lunes, 10 de octubre de 2022

De caballos y leones

De caballos y leones

Por Adán Salgado Andrade

 

Aunque la actual pandemia todavía sigue activa, al parecer, es algo que a la gente ya no le preocupa demasiado. Con los contagios muy disminuidos, todo, en apariencia, está retornando a la “normalidad” o algo muy cercano a ésta (ver: https://www.jornada.com.mx/2022/10/05/politica/014n2pol).

Las actividades van tomando su cauce y debe de ser así, para que se ”reactive la economía”, como dicen las mafiosas autoridades de este país – y de todos –, que debemos de hacer.

Y eso fue lo que nos dispusimos a reactivar un sábado por la mañana, en un día que, además, estaba entre nublado y soleado, ideal para pasear.

Decidimos trasladarnos desde Ixtapaluca, estado de México, hasta un sitio llamado San Andrés Metla, rumbo a Amecameca, en donde confluyen varios restaurantes de comida, entre campirana y de la que puede hallarse en cualquier restaurante de la ciudad de México, y caballos, para sentirse, por un rato, un no muy avezado jinete.

Desde Ixtapaluca, no habría sido largo el viaje, pues se ubica el lugar a unos 17 kilómetros, no más de media hora de camino. Sin embargo, están haciéndose unas obras de ampliación de un tramo de la carretera federal, a partir de la llamada Plaza Sendero. En unos 800 metros, por la reducción a solamente dos carriles, de diez que confluyen – de los vehículos que circulan por la carretera federal y los de la autopista México-Puebla –, el tiempo es de una hora o más.

Un obstáculo que se opone a la requerida reactivación, como para desanimar a los paseantes. Tendría el estado de México o quien esté a cargo de la obra, que agilizarla, si se desea agilizar el tráfico por ese tramo, y no sólo para los ocasionales paseantes, sino para todos los que a diario lo emplean, para acudir a la ciudad de México a realizar sus actividades. La ciudad de México, sigue teniendo mucha influencia en todas esas zonas aledañas.

Se estima que de los municipios conurbados a la ciudad de México, alrededor de 2.25 millones de personas se trasladan cada día, sea mediante transporte público (un 67%) o auto particular (un 25%). ¡Demasiada centralización! (ver: https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2018/EstSociodemo/OrgenDest2018_02.pdf).

Ya, salvada la hora que tardamos para cruzar ese atascón de tráfico, no llevó más de quince minutos llegar a San Andrés. Nos trasladó un amigo que presta servicio de Didi. Y gracias a esa circunstancia, nos cobró lo que la aplicación indicó al inicio del viaje, sin agregar la llamada “tarifa dinámica”, con lo que el viaje habría salido más caro (y fue lo mismo que nos cobró de regreso. Y su comida y el caballo, corrieron por nuestra cuenta).

En San Andrés, de inmediato, se acercan personas que ofrecen el servicio del restaurante al que pertenezcan. Si no lleva uno el lugar definido en el que se comerá, se corre el riesgo de caer en algún sitio que sea caro, además de malo. Nosotros, recomendados por nuestro amigo conductor, fuimos a un sitio llamado Don agussstin, de regular calidad, en donde pueden comer la clásica comida de antojitos, como quesadillas, sopes, carne asada, tacos de carnitas, enchiladas, pancita y así (ver: https://www.google.com/maps/place/Don+agussstin/@19.2183401,-98.8426826,15z/data=!4m5!3m4!1s0x85ce2395d0d4e7bf:0x150ee5c20d30b86b!8m2!3d19.2183397!4d-98.8339048).  

Como dije, la calidad es aceptable, pero como ha sucedido con todo el encarecimiento de precios, reflejado principalmente en los alimentos, los platillos son caros (unas enchiladas verdes, por ejemplo, 175 pesos). así que si acuden unas seis personas, como nosotros, no gastarán menos de mil pesos, y, eso, si comen moderadamente, es decir, un platillo y una bebida.

La propina, por la carestía, cada vez es menos otorgada por muchos. Pero hay que tomar en cuenta que, las más de las veces, es el salario principal de la mesera o mesero que los atienda y, si se esfuerza, se gana ese diez por ciento, aproximadamente, que es moralmente correcto entregar. La cuenta ascendió a poco más de mil pesos, así que di cien pesos a la amable mesera que nos atendió.

