jueves, 31 de diciembre de 2015

Conversando con una demostradora de lencería y sex-shop



Conversando con una demostradora de lencería y sex-shop
por Adán Salgado Andrade

En los difíciles tiempos que vivimos actualmente, caracterizados por frecuentes y cada vez más profundas crisis económicas, desempleo o subempleos que apenas si permiten sobrevivir, descomposición social, mafias políticas y empresariales que controlan fácticamente el poder, generalizada violencia, simulado “terrorismo” (como los supuestos atentados “terroristas” emprendidos por el Estado Islámico, creación frankensteniana de mercenarios de la CIA estadounidense que sustituye a Al Qaeda), depredación ambiental… y muchos otros, resulta interesante revisar cómo nos las arreglamos los ciudadanos comunes para sobrevivir dentro de tanta adversidad.
Ya antes he escrito sobre cómo se sobrevive, más que vivir, en este país, no sólo personas que no cuentan con una preparación universitaria, digamos, sino incluso aquéllas que son profesionistas y se tomaron sus buenos años de empeño para estudiar una carrera y tratar así de existir decorosamente (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2008/12/sorteando-la-crisis_28.html).
Actualmente, ya ni ese hecho, el contar con una carrera universitaria, es sinónimo de seguridad y estabilidad laboral, pues estadísticas recientes muestran que en México, sorprendentemente, están más desempleados los grupos poblacionales que cuentan con una licenciatura, maestría o doctorado (ver: http://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
Por otro lado, al haber cada vez menos oportunidades, dado el altísimo desempleo que de por sí es característico del capitalismo salvaje (por la absurda tendencia de producir más con menos mano de obra), que se incrementa mucho más en tiempos de crisis, como el actual, el llamado sector “informal” de la economía (definido como aquel que no está registrado y, por lo mismo, no paga impuesto alguno) es el que últimamente – y cada vez en aumento – es la solución a millones de personas en el mundo que acuden a él para obtener alguna forma de ingreso, realizando una actividad terciaria, tal como la venta de algún producto, desempeñando un “servicio” (lavacoches, franeleros, cirqueros de cruceros, limpiaparabrisas…) o trabajando en establecimientos de todo tipo – talleres mecánicos, maquiladoras, fondas…–  que, a su vez, laboran también en la informalidad.
Y es absurdo lo que la mafia en el poder del país ha querido imponer como “explicación” a la crisis económica, de que es debida al “desproporcionado aumento del sector informal”, pues es justamente al contrario, porque las frecuentes crisis económicas, inherentes al capitalismo salvaje, que provocan más y más desempleo a nivel mundial, son las que empujan a millones de personas sin trabajo a hallar la solución realizando labores “informales”, como peyorativamente se les llama, pues finalmente se trata de trabajos honrados, la mayoría, no de actividades delictivas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Como señalo antes, es interesante revisar las actividades que realizan las personas, sean formales o no, con tal de percibir una remuneración que les permita sortear la crítica existencia. Sostuve hace unos días una interesante conversación con Claudia, una chica de 19 años que debe desempeñar la doble, pesada tarea de estudiar y trabajar al mismo tiempo, como miles de jóvenes deben de hacer en este país, con tal de seguir sus estudios, ante la disyuntiva de suspenderlos, advertidos por la familia de que “si quieres estudiar, pues debes de trabajar, porque ya no me alcanza para pagarte la escuela”.
Claudia, de repente, se vio en esa encrucijada. La atractiva estudiante universitaria tuvo que decidir entre trabajar y dejar sus estudios o, más difícil aun, trabajar y estudiar al mismo tiempo. “Mira, mi madre es madre soltera, y hace poco se quedó sin trabajo, así que no tenía ya dinero para darme, ni para mis pasajes. Mis otros dos hermanos también tienen que trabajar, y pues no me quedó de otra. Y, la verdad, no quise dejar la universidad”, afirma, por lo que ha debido combinar sus estudios de sociología con el trabajo digamos que formal que logró conseguir por una recomendación familiar.
Pero nada que ver lo que consiguió como empleo, con sus estudios. “Mira, sólo porque sí necesito trabajar y porque no me pareció tan mal empleo, es que acepté”. Además, dice Claudia que sólo por la recomendación familiar es que le dieron el puesto, pues no a cualquiera contratan.
