creó campos de
concentración en donde, sobre todo judíos, eran encarcelados y torturados.
Luego, tales campos de concentración, fueron empleados para encarcelar a todos
los prisioneros de guerra que sus, al principio, victoriosas invasiones fueron
dejando.
Para ejercer su reinado
del terror amplió y creó cuerpos represivos, como la Gestapo, dependiente de la
SS (Schutzstaffel, fundada desde
noviembre de 1925), encargados de vigilar que todo mundo respetara al pie de la
letra los dictados del megalómano, de lo contrario eran, sus opositores, lo
menos, torturados y encarcelados o asesinados sumariamente.
También en la
educación, Hitler impuso lo que tenía que enseñarse. Y eso era solamente el
nacional socialismo, su engendro “filosófico” y que emplearan su bodrio Mi vida, como texto. A los chicos y chicas se les forzaba esa educación y se les
daban tareas para que trabajaran en las granjas, para que estuvieran en
contacto con “el pueblo”. Muchas chicas eran violadas en tales granjas, pero
los “supervisores”, generalmente mujeres, decían que estaba bien, que eso
garantizaba la continuación de la raza aria.
Fuerzas armadas, navales
y aéreas fueron controladas totalmente por él y sus allegados, quienes
castigaban con la muerte cualquier intento de cuestionamiento, sedición o
deserción
En lo económico, la
industria militar, la energética y la agricultura fueron las prioridades.
Como señalé, los
trabajadores fueron sometidos, prohibidos los sindicatos, dándoles salarios
miserables… ah, pero, eso sí, “garantizándoles que tendrían siempre trabajo”.
Eran vitales, sobre todo por la fabricación de todo tipo de cosas, armas, principalmente.
Por eso había que controlarlos totalmente, cero tolerancia.
Igualmente los
granjeros estaban controlados y se les daban tierras, que conservaban mientras
trabajaran, pues, de lo contrario, se les quitaban y eran castigados.
Los empresarios, de la
misma forma, fueron sometidos y obligados a participar en la construcción del
aparato militar, aunque habían las élites industriales, sobre todo, los
fabricantes de armas, que gozaban de todo su favor.
Fueron tan eficientes
las industrias armamentistas, que tanques, aviones, cañones, submarinos,
acorazados, pistolas, rifles metralletas, morteros, granadas… eran de las más
mortíferas fabricadas hasta ese momento (los tanques Panzer poseían
impenetrable blindaje y cañones y metralletas de gran calibre. Eran casi
indestructibles).
Los bienes de los
judíos fueron confiscados y se les obligó a trabajar, sobre todo a los que no
podían pagar su libertad para irse de Alemania (los judíos de otros países eran
considerados simple escoria, ni siquiera dignos de vivir y eran ejecutados de
inmediato en los campos de concentración).
Y para que no dijeran
que Hitler no crearía el “auto del pueblo”, como hizo Ford cuando diseñó y
comercializó el Modelo T en 1914 (Hitler admiraba mucho a Henry Ford y, éste,
correspondía la admiración), se diseñó el Volkswagen,
el auto del pueblo, e incluso se obligó a los obreros a dar cuotas para que, en
cuanto estuvieran construidas sus unidades, se les entregaran sus carros, pero
nunca se cumplió (esos recursos monetarios, como muchos otros, simplemente
“desaparecían” y engrosaban la fortuna personal de Hitler y sus gánsteres).
También, previendo las
dificultades para hacerse de materias primas y alimentos durante la guerra que
estaba organizando, Hitler ordenó ser autosuficientes en materiales, como el
acero o el caucho sintético, en combustibles – que los procesaban del carbón
(muy adelantada para su tiempo la refinación alemana del carbón, pero eran muy
contaminantes las gasolinas hechas de éste) – y en alimentos, pero aunque se
hubieran sembrado todas las tierras agrícolas alemanas, según Shirer, no habría
alcanzado para alimentar a todos los germanos. Por eso Hitler, como primera
acción bélica, buscaba la anexión de Austria y de Checoslovaquia, para disponer
de sus tierras arables.
