Inundaciones y sequías extremas golpean más a naciones pobres
Por Adán Salgado Andrade
Cada año se lleva a cabo una reunión internacional llamada COP (Conferencia de las Partes, por sus siglas en inglés), en la cual se busca disminuir depredación y contaminación globales, tratando de que la temperatura del planeta no suba más de 1.5º C, para que los efectos de la catástrofe ambiental que hemos ocasionado, no empeoren más de lo que ya están.
En la actual, la COP29, llevada a cabo en Azerbaiyán, la conclusión de la ONU fue de que si los países ricos (reunidos en el G20, en Brasil), no ayudan a paliar todos los estragos que sus cómodos estilos de vida (que han ocasionado tanta depredación y contaminación) han provocado, habrá una “brutal destrucción económica” (economic carnage), que los dañará también. Simon Stiell, jefe de la oficina climática de la ONU, enfatizó que la ayuda a los países pobres, para que puedan paliar los terribles efectos que sufren año con año por la catástrofe ambiental (sequías, lluvias torrenciales, inundaciones, elevación del nivel del mar, deforestación…), debe de llegar a un billón de dólares para el 2030, si realmente se busca que las cosas no empeoren, tanto para los mencionados países pobres, así como para los “ricos” (ver: https://www.theguardian.com/world/2024/nov/16/un-warns-of-economic-carnage-if-g20-leaders-cannot-agree-on-climate-finance-for-poor-countries).
Y es que, en efecto, Europa, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda (y ahora China por su irracional sobreproducción), al mantener un cómodo estilo de vida por tantos siglos (desde el colonialismo), robando sus recursos a los países pobres (que antes fueron sus colonias), son los principales responsables del estado tan terrible en que se encuentra el planeta, sus recursos, la catástrofe climática y que cada vez se incrementan las zonas que van dejando de ser habitables (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2024/08/europa-la-saqueadora-y-depredadora.html).
En una serie de artículos publicados por The Guardian, se da cuenta de los graves problemas de destrucción de vidas y futuros que inundaciones, largas sequías, elevación del nivel del mar y otros están ocasionando en países pobres o muy pobres, principalmente en Asia y en África.
En el titulado “Cuando el agua bajó, vi que nuestra casa ya no estaba”, Leoncia Ibanez relata cómo fue que perdió su hogar, pero, por fortuna, toda su familia se salvó. “Leoncia Ibanez vivía en Sitio Gipit, un pequeño poblado en las afueras de Antipolo, en Filipinas. En agosto del 2024 el súper tifón Carina, también llamado Gaemi, golpeó a ese país; combinado con lluvias monzónicas, ocasionó severas inundaciones. La lluvia torrencial y fuertes vientos, empeoraron por la crisis climática, la que está haciendo a esas tormentas algo muy común” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/18/when-the-water-subsided-i-saw-our-house-was-gone-this-is-climate-breakdown).
Narra Leoncia cómo en medio de la tormenta, el agua subía tan rápido que no lo podían creer. “Tuve que decidir entre salvar a mis cosas o a mis hijos, lo que, por supuesto, hice, mi familia es primero. Como mi casa estaba rodeadas de árboles, nos trepamos a uno y allí estuvimos. Mi hija, mi marido y yo, sufrimos heridas por objetos que estuvieron pasando mientras el agua circulaba torrencialmente”.
Sigue narrando que perdieron todo. Se dedicaban a vender bolas fritas de pescado y comida en las calles. Tenían dos motos para trabajar en ello, pero “las perdimos. Sólo nos queda una y estamos tratando de repararla, pero es muy difícil. Sin casa y sin dinero, no veo un futuro, pero de todos modos les digo a mis hijos que estudien mucho, que se superen, pues no sabemos si el gobierno nos vaya a ayudar. De la casa, sólo quedó el WC y en esa zona, otras catorce familias también perdieron su hogar. Nos albergaron en una escuela, pero ya tuvimos que dejarla porque comenzaron las clases. Y nos enviaron a otro refugio, pero no sabemos hasta cuándo estaremos aquí. Recogemos restos de metal y otros desperdicios que vendemos en las recicladoras. Y con el dinero que obtenemos, compramos sardinas y vegetales”.
