viernes, 7 de mayo de 2010

El efectismo cinematográfico, la manera de llenar las butacas

El efectismo cinematográfico, la manera de llenar las butacas

Por Adán Salgado Andrade


Cuando se inventó hace más de cien años el cinematógrafo (patentado oficialmente por los hermanos Lumière), las simples escenas cotidianas, como gente en la playa, montando a caballo, el avance de un tren, personajes importantes de la época… cosas así eran suficientes para atraer a los curiosos y sorprendidos espectadores a las primeras salas de cine que por entonces comenzaron a funcionar. Por algún tiempo bastó con esas sencillas imágenes para hacer de esa sorprendente invención (imaginemos qué pensaba la gente observando cómo una serie de fotos tomaban, digamos, vida), un lucrativo negocio, como siempre ha sido la meta del sistema capitalista. Pero cuando esas iniciales filmaciones comenzaron a ser rutinarias y a volverse, en efecto, comunes entre los asistentes, los cinematografistas de entonces debieron acudir a nuevas e innovadoras técnicas que garantizaran que el público asistente mantuviera un creciente interés y el negocio continuara siendo rentable.
Así nació lo que llamaré “efectismo cinematográfico”, que consistió en emplear una serie de trucos y recursos visuales, con tal de que las cintas que se proyectaran pudieran seguir sorprendiendo a los espectadores.
Podría decirse que Georges Mellies fue el primer cineasta en inaugurar los efectos especiales. Memorable es, sin duda, su filme “Viaje a la luna”, de 1902, en el cual las cualidades de Mellies de pionero truquista cinematográfico relucieron, maravillando a los asistentes con el ilusionismo que logró en tal cinta de temprana ciencia-ficción y en tantas otras (se dice que llegó a producir alrededor de 500 cintas, muchas de ellas perdidas irremediablemente, cuando al inicio de la primera guerra mundial, sus negocios comenzaron a salir mal y Mellies tuvo que vender sus rollos de celuloide por kilo, para que con ellos se fabricaran juguetitos y cosas así).
Y desde entonces, los hacedores de cine se dieron cuenta de que si no recurrían al ilusionismo visual y a trucos que ofrecieran al espectador imágenes que en la vida real jamás sucederían, el negocio quebraría. Y justamente compañías estadounidenses como la de Edison, la Biograph y la Vitagraph, simplemente copiaban descaradamente las películas de Mellies y las exhibían en sus propias salas. Claro que con el tiempo comenzaron a surgir también en Estados Unidos productores de cine, como D. W. Griffith, quien realizó obras cinematográficas que se han convertido incluso en obligados clásicos de culto, tal como “Intolerancia”, una larga película que abarca cuatro temas, pero cuyos efectos y grandiosidad, sin duda que debieron sorprender maravillosamente a quienes la veían.
Dentro de esa dinámica, la invención del sonido fue indudablemente una suerte de “efecto especial” de la época, pues el público no sólo veía, sino que escuchaba los sonidos de las imágenes que el cinematógrafo estaba exhibiendo. Los estudios Warner Brothers fueron los primeros en digamos que apostar a la nueva tecnología. La invención, debida a Lee Forrest, colocaba el sonido en una orilla de la cinta de celuloide. Como esa compañía estaba en problemas financieros, se arriesgó a realizar una cinta sonora. Primero fue Don Juan, estrenada en 1926, estelarizada por John Barrymore, que contenía sonidos, pero aún no incluía diálogos. Y en vista del relativo éxito que tuvo aquella cinta, luego, en 1927, fue estrenada The Jazz Singer (El cantante de jazz), que incluyó, ¡sorprendente!, música y 340 palabras de un sencillo diálogo dicho por los actores. Eso bastó para dejar maravillados a los espectadores y para que Warner Brothers se salvara de la quiebra (algo del proceso que los estudios cinematográficos siguieron para consolidarse en el gusto de los espectadores es narrado en la novela de Harold Robbins “The dream merchants”).
Pero como sucede en este competitivo sistema capitalista, cuando el resto de los estudios adoptaron la tecnología sonora, la vanguardia lograda por Warner Brothers no fue ya atractivo suficiente para los ávidos espectadores, deseosos de que el cine les mostrara historias que los evadieran de la realidad, tanto por los temas en ellas tratados, como por los efectos, especialmente las que tenían ese cometido.
