domingo, 27 de febrero de 2022

Lord Vanity, una novela sobre la hipocresía del éxito materialista

 

Lord Vanity, una novela sobre la hipocresía del éxito materialista

Por Adán Salgado Andrade

 

Samuel Shellabarger (1888-1954), fue un educador estadounidense y escritor de libros escolares, al igual que de novelas históricas. Al principio, firmaba a éstas, con pseudónimo, pero como fueron tan exitosas, que hasta algunas fueron llevadas a la pantalla, comenzó a usar su propio nombre. Quizá no quería que lo relacionaran con ellas, en el caso de que hubieran sido un fracaso literario (ver:  https://en.m.wikipedia.org/wiki/Samuel_Shellabarger).

Una de tales novelas históricas, en la que combina personajes ficticios, con verdaderos, es la titulada Lord Vanity, la que publicó en 1953 y que recientemente, terminé de leer. La edición es la original, de ese año, de la editorial estadounidense Little Brown and Company.

A leerla, uno se percata, no sólo del profundo conocimiento histórico de Shellabarger, sino, también, de las emociones humanas, sobre todo, de que la ambición es uno de los principales conductores de mujeres y hombres, quienes pueden hacer todo, sea moral o inmoral, legal o ilegal, bueno o malo, sensato o insensato, con tal de lograr el alcance de sus más caros anhelos, claro, materiales. Sin embargo, como el personaje principal concluye, no siempre eso atrae la felicidad.

La historia se desarrolla entre los años 1755 a 1760, en la Europa moderna, cuando las artes, como la pintura, la música, el teatro o la escultura, estaban teniendo un gran auge. Y entre las clases acomodadas era común ofrecer fiestas en donde una compañía de músicos, amenizaba el evento con composiciones de los famosos autores del momento.

En una de tales compañías, tocaba Richard Morandi el violín. No muy perfectamente, pero se “defendía”. El director del ensamble de músicos, a pesar de sus fallas, lo tenía en alta estima. Richard, no sólo tocaba el violín, sino que escribía obras teatrales, además de que también actuaba.

La novela inicia justamente con la compañía, tocando en la mansión del Conde des Landes, viejo noble en sus setentas, casado con la Condesa Amélie de Landes, en sus veintes. Ella, era ambiciosa, y no le importaba estar casada con ese anciano, con tal de tener fortuna y una vida cómoda.

A la fiesta, estaban invitados varios nobles. Uno de ellos, Martin Sagredo, un joven patricio, tenido en alta estima por todos y que trataba de galantear a Amélie y ganar el favor de su atención. También había sido invitado el doctor Goldoni, un dramaturgo, quien había trabajado antes con Richard y que se sorprendió de verlo como músico, aunque se alegró de encontrárselo allí. “Hijo mío, tú debes de regresar al teatro, que es lo que sabes hacer muy bien”, le dijo, dándole un fuerte abrazo, aprovechando que los músicos habían hecho una pausa para descansar.

Igualmente, había asistido Marcelo Tromba, un tramposo vividor, que ganaba su sustento engañando a la gente y haciéndose pasar por un importante noble, en el país en turno en que decidiera aplicar sus artes en el engaño. Otra invitada era Maritza Venier, hija de Antonio Venier, un noble, venido a menos, quien apenas tenía dinero suficiente para que comieran ella y Anzoletta, la ama de llaves, quien vivía con ellos en una ruinosa casa, a la orilla de un río.

Cuando Richard, quien contaba apenas con 19 años, vio a Maritza, quien a sus 17, lucía muy bella y vivaz, de inmediato se enamoró de ella. La chica, también mostró interés en el joven músico, a quien percibió como un joven amable, aunque tímido.

Platicó algunos minutos con la chica, de los cuales, supo que su madre había sido una gran bailarina, “y yo amo la danza muchísimo, al igual que ella”, le dijo Maritza. Luego, muy cortésmente, se despidió.

Richard habría querido seguirla, pero Amélie, casi a la fuerza, lo llamó, para que tomaran unas copas. Se sentía atraída por el joven, su personalidad, educado y muy apuesto, “nada que ver con los que me cortejan”.

En ese momento, se unió el doctor Goldoni a la conversación y propuso que todos los presentes actuaran en una obra que escribiría especialmente para la ocasión.

