domingo, 31 de mayo de 2020

Sobre el verdadero Señor de las Moscas

Sobre el verdadero Señor de las Moscas

Por Adán Salgado Andrade

 

En 1954, el escritor británico William Gerald Golding (1911-1993), publicó su primera novela, “El señor de las moscas” (Lord of the Flies), la cual, inicialmente fue bautizada como Strangers from within (Extraños desde dentro), cuando la escribió en 1951.

Es una muy famosa novela, que siguen siendo publicada desde entonces, y ha sido traducida a varios idiomas.

La trama versa sobre un conjunto de familias inglesas que, en tiempos de una supuesta Tercera Guerra Mundial, son evacuadas por avión, de su país, pero antes de llegar a su destino, el aeroplano sufre un desperfecto y cae en una remota isla. Sobreviven sólo chicos pubertos y adolescentes, todos varones.

Allí, con tal de que puedan salir vivos, mientras son rescatados, uno de ellos, Ralph, asume el liderazgo, estableciendo tres reglas: que se diviertan, que sobrevivan y que mantengan siempre una señal de humo, con tal de que los barcos o aviones que pasen por allí, puedan verlos y los rescaten.

Sin embargo, con los días, esas reglas son quebrantadas, todos los chicos comienzan a ponerse violentos, a dividirse y a sacar lo peor de su egoísta y violenta naturaleza humana.

Las paranoias y miedos emergen y comienzan a creer en una bestia que los podía atacar y hasta matar. Un día, un piloto que había saltado de su avión en llamas, cae dentro del perímetro de la isla y queda colgado de un árbol. Los chicos lo ven desde lejos. En lugar de rescatarlo, están ya tan sicotizados de tanta violencia, que ni se acercan, pues creen firmemente que es la bestia. Unos de ellos, corta la cabeza de un jabalí que cazaron, y la coloca en un poste, como una ofrenda a dicha bestia. Esa cabeza, por la descomposición, pronto es infestada por cientos de moscas panteoneras.

Al final, hasta muertos hay, por las peleas que emprenden los bandos contrarios, con tal de hacerse del control de la isla. Se olvidan de la señal de humo y sólo piensan en matarse.

Un día, llega un oficial del ejército británico y se sorprende de ver en lo que se han convertido los chicos, casi en irreconocibles animales salvajes, guerreando y matándose entre sí. En su crítica, voltea a ver a su barco militar y siente pena. Claro, no puede criticarlos, sí él mismo se dedica a la guerra (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Lord_of_the_Flies).

La novela, como dije, se volvió, luego de su inicial baja aceptación, en un clásico, leído por varias generaciones, pues supone que el comportamiento humano puede degenerar en algo así, violento y fatal. Se han hecho películas y hasta obras de teatro de la misma.

Pero algunos críticos han cuestionado esa historia, pues, afirman, no siempre puede pensarse en que el ser humano desarrolle comportamientos tan rudos y degradados.

Uno de ellos, es el historiador holandés Rutger Bregman, quien recientemente publicó un artículo en el periódico The Guardian, titulado “El verdadero Señor de las Moscas: qué sucedió cuando seis muchachos naufragaron por 15 meses”, en donde cuestiona los puntos de vista de Golding (ver: https://www.theguardian.com/books/2020/may/09/the-real-lord-of-the-flies-what-happened-when-six-boys-were-shipwrecked-for-15-months).

Bregman dice que leyó la novela de Golding, siendo adolescente, y que quedó muy desilusionado de que eso pudiera, realmente, suceder. Pero, años más tarde, leyó sobre la naturaleza de Golding, así como el mismo escritor se describe, “que era un hombre infeliz, alcohólico y muy depresivo”. Golding decía que “Siempre he comprendido a los Nazis, porque soy como ellos, de esa naturaleza, y fue en parte por ese autoconocimiento, que escribí el Señor de las Moscas”.

Además, a los dos hijos que tuvo, David y Judith, gustaba de golpearlos, como él mismo describe. Se ponía a pelear con David, cuando tenía 4 años, con una almohada, diciendo cómo gozaba al pegarle y que sólo se detenía “cuando mi hijo estaba a punto de llorar”. Podría intuirse de este recuento que era, en efecto, sádico, como los Nazis, los que crearon horrores inimaginables en los campos de concentración, gozando al ver el sufrimiento de los pobres prisioneros ante sus demenciales torturas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/06/el-tercer-reich-el-gran-negocio-de.html).