Sólo imaginen estar así, sin casa, sin pertenencias, sin sus medios para sobrevivir… a muchos, los llevaría al suicidio. Aun así, Leoncia dice que “el Señor nos ayudó y es el único que está ahí. No sabemos cómo sobreviviremos, como comenzaremos de nuevo, si el gobierno nos ayudará o no. Y sé que esto va a volver a suceder y tengo miedo. De todos modos, el Señor nos ayudó. En estos momentos, se ve quiénes son los amigos y las personas que solidariamente nos han hecho donaciones de dinero, de alimentos, de cosas. Y estamos haciendo lo más que podemos por tratar de mantenernos juntos. Sí, eso haremos”.
Otra historia es la del zambiano Emmanuel Himoonga, quien fue entrevistado por los reporteros Chiwoyu Sinyangwe y Rachel Savage. Titulada “’Lo perdí todo’: África del sur sufre hambre a consecuencia de histórica sequía”. Señalan los reporteros como introducción que “las cosechas han fallado en muchos países africanos sureños, lo que pone en riesgo de hambruna a 27 millones de personas, de acuerdo con el Programa de Alimentación Mundial” (ver: https://www.theguardian.com/global-development/2024/nov/14/lost-everything-southern-africa-battles-hunger-amid-historic-drought).
Himoonga, de 61 años, es jefe de Shakumbila, una comunidad agrícola de cerca de 7,000 personas, a unos 112 kilómetros de Lusaka, la capital de Zambia. Este país africano cuenta con casi 21 millones de habitantes y su ingreso per cápita es de $3,700 dólares (unos $74,000 pesos anuales. En comparación, el mexicano es de $13,926 dólares, unos $278,520 pesos al cambio actual, casi 4 veces el de Zambia. Pero hay que señalar que el ingreso per cápita es sólo una medida econométrica, que no representa la realidad económica de un país, ni de la mayoría de sus habitantes. Un trabajador mexicano que perciba salario mínimo, tendría ingresos, tomando en cuenta los 365 días del año, de $90,860, es decir, un 33 por ciento del ingreso per cápita. Una tercera parte de los empleados formales mexicanos perciben el mínimo. Como se ve, es engañoso el ingreso per cápita. Es una mera cantidad comparativa que mide cómo crece la actividad económica, pero no cómo se distribuye en la realidad).
Dice Himoonga que ya antes había visto sequías, “pero nada como la actual. Antes, eran cada cinco años y no tan largas, pero ahora son cada tres o cuatro años y muy largas. Ahora, todas las cosechas se echaron a perder, pues no ha llovido en meses. Lo he perdido todo”.
Abre el artículo una foto de él, caminando por entre sus secas tierras, de las que sobresalen algunos secos tallos de plantas de maíz, que no alcanzaron a crecer por la falta de lluvias.
Señalan los reporteros que “África del sur está sufriendo una de sus peores sequías en por lo menos un siglo, con 27 millones de personas afectadas y 21 millones de niños sufriendo desnutrición, de acuerdo con el Programa de Alimentación Mundial (PAM)”.
Explican que El Niño, combinado con la catástrofe ambiental, suprimieron la temporada de lluvias, lo que eliminó la mitad de las cosechas. “Lesoto, Malawi, Namibia, Zambia, Zimbabue, Angola y Mozambique están severamente afectados”.
Ya agotaron todas sus reservas alimentarias, que usan cuando no llueve, entre octubre y abril, “pero en este año, comenzaron a emplearlas desde abril, por la sequía, así que ya están muy bajas o ya se les acabaron”.
Los días muy calientes, de más de 35º C, se van incrementado. En el 2000, se daban unos 110 por año. Para el 2080 (si es que llegamos, señalaría), subirán a unos 155. Así que será el infierno la mayor parte del año. Y en Zambia, la temperatura promedio se ha incrementado 0.45º C durante el siglo pasado.
Himoonga dice que no basta con las donaciones de comida que les hace el gobierno, ni la PAM. “No podemos darnos el lujo de comer tres veces al día. Y eso que yo estoy mejor que muchos de mis paisanos. La gente está muriendo de hambre. Sobreviven sólo por la gracia de Dios. Es terrible lo que sucede. ¡No sé qué vamos a hacer!”, exclama, desesperado.
