martes, 13 de noviembre de 2007

Tecnologías de la muerte.

Tecnologías de la muerte y sus grandes avances.

Actualmente, la ciencia da pasos agigantados no en eliminar hambre y enfermedades, sino en la concepción, diseño y fabricación de armas que sean más eficientes y letales y maten más eficazmente.
(Publicado por la agencia noticiosa Prensa Latina)
Por Adán Salgado Andrade

¡Bendito progreso!, sí, debemos maravillarnos con los grandes avances de la ciencia, pues gracias a ella, actualmente, el hombre dispone de múltiples, eficientes, masivos medios de destrucción masiva. Agradezcamos que el 80 % de los avances tecnológicos se aplican primero al diseño y fabricación de armas y mecanismos de destrucción y que cada año se gastan más de novecientos mil millones de dólares en investigación, fabricación y comercialización de toda clase de armas, desde las ligeras, como pistolas, rifles, pasando por las medianas, tales como tanques, misiles, bombas inteligentes, hasta las mortíferas armas termonucleares, de las que, solamente en Estados Unidos se fabrican a razón de cinco por mes. Sólo este país posee alrededor de 12000 misiles balísticos, suficientes para destruir 10 veces toda forma de vida sobre el globo terráqueo. Los misiles más viejos, los que datan de los años cincuentas, están almacenados en depósitos subterráneos en Arizona, en latente peligro de explotar solos, pues sus fuselajes están carcomiéndose a causa de la radioactividad del uranio enriquecido y el plutonio del que se forma su mortífero contenido. Este problemilla aún no ha sido resuelto por los jefes del Pentágono, pero no parece importarles gran cosa.
Algo digno de mencionarse son los miles de millones de dólares que se están empleando para desarrollar el así llamado “escudo antinuclear”, una absurda necedad de la pareja Donald Rumsfeld y George W. Bush –pero concebido desde la era Reagan– , con el cual se pretende instalar un sistema de proyectiles que detecten y destruyan misiles termonucleares enemigos y así ganar una guerra de ese tipo, como si realmente hubiera vencedor y perdedor en un apocalíptico conflicto nuclear. Queda sin responder qué haría el Pentágono en cuanto a las nubes radioactivas, igualmente letales, resultantes de los estallidos que se esparcirían como tolvaneras luego de las mortíferas, terribles explosiones de los misiles, aunque éstos se “bloquearan”. De los males el “menos peor” han de decir Rumsfeld y sus subordinados.
DARPA: la creatividad científica al servicio del Pentágono
Promotora de tecnologías de la muerte es la agencia DARPA (Agencia para proyectos de investigación avanzada para la defensa), dependiente del Pentágono, la cual destina más de 2000 millones de dólares anualmente para “fomentar la creatividad” de compañías y científicos que diseñen armas o dispositivos que contribuyan a destruir y matar más eficientemente. Por ejemplo, en el campo de la robótica, cada año hay un “concurso” (exclusivo de “científicos” de Estados Unidos) para promover la invención de un vehículo robot autónomo terrestre, que sea capaz de autodirigirse bajo cualquier condición, terreno o clima, que pueda transportar armas y que cuente con gran letalidad, es decir, pueda matar a muchos soldados enemigos. La DARPA “justifica” el proyecto diciendo que así habría menos bajas de soldados estadounidenses o que las labores de espionaje serían más “sencillas”, tal y como sucede con los aviones robots que ya se emplean en la frontera México-EU, para detectar peligrosos indocumentados mexicanos. El “premio” es de un millón de dólares que hasta ahora, afortunadamente, nadie ha ganado.
Otro “creativo concurso” – y esto pareciera más de ciencia ficción que de realidad – es el que promueve la invención de un “exotraje”, una especie de armadura robotizada que puedan emplear los “soldados del futuro”, para convertirse en una suerte de indestructibles “gladiadores militares”, que soporten pesadas cargas, disparos y hasta bombazos. Por fortuna, tampoco ningún “científico” ha ganado tampoco en la categoría de “exoesqueletos militares”
También la DARPA está incentivando ramas médicas como la biotecnología para (no es broma), buscar medios que permitan la regeneración de miembros mutilados de los soldados durante las batallas, así como pueden hacer naturalmente las salamandras. Los directivos de DARPA sueñan con el día en que los hombres heridos, en lugar de ir al hospital, tomen una “pastillita” que les regenere, ipso facto, un, digamos, pie destrozado por mortero, un brazo arrancado por una bomba y así… Estiman que el gasto en atención a los heridos sería enorme, más del 90% de lo que se eroga actualmente por hospitalización y medicamentos. Y a propósito de este campo, el de la “medicina”, también, otra institución, el Instituto de Patología de la Fuerzas Armadas, está experimentando con el virus de la influenza, tratando de hallar la más letal de sus cepas (como la que asoló al mundo en 1918 y que mató a 40 millones de personas) con la que puedan fabricarse mortales armas biológicas.
