viernes, 25 de septiembre de 2020

Las plantaciones de palma, esclavizan y sobreexplotan a sus trabajadores

Las plantaciones de palma, esclavizan y sobreexplotan a sus trabajadores

Por Adán Salgado Andrade

 

Vivimos en un sistema de híper consumo que, cuando una materia prima es la panacea para la fabricación de algún producto y éste producto o muchos otros, no pueden hacerse sin aquélla, comienza una explotación masiva, sin importar si pone o no, en riesgo, al medio ambiente y a la biodiversidad.

Tal es el caso, por ejemplo, del coltan, material térmico, sin el cual, no existiría la industria electrónica. El país que más lo produce es el Congo, muy pobre país africano, que, aunque rico en recursos, disponen de ellos, transnacionales y mafias, que lo llevan a otros países y los congoleses, en poco o nada, se benefician.

Por otro lado, su obtención se realiza mediante primitivos métodos, que implican una sobrexplotación laboral, cuyos trabajadores, perciben muy poco dinero por extenuantes, diarias jornadas. Como se da en los lechos de los ríos de las regiones en donde existe, todas, en medio de reservas selváticas protegidas, los pobres y explotados mineros que lo extraen, cavan profundas zanjas en las orillas. Luego, sacan con palas, el acuoso lodo que se forma y lo echan en tinas que se llenan de agua. Siendo el coltan más pesado, queda en el fondo de esas tinas, de donde es minuciosamente separado y juntado. Un buen trabajador, laborando a todo lo que da, puede obtener hasta un kilogramo de coltan por día. Y para las condiciones de trabajo que prevalecen en ese empobrecido país, el salario que obtienen aquellos explotados, rústicos mineros, es “bastante”, pues en tanto que en cualquier otro empleo, obtienen, no más de diez dólares por mes, extrayendo el coltan, dependiendo de su habilidad, pueden ganar entre 10 y 50 dólares semanales (muchísimo dinero para su pauperizada condición), así que hay una fiebre por trabajar en los lugares, en donde los lechos de los ríos, acarrean disuelto ese mineral tan demandado.

El problema adicional es que, en medio de la selva, deben de suplirse sus alimentos, cazando animales silvestres, como al gorila de montaña, cuya existencia es frágil, y está en peligro de extinción (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2009/09/el-coltan-otro-recurso-natural-mas-para.html).

Lo mismo está sucediendo actualmente con otro, muy demandado, material, el aceite de palma, un aditivo, muy empleado en la industria alimenticia, la cosmetiquera, y otras aplicaciones. Ese aceite, se procesa del rojo fruto de ese árbol, propio de lugares selváticos y, al no ser sustituible, está teniendo un auge su producción, como narra el artículo de Associated Press “Abusos laborales en la explotación del aceite de palma, ligados a grandes marcas y bancos”, firmado por Margie Mason y Robin McDowell, el que abre con una dramática foto, de la manos de un trabajador, mostrando lodosos frutos de la palma, que ha juntado en una cubeta (ver: https://apnews.com/article/virus-outbreak-only-on-ap-indonesia-financial-markets-malaysia-7b634596270cc6aa7578a062a30423bb).