Claro que antes del cine sonoro hubo infinidad de cintas que se esmeraron por ofrecer no sólo historias interesantes, sino también efectos especiales. Los maestros alemanes del expresionismo (se les llamaba así porque empleaban diseños artísticos alterados para dar fuerza a sus cintas), tales como Wilhelm Murnau, Fritz Lang, Kart Freund, Otto Preminger, entre otros, filmaron muy atractivas e interesantes cintas que habrían de convertirse con los años en preciados objetos de culto. Muchas de ellas se centraron en el género de horror, como la cinta “Nosferatu”, de Murnau, 1922, acerca del milenario vampiro que con su terrible mordedura va esparciendo su hematófago mal (esta cinta abunda en efectos especiales, concebidos por Murnau, y que fueron adoptados por la cinematografía desde entonces). “Fausto” fue otra de sus cintas de horror bastante exitosas, en donde miniaturas se combinan con efectos de cámara para ubicar al espectador en el infierno de Mefistófeles. Lang, con “Metrópolis”, 1927, logra una sorprendente cinta de ciencia-ficción que narra, de una manera futurista, la forma en que la clase capitalista busca controlar cronométricamente a sus obreros e incluso crea una especie de cyber-robot que toma la apariencia de una mujer, quien trata de llevar a la derrota a la insurrección obrera. También los efectos de esta cinta son aún sorprendentes. “El Golem”, 1920, otra clásica cinta de horror, dirigida por el maestro Paul Wegener, como la anterior, habría de marcar ciertas tendencias en dicho género.
Pero, como ya mencioné arriba, la invención del sonido, produjo el efecto de que muy pronto el cine silente fue siendo desplazado, así que las compañías cinematográficas se dedicaron de lleno a explotar su nuevo “efecto especial”.
Una cinta sonora especialmente memorable, que también se considera un clásico, es “King Kong”, 1933, cuyos sorprendentes efectos especiales, mediante la técnica slow motion, muestran al gigantesco gorila peleando contra feroces dinosaurios y luego, causando pánico en un Nueva York sumido en la depresión, en donde es abatido por las ametralladoras de aviones biplazas en la punta del Empire State, una muy icónica imagen ésta. Por cierto que esta cinta hacía posible lo imposible (característica que habría de identificar a Hollywood desde entonces): que pudiera el público contemplar vivos a monstruos prehistóricos hacía millones de años extintos, pero que gracias a las cámaras y los efectos especiales, estaban allí, frente a todo mundo. Ya antes, en 1925, la cinta “The lost world”, basada en la novela de sir Arthur Conan Doyle, acerca de un alejado mundo en donde aún rumiaban dinosaurios, comenzó a mostrar y, por supuesto, a estereotipar a los extintos saurios. Pero con King Kong, tanto el gigantesco gorila, como los temibles saurios, gracias también a los efectos sonoros, el impacto que produjeron en los espectadores fue mayúsculo.
Poco después hacen su aparición las cintas animadas, especialmente con Walt Disney, quien apostó una pequeña futura para producir películas de dibujos animados (cartoons) dirigidas especialmente a niños y que, para su buena fortuna, triunfó en su intento, el cual, desde entonces, posibilitó la antropomorfización de especies animales tales como ratones, pájaros, gatos, cerdos… fórmula ya muy usada en Hollywood para demostrarnos que en el fantástico mundo cinematográfico todo es posible… ah, pero no sólo animales, sino que cosas inmateriales, como autos (“Cupido Motorizado”, por ejemplo, o “Cars”), aviones, casas o lo que fuera, gracias a los estudios Disney y a muchos más que le sucedieron (Hannah-Barbera, Walter Lantz, Pixar), copiando también esa exitosa fórmula, podían hablar y comportarse como humanos… e incluso transmitir un subliminal mensaje de que las sociedades perfectas eran aquéllas parecidas a los humanizados animales y las amenas aventuras por ellos vividas.
