martes, 28 de abril de 2020

Agatha Christie y los trabajos de Hércules


Agatha Christie y los trabajos de Hércules
por Adán Salgado Andrade

Agatha Christie (1890-1976), fue una prolífica escritora inglesa, autora de varias novelas de detectives, colecciones de historias cortas, de una obra de teatro, que estuvo varios años en cartelera, así como de seis novelas más, bajo el pseudónimo de Mary Westamacott. En 1971 “fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico, por su contribución a la literatura” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Agatha_Christie).
Uno de los detectivescos personajes, por ella creado, fue Hércules Poirot, singular francés, muy similar al personaje Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), poseído de un gran poder de deducción para dar con el criminal responsable de algún delito.
Caracterizado por su fineza de persona y el uso constante de vocablos franceses, sobre todo cuando deseaba enfatizar algo, Poirot fue central en novelas como “Asesinato en el camino” (1923) o “Asesinato en el Expreso Oriental” (1934), en las cuales, la enredada trama – que muchas veces presentaba como sospechosos a todos –, es aclarada convincentemente por Poirot, quien da siempre con el criminal.
En una de sus colecciones de varias historias, “Los trabajos de Hércules” (The Labours of Hercules), publicado en 1939, la figura central es la de Poirot, quien ya pretende retirarse de la investigación detectivesca (ya no publicó más historias Christie con él como protagonista).
Es el libro que recién concluí de leer, publicado por Dell Publishing Co., INC., en 1972.
Comienza la obra con una charla de Poirot con un doctor Burton, quien lo cuestiona por su nombre, Hércules, y por qué lo habían bautizado así. Burton arguye que ni siquiera tiene el cuerpo de Hércules, lo que hace más incongruente su nombre con su personalidad.
Por otro lado, Poirot le informa que está por retirarse como detective y que desea establecer un negocio sobre extracción de savia de vegetales, para fines curativos. El doctor le dice que duda que lo haga, ya que ser detective es su pasión. Pero Poirot le asegura que sí, que sólo se encargará de unos cuantos, muy selectos, casos más y será el fin de su carrera detectivesca.
“Sus tareas no son las doce de Hércules, son tareas de amor”, replica Burton, antes de marcharse. Eso le da una idea a Poirot, “Los trabajos de Hércules, sí, ésa es una buena idea”, y se enfrasca en doce casos que emulan los que hizo el mítico Hércules, hijo del dios Zeus y la terrenal Hera, por lo cual era denominado un semidiós.
Poirot se enfrasca en esos doce trabajos, justo en el orden en que Hércules, su legendario tocayo, los realizó. Fueron ordenados por Euristeo, su primo, después de que Hércules se vuelve loco, por la acción de Hera, y asesina a su esposa Megara y a sus hijos. Se nota que Christie sabía bastante de la mitología griega.
El primero fue matar al león de Nemea. Hércules lo atrapa en una cueva, lo ahorca con sus manos y le quita la piel, para usarla como su capa.
El caso equivalente, para Poirot, tiene como “criminal” a una dama, Amy Carnaby, que antes cuidaba a mujeres de alcurnia. Como últimamente le había disminuido el trabajo, lady Carnaby había ideado, junto con su postrada hermana – estaba enferma –, un truco con su perro pequinés, Augusto, con el cual había tramado secuestrar perros pequineses de familias ricas y pedirles doscientas libras como “rescate”. Pero como ese dinero, le dijo lady Carnaby a Poirot, era para que ella y su hermana pudieran subsistir, no vio el detective mayor crimen y sólo le pidió que ya no lo hiciera y que se abocara a seguir cuidando a ancianas ricachonas. Augusto fue como atrapar al león de Nemea.
Poirot se muestra, muchas veces, magnánimo con los que cometen cosas ilegales, siempre y cuando, hayan sido para una buena causa. A lady Carnaby, la denominó una moderna Robin Hood. Y a los que les fueron secuestrados lo perros pequineses, Poirot los amenazó que sabía de cosas malas que habían hecho en el pasado y que era mejor que se olvidaran del dinero del rescate, si no querían que tal pasado saliera a relucir.