Se comenta que el artículo, fue el resultado de una minuciosa investigación, de varios meses, que constató las condiciones infrahumanas y, prácticamente, de esclavización, que prevalecen en los campos palmeros. Al leer las narraciones de los trabajadores entrevistados, a la mente me vino, lo que el periodista estadounidense John Kenneth Turner (1879-1948) escribió en su famoso libro México Bárbaro, publicado por entregas, en el diario Mexico Herald, sobre las vergonzosas condiciones en que las haciendas henequeneras, entre 1880 y 1910, mantenían a sus “trabajadores”, laborando forzadamente en la cosecha del henequén, por entonces, muy usada fibra natural, aplicada casi en todo, para confeccionar lazos, lienzos, forros, cubiertas, rellenos de muebles, de asientos de autos, de las cuerdas de velámenes de barcos… y otros usos, pues sucedía, como describo antes, que era, en esos años, un artículo imprescindible e insustituible, lo que impulsó su producción. Como no había muchos trabajadores disponibles para tan pesada y miserable tarea, Porfirio Díaz, en contubernio con los “reyes del henequén”, permitía que, con ilegales y criminales prácticas, “enganchadores” engañaran a personas, hombres, mujeres, con la promesa de un “buen trabajo”, pero que, en realidad, eran secuestrados, llevados a la fuerza a Yucatán y obligados a trabajar, sin salario, las más de las veces, o diciéndoles que, como los habían llevado hasta allá, debían de pagar el costo de su “traslado”. Les daban de comer, atestiguó Turner, pescado podrido, así como verduras pasadas, es decir, sobras. A los que no enganchaban, los llevaban a fuerza, como a los yaquis de Sonora, quienes, por protestar porque estadounidenses los despojaban de sus tierras, eran apresados, por orden de Díaz, y llevados a Yucatán, en donde, luego de algunos meses trabajando esclavizadamente, morían, tanto por las brutales jornadas, así como por golpizas, desnutrición y enfermedades.

Esa serie de artículos, mostraron quién era, en realidad, Porfirio Díaz, un autoritario, represivo dictador, que mandaba matar a quien se le opusiera, y que, mientras se codeaba con unos cuantos ricos extranjeros, y uno que otro nacional, mantenía en la pobreza extrema a más del noventa por ciento de los mexicanos de entonces, la mayoría, campesinos pobres, explotados en las haciendas, las que constituían el imperante modelo económico de la época, como en casi todos los países latinoamericanos, que apenas algunas décadas antes, se habían independizado del poder político y económico de España (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/John_Kenneth_Turner#Writing_Barbarous_Mexico).

Como señalé, justo la situación de los trabajadores que laboran en los palmares, es reminiscente a la época porfirista de México.

Señala el artículo que el 85% de la producción mundial de aceite de palma, se concentra en Malasia e Indonesia, actividad que deja al año alrededor de $65,000 millones de dólares, un jugoso negocio. Esa actividad, comenzaron a hacerla desde los años 1960’s, con financiamiento del Banco Mundial, con tal de que se “superara la pobreza”, lo que no ha sucedido, pero sí ha beneficiado a empresas y bancos que comparten la lucrativa actividad.

Es por ello que dichos países, con tal de que siga en gran escala la extracción del aceite de palma, no dudan en aplicar prácticas ilegales para retener a los trabajadores, ya sea confiscándoles papeles, como pasaportes o alguna identificación, para que aparezcan como ilegales, no teniendo, así, forma de comprobar su nacionalidad, aún en su propio país. O reteniéndolos, con leoninos “contratos”, que los obligan a trabajar hasta varios años. O forzándolos a laborar, inventándoles cualquier pretexto, que los categorice como delincuentes y otras cosas, más propias de pasados siglos, que del XXI.

“También emplean a refugiados, como la minoría étnica de los Rohingya, de Myanmar, quienes huyen de la limpieza étnica hecha en su país natal, sólo para ser atrapados en la industria de la palma. Pescadores de allá, que escaparon a años de esclavitud, a bordo de botes, también describieron que llegaban a las playas de Indonesia o Malasia, buscando ayuda, sólo para terminar forzadamente en plantaciones, incluso, con intervención de la policía”.

Como señalé, famosas empresas, como Nabisco, fabricante de la engordante galleta Oreo, que contiene aceite de palma, o Lysol, que la usa en sus limpiadores o Hersheys, que elabora sus “kisses” con ella, son, indirectamente, responsables de la sobrexplotación laboral de los millones de trabajadores empleados.