El giro del negocio es venta de lencería y fetiches sexuales en una afamada zona de altos ingresos de la ciudad de México, en la calle de Presidente Masaryk.
Las vicisitudes de Claudia comienzan al trasladarse a la escuela desde su casa, ubicada en Texcoco, hasta la Fes Aragón, en donde estudia. Su horario de clases es de las nueve de la mañana hasta las trece horas. Debe salir a las siete cuarenta y cinco, a más tardar, para que el trayecto que realiza abordando un pesero, en seguida el metro y, de nuevo, pesero, le permita llegar a tiempo. No falta que a veces un embotellamiento, algún accidente, o cualquier imprevisto, ocurra y que ese día, Claudia llegue tarde a la escuela.
Pero a donde no se puede dar el lujo de llegar tarde es a la tienda de lencería y sex-shop, en la que labora de las tres y media de la tarde, hasta las ocho de la noche. Ese recorrido sí es terrible, ya que le lleva ¡dos horas y media trasladarse!, debido a las condiciones de movilidad tan malas que existen en esta anárquica concentración urbana, que es la ciudad de México (increíblemente, el promedio actual de velocidad es de 4.5 kilómetros por hora, lentísimo en comparación con el que había en 1910, que era de 10 kilómetros por hora). Un taxi, el metro y quince minutos de rápida caminata, son los medios que la llevan a su destino laboral.
Y ya cansada tanto de sus actividades escolares, así como de tan largo y ajetreado trayecto, es que Claudia debe de prepararse anímica y físicamente – “ponerme linda, ¿no?” – para su jornada laboral, que comienza, como ya señalé, a las tres y media de la tarde y termina a las ocho de la noche, si bien le va. “Ya sabes, no falta que debo de ordenar esto o guardar aquello”, me dice, con resignado tono.
Su sueldo mensual es de cuatro mil quinientos pesos, más comisiones, las que dependen de lo que venda ella y de la capacidad adquisitiva de los clientes. Si Claudia fuera jefa de familia ese sueldo, aun con comisiones, sería sencillamente insuficiente. Pero, al ser aun hija de familia, siendo su mayor problema el costearse sus gastos, considera que son “suficientes”.
“En temporada mala, pues saco quinientos pesos de comisiones, pero cuando se vende mucho, hasta mil seiscientos pesos al mes”, precisa Claudia. Así que, cuando le va bien, su salario sería de poco más de seis mil pesos mensuales, casi lo que un malhadado mafioso “secretario” del pasado calderonato, declaró que era suficiente para que una familia de clase media pudiera vivir (la cantidad exacta era de seis mil quinientos pesos. Es de esperarse que tanto mafioso en el poder ganara tal cantidad, con tal de que pudieran compartir con todos nosotros tan generalizado “buen” salario).
Pero es lo único, pues aunque le pagan neto, sin ningún descuento (¡ya sería mucho que lo hicieran con tan magro salario!), Claudia no cuenta con ninguna prestación extra, ni seguro social. “Así que si me enfermo, pues no me pagan. Lo bueno es que tengo seguro por parte de la universidad – se refiere Claudia al seguro facultativo, al que todo estudiante universitario tiene derecho, mientras continúe con sus estudios –, pero no, no tengo derecho a nada más, ni vacaciones, ni aguinaldo, ni nada”. Refiere que ha platicado con muchos empleados de otros establecimientos y, al parecer, nadie cuenta con prestaciones, aparte de su salario neto. Claro, es el resultado de la así llamada flexibilización laboral, imposición “legal” que ha dejado prácticamente en la total indefensión a millones de trabajadores, los que pueden ser contratados incluso hasta por horas, sin ningún compromiso extra por parte del contratante, más que de pagarle su sueldo y ya.
Sin importar el magro salario que le pagan, Claudia debe lucir “muy buena presentación” – “tengo que usar siempre tacones y a veces vestido”. Ya, bien presentada, es que Claudia emprende sus labores, que son la de mostrar los artículos que se venden allí. “Sí, es una boutique de lencería y de objetos sexuales. Llegan clientes preguntando por una tanga o un brassiere o que quieren que les muestres, no sé, un consolador o un vibrador. Y si es un hombre, pues no falta que te mire con lujuria cuando le enseñas un objeto sexual, ¿no?, casi violándote con la mirada. Y sólo te haces la loca, y muy profesional, no le haces caso a sus insinuaciones y le sigues mostrando lo que quiera. Es lo que me molesta, ese hostigamiento que te hacen, ya sólo porque te ven chava, trabajando allí, creen que pueden hacerte lo que quieran, ¿no?”, dice, pensativa. Claudia.
