domingo, 3 de septiembre de 2023

La escuela debe de ser liberadora para que niñas y niños asistan con gusto

 

La escuela debe de ser liberadora para que niñas y niños asistan con gusto

Por Adán Salgado Andrade

 

Una premisa de la que parten los nuevos libros de texto gratuitos es que la educación debe de ser liberadora, creativa, que no haya recetas para educar. Realicé un análisis de esos textos y llegué a la conclusión de que si los obscurantistas se oponen a ellos, es justo porque éstos buscan crear seres pensantes, críticos, liberados, sensibles y tolerantes (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2023/08/los-obscurantistas-estan-satanizando.html).

Sólo así, para muchas niños y niños, la escuela sería un lugar agradable, al que asistieran con gusto y no con renuencia, como si las horas que pasan allí fueran una cárcel.

Son las reflexiones que también hace Gaby Hinsliff en su artículo de The Guardian, titulado “’Los niños están poniéndonos un espejo frente a nosotros’: porqué los niños ingleses se rehúsan a ir a la escuela”. Agrega Hinsliff como subtítulo que “Para muchos, el encierro fue un alivio. Varios, nunca regresaron. Ya que está por comenzar el nuevo año académico, más niños que nunca, están preocupados de regresar a la escuela presencial. ¿Qué se está haciendo para que la retornen y es ésa, la mejor idea para hacerlo?” (ver: https://www.theguardian.com/education/2023/sep/02/children-are-holding-a-mirror-up-to-us-why-are-britains-kids-refusing-to-go-to-school).

Comienza refiriéndose a una chica, Millie, la que desde los siete años tuvo problemas para asistir a la escuela. La chica tiene autismo y problemas de atención. Su madre, Sarah, dice que siempre tenía que estarla vistiendo, pues la chica carecía de voluntad para hacerlo, de tanto que odiaba ir a la escuela. La pandemia fue un alivio para Millie. “Noto que está mejor en casa y se siente viva. Cuando era niña, no sabía nada de suicidio y cosas así, pero ahora que lo sabe, a los doce, temo por ella. Y prefiero verla viva y que disfrute la vida, a que asista a la universidad”.

Tiene razón Sarah, pues a muchas niñas y niños, simplemente se les obliga a asistir a la escuela, cuando que no es su deseo. A mis estudiantes de primer semestre, de la universidad, les digo eso, que si van a la escuela por obligación, no rendirán y quizá ni terminen su carrera. Si sus padres tienen un negocio familiar, “mejor díganles que no les gusta la escuela y que prefieren ayudarles en ese negocio familiar. Quizá sea su sostén de toda la vida”, les aconsejo.

Rachel de Souza, superintendente educativa, citada por Hinsliff, afirma que de 1.6 millones de niñas y niños que se ausentan frecuentemente de la escuela, “unos 818,000, lo hacen por razones que no son por enfermedades. Varios se ausentan por discapacidades físicas y/o mentales y son los más vulnerables”.

Y también están los llamados niños “fantasma”, que dejan de asistir a clases – unos 93,514 en el otoño del 2020 – por problemas de que son abusados o metidos a actividades criminales. Son los que se ausentan 50 por ciento más en promedio que el resto.

Sí, sin duda, como sucede en México, son víctimas de traficantes de personas o, por la precariedad económica en que viven, son fácilmente atraídos por las bandas delincuenciales.

De hecho, en efecto, una buena parte de los que se ausentan en Inglaterra, es por la cuestión económica, pero a los que se suman, los que padecen problemas como autismo o alguna otra enfermedad mental (ver: https://www.theguardian.com/education/2023/aug/27/children-without-a-bed-arent-going-to-be-interested-in-school-can-englands-north-south-education-divide-be-repaired).

Y si para niñas o niños normales, digamos, muchas veces es un suplicio estar en la escuela (como me refiere mi hermano Ricardo, que imparte clases de música en dos secundarias públicas y que varios de sus estudiantes le dicen que sólo por su clase asisten a clases), para niños con autismo u otros problemas mentales es, efecto, estar como en una cárcel. La ansiedad aqueja a muchos.

Por eso, de Souza dice que el entrante ciclo escolar es vital para corregir varios de tales problemas.

