Lo que la cinta “Oppenheimer” no contó sobre el uranio del Congo
Por Adán Salgado Andrade
El colonialismo nunca ha dejado de ejercer su funesta influencia sobre regiones como Latinoamérica. El gran ensayista uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) describió muy bien en su libro “Las venas abiertas de América Latina”, publicado en 1971, todo el saqueo al que ha sido sometida Latinoamérica, desde los tiempos de la colonia hasta la época “independiente” (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Las_venas_abiertas_de_Am%C3%A9rica_Latina).
En ese infame saqueo, nos hermana África, continente que por sus vastos recursos, también ha sido muy saqueado. Lo peor es que nada se queda allí, sino que los países que lo saquean, es para beneficio propio, no de los africanos. Y tras siglos de saqueo, es uno de los continentes que más está sufriendo la crisis climática, a pesar de que es el que menos ha contaminado (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/03/africa-la-que-mas-sufre-los-embates-del.html).
Y sigue el saqueo. Un país como la República del Congo, sigue siendo importante sólo por sus recursos, aunque continúa siendo uno de los países más pobres del planeta. El coltán, por ejemplo, elemento esencial para la industria electrónica, pues es un vital aislante térmico (no existirían los dispositivos electrónicos de todo tipo sin él), se explota en condiciones infrahumanas. Los trabajadores deben hasta cazar gorilas en extinción para comer, pues no hay una infraestructura que permita condiciones laborales decentes (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2009/09/el-coltan-otro-recurso-natural-mas-para.html).
Congo fue colonia belga, durante el reinado del rey Leopoldo II (1835-1909), y los tratos que daban a los nativos eran brutales. Entre otros, les cortaban manos o antebrazos si no cumplían con la cuota de lo que sacaban de las minas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/09/los-horrores-del-colonialismo.html).
La cinta “Oppenheimer”, dirigida por el británico estadounidense Christopher Nolan (Londres, 1970), expone la infame operación llamada Proyecto Manhattan para inventar y construir la mortífera bomba nuclear que se probó contra un derrotado Japón, que en nada justificaba que esa aberración militar se llevara a cabo. La operación, dirigida por Robert Oppenheimer (1904-1967), había creado dos tipos de bombas, una de implosión, la Fat Man, y otra de gatillo, la Little Boy. Así que había que probarlas. No era por acabar con la guerra; ya estaba, como dije, derrotado Japón, pero había que consumar la infamia iniciada por “respetables” hombres de ciencia (es aquí cuando se ve la falta de ética, de emplear conocimientos científicos para el mal, no para el bien de la humanidad, buscando sólo un buen salario y posición, como hicieron Oppenheimer y sus subordinados).
Se tenían que asegurar las minas de uranio de la mejor calidad, que sólo existían en Canadá, en la invadida Checoslovaquia que poseía la mina Joachimsthal, y en el Congo. Pero ya algunos científicos de Estados Unidos que habían experimentado con la fisión nuclear, vieron que era más fácil fisionar el U-235, que el U-238, y este mineral, abundaba en una mina ubicada en el Congo, por entonces colonia belga. Era la mina, Shinkolobwe, perteneciente a la Union Minière du Haut Katanga, también empresa belga, dirigida por el belga Edgar Sengier (1879-1963).
Como Bélgica ya estaba siendo también invadida por Hitler, Sienger tuvo la audacia de enviar sigilosamente a Nueva York, 1,200 toneladas de uranio en bruto de buena ley (o sea, que la piedra que lo contenía poseía mucho uranio). El cargamento se empacó en 200 contenedores de acero y fueron embarcados en un carguero que zarpó del puerto de Lobito en la Angola portuguesa, rumbo a Nueva York, en octubre de 1940. Absurdamente, como era un cargamento clandestino, tanto mineral permaneció oculto en una bodega en Staten Island durante dos años.
El francés de origen congolés Ngofeen Mputubwele escribió un artículo publicado por el portal Wired, titulado “La historia oculta que Oppenheimer no mostró”, en el que expone los obscuros orígenes del uranio que, como mencioné, fue minado del Congo y que fue esencial para construir las mortíferas bombas nucleares. “Viniendo del Congo, supe de dónde el ingrediente esencial para las bombas atómicas fue minado, aun cuando todos los demás parecían ignorarlo”, agrega como subtítulo (ver: https://www.wired.com/story/the-dark-history-oppenheimer-didnt-show/).
Su padre, a quien llama Papà, le contó sobre el uranio que se usó para hacer las bombas. “Mi padre nació en 1946, en la Misión Ngi, una casa de misionarios belgas. Él, pudo estudiar más allá del quinto grado, pues los niños congoleños tenían prohibido hacerlo, pero como mi padre iba a ser sacerdote, se hizo una excepción. Y me platicaba del maltrato que les daban a los sometidos trabajadores congoleños bajo el control belga, en donde los azotaban con chicotes que tenían clavos en las puntas, destrozándoles las espaldas. ‘Bienvenidos al Congo’, decían a los visitantes, si llegaban al momento de los castigos”, dice Mputubwele.
