martes, 11 de octubre de 2022

Los trabajos que tienen que ver con la muerte

 

Los trabajos que tienen que ver con la muerte

Por Adán Salgado Andrade

 

En la cinta Departures (Japón, 2008), que aquí se llamó “Violines en el cielo”, dirigida por Yōjirō Takita y protagonizada por Masahiro Motoki y Ryōko Hirosue, multipremiado filme, Daigo, el personaje principal, al perder su trabajo como chelista, cuando su orquesta se deshace, decide pedir empleo en una funeraria. Su trabajo consiste en arreglar a los cadáveres. Como en Japón existe el prejuicio contra esas personas, lo oculta, incluso, hasta a su mujer. Pero como es muy bueno, cuando muere la dueña de la funeraria, le piden que la arregle. Los que presencian su trabajo, incluida su esposa, le toman mucho respeto por el cuidado que pone al hacerlo. Mika, su esposa, ya no lo critica más, por dedicarse a ese empleo que, al principio, ella consideró “indigno”. Luego, le avisan a Daigo sobre la muerte de su padre, al que le tenía resentimiento, pues lo había abandonado cuando él tenía sólo seis años. Muy de mala gana, acepta ir a verlo a la funeraria. Pero cuando observa lo mal que habían tratado al cadáver, él mismo, a pesar de su resentimiento contra el señor, lo arregla, dejándolo muy bien. Eso sirvió como una forma de reconciliarse con su padre, pues lo recordó cuando estaba vivo (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Departures_(2008_film)).

En efecto, vemos con algo de curiosidad, quizá hasta morbosa, a las personas que desarrollan una tarea relacionada con la muerte. Por ejemplo, es el caso con los médicos forenses que, luego de años y años, se tornan inmunes a su trabajo de examinar a los cadáveres y determinar las causas de su muerte. Muy “macabra” tarea, pero necesaria, sobre todo, en los casos de muertes súbitas, que sus informes arrojen si el deceso se debió a causas “naturales” o a un asesinato.

Y qué decir de los llamados “panteoneros”, los que sepultan a las personas que todavía buscan ese fin, opuestas a que los cremen, por temor de que su alma también sea incinerada. Por supuesto que no es así, pero en la tradición católica, es impensable que a un cadáver lo cremen, prefiriendo la “cristiana sepultura”.

Recuerdo al panteonero que sepultaba cadáveres en el panteón municipal de Huichapan, Hidalgo, don Cayetano. El señor, de unos 65 años en ese entonces, 1982, que fue quien sepultó a mi difunto padre en dicho año, decía que “los muertitos me hablan y me piden que les ponga sus florecitas”. Cierto o no, la cuestión era que el señor Cayetano se veía contento con su trabajo o, al menos, acostumbrado.

Y en México hay una doble moral respecto a la muerte. Por un lado, se le teme, pero, por otro, se le homenajea. Cada 2 de noviembre, los altares de origen mexica, honran a los difuntos, con ofrendas de alimentos (tamales, atole, pan o de las especialidades culinarias de cada lugar) y flores, sobre todo, las de cempaxúchitl, de característico aroma, entre fuerte y dulzón, inconfundiblemente, por tradición, relacionado con esa fecha (hay que decir que, como señalé, es más una tradición mexica, que católica, aunque la religión la quiera mostrar como suya).

Pero volviendo a la gente que trata con los muertos, son en quien menos pensamos.

El artículo “La muerte como el trabajo para vivir: qué significa ser un encargado de una funeraria o un cavador de fosas”, firmado por Kim Kelly, es un recuento de experiencias que distintos autores, han tenido al entrevistar a personas, cuyo trabajo tiene que ver con muertos (ver: https://www.teenvogue.com/story/all-the-living-and-the-dead-book).

Dice Kelly que ya, a comienzos de los 1970’s, el historiador estadounidense Studs Terkel (1912-2008) “entrevistó a Homer Martinez, un cavador de fosas, cuya plática incluyó en su ya clásico libro Working (Trabajando). De esa entrevista, Martinez, que antes había sido camionero y jardinero, le dijo a Terkel que su trabajo era como cualquier otro, ‘si usted se pone a pensar, un funeral es una de las cosas más naturales del mundo’. Junto con embalsamadores y los directores de funerarias, los enterradores dominan la imaginación popular, cuando pensamos sobre la gente que trabaja con los muertos. La profesión ha cambiado un poco durante los años – ahora, se usa equipo pesado y menos paladas –, pero su propósito permanece el mismo, como Martinez le dijo a Terkel, ‘un cuerpo humano, se va a su fosa’”.

