domingo, 5 de abril de 2020

Nueva York, de bulliciosa ciudad, a epicentro de pandemia


Nueva York, de bulliciosa ciudad, a epicentro de pandemia
por Adán Salgado Andrade

La pandemia del Covid-19, ha cambiado imágenes icónicas de lugares que, nunca se habría pensado, hubieran pasado por circunstancias más propias de lugares pobres, que de países ricos. Por no haber estado prevenidos, países como España, Italia o Estados Unidos sufren estragos, en donde los contagios se cuentan por cientos de miles y, los muertos, por miles.
Testimonios de trabajadores de la salud, confirman que, en particular, la ciudad de Nueva York, experimentó dramáticos problemas, en donde, por contagios, varios de aquéllos han muerto, por no contar con sistemas de protección adecuados. Eso, por falta de fondos suficientes, en un país que se jacta de ser el más rico del planeta. La falta de, al menos, mascarillas, ha agudizado los contagios. Y muchos de esos trabajadores, que se han atrevido a dar sus testimonios, fueron despedidos o amenazados con hacerlo, si hablan de más.
La revista tecnológica Wired reunió varios testimonios de personal médico, que exponen, desde su perspectiva cómo está siendo la vida durante la emergencia de salud en Nueva York, de la que muchos pacientes, no se recobraron y han pasado a engrosar las estadísticas de los muertos (ver: https://www.wired.com/story/new-yorkers-once-again-at-ground-zero-in-their-own-words/).
Titulado el artículo como New Yorkers, Once Again at Ground Zero, in Their Own Words (Neoyorquinos, una vez más en la Zona Cero, en sus propias palabras), firmado por Garrett M. Graff, es un recuento de dramáticas experiencias de una situación comparable a la sucedida el 11 de septiembre del 2001, cuando fueron sospechosamente derribadas las Torres Gemelas, lo que se dio en llamar el Ground Zero. Uno de los médicos, Jordan Culver, pseudónimo (pues es uno de los amenazados de ser despedidos si hablan de más), dice que hay tantos muertos, que dejan de convertirse en una desgracia, pues “como decía Stalin, un muerto es una desgracia, cientos, se convierten en mera estadística”.
Tanto su testimonio, como el de las enfermeras y los de otros trabajadores de la salud, culpan al “gobierno” por no haber previsto lo que emergencias como la actual, significarían para un sistema de salud de por sí subfinanciado. “Se supone que seamos el país más rico del mundo, es vergonzoso que tengamos colapsado el sistema de salud por esta pandemia, con decenas de compañeros contagiándose, pues no tienen ni mascarillas y su pelo y su ropa están cubiertos de Covid-19, por los fuertes y constantes tosidos de los enfermos, y no tienen forma de quitárselo de encima”, dice Culver.
Enfermeras que platican de pacientes que llegaron solos, fueron entubados, al agravar la enfermedad y murieron solos. Mueren tantos enfermos al día, que tráileres con cajas de refrigeración esperan estacionados afuera de hospitales, en espera de los nuevos cadáveres.
El problema por el cual Nueva York ha sido muy golpeado es por su alta densidad poblacional. Manhattan tiene un área de 59.1 km2 y ocho millones de habitantes, lo que nos da una densidad poblacional de 135,364 habitantes por kilómetro cuadrado. Los altos rascacielos, llenos de departamentos y oficinas, incrementan el contacto físico, además de que los barrios pobres, como el Harlem, están también muy hacinados de migrantes y estadounidenses de los más pobres, muchos de ellos, sin seguro médico, así que sólo están atenidos a los malos servicios de salud pública.
He sabido de mexicanos que viven en Nueva York permanentemente, por sus negocios y que, durante la emergencia de salud, decidieron, mejor, venirse a México, para evitar contagios (aunque algunos, ya llegaron con el virus).
Ya se han reportado más de 80 mil contagios, “casi un tercio de los 213,144 confirmados” (al 4 de abril de 2020) en Estados Unidos. Y ésos, equivalen al 8% de todos los contagiados en el mundo, ya más de un millón. “La cifra de decesos ha escalado rápidamente, lo que ha llevado a la ciudad, de llevar una vida normal hace algunas semanas, a mantener actualmente negocios cerrados, trabajadores enviados a sus departamentos y calles vacías de autos y camiones. Times Square se ve tan sola, que muy pronto podrían comenzar a crecer enredaderas en su superficie”, señala Graff.
Sin embargo, los que están llenos son los hospitales y sus salas de emergencia. “En la primera semana de abril, un neoyorquino estaba muriendo por el Covid-19 cada diez minutos. A finales de dicha semana, un fallecimiento se dio cada seis minutos. Y, luego, cada tres minutos y quince segundos, fue la velocidad de la mortandad, o sea, 18 por hora y 432 en un día. Juntas, esas muertes montan 2373, las que son ya más de la mitad de las 4513 en todo Estados Unidos”. Cifras dramáticas, que rememorarían tiempos de pandemias como la de la influenza española o la peste negra. No exactamente como esos eventos, pero, sí, dignos de consideración.
