El problema de alimentarse en el espacio
por Adán Salgado Andrade
Los vuelos espaciales
tripulados siempre han destacado como los principales problemas, el diseño de
las naves, los equipos de cómputo que las guiarán, sus motores y el tipo de combustibles,
las maniobras que han de seguir y cosas así, muy técnicas, pero en lo que menos
pensamos es en los alimentos de los astronautas, ya sean los que viajaron a la
Luna o los que viajan y pasan varios meses a bordo de la Estación Internacional
Espacial (ISS, International Space Station).
No sólo eso, sino que
si se quiere hacer de los viajes espaciales, por ejemplo, a la Luna o Marte,
que serían, por lo pronto, los destinos más alcanzables, el factor comida sería muy importante, no sólo
porque la gente tiene que alimentarse, ya sean los que viajen como turistas
(los ¿turispaciales, se les podría
llamar?) o la tripulación, sino porque la reunión para comer es importante
socialmente, es una especie de ritual que se aprovecha para conversar,
convivir, saborear los alimentos (si están sabrosos, claro), discutir algunas
cosas, arreglar o desarreglar problemas…
Aunque hay que decir
que esos “viajes turísticos” serían sólo para millonarios. Recientemente, la
NASA anunció que un viaje a la Estación Espacial costaría módicos $52 millones
de dólares, incluidas todas las incomodidades que ese lugar ofrece. ¡Regalado
el viajecito! (ver: https://www.cnbc.com/2019/06/11/tourist-cost-to-visit-international-space-station-with-spacex-is-52m.html).
Sobre el tipo de comida
que podría ingerirse en los futuros vuelos espaciales, la revista tecnológica
Wired, publicó un artículo llamado “¿Caviar de algas, alguien apetece? Qué
comeremos en nuestro viaje a Marte”, firmado por Nicola Twilley, en el que
diserta sobre qué tipo de alimentación podría ser la más adecuada para viajes
tan largos como aquéllos a Marte (ver: https://www.wired.com/story/space-food-what-will-keep-us-human/).
Particularmente, pienso
que la idea de ir a la Luna o a Marte, se antoja hasta ociosa, pues con tantos
problemas, muy graves, que tenemos en el planeta, como el cambio climático, el
surgimiento de nuevas enfermedades por virus o bacterias (como en la presente
pandemia), hambre mundial, creciente pobreza… y tantos más, tanto dinero que
sería gastado en ese, digamos, “capricho tecnológico”, mejor debería de ser
empleado en resolver los mencionados problemas. Y ya mencioné cuánto costaría
un viaje al espacio.
Pero esos caprichos,
son obra de millonarios que, a mejor forma de gastar su dinero, están
proyectando ir al espacio. Es el caso de Elon Musk, que pretende establecer
agricultura hidropónica en Marte o Jeff Bezos, que quiere instalar minas en la
Luna o Richard Branson, dueño de Virgin Galactic, que quiere fundar cruceros
celestiales… y más cosas que, hasta se antojan como ciencia-ficción, sobre
todo, en vista de que faltan muchos avances para lograr cosas así.
Por cierto, hay que
mencionar que los tres millonarios citados, se caracterizan también por sus
mezquinos comportamientos. Jeff Bezos, por explotar a sus trabajadores,
pagarles muy bajos salarios y no protegerlos de contagios de Covid-19, de los
que varios murieron (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/04/negligencia-de-amazon-con-sus.html).
Elon Musk, además de ser
autoritario con sus obreros, se opuso a cerrar su fábrica de autos eléctricos,
aun en medio de la pandemia, pues dijo que era “esencial” (ver: https://www.wired.com/story/sheriff-tells-tesla-not-essential-musk-thinks/)
Richard Branson, no
quiere rescatar a su aerolínea, que sufre los percances de la pandemia, por la
falta de pasajeros, a pesar de ser millonario y tener su isla privada (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/04/el-oportunista-capitalismo-salvaje.html).
Pero como organismos
públicos, como la NASA o la Agencia Espacial Europea, están también interesados
en ese tipo de vuelos espaciales, el tipo de comida que se ingerirá, les
importa mucho.
Twilley se inmiscuyó
con un equipo de investigadores, liderados por Ariel Ekblaw, fundadora del Media Lab’s Space Exploration Initiative,
dependiente del MIT (Instituto tecnológico de Massachusetts), uno de los
organismos públicos que se encarga de contemplar detalles como la comida, el
tipo de trajes que se usen, los efectos de ingravidez en el cuerpo humano por
mucho tiempo, si podría cultivarse comida en el espacio o en la Luna o Marte y
otras cosas.