Pero grupos como Not Fine in School (No bien en la escuela) o Square Peg insisten en que no se trata sólo de ver si los niños van o no a la escuela, porque, además, se estigmatiza a los que faltan mucho, sino de que la escuela sea un lugar en donde se sientan felices, que los padres no quieran que ellos sean lo que aquéllos no son. “Hemos medido todo con resultados, pruebas, exámenes”, afirma Ellie Costello, directora de Square Peg, citada por Hinsliff. Totalmente de acuerdo, pues medimos eficiencia, no cualidades de los estudiantes. Con esas pruebas, sólo se garantiza que sean eficientes obreros o empleados, no personas críticas, conscientes, libres, desafiantes del sistema.

Cita Hinsliff el trabajo de Mike Robson, encargado de verificar que los estudiantes asistan. “Les llamamos a casa, si se ausentan, pues es como un protocolo para ver si están bien y si no les ha sucedido nada. Y de ser el caso, yo mismo voy a su casa, si es que no desean asistir, para animarlos”. Incluso, durante el encierro, como está en un distrito escolar que tiene suficientes recursos, se les compraron laptops a todos los estudiantes, con el fin de garantizar que atendieran las clases. “Yo sé que es difícil para muchos, pero si no se les brinda ayuda, es peor”, afirma.

Buena su labor, pero no ataca el problema de raíz, de porqué esos estudiantes se nieguen a asistir. Si están ansiosos, porqué. Muchas veces es porque tienen problemas en la escuela o los hostigan (recuerdo mis tiempos lejanos de la secundaria, que un día tuve fuertes problemas con un compañero que me quiso culpar de un robo. Trató de golpearme, pero gracias a la intervención de un profesor, eso no sucedió. Fue expulsado por una semana, pero a mí, sinceramente, me daba terror asistir a la secundaria. Sólo porque mi mamá me aseguró que vería que lo metieran a la cárcel si me agredía, fue que me animé, tímidamente, a volver a clases. Muy terrible la ansiedad).

Dilly, de 14 años, es una chica ejemplar, pues a pesar de su autismo, lo “disimula”. “Sí, pienso, pues esto es la escuela, me esfuerzo, aunque ya, cuando llego a casa, me siento exhausta. Y es que en mi condición, percibo más lo que sucede: gente estornudando, tosiendo, platicando… todo, lo que muchas veces me agobia”, dice. “Para mí, la escuela ideal sería que fuera más personal, días más cortos, nada de tareas, ni de exámenes”.

Muy buena su opinión de la escuela ideal. Así debería de ser, pues las más de las veces, como dije, la escuela oprime, impone, se asiste a la fuerza. Y los exámenes miden eficiencia, no calidad como personas.

Su propuesta se asemeja al sistema Montessori, creado por la pedagoga italiana María Montessori (1870-1952), un sistema educativo liberal, que enseña lo que al estudiante le guste más hacer, con espacios amplios, libres, sin bancas o escritorios, que ha probado ser más efectivo que la educación tradicional (el problema es que esas escuelas Montessori son costosas. Además,  para muchos, no “forman a estudiantes con las capacidades para integrarse a la fuerza laboral. Como siempre, es el criterio que priva, que el estudiante sea buen trabajador, no persona crítica, liberada de este sistema opresor Ver: https://www.rasmussen.edu/degrees/education/blog/pros_cons_montessori_education/).

Dilly corrió con suerte, pues ahora asiste a una escuela privada de sólo 100 estudiantes, en donde se atiende su autismo y dislexia. “Todavía me cuesta trabajo algunas veces asistir a clases, pero me esfuerzo, pues quiero ser productora de cine, así que debo de echarle ganas”, dice. De todos modos, su madre reconoce que ella es privilegiada.

Pero cuántos cientos de miles, no lo son, que padecen problemas como autismo, y deben de asistir a escuelas “normales”, en donde son mucho más afectados.

Alton es un chico con autismo, que comenzó a ser hasta violento consigo mismo, llamándose estúpido, golpeándose. “Nos dimos cuenta de que necesitaba ayuda y un colegio especial”, dice Stephanie Rocke, su madre, citada por Hinsliff.