Agness Shikabala es una mujer, madre de seis hijos, tres de ella y tres de su esposo, de un matrimonio anterior. Por la sequía, su esposo se fue a trabajar a Lusaka, “pero no ha regresado. Nos dedicamos a vender y comprar granos y otras cosas que cosechamos, pero ahorita, con esta sequía, no tengo nada ni para vender, ni para comprar. Quisiera vender algún animal, pero no puedo hacerlo sin el permiso de mi esposo. No sé si él regresará, pero estoy desesperada. Muchas de mis amigas han optado por acostarse con otros hombres por dinero. Yo no me atrevo a eso, no le quiero ser infiel, pero espero que Dios me libre de hacerlo, tan sólo por un costal de maíz… ¡ojalá!”.
Terrible su situación. Quizá su esposo, rebasado por la crisis, decidió simplemente abandonarla a ella y a los hijos. Vaya cobarde.
Como dicen los reporteros, hasta eso está ocasionando la larga sequía, que familias se destruyan.
Así que hasta en eso afecta la catástrofe climática, al tejido familiar.
Un siguiente testimonio es el de José Fiuzza Xakriabá, líder de la comunidad Xakriabá, ubicada en el estado brasileño de Minas Gerais. Titulado “Hay días en que las clases de la escuela se suspenden porque los niños no tienen agua para beber”, la entrevista fue hecha por Alexandre Caetano, quien nos introduce al testimonio señalando que “José Fiuzza Xakriabá (tiene también como apellido el gentilicio de su comunidad) creció en el territorio nativo de Xakriabá y ahora es un influyente líder. Esa región previamente recibía agua de una extensa red de ríos. Pero ahora, la única corriente que todavía fluye es la del río Itacarambi. La tendencia de largas sequías comenzó en los 1970’s y ha sido ocasionada por las crecientes temperaturas. La investigación científica ha mostrado que las sequías actuales son las peores habidas en los últimos 700 años y son principalmente ocasionadas por la catástrofe climática” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/15/there-are-days-when-the-school-closes-because-children-dont-have-water-to-drink-this-is-climate-breakdown).
Una foto de José abre el artículo. Se le ve ataviado con un penacho tradicional, de plumas y cordones, muy vistoso. Es un emblema de su posición como líder de la comunidad.
Dice José que hasta los 1960’s todo estaba muy bien, tenían comida y agua en abundancia, bastante pesca, caza y buenas cosechas. Pero a partir de los 1970’s, las sequías fueron más frecuentes, las corrientes fueron desapareciendo, “y si trato de hacer la cuenta de cuántos ríos y arroyos se secaron, la pierdo”.
También señala que antes el sitio en donde vivían era más amplio, “pero nos fueron cercando gente de fuera que fue comprando las tierras aledañas. Ahora, son dueños, tienen escrituras. Nosotros, no, y se admiran de que aún sin ese reconocimiento oficial, les digamos que son nuestras, pero es que son herencia ancestral. Mis padres nacieron aquí, mis abuelos… ¡siempre han sido nuestras! Ahora, ya no podemos entrar a las tierras de esos desconocidos, no podemos tomar ni una sola hoja de ellas, porque nos juzgan”.
Comenta que hay días en que las clases se deben de suspender porque no hay agua para que beban los niños. “Ahora, sólo queda el río Itacarambi y ya también se está secando. Las mujeres deben de ir hasta allá, para lavar su ropa y bañarse. Cada vez es peor”.
También se queja de que por los “venenos” (fertilizantes) que emplean los foráneos (los invasores) para cultivar, todo ya está envenenado, “la comida, las plantas, el agua, las cosechas, el maíz. Pero tenemos que comprar muchas veces de esa comida envenenada pues no podemos cosechar nada”.
Sí, muy triste que hasta ese nivel hayan llegado. Y seguramente compran comida chatarra para sobrevivir o el veneno embotellado Coca-Cola, que se vende en todo el mundo, hasta en los pueblos más marginados.
Dice que todo eso es culpa de los hombres de negocios, “pues, por ellos, el mundo está así, han destruido todo, han acabado con todo, es su culpa. Mi padre decía que ‘tenemos que defender lo nuestro hasta que hayamos muerto’. Y es lo que estamos haciendo, defenderemos estas tierras de los invasores hasta que hayamos muerto, es lo único que tenemos, es nuestra herencia y no dejaremos que la destruyan más. Creen esos ricos que la tierra puede vivir sin bosques, sin ríos, pero están muy equivocados”.