El segundo trabajo de Hércules, el fortachón, fue acabar con la Hidra, monstruo de nueve venenosas cabezas, lo que logró con ayuda de su sobrino Yolao. Hércules le cortó las nueve cabezas y Yolao las cauterizó con una antorcha, para evitar que volvieran a crecer.
Poirot conectó esa tarea con el caso del doctor Charles Oldfield, cuya esposa había fallecido un año antes, de una larga enfermedad. Los chismes del pueblo en donde vivía habían esparcido el rumor de que él y su prometida, Jean Moncrieffe, con la que se había comprometido algunos meses después del fallecimiento de su esposa, eran los asesinos. La perspicacia de Poirot dio con la verdadera asesina, la enfermera Harrison, quien había estado cuidando a la esposa del doctor en sus últimos días. Fue la que, en efecto, la envenenó, pues creyó que sería la perfecta sustituta de ella, para contraer nupcias con el doctor Oldfield, una vez muerta aquélla. Poirot, perspicaz, la desenmascaró, demostrándole que ella, la enfermera, había preparado hasta las “coartadas” para incriminar a Jean.
Las cabezas de la Hidra, fueron los rumores, cortados tan de tajo, sobre la falsa acusación de Oldfield y su prometida.
El tercer trabajo del mitológico Hércules fue capturar a la Cierva de Cerinea, para llevarla viva a Micenas, un sitio sagrado gobernado por Euristeo, su primo, en donde se la entregaría viva (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Cierva_de_Cerinea).
Antes, Hércules tuvo que vérselas con Artemisa, la diosa que quería para sí a la venada de los cuernos de oro y pezuñas de bronce. Casi mata a Hércules, hasta que éste le explicó que era una de las doce tareas impuestas por Euristeo. Y lo perdonó.
Es el tercer caso de Poirot, en el que involucra la búsqueda de una chica, de la cual estaba enamorado un mecánico que le arregló a Poirot su auto, un Mesarro Gratz – marca inexistente de auto, una ocurrencia de Christie. El mecánico le dijo que sólo la había visto una vez, pero que estaba perdidamente enamorado de ella. Fue, para Poirot, como buscar a la venada sagrada Cerinea, pues por más que averiguaba, no daba con ella. Finalmente, sus pesquisas rindieron frutos y supo que la chica en cuestión había muerto de enfermedad. Había sido dama de compañía de una actriz rusa, Katrina, que le cuenta del triste destino de esa chica. Poirot le dice que, por la fallecida, un mecánico decente y bien parecido, sentía gran amor. Y qué mejor que Katrina para brindárselo, en vista de que ella, así como el joven mecánico, estaban tan solos y ansiosos de amor. Sí, la Cerinea entregada a Euristeo.
El cuarto trabajo de Hércules fue capturar al jabalí del monte Erimanto, animal muy salvaje y destructor. Vivía junto a los centauros. Dice la leyenda que el vino que usó Hércules para atraerlo, también atrajo a los centauros y tuvo que matar a varios, para capturarlo.
Poirot, en su cuarta tarea, tuvo que descubrir en dónde se escondía un peligroso asesino, Mascarraud, que había escapado de la cárcel y había cambiado su personalidad. Poirot, casualmente, estaba en Suiza, en donde un inspector de la policía de ese país, le informó que el prófugo se reuniría con sus cómplices. La sagacidad de Poirot, le permite descubrir que Mascarraud se había hecho pasar como un mesero de un aislado hotel en las montañas, en donde, justamente porque la única forma de llegar allí era por el teleférico, ese asesino se había refugiado. Fue como hallar al salvaje jabalí, defendido por sus secuaces, a los que también, gracias a Poirot, la policía suiza logró capturar.
La quinta tarea de Hércules fue limpiar los establos de Áugeas o Augías, rey de Élide, quien poseía cientos de cabezas de ganado, pero cuyos establos no se habían limpiado en treinta años. Hércules los logró limpiar en un solo día, desviando dos ríos. Pero como le quería cobrar a Élide el diez por ciento de sus cabezas de ganado por la tarea, Euristeo agregó otra tarea más a las que ya tenía.
