Chernóbil, un evitable desastre
por Adán Salgado Andrade
En el 2019, la productora estadounidense de series y películas para
televisión, HBO, transmitió una muy apreciada miniserie titulada “Chernóbil”, acerca
de los trágicos acontecimientos que provocaron el accidente del reactor nuclear,
asentado en esa ciudad, de la entonces república soviética de Ucrania.
En cinco, aceptablemente bien documentados, capítulos, se refieren los
acontecimientos previos al estallido del reactor nuclear, un muy defectuoso
modelo, y los esfuerzos que tuvo que hacer la Unión Soviética, en ese entonces,
para controlar y evitar que el agua sumamente radioactiva, contenida en
tanques, se pudiera filtrar, contaminara acuíferos y ríos cercanos, lo que
habría sido una grave catástrofe ambiental y social para varios países, no sólo
para la URSS.
Fue escrita por el guionista estadounidense Craig Mazin, quien realizó
buena parte de la investigación, y dirigida por Johan Renck, director y músico
suizo.
La serie ha sido cuestionada por varios testigos y funcionarios
soviéticos de la época, de mentir o exagerar en varios aspectos, sobre todo del
excesivo control soviético que se muestra o de que las personas que morían por
radiación no la “contagiaban”. Uno de los personajes, la científica Ulana
Khomyuk, es ficticio, en el cual, Mazin buscó personificar a varios
científicos, preocupados por la peligrosidad del diseño de los reactores
soviéticos. Pero en los créditos finales, se explica esa situación (es una recurrencia
literaria que ya se ha hecho, en películas como Hidden Figures, del 2016, dirigida por Theodore Melfi, en donde uno
de los personajes, Al Harrison, interpretado por Kevin Costner, es la suma de
varios científicos, como explica el guionista de la cinta).
Sin embargo, para el ex ministro ruso de Cultura, Vladimir Medinsky, la
serie está “magistralmente filmada y respeta mucho a la gente ordinaria”. No
así para Vladimir Putin, quien ha dicho que pronto se exhibirá la versión rusa
sobre la catástrofe, proyecto que se planeó antes de la miniserie de HBO y en
el que, dice Putin, se muestra que la CIA tuvo que ver en la catástrofe (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Chernobyl_(miniseries)#Critical_response).
Otras versiones indican que es un intento por desprestigiar a la
industria nuclear rusa, de la que la empresa Rosatom, lidera mundialmente la
fabricación de los (peligrosos) reactores nucleares.
Sea como sea, la serie da una buena idea de los eventos que condujeron
a ese desastre, en el cual las víctimas van de los 5000 hasta las 90 mil, según
varias publicaciones (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2012/07/el-mortifero-legado-nuclear.html).
Además, se formó una “zona de exclusión” en Chernóbil, que, durante los
próximos 25 mil años – que es lo que duran activos los materiales radioactivos
que contaminaron la planta y parte de la ciudad –, no podrá ser ocupada por
persona alguna (aunque, sorprendentemente, hay vegetación y hasta fauna, como
perros, que se ha “adaptado” a la alta radiación. Ver: https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2018/feb/05/dogs-chernobyl-abandoned-pets-stray-exclusion-zone).
Se centra la serie en las acciones que llevó a cabo el científico
soviético, especialista en química inorgánica, Valery Legasov (1936-1988).
Gracias a su pronta intervención, pudo apagarse rápidamente el incendio de la
explotada planta y tuvo mucho que ver para que el gobierno soviético (el
último), comandado por Mijaíl Gorbachov, revisara el diseño de los reactores
nucleares RBMK, sobre todo, de las barras de control, las que, se suponía, en
un caso de emergencia, debían de actuar rápidamente y aliviar las tensiones
provocadas por sobrecalentamientos, pero como eran de un material de baja
calidad (grafito), al contrario, contribuyeron a que se sobrecalentara y
aumentara mucho más rápidamente la presión, lo que provocó el estallido.
Comienza en la mañana del 26 de abril de 1988, dos años después de que
hubiera estallado la planta nuclear de Chernóbil, cuando Valery Legasov (Jared
Harris), se encuentra en su departamento, luego de hacer una última declaración
en una grabadora, culpando al ingeniero Anatoly Dyatlov y a otros funcionarios,
del desastre nuclear de Chernóbil. Después, saca el casete del aparato, lo guarda
en un paquete, junto con otros, sale de su departamento y lo esconde en un
resquicio.
Luego, Legasov se quita la vida, colgándose.