Y, como han señalado claramente médicos, enfermeras y técnicos hospitalarios, los más enterados de todos los problemas que un deficiente sistema de salud, sobre todo, pública, implica, gran parte de tantos enfermos y fallecimientos, pudieron haber sido prevenibles. Incluso, por absurdos problemas burocráticos, ha habido muertos.  
Por ejemplo, en Los Ángeles, recientemente, un adolescente que fue diagnosticado con Covid-19, ni siquiera fue admitido a un hospital privado, por no contar con seguro médico. Murió más tarde. Véase la mezquindad de ese “hospital” (ver: https://gizmodo.com/teen-who-died-of-covid-19-was-denied-treatment-because-1842520539).
Sobre los síntomas, hay casos raros, como el nivel de oxígeno en la sangre, que el normal debe de estar sobre 90. Dice Culver que “debajo de 90, usted se siente a disgusto. Debajo de 80, usted se desorienta. Cuando baja de 70, usted podría morir. Aun así, los enfermos del virus toleran niveles de 40 o 50. Platican con usted, no tienen hambre de oxígeno. Es un misterio, hay algo extraño desarrollándose”. Probablemente sea que disminuye su metabolismo y, por eso, requieren menos oxígeno, pudiera pensarse.
Para el enfermero Anthony Ciampa, es como “si hubiéramos estado en guerra durante dos años”. Muy fuerte su testimonio.
Otra mujer dice que, en efecto, le recuerda lo del derribamiento de las Torres gemelas, “pero sin los abrazos de solidaridad, como en ese entonces, pues ahora, no nos podemos abrazar, estrechar las manos, besarnos”. Sí, ahora, la “sana distancia” es la que impera.
Y para los que se entuban, o sea, se conectan a ventiladores, máquinas que sirven para respirar artificialmente, en la fase más crítica de la enfermedad, tienen sólo 30% de probabilidades de sobrevivir. Prácticamente es para alargarles la vida sólo por unos días. Y, de todos modos, no hay suficientes ventiladores. Trump, presionado, ordenó a Ford y General Motors hacer ventiladores, en vista de que, por la crisis, las ventas de autos se desplomaron casi por completo, un 95% (ver: https://jalopnik.com/car-sales-are-absolutely-nosediving-1842506361).
Culver afirma que pareciera que “el protocolo es matar gente. En nuestro departamento, hemos tenido muchos desacuerdos en cómo manejar esto. Quizá no estamos haciendo lo adecuado a nivel nacional. Quizá sea posible que podamos inyectar mucho oxígeno mediante una cánula nasal. Probablemente así, sólo con la presión del oxígeno, mantengamos los pulmones abiertos”. Son las opciones que se dan ante la falta de ventiladores.
Y, por supuesto, salen a relucir los otros problemas que está ocasionando la crisis, como el desempleo. A nivel nacional, en Estados Unidos, se han perdido 10 millones de empleos en dos semanas (ver: https://www.jornada.com.mx/2020/04/03/politica/002n2pol).
Afirman los testimoniantes que los ruidos que más abundan son los de las sirenas de ambulancias, por las diarias emergencias que deben de atender. En cambio, los sonidos de aviones despegando o aterrizando, han disminuido bastante, “hasta un setenta y cinco por ciento”, afirma una persona que vive cerca de un aeropuerto.
Quien puede trabajar desde casa, lo hace lo mejor que puede, “pero es estresante, pues aunque uno trata de hacerlo, los sonidos de las sirenas recuerdan por lo que estamos pasando”.
En efecto, las emergencias médicas han incrementado tanto, que, en una semana, el 911 recibió 7000 llamadas. El mayor de Nueva York, Bill de Blassio, está considerando llevar otras 250 ambulancias a la ciudad, por tanta demanda de enfermos. Pareciera, en efecto, una zona de guerra esa hacinada ciudad.
Cuando arribó al puerto un barco-hospital del ejército, con mil camas, muchos neoyorquinos reconocieron lo mal que está la infraestructura hospitalaria de la ciudad. “No puedo creer que nuestro sistema de salud esté tan mal. Y, por supuesto, sólo será una pequeña gota en la cubeta”, dice una persona.
Otro problema es que muchas personas no guardan la “sana distancia” (social distancing), que casi se ha hecho obligatoria, y las quejas al 311 son de todos los días. Eso, por desgracia, para trabajadores independientes, no es posible, pues no tienen ingresos si no abren sus negocios o realizan sus tareas (en México, es un problema. Muchos trabajadores que laboran por su cuenta no están siguiendo los protocolos. Pero, tendrían que reflexionar en que si enferman, podrían hasta morir. ¿Valdría la pena arriesgarse a seguir laborando a riesgo de su salud o hasta de su vida? Sería una cuestión de cada quien).