De hecho, en la Estación
Espacial, los astronautas Scott Kelly y su compañero Kjell Lindgren, lograron cultivar
lechuga romana, en un sistema para crecer vegetales, y comerla, algo destacable.
Emplearon una especie de pequeño invernadero, que incluye hidroponía y luces
LED, llamado Veg-01, desarrollado por Orbital Technologies Corp., al cual, se
le hicieron muchas pruebas en el Centro Espacial Kennedy, antes de ser enviado
a la Estación Espacial (ver: https://www.nasa.gov/mission_pages/station/research/news/meals_ready_to_eat).
Los científicos de la
NASA, así como científicas como Marianna Obrist, profesora de experiencias
multisensoriales, señala que crecer vegetales en el espacio, sería una manera
muy buena de evitar el estrés que viajes tan largos producirían en los viajeros
celestiales, pues tendrían algo “familiar”, que los trasladaría mentalmente al
planeta.
Dice Twilley que en la misión
Apolo 8, que fue la primera espacial tripulada, que llegó a la Luna y regresó, los
astronautas “se sorprendieron de ver que la cosa más destacable, en ese viaje
de un millón de millas, estuvo en el espejo retrovisor. ‘Íbamos a explorar la
Luna y en lugar de eso, descubrimos la Tierra’, escribió el astronauta Bill
Anders 50 años después de que la misión terminó”. Eso, porque la Tierra ahí
estaba, el verla, los hacía sentirse “conectados” con el planeta.
En una misión a Marte,
el planeta desaparecería de su visión y eso daría lugar, dice Twilley, a una
depresión espacial, sobre todo en largos viajes. Por eso, neurólogos espaciales
indican que es muy importante aportar un elemento que mantenga conectada a la
gente con el planeta, que sientan que está con ellos todo el tiempo.
Y la comida, que, además
de que pueda crecer parte de ella en las naves, tiene que prepararse también. De
esa forma, el ver cómo crecen los vegetales, por ejemplo, sería relajante, y
prepararlos y comerlos, daría un efecto de familiaridad, de sentirse, un poco,
como en la Tierra. No sólo eso, sino también cultivar plantas de ornato, daría
ese toque terrestre.
Incluso, en la Estación
Espacial, hay una mesa, que, aunque no sirve de mucho, por la falta de
gravedad, logra que se reúna la tripulación para comer y que se relajen.
Maggie Coblentz cubre
la parte de investigación gastronómica del ya mencionado Media Lab’s Space Exploration Initiative. Se ha encargado de diseñar
artefactos y alimentos, éstos, que sean fáciles de ingerir y que no produzcan
efectos colaterales, como moronas, pues pueden ser muy peligrosas si se llegan
a meter a equipos delicados.
Por eso, toda la comida
de los astronautas, desde el inicio de los vuelos tripulados, es deshidratada o
en forma de purés. En la Estación Espacial es así, nada de tenedores, ni
cuchillos, únicamente tijeras, para cortar los sobres de comida, un dispositivo
en el techo, para agregarles agua y una cuchara para amasarlos y comerlos. Se pueden
calentar, a veces, en una especie de maleta de aluminio, que tarda veinte
minutos en hacerlo y sólo puede contener las raciones de tres personas. Sobre ese
aparato, dice Paolo Nespoli, astronauta italiano que ya estuvo en la Estación Espacial,
que “tú tienes una Estación Espacial que cuesta trillones de dólares, hecha por
ingenieros que pueden construir las cosas más fascinantes y la comida es
calentada en un portafolio, al que le toma veinte minutos y sólo puede hacerlo
para tres personas cada vez”. Sí, se antoja como “baja tecnología”.
Es justo el problema
que Coblentz está analizando, cómo podría mejorarse la comida, que sea un
placer comer en la Estación Espacial y en los vuelos espaciales. Incluso, que
hasta pudiera cocinarse espacialmente.
Por eso, sostiene
reuniones con ex astronautas que han vivido en dicha estación, para que le
aporten ideas. Cady Colerman, otra astronauta que ya estuvo allí, le platicó
que le gustaba “cocinar” bolas de arroz y aderezarlas con salsa tártara, pero
que le llevaba mucho tiempo, sobre todo, porque están presionados por un
horario, ya que deben de hacer varias cosas, estando allí.