Pero no sólo en la temática debía de seguirse innovando, no sólo buenos guiones, suspenso, terror (por los años treintas aparecieron legendarios monstruos como Frankestein, Drácula, El hombre Lobo…), ciencia-ficción… y los efectos especiales seguían evolucionando. Otro que fue obligado, si se pretendía no sólo igualar la cotidiana realidad, sino rebasarla, fue el empleo del color, cuya evolución llevó más tiempo que el cine hablado, dado que el proceso de colorear una cinta era más complicado y costoso. Por lo mismo el formato en color tardó más tiempo en adoptarse. Y no es que no hubiera habido intentos por mostrar cintas en colores. Ya desde 1906, George Albert Smith, un inventor inglés, desarrolló el Kinemacolor, un proceso para colorear películas. Más tarde fue perfeccionado por León Lucas, un inventor californano, cuyo sistema se aplicó en un primer filme de color, Cupid Angling, con Ruth Roland, estrenada en 1918, una cinta de amor. Aunque muy rudimentaria la coloración, dio lugar dicho proceso a la formación del corporativo Technicolor Motion Picture Corporation, el cual dominó la industria cinematográfica del color en los años 30’s y 40’s. Consistía en la filmación simultánea en tres bandas de blanco y negro, a las que se superponían filtros rojo, verde y azul, y ya luego un proceso especial de impresión fusionaba las tres bandas, dando lugar a que los espectadores se maravillaran con imágenes, que aunque no precisamente mostraban colores fieles, sí lograban un mejor efecto que sólo verlas en blanco y negro. La primera cinta producida así fue la de The Gulf Between, de 1917. La maravilla fue, entonces, combinar color con sonido. Así, la primera cinta en hacerlo fue la de la compañía Metro Goldwyn The Vikyng, de 1928, que combinó una banda sonora y efectos de sonido, pero todavía sin diálogos, aunque de todos modos fue todo un éxito de cartelera. Luego siguió en 1929 la cinta de la Warner Brothers On with the Snow, que era en color y ya incorporaba diálogos. Y ya en 1932, Walt Disney, mencionado arriba, presentó su primer cinta animada, Silly Synphony: Flowers and Trees
Sin embargo, como dije antes, era un proceso caro y por mucho tiempo estuvo dominado justamente por la compañía Technicolor, hasta 1952, que fue cuando el proceso de coloración Eastman, de la compañía Kodak hizo su aparición, resultando mucho mejor, más fiel en su reproducción de la realidad y, sobre todo, más barato. Así, en 1952, apareció la primera película que lo empleó, Royal Journey. Y para 1955 estaba ya tan generalizado su uso (no del todo, pues todavía era relativamente caro usarlo y sólo se empleaba en cintas que se considerara que pudieran ser éxitos de taquilla), que 112 cintas en color lo utilizaron y sólo 90 se colorearon empleando el proceso technicolor. Y claro que ello también condujo a un renovado interés por el cine entre las modernas sociedades, ávidas, como dije, de evadirse de su, muchas veces, triste realidad.
Pero los directores y los efectistas, sobre todo estadounidenses (de ahí que Hollywood ya se haya convertido en toda una referencia industrial cinematográfica, pues hablar de cintas hollywood es referirse, principalmente, a sus efectos especiales y a sus estandarizadas historias que retroalimentan al establishment), no cejaban en su empeño de innovar y proponer nuevos efectos especiales, porque además necesitaban urgentemente seguir buscando formas de atraer público a los cines, ya que cuando se generalizó la televisión a fines de los años 40’s, la audiencia que acudía a las salas bajó dramáticamente de 90 millones en 1948 a apenas 46 millones en 1951.
La salvación fue un nuevo desarrollo, el de la tercera dimensión, 3-D, una muy innovadora tecnología que permitía dar fondo a la cinta que se estuviera presenciando, como si el espectador tuviera frente a sí una escena real de, digamos, el tren que avanzaba o la nave espacial que estaba volando. El proceso, derivado de la fotografía estereoscópica, combinaba dos imágenes tomadas con una pequeña distancia entre ellas, las que podían fusionarse mediante el empleo de lentes especiales y dar justamente la sensación de estar ante una imagen real. Aunque el proceso se inventó desde los anales del cine (en 1922, incluso, se proyectó la primera cinta en 3-D, pero era muy complicado el empleo de los lentes especiales, además de que no era tan efectiva la proyección), su primer gran auge se dio justo a inicios de los años 50’s.
En 1952 se proyectó la cinta Bwana Devil, que tenía como protagonistas principales a Robert Stack, Barbara Britton y Nigel Bruce. Los productores emplearon la técnica desarrollada por los hermanos Milton y Julián Gunzburg, Natural Vision, que permitía verla mediante el uso de lentes polarizados de cartón y un filtro verde y uno rojo. La historia, basada en hechos verídicos, narraba los sucesos de dos feroces leones que en los años 20’s, durante la construcción del primer ferrocarril africano, en Kenia, asolaron la zona cazando y alimentándose de los trabajadores (se hizo un remake en 1996, The Ghost and the Darkness, con Michael Douglas y Val Kilmer). Fue ideal para el 3-D, ya que mostraba a los animales saltando sobre los hombres y proyectándose “fuera” de la pantalla. Fue todo un éxito, aunque los hermanos Gunzburg obtuvieron más ganancias por la venta de los lentes que por los derechos de su patente. Ellos los vendían en seis centavos (de dólar) y los exhibidores los vendían a su vez a los espectadores en diez centavos, lo cual hacía mucho más redituable la proyección de las cintas 3-D.