Así que si alguien escribe una novela sobre el comportamiento humano, tomando como base el suyo propio – como el violento de Golding –, podría llegar a erróneas suposiciones. Claro que, en la literatura, hay esa libertad, el escritor puede manipular a su gusto a los personajes. Pero dista mucho de ser un trabajo que refleje la realidad, si las premisas no son las correctas.

Se han hecho experimentos de ese tipo, aislar por varios meses a personas, y los resultados no son los que se pensaron.

Por ejemplo, en 1973, el antropólogo español-mexicano Santiago Genovés, cruzó el Atlántico, desde Las Palmas, puerto español, hasta Cozumel, junto con cuatro hombres y seis mujeres, en una balsa diseñada por él, la Acali, que sólo se impulsaría por velas. Eso era parte de su experimento para ver los efectos que el aislamiento podía ocasionar en sus acompañantes. Estaba seguro Genovés, de que se desarrollarían en ellos comportamientos violentos.

A pesar de que durante el viaje hubo varios altercados y situaciones de peligro (estuvieron a punto de naufragar, por una fuerte tormenta y de ser embestidos por un buque carguero), nunca se llegó a la violencia, ni siquiera cuando Genovés trató de enfrentarlos con mentiras o ideas tendenciosas.

Más bien, ocurrió que todos cooperaron entre sí, y el viaje llegó a buen término, incluso, asegurando todos ellos que lo volverían a repetir. Genovés, que semanas antes de llegar a México, desarrolló una depresión, los felicitó por su comportamiento y de que, incluso, no hubieran hecho caso a sus intentos de violentarlos, agradeciendo que lo hubieran asistido durante tal depresión.

Todo lo anterior, fue motivo de un documental, del 2019, dirigido por el sueco Marcus Lindeen, en el que reunió a los sobrevivientes de ese viaje, quienes dan sus testimonios y comparten sus puntos de vista de lo que vivieron. Les recomiendo mucho que vean esa cinta (ver: http://www.artemiorevista.com/index.php/articulos/category-list/27-cine/211-criterio-del-7mo-arte-la-balsa-por-adan-salgado-andrade).

Bregman tenía esperanzas de demostrar que esos comportamientos violentos no siempre suceden y recordó haber leído sobre unos chicos que, en 1966, naufragaron en una isla desierta. Halló una nota reciente, en un periódico australiano, de dos hombres, que se habían encontrado y conocido, justo, en una isla desierta. Sus nombres, el australiano Peter Warner y el polinesio Mano Totau. El primero, de 83 años, y el segundo, de 67 años.

Tuvo suerte Bregman en sus averiguaciones, pues Warner fue el que halló, gracias a providencial suerte, a Mano y sus cinco amigos en Ata, isla desierta que hasta 1863, había tenido nativos habitándola, pero que, en ese año, un barco esclavista llegó allí, los hizo prisioneros y se los llevó a todos (el tráfico de personas de entonces, que se apoderaba de ellas, como si hubieran sido objetos. Legado de los piratas ingleses, el esclavismo).

Bergman tenía una flota pesquera, estacionada en Tasmania. Una ocasión, fue a la isla polinesia de Tonga, a dejar un cargamento de peces. De regreso, se desvió un poco y dio con la mencionada Ata. Le llamó la atención ver algunos claros entre la vegetación, que sólo habrían podido producirse por incendios provocados. Le comentó a Bergman que en esas islas tan húmedas, no podían iniciarse incendios repentinamente, así que decidió investigar.

Y fue cuando vio a un chico, casi desnudo, que agitaba sus brazos, para llamar su atención. El chico, llamado Stephen, nadó hacia su embarcación y, en perfecto inglés, le dijo que había otros cinco chicos en la isla y que habían estado unos quince meses viviendo allí.

Warner se comunicó a Tonga, para verificar que los chicos, como le contaron, eran de un internado de allí y que habían salido hacía más de un año a pescar, pero que habían naufragado.