Fue el quinto caso de Poirot, que consistió en acallar un escándalo político. John Hammett, del Partido Popular (ficticia organización política), ministro en quien la gente confiaba bastante, se descubrió que, en realidad era un deshonesto, corrupto hombre. Su yerno, Edward Ferrier, temía que con esa desacreditación, la gente votara otra vez por el acostumbrado partido en el poder, lo cual no convendría por ningún motivo, pues, según Ferrier, era retroceder. Dagmar, hija de Hammett, está dispuesta a todo, con tal de que un diario sensacionalista, el X-Ray News, no publique la “exclusiva” sobre su corrupto padre (se me ocurre pensar que sería, algo así, como que López Obrador resultara un súper corrupto, pero que no se supiera, y un diario estuviera a punto de publicar la nota).
Poirot idea un plan que involucra a Dagmar, contratando a una modelo idéntica a ella y facilitado a X-Ray News, falsas pistas, dando a entender que la esposa del afamado político Edward Ferrier, yerno de Hammett, lo estaba engañando.
Percy Perry, editor del amarillista diario, cayó en la trampa y es acusado de libelo. Y con esa grave acusación, de haber publicado una falsa noticia y de haber puesto en entredicho la honorabilidad de la hija de Hammett y de su yerno, el periódico es clausurado y el peligro de que se hubiera publicado la nota sobre el corrupto Hammett, pasa, pues la estrategia de Poirot, logra que el X-Ray se vea como una mentirosa publicación, que hasta miente, con tal de llamar la atención.
Fue como limpiar los establos de Áugeas de tanta porquería, como afirmó Edward Ferrier.
La sexta tarea encomendada a Hércules (también conocido como Heraclio), fue deshacerse de las aves de Estínfalo, voraces aladas que comían carne y sus venenosos excrementos destruían las cosechas. Hércules trató, primero, de matarlas a flechazos, pero fue inútil. Pero la diosa Atenea le proporcionó un cascabel que ahuyentó a esos pájaros infernales, muchos de los cuales sí fueron alcanzados, finalmente, por las flechas de Hércules. Nunca más se les volvió a ver por allí.
Para Poirot, esta tarea fue comparable a lo que sucedió cuando Harold Waring, joven con una prometedora carrera política, se ve envuelto en un supuesto asesinato, cuando vacacionaba en Herzoslovakia (mítico país báltico, creado por Christie, seguramente para no tener problemas con países reales).
Una joven y hermosa mujer, Elsie Clayton,  mata a su celoso esposo, que la atacó al sospechar que ella y Harold tenían una aventura. La madre de Elsie, la señora Rice, pretende actuar rápidamente y le dice a Harold que es posible sobornar a la policía de ese país, pero que costará mucho dinero. Se vale de un par de mujeres que están también en el hotel que todos ellos comparten, un par de polacas sesentonas, a las que acusa de ser extorsionadoras, pues se dieron cuenta de que Elsie había asesinado a su esposo. Al final, Poirot descubre que la señora Rice es la que siempre, disfrazada, personifica al “esposo” de Elsie y que esa farsa la habían representado en muchos sitios, pues eran extorsionadoras profesionales. Las polacas, nada tienen que ver con la extorsión y son simples turistas.
Harold lamenta el haberse enamorado de la bella Elsie, pero agradece que el incidente no hubiera ido más allá y hubiera arruinado su prometedora carrera, al lado del Primer Ministro, quien tenía gran opinión de él.
Elsie y su madre, eran las detestables aves de Estínfalo, letales y ambiciosas.
El séptimo trabajo de Hércules fue capturar al toro de Creta, que Poseidón hizo salir del mar, para que el rey Minos, lo sacrificara para aquél. Como Minos no lo hizo, por verlo tan hermoso, Poseidón hizo que la esposa de Minos, Pasifae, se cruzara con el toro, de lo cual nació el Minotauro (la zoofilia a todo lo que daba). Además, Poseidón enloqueció al toro.
Hércules capturó al toro y lo llevó a Euristeo, quien lo ofreció como sacrificio a Hera, que lo rechazó al ver la ferocidad del animal. Tiempo después, Teseo, el ateniense, lo mató, pues el animal todo destruía a su paso. Moraleja: no dejes crecer un problema.
Es lo que hace Poirot en su séptimo caso, que involucró a una joven, Diana Maberly, muy enamorada de un joven militar, Hugh Chandler, hijo del almirante retirado Charles Chandler.