Satisfecha la comida y la bebida, nos acercamos a los prestadores de servicios equinos, los que también, por la competencia entre ellos (no pude precisar si todos eran familiares, pero supongo que sí), se aproximan mucho antes de que lleguemos a donde están las improvisadas “caballerizas”, un polvoso sitio a un lado de la carretera. Hasta eso, los caballos se veían bien cuidados, sin huellas de maltrato. Eran alazanes, como les llaman a los de color café o beige, los más comunes.

A sesenta pesos la media hora, es un precio razonable. No ha subido mucho, desde hace cuatro años que fuimos, cuando cobraban cincuenta pesos, quizá porque si los incrementan demasiado, desalientan a los no muchos que se animan a cabalgar unos treinta minutos, sobre todo, supongo, por el temor de que el caballo los pueda tirar.

Elegidos los caballos, procedimos a montarlos. Y quien esto escribe, estuvo a punto de sufrir, si no grave accidente, sí, fuerte golpe, pues a punto estuve de caer, ya que la yegua que monté, antes de que estuviera bien sentado, se puso nerviosa y se movió, por lo que perdí el equilibrio y caí hacia atrás. Por fortuna, la rápida intervención de los caballerangos, evitó la caída. De lo contrario, allí habría terminado nuestro paseo.

Los caballos, los cobran por igual, sean grandes o ponys, muy conveniente, pues muchos niños acuden y sólo se animan a montar, si aquéllos, son pequeños (nos acompañaba un sobrino de cinco años, que montó un bonito pony café).

Lugo del inicial cuasi accidente, nos dispusimos a recorrer el trayecto de media hora, que las monturas conocen muy bien, por tanto tiempo de haberlo hecho. Como señalé, el día era ideal, nublado, así que no tuvimos problemas de las típicas asoleadas, que a muchos debilitan y queman la piel. Como no estaba muy contaminado, pudimos gozar la vista del montañoso horizonte, apreciándose muy bien los volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, los que ya casi no presentan, por desgracia, nieve. Los glaciares que los cubrían permanentemente, debido al grave calentamiento global, desaparecieron y sólo presentan nieve ocasionalmente (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/08/los-superricos-se-vuelven-mas-ricos-y.html).

El resto, eran pastizales. No se ve que ya se siembre mucho por esos sitios, no es negocio el campo en México (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2007/12/apertura-total-del-agro-mexicano-al-tlc.html). 

Debo decir que, desde niño, estoy acostumbrado a montar caballos, pues muchas veces, era la única forma de llegar al tramo final que iba al pueblo en donde mi madre nació, enclavado en la Huasteca Hidalguense.

Así que no tengo problema en, digamos, conducir un caballo. Sólo se trata de ser amable, arrearlo con el sonido, como de besos, emitido entre los labios y ya. Por ello, le pedí al caballerango que me dejara cabalgar solo.

La yegua, se portó muy bien, luego de que casi me tiró. Pero a cada rato, se detenía para comer algo de hierba. Y, enseguida, continuaba el acostumbrado trayecto, a galope ligero.

Siempre he pensado que la gente del pasado, la que andaba todo el día montada en caballos, antes de que hubieran otros transportes, debía de sufrir algún problema de salud óseo o de columna, tanto por tener las piernas abiertas por varias horas, así como por el constante golpeteo en la entrepierna. Para el “hombre moderno”, creo que basta con esa media hora de montar.

Como dije, los caballos se veían bien cuidados, no maltratados, así que cumplen su función de trasladar a los improvisados jinetes muy bien. El dueño de ellos, un joven de unos 35 años, dice que sale “algo caro” mantenerlos, sobre todo, por el forraje. Me imagino que deben de darle un promedio de unos diez viajes al día, o sea, alrededor de $600 pesos, al menos en los fines de semana. Suponiendo que se gaste un veinte por ciento en alimentarlos y otros cuidados, de lo que cobran, eso sería unos $120 pesos por equino por día. La silla y los arreos, también se hallan en condiciones aceptables, no percibiéndose que lastimen a los equinos.

Así que el caballerango, propietario de cinco caballos adultos y el pony, debe de obtener entre diez mil y catorce mil pesos “libres” por caballo mensualmente. Nada mal. Realmente vive de sus caballos. Por eso, debe de tratarlos bien, alimentarlos adecuadamente. Como se ve que hace con sus caballos.