Y vaya que logró Hollywood y en general la industria cinematográfica mundial revertir la baja en audiencias con el 3-D. En 1953, por ejemplo, el año en que la producción de filmes en dicho formato llegó a su clímax, se filmaron 27 cintas, en las cuales se hacía énfasis no en el guión o la historia, sino en que los espectadores se perturbaran ante un objeto que parecía salirse de la pantalla o un personaje que corría hacia ellos. Sin embargo, todavía la tecnología no era del todo satisfactoria y al presenciar la película, no de todos los ángulos de la sala se podía apreciar convenientemente. El formato de proyección era pequeño, así que de todos modos las escenas se veían disminuidas y por lo mismo no eran tan espectaculares. Por otro lado, debían de usarse dos proyectores, perfectamente sincronizados, y si se perdía la sincronización, era una tortura verlos, pues las imágenes aparecían distorsionadas, borrosas y producían dolores de ojos y de cabeza en los espectadores. Y además como esas cintas eran muy caras de hacer, las entradas eran también costosas, pero aparte había que agregar el costo por la venta de los lentes especiales, como comento arriba.
Mientras tanto, una vez atraído nuevamente el público a las salas cinematográficas, los productores se esforzaron por crear nuevos efectos y mayor espectacularidad en sus producciones, enfocándose, en ocasiones, en costosas cintas históricas, tales como Cleopatra (un fracaso comercial, por cierto, que casi lleva la quiebra a su productora, la Twentieth Century Fox), o de ciencia ficción, basadas en exitosas novelas del género.
Una de ellas, Planeta prohibido (Forbidden Planet), de 1956, dirigida por Fred M. Wilcox, muestra a un singular autómata, además de avanzados efectos, para su tiempo, de una especie de monstruo energético que asolaba a un conjunto de humanos que estaban explorando un lejano planeta.
La guerra de los Mundos, de 1952, dirigida por Byron Haskin, inspirada por la novela homónima de H. G. Wells, con asombrosos efectos especiales de cámara y miniaturización, mostraba lo que podría ser la invasión de extraterrestres al planeta tierra, pero cómo simples bacterias acababan con ellos (esto era quizá lo mejor de la novela de Wells, mostrar la paradoja de que el hombre no pudo derrotar ni con armas nucleares a los invasores y gracias a la Naturaleza pudo salvarse). Otra del género fue La máquina del tiempo, de 1960, dirigida por George Pal, también basada en otra exitosa novela de Wells, que vuelve a sorprender por sus efectos, los cuales recrean perfectamente el paso del tiempo, así como imaginarios mundos futuros.
En el género de ficción y recreación histórica está Atlántida, el mundo perdido (Atlantis, The lost continent), de 1961, también dirigida por George Pal, con aceptables efectos logrados con miniaturas y movimientos de cámara, que cuenta la historia de ese mítico continente y cómo las envidias y desmedidas ambiciones de sus gobernantes la llevaron a su destrucción. Y por supuesto que Jasón y los argonautas, de 1963, dirigida por Don Chaffey, que narra las aventuras de ese homérico personaje luchando contra mitológicos dioses del Olimpo, es una verdadera joya, cuyas escenas no dejan de sorprender, como aquella en la que Jasón enfrenta a esqueléticos guerreros vueltos a la vida por el malo de la cinta y que para realizarla se combinó la técnica de slow motion con superposición fotográfica.
Por supuesto que no podían faltar los grandes monstruos, como la del gigantesco calamar mostrado en la cinta El monstruo de las profundidades (It came from beneath the sea), de 1953, dirigida por Robert Gordon, en donde ese destructivo molusco asola una ciudad portuaria estadounidense. De hecho, cintas como esta dieron lugar a varias en donde gigantescos monstruos (lo que fuera: arañas, alacranes, cangrejos, gusanos…) eran el azote de indefensos humanos que sufrían los embates de sus coléricos ataques (en Japón surge en 1954 el temible supersaurio Godzilla, cuya existencia se debe a los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki, que es una velada crítica a ese irracional ataque por parte de EU). Obvio está decir que en todas esas cintas (y en casi todas las películas que Hollywood ha producido y sigue produciendo), los muy esperados finales felices (happy ending), eran, y son, la parte amable que luego de tanto caos y apocalípticos peligros, constituían el obligado epílogo, con tal de que los espectadores, transcurridos sustos, fuertes emociones, vuelcos del corazón… conservaran las esperanza de que un mundo mejor surgiría de entre el ruinoso desenlace.
Las guerras fueron también motivo de inspiración cinematográfica. Quizá una de ellas, Tora!, tora!, tora!, de 1970, la cual, por su complejidad debió ser dirigida por un estadounidense, Richard Fleisher, y un japonés, Kinji Fukasaku (originalmente nada menos que Akira Kurosawa fue el director japonés elegido, que luego de un par de meses de filmación declinó continuar filmando, por diferencias con los productores), que reproduce fielmente el ataque japonés a la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawai, el 7 de diciembre de 1941, es una de las más espectaculares, tanto por sus dramáticas secuencias, como por su hermosa banda sonora (compuesta por Jerry Goldsmith), tomando en cuenta que los efectos eran reales, o sea, no eran producto de una computadora, como después comenzó a hacerse, como veremos más adelante. Tanto la primera y segunda guerras mundiales, así como la guerra de Corea, la de Vietnam y recientemente hasta la así llamada Guerra del Golfo (que fue la primera invasión estadounidense al neocolonizado Irak), han servido como inspiración para el también muy exitoso género bélico.
