viernes, 22 de septiembre de 2023

Siguen los robos de dinero disfrazados de relaciones románticas

 

Siguen los robos de dinero disfrazados de relaciones románticas

Por Adán Salgado Andrade

 

En la época tan individualista en que vivimos, en que se impone el egoísmo a la solidaridad, la mezquindad a la compasión o el interés material al amor sincero, se entiende que haya personas muy vulnerables que resientan esa falta de valores.

Esas personas solitarias, sin amor, buscan afanosamente alguien a quién querer y que las quieran. Muchas veces, a pesar de pasadas negativas experiencias y fracasos, siguen buscando en cualquier medio que sea posible, ese amor que tanto les hace falta. Quizá acudan a clubes de baile, a fiestas, a lugares concurridos… o a las así llamadas redes “sociales” que se especializan en ese tipo de encuentros, que pueden derivar, si todo sale bien y se trata de algo legítimo, en un gran amor – las menos de las veces, por supuesto.

En la mayoría, actualmente, sólo se trata de embaucamientos para obtener dinero, robarlo, pues la persona que está buscando esa relación – mujeres sobre todo –, puede caer en trampas que resultan en la pérdida de su patrimonio. Son esquemas muy lucrativos, que tan sólo en Inglaterra, en el 2021, dejaron ganancias a los estafadores por unos £100 millones de libras esterlinas (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/02/los-lucrativos-romances-fraudulentos.html).

A pesar de que muchas personas que anhelan un amor, saben de esos fraudes, de todos modos, se arriesgan a seguir buscándolo y recurren a las redes.

El artículo del portal Wired, titulado “Amor, pérdida y deleznables fraudes”, firmado por Joel Khalili, expone ese generalizado problema. “Bruce tenía ojos amables y vestía muy bien. Evelyn se enamoró de él a través de Hinge y entonces, él le robó $300,000 dólares. Ahora, ella está buscando su dinero”, escribe como subtítulo Khalili (ver: https://www.wired.com/story/love-loss-and-pig-butchering-scams/).

En este caso, la víctima fue una mujer surcoreana, nacionalizada estadounidense, quien prefirió ser llamada Evelyn, “para no ser blanco de burlas”.

De 50 años, terminó muy tristemente una larga relación de 20 años “y a esta edad, para una mujer, es muy difícil conseguir pareja. Pero a pesar de ese muy lamentable fracaso, me quería dar una nueva oportunidad”, dice Evelyn.

Como no va a fiestas o reuniones, prefirió buscar pareja por Hinge, una red social que se jacta de “estar hecha para que cualquiera que busque amor, lo encuentre. Emplea un algoritmo ganador del premio Nobel, así que le garantizamos que sí tendrá citas, sin que se tenga que permanecer mucho tiempo en la app”. Supuestamente cuenta con investigadores, analistas de comportamiento y expertos en perfiles coincidentes, “que hacen de Hinge, un sitio cada vez mejor para usted” (ver: https://hinge.co/en-gb).

Pero no fue el caso de Evelyn, como veremos.

Su “match” fue un hombre chino, Bruce Zhao, “de ojos amables, muy bien vestido, que tenía una casa en Sunnyvale, cerca de las costa, pero también otra en Los Ángeles, justo en donde vive Evelyn”.

Se deslumbró con ese hombre, al que nunca vio en persona, pero que le decía cosas muy amables, hasta poéticas. Comenzaron a usar WhatsApp, “y los emoticones de guiños y, luego, de besos, enviados por Bruce, se hicieron cotidianos, así como las palabras ‘eres mi novia’ o ‘quiero que seas mía’, que también fueron frecuentes”.

Evelyn estaba convencida de que Bruce sería su “gran amor”.

Y fue cuando, en una conversación casual, platicándole de a qué se dedicaba, el chino le dijo que era ejecutivo de una empresa de capital emprendedor (venture capitalist), pero que, por su cuenta, tenía un negocio de criptomonedas, CEG, en el que le iba muy bien. La mareó con que era una buena inversión y que podía iniciar con cuatro mil dólares, “poco dinero”, sólo para que viera qué buenos resultados daba.

Evelyn, al principio, fue cautelosa, pero como no quería perder a Bruce, decepcionarlo por sus “inseguridades”, se animó a invertir, pero sólo dos mil dólares, sobre todo, porque vio, en una visita al sitio, que EGC estaba muy bien, perfectamente organizado y, casi de inmediato, le comenzó a dar dividendos, de 20 por ciento. “Ay, ya veo porqué esto te hace adicta”, le dijo a Bruce, muy contenta.