Martín Sagredo, que había visto el interés de Amélie en Richard, comenzó a hacer mofa del joven, usando palabras despectivas y burlas. Richard se contuvo de atacarlo a golpes. Tromba, a quien Sagredo había desagradado bastante, tomó partido con Richard y le dijo que si quería un desquite, podrían hacerlo durante la actuación. “En la obra, tendrás tu desquite, hijo mío”, le dijo, muy paternal.

Tromba no lo hizo desinteresadamente, sino porque el doctor Goldoni, le había platicado que Richard era hijo no reconocido de Lord Marny, un muy rico noble inglés, quien había tenido una “aventurilla” con Jeanne Morandi, la madre de Richard, una mujer plebeya. Por tal razón, Marny, prefiriendo su título nobiliario y su riqueza, le había dicho que, aunque la amaba, no podían continuar con la relación. Ella, lo entendió y, dignamente, ser alejó de Marny, para siempre, ni siquiera aceptando la renta que él, le quiso dar, para que se mantuvieran ella y Richard. Tromba, como el estafador que era, esperaba ganarse a Richard, para acercarlo a su padre y obtener de éste, buenos beneficios monetarios.

En este pasaje, Shellabarger deja muy en claro las distinciones sociales, que vale más la posición social, que los sentimientos. Y que las clases en el poder, se mantienen “puras”, mezclándose sólo con los de su clase. Véase, por ejemplo, todos los problemas que implicó que Lady Diana (1961-1997), se casara con el Príncipe Carlos de Gales, pues nunca se le consideró a ella, que estuviera a la altura “nobiliaria” de aquél. Vivimos en una sociedad dirigida más por prejuicios e intereses materiales, pero rara vez, por la razón y verdaderos sentimientos, como el amor. 

A la mañana siguiente de la fiesta, Richard y Maritza se encontraron en el jardín de la mansión y tuvieron una regular conversación. Lo que más la había gustado a Richard de Maritza era su desenvoltura, que no era prejuiciosa y que hablaba de todos los temas sin tapujos. “La verdad, no me interesan las convenciones, Richard y si vine a esta fiesta, fue porque una prima me invitó, pero detesto a los ricos”, le dijo ella, y que lo que más ansiaba en la vida, era bailar, como su madre lo había hecho.

Una semana después, la obra se llevó a cabo, en la que también habían tenido un papel Amélie y Tromba. Sagredo, en efecto, fue exitosamente humillado por Richard y Tromba, confabulados para hacerlo, y juró tomar venganza. Y entre quienes habían presenciado la obra, estaba Maritza, que se había maravillado de la convincente actuación de Richard, que había hecho el papel de un prestigiado noble, vestido con lujoso vestuario, acorde al personaje, proporcionado nada menos que por Tromba.

Shellabarger, como señalé, maneja muy bien las emociones humanas y la forma en que describe cómo había sido humillado Sagredo, es muy convincente. Hay personas a las que, en efecto, una humillación puede llevarlas hasta a matar al ofensor, no la pueden tomar como una experiencia, de la que podrían aprender a modificar algunos aspectos de su comportamiento o personalidad.

Luego del evento, Richard se propone a visitar a Maritza, averiguando en dónde vivía. Se puso elegantes ropas, para fingir lo que no era y se fue a buscar el domicilio.

Su deteriorada casa, al lado del río que cruzaba Venecia, en un apartado sitio, daba pena verla, por el estado tan lamentable en que se encontraba. Richard caminó un par de horas, hasta llegar allí. Estaba buscando algún pretexto de cómo tocar y preguntar por ella, cuando vio que un cachorro, había caído al agua y se estaba ahogando.

Sin demora, se deshizo de su elegante chaleco y se lanzó al agua. Lo rescató y en ese momento, Maritza y Anzoletta, salieron a la puerta y vieron su valerosa acción. Maritza vio que se trataba de Richard y lo invitó a pasar a la casa y secarse. Anzoletta, no quería, pero ante la insistencia de la chica, aceptó de mala gana. “No sabe una qué mañas pueda tener este joven”. Maritza le platicó quién era, de sus talentos como músico y actor y lo invitaron a conocer a su padre de ella, Antonio, y a comer.

La comida iba a ser muy frugal y Richard pretexto que tenía una cita, pero Antonio le pidió quedarse. “Por favor, háganos el honor, joven, no es mucho lo que tenemos, pero podemos compartirlo”, le pidió el noble venido a menos. Muchas veces, puede esperarse más de los pobres, que de los acaudalados, podría decirse.

