lunes, 18 de febrero de 2019

Robert Van Gulik y su novela de misterio de la antigua China


Robert Van Gulik y su novela de misterio de la antigua China
Por Adán Salgado Andrade

Al experto en artes y leyes orientales Robert Van Gulik (1910-1967), se debe la popularización de la novela de misterio basada en la antigua China, cuando los magistrados eran considerados muy importantes en su doble papel, tanto de ejercer justicia, así como de aclarar los crímenes que tenían también que juzgar.
Van Gulik, durante la Segunda Guerra Mundial, tradujo al inglés la novela anónima detectivesca Celebrados Casos del Juez Dee, en donde el personaje principal, el Juez Dee, está basado en el personaje real, funcionario público y detective, Di Renjie, que vivió en el siglo VII, durante la dinastía Tang (600-900 DC).
Viendo el éxito de esa traducción, que se publicó en Tokio en 1949, Van Gulik optó por escribir sus propias versiones de tal novela, lo que hizo con varios títulos. Uno de ellos es el que recién terminé de leer, titulado The Chinese Gold Murders (Los asesinatos del oro chino), en donde propone una complicada trama que el buen Juez Dee deberá de resolver en muy poco tiempo.
Le edición que leí es la estadounidense, publicada por Dell Publishing Co., Inc., en 1959.
La importancia de que Van Gulik haya popularizado al personaje, tanto por la traducción de la novela, como por crear sus propios relatos fue, como él mismo lo dijo, que los escritores japoneses y los chinos, sobre todo, revaloraran sus propia literatura antigua sobre crímenes “pues tenían mucho material para plantear historias de detectives y de misterio” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Robert_van_Gulik).
La novela comienza con una plática que el Juez Dee sostiene con dos funcionarios públicos, muy amigos suyos, en la cual les plantea el por qué aceptó trasladarse a la ciudad de Peng-lai. La razón es que ya se cansó de hacer sólo trabajo de escritorio y quiere estar directamente con la investigación de los hechos mismos. Allí, se le presenta la oportunidad, pues tiene que resolver el reciente asesinato de otro magistrado, el señor Wang, hallado muerto bajo extrañas circunstancias.
Tras un recorrido por mar y, luego, en un par de caballos, acompañado de su asistente y fiel servidor Hoong Liang, se dirige hacia la vieja ciudad de Peng-lai. La narración es bastante ágil. Y casi al principio muestra acción, pues el juez debe de enfrentar a un par de salteadores de caminos que les quieren quitar sus caballos. Muy diestro como es en la espada, los enfrenta y vence y se presenta como lo que es, un magistrado. Incluso, cuando una patrulla de soldados se acerca, les dice que él y sus “asistentes” sólo entrenan y que no sucede nada. Los asaltantes son Chiao Tai y Ma Joong, quienes, admirados por la destreza del juez, además de su nobleza, le piden convertirse en sus asistentes en Peng-lai. Le platican las historias por las cuales no les quedó más que convertirse en salteadores, pero le juran que nunca han matado a nadie. El juez los acepta de buena gana, pensando en que le serán útiles, como en efecto lo son y junto con él, se ocupan de aclarar el asesinato del juez Wang.
Ya en Peng-lai, en el tribunal en donde habitaba Wang y en donde vivirá el juez Dee, es recibido por Tang, encargado de los servicios personales de los jueces, quien lo entera de los detalles de la muerte de aquél, por envenenamiento, lo que, poco a poco va formando el misterio, pues nadie pudo haber entrado a la biblioteca en donde se hallaba a la hora de la muerte. Se añade un misterio adicional, cuando el juez Dee, al investigar el lugar, ve una fantasmagórica aparición, la que, al describirla luego a Tang, éste le dice que así era el juez asesinado, por lo que Dee supone que vio a un fantasma.
Se agregan otros misterios, como el que uno de los encargados de despachar en el tribunal, Fan Choong, no se había aparecido en varios días a trabajar. Tang le platica que Fan tenía una granja, a la que solía ir y que allí fue la última vez que se le vio.
Otro misterio que se agrega es el de la esposa de un rico dueño de embarcaciones, Koo Meng-pin, la señora Koo “nacida Tsao”, quien está “desaparecida”. Es hija del doctor Tsao Ho-hsien, también dueño de embarcaciones, y el señor Koo está muy preocupado por su suerte.
Los asistentes del juez, Chiao Tai y Ma Joong, mientras tanto, investigan en los alrededores de Peng-lai para ver si averiguan algo.
El juez Dee decide investigar todos los cabos sueltos y acude a la granja de Fan. Allí, el encargado, Pei Chiu, en principio muy soez y cortante, al final, presionado por el juez, muy hábil para intimidar, le confiesa que halló los ensangrentados cadáveres de Fan y de una mujer, en la alcoba principal de la granja y, por temor, los llevó a ocultar al bosque. Como el colchón y la ropa de cama estaban llenos de sangre, también decidió desaparecerlos.