Siguieron los reporteros la pista a un trabajador, a quien llaman Jum, quien relató que, a falta de trabajo en Indonesia, su país natal, había ido a trabajar a Malasia. “Mi jefe, me confiscó mi pasaporte y me lo perdió”, les comentó, llorando. Decidió huir del sitio, pero, sin su pasaporte, le era más difícil moverse, pues de atraparlo los policías malayos, lo tratarían como ilegal, aunque no lo fuera. Pasó noches en medio de la jungla, temiendo por los tigres y serpientes, que abundan por allí. Finalmente, tras varios meses de sufrimientos, su familia le envió dinero para que pagara a un traficante de personas, para que lo regresara a Indonesia. “Me apena mucho darles molestias a mis familiares, pero prefiero vivir aquí con poco, a vivir de nuevo ese infierno”, declara.

Para tener un mejor panorama, los reporteros entrevistaron también a defensores derechos humanos, académicos, religiosos, activistas y hasta funcionarios gubernamentales. Tuvieron acceso a archivos que denuncian brutalidad policiaca, además de testimonios de gente que ha auxiliado a muchos trabajadores a huir de esos sitios de sobrexplotación laboral y represión.

Dicen Mason y McDowell que “aunque los problemas laborales han sido casi siempre ignorados, los efectos adversos del aceite de palma en el medio ambiente, han sido denunciados durante años. Aun así, instituciones financieras occidentales, tales como el Deutsche Bank, BNY Mellon, Citigroup, HSBC, y el Vanguard Group, han continuado en apoyo de una siembra que ha explotado globalmente, ascendiendo de sólo 5 millones de toneladas en 1999, a los 72 millones de hoy, de acuerdo con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (EU). Tan sólo EU, ha incrementado su demanda 900 por ciento, durante el mismo periodo”. Como señalé, es una especie de producto milagro, que, mientras no tenga un factible sustituto, seguirá incrementando su producción, no importando los daños ambientales y sociales que provoque.

Supuestamente, para evitar los abusos laborales y ambientales, las empresas que usan el aceite de palma, firman un RSPO, Roundtable on Sustainable Palm Oil (Acuerdo de Aceite de Palma Sustentable), por el que se comprometen a usar sólo el producto que no dañe al medio ambiente o a la sociedad (ver: https://rspo.org/certification)

Pero, señalan Mason y McDowell, que “algunas de las mismas empresas que muestran el logo de la palma verde, que identifica a RSPO, son acusadas de continuar con la práctica de arrebatar tierras de gente nativa y destruir selvas vírgenes, que son el hábitat de orangutanes y otras especies en peligro de extinción. Continúan contribuyendo al cambio climático talando árboles, drenando y destruyendo tierras ricas en turba – ese material orgánico que ayuda a la absorción del CO2 – y usando la quema y roza, como método para destruir la selva, lo que, rutinariamente, cubre de denso humo blanco al sureste de Asia”. O sea, que son unas hipócritas esas empresas. Así, como con el mencionado coltan, que empresas electrónicas se jactaban de no comprar aquél que proviniera de lugares como el Congo, en donde se matan gorilas, para comérselos. Minuciosas investigaciones, descubrieron que no era así, y que la mayoría de esas “respetables” empresas, compraban el coltan de donde fuera.

Bancos como el malasio Maybank,  que es uno de los mayores financiadores de la industria del aceite de palma, es usado como un tercero, con tal de entrarle al jugoso negocio. Maybank, no sólo presta capital a los plantadores, sino que lleva las nóminas de los cientos de miles de explotados trabajadores.

Por otro lado, expertos criminólogos, apuntan a que las “deducciones” constantes que se hacen a los trabajadores – les cobran hasta por electricidad, siendo que no la tienen en las miserables chozas en las que viven – , debería de dar la alarma de que hay mucho de ilegal en esa práctica. Sí, porque esas “deducciones”, no las ven otros, más que los trabajadores, pero la empresa presenta que les paga todo su salario completo, cuando, en realidad, se queda con una parte, para hacer otros turbios negocios o evadir impuestos.