De Austria, se apoderó
por la fuerza, alegando que siempre había sido parte de Alemania. También lo
hizo con Checoslovaquia, como veremos adelante.
Ni Inglaterra, ni
Francia quisieron intervenir cuando pudieron, como afirma Shirer, que, incluso,
pudo evitarse la guerra si se hubieran puesto estrictos límites a esas,
primeras acciones bélicas de Hitler.
Tampoco protestaron por
los iniciales encierros de miles de judíos alemanes en los campos de
concentración y el trato que se les daba allí, a pesar de que los diarios de
todo el mundo informaban sobre esas atrocidades (y de que se les confiscaban
previamente sus bienes).
Shirer, aunque no lo
dice directamente, da a entender que fue un comportamiento muy hipócrita, por
parte de Inglaterra y Francia, no haber protestado contra las iniciales
invasiones de Austria y Checoslovaquia o las ilegales confiscaciones de las
propiedades de los judíos alemanes y sus encarcelamientos en los terribles
campos de concentración, todo, con tal de no involucrarse en una nueva, muy
destructiva guerra – como terminó sucediendo, para su desgracia.
Hubo algunos generales
alemanes que se dieron cuenta de la locura de Hitler, de su aventurerismo
militar, que predijeron que si Alemania entraba en guerra, la perdería, pero
Hitler, en sus locas ambiciones, los silenció, acusándolos de las peores cosas,
como de que eran homosexuales y así, juzgándolos de traidores y encarcelándolos
o ejecutándolos sumariamente.
Luego de Austria, tocó
turno a Checoslovaquia, que primero cedió los Sudetes. Hubo mucha “diplomacia”,
pues con tal de evitar la guerra, Chamberlain, el canciller inglés, y Francia,
cedieron ante las demandas de Hitler, consistentes en que aquél país le diera
cuanto antes los mencionados Sudetes y le entregara todo lo material que allí tenían.
Checoslovaquia se sintió traicionada.
Nada más para que se
vea, en efecto, la hipocresía de Inglaterra y Francia, pues no dudaron en
sacrificar a ese país – ni cuando, luego de los Sudetes, Hitler lo invadió por
completo –, si así tranquilizaban los ambiciosos caprichos de Hitler, quien, de
todos modos, hubiera o no acuerdo, siempre tuvo la intención de invadir y
“destruir” a Checoslovaquia.
A pesar de su
megalomanía, Hitler buscó pactos con países, cuyos controladores fueran igual
de ambiciosos que él. Uno de ellos fue con Italia, comandada por el dictador
fascista Italiano Benito Mussolini (1883-1945), el Duce (Sin embargo, Italia no fue militarmente muy relevante para
Hitler. La mayor parte de las batallas que sostuvo las perdió).
Otra muy importante
alianza fue con la URSS, comandada por otro prepotente megalómano, comparable a
Hitler, Joseph Stalin (1878-1953), quien, con el pretexto de instaurar el
socialismo en ese país, había mantenido un reinado de terror entre la población
(con el bolchevismo, torcida ideología basada en “principios marxistas”, que
nada tenía que ver con ellos). Con Stalin, era vital la alianza con tal de no
tener un enemigo en la retaguardia, decía Hitler, para cuando se lanzara de
lleno contra Inglaterra y Francia, como era su objetivo desde el principio,
unan vez que “aplastara y destruyera” a Polonia.
Además, con la URSS mantuvo
un importante intercambio comercial, en el que Alemania le vendía armas,
maquinaria, vehículos y aquélla, le surtía alimentos, petróleo, carbón, metales
y otras materias primas, vitales para lanzar la guerra y mantenerla (esto
demuestra que no pueden haber guerras sin que exista un comercio, que permita
mantener todo lo necesario para que se den, tales como las materias primas para
fabricar armas, combustibles, los uniformes militares, las municiones o la
producción de alimentos para dar de comer a los soldados. Algo que Hitler logró
con la complicidad de países como la URSS, Hungría o Rumanía).
Otra alianza fue con
España, aunque ésta casi fue mera formalidad, pues nunca se sumó aquélla a sus
invasiones.
