Lo que el viento se llevó o los orígenes
del supremacismo blanco en Estados Unidos
por Adán
Salgado Andrade
Las obras literarias
que han sido llevadas al cine adolecen, casi siempre, de la esencia que los
autores quisieron plasmar en ellas. Es el caso de la novela “Lo que el viento
se llevó” (Gone with the wind), escrita por la autora estadounidense Margaret
Mitchell y publicada en 1936, la cual, leída, es evidente que se trata de un
velado reproche por parte de la autora de cómo el Norte, los yanquis, impusieron por la fuerza, tanto
el final del esclavismo en el sur, así como que acabaron con un estilo de vida
que, para los sureños, era idílico, espléndido, de ricas plantaciones, con “gente
blanca, linda”, disfrutando de lujos, y que, sobre todo, era “amable” con los
esclavos, los que contribuían pacíficamente a ese estilo de vida, sin protestar.
Llevada a partir de la
historia de Scarlett O’Hara, la novela relata, no sólo su imposible amor por
Ashley Wilkes, un intelectual de la época, sino todas las peripecias que pasa
para lograr, finalmente, su bienestar económico, perdido por la guerra de
secesión, incluso, casándose con Rhett Butler, un especulador y comerciante sin
escrúpulos, gustoso de la gran y cara vida. Scarlett es mostrada como una
ambiciosa mujer, sin ningún escrúpulo para hacer de las suyas, por ejemplo,
casándose por interés, como cuando lo hace con Frank Kennedy, antes de Butler, con
tal de conseguir el dinero para rescatar a Tara, la plantación que ella hereda
de su padre. Kennedy, estaba comprometido con Suellen, la hermana de Scarlett,
pero eso, a ésta, no le importó. Ni
tampoco pone objeciones de contratar a presos, para que trabajaran en sus
aserraderos, los que compra, aun a costa de contrariar a Kennedy y a la
conservadora sociedad de Atlanta. Pretextó a su escandalizado esposo que, como
la tienda de él no dejaba demasiado dinero para sostener su hogar y a Tara,
ella debía de ver la forma de obtener más ingresos.
Como señalé, en la
cinta de 1939, realizada por David O. Selznick, se muestra una simple historia
de amor, con no muy feliz final, éste, sí, descrito justo como en el libro, muy
probablemente, para mantener algo de la esencia que Mitchell quiso transmitir.
Pero al leer la
larguísima novela (1046 páginas, en mi edición, que es la primera, en inglés,
de 1936, publicada por The MacMillan
Company) y todas las extensas
reflexiones que, a través de los personajes, hace la autora, es evidente que se
trata, como dije, de una exaltación de la vida sureña y lo que habría de conocerse
como La Causa Perdida (The Lost Cause), que así se le llamó a
la derrota de los Confederados en la guerra de secesión contra el Norte. Los
yanquis, como eran despectivamente llamados los unionistas por los sureños,
aunque derrotaron militarmente al Sur, la Causa
Perdida deja en claro que no pudieron conquistar su espíritu de lucha. Y el
Norte tuvo que ceder a las exigencias del Sur para que se diera una especie de
“reconciliación” entre ambos.
Claro que Mitchell
cuida muy bien, en esta apología del
Sur, de no mostrar la verdadera cara de los esclavistas, quienes, como el padre
de Scarlett, Gerald O’Hara, eran, según ella, amables y considerados con los
esclavos afroestadounidenses, los llamados coloquialmente darkies, no ofensivamente,
así, como si aquí dijéramos los “negritos”. Incluso, los mismos personajes
negros de la novela, como la nana de Scarlett, Mammy, aceptan de buena manera
su condición de sometimiento, sin protestar. Por ejemplo, cuando ella y
Scarlett van a Atlanta, una vez derrotados los Confederados, la fiel nana se
escandaliza cuando pasan entre “negros liberados”, a los que acusa de ser
“basura” y cretinos “justamente como la basura blanca que los liberó”. Así,
Mitchell-Mammy vierte su juicio igualmente contra los yanquis, a quienes, a lo
largo de toda la novela, personajes como Scarlett y otros, no dejan de
despreciar y calificar de bandidos, salvajes, violentos y cretinos. Enfatiza
bastante que, una vez concluida la guerra, varios oportunistas y especuladores
yanquis, iban hacia el sur para hacer los grandes negocios.
Omite Mitchell
referirse a crueles episodios históricos, como los narrados en el libro “Doce
años como esclavo”, escrito por Solomon Northup, un afroestadounidense libre,
nacido en el norte, que fue secuestrado por traficantes esclavistas sureños. En
la obra, narra cómo todos eran sometidos cruelmente, sufriendo constantes
castigos corporales, azotándolos, marcándolos con hierros candentes, igual que
al ganado y cazados y hasta asesinándolos si se atrevían a huir.