Y bien, habiendo satisfecho nuestro improvisado deseo ecuestre, a sugerencia de nuestro amigo conductor, de allí, nos trasladamos a Poxtla, a unos 16 kilómetros de donde estábamos, al rancho “El Lucero”, ubicado cerca de Amecameca, entre esta ciudad y Tenango del Aire (ver: https://www.google.com/maps/place/El+Lucero%22/@19.2167195,-98.8323601,12z/data=!4m5!3m4!1s0x85ce3d1b76ada71b:0xfede82c0ec19f481!8m2!3d19.1346461!4d-98.7985772).

El atractivo del sitio, que además vende todo tipo de productos cárnicos y lácteos – leche, quesos, crema, gelatinas, postes, pan, chorizo, carne… –, es que tienen varios animales en cautiverio, como si fuera un pequeño zoológico. Un letrero a la entrada, advierte a los visitantes que “no se molesten en denunciar, pues todos nuestros animales fueron adquiridos legalmente”.

Hay una leona y un león, que se ve que llevan varios años allí. También hay patos, pavorreales, avestruces y una guacamaya. Y, como es también un rancho lechero, tienen unas cincuenta vacas y algunos toros. El sitio está muy limpio, bien cuidado, y los animales, se notan perfectamente bien alimentados y atendidos.

Los leones, dormían en ese momento.

Escuché a una mujer, comentar una ¡aberración!: “Me dan ganas de aventarles una piedra, para que se levanten y te tomes una fotio”. Eso lo decía a una niña de unos cinco años, que les gritaba y gritaba, para ver si se despertaban y levantaban. El afán sólo era de tomarse la foto, la selfie, con tal de subirla más tarde al FB o al Instagram, redes en donde todo mundo pretende popularizarse, tener sus quince minutos de fama.

Pero nada más, es la foto por la foto, no por lo que hay detrás. Como en ese caso, animales en cautiverio que deben de servir como diversión para curiosos, hasta irresponsables, visitantes, que sólo desean tomarse la mencionada fotografía. “Le agregaron esa reja, porque no los respetaban, les tiraban cosas”, dice nuestro amigo, haciendo la observación de que, en efecto, hay rejas que alejan de la jaula en donde están los leones, un metro y medio, aproximadamente.

¡Vean, nada más, a lo que deben de recurrir los dueños, con tal de evitar que algunos irrespetuosos visitantes molesten a los pobres leones! Una muestra de que no hay veneración por animales y plantas!

La mayoría de la gente sólo respeta a sus mascotas – perros y/o gatos –, pero no a animales silvestres.

Puede llegar el momento en que los dueños del sitio, decidan que es hasta peligroso, permitir visitantes y denegar el acceso.

El sitio también ofrece servicio de restaurante. Con todas las ventas que realiza, sostiene a su pequeño zoológico.

El tractor que se usa, supongo que para arar sus propias tierras, también es exhibido. Y a un lado, el camión cisterna, en donde se transporta leche, que quizá industrialicen y distribuyan localmente a otros negocios.

Es de esperarse que pequeñas granjas, como El Lucero, resistan los embates de las grandes empresas agroindustriales – Lala, Alpura, Santa Clara…–, las que tienden a desaparecer o absorber con su agresiva competencia a esos negocios, pues es la forma de actuar del capitalismo salvaje y su infame monopolización (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/04/el-capitalismo-salvaje-se-autodestruye.html).

Adquirimos quesos y algunos postres, algo más baratos que si se compraran en centros comerciales, un 15% más económicos, aproximadamente. Queso panela, por ejemplo, a $170 pesos el kilogramo.

Y pan, éste, al precio promedio en que podría adquirirse en panaderías. Por ejemplo unas conchas familiares – de unos treinta centímetros de diámetro –, en cuarenta y cinco pesos.

Y ya, saciada nuestra curiosidad por ese singular lugar, y habiendo adquirido el queso y el pan nuestro de cada día, nos aprestamos al retorno.

Fue muy rápido, pues el trayecto a Ixtapaluca, no presenta obstáculos, ni reparaciones. En cuarenta minutos, estábamos de regreso.

Y esa fue nuestra forma de ayudar a la reactivación económica.

Debo de agradecer que mi evitado accidente, no contribuyó también a la reactivación hospitalaria.

Y que, gracias a esa providencial circunstancia, pude escribir esta crónica de una reactivación.

 

Contacto: studillac@hotmail.com