Y aunque su padre no vivó de cerca el periodo en que se explotó el uranio, sí se enteró y estudió todas las infamias que sucedieron y la forma tan brutal en que los trabajadores fueron sometidos, con tal de que ese uranio llegara a Estados Unidos, en donde se refinó. Era tan fino, digamos, que “100 kilogramos de uranio congolés rendían 1 kilogramo de uranio refinado, grado bomba nuclear, a diferencia del uranio de otras partes, que sólo rendía 2 o 3 gramos por la misma cantidad”. Vaya si se desperdiciaba mucho material para refinarlo.
Así que, estratégicamente, fue muy importante el uranio congolés.
Y, en efecto, las sobrecargas de trabajo, las muertes de los pobres mineros que hasta tuvieron que hacer huelgas (a muchos, los asesinaron, por andar de “revoltosos”), no se reflejan en la cinta de Nolan. Sólo se ve cómo Oppenheimer echaba bolas de colores en una urna, para representar todos los kilogramos de uranio que se iban refinando.
El uranio que sacaban de las minas, era descrito por un minero como un bloque “tan grande como un cerdo, negro y dorado y se veía como si estuviera cubierto de óxido verde o musgo. Parecían piedras suntuosas”.
Como la colonia, aunque era belga y Bélgica ya había sido invadida por los nazis en 1940, se declaró en favor de los aliados, la explotación del uranio y su clandestino traslado a Estados Unidos (pues había espías nazis), siguieron y por eso fue posible hacer la bomba.
Debido a que la producción se incrementó, los capataces exigían más a los pobres mineros. Uno de ellos se rebeló, Léonard Mpoyi, y se rehusó a trabajar, hasta que la empresa, habiéndoles prometido un aumento salarial, lo pusiera por escrito. El gobernador del sitio, Amour Marron, muy molesto, tomó un revolver y lo mató, y sus guardias dispararon hacia los trabajadores , matando e hiriendo a muchos.
De todos modos, esa rebelión funcionó y tuvieron, muy a su pesar los administradores, que subirles los sueldos, por la exigencia de las circunstancias (Estados Unidos presionaba mucho por el uranio).
Pero para evitar que los nazis se enteraran, nunca se referían soldados o científicos al uranio por su nombre, sino que le llamaban “diamantes”.
Y a pesar de los años, el físico nuclear congolés Jean Bele, citado por Mputubwele, dice que “todavía hay isótopos radioactivos en Shinkolobwe. Y en Oak Ridge (el sitio de Tennessee en donde se refinó el uranio), hay altos índices de cáncer. Igualmente en Saint Louis Missouri, en donde se depositaban los desperdicios del uranio que se refinaba, la contaminación todavía representa riesgos a los trabajadores que durarán los próximos mil años”.
Dice Mputubwele que “como fan que soy de Nolan, al final, me acerqué para preguntarle porqué había usado las bolas de colores y me dijo que era justamente para representar todo lo que se requería para refinar el uranio en bruto, pero que matemáticamente así fue”.
Irónicamente, a Sengier, el administrador de Shinkolobwe, le otorgaron en 1946 la Medalla al Mérito, a pesar de ser extranjero “por haber hecho tan excepcional y meritoria acción”, a pesar de que trabajos de inteligencia de los aliados, durante la guerra, “revelaron que también les vendió a los nazis 1.5 millones de libras (680.3 toneladas) de uranio”. Así que el tipo no fue tan fiel a los aliados, como se ve.
Finaliza Mputubwele indicando que su padre tenía 13 años, cuando el Congo ganó su independencia, en 1960. “Mi padre siempre supo que los mineros congoleses fueron muy importantes para la historia de las bombas nucleares”.
Como señalé, el Congo, a pesar de esa “independencia” sólo se sigue viendo como una fuente de muy importantes recursos minerales. Si no tuviera eso, sería como Somalia, país que nada ofrece y que por eso nadie se interesa en la suerte de sus habitantes, los que pasan por sequías y hambrunas constantes (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/10/la-grave-hambruna-en-somalia.html).
Tampoco muestra Nolan en su cinta el horror que vivieron los japoneses al ser bombardeados de una forma tan alevosa, no una, sino dos veces (se hace muy breve mención en una trasmisión radial que se hizo en ese momento). Es como si los árabes hicieran una cinta sobre cómo el supuesto terrorista Osama bin Laden (1957-2011) planeó los sospechosos ataques a las Torres Gemelas en septiembre del 2001 y no se mostrara lo que significó para las personas que murieron o sobrevivieron a dichos ataques.
En realidad, la cinta de Nolan, parecería un homenaje a Oppenheimer, pues se hace más énfasis en que a pesar de su “proeza”, se le hizo un juicio porque se le consideraba comunista y que, por su culpa, se habían revelado los secretos de cómo construir artefactos nucleares a la URSS. Al final, se le exoneró y hasta se le concedió una Medalla al Mérito.
Sí, al mérito de haber inventado un artefacto tan mortífero que mató a cientos de miles de japoneses tanto en su lanzamiento, como por los efectos posteriores.
Así que, quién sabe si los mineros congoleses, si hubieran sabido para que se usaría el uranio que duramente extraían, lo habrían seguido haciendo.
Quizá no.
Lo que sí, es que les costó a muchos la vida, como a los japoneses que murieron por ese uranio.
Y todo en nombre de la “civilización” y de los “avances científicos”.
Contacto: studillac@hotmail.com