Tampoco deja de señalar
Mitchell la aparente contradicción en el objetivo primordial de los yanquis, el
de liberar a los negros, sobre todo, en un pasaje en especial. En una parte de
la novela, Scarlett platica con las esposas de militares yanquis, a quienes
vendía madera producida en sus aserraderos para que construyeran sus casas. Una
de ellas le pregunta que si no conocía a una buena nana, pues la irlandesa que tenía,
había renunciado. Scarlett le dice “¡Ay, pues nada como conseguir una negra que
no esté tan maleada y verá qué buena nana es!”. La mujer, horrorizada, le
replica “!Ay, no, no, yo quiero una irlandesa… no me arriesgaría a que mis
hijos fueran cuidados por una negra que, quién sabe que mañas y costumbres
tenga”. Scarlett, conteniéndose de abofetear a la mujer yanqui, le replica que,
entonces, por qué habían hecho la guerra y habían destruido el estilo de vida
sureño. Y la mujer, muy altanera, le dice que “¡Ah, no, yo no, a mí no me
importan para nada los negros, yo no hice la guerra y a ese negro, es al
primero que veo!”, exclama, refiriéndose al tío Peter, el chofer de Scarlett,
el viejo negro que desde hacía años trabajaba con la tía de ella. Scarlett se
aleja, enfatizando que Peter es familia, enfurecida por lo que acababa de
escuchar.
Es muy conveniente
señalar que Mitchell se basó en muchas historias recogidas desde niña en
reuniones con viejos parientes, como tías abuelas, abuelos o veteranos
confederados que participaron en la guerra, por lo cual, podría decirse que su
recolección de hechos pudo haber sido mayoritariamente por transmisión oral, o
sea, hechos verdaderos, mezclados con recreación popular. Por lo que es muy
probable que muchas de las historias que refiere, realmente hayan sucedido. Si
es así, podría uno cuestionarse qué tan válida fue la justificación que el
Norte objetó para declarar la guerra al Sur, la cuestión del esclavismo. No
dudo que para muchos, además de Abraham Lincoln, era inaceptable que los
sureños siguieran explotando y maltratando a los esclavos afros. Pero muchos
otros, los carppetbaggers o los scallawags, vividores y ladrones a los
que se refiere Mitchell, justo como Rhett Butler, vieron en la guerra,
solamente una buena oportunidad de enriquecerse, aún a costa de matar de hambre
a los sometidos sureños y aparentar que estaban “hombro con hombro”, con los
liberados afros. El mismo Rhett Butler le decía a Scarlett que si “la
construcción de una ciudad es buen negocio, la reconstrucción lo es más”. Y
este personaje no tuvo empacho, durante casi toda la guerra, en evadir
enrolarse y, en lugar de eso, realizar un contrabando, gracias al cual obtenía
armas para los confederados, comprándolas a los yanquis o a los ingleses, a
quienes vendía el algodón sureño y compraba cosas como ropa de moda, para
revenderla carísima entre los sureños de alto abolengo. De hecho, al final de
la guerra, declara, cínico, que, gracias a sus “sucios negocios”, se había
apropiado de muy buena parte del oro de los confederados, el cual tenía
depositado, muy convenientemente, en bancos ingleses. “Así, yo y sólo yo, puedo
disponer de mi oro cuando yo quiera”, se jactaba con Scarlett.
Por tanto, no es
difícil concluir que la causa antiesclavista, noble, por supuesto, fue muy buen
pretexto para la expansión capitalista del más desarrollado Norte, con lo que
se ampliaba el mercado manufacturero que ya se había consolidado muy bien entre
los unionistas. Eso, sí, el subdesarrollo industrial del sur, es reconocido por
Mitchell, quien, a través de Butler, señala que no podrían los sureños ganar la
guerra a los norteños, quienes superaban en fabricación de armamento a
aquéllos.
Otra parte muy irónica
de la novela es que, por ese entonces, el partido demócrata estaba asentado en
el sur, o sea, nada que ver con la supuesta “causa social” que actualmente
representa. Al contrario, defendía el esclavismo. Por su parte, el Gran Viejo
Partido, o sea, los republicanos, representaba a los supuestos progresistas
antiesclavistas. En una parte, Mitchell se refiera al gobernador republicano de
Georgia Rufus B. Bullock, a quien describe como un corrupto, tramposo, que sólo
usaba su puesto para robar. Ese tipo había sido impuesto, refiere, por un
fraude electoral en donde los republicanos, no sólo hicieron que los muertos
votaran, sino que hasta los recién liberados ex esclavos habían sido
manipulados en masa para elegir al republicano.