Es decir, son tan cínicos los plantadores y hasta el Maybank, que no se conforman con sobrexplotar y esclavizar a sus sumisos trabajadores, sino que los usan para lavar dinero u otras ilegales prácticas, con tal de que el negocio del aceite de palma, rinda ingresos extras.

También, la forma en que son reclutados miles de trabajadores, sobre todo, aquéllos que huyen de la violencia de sus países de origen y de las extremas condiciones de pobreza, recuerda las tiendas de raya de las haciendas porfiristas, pues muchos de esos necesitados trabajadores, son forzados a permanecer trabajando, por “deudas” contraídas, ya que muchos, con tal de tener ese trabajo, deben pagar a los reclutadores hasta $5,000 dólares, pues les prometen que ganarán “muy bien”. En efecto, ganan mucho más que si tuvieran trabajo en sus países, pero por las deudas contraídas, deben de permanecer años y, algunos, siguen allí, sin ver el día en que puedan salir. Seguramente, esos reclutadores se informaron sobre el sistema de las tierras de raya porfiristas, para aplicarlo en pleno siglo veintiuno.

Como muchos van con sus familias “los reporteros de AP, atestiguaron a decenas de niños, ayudando a sus padres en la pesada labor, sin paga. Muchas mujeres, también laboran gratis o por día, ganando, cuando mucho, dos dólares, y llevan, varias de ellas, décadas haciéndolo”. Claro, no podía faltar que, como siempre, a las mujeres les pagan menos, además de que, les contaron a Mason y McDowell, son víctimas de hostigamiento y hasta son violadas por los capataces. Si en condiciones “normales”, las mujeres son tan victimizadas, sólo imaginen lo que pasan en esos sitios tan míseros.

Y nada de que se enfermen, pues a las empresas no les importa. “Un trabajador, se quejó de dolor abdominal, diciendo que estaba muy enfermo para ir a las plantaciones y estuvo pidiendo a la compañía que le devolviera su pasaporte, para que pudiera regresar a su casa. Le dijeron que, para terminar su contrato, debía de pagar $700 dólares, los cuales, él no tenía”. ¡Vaya, así que para que se termine el contrato, deben de pagar! Puros viles pretextos para retenerlos. Y muchos que siguen trabajando enfermos, terminan muriendo, pues sus males se agravan, y los matan.

Los reporteros, dieron cuenta de que hay trabajadores, además de Indonesia y Malasia, de países como Bangladesh, India, Nepal, Filipinas y Camboya, además de los que huyen de Myanmar.

Todos van allí, con la ilusión de obtener un trabajo que les permita mantener, decorosamente, a sus familias, las que los acompañan o les esperan en sus países.

Pero lo que hallan, es el infierno, en donde deben de obedecer o son castigados por golpeadores de las empresas o policías “gubernamentales”, que son pagados para que los vigilen.

Mason y McDowell recogieron testimonios de trabajadores y testigos, en donde dan cuenta de las golpizas que les dan a los que no “obedecen” o tratan de huir. “¡Aquí, no estás en tu país, si no obedeces, te mueres!”, les contó un trabajador, sobre las amenazas que supuestos policías le hicieron cuando intentó huir, luego de la golpiza que le propinaron. Uno se pregunta, al leer eso, ¿no estaremos en el siglo diecinueve, en las plantaciones algodoneras de los estados negreros del sur de los Estados Unidos?

Pero no es así, eso sucede en pleno siglo veintiuno, a consecuencia del boom que un producto top, que demanda condiciones infrahumanas para ser cosechado, ha detonado.