Y todos están de
acuerdo en que se requiere sabor, que los alimentos sean deliciosos, no que sólo
llenen. No pueden comer pan, por lo que ya mencioné de las moronas, así que los
alimentos deben de ser, digamos, “prácticos”, pero que les gusten. Tampoco pueden
hacerlas muy condimentadas, pues los olores son un problema en la Estación
Espacial, porque perduran, a pesar del sistema de ventilación. Nada de comerse
allí unos tacos de tripa, con su cebolla y cilantro.
Además, debe de
considerarse la cuestión de la evacuación intestinal, muy complicada en ese
ambiente de ingravidez (algo que no menciona Twilley).
Ese es otro problema,
la evacuación de excremento y orina, lo que, a decir de la astronauta retirada Peggy
Whitson, “ir al baño, es la peor parte de estar en el espacio”. Y es que no se
puede orinar y defecar al mismo tiempo, pues los orines, se colectan mediante
una manguera, en tanto que la defecación se hace en un “excusado” que tiene un
agujero, en donde se debe expulsar el excremento, que, al final, es removido
mediante succión. Los papeles de baño, no pueden tirarse allí, sino en otro
contenedor. En fin, todo un ritual orinar o defecar en el espacio. Por eso, las
primeras misiones, buscaban que los alimentos casi no produjeran restos sólidos
(ver: https://www.businessinsider.com/how-nasa-astronauts-pee-and-poop-in-space-2018-8?r=MX&IR=T).
En fin, de las
entrevistas con ex astronautas y su propia experiencia, a lo que ha llegado Coblentz,
hasta ahora, son algunas cosas interesantes. Por ejemplo, ha usado cloruro de
calcio y alginato de sodio para crear unas esferas de varios sabores (como
perlas) que al ingerirse, pueden tronarse dentro de la boca. Hace, por ejemplo,
con sabor de caviar o mete extracto de jengibre en una perla con sabor a limón
o una de sabor naranja, en otra de remolacha y así. Dice que, además, ofrecerían
un lindo espectáculo, pues como flotarían “podrían verse en 360 grados, no
estar sólo en el plato”. Sí, es como si jugaran los astronautas con su comida,
y se relajarían.
También quiere ver si
alimentos cocinados varían en sabor en la ingravidez. “Coblentz está planeando
enviar pasta miso a la Estación Espacial, para ver cómo cambia su sabor”.
Otra idea, son “huesos”
de silicón, que se rellenarían de alimentos, para que fueran ingeridos por los
astronautas por succión, “para reducir la fatiga de usar cuchara”.
También ha considerado
enviar salmuera en órbita, para que se evapore en sal, en cristales, que pudieran
adherirse a la comida, pues, por la ingravidez, no pueden usarse saleros. Miren
cuántos problemas se generan al comer en órbita, que aquí, en tierra firme, ni
imaginaríamos siquiera, pues, además de que nuestros intestinos trabajan por
gravedad, no hay problemas con moronas, ni con olores, ni con manos grasosas… y
ni con ir al baño.
Por eso, muchos de los
astronautas generan problemas de salud, por los efectos adversos de la
ingravidez.
Su última invención es
una especie de “casco de comida”, que se colocaría en la cabeza, y que tiene un
par de oquedades para introducir las manos. Con el casco, no habría problemas
para comer, por si algo generara una morona.
Todas esas cosas, las
probó Coblentz en un vuelo de ingravidez, contratado por la NASA, con las
empresa Zero-G Corporation, en el que también participó Twilley. Veinticuatro pasajeros,
a bordo de un avión, fueron sometidos a fuertes aceleraciones, describiendo
arcos parabólicos, para, al descender, lograr el efecto antigravedad. Eso duró
seis minutos, dentro de los cuales, los otros pasajeros, también científicos, llevaron
a cabo experimentos o probaron aparatos. Incluso, había gusanos de seda en un
contenedor plástico, para ver cómo reaccionaban a la falta de gravedad.
Al final, dice Twilley,
las cosas para Coblentz no salieron como esperaba. Ya, en tierra firme, le ayudó
a sacarse las perlas de alimentos de entre su cabello, que, aunque no se
salieron del casco, se le metieron allí.
Pues muy lejana se ve,
todavía, la forma más adecuada de que los viajeros espaciales hicieran de la
comida un ritual de relajación y de gozo de sus alimentos.
Pero debe de hacerse,
pues podemos acostumbrarnos a la ingravidez o a defecar en incómodos
sanitarios, menos a no comer.
Contacto: studillac@hotmail.com