En la plática, salió que Antonio había escrito una ópera. Richard le dijo que bien podría venderse si era buena en unas doscientas sequinas (antigua moneda).

Como el padre adoptivo de Richard se dedicaba al teatro, en él pensó el muchacho, para enseñarle la obra y vendérsela. “Y Maritza, podría bailar, como un extra”, les dijo. Todos, muy entusiasmados, aceptaron la propuesta de Richard.

Meses más tarde, la obra se estrenó en uno de los teatros de mediana categoría en Venecia y tuvo buena acogida. Además, Maritza bailó y fue muy aplaudida. “¡No lo habría logrado sin ti, mi amor”, le dijo a Richard, pues, además, ya eran novios y se amaban profundamente.

Richard seguía siendo amigo de Tromba, quien en una ocasión, le dio una llave que servía para abrir la puerta de una especie de alojamiento en el que Tromba acudía con sus cortesanas. También le dijo que ya lo estaba persiguiendo la policía, por sus estafas, y que debía de huir o “me espera la Inquisición, Richard”.

Una noche de carnaval, Maritza y Richard, decidieron visitar el alojamiento de soltero de Tromba. Fue allí donde el vengativo Sagredo cobra su desquite. Irrumpieron en el lugar aquél y otros hombres, tomando por sorpresa a la asustada pareja. “Ahora, Richard, verás lo que le hago a un miserable como tú, que osó burlarse de mí”, le gritó, mientras se dispuso a latiguearlo, mientras sus cómplices lo sujetaban. Richard usaba una navaja, como protección, y la sacó rápidamente. Le propinó una tajada en el cuello a Sagredo, el que cayó, abatido por la herida.

Richard tomó a Maritza de la mano, pero al salir del edificio en donde estaba el alojamiento de soltero, fue interceptado por la policía y golpeado.

Le hicieron un juicio y le advirtieron que si Sagredo moría por la herida, la Santa Inquisición lo llevaría a la hoguera. “Pero si sobrevive, te irás como remero”, le dijo uno de los jueces.

Y Sagredo, sobrevivió.

Así que Richard quedó prisionero, yendo a la armada, para remar, junto con decenas de prisioneros, que habían sido condenados a la misma suerte. Las autoridades veían más útil emplearlos allí, que tenerlos presos y gastar en alimentarlos y otras cosas.

Para Richard, fue la muerte en vida.

Sin embargo, un día, tuvo la suerte de que Lord Marny, su padre, fuera enviado a Italia, desde Inglaterra, en donde vivía, para pasar revista de los barcos militares italianos. Fue cuando, al escuchar su nombre, gritó “¡Lord Marny, soy su hijo, Richard!”. El capataz lo golpeó muy fuerte con el fuete. “¡Usted disculpe, excelencia”, le dijo.

Pero Marny, más que nada por curiosidad, de si, en efecto, ese joven era su hijo y no un impostor, movió sus influencias y dinero para que lo liberaran y pudiera platicar con él.

Y todo lo que conversaron, cuando lo llevaron secretamente a su hotel, lo convenció de que, en efecto, era su hijo, al que siempre amó y que luego de tantos años, por fin, encontraba.

De allí, Richard es llevado a Inglaterra, y cambiado su apellido por el de Hammond, el de su padre Marny. Se ocultaría que había estado preso en un barco y otras penurias. “Tendrás que olvidarte de todo ese negro pasado, hasta de la bailarina, hijo mío, pues la vida te presenta grandes oportunidades conmigo”. La esposa de Marny, Lady Marny, estaba contenta de que su esposo, hubiera hallado a ese perdido hijo. “No importa que no sea mío, me da gusto que lo hayas hallado”, le dijo.

Muy a su pesar, Richard aceptó su nueva vida, llena de lujos, de tutores que le enseñaron inglés – él, hablaba francés e italiano, perfectamente – y buenos modales… a pesar de tener que olvidarse de Maritza, a la que extrañaba bastante.

Maritza y muchos, lo creían muerto, por los malos tratos recibidos como remero. Pero un día, se encontraron allí, en Londres, en donde ya vivía Richard, con su padre. Maritza le recriminó no haberle avisado de que estaba bien y le dijo que hasta allí llegaban. “No quiero volver a saber nada de ti”, le gritó ella, no entendiendo las razones de Richard.