En efecto, en una sociedad machista, como en la que actualmente domina casi en todo el mundo, la mujer está muy expuesta a esos tratos y humillaciones, los que se multiplican al trabajar en algo así. Dice Claudia que tanto su jefa, así como sus empleados de vez en cuando se muestran hostiles hacia ella. “Como soy la más joven, me ven como una niña a la que todo le pueden hacer y… por la necesidad es que tienes que aguantarte”.
A pesar de ello, trabajar allí, le ha dejado a Claudia algunas satisfacciones. “Fíjate que no todos los clientes son iguales. Algunos son muy decentes… hay de todo, pero muchos, como gays, incluso te piden consejos, y hasta de psicóloga la hago”. Se refiere a que algunos de los clientes son travestis, dedicados a la prostitución, y varios de ellos van a la tienda a comprar parafernalia para desempeñar lo más profesional y sensualmente su labor. “Sí, muchos de verdad que se ve que sufren mucho y me pongo a platicar con ellos y, allí los tienes, contándome toda su vida”. No sólo travestis, sino que varios de los hombres y de las mujeres que acuden al sitio, se han acercado a Claudia, para, simplemente, platicarle sus penas.
Es entendible, pues vivimos en una sociedad tan descompuesta, tan individualista, tan egoísta… que el contacto humano de todo tipo, casi se ha perdido, sumidos cuasi permanentemente en una inevitable soledad a la que, primero, nuestras actividades y, segundo, tal hostil “sociedad” en la que vivimos, nos relega.
De las cosas “chuscas” que ha visto Claudia es que muchas veces van clientes, tanto hombres, como mujeres, acompañados de lo que, supone, han sido o sus parejas o las amantes o los amantes. “Sí, nada más me aguanto la risa. Por ejemplo, hay hombres que cuando vienen con sus esposas, te das cuenta, pues las tratan muy despectivos y si ellas les piden su opinión sobre si esa prenda, como un negligé, les queda bien, pues los esposos les dicen que sí, que lo que sea, se muestran muy impacientes. Pero luego, a los dos días, vienen con una mujer, mucho más joven que la esposa y que ellos, que se ve que es la amante, porque los ves muy complacientes y les tienen mucha paciencia y les dicen ‘sí, mi amor, lo que tú quieras, sí, se te ve muy bien’ y les compran todo lo que quieren, sí, disfraces, tangas… lo que sea, y se gastan un dineral, tres, cuatro mil pesos… de verdad, y piensas, ¡qué hipócritas!, ¿no?, pero, pues los atiendes y te haces la loca… y es que te ven, así, como que te hacen su cómplice y que aguantes presión, ¿no?”, recuerda con una sonrisa Claudia esas ocasiones.
Mucho de lo que vende, sobre todo lo que adquieren hombres, no para ellos, sino para sus esposas o, más bien, sus amantes, son los fetiches que dan vuelo a sus fantasías sexuales, sobre todo disfraces para imaginarse que están con una colegiala, una enfermera, una tabledancer… muy a la manera de lo que puede verse en esa excelente cinta española que aquí se llamó “Por no quedar pobres”, cuyo título original es “Torremolinos 73”, estelarizada por Javier Cámara y Candela Peña, sobre el caso verdadero de un vendedor de enciclopedias, quien empujado por la crisis y la modernidad de los 1970’s, se ve forzado a realizar lucrativos videos erótico-pornográficos con su esposa, la que, para dar variedad a las, digamos, inocentes secuencias, se vestía con todo tipo de atuendos, no sólo de colegiala o de enfermera, sino hasta de bombera, ejecutiva… y más, con tal de que fueran exitosas sus propuestas cinematográficas, por las que recibían cincuenta mil pesetas de entonces, el equivalente a vender 176 enciclopedias (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Torremolinos_73).
