viernes, 26 de noviembre de 2021

“Las Muertas”, novela de Jorge Ibargüengoitia, sobre una infamia

 

“Las Muertas”, novela de Jorge Ibargüengoitia, sobre una infamia

Por Adán Salgado Andrade

 

El novelista guanajuatense Jorge Ibargüengoitia (1928-1883), fallecido prematuramente en un lamentable accidente de aviación, escribía con agudeza y humorismo. Algunos de sus trabajos, fueron ficticios, como la novela “Estas ruinas que ves”, publicada en 1974 – llevada al cine, con muy buena adaptación, en 1979, por el director mexicano Julián Pastor (1943-2015) –, en tanto que otros, como “Los pasos de López” (1982), se basaron en hechos reales, convenientemente ocultos con nombres y lugares falsos. Particularmente, “Los pasos de López”, se basa en las acciones armadas del cura Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811), en el que refiere su táctico error militar de no haber tomado a la Ciudad de México, cuando emprendió su lucha por la independencia. Muy recomendable su lectura.

En el caso de “Las Muertas”, obra a la que alude este artículo, está basada en un lamentable y vergonzoso hecho real, el cometido por las proxenetas hermanas González Valenzuela, María Delfina (1912-1968), María del Carmen (1918-1949), María Luisa (1920-1984) y María de Jesús (1924-1990), conocidas como Las Poquianchis, el nombre de un prostíbulo “tolerado” por la corrupción guanajuatense de entonces, que regenteaban esas mezquinas hermanas.

Por años, operaron la trata de mujeres, sobre todo, adolescentes, hijas de familias campesinas, a las que reclutaban en sus casas, engañando a los padres de que trabajarían en restaurantes, ganando “doscientos pesos mensuales”, muy buenos en los años 1950’s y aún en los 1960’s (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Delfina_and_Mar%C3%ADa_de_Jes%C3%BAs_Gonz%C3%A1lez).

Eso, tuvo lugar en Guanajuato, la tierra de Ibargüengoitia, por lo cual, seguramente, vio el escritor un doble interés en escribir esa obra.

El cineasta mexicano Felipe Cazals (1937-2021), recientemente fallecido, realizó su versión cinematográfica de esos lamentables hechos reales, en 1976, sin alterar los nombres de las infames protagonistas, como hizo Ibargüengoitia, quien, como dije, cambiaba los nombres de los personajes y lugares, quizá para evitarse problemas legales, por gente que pudiera sentirse aludida – la cinta “Los motivos de Luz”, también dirigida por el mencionado Cazals, enfrentó una demanda de la mujer que la inspiró, Elvira Luz Cruz, exigiendo una indemnización al explotar su historia. El juicio duró muchos años, pero al final, Cruz recibió “unos tres millones de pesos” (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Los_motivos_de_Luz).

Una precaución más de Ibargüengoitia, al inicio del libro, publicado originalmente por la desaparecida editorial Joaquín Mortiz en 1977, señala que “Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios.”, pues, cuando escribió la obra, María Luisa y María de Jesús, aún vivían.

Llamando Serafina y Arcángela a las dos principales de las proxenetas, la novela inicia con el suceso que habría de ser la perdición de las hermanas, la venganza de Serafina contra Simón Corona, un antiguo amante, quien la había dejado plantada un día que habían ido a Acapulco.

Serafina, no dudó en cobrarse la afrenta, ayudada del capitán Bedoya – militar activo, quien era el amante en turno de Serafina – y con quien acude a la panadería en donde trabajaba Corona. Milagrosamente, señala Ibargüengoitia, no lo mató, a pesar de que la mujer disparó varios tiros, “muy probablemente por su falta de puntería”.

Y de allí, vamos hacia atrás, hacia 1960, cuando las Baladro, como las apellidó el escritor, le piden a Corona que traslade el cuerpo de una de las sexoservidoras que ellas controlaban en el auto de él. “Nunca supe cómo se llamaba, si Ernestina, Helda o Elena”, refiere Corona en su declaración, años más tarde, a la policía.

La forma en que la novela está referida, es mediante las supuestas declaraciones que tanta gente dio a la policía, en donde cada quien, brinda su propia versión de los hechos. Juana Cornejo – también de nombre cambiado, ayudante de las Baladro, a la que apodaban “La Calavera” –, por ejemplo, se refirió a Simón Corona como uno de los “señores más respetuosos que tuvo la señora Serafina”.