Y también se alió con
Japón, con quien contaba para su invasión a la URSS cuando fuera el momento (el
bombardeo de Japón a la base naval estadounidense de Pearl Harbor, el 7 de
diciembre de 1941, le complicó más las cosas a Hitler, pues como estaba
convenido por el Pacto del Eje, le tuvo que declarar la guerra a EU, país que
determinó, en buena parte, la derrota de Alemania).
Así, todo muy
arreglado, el ejército listo, Hitler ordenó el 1 de septiembre de 1939 la
invasión a Polonia, a pesar de los “esfuerzos” de Inglaterra y Francia por
evitarlo. En pocos días ese muy vulnerable país fue víctima de los mortíferos
Panzers, muy adelantados y temibles tanques, y los bombardeos de la Luftwaffe.
Fue el primer país en donde todo el poderío militar alemán fue empleado, para
desgracia de Inglaterra, Francia y otros países, que atestiguaron toda la
fuerza bélica fabricada y acumulada por Alemania durante los años previos.
Obviamente tanto equipo
militar, tanques, aviones, bombas, armas… era, como señalo arriba, el producto
del pacto de Hitler con las industrias armamentistas de su país, muy
favorecidas con tanto belicismo.
Y de hecho era tan
importante y fundamental la fabricación de armas, que Hitler la volvió una
prioridad. La “economía de guerra”, que ponía en primer lugar la fabricación de
armas, hizo a un lado cualquier otra actividad, excepto, claro, la producción
de alimentos. Éstos, Hitler contaba con conseguirlos en las invasiones, en
donde, luego de la derrota del invadido país en cuestión, seguía el pillaje,
tanto de sus fábricas, sus alimentos, su infraestructura energética, sus
recursos materiales y todo lo que fuera “de valor”, como reservas de oro, plata
y hasta obras de arte (los museos eran saqueados, lo que dejó a Alemania
cientos de cuadros y estatuas de valiosos autores. En la cinta estadounidense The Monuments Men, del 2014, dirigida por
George Clooney, se muestra a un grupo de militares aliados que localizaron miles
de obras de arte en sitios secretos nazis, que Hitler, cuando estaba siendo
derrotado, en su locura, ordenó que fueran destruidas. Los militares aliados lo
evitaron).
Como puede verse, el
objetivo económico, luego de las batallas, era fundamental (siempre lo ha sido.
Véase, por ejemplo, que cuando EU invadió y “derrotó” a Irak, en el 2003, invasión
provocada por mentiras, lo primero que siguió fue el control de la industria
petrolera de ese país por compañías estadounidenses, como Halliburton).
Y por supuesto que los
prisioneros de los derrotados países también eran vitales, no todos, pues por
ese odio intrínseco que Hitler tenía hacia los judíos, a quienes su objetivo
era exterminar de la faz del planeta, millones fueron eliminados masivamente en
sus bárbaros campos de concentración (se calcula que unos cinco millones fueron
ejecutados). Estos lugares mostraron los excesos del demencial poder de Hitler,
distinguiendo a la segunda guerra de otras, justamente por el cruel,
abominable, monstruoso trato dado a la mayoría de los prisioneros,
especialmente judíos, que fueron a dar a los campos de concentración, como más
adelante refiero.
Luego de Polonia, en 1940, Hitler invade Francia, a la que derrotó muy fácilmente, a pesar de contar con su famosa "invencible" Línea Maginot. La ocupación estuvo comandada por el nefasto colaboracionista Philippe Pétain, hasta 1944, cuando los aliados lograron liberar a Francia.
Luego de Polonia, en 1940, Hitler invade Francia, a la que derrotó muy fácilmente, a pesar de contar con su famosa "invencible" Línea Maginot. La ocupación estuvo comandada por el nefasto colaboracionista Philippe Pétain, hasta 1944, cuando los aliados lograron liberar a Francia.
Hitler no era un gran
estratega militar, precisamente. Cometió varios errores que, dice Shirer,
habrían cambiado el curso de la historia y, probablemente, el mundo hoy estaría
germanizado. Por fortuna, no fue así.
