sábado, 15 de julio de 2017

Lo que el viento se llevó o los orígenes del supremacismo blanco en Estados Unidos



Lo que el viento se llevó o los orígenes
 del supremacismo blanco en Estados Unidos
por Adán Salgado Andrade

Las obras literarias que han sido llevadas al cine adolecen, casi siempre, de la esencia que los autores quisieron plasmar en ellas. Es el caso de la novela “Lo que el viento se llevó” (Gone with the wind), escrita por la autora estadounidense Margaret Mitchell y publicada en 1936, la cual, leída, es evidente que se trata de un velado reproche por parte de la autora de cómo el Norte, los yanquis, impusieron por la fuerza, tanto el final del esclavismo en el sur, así como que acabaron con un estilo de vida que, para los sureños, era idílico, espléndido, de ricas plantaciones, con “gente blanca, linda”, disfrutando de lujos, y que, sobre todo, era “amable” con los esclavos, los que contribuían pacíficamente a ese estilo de vida, sin protestar.
Llevada a partir de la historia de Scarlett O’Hara, la novela relata, no sólo su imposible amor por Ashley Wilkes, un intelectual de la época, sino todas las peripecias que pasa para lograr, finalmente, su bienestar económico, perdido por la guerra de secesión, incluso, casándose con Rhett Butler, un especulador y comerciante sin escrúpulos, gustoso de la gran y cara vida. Scarlett es mostrada como una ambiciosa mujer, sin ningún escrúpulo para hacer de las suyas, por ejemplo, casándose por interés, como cuando lo hace con Frank Kennedy, antes de Butler, con tal de conseguir el dinero para rescatar a Tara, la plantación que ella hereda de su padre. Kennedy, estaba comprometido con Suellen, la hermana de Scarlett, pero eso, a ésta, no le importó.  Ni tampoco pone objeciones de contratar a presos, para que trabajaran en sus aserraderos, los que compra, aun a costa de contrariar a Kennedy y a la conservadora sociedad de Atlanta. Pretextó a su escandalizado esposo que, como la tienda de él no dejaba demasiado dinero para sostener su hogar y a Tara, ella debía de ver la forma de obtener más ingresos.
Como señalé, en la cinta de 1939, realizada por David O. Selznick, se muestra una simple historia de amor, con no muy feliz final, éste, sí, descrito justo como en el libro, muy probablemente, para mantener algo de la esencia que Mitchell quiso transmitir.
Pero al leer la larguísima novela (1046 páginas, en mi edición, que es la primera, en inglés, de 1936, publicada por The MacMillan Company) y todas las extensas reflexiones que, a través de los personajes, hace la autora, es evidente que se trata, como dije, de una exaltación de la vida sureña y lo que habría de conocerse como La Causa Perdida (The Lost Cause), que así se le llamó a la derrota de los Confederados en la guerra de secesión contra el Norte. Los yanquis, como eran despectivamente llamados los unionistas por los sureños, aunque derrotaron militarmente al Sur, la Causa Perdida deja en claro que no pudieron conquistar su espíritu de lucha. Y el Norte tuvo que ceder a las exigencias del Sur para que se diera una especie de “reconciliación” entre ambos.
Claro que Mitchell cuida muy bien, en esta apología del Sur, de no mostrar la verdadera cara de los esclavistas, quienes, como el padre de Scarlett, Gerald O’Hara, eran, según ella, amables y considerados con los esclavos afroestadounidenses, los llamados coloquialmente darkies, no ofensivamente, así, como si aquí dijéramos los “negritos”. Incluso, los mismos personajes negros de la novela, como la nana de Scarlett, Mammy, aceptan de buena manera su condición de sometimiento, sin protestar. Por ejemplo, cuando ella y Scarlett van a Atlanta, una vez derrotados los Confederados, la fiel nana se escandaliza cuando pasan entre “negros liberados”, a los que acusa de ser “basura” y cretinos “justamente como la basura blanca que los liberó”. Así, Mitchell-Mammy vierte su juicio igualmente contra los yanquis, a quienes, a lo largo de toda la novela, personajes como Scarlett y otros, no dejan de despreciar y calificar de bandidos, salvajes, violentos y cretinos. Enfatiza bastante que, una vez concluida la guerra, varios oportunistas y especuladores yanquis, iban hacia el sur para hacer los grandes negocios.