Ya, por entonces, Serafina y Arcángela poseían el “México Lindo”, uno de los antros que operaban esas proxenetas.

Como señalo arriba, a pesar de ser hechos infames, son narrados por Ibargüengoitia con cierto humorismo, como puede verse en este pasaje, narrado por el aludido Corona: “—No te preocupes, Arcángela, yo llevo la muerta en mi coche y la deposito donde tú me indiques –. Cuando acabé la frase ya me había arrepentido de decirla, pero era demasiado tarde. La verdad es que había sido demasiado tarde todo el tiempo. Para que las cosas hubieran sido de otra manera, se hubiera necesitado que yo no hubiera ido a Pajares el día anterior a pedir que me perdonaran los impuestos. Apenas cinco minutos antes yo era un hombre que estaba esperando a que le dieran de comer y ahora estaba comprometido a llevar un cadáver a la sierra.”.

Y así, con muchos otros.

Narra, también, la historia de Blanca, a quien compraron en “la feria de Ocampo, en 1950, cuando ella tenía 14 años”. Blanca fue siempre muy obediente y nunca “dio lata”. Todos los clientes la buscaban “por su espontaneidad”. Su desgracia fue cuando resultó embarazada por tercera vez. Como siempre, la Calavera, le daba un preparado de hierbas abortivas, pero como no le hicieron efecto, llamaron al doctor Arellano, quien le practicó un legrado. Sin embargo, como la chica tenía más de tres meses de embarazo, se complicó, además, porque como las hierbas abortivas provocaban hemorragia, no se pudo contener el sangrado. Blanca quedó paralizada de medio cuerpo. Y aunque fue llevada al hospital, “a pesar de los grandes gastos que las Baladro tendrían que asumir”, fue inútil, y como las mezquinas hermanas no querían seguir pagando, el doctor responsable, Abdulio Meneses, la dejó desatendida, lo que agravó su estado.

Ya, por entonces, a las Baladro, les habían clausurado todos sus prostíbulos y para ellas, las mujeres “sólo eran una carga que les costaba dinero”. Blanca, fue regresada al Casino del Danzón, que estaba clausurado, pero que las hermanas y las chicas, ocupaban ilegalmente. Allí, la Calavera, la sometió a una brutal “cura” de pasarle planchas calientes sobre telas húmedas, colocadas en la parte paralizada del cuerpo, lo que la mató. Y fue enterrada en el jardín del lugar.

El mencionado capitán Bedoya, el último “señor” que tuvo Serafina, antes de ser encarcelada, jugó un papel muy importante para las hermanas, pues como era militar, gracias a sus influencias, lograba que ellas pudieran obtener algunos privilegios legales. Pero contra lo que no pudo fue cuando el gobernador del Plan de Abajo (Guanajuato), declaró ilegal la prostitución, cuestión que dio inicio a la declinación de los negocios de las hermanas.

Y a la muerte de Blanca, siguieron varias más, como cuando dos de las chicas, se pelearon por los dientes de oro de Blanca. Ambas, emprendieron fiera pelea, yendo hasta un balcón que nunca estuvo bien puesto y que, por el recargón de las peleoneras, cedió a su peso y se estrellaron contra el piso, muriendo instantáneamente. Ibargüengoitia, supone el momento en que las Baladro, que llegaban de la calle, se dieron cuenta del accidente: “Las Baladro, habían entrado por la puerta de la casa de la señora Benavides, estaban cruzando el boquete que unía las dos casas y entrando en su comedor cuando oyeron pasos, traspiés, pujidos. Arcángela estaba a punto de preguntar "¿qué pasa?" cuando oyó, primero, un golpe sonoro —nalga contra barandal—, después, un crujido —el barandal se desprende—, golpe reverberante —barandal contra el piso—, golpe seco —cabezas contra cemento. Es posible que alguna de las que vieron ocurrir el accidente haya gritado, que una o varias mujeres hayan bajado por la escalera corriendo, pero la muerte acaba siempre por imponer su silencio en los que la contemplan.”.

Se nota el velado humorismo, a pesar de referirse a un hecho lamentable.

Otras dos chicas, murieron asesinadas por disparos de Teófilo Pinto, el “marido de Eulalia Baladro”, una de las hermanas que no se dedicaba a nada relacionado con la trata de mujeres. Eulalia y Teófilo, cuidaban de un rancho propiedad de Serafina y Arcángela. Y allí, éstas llevaron a cuatro de las mujeres, que intentaron escaparse. “Aquí te las dejo, Teófilo, y si intentan escaparse, me les metes un tiro con la carabina que te di, para que mataras a los ladrones que quisieran robarse las vacas”, lo instruyó Arcángela – nunca tuvieron vacas, aclara Ibargüengoitia. Y así lo hizo el cumplido hombre, cuando las cuatro se salieron del corral en donde estaban encerradas, matando a dos de ellas.