Dice que cuando fue el Buen Fin de este 2015 (burda copia calderonista del evento consumista estadounidense realizado en el Black Friday), a pesar de la crisis, todas las existencias de la tienda, tanto de lencería, así como de fetiches sexuales, se vendieron, pues las dieron a mitad de precio y lo que tuvo una fuerte demanda fueron, justo, los disfraces de colegialas. Así que ello deja ver las pedófilas, inconscientes inclinaciones que casi todo hombre lleva dentro, podría inferirse.
Contra lo que pudiera pensarse, dice que la lencería, o sea, las prendas íntimas de mujer, son más adquiridas por los mencionados travestis, que por las propias mujeres, quizá para que sus clientes imaginen en todo momento que están con verdaderas mujeres, con tal de que tales clientes consideren que no son homosexuales, del todo, sus inclinaciones. Me viene a la mente una escena de la cinta “Boys don’t cry”, en donde un par de energúmenos, violentos machos, violan a Brandon, el personaje transgénero principal, estelarizado por Hillary Swank, quizá queriendo experimentar qué se sentía violar a una mujer con apariencia varonil, o a un hombre, con apariencia femenil (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Boys_Don't_Cry_%28film%29).  
En fin, que las singularidades sexuales así son, ni blancas, ni negras, sino grisáceos matices, como Pedro Almodovar mostraba en sus primeras cintas. Pero, eso sí, sin obligar a nadie a practicar lo que no le guste, pues, entonces, eso ya se convierte en perversiones y desviaciones sexuales.
“Como te digo, he tenido buenas y malas experiencias, pero dentro de lo que cabe, me siento bien”, afirma Claudia.
Sin embargo, entre lo malo, está la relación con su propia familia, que se ha vuelto un poco distante. “Pues como todos trabajamos, a veces ni nos vemos, se pierde la convivencia, sí, pero… pues qué haces, ¡es la necesidad que tienes de trabajar!, ¿no?, de hacer tus cosas”, suspira, resignada.
También, en la escuela ha bajado algo su aprovechamiento. “En el trabajo tengo prohibido leer o hacer tareas. Tengo que estar siempre atenta a quien llegue, aunque a veces no se paren ni las moscas, así que sólo cuando llego a mi casa es cuando puedo hacer tarea, pero te juro que siempre llego tan cansada que ni siquiera ceno y sólo me acuesto… de verdad”.
Sí, es de comprenderse que por la jornada tan difícil, con tantos traslados, molestias, tensiones en el trajín diario y en el trabajo, Claudia llegue extenuada cada final del día. “De verdad, se me va la juventud, pues ya casi ni tengo vida social, no voy a fiestas, no voy al cine, no me puedo ver casi con amigas, ni con mi novio… pero, como te digo, si quiero seguir estudiando, es la única solución que tengo, trabajar y estudiar”.
No faltan los desafortunados “imprevistos”, como el que hace poco sufrió, al ser asaltada la unidad del transporte colectivo que la lleva de Indios Verdes a Texcoco. “¡Me robaron credenciales, dinero, llaves… todo. Lo peor es que tengo que hacer los trámites para recuperarlas!”. Debió faltar a su trabajo para cumplir con el engorroso burocratismo requerido.
Al final, cuando le pregunto a Claudia sobre qué piensa de la importancia de la lencería en la actividad sexual-amorosa, se toma unos instantes para pensarlo y me dice “Yo creo que es una forma de seducir y sentirte segura, sexy y provocadora para tu pareja, pero para mí, lo más importante, es primero quererte a ti misma y querer tu cuerpo, sentirte segura y bien, ya que eso es lo que vas reflejando. Y la lencería te tiene que hacer sentir eso. Bien dicen que el humano se enamora tan solo con observar detalladamente las cosas“.
Sí, de la vista, nace el amor, como dice el refrán, con lo cual concuerdo totalmente. Ya, luego, vendrá la parte más importante, la de la inteligencia y el espíritu, los que perduran aun cuando el cuerpo envejezca, las condiciones más difíciles de lograr en toda relación amorosa.
Pero, bueno, mientras tanto, muchos antepondrán sus fantasías sexuales a toda forma de entendimiento espiritual e intelectual. Y mientras eso suceda, tiendas de lencería, fetiches sexuales y los eventuales consejos de chicas tan amables y luchonas, como Claudia, serán inestimables.
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