Dos dramáticas fotos muestran el nivel de degradación de la región. En una, se ven los restos de una selva que fue devorada por las llamas, en Manaus. Sólo sobresalen algunos calcinados troncos, envueltos por blancas humaredas. En otra foto, un bote descansa en el seco lecho del Río Negro, también en Manaus. Ese río ya se secó totalmente.
En efecto, los hombres de negocios, o sea, los capitalistas salvajes, como señala José, son los que han provocado la catástrofe climática que está destruyendo el medio ambiente global. Les importan más sus ganancias, que tener bosques o ríos saludables.
También de Brasil, es el testimonio de Sônia Ferreira, titulado “El mar se acercaba. Fue muy doloroso ver cómo mi casa era destruida”. La entrevista, realizada por Júlia Mendes, inicia diciendo que “Sônia Ferreira nació en Campos dos Goytacazes y pasó su niñez en el pueblo costero de Atafona. Luego de que se casó, su marido y ella construyeron una casa de verano en Atafona y en los tardíos 1990’s se fueron a v vivir permanentemente. Ahora, tiene 79 años, está pensionada y es viuda. Todavía vive en Atafona una de sus hijas, en donde por la erosión costera, 500 casas han sido destruidas en las recientes décadas. Y más están en riesgo, pues se espera que el mar penetre otros 150 metros a la playa en los siguientes 30 años. Esa erosión costera se está acelerando porque el calentamiento global está ocasionando que el nivel del mar ascienda por el derretimiento de polos y glaciares. En Atafona, el nivel del mar ha ascendido 13 cm en los pasados 30 años. Además, como el Río Paraíba se está azolvando, ya no llegan sedimentos a la playa, que son los que evitan su erosión” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/12/the-sea-was-coming-closer-it-was-so-painful-to-see-my-house-being-destroyed-this-is-climate-breakdown).
Dice Sônia que cuando llegaron al sitio y construyeron su casa, la separaban del mar dos calles, una avenida y una gran extensión de playa. Había un edificio, enfrente de su casa, “que vi cuando construyeron, pero en el 2008, fue destruido por el mar. Pero eso ayudó por un tiempo, pues sus escombros protegieron a nuestra casa”.
Y con el correr de los años, fueron desapareciendo las calles y la playa enfrente de su casa. Tenía una pequeña habitación detrás, que era el cuarto de servicio. Cuando la casa principal fue demolida, debido a que el mar la alcanzó, se fue a vivir allí. Pero pronto, también se afectó. Primero, por la arena que el fuerte viento levantaba, que se juntaba enfrente y bloqueaba la entrada. Quiso alquilar un tractor, para que la removiera, pero el dueño le dijo que era “gastar dinero, pues mañana, se le va a volver a juntar”.
Por eso también la dejó. Actualmente, vive en Río de Janeiro, pero varias veces va a visitar a una hija que todavía vive en Atafona, aunque a una buena distancia del mar.
Dice Sônia que, de todos modos, se siente muy apegada a Atafona, “el mar me produce gran tranquilidad. Cuando vengo, me quito las sandalias y recorro la playa, siento una gran tranquilidad, pero también una gran tristeza por todo lo que hemos dañado al planeta. Es nuestra culpa, no hemos sabido protegerlo. Soy presidenta de una asociación llamada SOS Atafona, con la cual hemos buscado una solución a la erosión de la playa, como ya se ha hecho en otros lugares. Antes, sabíamos que en marzo y en agosto, el mar se ponía muy bravo. Pero, ahora, puede ser en cualquier época. Y es nuestra culpa”.
Sin embargo, hay que decir que detrás de la sociedad global, está el capitalismo salvaje, el que ha impuesto a la contaminadora y depredadora sobreproducción (producir más de lo que puede consumirse), las que están ocasionando la catástrofe climática que está dejando cada año más y más zonas inhabitables del planeta, como el lugar en donde antes Sônia y sus vecinos tenían sus casas.