Omite Mitchell referirse a crueles episodios históricos, como los narrados en el libro “Doce años como esclavo”, escrito por Solomon Northup, un afroestadounidense libre, nacido en el norte, que fue secuestrado por traficantes esclavistas sureños. En la obra, narra cómo todos eran sometidos cruelmente, sufriendo constantes castigos corporales, azotándolos, marcándolos con hierros candentes, igual que al ganado y cazados y hasta asesinándolos si se atrevían a huir.
Tampoco deja de señalar Mitchell la aparente contradicción en el objetivo primordial de los yanquis, el de liberar a los negros, sobre todo, en un pasaje en especial. En una parte de la novela, Scarlett platica con las esposas de militares yanquis, a quienes vendía madera producida en sus aserraderos para que construyeran sus casas. Una de ellas le pregunta que si no conocía a una buena nana, pues la irlandesa que tenía, había renunciado. Scarlett le dice “¡Ay, pues nada como conseguir una negra que no esté tan maleada y verá qué buena nana es!”. La mujer, horrorizada, le replica “!Ay, no, no, yo quiero una irlandesa… no me arriesgaría a que mis hijos fueran cuidados por una negra que, quién sabe que mañas y costumbres tenga”. Scarlett, conteniéndose de abofetear a la mujer yanqui, le replica que, entonces, por qué habían hecho la guerra y habían destruido el estilo de vida sureño. Y la mujer, muy altanera, le dice que “¡Ah, no, yo no, a mí no me importan para nada los negros, yo no hice la guerra y a ese negro, es al primero que veo!”, exclama, refiriéndose al tío Peter, el chofer de Scarlett, el viejo negro que desde hacía años trabajaba con la tía de ella. Scarlett se aleja, enfatizando que Peter es familia, enfurecida por lo que acababa de escuchar.
Es muy conveniente señalar que Mitchell se basó en muchas historias recogidas desde niña en reuniones con viejos parientes, como tías abuelas, abuelos o veteranos confederados que participaron en la guerra, por lo cual, podría decirse que su recolección de hechos pudo haber sido mayoritariamente por transmisión oral, o sea, hechos verdaderos, mezclados con recreación popular. Por lo que es muy probable que muchas de las historias que refiere, realmente hayan sucedido. Si es así, podría uno cuestionarse qué tan válida fue la justificación que el Norte objetó para declarar la guerra al Sur, la cuestión del esclavismo. No dudo que para muchos, además de Abraham Lincoln, era inaceptable que los sureños siguieran explotando y maltratando a los esclavos afros. Pero muchos otros, los carppetbaggers o los scallawags, vividores y ladrones a los que se refiere Mitchell, justo como Rhett Butler, vieron en la guerra, solamente una buena oportunidad de enriquecerse, aún a costa de matar de hambre a los sometidos sureños y aparentar que estaban “hombro con hombro”, con los liberados afros. El mismo Rhett Butler le decía a Scarlett que si “la construcción de una ciudad es buen negocio, la reconstrucción lo es más”. Y este personaje no tuvo empacho, durante casi toda la guerra, en evadir enrolarse y, en lugar de eso, realizar un contrabando, gracias al cual obtenía armas para los confederados, comprándolas a los yanquis o a los ingleses, a quienes vendía el algodón sureño y compraba cosas como ropa de moda, para revenderla carísima entre los sureños de alto abolengo. De hecho, al final de la guerra, declara, cínico, que, gracias a sus “sucios negocios”, se había apropiado de muy buena parte del oro de los confederados, el cual tenía depositado, muy convenientemente, en bancos ingleses. “Así, yo y sólo yo, puedo disponer de mi oro cuando yo quiera”, se jactaba con Scarlett.
Por tanto, no es difícil concluir que la causa antiesclavista, noble, por supuesto, fue muy buen pretexto para la expansión capitalista del más desarrollado Norte, con lo que se ampliaba el mercado manufacturero que ya se había consolidado muy bien entre los unionistas. Eso, sí, el subdesarrollo industrial del sur, es reconocido por Mitchell, quien, a través de Butler, señala que no podrían los sureños ganar la guerra a los norteños, quienes superaban en fabricación de armamento a aquéllos.
Otra parte muy irónica de la novela es que, por ese entonces, el partido demócrata estaba asentado en el sur, o sea, nada que ver con la supuesta “causa social” que actualmente representa. Al contrario, defendía el esclavismo. Por su parte, el Gran Viejo Partido, o sea, los republicanos, representaba a los supuestos progresistas antiesclavistas. En una parte, Mitchell se refiera al gobernador republicano de Georgia Rufus B. Bullock, a quien describe como un corrupto, tramposo, que sólo usaba su puesto para robar. Ese tipo había sido impuesto, refiere, por un fraude electoral en donde los republicanos, no sólo hicieron que los muertos votaran, sino que hasta los recién liberados ex esclavos habían sido manipulados en masa para elegir al republicano.