Como hicieron con Blanca y otras más, fueron enterradas clandestinamente, dentro de terrenos del rancho, “junto a un árbol”.

Como señalo antes, la agresión de Serafina contra Simón Corona, inició una investigación policiaca, que concluyó con el descubrimiento de las fosas clandestinas. Arcángela, le reprochó a Serafina su impulsiva acción. Pero ésta le respondió “¿Qué culpa tengo de haber nacido apasionada?”.

Sí, para su desgracia, esa impulsiva pasión, fue el tiro de gracia que llevó a descubrir todo a la policía del Plan de Abajo. Culminó con el arresto de las hermanas, de la Calavera, de Teófilo, de Eulalia y de otros de los ayudantes de las proxenetas, como Ticho, quien se encargó de cavar las fosas en donde fueron sepultadas las mujeres.

Las Baladro, por supuesto, nada aceptaban, pero los múltiples testimonios de las chicas esclavizadas sexualmente, lograron que fueran juzgadas – en la referida cinta de Cazals, se muestran muy altivas y desafiantes, sin aceptar, a pesar de las evidencias, lo que habían hecho. También, testimonios como el de Bedoya, fueron claves para llevarlas a prisión por varios años.

De todos modos, en la cárcel, no les fue tan mal, como menciona Ibargüengoitia en un anexo: “En la cárcel, Teófilo Pinto ganó una fortuna jugando conquián, y después la perdió. Eulalia, que está libre, vende cocadas. El capitán Bedoya está en la cárcel de Pedrones, en donde es jefe de crujía, muy respetado por celadores y presos. Las Baladro siguen en la cárcel de mujeres, de donde no tienen esperanza de salir con vida. Serafina tiene un negocio de vender refrescos —a precios exorbitantes—, Arcángela vende las comidas que guisa la Calavera. Las dos son prestamistas y su capital, calculan las otras presas, asciende a cien mil pesos.”.

Así que, las hermanas, muy convenientemente, cambiaron de giro en la cárcel, sacando muy buenas ganancias.

María de Jesús (Eulalia), la última en morir, llevó la carga de las infamias cometidas por sus hermanas.

En otro anexo, uno de los asiduos clientes, don Gustavo Hernández, comenta porqué le gustaba tanto ir al México Lindo. Dice “Pregúnteme usted: ¿qué tiene que hacer las noches de todos los sábados en un burdel un hombre que tiene esposa y varias hijas y vive feliz con ellas? No sé qué contestarle, pero así era yo. Estaba obnubilado. Cada sábado, dando las nueve en el reloj de la parroquia, cerraba la mercería y me iba al México Lindo. En el momento en que pisaba yo el interior de aquel lugar, todo me parecía bonito: el decorado, las mujeres, la música. Hice de todo: bailé, bebí, platiqué y ninguna de las mujeres que pasaron por allí, entre 57 y 60, se me escapó. Regresaba a mi casa rayando el sol. ‘¿Dónde estuviste?’, me preguntaba mi mujer. ‘En una junta de Acción Católica.’ Nunca me creyó. Durante años sospechó que yo tenía una amante. No sabe que la engañé con cuarenta y tres. Doña Arcángela me decía: —No se prive de nada, don Gustavo. Cuando no traiga dinero nomás echa una firma. Para mí usted es como el Banco de México. Estas palabras fueron mi caída. Una mañana llegó a la mercería el licenciado Rendón (el abogado de las Baladro). En el portafolios traía notas firmadas por mí que sumaban más de catorce mil pesos. Quería saber cuándo iba yo a poder pagarlas. Doña Arcángela se quedó con la mercería, pero el susto que tuve me curó del vicio y no he vuelto a sentir tentaciones de poner los pies en un burdel. Ahora vivo feliz en compañía de mi familia.”

Así es. Por desgracia, el machismo, el sentirse un súper seductor, lleva a necesitadas mujeres a dedicarse a esa humillante actividad, la de vender sus cuerpos, para satisfacer la lascivia de infieles machos.

Y a ser víctimas de infamias, como la narrada por Ibargüengoitia.

 

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