No sólo ellos, sino que en regiones de Indonesia, ya mucha gente ha tenido que abandonar sus casas, pues han sido inundadas permanentemente por aguas marinas, que no dejan de subir su nivel (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/10/la-elevacion-del-mar-ya-inundo.html).
Otra historia es la de Mariana (no es su nombre verdadero), de Burkina Faso, otro pobre país africano, con un ingreso per cápita de $2,500 dólares anuales, unos $4,160 pesos mensuales, muy bajo, pero casi la mitad de la población debe de tener un ingreso mucho menor, pues está en pobreza extrema. Además de la generalizada precariedad, el país tiene pocos recursos. Su “industria” se limita a labores agropecuarias, hilos de algodón, jabón, cigarros, textiles y oro (quizá éste sea el más valioso recurso). De productos agrícolas, produce maíz, sorgo, frutas, vegetales, mijo, alubias, algodón, cacahuates, caña de azúcar y arroz. Pero también desde hace años sufre largas sequías, agravadas por la catástrofe climática, que afectan toda esa producción y están provocando hambrunas en buena parte de la población (ver: https://www.cia.gov/the-world-factbook/countries/burkina-faso/).
Allí, la mencionada burkinesa platica su historia, muy triste para ella, pues se pudo embarazar hasta los 36 años, “con muchos esfuerzos”. Fue entrevistada por Èlia Borràs, quien nos introduce a su historia diciendo que “Mariana, que no es su nombre real, es una música burkinesa, que vive en Uagadugú, capital de Burkina Faso. Durante las olas de calor que asolaron al país a inicios del 2024, ella tuvo un alumbramiento prematuro y perdió a su hijo” (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/13/this-is-climate-breakdown-burkina-faso-mariama-baby).
Platica Mariana que estaba muy ilusionada, pues era la primera vez que se embarazaba, luego de que prácticamente lo había descartado, debido a que le habían operado las trompas de Falopio. “Mi madre decía que quería tener siete nietos, pero le dije que como tuve problemas para embarazarme, porque estaba ya muy grande para ser madre, sólo serían cuatro”.
Dice que a pesar de que viven en el Sahel, la región semiárida y caliente del país, “este año el calor se sintió demasiado, 41º centígrados. Yo estuve bien hasta los seis meses, pero el calor era insoportable. Pensé que sería algo normal, por mi embarazo, pero no era así. En las noches, me envolvía en toallas mojadas, para paliarlo, pero se secaban rápidamente y tenía que volverlas a mojar. Casi no podía dormir. Y los ventiladores no servían pues sólo aventaban aire caliente. Era mejor ponerlos en alguna esquina, para ver si podían aventar aire menos caliente”.
Y así estuvo la pobre Mariana, sin saber ni su esposo, ni ella qué hacer. Luego, cuando caminaba un día por la calle, se le rompió la fuente. Fue a dar a un hospital, en donde no le dijeron nada. Luego, la enviaron a otro, en donde le inyectaron un líquido para que tuviera contracciones, pues su hijo ya estaba muerto. Narra que los hospitales son malísimos, “tienes que llevar tu propia sábana, pues los colchones son de plástico y si no la llevas, das a luz en donde otras mujeres lo han hecho. Y con el calorón que hacía, fue peor. Ya cuando mi hijo muerto salió, la enfermera que me asistió dijo si me lo quería llevar o quería ¡tirarlo! Lo juro que así me dijo. Yo no sé si ese calor sea por el cambio climático o no, pero no es normal. Y no puedo decir que nos debemos de acostumbrar, pero ¿qué hacemos?”.
Su pregunta es retórica, pues ya serán más frecuentes esas altas temperaturas, así como inundaciones y otros fenómenos climáticos extremos. No es de acostumbrarse, pues el ser humano tiene un límite para las temperaturas extremas. Rebasado, son mortales.
Como ven, ya es un fuerte problema de salud pública el cambio climático.
Un relato más es el del griego Panagiotis Nassis, estudiante y bombero voluntario que durante los pasados megaincendios forestales que azotaron a Grecia, irónicamente, tuvo que apagar las llamas que estaban devorando su propio hogar. Fueron tan intensos, que más de 8,000 hectáreas de bosques se perdieron, una persona murió y decenas fueron hospitalizadas por inhalar denso humo (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/14/this-is-climate-breakdown-greece-attica-wildfires-firefighter).