Esos crímenes agregan suspenso a la historia.
Obligado por el juez, Pei Chiu lo lleva a donde ocultó a los cadáveres, pero todos se sorprenden cuando, en lugar de Fan y la mujer, hallan a un monje al lado de aquél, lo cual adiciona un enigma más a la historia.
Pei Chiu tiene una hija Soo-Niang, con quien platica el juez Dee, para ver qué sabe. La chica le cuenta que sostuvo un romance con un tipo vulgar, violento y matón, llamado Ah Kwang, muy celoso, quien le pidió que se casara con él, pero como no tenía tierras, ella lo rechazó.
Como ya señalé, la trama es muy ágil y se van atando más y más cabos.
Chiao Tai y Ma Joong regresan de su recorrido en la noche, pero a la luz de la luna ven a lo lejos una palangana que transporta a un hombre calvo. Uno de los hombres saca un martillo y con él golpea al hombre. Los asistentes corren para ver qué sucedió, pero cuando llegan, la palangana ya no está. Ma Joong está seguro que han arrojado al hombre al río. Se avienta a las aguas, pero nada halla, más que restos de piedras. Luego, deciden ir a beber algo a una cantina, en donde se encuentran a Po Kai, quien trabaja como contador para Koo Meng-pin y resulta ser un gran poeta, pero esos dos, hombres comunes, no valoran sus poemas. Po Kai habrá de ser muy relevante en la historia.
De allí, Po Kai los lleva a un burdel, en donde Chiao Tai conoce a una prostituta coreana, Yü-soo, con la que hace amistad. Ésta mujer le enseña una cajita de madera laqueada, y le dice que fue un regalo del asesinado juez Wang, quien, a pesar de ser un hombre educado, sostenía encuentros con prostitutas.
Los asistentes, satisfechos de mujeres y alcohol, regresan con el juez Dee y le dan su reporte.
Poco a poco el juez Dee va resolviendo los casos.
Gracias a lo que le platica Soo-Niang, deduce que Ah Kwang, su desairado, celoso ex novio, pensó que ella era la mujer que estaba acostada con Fan en la alcoba de la granja, así que decide asesinarlos. Eso lo intuye porque Soo-Niang le había pedido que le regalara una peineta igual a la que ella llevaba y es la que el juez halla en la cama. Lo que aún no averigua es quién era la mujer que estaba con Fan, supuestamente asesinada también, pero que no estaba en donde Pei Chiu juraba y perjuraba que los había ocultado.
El juez deduce que Ah Kwang debe de esconderse en el antiguo templo abandonado, en donde es buscado por Chiao Tai y Ma Joong. Justo allí se esconde el criminal, quien los ataca, pero como los dos son tan hábiles, lo dejan mal herido y muere. Reportan eso al juez Dee, pero no se aclara aun la desaparición del cadáver de la mujer, ni la desaparición de la señora Koo, quien, sospecha el juez, pudiera haber tenido una relación extramarital con Fan.
Pero las cosas se van complicando, pues al siguiente día en que Chiao Tai y Ma Joong acuden  de nuevo al embarcadero para ir al burdel, les tienden una trampa entre la prostituta coreana Yü-soo y un asistente de Koo Meng-pin, Kim Sang, quien trata de asesinarlos, junto con otros hombres, a los que los asistentes, logran eliminar, pero saliendo algo heridos. Eso les permite averiguar, de acuerdo a las últimas palabras de Kim Sang, que alguien muy poderoso estaba dirigiendo una operación para llevar oro barato desde Corea, para venderlo caro en China.
Rápidamente se van resolviendo los cabos sueltos, más aún cuando una mujer que es dueña de un burdel, llevó ante la presencia del juez Dee a una mujer cubierta con un velo.
La mujer se lo quitó y toda la sala emitió senda exclamación, pues no era otra que la esposa de Koo Meng-pin, quien refiere que Fan la había secuestrado y violado por la fuerza en la alcoba de su granja. Fue cuando Ah Kwang los descubrió y pensó que se trataba de Soo-Niang, la hija de Pei Chiu. Ah Kwang había usado una hoz para matarlos, pero cuando la asestó sobre el cuello de la señora Koo, el instrumento se atoró en una esquina de la cabecera de la cama, por lo que apenas logró herir muy poco su cuello, pero en la obscuridad, el asesino pensó que estarían muertos. Fue así como los descubrió Pei Chiu y ella se hizo la muerta. En efecto, los llevó a tirar al bosque y a cubrirlos con ramas. Ella decidió huir, pero como sólo estaba cubierta con su ropa interior, no supo qué hacer. Iba a comenzar a caminar, cuando un monje iba pasando por el sitio. Ofreció “ayudarla”, a cambio de sus encantos, pero la señora Koo se rehúsa, justo cuando el mencionado contador y poeta Po Kai se iba acercando. Algo discutió con el monje y hubo un conato de pelea, pero éste, de repente, sufrió un ataque cardiaco y cayó junto al cadáver de Fan. Po Kai le ofrece llevarla, muy amablemente, con la dueña de un burdel para que la cuidara. Y fue justamente esa mujer la que la presentó en el tribunal.