Su primer error fue cuando, luego de haber invadido Polonia, siguió Normandía.
Ya la guerra estaba de lleno. Las fuerzas inglesas y francesas, junto con las
normandas, fueron arrasadas. Se reagruparon en Dunkerque, pero allí fueron
copadas por las divisiones de tanques y los bombardeos alemanes. Hitler, en
lugar de ordenar que sus fuerzas siguieran hasta el final, o sea, matando a
todos los enemigos, ordenó esperar. Sus generales quedaron atónitos ante la
orden y eso fue aprovechado por franceses e ingleses para iniciar una
evacuación. Al final, gracias a eso, casi 340 mil soldados se salvaron y
huyeron a Inglaterra, a bordo de lo que fuera que flotara y pudiera navegar
(este pasaje puede verse en la cinta “La batalla por Dunkerque”, del 2017, dirigida
por Christopher Nolan).
Otro de sus errores fue
cuando ordenó el bombardeo masivo de Inglaterra, durante varios días y que, repentinamente,
cesó. Ésa fue idea de Goering, quien consideró que con eso tenían los ingleses.
El cese de los bombardeos, permitió a Inglaterra reagruparse.
Algo que sorprendió
mucho a los alemanes fue el empleo del radar por los ingleses, tanto para
localizar aviones a muy buena distancia, así como submarinos, sus famosos U-boat.
Cuando supieron los
alemanes de esa nueva tecnología, que era operada en ciertos puestos de control
de Inglaterra, cerca de Londres, de inmediato los localizaron y destruyeron la
mayoría con bombardeos. Pero, de nuevo, cuando pudieron haber acabado con
todos, se ordenaba detenerlos, para frustración de los generales encargados de los
ataques.
El problema de tantos
errores era que Hitler se empecinaba en dar órdenes, la mayoría de las veces,
absurdas. Shirer dice que si aquél hubiera tenido idea de lo que la “guerra
global” era, que los objetivos no debían de ser inmediatos, sino ver más allá,
seguramente en dos años Hitler habría logrado sus demenciales objetivos. Pero
no fue así, por suerte.
Otro error fue su
intento de invadir a la URSS. Eso se dio cuando, según él, ya no era vital la
alianza, a pesar de que, gracias a los soviéticos, Alemania se seguía surtiendo
de metales, carbón y petróleo, vitales para que su maquinaria bélica siguiera
funcionando, como ya señalé.
Aquí, de nuevo, es
importante señalar lo vital que era para Alemania contar con materias primas y
energéticos para hacer armas y operarlas. Y es algo absurdo, el que, aún dentro
de la guerra misma, los siguiera obteniendo. Eso da perfecta idea de que los business as usual debían continuar, a
pesar de lo demencial que fueran los planes del dictador. La URSS, Rumania y
Hungría, surtían a Alemania de petróleo, carbón, acero, alimentos y otras
cosas.
Pero Hitler, por su
paranoia de que la URSS podría asociarse con Inglaterra en cierto momento y
atacar, decidió también “borrarla del mapa”. Cuando eso declaraba, no se
tentaba el corazón, y sus palabras favoritas eran “ese país debe destruirse,
aniquilarse, ser borrado de la faz del planeta”. Y también denotaba que en la
guerra, y para Hitler, la lealtad no existía. Él era “leal” a un país, mientras
le fuera útil. Es extraño que se haya servido de Rumania y Hungría para algunas
de sus aventuras militares, a pesar de ser países que, él consideraba, no eran
tan importantes.
Entonces, cuando invade
a la URSS en 1941, que pensó que sería otra fácil victoria, no contó con que se
habían subestimado las fuerzas militares soviéticas. La batalla fue dura y no
pudieron llegar ni a Stalingrado (hoy Volgogrado).
Se alargó la invasión
más de lo debido y el frío intenso invernal dispuso de buena parte del ejército
nazi. El combustible de los tanques y vehículos se congelaba, los hombres
morían del intenso frío, por inadecuada ropa y los soldados soviéticos,
perfectamente adaptados a pelear en el frío, dieron el golpe de gracia con sus
tácticos y efectivos ataques.