Presentan Mason y McDowell el testimonio de Sayed, uno de los refugiados de Myanmar, que huyeron en botes, buscando la libertad en Malasia, pero que terminaron secuestrados, torturados y puestos a trabajar en las plantaciones, por traficantes humanos, quienes “venden” a esos secuestrados, a las empresas, como si fueran esclavos. “Una vez en la plantación, Sayed dijo que vivió en una aislada choza, dependiendo de su jefe, quien le llevaba un poco arroz o pescado seco, para que comiera. Dice que escapó, después de trabajar un mes, pero fue arrestado, pasando medio año en un centro de detención de migrantes, donde los guardias lo golpeaban”. “No existe aquí la justicia”, dijo a los reporteros. “Aquí, sólo te dicen que no es tu país, que te harán lo que quieran”, agrega, entre sollozos.

¡Pues quién no, habría de llorar, con una vida tan llena de sufrimientos!

Terrible destino el de Sayed, pues huyó de la represión del militarizado Myanmar, para ir a otro infierno igual o peor, una plantación palmera y una prisión para pobres, como él, en donde son golpeados, hambreados y otras infamias. No cabe duda que la mala vida persigue a miles de millones de pobres de este planeta.

Y todos los testimonios de los más de 70 trabajadores que entrevistaron, confirmaron que, en efecto, malos tratos, poca o nula paga, torturas y golpizas, son habituales en esos sitios de mala muerte.

Y a pesar de que muchos migrantes poseen una credencial, emitida por la ONU, de que son refugiados, en Malasia, no se le reconoce como documento legal, “las autoridades, las rompen”. Shamshu, otro refugiado de Myanmar, dice que fue detenido por la policía “y pasó cuatro meses en prisión y otros seis meses, en un centro de detención de migrantes, en donde era azotado. Durante una golpiza, describió cómo, un guardia, azotó su cara contra la pared, mientras otros, le pinchaban sus brazos y piernas”. Esos tipos, ¿serían guardias o torturadores de la “Santa Inquisición”?

Un camboyano, Vannak Anan Prum, hasta hizo un comic, en donde narró todos los abusos a que fue sometido (ver: https://www.sevenstories.com/authors/385-vannak-anan-prum).

“En el 2019, en Malasia, otro camboyano, quien denunció que había pasado cinco años en el mar y cuatro más en plantaciones, estuvo entre los que destacaron entre los grupos de defensa de los derechos humanos, pero en lugar de que lo repatriaran por ser una víctima de tráfico humano, fue encarcelado por varios meses, por estar de ilegal en ese país”. Increíble hasta dónde puede llegar el infame surrealismo. Pero eso lo han de hacer las mafiosas “autoridades” malayas, para mostrarse que son “intolerantes” con los “ilegales”, mientras esconden que emplean a cientos de miles de ellos en sus palmerales.

Y es que las condiciones de trabajo son durísimas. “La irregular jungla, es tortuosa y, a veces, está inundada, las mismas palmas sirven como una barrera contra el viento, creando condiciones parecidas a un sauna, y los cosechadores necesitan mucha fuerza para maniobrar largos bastones metálicos, con los que cortan los frutos. Cada día, deben de balancear esa herramienta, mientras, muy cuidadosamente, cortan racimos tan pesados, que, al caer, pueden lisiar o hasta matar, y lo hacen a cientos de árboles, los que se extienden por cientos de metros de distancia. Los que no pueden cumplir con las casi imposibles de lograr altas cuotas, reciben una paga menor, obligando, muchas veces, a familias enteras a laborar en los campos, para que cumplan con dicha cuota”.

Y esas familias, no reciben paga alguna, sólo la del padre o la madre, es decir, los “titulares” del empleo.

Una de las fotos que acompañan al artículo, muestra a un trabajador levantando uno de esos tubos, que tienen un gancho cortador en la punta, para trozar el tallo de un racimo de frutos. En efecto, no es una labor fácil y, menos, hacerla cientos de veces al día. Esos pobres trabajadores, además de sufrir maltrato, bajos salarios, sobrexplotación… deben de padecer, también, de males musculares, óseos y articulares que la pesada labor conlleva.

Ni tampoco tienen agua para lavarse, luego de que rocían tóxicos insecticidas, “sólo la que recolectan del agua de lluvia”.

