sábado, 24 de julio de 2021

Conversando con un repartidor de gas

 

Conversando con un repartidor de gas

por Adán Salgado Andrade

 

Sin los energéticos, no habría sido posible la evolución humana. Desde que el hombre notó ese extraño elemento, el fuego, que quedaba cuando un árbol era alcanzado por un relámpago y se dio cuenta que podía ser usado para cocinar sus alimentos, comenzó el uso de tales energéticos, los cuales, como señalé, han posibilitado no sólo cocinar alimentos, sino trasladarse, electrificarse, volar, surcar los mares, viajar al espacio, construir, transformar la materia prima en la infinidad de objetos que requerimos en nuestro diario existir… ¡toda nuestra vida gira en torno a la existencia de los energéticos, sean los contaminantes fósiles o los “limpios” renovables! (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/12/el-desarrollo-de-la-humanidad-traves-de.html).

Entrecomillé limpios porque, a la fecha, no hay una energía realmente limpia. Todo es producto de una combustión y, por lo mismo, hay un nivel de contaminación, por desgracia. Somos intrínsecamente contaminantes.

Bueno, aclarado lo anterior, en el hogar, el uso más directo de un energético, lo vemos al cocinar, pues sin una fuente de calor, no podríamos hacerlo. En mis juveniles tiempos, recuerdo que la gente usaba las estufas de petróleo, cuya combustión de una especie de diésel pesado, producía un peculiar olor. O también se empleaban, y emplean, las parrillas eléctricas. O los fogones, en los pueblos en donde disponen de madera.

Actualmente, el medio más generalizado es el gas LP, (LP referido a sus iniciales inglesas, liquid propane, propano líquido), el cual puede contenerse en cilindros de veinte o treinta kilogramos o en los tanques estacionarios, que se colocan, generalmente, en las azoteas de las casas. Ha incursionado algo el gas natural, conducido mediante tuberías, pero sólo en algunas zonas del país, sobre todo, el comercializado por FENOSA, filial de la corrupta empresa energética española Repsol, que aquí se ha estado enriqueciendo, gracias al monopolio que pasadas administraciones corruptas le brindaron para distribuir ese gas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/06/la-neoconquista-espanola.html).

Como, por fortuna, muchos sectores sociales se opusieron a que FENOSA impusiera el uso del gas natural con sus peligrosas tuberías, la mayoría de la gente sigue empleando el gas LP mencionado. Y a pesar de ser un artículo de primerísima necesidad y a pesar de que somos un país petrolero, con varias refinerías que podrían procesarlo, la mayor parte, se importa, además de que sólo cinco empresas controlan casi el 50% de la distribución (ver: https://www.onexpo.com.mx/NOTICIAS/GAS-BIENESTAR-INICIARA-EN-CDMX-Y-ESTE-ESTADO_fMDLB/).

Por ello, resulta carísimo y cada que hay que adquirir un cilindro o recargar el tanque estacionario, es un buen “dolor de cartera”, por los altos precios que siempre ha tenido.

Eso lo experimento, personalmente, cada que hago el pedido de un cilindro de veinte kilogramos al hombre que me lo surte, quien, sea lunes, jueves o sábados, recorre las calles, gritando “¡GAS!”, para que todos los que lo necesitemos, se lo pidamos.

Le hago el encargo de dos tanques, que a ¡quinientos sesenta pesos cada uno, montarán mil ciento veinte pesos los dos! Una familia que percibe el salario mínimo, que aun con el incremento que López Obrador le ha otorgado, actualmente es de sólo $123.22 pesos diarios, deberá asignar poco más de cuatro días y medio de ese minisalario para hacerse del tanque de veinte kilogramos. Muy difícilmente le durará un mes. Probablemente, tres semanas, así que deberá de comprar otro. Es decir, más de ocho días de su salario se le irán en pagar esos caros, pero necesarios cilindros, que usará la familia para cocinar y para el calentador, digo, si es que gustan bañarse con agua caliente, aunque no diario, pues sí es así, el cilindro durará quince días, a lo mucho.

En fin, como siempre le pregunto al hombre, al que llamaré David, por adelantado, cuánto cuesta el cilindro, me preparo mentalmente para desembolsar ese necesario gasto.