Las pérdidas, tanto de
hombres, así como de armas, como tanques, camiones y otros enseres, fueron
bastantes. Y eso se debió a la negativa de Hitler de permitir que sus ejércitos
se retiraran cuando debían. Esa fue una constante en todo su reinado, su
terquedad a retirarse cuando se debía, a pesar de que sus generales le
mostraran las derrotas y le rogaran las retiradas.
Por eso, muchas
batallas se perdieron, con sus respectivas bajas armamentistas y, sobre todo,
humanas. Pero como Hitler parecía tener a todos los alemanes, o a casi todos,
hipnotizados, su megalomaniaco poder los mantenía como una especie de zombis,
que, aunque no fuera lógico lo que ordenaba, sobre todo militarmente, le
obedecían.
Y, a pesar de la
contundente frustración de no haber “exterminado a la URSS” en 1941, en 1942 lo
intentó nuevamente. Y sus errores lo llevaron de nuevo a la derrota, con muchas
más pérdidas que en el primer intento.
Como decía, no todos
los alemanes estaban hipnotizados por su poder. Círculos de intelectuales
objetaban seriamente su nazismo y, con ayuda de algunos militares, que también
veían que Hitler estaba loco, se tramaron algunas insurrecciones e intentos de
matarlo. El que casi lo logró fue la famosa “Operación Valquiria”, en la cual,
el personaje principal fue Klaus Philip Schenk, mejor conocido como el Conde von Stauffenberg (1907-1944), quien
acordó matar a Hitler con una bomba de tiempo inglesa (los ingleses, de
repente, arrojaban desde los aires bombas de ese tipo y otros materiales a sus
agentes infiltrados o miembros de la resistencia, y eran localizadas por
algunos militares rebeldes, como Stauffenberg).
Se había acordado que
Stauffenberg mataría a Hitler en sus cuarteles de Wolfsschanze, localizados en
un área boscosa, de lo que era en ese entonces Prusia Oriental, el 20 de julio
de 1944. Otros militares, en cuanto supieran la noticia de la muerte de Hitler,
procederían a ordenar a sus destacamentos a tomar Berlín, arrestar a todos los
miembros de la Gestapo y la SS y establecer un gobierno antinazi, con tal de
que las potencias aliadas (EU, la ya liberada Francia e Inglaterra) , tuvieran
algo de misericordia hacia Alemania y le permitieran firmar una paz, con
consecuencias no tan duras.
Pero, aunque
Stauffenberg colocó la bomba en la sala en donde Hitler estaba dando su
conferencia y aquélla estalló, el Fuehrer salió casi ileso, pero otros
generales si murieron o fueron gravemente heridos. Además, como quien tenía que
avisar, un tal teniente Fellgiebed, quien también cortó las comunicaciones de
los cuarteles, no lo hizo muy claramente, todo salió mal. Cuando Stauffenberg
llegó a Berlín, nada se había organizado (la cinta alemana Stauffenberg - Operation Valkyrie, del 2004, da cuenta de ese
temerario suceso).
La rebelión fue
aplastada, los militares involucrados fueron juzgados como vulgares criminales
ante la “Corte del Pueblo” (corrupto, manipulado organismo para simular juicios
contra los traidores, pero que, en realidad, era una forma de ejecutar
sumariamente a los que allí llegaban) y no ante cortes marciales. Fueron
sentenciados a muerte. Y se les ejecutó de forma bárbara, colgados con cuerdas
de pianos, sujetados a los ganchos que se empleaban para colgar los carniceros
a las reses destazadas (no había horcas).
Se ejecutaron tanto a
los intelectuales, así como a los militares involucrados, fueran hombres o
mujeres. Hubo más de 4000 asesinados sumariamente, aunque algunos lo único que
habían hecho fue dar asilo a los directamente implicados.
Eso lo hizo Hitler para
“dar una brutal lección” a todos los que intentaran traicionarlo, a todos esos
“puercos traidores que merecían morir como perros”, como gritaba cuando
explotaba de incontrolable rabia. Hay que decir que siempre tuvo “buena suerte”
y ninguno de los atentados con bombas lo mató. Algún pacto con el Diablo tuvo.