El género de terror, al que antes ya me referí, es también muy socorrido por Hollywood, siendo quizá la cinta El exorcista, 1973, dirigida por William Friedkin, una de las primeras películas en las cuales el efectismo hollywoodense hizo gala de los alcances que en ese momento podía brindar al público, ya que así lo exigían las endemoniadas escenas en las que, por ejemplo, la protagonista gira grotescamente su cabeza. Carrie, 1976, dirigida por el polémico Brian de Palma, también es pródiga en efectos especiales, sobre todo cuando Carrie, con sus muy exagerados poderes sobrenaturales (una cinematográfica característica de los fantasmas o las personas con poderes sobrehumanos es que se sobreexageran, justamente para dar rienda suelta al efectismo), convierte en un baño de sangre la fiesta de graduación, vengándose así de todos sus compañeros que se burlaban de ella. También contra su dominante, golpeadora madre, cobra venganza, a quien mata transformándola en un alfiletero en cuyo cuerpo sendos cuchillos de distintos tamaños se le clavan, crucificándola contra la pared. Y de allí, las cintas de horror-terror han hecho más énfasis en los sangrientos, demenciales efectos que en historias lógicas e inteligentes, si así podríamos llamarlas.
Tampoco se cerró Hollywood a llevar a las pantallas a los héroes de ciencia-ficción que viejos y nuevos cómics mostraban con enormes poderes que empleaban en bien de la humanidad, con alguno que otro enemigo, también con sobrenaturales poderes, quien al final era derrotado por los buenos. Así, héroes como Superman, Flash Gordon, Batman, El hombre araña, los Cuatro Fantásticos… fueron de los primeros en probar suerte en las pantallas, pero la dificultad de reproducir en “la realidad” sus poderes, les restaba espectacularidad y hacía poco creíbles que esos extraordinarios seres pudieran verdaderamente convivir con sus humanos admiradores (la primera cinta que se filmó sobre los cuatro fantásticos, en 1994, dirigida por Roger Corman, fue un muy burdo intento de mostrar a esos héroes, pues además de que fue de bajo presupuesto, los efectos fueron tan malos que en lugar de emocionar al público, sólo le ocasionaban risa).
Ah, pero también, producto de la así llamada guerra fría, las historias de espías secretos merecen mención aparte, pues además de que dieron lugar a exitosas, muy lucrativas franquicias, impusieron la ideológica concepción de que todo lo occidental era lo bueno y lo no occidental, el segundo mundo, la comunidad comunista, eran ¡los malos!, Así, exitosas series, como la de James Bond, que surgió en 1962, con el Satánico Doctor No, dirigida por Terence Young, y que sigue triunfando, significaron para su productor original, Albert R. Broccoli, una inagotable fuente de ganancias y de argumentos. Los efectos especiales en estas cintas se combinaban con artilugios sorprendentes, dignos del agente 007, que sorprendían muy cordialmente a los espectadores, sobre todo en aquellos tiempos, en los cuales era más restringida cierta clase de tecnología, deseando alguna vez tener el reloj especial, la supercámara, el superauto, la supermoto… diseñados por Q (Desmond Llewelyn), que el apuesto, temible, frío, galante agente lucía (y sigue luciendo) en cada nueva cinta.
Y esa franquicia marcó el inicio de muchas otras cintas (Matt Helm, Shaft, Contacto en Francia, El halcón Maltes, entre muchas otras) y series de televisión (Los vengadores, El santo, El barón, El gato, El agente secreto de Cipol, Misión imposible, la parodia del Superagente 86, Dos tipos audaces, Departamento S, Jason King, Manix, Cannon…) en las cuales nuevos agentes y espías trataban de superar o igualar, al menos, al 007, pero pocos lo consiguieron (prueba de ello es que James Bond continúa produciéndose y muchos de tales agentes secretos apenas si son recordados). Incluso en México no nos quisimos quedar atrás en cuanto a agentes secretos y en algunas cintas del famoso luchador El Santo, el enmascarado de plata, como la de “Operación 67”, en la que hace tablas con el supergalán de entonces, Jorge Rivero, el plot, así como artilugios secretos con los que estaba equipado el auto del Santo, un Jaguar amarillo (cortina de humo, y lanzafuego entre otros), vaya que nos hacen recordar al 007.