Narra Nassis cómo el fuego se extendió tan rápidamente y la desesperación que sintió al ver su propio hogar quemarse. “Pude salvar la mayor parte, pero, de todos modos, tuvimos que evacuar la zona por los humos tan densos. Este era un lugar muy tranquilo, muy pintoresco, pero ya no. Y con el calentamiento, los incendios serán peores. Debemos de prepararnos, estableciendo zonas de fuego, en donde nadie viva, y pasando los cables de electricidad subterráneamente, pues los de superficie contribuyen a iniciar incendios. De todos modos, es gratificante que surja la solidaridad, que todavía somos humanos y nos ayudamos”.
Sí, y en tiempos como los presentes, es cuando más debemos de unirnos, exigir a las corporaciones y a las “autoridades” que disminuyan los niveles de depredación y contaminación que nos han llevado a estos lamentables extremos.
Otro testimonio es el de Isabella Visagie, quien cuenta la historia de la larga sequía que se ha estado dando por más de cinco años en Karoo, una localidad de Sudáfrica. Narra cómo antes a su esposo y a ella, les iba bien en la granja que poseen, pero ya, por la sequía, los animales van muriendo, pues no hay agua, ni alimentos para darles. “¡Es la peor sequía del mundo que hemos padecido!”, exclama, alarmada. Y se han estado endeudando para seguirles pagando a sus trabajadores y para alimentar y darles aguas a los pocos animales que les quedan. “Por un tiempo, veíamos morir a nuestras ovejas. Y, lo peor, que las recién nacidas eran abandonadas por sus madres, porque no pueden criarlas, debido a la falta de agua y alimentos. No las juzgo”. En las fotos que acompañan el artículo, es lo que se ve, tierras muy secas, desolación y uno que otro animal sobreviviendo del escaso pasto que hay. “Las temperaturas van subiendo y no se ve para cuándo vaya a llover”, dice Visagie, resignada (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/23/disaster-is-about-caring-im-not-selfish-any-more-this-is-climate-breakdown).
Pero también los países “ricos” están padeciendo.
Sólo consideremos la catástrofe que recientemente sufrió España por la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), en la región de Valencia, la que dejó más de 200 personas fallecidas, y cientos de construcciones que deberán demolerse. Fue debida a lluvias atípicas y la cantidad de agua que generaron, no pudo ser desalojada por dos canales, que además de estrechos, se taponearon con tanto lodo, árboles y otras cosas que fueron arrastradas por la fuertes corrientes (ver: https://www.bbc.com/mundo/articles/c0rg1qy8pqwo).
Ya Francia, Alemania, la mencionada España, Inglaterra, Italia, Polonia, Estados Unidos (azotado en el 2024 por dos intensos huracanes, Helene y Milton, que ocasionaron daños billonarios en infraestructura en varios estados y decenas de fallecidos), Canadá (intensos megaincendios forestales afectaron varias localidades y dejaron decenas de fallecidos), Australia, Polonia… entre otros países, también están sufriendo los estragos de los eventos climáticos extremos. Se dieron cuenta ya que no sólo son exclusivos de los pobres.
Un relato, ofrecido por The Guardian, es el de Elisa C-Rossow, diseñadora de modas que nació en Francia, pero se fue a vivir a Canadá, de donde es su esposo. Fue entrevistada por Sean Holman y Aldyn Chwelos (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/19/im-imagining-what-my-mother-went-through-in-her-last-seconds-this-is-climate-breakdown).
Elisa perdió a su madre por la tormenta Alex, que azotó severamente a Francia el 3 de octubre del 2020. La mujer de 67 años, en ese entonces, vivía en el pueblo de Saint-Martin-Vésubie, “que era muy pintoresco, a las orillas de la montaña, junto a dos riachuelos, muy tranquilo, con vista a las montañas, de ensueño. Nunca pensé que esta tragedia climática sucedería”, dice.
Fuertes corrientes de agua desbordaron los ríos y ocasionaron deslaves. “Destruyeron la casa y se la llevaron. Mi madre murió de algún golpe, reveló la autopsia, probablemente de algún pedazo del techo que se cayó. Y claro que eso fue por el cambio climático, es un hecho, quien no crea en eso, es que no ha vivido eventos tan extremos como el que vivió mi pobre madre”.