Y de allí, la historia se va dos años antes, en la madrugada del 26 de
abril de 1986, cuando estalla la planta. Eso, lo ve como una especie de intenso
relámpago, desde la ventana de su departamento, Lyudmilla, la embarazada esposa
del bombero Vasily Ignatenko. Casi de inmediato, Vasily recibe una llamada del
cuerpo de bomberos, el que debe de apagar un incendio en la planta nuclear.
Lyudmilla se incomoda algo, pues es de madrugada y le dice que si no puede
reportarse enfermo, pero Vasily es muy responsable y va.
Justamente fueron los bomberos, además de varios técnicos de la planta,
los primeros en recibir miles de roentgens de radiación, la que, de inmediato,
fue minando su salud, pues tanta radioactividad, licuó sus cuerpos rápidamente,
hasta dejarlos como tumefactas masas.
Y así, sigue la historia, con la llegada de Valery Legasov y otros
funcionarios y científicos, para decirles a los supremos líderes, que el
reactor era peligroso desde su diseño y que tenía que modificarse.
La serie también enfatiza el hecho de que se trató de ocultar el
desastre al resto del mundo, pero que las mediciones de radioactividad de
países como Alemania o Inglaterra, no dejaban lugar a dudas de que había
sucedido un grave accidente – además de que las imágenes satelitales, captadas
por los satélites espías estadounidenses, pronto revelaron la magnitud de las
cosas.
Otra evento que se muestra es que, por varios días, el hecho se ocultó
a la población, mucha de la cual, recibió letales cantidades de radiación. Y
fue justamente la presión de Legasov lo que llevó a los funcionarios soviéticos
a iniciar la evacuación (sería interesante saber cómo fue realizada tal
evacuación y sus efectos en los evacuados, pues las personas sólo cargaron con
papeles, dinero, lo necesario, porque el resto de sus cosas y sus casas,
estaban contaminados. Actualmente, la contaminación de la “zona de exclusión”,
no ha evitado que muchos audaces jóvenes ucranianos, burlen la vigilancia policial
y penetren aquélla, a casas y departamentos, y los recorran, pues dicen que
sienten como si regresaran al pasado, como si todo se hubiera congelado
repentinamente. Ver: https://slate.com/news-and-politics/2014/09/the-stalkers-inside-the-youth-subculture-that-explores-chernobyls-dead-zone.html).
Deja de lado la serie el por qué se decidió cubrir con un escudo de
concreto armado el sitio, el que tiene que estarse renovando cada cien años, y sólo
se cita en los créditos finales.
De todos modos, con todas sus imprecisiones y algunas falsas
asunciones, es recomendable verlo.
Pero, como dije, tiene sus críticos. Uno de ellos, es la periodista Kim
Willsher, reportera del periódico The
Guardian, quien estuvo informando en los días posteriores al accidente.
“La versión de HBO sólo rasguña la superficie”, comentó recientemente
en un artículo de su autoría (ver: https://www.theguardian.com/environment/2019/jun/16/chernobyl-was-even-worse-than-tv-series-kim-willsher).
Señala Willsher que hay una línea en la serie que no ocasiona sorpresa
para los que reportaron en ese entonces los acontecimientos: “La posición
oficial del Estado es que una catástrofe global nuclear no es posible en la
Unión Soviética”.
Y era tan terminante la frase, que en los meses posteriores a la
catástrofe, el Kremlin mantuvo su posición. Willsher dice que comenzó a
investigar sobre el accidente a finales de los años 1980’s, “pues amigos
ucranianos insistían que autoridades en la URSS estaban cubriendo los alcances
que tuvo la tragedia, para aquéllos afectados por radiación, muchos de ellos
niños, provocada por el estallido de la planta y que liberó una ponzoñosa nube
que recorrió a la URSS y a una buena parte de Europa”.
Dice Willsher que cuando fue a la Unión Soviética, acompañada del fotógrafo
John Downing, la que ya estaba por disolverse, seguía negándose que el
accidente hubiera sido así de grave. Pero testigos, directos muchos de ellos,
les platicaban que, mientras la gente común estaba sin enterarse, abriendo sus
ventanas o puertas, sobre todo en Pripyat, la ciudad construida especialmente
para los trabajadores de la planta, los funcionarios soviéticos estaban
llevándose urgentemente a su familia. Claro, las élites son las primeras en
salvarse.