De todos modos ese género de películas ha sido muy lucrativo, sobre todo los plots en que heroicos espías o agentes secretos se enfrentan con malvados terroristas (antes eran espías soviéticos) cuyas maquiavélicas, malvadas mentes son capaces de tramar los atentados más espectaculares y destructivos concebidos jamás (quizá porque nos ha acostumbrado tanto Hollywood a los efectos especiales, el sospechoso derribamiento de las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001, al ser visto por millones de personas por todo el mundo, recordó a los efectos especiales que muestran edificios destruidos por bombazos o aviones estrellándose contra ellos. Una cinta en particular, Swordfish, 2001, dirigida por Dominic Sena, protagonizada por John Travolta y Hall Berry, pareció ser profética, pues se refería a un terrorista árabe al que tenían que destruir, que era obvio que aludía a Osama Bin Laden, pues había planeado “terribles” atentados contra ciudades estadounidenses (recomiendo que la vean y se convencerán de lo que digo).
En esas cintas son muy espectaculares las persecuciones de autos, los choques, las maniobras evasivas de los buenos, los tiroteos, las potentes armas empleadas, las explosiones, las exageradas, ilógicas destrucciones, los cuerpos destrozados… las actuales cintas del género han querido llegar a un realismo tal que muchas escenas son filmadas en formato de video, con tal de que parezca que están siendo transmitidas en vivo (The Bourne Ultimatum, Public enemies son algunos ejemplos) y potentes balazos y explosiones hacen pedazos a sus humanos blancos (en la ¿última? cinta de Rambo, 2008, ese es el realismo al que se llega. También en la cinta El ninja asesino, 2009, producida por los hermanos Wachowsky se muestra con lujo de detalle cómo las balas o los sables destrozan o cercenan cuerpos de los cuales brotan crispantes chorros de sangre).
Pero eso es lo que a la mayoría de la gente le gusta, así que la fórmula continuará, a pesar de la implícita violencia que lleva, que incluso pueda servir de inspiradora fuente a potenciales “terroristas” para tramar sus golpes o a vulgares criminales (por ejemplo, la cinta El padrino fue inspiradora fuente para Paul Gotti, uno de los últimos gangsters contemporáneos. Sus biógrafos afirman que Gotti empleaba aquella película para “enseñar y entrenar” a sus mafiosos con tal que supieran cómo debía de ser un “buen, refinado gangster”. Gotti murió en una prisión de Illinois, en el 2002, por complicaciones de cáncer de garganta).
Ah, y hablando de criminales y gangsters, también se ha servido Hollywood de ellos, siendo la más famosa El Padrino, esterilizada por Marlon Brando, dirigida por Francis Ford Coppola, basada en la muy famosa novela de Mario Puzo del mismo nombre. A esa siguieron dos secuelas, pero además muchísimas otras cintas cuyos personajes centrales eran nada menos que históricos gangsters o también ficticios (dos de las más recientes son la de American Gangster, 2007, dirigida por Ridley Scott, esterilizada por Denzel Washington y Russell Crowe, sobre la vida del gangster afroestadounidense Frank Lucas, y Public Enemies, 2009, dirigida por Michael Mann, estelarizada por Johnny Depp y Christian Bale, acerca de pasajes de la vida del famoso gangster John Dillinger, la que comienza con una de sus más famosas escapatorias de prisión).
También la violencia implícita en las cintas de mafiosos, permitió a Hollywood hacer alarde de espectacularidad en persecuciones, destrucción, ambientación y todo cuanto el género permite.
Hablando de ambientación, que los escenarios aparezcan tal cual, como la época a la que se hace referencia, también podría considerarse una suerte de efecto especial, pues particularmente las cintas estadounidenses se distinguen por la facilidad con que logran reproducirla. Décadas de los 20’s, 30’s, 40’s, 50’s, 60’s… son mostradas con sorprendente exactitud y es también, considero, un fuerte atractivo para jalar a los cines a los espectadores que gusten de esos detalles. Probablemente las cintas del género del así llamado salvaje oeste (los famosos westerns), hayan atraído al público de los años 50’s, 60’s y 70’s, cuando tuvieron su auge, por los enfrentamientos entre vaqueros y entre indios y vaqueros, pero también por los escenarios, que permitían trasladarse a aquellos viejos tiempos y soñar con ser un famoso pistolero, con espuelas de oro, lustroso revolver y elegante caballo (y es la ambientación de remotas épocas la que sorprende actualmente en épicas cintas como la de El Gladiador, estelarizada por Russell Crowe, lograda gracias a los efectos digitales, como veremos más adelante).
