jueves, 20 de diciembre de 2018

La peligrosa, pero muy lucrativa profesión de los cazadores de meteoritos


La peligrosa, pero muy lucrativa profesión de los cazadores de meteoritos
por Adán Salgado Andrade

Inimaginables las actividades remuneradas que existen en el mundo. Peligrosas, muchas de ellas, como las de los mineros, que además es muy mal pagada. Aunque existen algunas que, siendo riesgosas, dejan buenos dividendos si se realizan adecuadamente y, sobre todo, si se tiene buena suerte.
Recientemente la revista Wired publicó el artículo The mad scramble to claim the world’s most coveted meteorite (El loco enredo para hacerse del más codiciado meteorito del planeta), coescrito por Joshuah Bearman y Allison Keeley, acerca de una de tales profesiones, bastante rara, pero, cuando los que se dedican a ella le dan al clavo, puede significar muy buen ingreso, permitiéndoles vivir una placentera, aunque arriesgada vida (ver: https://www.wired.com/story/scramble-claim-worlds-most-coveted-meteorite/?CNDID=32248190&CNDID=32248190&bxid=MjM5NjgxMDQ2MjQ0S0&hasha=710e2640ceccb95884594f5b77687780&hashb=652a426c407c58c9511f22771978171dce1aef11&mbid=nl_121718_daily_list1_p3&utm_brand=wired&utm_mailing=WIRED%20NL%20121718%20(1)&utm_medium=email&utm_source=nl).  
Estos son los cazadores de meteoritos, que se cuentan apenas por docenas, dedicados a inspeccionar sitios en donde han colisionado tales objetos siderales, buscando restos que sean valiosos, ya sea por su rareza o los materiales de los que están hechos. Aunque afirman que, de por sí, todo material que provenga del espacio infinito es valioso, pues puede tratarse de rocas que han viajado por millones de años por aquél, más viejas, incluso, que el planeta mismo. Comentan que ese hecho ya les da un intrínseco valor más allá de lo material. Tienen razón, pues esas piedras viajantes han estado recorriendo millones de millones de millones de kilómetros para llegar al planeta, quizá de forma intempestiva, pero llegan. Una buena consideración para cuando veamos meteoritos que estén en museos, como los del Palacio de Minería.  
Dos de estos buscadores son Mike Farmer y Robert Ward, dos estadounidenses que han hecho su vida, su ingreso y su fortuna, como dije, “cazando” restos de meteoritos que sean raros y originales, los cuales se venden como joyas, algunos llegando a costar cientos o hasta millones de dólares. Farmer vendió su primera piedra en $79,000 dólares. Pago todas sus deudas y hasta le alcanzó para el enganche de su casa y comprarse un auto. Hasta entonces, su esposa le creyó que esa actividad era buen negocio.
Muchas son las aventuras que han corrido juntos Farmer y Ward, buscando el siguiente gran y lucrativo hallazgo.
Una de tales aventuras tuvo lugar en Perú, en una alejada población rural llamada Carancas. En este sitio, la noche del 15 de septiembre del 2007, cayó un meteorito de considerables dimensiones y cientos de kilogramos de peso, dejando un enorme agujero. El suceso ocasionó admiración, terror y otras cosas entre los lugareños, imperando el miedo en muchos, quienes creían que se trataba de un castigo divino. Fuera de las creencias milenaristas sobre el fin del mundo, lo que sí ocasionó el meteorito fue que, como en ese sitio el agua subterránea no es profunda, de inmediato el agujero se llenó de agua y el intenso calor del meteorito la comenzó a evaporar, junto con el arsénico del que estaba contaminada. La zona no es apta para la siembra, por ser la tierra semifangosa y salina. El arsénico evaporado ocasionó enfermedades raras en la gente que, casi de inmediato, se había arremolinado cerca del sitio, muchos por curiosidad, otros, para ver qué podían recoger. Lo peor fue que, incluso, el arsénico evaporado afectó al ganado, pues comenzó a sangrar de la nariz.