Shirer dedica una
sección en particular sobre los bárbaros, inhumanos excesos a los que se llegó
en los campos de concentración, en donde a los prisioneros se les daban tratos
terribles (abundan los filmes que hablan sobre eso, como “La decisión de Sofía”,
de 1982, dirigido por Alan Pakula. El libro “Los hornos de Hitler”, escrito por
Olga Lengyel, sobreviviente de uno de ellos, es una cruda narración de lo que padecían
los prisioneros de los campos de concentración).
Se les llevaba a
cámaras de gas, en donde morían por gases letales. Ya muertos, otros
prisioneros debían de quitar a los cadáveres sus dientes de oro y llevarlos a
fosas masivas o a hornos crematorios (luego, esos prisioneros eran asesinados y
así).
Los hornos crematorios
fueron un gran negocio y muchos “empresarios”, como si fueran lavadoras, los
ofrecían y describían todas sus “bondades”, tales como su capacidad y la
rapidez para incinerar a los cadáveres (entre ellos, I. A. Topf y Sons of Erfurt).
Por eso, insisto, todo
en el capitalismo salvaje es un gran negocio, hasta esas monstruosidades.
A algunos prisioneros,
los “afortunados”, se les empleaba en fábricas de armas o químicos. En Auschwitz,
Polonia, donde estaba el mayor campo de concentración (se estima que a diario
se asesinaban a 6 mil prisioneros), establecieron fábricas de armas el grupo
Krupp, y de químicos, el grupo I. G. Farben (Krupp aun opera. En los juicios de
Núremberg, se juzgó a Gustav Krupp, el director general, pero por su avanzada
edad y su senilidad, se le declaró no apto para ser sentenciado. Se quiso,
entonces, juzgar a su hijo, Alfried Krupp, a quien se sentenció muy
indulgentemente. Se le ordenó también fraccionar a la empresa, pero Alfried
logró evadir esa medida y, al contrario, la compañía se expandió al comprar a
otras firmas. La empresa I. G. Farben, se deshizo y dio lugar a las empresas
Agfa, BASF, Bayer y Hoechst/Sandi).
Justo por la basta
disponibilidad de mano de obra “esclava”, pusieron allí subsidiarias esas
nefastas empresas, pues no tenían que pagarles a los prisioneros que empleaban,
los cuales trabajaban hasta desfallecer, con apenas comida para que
sobrevivieran unas cuantas semanas. Cuando eso sucedía, simplemente los dueños
pedían más prisioneros al campo y los carceleros se los enviaban. Los desfallecidos
eran ejecutados, aunque, para suerte de algunos, ya llegaban muertos a las
cámaras de gas.
Insisto, la economía
era lo más importante para los capitalistas alemanes, seguir ganando, aunque
eso implicara usar a prisioneros hasta que murieran de fatiga. ¡Vaya
inmoralidad!
También narra Shirer
los experimentos “científicos”, quizá ya por muchos sabidos, como someter a
sustancias peligrosas a los prisioneros para ver cuánto duraban vivos, aplicarles
torturas de “resistencia” y otras abominaciones, más propias de cintas de
horror.
En Auschwitz, el sádico “científico” August Hirr, estaba
muy interesado en hacer pruebas de
congelación, para ver cuánto resistía una persona las bajas temperaturas. Los
metía en agua helada varias horas o los dejaba afuera de las instalaciones, en
época invernal, desnudos, sobre el hielo. Y “cronometraba” el tiempo que les tomaba
morir.
También, para ver
cuánto podía soportar una persona en las alturas, a altas presiones y sin
oxígeno, pidió que se le diera una cámara de vacío a Goering, quien no vaciló
en otorgársela, con tal de que continuara con sus “importantes” experimentos.
