domingo, 23 de octubre de 2022

Conversando con un distribuidor de extintores

Conversando con un distribuidor de extintores

Por Adán Salgado Andrade

 

La protección civil se refiere a todos los protocolos de seguridad que deben de seguir, obligatoriamente, empresas, oficinas públicas y privadas, cines, teatros, plazas comerciales… todo aquello que desempeñe alguna actividad, cuando se enfrenten desastres como incendios, terremotos, inundaciones, huracanes, incendios forestales y cuanto inesperado evento ponga en peligro la seguridad de empleados y usuarios.

Por lo mismo, mucha gente se dedica a tal actividad, revisando los protocolos de las empresas, que estén actualizados, que cuenten con todas las medidas de seguridad, como salidas de emergencia, lugares de reunión seguros, para el caso de terremotos o inundaciones, instalaciones y construcciones seguras y equipos de sofocación de incendios, como mangueras de emergencia y, sobre todo, extintores.

Conocí a un joven, al que llamaré José, que se dedica, justamente, a distribuir y/o recargar extintores. En realidad, es una de sus dos ocupaciones, pues la otra, es la de conductor de Uber. “Este carro, me lo pude comprar con lo que me dejó un buen contrato que tuve, que recargué casi siete mil extintores. Con lo que saqué, me compré el carro. Y así, cuando no tengo mucho trabajo con lo de los extintores, me dedico a lo del Uber”, me dice.

El negocio ya es de tradición, pues me dice que su abuelo lo inició y, luego, lo heredó a su hijo, el padre de José. Y como afirma que se vive bien de los extintores, también se dedica a eso.

Estaba estudiando ingeniería, pero cuando su novia, actual esposa, se embarazó, no le quedó más remedio que ponerse a trabajar de lleno en los extintores. “Además, no quería yo que viviéramos ni en la casa de mis suegros, ni con mis papás. Mejor nos fuimos a rentar. Y allí es en donde puse mi taller para lo de los extintores”.

Vive en Ixtapaluca, en donde paga $2,700 pesos mensuales por una casa, “chica, pero cómoda. Como quiera, estamos solos”. Tienen una hija de año y medio, “así que por eso más tengo que trabajar”. Sobre todo, mientras su esposa, que acaba de terminar la carrera de abogada en un escuela privada, encuentra empleo. “Ya nada más le falta que le den la firma, para que pueda titularse”, dice, muy entusiasmado.

Y me sigue platicando de los extintores. Hace como año y medio, una persona lo contactó para que les hiciera un presupuesto de las recargas de extintores de una bodega de papelería y artículos de la marca Scribe. Le dio un presupuesto económico, con tal de que le diera el trabajo “Me dijo que me iba a llamar. Y pensé que no, pero que me llama y que, además, quería que le presupuestara para sesenta bodegas. Y que me pongo a trabajar. Me tardé como dos meses, porque eran casi siete mil extintores, pero me fue muy bien”.

Su negocio ya es independiente del que hace su papá, el que, además, es quien revisa que las empresas tengan bien sus protocolos de protección civil. Y, en el caso de los extintores, él también se los puede recargar o surtir. Me parece bien que haga las dos cosas. Es una forma de facilitarles los trámites a las empresas que requieran regularizar o poner al día sus equipos para combatir incendios.

Me explica que hay, tanto distintos tamaños de extintores, así como distintos rellenos. En el caso de los tamaños, los hay desde los chicos, que contienen sólo cuatro kilogramos de sustancias extintoras de incendios, hasta los de dieciséis kilogramos que, por su peso, son unidades móviles, que deben de trasladarse sobre ruedas. Y su precio varía, desde los ochocientos pesos, para los chicos hasta unos ocho mil, para los grandes.

“Y de lo que contienen, unos, es el compuesto AJ, que es agua-jabón, que se usa para las madererías, para que la madera que no se queme, se pueda rescatar. Es una mezcla de agua con jabón, para extinguir el fuego. Luego, viene el CO2, que se usa en oficinas en donde hay equipo electrónico, como computadoras y así, para que no se les eche a perder. Ese compuesto, sólo enfría y apaga. Y, ya, en papelerías y en tiendas y así, se usa el PQS, que es el polvo químico seco, el que deja una película”. Sí, le digo que es el polvo blanco con que queda todo cubierto y me responde que el color varía, porque indica que se siguió el protocolo de revisar el equipo cada año. “Sí, se debe de hacer cada año la revisión y la recarga, es obligatorio, pero hay empresas que no lo siguen”, me dice, haciendo alusión de que, muchas veces, un soborno, sobre todo a un inspector público, puede hacer que les den el certificado de que todo está bien, aunque no sea así.