Amelia y Evie, son otras dos adolescentes con problemas de ansiedad y desorden de déficit de atención e hiperactividad (ADHD por sus siglas en inglés), que igualmente han tenido problemas para asistir a las escuelas “tradicionales”. Suzie, su madre, que se dedica al comercio de vino, hasta ha tenido que dejar de trabajar, dejándole toda la responsabilidad a su esposo, “pues nuestras hijas tienen tendencias suicidas”. Evie les ha gritado que “ya no quiero estar más aquí”, evidenciando que quisiera estar muerta.

Square Peg y Not Fine in School han ayudado a las tres familias para que tengan a sus hijos en escuelas privadas pequeñas, que atienden casos especiales de autismo y otros problemas mentales.

Absurdamente, en Inglaterra, si los padres no envían a sus hijos inscritos a las escuelas, son multados hasta con 2,500 libras. “Pero muchos padres, por estar tan ocupados sobreviviendo, se dan cuenta de esas multas, ya cuando se las envían. Así que, además de todo lo que tienen que pagar para sobrevivir, encima, deben de liquidar esas multas”, dice Hinsliff.

Eso daría cuenta del modelo educativo tan cerrado de Inglaterra, que demandaría una radical reforma. Ya lo decía Pink Floyd en su canción “Another brick in the Wall”, “No necesitamos más educación, no necesitamos control, no más sarcasmos, maestro, deja solos a los niños. ¡Maestro, escucha, deja solos a los niños!” (ver: https://genius.com/Pink-floyd-another-brick-in-the-wall-pt-2-lyrics).

De Souza ha cambiado mucho su perspectiva sobre de obligar a los niños a asistir, sin que haya programas que se preocupen por su bienestar, que se averigüe porqué no asisten. “Ahora, hablo con cientos de niños cada mes, que me dicen que su mundo se detuvo. Realmente hemos subestimado estos problemas”.

Es lo que yo llamo desánimo social, pues si los estudiantes no ven buenas razones para asistir a la escuela (viendo la violencia, la precariedad, la devastación ambiental que vivimos), aunque sea para que perciban que es para que esas cosas mejoren, definitivamente, desertarán y se pondrán a trabajar en lo que sea o a delinquir, si no hay una buena base de valores que les haya inculcado la familia y/o sus maestros.

De Souza se dio cuenta que el regreso, de golpe, a las clases presenciales, fue negativo en cientos, pues el encierro volvió a muchos, tímidos. “Se necesitó que se ajustaran más al mundo exterior. Y deben de jugar más, divertirse, hacer comunidades dentro de la escuela”.

En efecto, que la escuela sea como una comunidad, que se ayuden entre todos, que se diviertan, que aprendan jugando. Es posible, pero el anquilosado pensamiento conservador no quiere eso. Quiere, como señalé, esclavos que trabajen sin chistar, que obedezcan, que consuman y que paguen impuestos, multas, verdaderos autómatas-consumidores, como yo los llamo.

En eso insiste de Souza, que los niños deben de ver seguridad y sociabilidad en las escuelas, “pues es bueno que asistan, porque tienen mejor rendimiento, pero también para que convivan, es una cuestión de salud mental”.

Sí, el encierro probó lo desastroso que fue para muchos estudiantes, muchos de los cuales, ni rindieron igual, como me han comentado a los que enseño. Peor, varios tuvieron crisis mentales y, en casos extremos, hasta se suicidaron. El regreso a clase, fue “saludable”, en principio, pero cuando se enfrentan en primarias y secundarias, sobre todo, a los cerrados esquemas educativos impuestos, muchos preferirían regresar a las clases en línea, si se pudiera (también me lo han comentado).

De Souza, en suma, identifica a las enfermedades mentales, a las necesidades educativas especiales que no se otorgan, y a estudiantes que deben de cuidar a padres discapacitados, como los principales factores que propician el ausentismo.

“Pero escuelas preocupadas pueden ayudar, pues maestros que se interesen realmente por sus estudiantes, por sus problemas, que hasta los ayuden económicamente, animará a chicas y chicos renuentes a asistir a la escuela”.

De hecho, uno de cada cuatro maestros en Inglaterra, de escuelas elementales, paga de su bolsillo alimentos para que los más necesitados, los que van sin desayunar, ingieran algo (mi citado hermano Ricardo, lo hace, pagando de su bolsillo algo para que coman muchos niños que van sin desayunar o comer).