Con eso ya se había aclarado lo de los cadáveres y la reaparición de la señora Koo, a quien, ni su esposo, ni su padre quieren de regreso en sus casas porque “ya había sido deshonrada”. El juez Dee, muy cortés, le ofrece tenerla en la casa de uno de los funcionarios del tribunal, cuya esposa es muy amable, además de que tiene una hija de la edad de, la ya, de nuevo, señorita Tsao. Ella le agradece, pero le dice que lo mejor será que se vaya a un convento. A lo que el juez le replica que lo piense mejor, pues esa palabra, para ella que es tan joven, no debe de existir. Gulik trata de mostrar también la gran calidad moral del juez Dee, quien, en esta parte, reflexiona que es muy duro que una mujer que fue violada, sea tan despreciada por su padre y su esposo.
Finalmente, el juez Dee y sus asistentes logran descubrir el complot del oro sustraído y contrabandeado desde Corea, el que era ocultado en libros del doctor Tsao y llevado a un templo budista en donde uno de los monjes, cómplice en toda la operación, lo sacaba y lo fue reuniendo hasta que fue suficientemente abundante, como para fundirlo en una estatua que tomó la forma de un venerado antiguo monje. La estatua iba a presentarse en una ceremonia del mencionado templo budista, pero iba a hacerse pasar como hecha de madera. El juez Dee, presente en la ceremonia, la interrumpe para informar que hay un complot en el que el doctor Tsao y su cómplice, Koo Meng-pin, están contrabandeando oro desde Corea, así que debe de comprobar que la estatua del venerable monje sea, en efecto, de madera. Ordena a Chiao Tai que revise la estatua y éste lo hace blandiendo su espada contra la escultura. Su espada rebota y cae al suelo. La madera sólo es superficial y se revela que, en efecto, la estatua es de oro, la que iba a ser escoltada al otro día hasta la plaza central, para exhibirla, y regresarla al templo, en donde sería cambiada por la real de madera. Y lo que Chiao Tai y Ma Joong habían visto, de un hombre que iba en una palangana y que “mataban” a martillazos, era, justamente, la figura de yeso para preparar el molde que se había hecho para fundir todo el oro como estatua. El fuego lo hicieron cuando el cadáver del monje descubierto junto a Fan había sido incinerado, como era la supuesta costumbre. Eso lo había elaborado un monje corrupto, cómplice de Tsao y Koo Meng-pin.
Y al último aparece el poeta Po Kai, quien en realidad era hermano gemelo del juez asesinado, cuyo nombre era Wang Yuan-te y quien explica que alguien en las altas esferas gubernamentales había planeado el contrabando de oro y que habían tratado de inculparlo a él, pues, como era muy bueno para la administración, se había dado cuenta de que no concordaban las cifras de cargamentos a Corea, con el número de pasajeros que llevaban los barcos de Tsao y Koo Meng-pin y que su hermano ya también se había dado cuenta y por eso lo habían asesinado, pero que la caja laqueada que le había obsequiado a la prostituta coreana era la clave para que se descubriera a su asesino.
El juez Dee le refiere que cuando lo vio inicialmente, creyó que, en efecto, era el fantasma del juez y le agradeció que cuando había ido también al templo budista, al disponerse a cruzar un puente, también se le había “aparecido” y le había indicado que no pasara por allí, pues, justo cuando iba a dar un paso, un podrido tablón se había caído al vació, salvando la vida milagrosamente. A lo que Wang Yuan-te le replica, sorprendido, que nunca estuvo él en ese templo y en ese momento una puerta se cierra. Esa es la parte sobrenatural que presenta Gulik, y que está de acuerdo con la tradición de esos relatos, en donde se mezcla también lo fantasmagórico. Incluso, se insinúa que Tang, el encargado del servicio personal a los jueces, es un hombre tigre que se transforma todas las noches y agrede a gente, quien, al final, decide suicidarse tomando veneno, con tal de terminar con la maldición que lo aqueja. También los hombres que se transforman en bestias está en la tradición de misterios sobrenaturales.
Como aclaración final, Gulik refiere brevemente cómo era el sistema de justicia antiguo chino, en el que un juez se encargaba de impartir la justicia en un distrito. A su vez, el juez lo reportaba a un prefecto, el que se encargaba de veinte o más distritos. Y el prefecto lo reportaba al gobernador de la provincia, quien, a su vez, lo hacía saber a las autoridades centrales, en las cuales el emperador era la figura suprema.
Y, por lo que explica Gulik, y es reflejado en la novela, un juez siempre actuaba con toda honestidad, además de nobleza.
La actual mafia china en el poder, tan intolerante, corrupta y cerrada, debería de tomar las valiosas lecciones que su sabio pasado practicó.