Pero, nada más hay que ver que esas irresponsables decisiones, muchas veces llevan a consecuencias casi fatales. Fue el caso del colegio Rébsamen, que se colapsó en el terremoto sucedido el 19 de septiembre del 2017, pues las ampliaciones que se le hicieron, no cumplían con los protocolos constructivos obligatorios. El resultado fatal fue de 19 niños y siete adultos fallecidos (ver: https://elpais.com/mexico/2020-09-19/la-tragedia-del-colegio-rebsamen-halla-justicia-a-tres-anos-del-terremoto.html).

Y de los compuestos, el más caro es uno que cuesta veintidós mil pesos el kilogramo, “que se usa para apagar metales como aluminio”, dice José. “¿Para apagar metales?”, pregunto. Y ya me explica que en incendios mayores, el metal queda al rojo vivo, fundido. Entonces, ese compuesto, sirve para enfriarlo rápidamente y que se pueda remover. “¡Pero es muy caro, porque cuatro kilos del PQS valen setecientos pesos y uno de ese, veintidós mil pesos!”, exclama.

Sí, estoy de acuerdo, debe de ser un extinguidor químico muy potente. Me pregunto ¿qué hará al medio ambiente, así como los otros? Sí, no dudo que son sustancias necesarias, pero su impacto ambiental debe de ser grande. Son las consecuencias de la “civilización”.

José dice que por las mañanas, cuando tiene trabajo con los extintores, labora en su taller que, como dije, está en su casa. Y ya, en la tarde, sale a manejar el Uber. La ventaja es que el auto es suyo, no tiene que dar cuenta a nadie. Los que así trabajan, deben de estar muchas horas al volante, mínimo, unas doce, para sacar la cuenta semanal, además de su salario, el que apenas les permite sobrevivir.

Dice que, a veces, están viejos los extintores, pues se rebasa su vida útil segura, que es de unos siete años, cuando mucho. “Y muchos, no aguantan la presión de la recarga y les vuelan las válvulas. Uno, la otra vez, se botó y me pegó en un costado y me dejó un moretón”. Y ha tenido suerte, porque, en otra ocasión, le botó y le pasó a un lado del rostro. Le hubiera provocado una fuerte lesión.

A su papá, sí, hace años, una válvula le botó sobre el pecho, fracturándole algo el esternón. “Estuvo como dos semanas encamado, sí, fue muy duro el golpe”.

Su padre emplea a siete personas. Su negocio, pertenece a las miles de pequeñas microempresas, que son las que más trabajo dan en este país. De acuerdo con la Secretaría de Economía “son las que tienen menos de 10 trabajadores, generan anualmente ventas hasta por cuatro millones de pesos y representan el 95 por ciento del total de las empresas y el 40% del empleo en el país; además, producen el 15 por ciento del Producto Interno Bruto” (ver: http://www.2006-2012.economia.gob.mx/mexico-emprende/empresas/microempresario).

Así que la empresa de extintores y protección civil del padre de José, es muy importante.

Le digo que los autos nuevos de antes, traían como equipo estándar un pequeño extintor. “Sí, debería de traerlo, pero ya, ahora, es equipo extra. Yo sí traigo uno, por lo que pudiera pasar”.

Y así debería de ser, pues vivimos en constante peligro. Las casas, tienen tanques de gas, que podrían estallar (como suele suceder). Los autos y vehículos, tanques de gasolina o diésel. Pipas acarreando gas o gasolina, circulan a toda velocidad. Lo mismo, tráileres que cargan peligrosos químicos de toda clase…

Y durante terremotos, los cables de la luz podrían reventarse y ocasionar un incendio, como también sucede.

Así que en cualquier lugar, deberíamos de tener a la mano un extintor, supongo, para tales emergencias.

Y protocolos mucho más estrictos, deberían de aplicarse a los fabricantes de pirotecnia, que la mayoría, si no es que todos, son clandestinos. Es frecuente la nota de que un polvorín clandestino estalló en tal o cual poblado. Tan sólo en Tultepec, estado de México, entre octubre y diciembre del 2021, hubo siete polvorines que estallaron, dejando decenas de muertos y heridos (ver: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/12/11/estados/dos-muertos-y-13-heridos-por-explosion-de-polvorin-en-tultepec/).

Pero, como dice José, con un buen soborno, corruptos “inspectores”, pasan por alto medidas de seguridad realmente imprescindibles.

¿Quedará en su consciencia, cuando una instalación que recién revisaron, se consumió totalmente y hasta hubo víctimas?

No creo.

El buen dinero que ganaron por “hacerse de la vista gorda”, sólo ha de hacerlos sentir un leve escozor en la cabeza.

Claro, si no se descubre que cometieron fraude y terminan en la cárcel.

Extrema forma de que “aprendan la lección”.

  

Contacto: studillac@hotmail.com