Todo, hasta el chillido de un bebé, convenientemente digitalizado y aumentado, puede matar. Es el ruido empleado en otro de los “grandes” proyectos auspiciados por DARPA, en las llamadas “balas sónicas”, ingenios capaces de, al menos, inmovilizar al soldado enemigo a quien se le “disparen” estos proyectiles de lloriqueos de bebés remasterizados, pues le provocarían el equivalente a una intensa migraña que le haría “perder la cabeza” de dolor.
Hasta Hollywood y los videojuegos le entran al negocio
Y también para el centro del “entretenimiento mundial” tiene presupuesto el Pentágono a través de la DARPA. Hay un proyecto conjunto, nada menos que con la meca del cine, Hollywood –participan nombres tales como Paramount, Disney, Industrial Light & Magic, pues ahora hasta los grandes estudios le están entrando al lucrativo negocio de la muerte–, y los softweristas de Silicon Valley –en este caso, se trata de compañías tales como Pixar, Intel, Pandemic studios, que también están ganando buenos millones de dólares–, coordinados por el Departamento de defensa, que dio a luz un eficaz “cuarto de guerra”, singular ingenio que combina pantallas gigantes, videojuegos y realidad virtual para “entrenar” a los futuros soldados en forma más efectiva y, lo mejor de todo, barata. Bajo el nombre de Instituto de Tecnologías Creativas (vaya nombre tan irónico, como si matar fuera creativo), el “cuarto de guerra” puede reproducir, al decir de sus creadores, situaciones tan realistas, como si los soldados entrenándose estuvieran, por ejemplo, en Iraq, reproduciendo a enemigos virtuales que incluso hablaran en su lengua nativa. La “creativa” experiencia se realiza a bordo de un vehículo militar Humvee auténtico, al que se le han colocado sensores y dispositivos de todo tipo, de tal manera que se recree tanto la sensación de estar recorriendo tierras enemigas, como, si es el caso, el que los soldados entrenados cometan un error y sean “destruidos” virtualmente por un misil enemigo. Además, se ahorra mucho dinero. Por ejemplo, para capacitar a 13,500 hombres en campos reales de entrenamiento militar sólo durante tres semanas, se requieren 250 millones de dólares. En cambio, en los cinco años que lleva funcionando este “creativo” entrenador militar virtual, se han “capacitado” más o menos a igual número de hombres y “sólo” se han gastado 45 millones de dólares, un “gran” ahorro, al decir de sus creadores y coordinadores.
Pero mientras en el “entrenamiento virtual” los soldados se mueren de “a mentiras” en el “cuarto de guerra”, un letal producto, surgido de anticuada tecnología de la muerte, pero igualmente creativa para su tiempo, está acechando diariamente a millones de personas en el mundo.
Minas antipersonas: silenciosos asesinos
El deseo de ser el “vencedor” en una guerra, ha sido siempre el constante detonador de la escalada tecnológica de la que hemos hablado. Y una buena parte del concepto “vencer” se basa tanto en la capacidad defensiva, como en la ofensiva. Ya, desde la primera guerra mundial, las estrategias defensivas y ofensivas comenzaron a revolucionarse, sobre todo, con la invención del gas letal, que era rociado a los soldados contrarios, quienes morían por envenenamiento, así como de la construcción de trincheras, cavadas al borde de la línea enemiga y a las que se agregaban toda serie de obstáculos, tales como alambre de púas, barreras metálicas, bunkers artillados e, incluso, explosivos, muy bien ocultos debajo de la tierra suelta.