Amélie, también estaba en Inglaterra, en Bath. Y Lord Marny, quien la conocía de antemano y que sabía que la mujer aceptaba proposiciones poco éticas, a cambio de suficiente dinero, le recomendó a su “muchacho”, para que con sus encantos, le hiciera olvidarse de Maritza. Lo que no sabía era sobre la pelea que habían tenido Richard y Maritza, así que no habría habido la necesidad de que Amélie lo sedujera.

Sin embargo, Richard también estaba muy impresionado por la belleza y personalidad de la condesa, desde que la conoció en Venecia. Y cuando finalmente se encontraron, en Bath, a un día de camino de Londres, en donde Amélie vivía en un lujoso hotel, Marny quedó doblemente complacido al saber que Richard ya la conocía. Y se inició un gran romance entre los dos. “Te juro amor eterno, Amélie”, dijo Richard, mientras coronaban con un profundo beso y el acto de amor, el inicio de su relación. Pero también lo había hecho para olvidarse del desplante de Maritza.

Se encontraron allí a Tromba, quien seguía a todos lados a Amélie. Aquél, se acercó a Lord Marny, quien detecta que es un estafador, pero no le importa, mientras no los meta en problemas.

Pero los metió, pues se batió a duelo con el promotor de Maritza, como bailarina, en Londres. “Sabe lo que soy, Richard y pretende exponerme, pero no se lo permitiré”.

Más rencor le tomó Maritza a Richard, al saber que él había asistido al duelo, que había terminado con la vida de su promotor.

Tromba volvió a huir, hacia Francia.

Richard, por el escándalo que siguió, de haber estado involucrados su padre y él con Tromba, ya no pudo aspirar a ser funcionario gubernamental, como su padre quería. Perdido en su futuro, sin el amor de Maritza, decidió enrolarse en el ejército y marchar a Canadá, en donde Francia e Inglaterra peleaban por la posesión de ese territorio.

En esta parte, Shellabarger mezcla personajes reales, con ficticios. El general que había enrolado a Richard era James Wolfe (1727-1759), quien se enfrentó al marqués Louis de Montcalm (1712-1759), en la batalla por asegurar a Quebec.

Es muy bien descrita la forma (ficticia) en la que Richard, bajo órdenes de Wolfe, es hecho prisionero por los franceses, con tal de darles falsa información de dónde atacarían los ingleses.

Logra huir, dando sobornos a “soldados poco preparados, más interesados en el dinero, que en la lealtad” y platica a Wolfe cuanto había averiguado.

Gracias a eso, los ingleses logran derrotar a Francia y recuperar Quebec. Es otro suceso histórico real, que menciona Shellabarger, conocido como la “guerra de los siete años”, que se desarrolló entre 1756 y 1763. “Los dos países peleando por esas tierras, que por pura superioridad militar, habían sido arrebatadas a sus verdaderos habitantes”. Hace muy críticas observaciones al respecto, condenando sutilmente al colonialismo inglés, francés, español y de todos esos países que, por la superioridad militar, lograron hacerse de todas esas tierras, que no eran “vírgenes”, sino que estaban habitadas milenariamente por pueblos que las cuidaban por considerarlas sagradas. Pero era lo que menos importó a los invasores.

De allí, Richard regresó a Inglaterra, y fue visto como un gran héroe. Quedó en el pasado su relación con Tromba y su futuro se apareció brillante  de nuevo.

Tan fue así, que gracias a sus dotes, sobre todo, actorales, “pues puedes interpretar cualquier papel, hijo mío”, Marny, junto con funcionarios del gobierno, decidieron enviarlo a París, para que descubriera si Francia todavía tenía planes para una nueva guerra.

Se entusiasmó con el encargo, sobre todo, porque sabía que Amélie y Maritza, estaban allí.

Y fue, prestó, a desempeñar su papel, el de Lord D’Ammond, quien tenía mucho dinero y quería divertirse varios meses en París.

Para su mala suerte, se encontró de nuevo con Tromba, quien insistía en ganar el amor de Amélie (eso, desde Venecia).

Amélie, también estaría involucrada en el espionaje de las cartas diplomáticas entre Francia y España, pues los franceses contaban con los españoles, para apoderarse de Portugal y seguir en su expansión contra Inglaterra.