Todo eso contribuyó por varios días a inflar la creencia de que se trataba de un castigo de Dios. Los lugareños, de la etnia Aimara, buscaron a la autoridad local, el señor Maximiliano Trujillo, para que les explicara lo que sucedía, sobre todo por qué se estaban enfermando. Éste, al principio, trató de convencerlos de que era un objeto caído del cielo, pero, en efecto, las enfermedades no eran algo “normal”, así que, por si las dudas de que el origen del meteorito se debiera a fuerzas diabólicas, hasta llamó al chamán del pueblo, el señor Marcial Laura Aruquipa, para que sacrificara una llama e hiciera una ceremonia para “expulsar a los entes malignos”.  Y aunque científicos ofrecieron la explicación de que la explosión había evaporado arsénico del agua y eso estaba ocasionando los males experimentados, mucha gente seguía creyendo que era un castigo “del Señor”. De todos modos, castigo o no, todos los afectados se apresuraron a acudir a las clínicas más cercanas para recibir atención.
A ese sitio tan convulso llegaron Mike Farmer y Robert Ward, acompañados por Moritz Karl otro entusiasta estadounidense, avezado cazador, como ellos, de meteoritos y ávido de las aventuras que esa actividad conlleva. Tanto Farmer, como Ward han corrido serios riesgos en su meteórica búsqueda. Farmer, por ejemplo, una vez fue secuestrado en Kenia y sus captores, después de discutir si lo mataban o no, decidieron que era mucho problema. Han sido perseguidos por soldados y delincuentes, pero ni así renuncian a ese peligroso negocio.
El artículo hace un poco de historia sobre los impactos meteóricos, relatando que en le Edad Media, el obscurantismo católico concebía a los objetos que caían del cielo como “objetos demoniacos para atraer males” o “divinos, para castigar a los pecadores”. Fueran divinos o diabólicos, resulta que el Papa Calixto III “excomulgó” al cometa Halley, pues era “un instrumento del demonio”. ¡Vaya absurda excomunión (¿le habrá afectado a ese cometa haber sido excomulgado?).
Por supuesto que no son cosas ni divinas, ni diabólicas los meteoritos y constantemente caen al planeta, de todas dimensiones y materiales, algunos muy destructivos, como el que hace 66 millones de años cayó en Chicxulub, cerca de Yucatán, que borró para siempre a los dinosaurios.
En el año de 1178, por citar otro caso, algunas personas fueron a ver a un monje en Canterbury, Inglaterra, para contarle sobre un fuego, que se miraba a simple vista, en la cara de la luna. Lo que observaron fue un raro evento, un asteroide de buen tamaño, que había chocado contra la luna. Creó un cráter que más tarde fue bautizado como Giordano Bruno. Si ese asteroide hubiera fallado unos grados, habría chocado con la tierra, llevando a una extinción que habría rivalizado con la que produjo el que cayó cerca de Yucatán, pues el estallido equivalió a una explosión de ¡120,000 megatones!, unas diez mil bombas nucleares. El de Hiroshima fue de sólo 15 kilotones, para efectos de comparación. Y en abril de 2018, un asteroide, identificado como 2018GE3, apenas fue visto unas horas antes de que pasara entre la Tierra y la Luna,  muy cerca de la primera. Es un peligro constante, que uno de esos grandes cuerpos siderales choque con el planeta y nos borre del mapa a los humanos.  
 En Carancas, los cazadores de meteoritos arribaron el 29 de septiembre, con treinta mil dólares en efectivo. Como Farmer habla español, les dijo a los policías fronterizos que iban a buscar un meteorito. Los policías, viendo la oportunidad de ganarse unos dólares, los llevaron hasta el aislado sitio. Les dijeron que, en ese entonces, el sitio no aparecía en el mapa porque los Aimara, la etnia del lugar, eran muy desconfiados y si había algún criminal, lo linchaban allí mismo, así que les ofrecieron también “protección”.
Pero ya otro caza meteoritos se les había adelantado, Robert Haag, quien fuera mentor de Farmer. Haag, rentó un auto con un altavoz, que usó para ofrecer la compra de pedazos del meteorito a la gente. Pero se dio cuenta que estaba dando a entender que tenía mucho dinero y le costó mucho trabajo zafarse de tipos con tubos que rodearon su auto al día siguiente de su llegada. Mejor se fue a Bolivia. Cuando Farmer, Ward y Karl  llegaron al cráter dejado por el meteorito en Carancas, estuvieron halagados de presenciar, de primera mano, un reciente evento, pues nunca lo habían visto antes.