Y años después, durante la segunda guerra mundial, a algún “creativo” científico se le ocurrió “facilitar” la colocación de tales explosivos bajo el terreno incluyendo en un solo “ingenio” carga detonante y detonador, dando nacimiento, así, a la mortal mina, que primero se empleó para inutilizar tanques, de ahí, lo de su inicial nombre, minas antitanques, tan efectivas, que muchas que se han hallado de aquella época, siguen activas. Sin embargo, la “inventiva” de los letales “científicos de la muerte”, no quedó allí, pues viendo el potencial defensivo que constituían esos artefactos explosivos contra los tanques o vehículos terrestres, se pensó en hacerlas también contra personas. Así, los alemanes inventaron una, llamada Bouncing Betty, con la que “tapizaron” amplias zonas para contener a sus enemigos, éstas conocidas a partir de entonces como zonas minadas. Luego, durante la guerra de Corea, las fuerzas estadounidenses las emplearon contra los coreanos del norte colocándolas en las llamadas líneas defensivas. Más tarde, minas estadounidenses Claymore se emplearon en Vietnam, en donde causaron cientos de mutilados y muertos no durante la guerra, sino ya cuando había terminado, debido a que las fuerzas invasoras “olvidaron” o no les importó – tal vez en venganza a su derrota – desminar las tierras en donde cientos de miles de tales artefactos fueron enterrados.
Desde entonces, las minas antipersonas constituyen un grave problema tanto de seguridad mundial, como de contaminación terrestre. Veamos por qué.
BUENAS, LETALES Y BARATAS
Ya que en el sistema de mercado en que vivimos es tan importante la economía de escalas, aquélla que, gracias al consumo masivo, logra bajar los precios de lo que se produce, la gran demanda mundial que comenzaron a tener las minas hizo que bajaran sus precios de fabricación. Sí, sobre todo, porque no requieren mantenimiento, son fáciles de colocar y duran muchos años activas. Por ejemplo, existe un modelo chino – de dónde más –, la Type 72, antitanque, vendida por módicos $3 dólares. Estas minas son altamente sensibles y letales y, además, son fáciles de colocar, lo cual se realiza mediante máquinas rociadoras que los siembran como si fueran semillas. Por ejemplo, la firma italiana Valsella Meccanotecnica ofrece un eficientísimo sembrador de minas, que puede montarse en un auto y esparcir ¡30 minas por segundo!
Y a pesar de su oculta peligrosidad, y de todos los cuestionamientos éticos que se han empleado para prohibirlas, se siguen empleando. Un caso, es el de la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur, en la franja militarizada, con el conocido pretexto de evitar las incursiones enemigas. Una de las últimas guerras en que se les empleó masivamente fue la de los Balcanes, en donde por razones políticas y económicas de las naciones que apoyaban a los tres bandos, la antigua Yugoslavia se dividió en tres países: Bosnia-Herzegovina, Croacia y Serbia (ésta, vuelta a bautizar como Yugoslavia).
Pero el problema con las minas antipersonas es que terminadas las guerras o los pretextos que justificaron su uso, quedan activas y, lo más grave, ocultas, pues aunque son fáciles de colocar, su detección y desactivación es una actividad extremadamente riesgosa y mortal. Por tanto, quienes minaron tierras – ejércitos oficiales o guerrillas, da lo mismo –, asumen al final de los conflictos una cínica, pasiva actitud de “arréglenselas como puedan” en cuanto a las personas que tengan que circular por esos peligrosos lugares. Y esas personas no se darán cuenta de que andan en terrenos minados hasta que pisan una mina y la explosión le vuela las piernas, en el mejor de los casos, o lo mata.
PELIGRO LATENTE
En 1993, se calculaba que existían unas 450,000 personas minusválidas a causa de las minas ocultas, heridas ya cuando la guerra en sus respectivos países había terminado. África, uno de los continentes con los problemas más severos de minas ocultas, tiene entre 18 y 30 millones de esos artefactos escondidos aún entre lodo y hierbas, que pueden volarle las piernas a un campesino que esté sembrando o buscando leña. También en ese año, 1993, se calculaban entre 85 y 100 millones las minas desparramadas en el mundo, a pesar de que las contiendas a las cuales debían su letal existencia ya habían cesado. Como se señaló arriba, todavía se han hallado minas activas –es decir, con capacidad explosiva– que datan de la segunda guerra mundial.