Por otra parte,
Mitchell justifica la funesta acción del Ku Klux Klan, los violentos racistas quienes
asesinaban sin miramientos a los “negros liberados” o a los blancos que los
apoyaban, pues, señala la autora, en voz de varios personajes, como Scarlett o
Butler, que aquellos negros hacían de las suyas “violando a mujeres blancas”,
por lo que los matones miembros de ese grupo tenían el deber cívico de
asesinarlos como la “basura negra” que eran. Incluso, el mismo Frank Kennedy,
Ashley Wilkes y otros, formaban parte de ese “loable” esfuerzo para deshacerse
de “negros violadores” y de “yanquis ladrones”. Seguramente, Mitchell no abundó
en sus investigaciones sobre el Ku Klux Klan, cuya tarea principal era lograr
una ciega y violenta venganza contra los “negros” y los yanquis que los habían
liberado. Tal grupo de asesinos “vengadores” encapuchados fue radicalizándose
con el paso del tiempo (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Ku_Klux_Klan).
Señalé arriba que sólo
con la imposición de La Causa Perdida,
fue que los sureños aceptaron cierta reconciliación
con los norteños. La filosofía de aquélla fue “Miren, muy bien, aceptamos que
los negros son humanos y tienen todo el derecho a existir libremente. De hecho,
apreciamos lo que hicieron durante muchos años por nosotros. Pero, por el bien
del pueblo estadounidense, establezcamos límites a la convivencia, que los
blancos tengan sus lugares propios, así como que también los negros los
tengan”. Ese acuerdo, por el cual los afroestadounidenses quedaron segregados, se hizo ley y se denominó Jim Crow Laws, con lo que quedaron
severamente limitados de muchos de sus derechos humanos, ya que no podían
transgredir las limitaciones de todo tipo que tal segregacionista “acuerdo” les
impuso “por el bien de todos los estadounidenses”. Y los norteños lo aceptaron
“de buena gana” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Jim_Crow_laws).
Como justo en el sur
fueron más estrictamente aplicadas las leyes segregacionistas – de extremos tales como baños o lugares “para
negros”, con severos castigos para los que las infringían, incluso, la muerte
–, muchos afroestadounidenses, a lo
largo de los años, fueron emigrando al norte, en busca de un ambiente menos
hostil y en donde pudieran aspirar a una mejor existencia. La cantidad de
afroestadounidenses que habitan en la actualidad el sur, en relación con los
inicios del siglo XX, fue disminuyendo mucho con el tiempo, pues fueron
desplazándose a estados norteños más liberales. En 1790, 91% de la población
afroestadounidense vivía en el sur, en tanto que para el 2010, sólo el 57% lo
hace (ver: The warmth of other suns: The epic story of America’s great migration).
Para los sureños, esas
emigraciones masivas de afroestadounidenses eran una “bendición”, pues se
fueron deshaciendo, justo, de lo que más les molestaba, tener a tanto “negro”
entre ellos. Incluso, en Nueva Orleans, en 1961, se organizaban viajes con
boletos pagados a lugares como Nueva York, en donde, mentirosamente, aseguraban
a los negros que se aventuraran a irse de Luisiana, que tendrían un buen
trabajo a donde llegaran, lo cual era falso, por supuesto. Pero muchos de los
que aceptaban, prefirieron quedarse en Nueva York u otros estados norteños a
los que llegaron, en donde eran más aceptados, con tal de cambiar y mejorar sus
vidas (ver: http://www.ozy.com/flashback/how-this-trick-to-bus-black-americans-out-of-the-south-backfired/77378?utm_source=dd&utm_medium=email&utm_campaign=05222017&variable=710e2640ceccb95884594f5b77687780).
Irónicamente, la cinta
de Selznick fue, ella misma, víctima del segregacionismo, pues la actriz
afroestadounidense Hattie McDaniel, que protagonizara a Mammy, quien fue la
primera de actrices y actores “de color” en recibir un Oscar, por mejor actriz
secundaria, tuvo que sufrir la humillación de sentarse en la sección de los
“negros” al ser premiada, debido, justamente, al segregacionismo existente. De
hecho, antes, durante la premier de la cinta en Atlanta, McDaniel no asistió, pues
prefirió evitar la vergüenza de tener que sentarse en los lugares reservados
“para los negros”, disposición aún más estricta en esa ciudad, capital de
Georgia, uno de los estados sureños en donde la aplicación de las leyes
segregacionistas era grotescamente severa (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Gone_with_the_Wind_(film)#Academy_Awards).