Por otra parte, Mitchell justifica la funesta acción del Ku Klux Klan, los violentos racistas quienes asesinaban sin miramientos a los “negros liberados” o a los blancos que los apoyaban, pues, señala la autora, en voz de varios personajes, como Scarlett o Butler, que aquellos negros hacían de las suyas “violando a mujeres blancas”, por lo que los matones miembros de ese grupo tenían el deber cívico de asesinarlos como la “basura negra” que eran. Incluso, el mismo Frank Kennedy, Ashley Wilkes y otros, formaban parte de ese “loable” esfuerzo para deshacerse de “negros violadores” y de “yanquis ladrones”. Seguramente, Mitchell no abundó en sus investigaciones sobre el Ku Klux Klan, cuya tarea principal era lograr una ciega y violenta venganza contra los “negros” y los yanquis que los habían liberado. Tal grupo de asesinos “vengadores” encapuchados fue radicalizándose con el paso del tiempo (ver:  https://en.wikipedia.org/wiki/Ku_Klux_Klan).
Señalé arriba que sólo con la imposición de La Causa Perdida, fue que los sureños aceptaron cierta reconciliación con los norteños. La filosofía de aquélla fue “Miren, muy bien, aceptamos que los negros son humanos y tienen todo el derecho a existir libremente. De hecho, apreciamos lo que hicieron durante muchos años por nosotros. Pero, por el bien del pueblo estadounidense, establezcamos límites a la convivencia, que los blancos tengan sus lugares propios, así como que también los negros los tengan”. Ese acuerdo, por el cual los afroestadounidenses quedaron segregados, se hizo ley y se denominó Jim Crow Laws, con lo que quedaron severamente limitados de muchos de sus derechos humanos, ya que no podían transgredir las limitaciones de todo tipo que tal segregacionista “acuerdo” les impuso “por el bien de todos los estadounidenses”. Y los norteños lo aceptaron “de buena gana” (ver:   https://en.wikipedia.org/wiki/Jim_Crow_laws).
Como justo en el sur fueron más estrictamente aplicadas las leyes segregacionistas –  de extremos tales como baños o lugares “para negros”, con severos castigos para los que las infringían, incluso, la muerte –,  muchos afroestadounidenses, a lo largo de los años, fueron emigrando al norte, en busca de un ambiente menos hostil y en donde pudieran aspirar a una mejor existencia. La cantidad de afroestadounidenses que habitan en la actualidad el sur, en relación con los inicios del siglo XX, fue disminuyendo mucho con el tiempo, pues fueron desplazándose a estados norteños más liberales. En 1790, 91% de la población afroestadounidense vivía en el sur, en tanto que para el 2010, sólo el 57% lo hace  (ver: The warmth of other suns: The epic story of America’s great migration).
Para los sureños, esas emigraciones masivas de afroestadounidenses eran una “bendición”, pues se fueron deshaciendo, justo, de lo que más les molestaba, tener a tanto “negro” entre ellos. Incluso, en Nueva Orleans, en 1961, se organizaban viajes con boletos pagados a lugares como Nueva York, en donde, mentirosamente, aseguraban a los negros que se aventuraran a irse de Luisiana, que tendrían un buen trabajo a donde llegaran, lo cual era falso, por supuesto. Pero muchos de los que aceptaban, prefirieron quedarse en Nueva York u otros estados norteños a los que llegaron, en donde eran más aceptados, con tal de cambiar y mejorar sus vidas (ver: http://www.ozy.com/flashback/how-this-trick-to-bus-black-americans-out-of-the-south-backfired/77378?utm_source=dd&utm_medium=email&utm_campaign=05222017&variable=710e2640ceccb95884594f5b77687780).
Irónicamente, la cinta de Selznick fue, ella misma, víctima del segregacionismo, pues la actriz afroestadounidense Hattie McDaniel, que protagonizara a Mammy, quien fue la primera de actrices y actores “de color” en recibir un Oscar, por mejor actriz secundaria, tuvo que sufrir la humillación de sentarse en la sección de los “negros” al ser premiada, debido, justamente, al segregacionismo existente. De hecho, antes, durante la premier de la cinta en Atlanta, McDaniel no asistió, pues prefirió evitar la vergüenza de tener que sentarse en los lugares reservados “para los negros”, disposición aún más estricta en esa ciudad, capital de Georgia, uno de los estados sureños en donde la aplicación de las leyes segregacionistas era grotescamente severa (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Gone_with_the_Wind_(film)#Academy_Awards).  