La pobre Evelyn, más se entusiasmó con esa primera ganancia y Bruce, quien luego ella se dio cuenta que no existía, la animó a invertir todos sus ahorros para el retiro $300,000 dólares, porque así evitaría riesgos y ganaría más dinero. “Y según le mostraba el sitio, llegó a ganar medio millón de dólares. Todavía seguían hablando, entre tanto, de comida mexicana, fútbol, TikTok, sus películas favoritas y otras cosas de la vida moderna”.

Khalili, antes de seguir con el fraude y la decepción que sufrió Evelyn, describe que los fraudes de dinero siempre han existido, incluso antes del Internet.

Yo recuerdo, por ejemplo, que era muy común antes, que alguien llamaba por teléfono, que decía ser un sacerdote, en nombre de algún pariente (esas estafas telefónicas continúan actualmente, pero ahora dicen que son los “primos” de Estados Unidos o los que engañan que tienen secuestrado a algún pariente. Los números, seguramente, los obtienen de celulares robados).

A mi madre, por ejemplo, le sucedió, por ahí de mediados de los 1970’s. Un hombre que dijo ser el padre José (un común nombre), le llamó, y que era de “su pueblo” (algo que también era común, dado que mucha gente es de provincia. Total, si no era la persona elegida de un pueblo, el estafador simplemente podía colgar. Los números, muy probablemente, los elegían del ya desaparecido directorio telefónico, esos gruesos libros que contenían los números de la gente, que publicaba la entonces empresa estatal Teléfonos de México).

Como mi madre, la profesora María Andrade Barragán (conocida por su nombre artístico en náhuatl, como Macuilxochitl, pues cantaba muy bellamente en ese idioma), era, en efecto, de Huautla Hidalgo, un pueblo enclavado en la Huasteca Hidalguense, no tuvo sospecha alguna. El hombre le dijo que hablaba de parte de su hermana, con la finalidad de solicitarle una donación para la iglesia (también esa parte apelaba a la conciencia católica, asumiendo que el estafado fuera católico. Mi madre, en efecto, lo era). “¡Ah, Francisca!”, se precipitó mi madre en exclamar, porque así es la mente cuando cae en esos engaños, se dan datos por adelantado, pues comienza a darse la confianza). “Sí, señora, su hermana Francisca”, dijo el tipo al otro lado del teléfono. “Sí, sí, me dijo que usted es su hermana, ay, olvidé su nombre…“. “¡María!, se precipitó otra vez mi madre en revelar su nombre. El tipo, hábilmente, iba sacando más y más información, a tal grado que mi madre, sin más dudas, le dio la dirección para que fuera por los doscientos pesos solicitados como “donación” (unos tres mil pesos de ahora).

Y, puntual, a las cinco de la tarde, como había quedado, el “sacerdote” – lo recuerdo muy bien –, de unos cuarenta y cinco años, bonachón, amable, blanco, algo calvo, bien vestido, con chaqueta de pana café y pantalones de casimir, beige, perfectamente rasurado, muy pulcro y oliendo a loción, encarnando a un verdadero padre, se presentó a nuestro domicilio. Mi madre, muy entusiasmada, le abrió y ¡hasta le besó la mano! Pero algo notó en el falso sacerdote, como un nerviosismo, cuando le dijo que no tenía a la mano el dinero, pero que si podía esperar ella iba a conseguirlo con una vecina, pues el banco estaba cerrado a esa hora (en ese entonces, no había cajeros, y los bancos, burocráticamente, cerraban a la una de la tarde, absurdo, pero muy conveniente para el momento narrado). El falso “sacerdote”, quizá pensando en que se trataba de una trampa, se disculpó, diciendo que se le hacía tarde y que lo esperaba un taxi. Ni siquiera aceptó el vaso de agua que mi madre le ofreció. Y se fue, en efecto, en un taxi que lo esperaba, como pudimos comprobar cuando salimos a despedirlo.

Mi madre, entonces, comenzó a sospechar. Le llamó por teléfono a mi tía, al pueblo. Por ese entonces, ya había teléfono, pues antes, era de enviar carta o telegrama, que éste, era más rápido. Pero inicialmente, el servicio estaba sólo en un local, en el centro del pueblo. Así que uno llamaba a la operadora, para que ésta enviara a alguna persona a avisarle a aquélla con quien uno quería comunicarse, que alguien le estaba llamando. La persona solicitada, tenía que acudir a donde estaba el local telefónico, lo antes posible, una media hora, más o menos, y esperar a que quien le llamaba, lo volviera a hacer (las llamadas se cobraban como larga distancia, en el recibo telefónico, desde el teléfono de quien llamaba).