Pero, de todos modos, a
pesar de la “reconciliación”, los sectores inconformes, no sólo no cesaron,
sino que crecieron, entre ellos el Ku Klux Klan, que fue ampliando sus
insidiosos, violentos “principios”, así como sus nefastos adeptos. Sus
constantes, criminales actos crecieron en número y en audacia, asesinando a
cientos de afroestadounidenses y a blancos que congraciaban con ellos. Figuras
históricas famosas, como Malcolm X, uno de los iniciadores de la abolición del
segregacionismo, fueron blancos constantes de Klan.
Para ellos y los grupos
que fueron surgiendo, la única alternativa con la cual Estados Unidos (EU) sería
“grande otra vez”, era deshaciéndose ya no sólo de “negros”, sino de todas
aquellas razas que no fueran la “suprema blanca”, retomando los tóxicos conceptos
nazistas de que la “raza aria”, o sea, la blanca, es la superior. Por ello es
que actualmente, de la mano del supremacismo
blanco va el nazismo, la enajenante propaganda racista que Adolph Hitler
propagara como la verdad absoluta y que, entre otras cosas, provocó una
destructiva guerra mundial que dejó 50 millones de muertos (la que, cabe
aclarar, al final, fue un muy buen negocio para el capitalismo salvaje
estadounidense de entonces, que obtuvo grandes ganancias con la reconstrucción
europea y japonesa). Por desgracia, el neonazismo
está aumentando sus simpatizantes y sus violentas acciones, no sólo en EU,
sino en muchos otros países, en donde los blancos se consideran la “raza superior”
(ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Neo-Nazism).
El supremacismo blanco en
EU ha retomado gran fuerza actualmente con la elección presidencial de Donald
Trump, oscuro personaje racista que se conduce justamente como un verdadero red neck, como así se denomina a todo
aquel estadounidense que abraza la causa de la superioridad racial y se cree
con todo el derecho de, incluso, matar, si es necesario, con tal de mantener a
su país libre de toda la “escoria no blanca” que lo ocupa. Trump, muy al estilo
de un matón enpistolado, como en los tiempos del Far West, piensa que puede dominar con sólo ser prepotente y
violento, tal como asumen las masas de enajenados fanáticos que lo eligieron,
quienes, afirman, ya estaban “cansados” de tener a un “chango” como presidente,
como así se referían muchos de ellos a Barack Obama (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/02/trump-y-la-politica-del-far-west.html).
Y lo dicho está dando
lugar a que muchos de tales supremacistas se vuelvan famosos e, inclusive,
obtengan muy buenos ingresos al propagar la tóxica propaganda racista de que
los blancos son lo primero. Uno de ellos, Kyle Chapman, se jacta de que puede
vivir muy bien, con sólo dedicarse a defender a ultranza a los EU de todos los
invasores ilegales que pongan en peligro a su querido país. Es uno de los
recientes ejemplos de supremacistas que jalan a hordas de fanáticos racistas
(ver: http://www.motherjones.com/politics/2017/06/kyle-chapman-based-stickman-alt-right/).
También lo dicho
justifica que haya decenas de grupos supremacistas, cuya única y “noble causa”
sea el combate a los indocumentados y todo tipo de “indeseables invasores”,
comenzando con los mexicanos, los que “han invadido y quitado empleos a los americanos”, como ha insistido en
afirmar Trump, el “héroe” que requerían tantos estúpidos fanáticos. El
reportero Shane Bauer se hizo pasar por un vigilante
de los pertenecientes al guipo denominado Three Percent United Patriots, quienes se consideran “grandes
patriotas”, por desempeñar las tareas que “el gobierno no hace” que son, según
esos cazailegales, la de proteger a
“América de la invasión de mexicanos, árabes, hispanos… y otros peligros raciales”.
Es patética la forma en que tales enajenados realizan sus labores, las que, por
desgracia, cuentan con la aprobación de policías y agentes fronterizos, muchos
de ellos, latinos, así como los que pretenden combatir los cazailegales,
quienes hasta los felicitan por realizar tan “noble labor”. Los armados,
uniformados red necks, en estados
como Arizona, gozan de la simpatía de los “representantes de la ley” y de los
agentes de inmigración (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2017/03/los-enajenados-y-racistas-cazailegales.html).
En fin, todo ese legado
es lo que, muy veladamente, propagó la novela de Mitchell. No es sólo la
inocente historia de amor que Hollywood pretendió mostrar.
Por ello, vale la pena
desmitificar algunos de esos clásicos
cinematográficos y las falsas ideas que nos han inspirado.
Contacto: studillac@hotmail.com