Claro que, cuando los reporteros cuestionaron a empresas que usan el aceite de palma, si estaban al tanto de las denigrantes condiciones en que trabajan los empleados, además de la destrucción ecológica, dijeron que “sólo compraban el aceite que producen empresas que acatan buenas prácticas laborales y ambientales”. Sin embargo, la realidad es que no están monitoreando la procedencia y, si el 85% del aceite es producida por Malasia e Indonesia, es muy probable que el aceite que empleen esas empresas, como Colgate-Palmolive, Unilever o L’Oreal, sea de tales países.

Como señalé antes, el aceite de palma, se usa en alimentos, como en las sopas “instantáneas”, para evitar que los fideos se peguen. O en los cosméticos, como los lápices labiales. En la pasta dental, en la leche de “fórmula” para bebés, en los suplementos de crema para café, en la crema de cacahuate y los chocolates Kit Kat. “Muy seguramente, más de la mitad de los productos que se encuentran en un súper mercado, llevan aceite de palma”. Pero como se le dan varios nombres, como etil palmitato, octil palmitato, glicerol de palma hidrogenado, además de que tiene más de 200 derivados, se le oculta. “Todos los ingredientes que luzcan el prefijo palm, seguro contienen ese aceite o se esconde con nombres como aceite vegetal, manteca vegetal, glicerol, estereato, ácido estereático, sulfato laureato de sodio, sulfato lauril de sodio, o kernelato de sodio”. Eso, lo han de hacer las empresas, para lavarse la culpa de que usan aceite de palma, de sitios en donde se arrasó una selva, en donde vivían primates, elefantes, aves, había vegetación exótica y se emplean a trabajadores mal pagados, si es que les pagan, o que son esclavizados, torturados, si tratan de escapar, explotados por mafias de traficantes, en contubernio con las mafias en el poder, que controlan a esos países.

Pero, claro, esas mafias en el poder dicen que eso “no es cierto, son mentiras, sí, habrá algunos casos, pero son los menos”. Eso mismo decía Porfirio Díaz en sus tiempos, que en México, no había trabajo esclavo, hasta que Turner, mostró lo contrario, como trata de hacer la investigación de Mason y McDowell.

“Nos obligan a trabajar hasta que sentimos morir”, declara otro trabajador, a condición de que no se revele su nombre, pues podría ser castigado con una golpiza. “Por lo mismo, todas las entrevistas se hicieron fuera de las plantaciones, muy discretamente, en cafés u otros espacios”, señalan los reporteros.

Como es usual, nadie de los involucrados en los lugares de autoridad quiso dar su testimonio a Mason y McDowell, lo que, simplemente, corrobora que “el silencio, otorga”.

Se muestra otra foto en la cual, varios trabajadores de oscuros rostros, son transportados por un camión de redilas, hacia su centro de trabajo. Los rostros de esos hombres, envejecidos por la dura, diaria labor, se muestran resignados, agobiados, la mirada de incertidumbre, como preguntándose ¿cuánto más estaré haciendo esta miserable labor?

Una foto animada, muestra cómo, hasta donde la vista alcanza, lo que domina todo el panorama son hileras y más interminables hileras de palmas, esperando a que sus frutos sean cosechados por sufridos trabajadores, para que prestigiadas empresas vendan, muy contentas, sus icónicos productos, su pasta de dientes Colgate, su crema de manos L’Oreal, sus kisses Hersheys…

Y, claro, son miles de hectáreas en donde antes hubo una selva, rica en biodiversidad animal y vegetal.

Para complicar más las cosas, países como China o India, ven al aceite de palma, como fuente para alimentar plantas eléctricas, aviones y barcos, “lo cual, incrementaría la demanda”.