Estaban tan comprometidos Diana y Hugh, que ya hasta él, le había propuesto matrimonio, pero, de repente, un día, Hugh le dijo que se estaba volviendo loco y que era mejor que no se casaran.
Diana quería saber si eso era cierto y si ameritaba que se rompiera el matrimonio. Gracias a los oficios de Poirot, se descubre que Hugh no era, en realidad, hijo de Charles Chandler, sino de George Frobisher, un juvenil amor de Caroline, la madre de Hugh.
Todo era una trama de Charles Chandler para que Hugh creyera que tenía la misma tendencia paranoica, suicida, de él, que había sido heredada por varias generaciones. Así, si Hugh se suicidaba, sería su falso “padre”, heredero de toda su fortuna, la que había pertenecido a Caroline, rica aristócrata.
Caroline había muerto, años atrás, ahogada en un “accidente” que, descubre Poirot, fue arreglado por Charles, quien se había enterado de que Hugh no era su hijo, sino de Frobisher, a quien siempre envidió, pues Caroline lo quiso mucho más que a él.
Al ser descubierto Charles, Hugh y Diane vuelven a comprometerse, muy felices. Charles, toma un fusil, se pierde entre el bosque y se suicida. “Fin de la maldición”, dice Poirot a Frobisher.
Charles Chandler era como el loco toro cretano, al que había que matar.
El octavo encargo de Hércules fue atrapar a las cuatro yeguas de Diomedes, rey de Tracia, gigante hijo de Ares y Cirene. Esas yeguas, comían carne humana, devorando a todo aquél que se les pusiera enfrente. Hércules logró atraparlas. Diomedes lo persiguió con su ejército, pero fue derrotado. Hércules hirió mortalmente a Diomedes y así lo aventó a las yeguas, que lo devoraron (vaya si es gore la mitología griega).
Después, quedaron tan mansas, que Hércules las ató al carruaje de Diomedes y con él se fue a entregarlas a Hera. Según el mito, de una de esas yeguas, descendía Bucéfalo, el caballo del gran Alejandro Magno.
El caso número ocho de Poirot fue el descubrimiento de una red de distribución de drogas. En esta parte, se nota la verdadera preocupación de Christie, a través de Poirot, en señalar lo malo que son los estupefacientes, muy seguramente por la experiencia que ella tuvo, cuando laboró, durante la segunda guerra mundial, en la farmacia del University College Hospital, en donde conoció muchos tóxicos y drogas, aprendiendo los muy adversos efectos que tenían para la salud humana.
En especial, la cocaína es mencionada en esta historia. Un falso “general retirado”, Grant, se había hecho de cuatro jovencitas, a las que presentaba como sus hijas. En realidad, las usaba para enganchar a gente en el uso de las drogas, como la cocaína, que ellas les vendían. Poirot logra descubrir el sucio negocio de Grant, lo desenmascara y consigue exculpar a las chicas, las que sólo seguían sus nefastas órdenes.
Era las cuatro yeguas de Diomedes, a las que se les ordenaba comer carne humana, pero cuando lo devoran, se libran de esa innatural costumbre.
La novena tarea de Hércules fue robar el cinturón mágico de Hipólita, hija de Ares, reina de las Amazonas, legendarias, bravas guerreras. Al principio, Hipólita, seducida por el físico de Hércules, no tiene inconveniente en regalarle el cinturón, que sería para dárselo a Admete, hija de Euristeo. Sin embargo, Hera, que siempre buscó complicarle las cosas a su hijo, se hizo pasar por una amazona y engañó al ejército de guerreras, con que Hipólita había sido secuestrada por Hércules. Se libró una batalla, que de todos modos ganaron Hércules y sus soldados y se llevaron el cinturón.
Este caso, el noveno de Poirot, contempló el descubrimiento de un par de ladrones de pinturas de famosos artistas, como Rubens, que escondían en las mochilas de jovencitas de secundaria. Ellas, ignoraban que, entre sus útiles, llevaran costosas obras de arte. Poirot descubrió la ingeniosa trama cuando una de esas alumnas es hallada deambulando a un lado de las vías del tren. Antes, la habían reportado como extraviada, que había abandonado el tren, a pesar de que éste no había parado en ninguna estación.