En la actualidad, existen aún unos 60 millones de minas escondidas, que provocan entre quince y veinte mil muertes al año, y un número indeterminado de mutilados. Por otro lado, es pasmosa la lentitud del proceso de limpieza, hecho hasta ahora manualmente, mediante hombres que arriesgan sus vidas encontrando y desactivando las minas. Si estimamos que en 1993 habían 85 millones, resulta que apenas se han hallado en 11 años, 25 millones, es decir, aproximadamente 2.27 millones por año. Entonces, los 60 millones que todavía existen se llevarían –si es que ya no se hacen más guerras en donde se siembren estas semillas del diablo, como se les conoce– ¡26.4 años para ser limpiadas! Evidentemente que es demasiado tiempo como para que esos temibles, mortales, artefactos estén descansando, ocultos, asesinos, esperando a ver quién se para en ellos y pierde sus piernas o la vida. En las minadas tierras que aún existen en Bosnia-Herzegovina, matan hasta 10 personas mensualmente, un costo bastante alto para permanecer inactivos ante ese peligro. Es un problema que comparten 82 países, el de los mutilados o muertos por esos letales mecanismos.
Lo peor es que, a pesar del peligro latente que suponen las minas que continúan enterradas y activas, no sólo no se ha logrado prohibir su producción, sino que países como Estados Unidos, Rusia, China, India, Paquistán, Inglaterra, Italia, Suecia, Alemania, Austria y Francia entre otros – 42 en total –, se niegan a detener su fabricación alegando el cacareado pretexto de “razones de seguridad”. Si por “seguridad” se deben morir miles de inocentes civiles al año, entonces elijamos vivir menos seguros sin minas.
BIGFOOT Y MINEWORM: UNA ESPERANZA
Por fortuna, así como hay “científicos de la muerte”, existen personas preocupadas en atacar esos problemas. Una de ellas es el inventor inglés Bob French, quien concibió y fabricó dos ingenios que pueden limpiar las tierras de minas, de forma más segura y sin arriesgar vidas, ya que trabajan autónomamente. Las máquinas se llaman Bigfoot y Mineworm y son operadas a control remoto. Operan coordinadamente. Primero, Bigfoot avanza, no necesita mapas de minas, y consta de pies blindados, accionados por pistones que apisonan centímetro a centímetro la tierra minada, detonando cualquier mina. Cuenta con sistemas de absorción de choque, desviación de onda explosiva y disipación de la energía, los cuales evitan que sea dañado por las minas antipersonas. En caso de que se detone una mina antitanque, más potente que la personal, y dañe uno de los pies, éste se puede cambiar en el lugar mediante un repuesto. Atrás de Bigfoot le sigue Mineworm, el cual excava la tierra hasta 55 cm y remueve toda la artillería no detonada, junto con las minas defectuosas, además de extraer materiales ferrosos para su posterior inspección. Por último, esta noble máquina regresa la tierra, sin compactarla, lo que posibilita otra vez sembrar y cosechar en esos terrenos.
Los prototipos pesan 5 toneladas cada uno, y se les conoce como Land Mine Disposal Sistem, LMDS (Sistema limpiador de minas terrestres). Aún se están estudiando, con el fin de hacerlos más pequeños para que sean más manejables, pero de acuerdo con las pruebas, son bastante eficaces. Como ya se dijo, limpiando manualmente las tierras minadas, el avance es lentísimo y muy peligroso. En Bosnia, les llevó a cuadrillas antiminas limpiar 60 kilómetros cuadrados en dos años, luego del fin de la guerra. Las mencionadas máquinas pueden limpiar 500 metros cuadrados en una hora; en cambio, un equipo de limpieza, apenas avanza 200 metros cuadrados por día, y eso si no hay accidentes, muchas veces mortales. Precisamente fue en ese país en donde las máquinas se pusieron a prueba, con muy buenos resultados.
Justo sería que los países que fabrican las letales minas, dedicaran parte de las ganancias obtenidas por la venta de minas, para comprar y donar este tipo de máquinas a los países de las regiones en donde el problema es más grave – África y Asia – y lavar, así, algo de la gran culpa que tienen en ese grave problema. El paquete de las dos máquinas, más refacciones, entrenamiento y apoyo en el lugar, cuesta – según French – alrededor de $750,000 dólares, para el primer año y después, con la demanda, bajaría hasta $300,000 dólares. Ojalá, pues, que los países como EU, que gasta $450,000 millones de dólares anuales en fabricación y comercialización de armas, esté dispuesto a desembolsar sólo una fracción de esa brutal cantidad para librar a la humanidad de un mortífero demonio causado por ella misma.
Estos son, pues, la clase de problemas que las “creativas tecnologías de la muerte” le están legando a la humanidad.