Cuando regresa, ya con los dos cilindros, cargándolos en un “diablito”, le comento que es mejor, pues así no se lastima su espalda. “Sí, y es que traía tres, mejor así”, me contesta. “¿No usa faja?”, le pregunto, refiriéndome a esos anchos cinturones, empleados por los cargadores, con tal de no lastimarse su cintura. “No, ¿qué cree?, que me la pongo y me lastima. Y tengo varias, pero no las uso”, me responde. Le digo que se me hace raro, pues, generalmente, es al contrario, la gente se lastima si no la emplea. Pero me comenta que muchos de sus compañeros, “más viejos que yo, me dicen que, ya, el que se lastima, se lastima, aunque use faja, como que ya están acostumbrados”. Puede ser, le digo. Y me pongo a pensar en que quizá sea como esa gente que toda su vida come alimentos engordantes y nunca se enferma. Probablemente, haya personas que, en efecto, estén acondicionadas, por su fisiología, a cargar mucho y no se dañen su columna durante toda su vida laboral.

“Fíjese que hace como diez años, que me lastimo mi cintura. Y no crea que estaba cargando pesado. Fue que cargué un cilindro vacío, pero yo creo que lo cargué mal, y por eso me lastimé. Y que le digo al del camión que me había lastimado y que me dice ‘Vete y te vas al seguro, para que te atiendan’. Y ya que me voy, pero me dolía mucho, no podía ni levantarme, de verda’, andaba como viejito. Y que me subo a la combi, como pude. Ya, cuando llegué, la combi me dejaba como a una calle. Entonces, pues ya que me bajo, como pude,  con mucha vergüenza, porque qué iba a decir la gente, que este cuate, tan joven y camina como viejito. Y ya que me bajo. Y había una banca y que me siento, porque, en serio, que no aguantaba el dolor. Y que digo, no, pues me voy a levantar así, de madrazo… ¡y fue peor, porque, como que se me nubló la vista del dolor, y hasta me caí! Y, no me lo va a creer, pero llegué gateando a su pobre casa. Y la gente, los vecinos, me decían ‘¡Qué te pasó, Jarocho!’ – David es de Veracruz, y tiene un marcado acento costeño – y no sé qué pendejadas les dije, pero así llegué. Y ya que toco y que me abre mi mujer y que me pregunta, asustada, que qué me había pasado y que le digo que me había lastimado. Y que nos fuimos en un taxi al seguro… y ya, que me sacan una placa y que me ponen varias inyecciones, que tenía un esguince, me dijeron… ¡llegué con bastón y ya salí, como si nada!”.

Le digo que quizá por esa lesión, sea que le lastime usar faja. “Pues a lo mejor”, dice, y que nunca se ha vuelto a lastimar desde entonces.

Le pregunto su edad, me responde que tiene 45 años. “Se ve más joven, como de 35”, le digo. “Pues, no se crea, luego ya me canso”. Comenta que está casado y tiene tres hijos, dos hijas, la mayor de 17 años, una de once y otro, de seis años. “Se llevan seis años cada uno. Yo les digo que se pongan a estudiar, para que no anden como yo, que es puro trabajo físico”. Pues buenos su consejos, aunque ya hay tanto desempleo, que actualmente, ya ni ese hecho, el contar con una carrera universitaria, es sinónimo de seguridad y estabilidad laboral, pues estadísticas recientes muestran que en México, sorprendentemente, están más desempleados los grupos poblacionales que cuentan con una licenciatura, maestría o doctorado (ver: http://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).

Le pregunto sobre su salario. “Como ya somos comisionistas, ganamos según lo que vendamos. Seguimos con la empresa, pero es por comisión. Saco como quinientos diarios”. “¿¡Quinientos diarios!?, oiga, pues usted gana más que un maestro”, exclamo, tomando en cuenta que un profesor de secundaria, con 24 horas a la semana, gana menos de catorce mil pesos mensuales, nominalmente, y con los descuentos, son unos doce mil pesos, cuando mucho. Pone cara de incredulidad. “Bueno, pero los maestros, pues su trabajo, como se han quemado las pestañas, es más tranquilo, ¿no? Y aquí, pues son unas chingas”. Asiento, pero le digo que, de todos modos, no gana tan mal. “¡Ah, pero me gasto como ochenta pesos diarios de gasolina y que algo que de repente como!”, dice. De todos modos, le hago la cuenta, que le quedan casi 400 pesos al día. Como descansa miércoles y domingos, obtiene unos dos mil pesos a la semana, o sea, unos nueve mil pesos al mes, con las propinas. “Pero, fíjese que mucha gente, ni nos da propinas, porque como está tan caro el gas, nos dan lo exacto. Y eso que se lo tenemos que subir a la azotea, ni así nos dan”.

Justamente por eso, siempre le entrego una propina a David, aunque el gas esté tan caro, pues es una cuestión de gratitud, ya que hace, al fin, el esfuerzo de cargar tan pesados cilindros, que cualquiera que lo haya hecho, concordará conmigo en que no es fácil realizarlo y hasta puede resultarse lastimado.