Como he referido, todo cuanto pueda llevarse a la pantalla, se trate o no de una buena historia, quizá regular, lo ha hecho Hollywood, acompañado de una buena cantidad de efectos especiales, sobre todo ahora que gracias a las computadoras y software específico se han prácticamente generalizado. Pero además, muchas cintas que en su tiempo no hubiera sido posible llevar a la pantalla, excepto quizá como dibujos animados, ahora es posible realizarlas mediante la digitalización o las CGI (computer generated images), que hoy día van de la mano casi con cualquier cinta, sea del presupuesto que sea, ya que han tendido relativamente a abaratarse algunos de esos efectos especiales.
La primer cinta en que se empleó un programa de cómputo para crear algunas escenas fue Westworld (conocida aquí como Oestelandia), 1973, dirigida por el escritor de best-sellers Michael Crichton, esterilizada por Yul Brynner, que la hacía de un robótico matón que deambulaba por un parque temático en donde el legendario oeste se reproducía, que luego se aloca y actúa por cuenta propia, matando a los sorprendidos visitantes. Justamente los ojos de Brynner se digitalizaron, con tal de darles el efecto de autómata que se requería. Se empleó tecnología desarrollada por la compañía Information International Inc., conocida también como Triple-I. A esa cinta siguió Futureworld, 1976, dirigida por Richard T. Heffron, estelarizada por Peter Fonda, que fue una no muy afortunada secuela de Westworld. En esa cinta se emplearon por vez primera imágenes computarizadas tridimensionales para reproducir una mano y la cara de uno de los androides, así como imágenes bidimensionales para materializar a algunos de los personajes en varias escenas. Luego de éstas cintas, percatándose los productores del promisorio futuro que tenían las imágenes computarizadas, no se dudó en seguirlas empleando. La primera cinta que se filmó en gran parte mediante el uso de computadoras fue producida por los estudios Disney. Tron, una película sobre un personaje que se mete en una suerte de mundo digital, fue elaborada conjuntando cuatro compañías, la ya mencionada Triple-I, MAGI, Robert Abel and associates y Digital Effects.
Y ya comprobado el éxito de la digitalización, hizo su gran aparición Star Wars, dirigida por George Lucas, que marcó en su momento un hito cinematográfico en cuanto al efectismo. De el éxito obtenido por esa cinta, Lucas fundó Industrial Light and Magic, muy lucrativa compañía de efectos especiales que ha logrado verdaderas maravillas visuales, como el Terminator de metal líquido, caracterizado por Robert Patrick en Terminator II: the Judgment Day, 1991, dirigida por James Cameron. Otra cinta también muy memorable por sus efectos, también de ciencia ficción, es la de Blade Runner, 1982, dirigida por Ridley Scott, de cuyos magníficos efectos se encargó Douglas Trumbull, considerado como de los pioneros en ese tipo de efectismo.
Desde entonces las cintas de efectos especiales abundan, pudiéndose afirmar que son ya la norma y no la excepción. En la actualidad las compañías de SFX , como se les denomina en la jerga cinematográfica a los efectos especiales, abundan. Hasta hace poco tiempo, la manera de producir una cinta con efectos especiales era que primero se filmaban las escenas digamos que en bruto y luego ya en la pos-producción, se agregaba la digitalización, lo que muchas veces se llevaba más tiempo que la filmación misma. Por ejemplo, la cinta Ghost Rider, dirigida por Mark Steven Jonson, comenzó a filmarse en febrero del año 2005, completándose el metraje base a finales de dicho año. Se llevó casi todo el 2006 para la pos-producción, que consiste, como dije, en agregar los efectos digitales. Así, si Johnny Blaze aparece en llamas, Nicolas Cage, quien fue el que lo interpretó, hacía primero las escenas en bruto y ya en los estudios de SFX se le agregaban las llamas o lo que hiciera falta. Y fue hasta febrero del 2007 que esa cinta fue estrenada. A veces sólo se filman escenas frente a pantallas verdes, con los actores sólo fingiendo la acción y el resto es prácticamente digital. Cintas como Sin City, 2005, dirigida por Robert Rodríguez, se hizo así. También la película Captain Sky and the World of tomorrow, 2004, dirigida por Kerry Conran, es otro buen ejemplo de esa tendencia.
Pero un director, James Cameron, ha venido recientemente a revolucionar la manera de hacer cine digital, combinado además con la vuelta del 3-D, de tal manera que, por un lado, los efectos digitales logrados sorprendan mucho más a los espectadores y, por otro, que la tercera dimensión proporcione un atractivo visual extra. Eso lo logró con Avatar, 2009, cinta que de nueva cuenta rompió todos los records de taquilla (como Titanic, su anterior éxito), estimándose que hasta el momento ha recaudado un total de 1500 millones de dólares aproximadamente, habiendo costado 300 millones, es decir, superó ya en cinco veces su costo.