“Mi hijo acababa de nacer, tenía dos semanas cuando sucedió lo de mi madre, por eso no pude ir a ver lo que sucedía en ese momento. Le pedí a mi hermano, que sigue viviendo en Francia, que se encargara de todo y que me mantuviera al pendiente”.
El cuerpo de su madre lo localizaron gracias a lobos que lo estuvieron oliendo. “No estaba muy lejos, a cien metros de donde estuvo la casa. Y cuando por fin pude ir a Francia, quedé sorprendida de que enormes rocas ocupaban ahora su lugar”.
Dice que hay que hacer algo por cambiar las cosas o estos desastres serán ya cotidianos. “Para mí, fue una experiencia doble, de vida y muerte. Mi hijo acababa de nacer y mi madre murió. Enfrenté vida y muerte al mismo tiempo. Pero esto es consecuencia de la catástrofe climática e irá empeorando”.
Así es y nadie se salva, ni ricos, ni pobres.
Un último relato es el de la canadiense, de West Hants, Nueva Escocia, Tera Sisco, quien perdió a su hijo de 5 años, Colton, cuando él y su padre fueron alcanzados por la fuerte corriente de un río que se salió de su cauce. Fue entrevistada por Sean Holman (ver: https://www.theguardian.com/environment/ng-interactive/2024/nov/11/this-is-climate-breakdown-i-heard-on-the-scanner-theres-a-child-in-the-water).
Tera, que trabaja con personas que sufren discapacidades físicas y mentales, narra que estaba muy orgullosa de su hijo, que tuvo con su segundo matrimonio. Con el primero, tuvo a Alex, de once años. “Los dos se llevaban muy bien y Alex cuidaba mucho a Colton. Ojalá hubiera estado con él, cuando falleció. Quizá lo habría salvado”.
Una severa tormenta azotó West Hants en el 2023, en donde nació y creció Tera. El día de las fuertes lluvias, Chris, el padre de Colton, fue por él para que pasara el fin de semana en su casa, como había acordado con Tera desde que se separaron.
Pero la tormenta desbordó el río y fuertes corrientes llegaron a la casa de Chris, inundándola rápidamente. “Yo sentí que algo sucedería y le pedí a Chris que se quedara en casa, que la pasáramos aquí con Colton y Alex, pero se negó, diciendo que tenía muchas cosas preparadas para convivir con nuestro hijo. No imaginó lo que habría de darse, algo para lo que no estaba preparado”.
Los vecinos, que eran amigos de Tera y Chris también vieron el peligro inminente si se quedaban. Su hija, Natalie, era muy amiga de Colton, de su misma edad. Todos trataron de huir en la camioneta de los vecinos, porque el auto de Chris ya estaba a medio cubrir por el agua. “No pudieron arrancarla, pues el agua también la alcanzó. Vieron que si no salían, morirían allí y abrieron las ventanas, pero la fuerte corriente se llevó a Colton y a Natalie, sin que pudieran hacer nada. Sus cadáveres fueron hallados días después, junto con los de otras dos personas. Estoy segura que Colton iba a hacer muchas cosas en su vida futura. Pero sucedió esta desgracia, ocasionada por nosotros mismos”.
En efecto, son causas humanas las que han ocasionado todo esto.
El capitalismo salvaje nos ha vuelto tal y como lo desea, consumistas, indolentes, egoístas, que valoramos más lo material, que lo espiritual, lo natural (vean la indolencia con que es visto el genocidio en Gaza, que ningún país, realmente, está haciendo nada, ni le interesa, para terminar con esa carnicería que ha dejado cerca de 50 mil asesinados y un país casi destruido. Y ese genocidio, ya se está extendiendo a Líbano. Y también las guerras son una fuente de alta contaminación. Ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2024/09/ahora-los-genocidas-judios-van-contra.html).
Y quizá hasta que casi todos hayamos experimentado tragedias y desgracias como las narradas, nos unifiquemos para terminar, de una vez con todas, con un sistema fallido, dañino, lesivo, que sólo busca sus propios intereses, el enriquecimiento de unos cuantos y que sus mezquinos negocios, continúen como si nada, a costa de destruir al planeta.
Contacto: studillac@hotmail.com