En la televisión, el 29 de abril, a tres días de la catástrofe, el
accidente fue la sexta nota que se dio, y eso, muy incidentalmente. Cita
Willsher que la conductora leyó “Hubo un accidente en Chernóbil y dos personas
murieron”. Para minimizar la catástrofe, se ordenó a las escuelas de Ucrania y
Bielorrusia que siguieran con las celebraciones del Primero de Mayo y los
desfiles, a pesar de que la lluvia los cubrió con las mortales partículas
radioactivas.
Dice que hoy día, Chernóbil es una atracción turística. Miles de
turistas recorren la ciudad fantasma (fuera de la zona de exclusión, claro),
sacando fotos de casas en ruinas, secas piscinas, ferias abandonadas y crecidas
calles. “Pero cuando la visitamos por primera vez, parecía algo
post-apocalíptico. Hallamos casas aún amuebladas, con las pertenencias
personales regadas por allí. A la gente se le dijo que tomaran lo necesario
para dos o tres días. Parecía como si se hubieran desvanecido en el aire.
Afuera, el sistema público de sonido, estaba todavía tocando música funeraria y
la feria, con sus carros chocones y la rueda de la fortuna, de brillantes
colores, que ya se estaban oxidando”.
Dice Willsher que en 1990 en la “zona de exclusión” todavía vivían y
trabajaban 20,000 personas (supongo que los adoctrinaron tanto, que les
hicieron pensar que los daños a su salud serían mínimos). Fueron hasta la “zona
muerta”, que comprendía un círculo de 10 kilómetros alrededor de la planta, en
donde eran detenidos en puntos de revisión para que los escanearan, buscando
partículas radioactivas. Todo el tiempo el escáner fallaba y le tenían que
pegar para que funcionara, pero a veces, ni así funcionaba o sonaba muy fuerte
y tenía que ser desenchufado. Pero los encargados de hacerlo decían “no hay
problema, es seguro seguir”.
Los científicos que acompañaban a Willsher y a Downing, eran más
conscientes y les advertían que no se metieran a las zonas acordonadas, porque
“no es seguro”. Los científicos estiman que la zona no será segura dentro de
los próximos 25 mil años, pero por lo menos unos mil, sí tendrán que pasar.
En el Centro de Investigación de Chernóbil, cercano a la planta, los
científicos les mostraron pinos pequeños, crecidos de semillas del también
cercano “bosque rojo”, en el cual, los árboles brillaban después de que
absorbieron tanta radiación, los que tuvieron que ser cortados y enterrados.
Los pinitos eran raras mutaciones, algunos con sus agujas creciendo al revés.
No había signos de fauna, ni siquiera pájaros. Los investigadores les dijeron
que había ratas de seis dedos y dientes deformes. Habría que ver qué tipo de deformaciones
tienen los descendientes de los perros que dejaron los residentes, así como de
otros animales que, como dije antes, viven en las zonas radioactivas.
Lo grave, señala Willsher, fue que no sólo los soviéticos mintieron,
sino que también el gobierno francés lo hizo, ocultando información sobre la
nube radioactiva que se posó sobre su territorio. Hans Blix, el entonces
director de la Autoridad Internacional de Energía Atómica, todavía está acusado
de minimizar los peligros que siguieron a la catástrofe, a tal grado, que
declaró que los residentes podrían regresar al lugar “en poco tiempo”. El
científico disidente Andrei Sakharov, también se decepcionó por la declaración
de Blix, quien declaró que “para mi vergüenza, al principio pretendí que nada
había sucedido”.
Muchos doctores insistieron en que se dio un salto en el número de
casos de cánceres y leucemias. Había niños que nacieron con deformidades, como
“piernas de rana” o sus caderas invertidas. Otros, tenían defectos cardiacos y
cáncer de tiroides, que, se piensa, fueron ocasionados por iodo radioactivo.
Pero Willsher dice que, ni aun así, los funcionarios reconocían que eso
se debía a la radiación y lo achacaban a “malnutrición y pobreza”, nada que ver
con el accidente nuclear. Muy conveniente valerse de esas lamentables características
de la pobreza.
En hospitales que parecían prisiones, padres de niños enfermos les
mostraban a sus niños, rogándoles que los llevaran con ellos a Inglaterra o les
pedían medicamentos o dinero para comprarlos. Los oncólogos les dijeron que
estaban tan cortos de medicamentos para quimioterapias, que le debían dar la
mitad de la dosis a un niño y la otra mitad, a otro, lo que, así, no servía de
nada. Pero los funcionarios les decían que eso era “evidencia anecdótica”, nada
que ver con Chernóbil. Docenas de familias les daban la bienvenida y les
compartían lo poco que tenían, para hacerles ver que eran hospitalarios. No
entendían por qué sus líderes no podían explicarles por qué sus niños morían
por enfermedades relacionadas con la radiación, que eso no tenía que ver con lo
de Chernóbil.