En esa cámara, los metía y aumentaba la presión para ver cuánto duraban. Narra
uno de sus ayudantes, un prisionero, que por la brutal presión, los oídos les
estallaban y la cabeza les dolía más y más. Los desdichados se arrancaban los
cabellos, golpeaban sus cabezas contra las paredes y gritaban para que los
dejaran ya, pero era inútil, el “experimento” seguía hasta que morían aquéllos
al reventarles el cráneo. Luego, Hirr tomaba “notas” y les medía lo que les
quedaba de cráneo, para ver cómo había sido afectado por la presión y otras
diabólicas cosas.
Esos eran los “grandes
experimentos médicos”.
Incluso, las pieles de
los presos se usaban. Narra Shirer que la esposa de un comandante de Auschwitz,
Frau Ilse Koch, apodada la “Perra de Buchenwald”, gustaba mucho de los tatuajes
y ordenaba que le presentaran a los prisioneros que los tuvieran, con tal de
que, cuando los asesinaran, les quitaran muy cuidadosamente los pedazos de piel
con esos tatuajes, que luego eran curtidos especialmente. Con esos, la Perra de
Buchenwald hacía “bonitas pantallas” de lámparas de buró. ¡Vaya sádica
“ternura”!
La grasa que quedaba de
las cremaciones, la vendían los carceleros de los campos a empresas que la
usaban para hacer “excelente jabón” (hace años, asistí a una exhibición sobre
el Holocausto y pude ver uno de esos jabones, pequeño, de color verdoso, como
del tipo de los jabones para lavandería).
No me canso de insistir
en que se vea que, finalmente, también el objetivo de los campos de
concentración, era obtener un beneficio económico, pues, además, se despojaban
de sus pertenencias a los prisioneros antes de matarlos, como ropa, relojes,
zapatos, joyas… y todo eso iba al Reichbank,
el banco de Hitler, y se almacenaban allí, joyas, dinero, relojes y oro (del
que les quitaban de las dentaduras). Ese banco todo lo “empeñaba” y el dinero
resultante iba a sus arcas. Un negociazo redondo, como se ve.
También toca Shirer la
cuestión del “Orden del Nuevo Mundo”, en el cual, Alemania se extendería a casi
toda Europa, abarcando Austria, Checoslovaquia, Polonia y la URSS. A este país,
se le emplearía como granero, para producir alimentos, y para extraer carbón y
petróleo y a la raza eslava, la de la URSS, se le extinguiría a casi toda,
dejando a unos cuantos, para que trabajaran el campo y en la extracción de
carbón y petróleo.
En cuanto a EU, decía
Hitler que se extinguiría a sí mismo, pues estaba en conflicto por su
dominación judía y su “negritud”, problemas irreconciliables que llevarían a su
desaparición. Al resto de los países, se les iría esclavizando y se les dejaría
para que sirvieran como surtidores de materias primas.
Un mundo “muy ideal”,
según ese loco.
Volviendo a la guerra,
Hitler fue cometiendo error, tras error, lo que le fue costando pérdidas de
armas, de hombres y de territorios, pero se empecinaba en negar la cercana
derrota. Hubo intentos por usar armas más letales, como las bombas autónomas
V-1 y V-2, pero por los bombardeos crecientes a las instalaciones en donde se
fabricaban, fueron pocas las que fabricaron y menos las que se emplearon.
Incluso, se estaba
desarrollando una bomba nuclear, pero Hitler no le dio mucha importancia. Por
cierto que ese grupo de científicos, huyeron a EU, y encabezados por el “científico”
estadounidense Robert Oppenheimer (1904-1967), se les dieron todos los recursos
para desarrollar la bomba nuclear, que fue empleada para acabar con Japón en
1945 (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/12/dia-de-la-trinidad-el-nacimiento-de-la.html).
Las posiciones
territoriales de Hitler se fueron reduciendo, con el avance de los aliados. Los
ejércitos aliados, comandados por el general estadounidense Dwight D. Eisenhower
(1890-1969) y el general inglés Bernard Montgomery (1887-1976), ganaron
batallas decisivas, muchas de las cuales aprovecharon los garrafales errores
estratégicos de Hitler. Los italianos, como señalo arriba, no dieron gran pelea
y pronto se rindieron.