Y como las palmas rinden más aceite que cultivos como maíz o el sésamo, con menos tierra, por eso, se les prefiere. Además, al árbol, le toma cuatro años para madurar, luego de lo cual, rinde frutos todo el año, a lo largo de tres décadas, así que es “ganar, ganar”. Pero lo difícil es comenzar, pues “cada 10,000 acres (40.46 Km2) requieren más de $50 millones de dólares ($1,117.2 millones de pesos) para la siembra y cultivo de la palma”, citan la estimación de Gerrit van Duijin, ex empleado de Unilever. Por lo mismo, se requiere fuerte inversión bancaria.

Así que los bancos que le entran al jugoso negocio, no pueden negar que sus fondos financien plantaciones que destruyen selvas y esclavizan a trabajadoras y trabajadores.

Seguro lo saben, pero su actitud es cínica, pues entienden que sólo contratando trabajadores muy mal pagados y explotados, se pueden obtener más ganancias al final, lo cual, les conviene.

En otra foto, se ven a trabajadores, mujeres y hombres, protestando, demandando mejores condiciones de trabajo, en una plantación de Indonesia.

El artículo menciona que hasta fondos de pensiones estatales y de uniones de profesores, como CalPERS, de EU, le entran al financiamiento, lo que muestra el grado de cinismo. Es la máxima del capitalismo salvaje, que si algo deja dinero, aunque sean armas, pues “hay que entrarle”. “Eso significa que, incluso, consumidores conscientes pueden estar, involuntariamente, apoyando a esa industria”.

Por si no bastara con los bancos que financian la creación de plantaciones, algunos más pequeños, ofrecen servicios a los trabajadores, como cajeros automáticos dentro de las plantaciones y llevando las nóminas. A todo le deben de sacar ventaja. Y no lo hacen gratis, pues cobran cuotas por todo. Esas, se descuentan de los miserables salarios.

Maybank, igual que como las mafiosas autoridades malayas, no acepta que financie plantaciones que maltratan y mal pagan a sus trabajadores, ni que destruyan la selva.

FGV Holdings, empresa malaya, que se presenta en su sitio (https://www.fgvholdings.com/sustainability/overview/) como “una compañía que respeta la sustentabilidad y los derechos humanos”, posee más de un millón de acres (4,047 Km2) que trabaja a 50/50 con, nada menos que, Procter & Gamble. ”FGV Holdings, ha sido acusada de abusos laborales y fue sancionada por la certificación RSOP (citada arriba) hace dos años”, indican Mason y McDowell.

Véase, pues, la hipocresía de Procter & Gamble, fabricante de pañalitos para bebé (Pampers) o el famoso detergente Ariel o el Ace, el Downy… que hasta financia una explotadora plantación.

Ko Htwe, es un birmano de Myanmar que, tras varios años de ser explotado y humillado en una plantación malaya, no tiene empacho en decir que “damos nuestra sangre y sudor por el aceite de palma, fuimos forzados a trabajar y fuimos abusados. Cuando los Americanos y Europeos vean que el aceite de palma está en la lista de ingredientes de su golosina favorita, deberían de saber que es, como si estuvieran consumiendo nuestro sudor y nuestra sangre”.

Muy elocuente declaración de Htwe quien, tan sólo con esa frase, expresa cómo el sufrimiento lo ha sensibilizado. No pudo definir mejor eso.

No sólo es el aceite de palma. Sí, cuando saboreen su chocolate predilecto, piensen en cuánto sufrimiento, de hombres y mujeres, tuvo que haber, para que esos chocolates se fabricaran.

O, cuando se laven los dientes, piensen en ello también.

O, con el mencionado coltan, al estar usando su celular, piensen en cuántos gorilas fueron asesinados, para que los explotados trabajadores, que lo obtienen de lechos de ríos, pudieran alimentarse…

En fin, en todo cuanto consuman, usen, tiren… piensen qué calamidades ambientales y sociales, han sido necesarias para que gocemos cuanta porquería nos ha impuesto el mezquino, agonizante capitalismo salvaje.

Y hacia su destructivo final, por desgracia, nos está empujando a humanos, animales, plantas, planeta…

 

Contacto: studillac@hotmail.com