En efecto, le dijeron las autoridades que habían dado por muertos a los chicos, que hasta se habían hecho sus funerales y que era un “milagro” que Warner los hubiera hallado y rescatado.

Los chicos, Sione, Stephen, Kolo, David, Luke y Mano, estaban felices cuando desembarcaron en Tonga. Pero fueron detenidos, pues la barca en donde habían decidido irse a pescar, la habían tomado “prestada” de un pescador local, que aún estaba furioso por el hurto. El pretexto por el que los chicos se lanzaron a la aventura, pareciera absurdo, pero fue porque querían variarle a la comida del internado y por eso querían capturar algunos peces. Sin embargo, no pescaron, sino, más bien, naufragaron debido a una fuerte tormenta.

Contrario a lo que cuenta Golding en su novela, los seis chicos vivieron muy ordenadamente en la isla. Aunque ésta era, supuestamente, inhabitable, lograron sobrevivir allí. Dice Warner que “Ata es considerada inhabitable, pero en el tiempo en que arribamos, los chicos habían establecido una comuna, con una hortaliza, troncos ahuecados para almacenar agua de lluvia, un gimnasio, con curiosas pesas, una cancha de bádminton, gallineros y un fuego permanente, todo hecho a mano, usando un viejo cuchillo y mucha determinación”. Ese fuego, lograron mantenerlo por más de un año, ¡vaya proeza y organización!

Siempre trabajaron en parejas, ordenadamente y aunque hubo una que otra rencilla, se arreglaban al momento. Sus días comenzaban con rezos, y así terminaban. Kolo, incluso, construyó una guitarra, con madera, medio cascarón de coco y seis alambres de acero, rescatados de su naufragado bote. Les tocaba con ella melodías, para levantar sus espíritus. Warner, aún la conserva. Y seguramente, dice Bergman, sí les levantaba los espíritus, pues pudieron vivir durante el verano, sedientos, porque casi no llovía. Sí, sólo estando muy animosos, podrían haber superado emergencias como esa.

Trataron de construir una balsa, para salir de la isla, pero se partió en dos antes de navegar. Supongo que no fue construida sólidamente, debido a los escasos materiales y ninguna herramienta, de que disponían.

Incluso, Stephen, un día, resbaló de una cima y se rompió una pierna. Sus compañeros lo sacaron de allí, le colocaron ramas y cuerdas para inmovilizársela y le dijeron que no se preocupara, que ellos harían su trabajo.

Inicialmente, se alimentaban de cocos, pájaros y huevos de éstos. Pero luego, subieron al volcán apagado que estaba en medio de la isla y, para su sorpresa, dentro de éste, hallaron plátanos, taro silvestre (colocasia esculenta) y gallinas, dejados por los antiguos moradores, Las gallinas, increíblemente, habían vivido cien años, reproduciéndose sin el cuidado de humanos (ese detalle es muy significativo, que esas gallinas, sorprendentemente, hayan vivido tanto tiempo y que ya eran una especie más de la isla).

Cuando el domingo 11 de septiembre de 1966 fueron rescatados los muchachos, el doctor que los examinó dio cuenta de su buen estado de salud y de que la pierna de Stephen había soldado muy bien.

Lo que comprueba cómo su solidaridad, organización y buen comportamiento, los sacó adelante.

Warner los convenció de que hicieran un documental para la televisión australiana y los tomó como su tripulación durante varias semanas, para que conocieran el mundo más allá de Tonga.

Todo eso, se lo contaron Warner y Mano a Bregman. La memoria de Warner “es excelente”, dice aquél.

Y qué bien que le hayan podido proporcionar ese asombroso testimonio, de que la solidaridad y sensibilidad humana, puede romper con comportamientos egoístas y violentos.

Quizá si Golding hubiera sabido de esa historia, habría reescrito su novela sobre la decadencia social.

Pero, a lo mejor, no habría sido tan exitosa, pues, seguramente, es la violencia desplegada por sus personajes, lo que la convirtió en un clásico.

Quizá, por lo mismo, la aventura de los chicos polinesios de Ata, nunca se hizo famosa.

¡Terrible que tengamos que recurrir a la violencia, para atraer la fama!

 

Contacto: studillac@hotmail.com