Rápidamente se fue cerrando
el círculo alrededor de los nazis, quienes perdían batalla tras batalla, y en
abril de 1945, llegaron a Berlín, tanto soviéticos, como anglo-estadounidenses
y canadienses.
Hitler se encerró en el
bunker de la Cancillería, junto con Eva Braun que fue a verlo, para estar y
vivir con él sus últimas horas, de ser necesario, como así ocurrió.
Allí, Hitler recibió
las noticias de las traiciones de Goering, quien trató de usurparle el poder, y
de Himmler, quien buscó, inútilmente, negociar la “paz” con los aliados.
Decidió Hitler, ya muy
acabado (tenía 56 años, pero parecía de 70), morir, junto con Eva, según él, en
un “patriótico acto”. Pero, más bien, sabía cómo sería juzgado y tratado si
caía preso (al parecer, se enteró de la forma tan grotesca en que fue juzgado y
ejecutado su amigo Mussolini y la amante de éste, Clara Petacci – 1912-1945 –, quienes,
luego de ser fusilados, fueron sus cadáveres llevados a Milán y colgados de los
pies, como reses, en una plaza pública, la Piazza
Loreto, en donde la gente los estuvo apedreando y escupiendo por varias
horas).
Le celebraron su
cumpleaños número 56 sus secretarias y personal allegado. También aprovechó
para casarse con Eva, en vista de que ya no “la dejaría nunca”. Luego de eso,
se retiraron para suicidarse, Eva, con veneno, y Hitler, de un disparo en la
boca.
Cuando los soviéticos
llegaron, Hitler y Eva estaban carbonizados, pues aquél ordenó a su chofer
quemarlos con gasolina. Goebbels también se suicidó, junto con su esposa y
cinco niños, a los que la mujer envenenó sin decirles nada (la cinta Downfall, del 2004, dirigida por Olivier
Hirschbiegel, ilustra muy bien ese caótico evento).
Y ese fue el fin de
Hitler, quien no fue otra cosa que un demencial y muy mal negociante, que tuvo
que llevar al mundo a una apocalíptica guerra, con tal de satisfacer su
megalómanos deseos y su ansia de enriquecimiento, pero que ninguno de los dos
objetivos se materializó.
Los que sí se
enriquecieron fueron los “vencedores” (eso de “vencedores”, con muchas de sus
ciudades destruidas, parcial o totalmente, es un decir), sobre todo EU, con su
“Plan Marshall”. Gracias a éste, empresas mayoritariamente estadounidenses,
emprendieron la muy lucrativa reconstrucción de toda Europa y de Japón, que,
como señalo arriba, fue sometido a la alevosa infamia de ser bombardeado
nuclearmente.
Todo tuvo que reconstruirse,
edificios, casas, fábricas, puentes, caminos, plantas eléctricas, refinerías,
oficinas públicas, universidades, escuelas, hospitales…
Y eso fue mucho mejor
negocio que la guerra misma, pues tal reconstrucción, valuada en miles de miles
de millones de dólares, permitió a EU tener por varios años un fenomenal
crecimiento económico, que hizo posible a todos sus ciudadanos, incluidos
obreros y granjeros, gozar de un muy cómodo nivel de vida, envidiado por todo
el mundo, el llamado American Way of
Life, o The American Dream, el
que, por muchos años, indujo la idea de que el capitalismo era una máquina
económica perfecta, infinita.
Pero cuando Europa y
Japón se reconstruyeron, el American
Dream se vino abajo, como le sucedió a Hitler, cuando su breve reinado se
hizo añicos (el que, según él, debería de haber durado 1000 años).
Y muchos de los
criminales nazis, tanto militares, como industriales, nunca fueron juzgados
convenientemente, sirviendo, la mayoría, sentencias muy leves. Además, varios,
nunca fueron localizados y jamás recibieron el justo castigo.
Precisamente como sucedió
con Hitler, quien prefirió el suicidio a ser juzgado por la sociedad y la
justicia mundiales.
Y es que, como dice el
vox populi, a Hitler, el ”tiro se le salió por la culata”.
Contacto: studillac@hotmail.com