Además, notaron que el meteorito era de condrita, un mineral que por su fragilidad, se pensaba, no sobrevivía la penetración atmosférica, pero allí estaba, lo que daba a ese evento un valor científico mayor al puramente comercial, como coincidieron los tres.
Convencieron al ya mencionado Trujillo de que el rescate del meteorito podía servirles a los lugareños para que se ganaran un dinero, y hasta de atracción turística, pero que debían actuar rápido, pues el agua lo podía afectar. La comunidad aceptó y les dijeron que podían dragar el agua en donde había caído.
Como ya señalé, es un área en donde el agua subterránea está a flor de piel, por lo que el agujero de seis metros y hasta siete en partes, estaba inundado. Contrataron un camión de bombeo y empezó a sacar el agua.
Pero como la noticia corrió, pronto policías y autoridades llegaron y los enfrentaron diciendo que eso era de la nación, ni siquiera de los Aimara, y que si seguían, estarían violando la ley de Perú.
Mejor se retiraron, pero cuando llegaron a su hotel, de inmediato policías los comenzaron a interrogar. Casi les prohibieron que se fueran, pues habían “atentado contra Perú”. Aunque se señala que como realmente es una actividad realizada por pocos, sobre objetos siderales, pueden considerarse semilegales o semiilegales, según se vea. Es una actividad que comenzó a realizarse en fechas relativamente recientes, en los 1920’s, cuando el estadounidense Harvey H. Nininger (1887-1986), profesor de biología, comenzó a interesarse por la meteorología. Gracias a él fue que tal interés se generalizó. Sin embargo, no hay leyes escritas sobre quién tiene la legal posesión de un objeto sideral cuando cae en cierto lugar. Farmer afirma que, de entrada, el país en donde cae es el legítimo propietario.
Al otro día, salieron sigilosamente del hotel en donde se hospedaban y a lo lejos, Farmer vio a los policías, quienes, desde el día anterior, los comenzaron a seguir. Contrató a un taxista, a quien dio varios billetes de a cien dólares, diciéndole que tenía “algunos problemas” y de inmediato lo abordaron. Con algunos problemas que, por fortuna para ellos, se resolvieron, el taxista los llevó a la frontera con Bolivia. De allí, cruzaron el lago Titicaca en un ferry y llegaron a La Paz, en donde se sintieron a salvo.
Todavía les habló el cónsul, preguntando si no los habían encarcelado, a quien le aseguraron que no.
Ya, en Estados Unidos, los tres reflexionaron que si, como decían los Aimara, el poder divino había intervenido para que no tomaran más muestras de un evento que tuvo una probabilidad de suceder de 1 en 182 billonésimas, casi inexistente, en cambio, les permitió salir airosos de una situación que les pudo costar la vida.
De todos modos, lo que aportaron fue importante, ya que, días después, el astrogeólogo planetario Peter Schultz acudió al sitio y comprobó que, en efecto, era un meteorito de condrita, algo nunca antes visto, por lo que, en adelante, se consideraran peligrosos varios meteoritos, pues la mayor parte están hechos de ese material. Schultz teoriza que al entrar a la atmósfera, la condrita se separó y, luego de entrar, se consolidó, en forma de proyectil. La gente se sintió mal porque, en efecto, el agua en ese sitio contenía arsénico, el cual pudo haberse evaporado por el impacto y fue lo que respiraron, por eso las molestias.
Por esa vez, los cazadores de meteoritos se quedaron con las manos vacías, excepto por algunos pedruscos que les vendieron las personas que se habían hecho de algunas, antes de que ellos llegaran. Las lluvias y el arrastre de lodos, pronto cubrirán lo que quedó del meteorito, si antes no lo deshizo ya la corriente de agua subterránea.
Lo pasmoso de todo es que cientos de meteoritos seguirán buscando chocar con el planeta.
Aunque, como están las cosas, con esta depredadora “civilización”, que está acabando con aquél, tal vez sea una buena solución que un gran asteroide se impacte con la Tierra y nos borre de una buena vez de su superficie.