Claro, es una buena, filantrópica medida, pues no se rinde en nada con el estómago vacío.

En Liverpool, un programa piloto para inculcar resiliencia emocional, con ayuda de los mentores, está probándose. De Souza misma comprobó que si los maestros se involucran mejor con sus estudiantes, estos superan muchas cosas. “Asistió a una secundaria de Bolton, para supervisarla, y se encontró con treinta niños que habían perdido a sus padres por covid. Para su sorpresa, ellos lo tomaban con naturalidad y le dijeron que así era la vida, pero que debían de seguir con sus actividades. Todo, gracias a sus profesores”.

Profesoras como Jill Wright han buscado mucho que los niños sean más libres, que tengan más espacios para relajarse entre clases, en los que puedan jugar, divertirse. “Enseñamos a que jueguen y que se relacionen entre sí, para que sean personas más seguras”, dice Wright, citada por Hinsliff. Incluso, la escuela ha habilitado a algunos salones con sofás y otras cosas, para que se sientan más como en casa. Y el ausentismo se ha reducido bastante, en comparación con otras escuelas, gracias a esas medidas de mayor involucramiento, más juegos, más largas pausas entre clases para que jueguen los niños. Y los alimentan, para que rindan mejor.

Ricardo da clases en una escuela secundaria matutina con “jornada ampliada”, por lo que salen hasta las tres, pero “sin ingesta”. “¿Cómo que sin ingesta?”, les preguntó. “Sin tragar, profe”, le contestó un chico, sarcástico. Sólo imaginen, si entran a las siete y media, sin desayunar, a esa hora, ya deben de estar famélicos. Como me ha dicho Ricardo, no basta sólo la Nueva Escuela Mexicana, si no es acompañada de cosas como un diario desayuno gratuito o una comida, aunque fuera sencilla. Y sería posible si redujeran los salarios de tanto “directivo” (directores, inspectores, subdirectores) cuyas funciones “hasta salen sobrando”, como me comenta.

Wright también ha canalizado las emociones con colores, para no llamarlas directamente. “La zona roja, es enojo y la amarilla, es ansiedad. Así que si un chico está enojado, le digo que está en la zona roja. Hay que ver, cuidadosamente, qué lo tiene así”. Sí, no hay que regañarlo de que porqué no hizo la tarea o si está enojado, hay que averiguar lo que tiene y ayudarlo. En casos graves se debe de canalizar al psicólogo, pues es una terapia que ayuda bastante.

Y si la cosa es con sus familias, integrarse, buscar qué sucede. “Si conoce a su madre, preguntar si todo está bien, si se le puede ayudar en algo. Y ponerse en los zapatos de los padres, para ver qué es lo que sucede, no estigmatizarlos”, dice Wright.

Son cosas que deben de hacerse desde la primaria, afirma la maestra, educación más libre, más divertida, menos sometida a los rigurosos cánones que, como dice Ricardo, ya no pueden imponerse tan fácilmente, pues chicas y chicos no van a ceder a tanto autoritarismo.

Sarah, la madre de Millie dice que a veces sueña con dejar todo, comprar un lote “en un lugar, en medio de la nada, e irnos Millie, mi esposo y yo allí, sin ataduras, vivir nuestras vidas y sintiéndonos seguros. Claro, no es por allí, pero yo creo que la gente tiene el poder de cambiar las cosas”.

Justo eso se está tratando de hacer con la Nueva Escuela Mexicana, que busca, como dije, iniciar una educación más libre, “sin recetas”, para que los estudiantes sean críticos, emancipados, más capacitados para resolver tantos graves problemas que tenemos, como los ambientales, la extrema pobreza, deshacernos de este depredador y contaminante capitalismo salvaje que nos embrutece y robotiza.

Pero mientras haya oscurantistas que hasta han quemado los nuevos libros de texto, será una tarea difícil.

Así que menos tareas, menos o nada de exámenes y más juegos, menos encierros en los salones, más convivencia y más salidas a bosques, al mar… para amar la naturaleza.

Será la mejor escuela que podamos dar.

 

Contacto: studillac@hotmail.com