Pero, de todos modos, a pesar de la “reconciliación”, los sectores inconformes, no sólo no cesaron, sino que crecieron, entre ellos el Ku Klux Klan, que fue ampliando sus insidiosos, violentos “principios”, así como sus nefastos adeptos. Sus constantes, criminales actos crecieron en número y en audacia, asesinando a cientos de afroestadounidenses y a blancos que congraciaban con ellos. Figuras históricas famosas, como Malcolm X, uno de los iniciadores de la abolición del segregacionismo, fueron blancos constantes de Klan.
Para ellos y los grupos que fueron surgiendo, la única alternativa con la cual Estados Unidos (EU) sería “grande otra vez”, era deshaciéndose ya no sólo de “negros”, sino de todas aquellas razas que no fueran la “suprema blanca”, retomando los tóxicos conceptos nazistas de que la “raza aria”, o sea, la blanca, es la superior. Por ello es que actualmente, de la mano del supremacismo blanco va el nazismo, la enajenante propaganda racista que Adolph Hitler propagara como la verdad absoluta y que, entre otras cosas, provocó una destructiva guerra mundial que dejó 50 millones de muertos (la que, cabe aclarar, al final, fue un muy buen negocio para el capitalismo salvaje estadounidense de entonces, que obtuvo grandes ganancias con la reconstrucción europea y japonesa). Por desgracia, el neonazismo está aumentando sus simpatizantes y sus violentas acciones, no sólo en EU, sino en muchos otros países, en donde los blancos se consideran la “raza superior” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Neo-Nazism).
El supremacismo blanco en EU ha retomado gran fuerza actualmente con la elección presidencial de Donald Trump, oscuro personaje racista que se conduce justamente como un verdadero red neck, como así se denomina a todo aquel estadounidense que abraza la causa de la superioridad racial y se cree con todo el derecho de, incluso, matar, si es necesario, con tal de mantener a su país libre de toda la “escoria no blanca” que lo ocupa. Trump, muy al estilo de un matón enpistolado, como en los tiempos del Far West, piensa que puede dominar con sólo ser prepotente y violento, tal como asumen las masas de enajenados fanáticos que lo eligieron, quienes, afirman, ya estaban “cansados” de tener a un “chango” como presidente, como así se referían muchos de ellos a Barack Obama (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/02/trump-y-la-politica-del-far-west.html).
Y lo dicho está dando lugar a que muchos de tales supremacistas se vuelvan famosos e, inclusive, obtengan muy buenos ingresos al propagar la tóxica propaganda racista de que los blancos son lo primero. Uno de ellos, Kyle Chapman, se jacta de que puede vivir muy bien, con sólo dedicarse a defender a ultranza a los EU de todos los invasores ilegales que pongan en peligro a su querido país. Es uno de los recientes ejemplos de supremacistas que jalan a hordas de fanáticos racistas (ver: http://www.motherjones.com/politics/2017/06/kyle-chapman-based-stickman-alt-right/).
También lo dicho justifica que haya decenas de grupos supremacistas, cuya única y “noble causa” sea el combate a los indocumentados y todo tipo de “indeseables invasores”, comenzando con los mexicanos, los que “han invadido y quitado empleos a los americanos”, como ha insistido en afirmar Trump, el “héroe” que requerían tantos estúpidos fanáticos. El reportero Shane Bauer se hizo pasar por un vigilante de los pertenecientes al guipo denominado Three Percent United Patriots, quienes se consideran “grandes patriotas”, por desempeñar las tareas que “el gobierno no hace” que son, según esos cazailegales, la de proteger a “América de la invasión de mexicanos, árabes, hispanos… y otros peligros raciales”. Es patética la forma en que tales enajenados realizan sus labores, las que, por desgracia, cuentan con la aprobación de policías y agentes fronterizos, muchos de ellos, latinos, así como los que pretenden combatir los cazailegales, quienes hasta los felicitan por realizar tan “noble labor”. Los armados, uniformados red necks, en estados como Arizona, gozan de la simpatía de los “representantes de la ley” y de los agentes de inmigración (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/03/los-enajenados-y-racistas-cazailegales.html).
En fin, todo ese legado es lo que, muy veladamente, propagó la novela de Mitchell. No es sólo la inocente historia de amor que Hollywood pretendió mostrar.
Por ello, vale la pena desmitificar algunos de esos clásicos cinematográficos y las falsas ideas que nos han inspirado.