En efecto, la muy polémica cinta logró atraer a tantos millones de espectadores justo por lo que he estado analizando en estas líneas: avanzados y sorprendentes efectos especiales, pero ofrecidos además con una, digamos que nueva tecnología 3-D, que le dio una claridad visual impresionante (Cameron ha dicho que la idea de filmarla la tenía desde 1995, pero que en ese año, la complejidad de los personajes y de las acciones que se requerían imposibilitaron realizarla con el nivel de efectismo que existía por ese entonces). Eso lo logró Cameron influyendo a la compañía japonesa Sony a que diseñara un nuevo tipo de cámara que filmara en 3-D, que fuera más maniobrable que las pesadas cámaras empleadas hasta antes del nuevo diseño, que pesaban 250 kilos y sólo podían mantenerse sobre un tripié, impidiendo que el filmador pudiera llevarla sobre los hombros, como se puede hacer con cámaras de alta definición convencionales. Sony entonces decidió separar la unidad de filmación de las cámaras 3-D existentes del equipo procesador, con lo cual ofreció a Cameron aparatos que sólo pesan 25 kilos y que permiten cargarlos sobre los hombros, como cualquier otra cámara. El otro impresionante logro de Cameron fue atraer a una empresa, Giant Studios, la que emplea un avanzado software, Motion Builder, que permite filmar a los actores y al mismo tiempo “traducir” sus movimientos a las figuras animadas del imaginario mundo de Pandora en el cual se desarrolla la historia. De esa manera, Cameron no tiene más que emplear el programa, combinarlo con una “cámara virtual” y al estar filmando a los actores, lo que ve en los monitores son a las figuras animadas moviéndose en sincronía con aquellos, así que ya no hay necesidad de pos-producción, pues la mayor parte de la filmación y los efectos digitales se hacen ya al mismo tiempo. Pero como el proceso es innovador y apenas se comenzó a aplicar en la mencionada cinta, resulta aún costoso, y por eso el precio final de la cinta fue tan alto. Como sucede en el sistema capitalista de competencia, Cameron echa mano de la innovación que esas técnicas han logrado al ofrecer tan elaborada magia visual. Se tienen pensadas dos secuelas, pero, según Cameron, así se había planeado, no por el éxito tan fabuloso que ha tenido el filme, pero creo que realmente eso influyó, pues si no hubiera recabado tanto dinero o hubiera resultado un fiasco, las secuelas habrían quedado en el olvido (de todos modos se deben de reconocer los notables adelantos tecnológicos y computacionales que se emplearon para producir la cinta).
Sin embargo considero que cuando sus técnicas se generalicen a otras cintas, así como la imagen 3-D, no bastará sólo con esos efectos, sino que Hollywood se verá obligado a seguir innovando. De hecho, es a partir de esa cinta y su éxito que la compañía Sony ha apostado a que si desea salir del atolladero financiero y tecnológico en el que está embrollada desde hace años, debe echar mano de su más reciente carta: la televisión en 3-D, en la que podrían verse cintas como Avatar y otras en dicho formato. Por eso creó el formato llamado Blue-Ray, pues en los DVD’s convencionales no hubiera podido ser posible almacenar toda la información que requiere una cinta en 3-D de alta definición, justo como la de Avatar.
Pero como siempre sucede, llega un momento de hartazgo entre los consumidores, los que quizá comenzaran a aburrirse de la tercera dimensión… y entonces harían falta nuevos efectos que continuaran atrayéndolos a las salas. Y como por desgracia Hollywood ha acostumbrado a la mayoría de los espectadores a efectos especiales cada vez más espectaculares y elaborados, debe de superar cada nueva propuesta. No ha apostado a buenas historias, sino a regulares o malas, pero acompañadas de su magia visual.
Así que por lo pronto Cameron puede gozar del gran éxito que le ha significado Avatar… habrá que ve si sus secuelas vuelven a repetir la fórmula.
Claro que quizá un mayúsculo efecto especial es cuando Hollywood se auto-adula, con premios como los Óscares, que premian a lo mejor, según sus organizadores y jueces, de la cinematografía estadounidense (y una que otra colada extranjera). Sorprendió que este año una cinta de bajos recursos haya superado en premios a Avatar. Se trató de The hurt locker, 2008, cinta de bajo presupuesto (once millones de dólares), dirigida por Kathryn Bigelow, ex esposa de Cameron, acerca de un equipo desactivador de explosivos en el Irak invadido (cinta que de alguna manera muestra el infierno en que EU ha convertido a ese humillado país). Por los gestos que Cameron hizo al ver cuántos premios recibió aquella cinta, debió haber imaginado que su Avatar sería el ganador estelar… pero se equivocó. Quizá haya algunas personas (algunos de los jueces del premio Oscar de este año), que prefieran aún buenas historias a… sólo sorprendentes efectos especiales.

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