Le pregunto cuánto tiempo lleva trabajando repartiendo gas. “Diecinueve años”. “Pues yo creo que se va a jubilar allí, ¿no?”. “Pues sí… a ver si saco una pensioncita”, dice, su moreno, requemado rostro, reflexivo. Claro, pues, finalmente, es la esperanza de todo trabajador, tener una pensión digna, al final de su vida laboral. Por desgracia, poca es la gente que obtiene una pensión decorosa en este país – excepto los corruptos ex presidentes, a los que López Obrador, afortunadamente, les suprimió –, a pesar de las Afores, las que sólo han servido para rescatar a empresas y a pasadas administraciones prianistas corruptas.

Dice que usa una moto para trasladarse desde Ecatepec, en donde vive, “pegado al cerrito”, hasta la gasera, que está por Indios Verdes. “Tengo mi carrito, pero no me saldría llevarlo, por la gasolina”, dice.

Le pregunto si su esposa trabaja. “Sí, fíjese que tiene un puesto de comida, allí, en su casa – viven en la casa de los padres de ella –, y vende alitas y que crepas, postres, gelatinas… y otras cosas. Nada más se pone viernes, sábado y domingo. Y a veces los lunes, cuando le sobra. Pero casi nunca le sobra nada. Fíjese que es muy abusada y luchona. Y tiene mucha suerte, porque la gente, hasta hace cola para comprarle. Le han puesto otros negocios aquí y allí, y no le bajan las ventas”. “Pues ha de cocinar muy rico”, le digo. “Pues vaya uste’ a saber qué, pero no le va mal. Gana hasta más que yo. Ya, libres, le quedan siete mil pesos por semana. ¡Ah, pero es una chinga, porque para estar pelando tanta ala, es una friega, de tantas plumas que traen!. Yo, los miércoles, que descanso, me pongo a ayudarle, pero no aguanto. Lo bueno es que las niñas, ya le ayudan, sí… es cuando se da uno cuenta de la inversión de los hijos”, dice. Me causa gracia que se haya referido a los hijos como una “inversión”. He escuchado opiniones contrarias, que los hijos son una “mala inversión”, Quizá dependa de si ayudan, en cierto momento, a la familia, como las hijas de David.

Dice que la “grandecita” ya terminó la preparatoria “y también ya anda de novia. Pero yo le digo que se ponga abusada, porque, viera usted, cuánta chamaca hay por allí, chicas, ni de quince años, que nomás las embarazaron y las dejaron. Ya, ni quien se fije en ellas”, dice. Por desgracia, el embarazo en las adolescentes, es un grave problema en el país, pues cada año, casi nueve mil chicas de 14 años o menos, resultan embarazadas (ver: https://www.jornada.com.mx/2021/07/22/politica/014n1pol).

Y no les queda más que, a pesar de su inmadurez, cuidar a hijos que, muy probablemente, no fueron deseados.

Le pregunto si quiere estudiar su hija alguna carrera. “Pues me dice que eso de la computación, pero su novio, dice que mejor estudie cómo hacer uñas. Él es peluquero y le va muy bien. Y le dice que él puede cortar el cabello y que ella ponga uñas”. Le comento que, en efecto, conozco a gente que se dedica a eso y que no les va tan mal, pues cobran ciento cincuenta o doscientos pesos por colocar uñas artificiales, a las mujeres que las solicitan. “Sí, es lo que le dije, que yo le pagaba el curso y que mejor estudie eso”, concuerda conmigo.

“Pero por eso les digo que estudien, para que no estén como yo, que me pongo las chingas cargando, que sean alguien”, enfatiza.

“Porque, a ver cuánto dura esto. Ya ve que dicen que Obrador va a meter gas más barato”, me comenta, refiriéndose al Gas Bienestar, que López Obrador ya aseguró que se distribuirá, con el propósito de bajar sustancialmente los casi prohibitivos precios para las clases populares que ha alcanzado ese imprescindible combustible (ver: https://www.sdpnoticias.com/mexico/cuanto-costara-el-gas-bienestar/).

“Por eso les digo a mis hijos que estudien, para que no terminen cargando, como yo. Y es lo único que sé hacer. Si me corren, pues ya no me darían trabajo, por la edad”, dice, pensativo, mientras se despide.

Sólo espero que David se ponga “abusado”, para que trabaje distribuyendo el Gas Bienestar, prometido por López Obrador, con tal de que no se quede sin empleo.

Contacto: studillac@hotmail.com