El surrealismo ha surgido en Nueva York, en la forma de decenas de tiendas de campaña tendidas en el Parque Central o el mencionado barco-hospital, cosas “que no se veían desde la Guerra Civil”, menciona Brian Walsh.
Un problema más es que, se dice, el contagio se está diseminando mucho, pero como muchas personas no tienen forma de hacerse la prueba – sobre todo, los que no pueden salir de sus casas, si tienen sospechas de haber contraído el virus –, quizá ni estén enfermas de eso. Y si mueren, tampoco hay manera de saber que el Covid-19 los haya matado. De nuevo, la falta de insumos de salud suficientes, ha llevado a los neoyorquinos a esos niveles de precariedad.
El pánico, para muchos, es sentirse contagiado, tener los síntomas, como la tos, la fiebre y que no puedan ir al hospital hasta que no puedan respirar. Cuando alguien muere, ningún familiar puede presentarse a velarlo. Los del hospital, simplemente, lo trasladarán a un crematorio. Y si los familiares están contagiados, ni las cenizas podrán recoger.
Se narra cómo el compositor Alan Merril enfermó y todos los suplicios que su familia y él pasaron, de cómo iba empeorando, hasta que fue trasladado al hospital y allí murió. Su hija, Laura Merril, al irlo a ver en sus últimos momentos, contrajo la enfermedad y también tiene que estarse en su casa y sólo llamar a emergencias hasta que no pueda respirar. Pero, cabría preguntarse, ¿de qué sirve ir a emergencias cuando el enfermo ya está en sus agonizantes momentos? Pues a ese grado de deshumanización está llevando esta pandemia. Cualquier semejanza con la peste negra que asoló y diezmo a Europa a mediados de los años 1300’s, no es mera coincidencia. Eso, porque a los moribundos se les echaba, junto a los enfermos, a enormes zanjas y se les prendía fuego, con tal de evitar que ese “demoniaco mal” se siguiera diseminando. O, si mostraban signos de que estuvieran enfermos, se les asesinaba sin miramientos (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Black_Death#Persecutions).
Quizá por eso los hospitales pidan a los enfermos, en esa enferma ciudad, que vayan allí hasta que ya no puedan respirar, para que lleguen sólo a morir.
El problema es que las cosas empeorarán, como declaró de Blassio recientemente. “Debemos prepararnos para lo peor, y eso será a partir del domingo 5 de abril”.
Los hospitales se están preparando, en días, para algo que requeriría meses. “Estamos 21 días atrasados con respecto a la severidad de la pandemia”, declara un doctor.
Se ha dicho que son los adultos mayores y los enfermos de otros males los que más se contagian, pero “he visto personas entre 30 y 50 años, que no fuman, saludables, que no tienen otras cosas, personas regulares, que no esperaría uno que se enfermaran”. Así que, lo mejor, es cuidarse y no correr innecesarios riesgos.
Todos los testimonios concuerdan en que es muy importante que se puedan realizar miles de pruebas, sobre todo a personas con síntomas de la enfermedad. De esa forma, podrían desecharse los negativos y concentrarse en los positivos.
El mayor de Blassio dice que se están instalando más camas, para enfrentar lo peor, que está por venir.
En fin, allí están todos esos testimonios, que demostrarían a aquéllos que no creen que esto sea una realidad que, en efecto, gente está enfermando y, algunos, muriendo. No podemos estar ciegos ante estas evidencias.
Concluye el artículo con el testimonio de un sobreviviente, David Lat, quien estuvo entubado por seis días y, por fortuna, ya se repuso. “Agradezco, de verdad, a todos los trabajadores de la salud de Nueva York, quienes no sólo salvaron mi vida, sino que hicieron de mi hospitalización, una muy placentera experiencia”.
Ojalá todos aquellos que enfermen (o, quizá, enfermemos), puedan librar rápidamente la enfermedad, sin necesidad de llegar a la hospitalización. Lo mejor es que ni pensemos en ello. “Lo que ha de ser, será”, dice un viejo proverbio japonés.
Y espero, también, que, al final, sirva esto como reflexión, de que esta pandemia y otras por venir – además del colapso medioambiental que estamos generando con la contaminación y depredación ambiental, cuya primera consecuencia es el irreversible, tóxico calentamiento global –, las está generando nuestro desperdiciador, depredador sistema de vida, alentado por el capitalismo salvaje, más interesado en seguir obteniendo grandes ganancias, a costa de la salud ambiental y humana. Y ese es el verdadero virus.