Dice Willsher que le dejó profunda huella el caso de una familia de
Kiev, capital de Ucrania, cuya hija, Oksana, estaba enferma por la radiación.
El primero de mayo de 1986, a la chica, junto con sus compañeros de escuela, se
les ordenó salir a la calle para “celebrar” y participar en los desfiles
tradicionales en conmemoración del Día del Trabajo. Por la radiación que
seguramente inhaló, enfermó. Cuando Willsher la conoció, era casi un vegetal,
agonizante, sin hablar, nada que ver con una foto de ella, en donde aparecía una
chica muy bonita y alegre. Su padre fue obligado a ir a Chernóbil, a cantarles
a los trabajadores que estaban encargándose de la “limpieza” del sitio.
Oksana murió, como muchos otros, agrega Willsher, pero las estadísticas
oficiales sólo reconocieron 31 muertes, aunque otras estimaciones “no
científicas” estiman que murieron entre 4000 hasta 93,000.
Willsher y John regresaron varias veces a Chernóbil. Ella fue para
recordar el 30 aniversario, el 26 de abril del 2016, y al platicar con
residentes de Pripyat, que en esos días fueron evacuados a Slavutych, todos le
dijeron que supieron de parientes y amigos que habían muerto prematuramente
luego del desastre. “Más evidencias anecdóticas”, ironiza Willsher.
John, su fotógrafo, murió el 8 de abril del presente año, de cáncer
pulmonar. Cuando contrajo la enfermedad, Willsher y él, se preguntaban si tuvo
que ver con sus frecuentes visitas a Chernóbil. Y le recordó Downing a ella, la
vez que platicaron con un científico en Moscú, “algo que nunca olvidaré. Tomó
un cuaderno de su escritorio y le pasó un contador Geiger encima, que empezó a
tronar como loco. Cuatro años habían pasado y aún seguía radioactivo”.
Muy probablemente John se haya enfermado de tanto ir allá. Pero
Willsher no menciona que esté enferma, hasta ahora.
Continúa la periodista mencionando las negacionistas declaraciones de
Vladimir Putin – que ya referí antes –, insistiendo, luego de 34 años de la
tragedia, que la miniserie es pura desinformación y que “Rusia hará su propia
versión, culpando a la CIA”. “Como la radiación, la propaganda del Kremlin
posee una larga vida media”, ironiza Willsher.
El artículo finaliza con datos sobre Chernóbil. Esa planta, era la
mayor del mundo en su momento, con doce reactores.
Años antes de la catástrofe, un informe secreto de la KGB – la CIA de
la entonces URSS –, había enfatizado que los reactores RBMK tenían serias
fallas.
Los elementos radioactivos soltados en la explosión, son activos entre
30 y 24,000 años, lo que será una amenaza ambiental por varios siglos.
Alrededor de 600,000 personas, conocidas como los “liquidadores”,
tomaron parte en la limpieza. A algunos se les ordenó retirar con palas, mortal
grafito radioactivo (eso se muestra en la miniserie), trabajando en turnos de
90 minutos cada uno.
Cerca de 350,000 personas, de más de 200 localidades, fueron evacuadas.
El último reactor de ese tipo, fue cerrado en el 2000 (aunque se les
hicieron modificaciones para evitar los peligros que tuvo el de Chernóbil).
Lo peor es que el ser humano, pronto olvida las tragedias.
Se siguen instalando reactores nucleares en varios países. Ni lo que
pasó en Japón, durante el temblor del 2011, que ha convertido a Fukushima en un
lugar sumamente peligroso, ha hecho entender a los poderes fácticos que dominan
al planeta, sobre la peligrosidad de esa maldita energía.
Así que ¿cuántos accidentes nucleares más, tendrán que suceder, para
ver si así se actúa y deja de usarse la energía atómica?
Muy probablemente, ni así se entienda y, dentro de poco, suceda otro
accidente o, peor aún, haya un conflicto bélico nuclear, y se haga una
miniserie al respecto… si es que todavía quedan humanos, luego de que una
hecatombe nuclear nos acabe.
Contacto: studillac@hotmail.com