Luego, Kelly menciona a Maximilliam Alvarez, que “cincuenta años más tarde, entrevistó a otro enterrador, para su libro The Work of Living: Working People Talk About Their Lives and the Year the World Broke (Trabajar para vivir: gente trabajadora platica sobre sus vidas y el año en que el mundo se trastornó).

Alvarez, que conoció a Terkel, entrevistó a un viejo enterrador, Nick Galuppo, quien le dijo que “aunque ha pasado el tiempo, todo es lo mismo. Pero veo cómo envejezco, y digo que no soy el mismo tipo que se creía inmortal y pronto estaré cavando mi propia fosa”.

Dice Kelly que sólo nos acordamos de los enterradores, cuando los requerimos, “pero su trabajo es esencial. Cuando en 1973, 1,700 miembros del cementerio de Nueva York, pertenecientes al sindicato de sepultureros, se pusieron en huelga por 27 días, 1,400 cuerpos estuvieron esperando a las puertas del cementerio para ser sepultados”.

Debió de ser terrible y dramático, sobre todo, para los familiares, ver a sus seres queridos, esperando como “basura” a ser enterrados. Sí, quizá estaban en su derecho esos trabajadores, pero fue extremo el paro de labores. Los cuerpos, debieron de haberse descompuesto durante la larga espera.

Y son distintas las reacciones de la gente que trabaja con la muerte, pero todos coinciden en que su labor “es muy necesaria”.

Luego, Kelly se refiere al libro que acaba de publicar la periodista australiana Hayley Campbell, que explora distintas profesiones, que tienen que ver con la muerte, desde una encargada de una funeraria, un enterrador, un operador de un horno crematorio, un embalsamador, un aseador de escenas de crimen, una consoladora de gente que ha perdido a sus bebés, un técnico de patología anatómica y otros. “El que más la inquietó, fue la labor de un verdugo en una cárcel. Pero trató de suavizar el encuentro lo más posible, sobre todo, aclarando que para el hombre, que sufre estrés postraumático, su labor es hasta necesaria, evitando que otros cometan esos obligados asesinatos de la prisión. El verdugo, peca por otros” (es un libro que estoy leyendo y próximamente les compartiré la reseña).

Kelly, recordó a un amigo, David Campbell (no tiene parentesco con Hayley), quien se dedicó por algún tiempo a trabajar en una funeraria, diez años. “No ganaba mucho, unos $150 dólares por embalsamar a un cuerpo y hasta $250, si era requerido un trabajo más especial, sobre todo, poner presentables a cuerpos que estaban en muy mal estado”.

Dice David que “las condiciones de trabajo, dependían del negocio. Los grandes, te dan todas las prestaciones, pero los chicos, no. Y tienes que trabajar con instrumentos como escalpelos o agujas sin sanitizar. Y te duele la espalda, aunque sean buenas las condiciones laborales, por tener que levantar a los cadáveres. Muchos encargados de funerarias, tienen problemas de espalda, incluso, a temprana edad. Y también tienes el estrés psicológico. De todos modos, ganas más que los enterradores, a los que les pagan a seis dólares la hora, cuando mucho. Muy explotado su trabajo”.

Dice Kelly que Hayley se sensibilizó mucho con los trabajadores que trabajan con muertos. “En lo peor de la pandemia, la gente de Nueva York, felicitó a los trabajadores que arriesgaban su vida, con tal de que las labores esenciales, como el reparto de alimentos y otras, estuvieran allí. Pero nadie se acordó de los enterradores o los que trabajaban en las morgues, sin los que estaríamos totalmente perdidos, sobre todo, en una pandemia”.

Tiene razón. Fue un trabajo, lamentablemente, muy “socorrido”. En España, por ejemplo, los trabajadores de las morgues, que tenían que ir a recoger a la gente fallecida por el covid, incrementaron mucho su labor. Y la desarrollaron muy eficientemente, a pesar de poner en riesgo sus vidas por los contagiosos cuerpos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/12/por-pandemia-tienen-mucho-trabajo.html).

Hayley “espera que su obra, sensibilice a la gente, sobre el trabajo de las personas que tratan con la muerte, que vean que son trabajos dignos”. “No son personas sombrías, al contrario, hasta ven sus labores divertidas, pues al conocer lo peor, la muerte, hacen la paz con ella”, dice Hayley.

En efecto, como el mexicano hace al “burlarse de la muerte”, cuando redactan las famosas calaveras.

Y ya que se acerca otro Dos de Noviembre de calaveras, vaya una para todos ellos:

 

A los enterradores, muy hábiles en sus labores,

A los embalsamadores, que dejan muy bonitos a los cuerpos,

A los forenses, que los examinan en las morgues,

Y a los que hacen las lápidas, que recuerdan a los muertos.

 

Contacto: studillac@hotmail.com