“¿Oye, Francisca –  preguntó mi madre –, que tú le dijiste al padre José, de allá, que me pidiera dinero para la iglesia?”. “¿¡Qué, qué figuraciones dices?!... ¡pero si el padre no se llama José, se llama Agustín!...”, y fue suficiente para que mi madre se diera cuenta de que era un fraude. Y de eso, siguió la conversación.

Volviendo a Evelyn, fue víctima, como dice Khalili, de su vulnerabilidad, antepuso su necesidad de afecto a la lógica inteligente, como señala David Modic, profesor de computación y de ciencia de la información, de la Universidad de Ljubljana, Eslovenia, citado por Khalili, quien afirma que “caen en los hábiles fraudes de los estafadores, que los ciegan con su manipulación”. Gareth Norris, conferencista en la Universidad de Aberystwyth, Gales, también citado por Khalili, dice que se facilita el fraude por internet “porque los estafadores lo hacen sin tener contacto físico, lo que evita que el estafado vea que sudan o se ponen nerviosos”. Como le sucedió al mencionado “sacerdote”.

Evelyn, sin embargo, comenzó a sospechar cuando le pidió a “Bruce” que quería retirar una gran cantidad. “¿¡Ah, sospechas de mí!?”, le espetó el ficticio chino, lo cual la hizo sentirse mal.

Decidió ella hacerlo por su propia cuenta. Cuando lo intentó, CEG le marcó error. “Hizo una busca revertida y se dio cuenta de que el sitio y las imágenes eran de otro sitio, AstroFX, también fraudulento. Todavía pudo hablar con el estafador, quien, cínico, le dijo que para sacar esa gran suma, tenía que depositar el quince por ciento de la cantidad. Ella le dijo que no tenía más dinero, y él, brusco, le replicó que los consiguiera prestados que si ‘no tenía amigos’”.

Allí fue cuando confirmó, por fin, que había caído en un fraude. Ya no pudo tener más comunicación con el falso chino.

Su banco, Wells Fargo, al que solicitó la devolución de su dinero, le dijo que no podía hacer eso, pues ella, voluntariamente, había retirado sus fondos. Lo mismo le replicó Coinbase, la empresa cambiadora de criptomonedas que ella usó porque, recuerden, el dinero lo tenía que invertir en ese dinero digital (es más fácil para los estafadores, pues no es tan fácil rastrear ese criptodinero que, de todos modos, ha bajado mucho. Pero los estafadores, aunque esté muy devaluado, lo cambian por dinero que estafaron, no pierden nada).

Acudió a la policía de Los ángeles, la que le dijo que nada podía hacerse, pues “Bruce” y otros detalles que ella proporcionó, eran falsos. Además, aunque son criptomonedas, es muy difícil rastrearlas, pues los estafadores las reparten en distintas cuentas, a nombres de otras personas que se prestan para el negocio, que es internacional.

“Hinge, sólo comentó que está tratando de evitar que se den esos fraudes, pero que nada podía hacer por Evelyn”, dice Khalili.

“Y los estafadores, son gente que se recluta de países como Tailandia, Myanmar o Nigeria, quienes, con tal de tener trabajo, se prestan a esos fraudes, con libretos preestablecidos, listos para que caigan las víctimas. ‘Es trabajar, trabajar, trabajar’, señala Adrian Cheek, un investigador de seguridad independiente, establecido en Canadá, citado por Khalili, quien dice que al menos unas 439 distintas direcciones de correo han sido usadas para hospedar el falso CEG”.

Chainanalysis, una empresa que rastrea la cadena dejada por las criptomonedas, que coopera con la policía, refiere cómo actúan los estafadores los que, como señalé antes, depositan las criptomonedas en distintas cuentas en varios países, lo que hace extremadamente difícil localizarlas. “Son organizaciones criminales muy bien organizadas, saben cómo hacer su trabajo, además de que estafan a personas, no a empresas y son pequeñas cantidades de dinero, comparativamente hablando, por lo que son muy pocas las víctimas que pueden recuperar su dinero”.

Además, hay otro tipo de estafadores, los que ofrecen “recuperar el dinero”, a cambio de una cantidad que la víctima debe de pagar por adelantado, “sin saber que está cayendo en un nuevo fraude”.

Evelyn casi se ha resignado a su desalentadora suerte. “He pensado hasta en suicidarme, de lo bajo que caí. Por eso, no le he dicho a nadie lo que me sucedió, pues van a decir que fui una idiota. Pero quizá regrese a Hinge. No pierdo la esperanza de hallar al amor de mi vida, pero debo de ser cautelosa, pisar primero con un pie, no con los dos al mismo tiempo”.

Por lo pronto, su búsqueda del “amor de su vida”, acabó, justo, con todos los ahorros de su vida.

Muy lamentable.

 

Contacto: studillac@hotmail.com