Poirot dedujo que los ladrones, una mujer y un hombre, hicieron pasar a la ladrona como a la alumna. La habían drogado, para que no subiera al tren, y en su mochila, habían guardado la pintura. La disfrazaron como si fuera un cuadro mal hecho de acuarela de la alumna, y que ésta, lo había regalado a la directora. Poirot despintó la superficial capa del feo dibujo y apareció la robada pintura de Rubens. Y los ladrones, cayeron.
Esa pintura representó, para Poirot, el mágico cinturón de Hipólita, tan valioso, que muchos buscaron robarlo.
El décimo trabajo de Hércules fue que tuvo que robar el ganado de Gerión, monstruo de tres cuerpos, unidos por la cintura. Hércules tuvo que pasar por varios contratiempos para llevarle el ganado a Euristeo. Uno de ellos, fue que Hera, otra vez complicándole la vida, envió moscas panteoneras para que picaran el ganado y se dispersara. Hércules lo reunió de nuevo, pero, luego, la princesa Celtina se enamoró de él, y escondió el ganado, que sólo le daría si le hacía el amor. Así lo hizo Hércules y de ese desliz, nació Celtus, el progenitor de los celtas, antiguo pueblo guerrero. Con el ganado en sus manos, lo llevó a Euristeo, que aceptó como buena esa labor.
Para Poirot, el noveno caso fue el descubrir una secta, que se hacía pasar por muy religiosa y ética, que acogía a mujeres solas, para que en ella, hallaran la paz y la compañía que necesitaban. Poirot tiene la ayuda de Amy Carnaby, la mujer que había usado a su perro Augusto para secuestrar a otros.
Ya, enmendada, le comenta que tiene una amiga, Emmeline Clegg, que está en esa secta, y que siente que la están enajenando mucho. La secta, llamada “El rebaño del pastor”, ha tenido entre sus integrantes a mujeres ricas, que le han heredado toda su fortuna y, luego, han muerto en misteriosas circunstancias.
Poirot pide a Miss Carnaby que se haga pasar por una de esas mujeres, dispuestas a darlo todo por la secta, comandada por el doctor Andersen, rubio e imponente personaje.
Al final, Poirot descubre que Andersen empleaba una droga para enajenar a esas mujeres, averiguar que enfermedad tenían, y aumentar las dosis, para que tal enfermedad se acentuara y murieran de eso. “Anderson es el Monstruo Gerión, que tuve que destruir, para rescatar a sus rebaños”, dice Poirot del caso, siendo las drogadas mujeres, su rebaño.
Muy interesante este caso, pues es una abierta crítica de Christie a las tóxicas sectas que sólo sacan provecho económico de sus ingenuos adeptos (recomiendo ver la cinta mexicana “González: Falsos Profetas”, del 2013, dirigida por Christian Díaz Pardo, que muestra muy bien ese extendido problema. Ver tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=cM4wf79RueI).
La onceava tarea de Hércules fue robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, nobles y bellas ninfas que vivían en un encantador jardín. Hércules las robó engañando a Atlas, el sostenedor del cielo, de que las hurtara. Al final, Hércules le pidió que sostuviera de nuevo el cielo, par que él se colocara su capa, y le arrebató las manzanas, para llevarlas él mismo a Euristeo (luego fueron devueltas por la diosa Atenea). Algo tramposo el tal Hércules, podría pensarse.
Para Poirot, su onceavo caso fue descubrir en donde se hallaba un cáliz de oro, robado a Emery Power, rico banquero. La histórica joya, cargada de asesinatos y peleas por poseerla, que había pertenecido al Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja), llevaba diez años perdida y Power, haciendo alusión a su apellido, quería recuperarla, pues había pagado treinta mil libras por ella. “Pero no es por el dinero, señor Poirot, es porque no quiero pasar como un tonto que no pudo recuperarla”, justifica.
Poirot tuvo que recorrer varios países para dar con la joya, la que finalmente estaba en un convento. La hija de uno de los ladrones, que se había convertido en una monja, la había llevado con ella, segura de que pasaría desapercibida y que estaría en el lugar correcto, en el altar de ese convento.