Amélie vivía con su viejo esposo, el Conde des Amélie, en la lujosa residencia de él en Paris. “Tenemos que guardar las apariencias, Richard, o nos descubrirán”, le dijo desde el primer día en que, secretamente, lo fue a visitar a su hotel, vestida como hombre, para asegurarle que lo seguía amando, pues en la residencia de ella, cuando Richard llegó por primera, vez, Amélie se había portado “muy fría”.

La tarea de espionaje salió a la perfección. Y hasta Tromba los ayudó, recibiendo los sobornos que Richard le había dado, a cambio de su “cooperación”.

Pero cuando Tromba descubre que Richard y Amélie se amaban desde hacía tiempo y estaban comprometidos, la ira se apoderó de él. Trató de asesinar a Richard y de denunciar a Amélie a la policía, pero la chica se le adelantó, llevando a las autoridades, una carta real, firmada por el rey, que los encantos de ella, había logrado conseguir hacía años, en la cual, su alteza ordenaba la detención de la persona cuyo nombre se anotara en el espacio dejado por el rey. “¿Cómo conseguiste eso, Amélie?”, le preguntó Richard. “Los encantos de una, ya sabes, querido”, le dijo ella, besándolo, mientras anotaba el nombre de Tromba en el mencionado espacio.

Gracias a la carta, Tromba fue a dar a la Bastilla. No revelaron ni Amélie, ni Richard, que los había ayudado con el espionaje, pues le habrían cortado la cabeza, “por traidor a la patria”. “Habría bastado con enseñar los recibos de los pagos”, le dijo Richard a Amélie. “No, querido, además, me debe mucho dinero, que espero me pague cuando le deje salir”, sonrió la inteligente mujer.

Pero Richard, no olvidaba a Maritza. Como se la había recomendado mucho a Amélie, para que la ayudara a entrar como bailarina en alguna ópera, llegó el día en que ella participaría en una importante obra, pues la bailarina principal, se había lastimado el tobillo.

Esa noche, tan importante para ella, el amante de la lastimada bailarina, contrató a paleros, para que abucharan a Maritza cada que le tocara bailar. Así lo hicieron.

Richard, que se dio cuenta del ardid, le suplicó que ya no bailara. “No, yo saldré, y haré que me aplaudan, Richard”, se obstinó ella. Pero no fue así. Los abucheos continuaron y al final, todos dirigieron una oda a la lastimada bailarina, que vio, con mucho gusto, como a esa “insignificante, desconocida italiana la habían humillado a su satisfacción”.

En ese momento, Richard reflexionó sobre toda su vida, que por fingir, por actuar, nunca había sido realmente él.

Y se lo dijo a Amélie, quien comprendió que, de nueva cuenta, el muchacho era él mismo. “Regresaste a lo que me gustó al principio de ti, Richard, que eres tú mismo, no quieres seguirte engañando. Y por eso, te amo, pero ya no podemos seguir juntos”.

Felizmente, para Richard, el compromiso matrimonial  se rompió.

Y acudió rápidamente a ver a Maritza, a quien pidió perdón. “¡Nunca te dejé de amar, Maritza!”, le dijo él. “¡Ni yo, Richard, me he mantenido sólo para ti!”, le aseguró ella.

Cuando Lord Marny, se enteró del abrupto cambio de planes de Richard, lamentó su decisión. “Prefirió dejar un promisorio futuro, junto a esa gran mujer, fortuna, prestigio, por una bailarina”, le dijo a su secretario.

Pero reflexionó que Richard había realizado lo que él, en su momento, no se había atrevido a hacer con Jeanne, la madre del chico. “De qué me sirvió esa decisión, tener cosas materiales, pero nunca haber sido feliz. Richard se atrevió a hacer lo que yo no quise. Muy bien, le daré todo mi apoyo porque, de todos modos, es mi hijo y lo amo”.

Marny, reconoció, finalmente, que su vida había sido una hipócrita apariencia, fundada en sus logros materiales, mas no en los dictados de su corazón.

Como Amélie le había dicho a Richard, cuando rompieron su compromiso. “A veces, es mejor guiarnos por el corazón”.

Ojalá, el amor fuera la fuerza universal que guiara a la materialista, egoísta humanidad.

 

Contacto: studillac@hotmail.com