Poirot, habiéndola recuperado, la lleva a Power. Éste le pregunta que a cuánto ascenderán sus honorarios. “A nada, sólo quiero que devuelva la joya, que al fin y al cabo, ha estado sellada con ambiciones y muertes por poseerla. Allí, estará  a salvo, y usted podrá librarse de su maldición mortal”. Power accede, sobre todo porque Poirot le asegura que las monjas rezarán por él todo el tiempo.
Lleva la joya de regreso con las mojas, diciéndoles que Power puso como condición  que rezaran por él. “Él, necesita sus rezos”, dice Poirot a la madre superiora. “Es un hombre infeliz”, inquiere ella. “Tan infeliz, que ha olvidado lo que la felicidad significa. Tan infeliz, que él no sabe que es infeliz”, replica Poirot. “Ah, es un hombre rico…”, infiere la madre superiora.
Otra velada crítica de Christie a los ricos.
Para Poirot, el devolver el cáliz de oro, fue el devolver las manzanas de oro al jardín de las Hespérides, en donde debían de estar.
La última tarea de Hércules fue llevarle el temible Cerbero a Euristeo, el perro de tres cabezas que vigilaba la entrada al inframundo. Tuvo que hacer varias cosas, como casarse con Deyanira, hermana de Melaguer. Hades, dueño de Cerbero, según una versión, se lo regala, a condición de que no le haga nada. Hércules lo lleva a Euristeo, quien al ver a la “horrible bestia”, le pide que la regrese en donde la halló. Caprichoso, Euristeo.
Es el último caso de Poirot, que tiene que ver con su encuentro con una vieja amiga, la condesa Vera Rossakoff, “toda una mujer, elegante, de gran personalidad, muy femenina”. Deja ver Christie, a través de Poirot, que para ella es muy importante que la mujer sea femenina y elegante, ante todo. Eso, porque un personaje de esta historia, Alice Cunningham, supuesta psicóloga, viste muy masculinamente y, en opinión de Poirot, es bastante vulgar, no como la elegante condesa.
La condesa opera un cabaret, el Hell, en el centro de Londres, en donde se dan cita toda clase de famosos personajes, desde miembros de la farándula, hasta políticos.
Poirot la visita y queda maravillado con el sitio, que es en donde conoce a Alice Cunningham, novia de Niki, hijo de la condesa, el cual, trabaja en Estados Unidos. Alice es estadounidense y visita Inglaterra para hacer un ensayo sobre las personalidades criminales. Esa es su pantalla, pues, en realidad, opera una red de contrabando de cocaína, que hace dentro del cabaret, sin que la condesa lo supiera. La condesa tiene a un fiero perro, Dou-dou, quizá un rottweiler (no se especifica la raza, pero es muy bravo), que está allí para vigilar el lugar. “Con un chasquido de mis dedos, puede lanzarse contra cualquier persona y hacerla pedazos”, le dice a Poirot, muy satisfecha.
Habían dicho inspectores policiacos a Poirot, de que en el sitio se contrabandeaban drogas, pero no era tan grave, en opinión de la condesa, “algo normal”. Sin embargo, cuando Poirot le dice que Alice era la que coordinaba la red de narcotráfico, se queda estupefacta. El perro fue usado por Poirot para guardar la evidencia, o sea, la droga, en su hocico, ayudado por un hombre que sabía controlar muy bien a esos animales.
Todo se aclara y lo único que lamenta la condesa es que su hijo se haya quedado sin novia, pues Alice estará varios años en la cárcel. “En América, hay muchas mujeres”, le dice Poirot.
Así, en este caso, Dou-dou se asemeja al buen Cerbero, pero no vigila el inframundo, sino el Hell, el cabaret de la condesa.
La condesa ha sido la obsesión de Poirot durante varios años. Luego de concluido el caso, le envía unas rosas rojas, que su eficiente secretaria, Miss Lemon, ordena a una florería.
Poirot se despide de ella, silbando, muy contento.
Se queda pensando Miss Lemon si no será que Poirot esté enamorado. “¿¡A su edad!?... no lo creo”.
Sin embargo, se entiende que, además de retirarse, Poirot decide sentar cabeza con esa noble, elegante dama.
Bien merecido, después de tan hercúleas tareas.